Las Cartas
Desaparecieron de la faz del planeta hace años y nos
hay quién pregunte por ellas. Dicen los eruditos que las últimas vistas
estuvieron redactadas por vetustos y oscuros escritores, fieles entusiastas de
amores imposibles o perdidos. No se sabe con certeza sobre el destino de tales
misivas, ignorándose su éxito o su fracaso. Lo cierto es que los empleados del
correo afirman que desde fines de los ochenta no pasan por sus manos
correspondencia que contenga algún dolor o alguna lágrima escondida. Tales
dolores o lágrimas eran fácilmente detectables por los rasgos temblorosos de la
sección remitente. Afirman los peritos en la materia que usualmente el sector
destinatario cuenta con un rasgo firme y de marcada osadía mientras que el
inciso remisor conlleva el nerviosismo de la falta del anonimato.
En charlas recurrentes se debatía sobre la
desaparición de las cartas de manera afanosa y apasionada. Las discusiones al
respecto eran virulentas y derivaban en conceptualizaciones desde
antropológicas hasta económicas, pasando por la caracterización del
comportamiento humano.
Ernesto Saldivar sostenía a pie juntilla la idea que
en la actualidad nadie ama lo suficiente como para perder veinte minutos de su
vida en escribir aquello que no puede decir y menos aún gastar unos magros
pesos en un sello fiscal.
Dalmiro Manfreditti en cambio responsabilizaba de tal
situación a la desaparición de los buzones. Sostenía que el misterio y
encantamiento que estos ambientes cilíndricos poseían eran esenciales para el
éxito del cometido que la misiva portaba. Todo remitente estaba persuadido
sobre la existencia de musas colaboracionistas, moradoras silenciosas de sus
inhóspitos interiores, depositando su fe en ellas. Al retirarse del escenario
urbano estos sigilosos cómplices ya nadie estimaba conveniente dejar librado al
azar sus mensajes melancólicos.
Javier Bussetti achacaba esta ilógica desaparición al
poco tiempo que la gente tenía para las cosas importantes de la vida. Sostenía
que lo terrenal le había ganado casi todo el espacio al espíritu siendo las reglas
del mercado los paradigmas a seguir. La conservación del empleo, mejorar el
estándar de vida, procurar no estar al margen de cada novedad para no quedar a
la vera de las modas, eran razones imperiosas para malgastar el tiempo sin
ningún tipo de vergüenza.
Gerardo Faldo agregaba estadísticas muy ricas a la
charla. Con cuadros y fórmulas dignas de ilustres matemáticos demostraba que de
cada cien unidades repartidas, setenta correspondían a publicidad u
ofrecimientos de servicios y el resto a facturas de impuestos, telefonía, gas,
luz y demás deudas que la gente normal tiene que afrontar por la sola razón de
haber nacido.
Los pocillos de café invadían la mesa a medida que el
debate iba creciendo en contenido, impidiendo con su presencia el espacio físico
esencial para depositar la obligada vuelta de Fernet con el acompañamiento del
tradicional ejército de platitos.
El mozo del bar, Segura, mientras despejaba el
terreno, aseveraba que la aparición del correo electrónico, las redes sociales
y del celular eran los factores más importantes. Sostenía que en la actualidad
los mensajes de amor o de amistad circulan vía Internet.
- No me jodás, gallego – se quejaba Faldo a modo de reproche -. ¿Te
parece que una mina puede sentirse atraída por un mensaje que aparece en
una fría pantalla?
- Y si es igual que el tipo, sí - afirmaba Segura -. No te olvides que en
la actualidad todos se parecen mucho; la personalidad ha quedado en el olvido y
tanto la imaginación como la originalidad brillan por su ausencia.
Con sus guardias vencidas y añorando aquella hermosa
sensación que experimentaban cuando llevaban, puerta a puerta, cartas que
“decían cosas” terminaron sus Fernet y su picada, buscando en el humo del
tabaco que los cubría alguna explicación asequible sobre las causas o razones
que explicasen con inescrutables certezas la mortalidad de ese maravilloso
arte. Sus lamentos y dudas eran acompañados por un silencio de velatorio
plagado de rumores propios y ajenos, lejanos y cercanos, como entendiendo...
que ya nada se podía hacer al respecto.
G. M. S.