El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

viernes, 10 de febrero de 2017

Typhoon, bellísima melodía poética de mi amigo Javier “Paco” Miró, y una breve historia coyuntural. Las cartas, el correo, los carteros, 70.000 millones de razones para sentirse desilusionados a la espera de un inexorable y final tifón ...





Las Cartas


Desaparecieron de la faz del planeta hace años y nos hay quién pregunte por ellas. Dicen los eruditos que las últimas vistas estuvieron redactadas por vetustos y oscuros escritores, fieles entusiastas de amores imposibles o perdidos. No se sabe con certeza sobre el destino de tales misivas, ignorándose su éxito o su fracaso. Lo cierto es que los empleados del correo afirman que desde fines de los ochenta no pasan por sus manos correspondencia que contenga algún dolor o alguna lágrima escondida. Tales dolores o lágrimas eran fácilmente detectables por los rasgos temblorosos de la sección remitente. Afirman los peritos en la materia que usualmente el sector destinatario cuenta con un rasgo firme y de marcada osadía mientras que el inciso remisor conlleva el nerviosismo de la falta del anonimato.

En charlas recurrentes se debatía sobre la desaparición de las cartas de manera afanosa y apasionada. Las discusiones al respecto eran virulentas y derivaban en conceptualizaciones desde antropológicas hasta económicas, pasando por la caracterización del comportamiento humano.

Ernesto Saldivar sostenía a pie juntilla la idea que en la actualidad nadie ama lo suficiente como para perder veinte minutos de su vida en escribir aquello que no puede decir y menos aún gastar unos magros pesos en un sello fiscal.
Dalmiro Manfreditti en cambio responsabilizaba de tal situación a la desaparición de los buzones. Sostenía que el misterio y encantamiento que estos ambientes cilíndricos poseían eran esenciales para el éxito del cometido que la misiva portaba. Todo remitente estaba persuadido sobre la existencia de musas colaboracionistas, moradoras silenciosas de sus inhóspitos interiores, depositando su fe en ellas. Al retirarse del escenario urbano estos sigilosos cómplices ya nadie estimaba conveniente dejar librado al azar sus mensajes melancólicos.

Javier Bussetti achacaba esta ilógica desaparición al poco tiempo que la gente tenía para las cosas importantes de la vida. Sostenía que lo terrenal le había ganado casi todo el espacio al espíritu siendo las reglas del mercado los paradigmas a seguir. La conservación del empleo, mejorar el estándar de vida, procurar no estar al margen de cada novedad para no quedar a la vera de las modas, eran razones imperiosas para malgastar el tiempo sin ningún tipo de vergüenza.

Gerardo Faldo agregaba estadísticas muy ricas a la charla. Con cuadros y fórmulas dignas de ilustres matemáticos demostraba que de cada cien unidades repartidas, setenta correspondían a publicidad u ofrecimientos de servicios y el resto a facturas de impuestos, telefonía, gas, luz y demás deudas que la gente normal tiene que afrontar por la sola razón de haber nacido.

Los pocillos de café invadían la mesa a medida que el debate iba creciendo en contenido, impidiendo con su presencia el espacio físico esencial para depositar la obligada vuelta de Fernet con el acompañamiento del tradicional ejército de platitos.

El mozo del bar, Segura, mientras despejaba el terreno, aseveraba que la aparición del correo electrónico, las redes sociales y del celular eran los factores más importantes. Sostenía que en la actualidad los mensajes de amor o de amistad circulan vía Internet.

-          No me jodás, gallego – se quejaba Faldo a modo de reproche -.  ¿Te parece que una mina puede sentirse atraída  por un mensaje que aparece en una fría pantalla?
-          Y si es igual que el tipo, sí - afirmaba Segura -. No te olvides que en la actualidad todos se parecen mucho; la personalidad ha quedado en el olvido y tanto la imaginación como la originalidad brillan por su ausencia.

Con sus guardias vencidas y añorando aquella hermosa sensación que experimentaban cuando llevaban, puerta a puerta, cartas que “decían cosas” terminaron sus Fernet y su picada, buscando en el humo del tabaco que los cubría alguna explicación asequible sobre las causas o razones que explicasen con inescrutables certezas la mortalidad de ese maravilloso arte. Sus lamentos y dudas eran acompañados por un silencio de velatorio plagado de rumores propios y ajenos, lejanos y cercanos, como entendiendo... que ya nada se podía hacer al respecto. 

G. M. S.