El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

domingo, 3 de diciembre de 2017

Doce relatos de ausentes y otras ausencias - Libro


Tapa: Gradiva descubre las ruinas antropomorfas 
Fantasía retrospectiva – Salvadoir Dalí - 1932


Índice

1-   1974, una historia de amor
2-   Barrio cerrado
3-   Breve reinado
4-   El sentimiento trágico de Patricio López
5-   Por un pasado de gloria
6-   Recursos humanos
7-   Tras las huellas, las sombras
8-   Un futuro promisorio
9-   Piedad y Letras
10- Cuando el Colegio Calasanz era una Fiesta
11- ¿Usted que es de Guisasola lo conoció a Juancito Amestoy?  
12- Don Ángel                                                                                                                                         



1974
Una Historia de Amor
                                                                                            

                                                                               

-         Y desde cuándo te comenzó a fascinar Rubén.
-         No hubo ni un momento ni una circunstancia determinada. La cosa se fue dando. Pasé del más absoluto desinterés a una observación paulatina de sus modos y formas, comencé a sospechar que un tipo que se sometía a semejante ejercicio intelectual debía cuando menos tener alguna razón o excusa para tal conducta, cuestión que la mayoría de nosotros nunca había logrado interpretar – respondió Marcos -
-         A mí siempre me pareció un renegado, un mal llevado – sentenció David -
-         ¿Te hizo algo?
-         Nunca.
-         ¿Entonces?
-         Si ya sé... peco de prejuicioso.
-         Como mínimo.
-         No me cierra. Juega al fútbol como los dioses, jamás vi algo similar, y nunca le interesó probarse en algún club, tiene una pinta envidiable y nunca lo vimos acompañado, ni siquiera viene a bailar con nosotros, labia le sobra, sin embargo habla menos que poco, tiene un buen pasar económico no obstante nunca se sintió atraído por la novedades que el mercado nos ofrece.
-         ¿Cuánto hace que lo conocemos?
-         Estábamos en cuarto - aseguró David -, hace unos siete años entonces. Lo recuerdo apocado y timorato. Después se fue soltando un poco, pero no mucho.
-         ¿Ves?
-         ¿Qué tengo que ver?
-         ¿No te da curiosidad?.. Qué se yo, conocer su historia, su familia – disparó Marcos -
-         El tema es entrarle, digo para que no se sienta invadido.
-         En eso estoy. Por el momento trato de ser tangencial, dejo que él decida, me abstengo de interrogar.
-         ¿Fuiste a la casa?
-         Aún no.
-         Te habló de su gente.
-         No. Por ahora la literatura es nuestro tema.
-         ¿Vos leyendo?
-         Veo que nunca le prestaste demasiada atención a la biblioteca que tengo en casa.
-         ¿Y qué tipo de literatura?
-         De todo un poco. No se cierra a ningún género – afirmó Marcos -. Le gusta mucho la novela romántica clásica, detesta lo comercial. Te hablo del Werther de Goethe, de la poesía Shelley, de las Flores del Mal de Baudelaire.
-         ¿Coinciden?
-         Estoy leyendo para no quedar descolgado. En lo personal siempre me dediqué a la literatura nacional. Borges, Cortázar, Bioy, Filloy. Mirá que cosa interesante; gracias a esta relación estoy ampliando mis horizontes culturales.
-         Demasiado esfuerzo en lo que a mí respecta.
-         No es un esfuerzo cuando el asunto incluye placer.
-         Supongo... ¿Hablan de minas?
-         Por el momento no son tema fuera de lo eminentemente literario.
-         ¿No te da qué pensar?
-         No tengo nada qué pensar. ¿Qué te pasa David? Ahora también sos homofóbico. ¿Y si fuera homosexual qué? De todos modos para tu tranquilidad te cuento que no me parece. Rubén maneja códigos inusuales para nuestra edad, es más, a veces siento que estoy hablando con mi viejo.
-         Tu viejo murió cuando estábamos en tercero.
-         Tengo recuerdos. Señales que el mismo Rubén refresca cada vez que nos encontramos. ¿Te acordás cuándo ganamos la final del torneo que organizó Parque?
-         Cómo me voy a olvidar. Los flacos de Villa Luro se vinieron esa noche con dos pibes de las inferiores de Vélez. Rubén la rompió. Me acuerdo que la gente de Parque, luego de finalizada la entrega de premios, le ofreció ficharse mientras nos estábamos cambiando. Todos nos fuimos a festejar menos ustedes dos – evocó David –
-         Bueno. A partir de esa noche comenzamos a desandar nuestra relación. Recuerdo que llegamos caminando hasta el Balón, cenamos una pizza acompañada con un par de cervezas. Desde que llegamos hasta que nos fuimos en ningún momento hablamos del partido. Cine, música, literatura, todo matizando con la política. A Rubén le interesa mucho relacionar la filosofía con la historia y ésta con la política. Por él me enteré de qué se trata militar socialmente desde las bases y todos esos asuntos que tanto movilizan en la actualidad a los sectores universitarios. Labura con un cura villero en Ciudad Oculta. Va los sábados a la mañana; mientras sus compañeros de grupo preparan las meriendas y los almuerzos, él entrena a los pibes que luego compiten en los torneos Evita – concluyó Marcos -
-         ¿Montonero?
-         Primero puto, ahora Monto, estás repleto de prejuicios David.
-         Estamos en 1974 Marcos,
-         Nada que ver. Aunque todavía no hablamos sobre el tema de la lucha armada me parece que sobre la base de sus concepciones humanistas la violencia no encaja en su estructura intelectual como método para la resolución de conflictos de clase; de hecho no está afiliado a ningún partido político, ni siquiera se autodefine como un tipo de izquierdas. Detesta los dogmatismos; suele afirmar que los extremos se concentran más en procura de correr los ejes de las discusiones de modo justificar sus fundamentalismos que instalarse de plano en la solución de los problemas reales que atañen de sus compatriotas. Afirma que esos tipos tienen más ganas de tener razón que de ser felices.
-         Debe estar preocupado.
-         Si lo está, por lo menos no lo exterioriza – afirmó Marcos -
-         Desde que murió Perón la cosa está jodida para la gente de nuestra edad. Somos todos sospechosos; me imagino que en su caso se potencia al laburar en la villa. Digo, por lo de Mugica.
-         Me cuenta poco sobre eso. En ocasiones corta la conversación abruptamente. Me da la sensación que no quiere involucrarme.
-         ¿Tu viejo falleció en un accidente verdad? – preguntó David –
-         Lo atropelló un auto a dos cuadras del sindicato. Era delegado gremial en la planta de Philips ubicada en Panamericana y General Paz. Algunos intentaron darle cierta connotación política, lo cierto es que el tipo que lo atropelló se detuvo y trató de asistirlo, incluso se quedó en el lugar hasta que llegó un patrullero con la ambulancia. La cosa daba para pensar. Eran tiempos en donde el sindicalismo dirimía sus internas a los tiros. Momentos de dictadura y extraños alineamientos. Dos CGT, peronismo sin Perón y cosas así. Fue un par de años antes de El Cordobazo. Mi viejo era muy amigo de Raimundo Ongaro, secretario general del sindicato de los gráficos. Hombre que supo venir a casa en más de una ocasión.
-         ¿Hubo juicio?
-         Homicidio culposo. Aparentemente y según testigos mi viejo cruzó entre dos autos estacionados sin observar el transito. El hombre estuvo algunos días detenido hasta que se resolvió la carátula de la causa. Los seguros, tanto del conductor como los del sindicato, se encargaron del resto. Buena parte del confort que tenemos en el presente con mi vieja se lo debemos a la muerte de mi Papá, toda una paradoja; el negocio, la casa, el auto... en fin; encima por ese asunto, durante la colimba, sólo tuve que afrontar el período de instrucción, a los cuarenta días me dieron de baja.
-         Es cierto, no me acordaba. Mientras todos estábamos entre milicos vos te paseabas con Graciela por el barrio. ¿Volviste a ver al tipo?
-         ¿Con qué objeto? A nosotros nos quedó todo muy claro. Nada nos hace pensar que no fue accidente
-         ¿Invitaste alguna vez a Rubén a tu casa?
-         Si, pero hasta ahora no se dio la oportunidad. Traté de estimularlo con los títulos que tengo en mi biblioteca. La mayoría textos heredados de mi abuelo el anarquista; el diseño de las estanterías y su correspondiente ordenamiento temático me pertenece con exclusividad.
-         ¿Cuántos volúmenes tenés? – preguntó David -
-         Debo andar por los mil doscientos. Estamos hablando de una habitación de seis por cuatro con muebles laterales y centrales ordenados en galería. Una vez por semana, a modo de paseo, me voy al centro y recorro las librerías de Corrientes, me compro todo lo que me interesa. En más de una ocasión me acompañó Rubén. Priorizo textos clásicos de la literatura universal, mayormente usados; los adquirís a muy bajo precio aprovechando las ofertas. Por ejemplo, la semana pasada conseguí a precio de regalo el Cancionero de Petrarca, texto que hace décadas se dejó de editar. Últimamente y por su influencia he dejado un poco de lado a la literatura nacional y latinoamericana aunque siempre compro algún ejemplar del cual haya recibido buenas referencias.
-         ¿Cuánto gastas por semana?
-         No es gasto, es inversión, de todos modos te aclaro que es mucho menos de lo que vos gastas en el boliche cuando vas a bailar. Entre la entrada y el trago tenés no menos de cuatro títulos.
-         ¿Lees todo lo qué comprás?
-         No.
-         ¿Entonces?
-         Están allí, a la espera del curioso. Puedo ser yo, mi vieja, algún visitante, un amigo, mi prole cuando la tenga. Un libro comienza a tener vida cuando el lector decide incluirse dentro de sus infiernos.
-         ¿Qué manera de juntar polvo?
-         Qué boludo sos.
-         ¿Volviste a ver a Graciela? – preguntó descolgado David cambiando abruptamente de tema –
-         Desde que ingresó a la universidad nunca más la vi, y eso que vive a cuatro cuadras de casa. Mi vieja me contó que se la cruzó por el barrio un par de veces y que en ambas ocasiones le preguntó por mí, de todas formas cuando la llamé no me respondió, me decían que no estaba, nunca me devolvió la llamada. Ante esas circunstancias lo mejor es no joder, persistir es de necios.
-         Estuvieron de novios mucho tiempo, ¿no te parece raro?
-         Cuatro años. No me parece extraño, cuando el amor se va no hay nada por hacer. Forzar encuentros, situaciones, casualidades, nada sirve; es más, lo considero contraproducente, lastimoso y tedioso al mismo tiempo – sentenció Marcos –
-         ¿Qué estudia?
-         Después de tantas vueltas se decidió por Antropología. Cursa en Filosofía y Letras de la UBA.
-         Ponele la firma que se metió en alguna agrupación. Filo junto con Abogacía son las facultades de la UBA más politizadas. Quién no milita es sapo de otro pozo, le hacen el vacío.
-         No te lo puedo afirmar ni negar, simplemente lo desconozco.
-         ¿Le hablaste a Rubén sobre Graciela?
-         Te dije que de mujeres no hablamos. A propósito, el próximo sábado voy con Rubén a Ciudad Oculta. Me invitó y acepté. Creo que puede ser de mucha utilidad percibir otras realidades, de paso le doy una manito con los pibes.
-         Estás en pedo. Para conocer que existe el cianuro no es necesario tomarlo.
-         No estamos hablando de veneno, se trata de personas. Comunidades que desean y tienen esperanzas, igual que nosotros, y que por cierto determinismo histórico deben sufrir los avatares de las injusticias de la época.
-         No contés conmigo Marquitos.
-         Nadie te lo pide. De todas formas creo que se trata de una experiencia que te puede enriquecer, sobre todo desde lo humano.
-         Olvídalo, el sábado por la mañana tengo que dormir la resaca de los viernes.
-         Espero te des cuenta la razones por las cuales Rubén nunca estuvo cerca de la barra.

Rubén y Marcos se encontraron a las ocho y media de la mañana en la esquina de la Avenida Rivadavia en su cruce con Segurola, lugar exacto en donde tiene la parada el colectivo 92, medio de transporte indispensable para llegar a destino. Marcos estaba relativamente cerca del punto de reunión, apenas quince cuadras separan su domicilio del aquel lugar, de modo que la caminata era cuestión obligatoria ante la ausencia de un medio público que lo acerque. Floresta norte, por la mañana y en primavera, tiene señales particulares que la hacen bastante distintiva con relación al resto de las barriadas porteñas. Veredas muy anchas, arboledas de mediana traza prolijamente contorneadas y casas de única planta lo exhibían como un barrio más cercano al estilo suburbano que metropolitano. Ausente del vértigo céntrico se podía caminar con la misma seguridad tanto por las aceras como por las calles, algunas bicicletas y carros tracción a sangre se podían observar aún como usual medio de transporte vecinal cosa imposible de advertir en los barrios del este porteño. Recién en Floresta, Villa Luro o Villa Devoto era admisible tal paisaje. Mimbreros, lecheros y diarieros le hacían frente a la modernidad corriendo sus fronteras laborales hacia el oeste. Rubén venía de su bajo Flores natal. Barrio que marca como ningún otro las diferencias y contradicciones del sistema dominante. Calles de tierra, algunas pocas asfaltadas pero sin las necesarias cloacas, cuestión que propiciaba, ante cada lluvia importante, ríos que no siempre eran de agua. Escasa iluminación, una nocturnidad ciertamente peligrosa y poquísimos medios de transportes acrecentaban exponencialmente su modesto valor inmobiliario. Desde el punto de vista comercial se la calificaba como una barriada expulsiva, pero debido a su baja cotización la cuestión se volvía muy cuesta arriba para aquellos vecinos que pretendían proyectar una mudanza. Los ofertantes no abundaban y aquellos pocos compradores que se interesaban en la zona generalmente provenían del suburbano y lo hacían mediante créditos bancarios que difícilmente completaban las exigencias hipotecarias.
Al mismo tiempo que Rubén descendía del colectivo 77 Marcos estaba intentando prender su primer Particulares 30 de espera.

-         Cómo te va – el firme apretón de manos entre ambos asentó amablemente la satisfacción por el encuentro -
-         Aquí me ves – contestó Marcos - a punto de prenderme un tabaco, como diría El Pampa
-         Mirá lo que te traje; es para tu biblioteca – Rubén extrajo de su bolso un libro cuya  traza era bastante deslucida-, sospecho que no lo debés tener, la última edición data de 1953
-         El Libro Negro, Giovanni Papini – leyó en voz alta Marcos -. Genial, te agradezco mucho. Justamente de Papini conseguí hace un mes La Novela de Gog. Me lo recomendó el librero. El volumen estaba tirado en uno de los anaqueles de ofertas, inclusive estaba sin tapa, literalmente me lo comí en dos tardes
-         Me alegro haberle pegado – exclamó Rubén con satisfacción -, es muy complicado regalar tanto textos como discos, es algo muy privativo, generalmente las personas los obsequian teniendo en cuenta sus propios gustos suponiendo que dichos criterios resultan inobjetables. Soberbia le dicen, aunque en lo personal no sería tan duro, cierta distracción egocéntrica si me permitís el sofisma
-         ¿Son de madrugar los pibes de la Villa?
-         El hambre apreta desde el amanecer. Por fuera de la gente que labura directamente con el Cura Manuel de Lunes a Viernes la organización de la Villa nos tienen divididos en dos grupos. El primero llega aproximadamente a las siete de la mañana, son cuatro chicos y lo hacen con una camioneta de uno de los compañeros cargando todos los comestibles que teóricamente deben alcanzar para la semana. Las donaciones las retiran de las unidades básicas de la zona. Esto forma parte de un acuerdo que el Cura tiene cerrado con varias agrupaciones peronistas de base. Leche en polvo, fideos, arroz, harina, azúcar, yerba, y demás productos no perecederos. Ellos se encargan de ordenar el pañol mientras que los propios colaboradores y vecinos preparan el desayuno. El segundo grupo, es decir nosotros, debemos arribar tipo nueve para comenzar con las actividades recreativas y culturales: deportes, teatro, música. Somos seis. Hay de todo, universitarios, obreros y algún que otro militante de la JP. Dentro de los diez pibes que laburamos con el Cura hay cuatro chicas. Desarrollamos las actividades durante todo el día, se almuerza, se toma la merienda y a eso de las siete y media nos vamos. Los días de eventos y competencias la camioneta es la que nos permite que ningún pibe se quede sin participar. Ahí viene el bondi, vos subí, yo saco...

El desvencijado Bedford circulaba por Avenida del Trabajo como podía. Era imposible continuar la conversación debido a la cantidad de sonidos que manaban desde el propio interior del colectivo, más aún, el magazine del chofer enfatizaba el dilema a propósito de su elevado volumen y un gusto musical ciertamente deplorable. El vehículo era uno de los escasos sobrevivientes que aún quedaba de principios de los sesenta, ejemplares que supieron poblar la ciudad de Buenos Aires ante la desmesurada explosión urbana y con ella el desarrollo del sistema de transporte privado de pasajeros. Dos hileras de asientos dobles con un pasillo central presentaban notorias incomodidades, molestias que se potenciaban debido a que la unidad adolecía de puerta trasera, por lo que observar el circular de pasajeros en direcciones encontradas era paisaje recurrente. Si bien a esa hora, y siendo sábado, el coche no estaba completo uno podía imaginar con alto grado de certeza el calvario usual que debían soportar sus peregrinos en las horas pico. Gran parte del parque automotor estaba prácticamente renovado. Las modernas carrocerías de los Mercedes once doce y once catorce circulaban por la ciudad en la mayoría de las líneas. Sólo unas pocas empresas intentaban especular tratando de sacarle jugo a los últimos frutos, remanentes de una olvidada opulencia, móviles cuyas cortezas sólo podían ser aprovechadas como precarios aguantaderos. La 92 era una de ellas, otra era la 105; mientras el 144, el 99 y el 77 no se quedaban atrás; con el tiempo algunas dejaron de funcionar debido a que no eran utilizadas por los usuarios justamente por la ausencia de eficiencia y rapidez en el servicio, otras debieron  invertir forzosamente para no recorrer el mismo camino.
Marcos y Rubén descendieron del colectivo en la esquina de Tellier y Avenida del Trabajo; para ambos abandonar el vehículo podía entenderse como un ejercicio liberador, sobre todo a los efectos de no tener que soportar más las cumbias y los cuartetazos del chofer. En ese sentido ambos coincidían con los gustos musicales: Pink Floyd, Yes y Creedence, fronteras afuera; Sui Generis, Pescado Rabioso, Alma y Vida, Aquelarre, en el ámbito nacional. En cuanto a solistas, odiaban todo lo latino que viniese con sello de la gusanería, dedicándose exclusivamente a escuchar trovadores de la talla de Heredia, Zitarrosa, Viglietti, Larralde, Mercedes Sosa y Atahualpa. De vez en cuando matizaban con música clásica, sobre todo a ritmo de los adagios.
A las nueve en punto ingresaron por la calle principal del barrio rumbo a la capilla. La muchachada saludaba a Rubén como un vecino más, debiendo soportar a su paso y de modo estoico alguna cargada futbolera producto de su fanatismo por el famélico Deportivo Español, club que por entonces se debatía en las divisiones de ascenso de AFA.
Si bien una buena parte de los muchachitos no podían esgrimir ostentos ni pergaminos, debido a que en su mayoría adherían por River y por Boca, clubes que por entonces tenían escasos laureles para exhibir, el primero con diecisiete años de sequía y el segundo con idas y vueltas marcadamente frustrantes, el disfrute por la desventura ajena es muy característica cuando de fútbol se trata. A principios de los setenta Estudiantes de la Plata e Independiente a escala internacional y San Lorenzo, Huracán, Newell´s y Rosario Central, en el ámbito local, eran los que dominaban la escena futbolera; equipos que no concitaban un masivo interés en la barriada. Sólo los cuervos de Boedo poseían algunos destacados hinchas en la Villa, uno de ellos el Cura Manuel, que bien acostumbrados estaban a los triunfos desde las épocas de los “carasucias” y los recordados “matadores” del 68. El mundial de ese año había pasado sin pena ni gloria al igual que el juego exhibido, sólo Holanda había ensayado algo de belleza futbolera. La tristeza por la muerte del General había superado cualquier desilusión de carácter terrenal. Se había muerto el único tipo que nos tiraba un hueso para el puchero – afirmaba Rubén -, la barriada se sentía menos protegida, acaso abandonada, más “Oculta”, menos “Ciudad” quizá.

-         Cómo le va Padre, le presento a Marcos, vino para colaborar en el barrio.
-         Un gusto, espero que no sea por única vez. Un par de brazos bien dispuestos se necesitan tanto como la misma comida.
-         El gusto es mío, Rubén me habló mucho de su obra.
-         ¿El resto de la gente? – preguntó Rubén –
-         Parte de los chicos están en el pañol acomodando la mercadería – contestó el Cura -, el resto colaborando en el comedor.
-         ¿Qué hacen esos dos Torinos con cuatro tipos dentro flanqueando la entrada? – inquirió Rubén -, el sábado pasado no estaban.
-         Los mandaron de Bienestar Social, están desde el miércoles, dicen que es para nuestra seguridad – contestó el Cura –. Hacen horario de oficina, a la noche se van. Según me informaron lo de Mugica los sensibilizó de tal forma que han decidido proteger las actividades barriales de los Curas villeros. Parece que hubo un acuerdo entre el Gobierno y la Curia.
-         ¿Les cree? – se atrevió a preguntar Marcos –
-         En absoluto.
-         ¿Entonces?
-         No los puedo echar, además todo lo que aquí ocurre es demasiado claro y transparente como para intentar cualquier desatino.

Un abigarrado grupo de pibes venía caminando desde lo profundo del barrio en dirección a la capilla, lugar físico en donde se apostaba el comedor. Media docena de muchachos y chicas se entremezclaban entre ellos; algunos cargando en sus hombros a los más pequeños mientras que los otros orientaban una suerte de espontánea murga que avanzaba a ritmo de un creativo popurrí siguiendo el singular estilo de los candombes orientales. Graciela era una de las más entusiastas preceptoras. Marcos, durante varios minutos, se mantuvo absorto ante el testimonio visual del cual era involuntario espectador.

-         ¿Conocés a esa chica? – preguntó Marcos –
-         ¿Cuál de ellas? – replicó Rubén -
-         La de overol y camisa cuadros
-         Graciela Molina, estudiante de Antropología. Llegó al barrio hace un mes de la mano del Corcho, aquel pibe de barba y de buzo verde, otro estudiante de Filo. Militan dentro del Peronismo de Base en el ámbito universitario. La piba parece buena gente, solidaria, muy laburadora.
-         Es muy bonita – ironizó Marcos -
-         Bellísima. Anda sola. Parece que hace poco salió de una relación muy fuerte, prefiere no hablar del asunto. Según dicen sigue enamorada aunque en lo personal jamás le doy entidad a los rumores. De acuerdo con lo que me contó el Corcho el ex no es del palo, un burgués que jamás comprendería su elección de vida. Es más, le hizo un tirito y rebotó del peor modo. ¿Te resulta familiar?
-         Soy el burgués que jamás comprendería, Rubén.
-         ¡No te puedo creer!... Me quiero morir. Mierda con los prejuicios y las casualidades.
-         Vive a pocas cuadras de casa; estuvimos cuatro años de novios.
-         Nunca mencionaste el tema.
-         Jamás hablamos de mujeres.
-         Siempre me pareció que el amor es una cuestión privada, y que si el tema salía bienvenido sea, no voy a ser yo quién fuerce determinados asuntos.
-         Así lo supuse.
-         ¿Incómodo?
-         Tremendamente. Estoy pensando seriamente en rajarme.
-         ¿Veo qué te sigue interesando? – preguntó Rubén –
-         No puedo negarlo.
-         Naturalizá el encuentro. Disculpá que me meta en distritos privados, pero me parece que es una buena manera de relajar el momento. Además es probable que deba revisar los motivos de la ruptura, si es que dicha ruptura efectivamente se elaboró a partir de un cambio muy profundo en sus intereses y cierto perjuicio que esas modificaciones generan con respecto a los demás.
-         Aclarame ese último punto.
-         Es una cuestión de paciencia. La mayoría pretende que sus propias modificaciones sean comprendidas, aceptadas y hasta imitadas dentro de la misma sintonía temporal. Tal vez Graciela te haya enviado señales que por prejuicios propios no alcanzó a desarrollar en su verdadera dimensión. Sumale a eso que ambos estaban muy lejos de estas cuestiones. De modo que en lugar de poner las cartas sobre la mesa tal vez optó por exponer su nuevo ser individual a partir de un mensaje subliminal, aristas generalmente  confusas y extemporáneas, complejas de percibir.
-         Tu mensaje fue más efectivo que el de ella.
-         Yo no forcé ninguna situación. Vos elegiste estar hoy conmigo y acá. No tuve ninguna necesidad de convencerte. Solo, sin presiones ni pedidos, te interesaste por mi mundo. Te tuve paciencia.
-         Eso quiere decir que me buscaste.
-         Que no te quepa ninguna duda. El resto de la barra no es como vos. Tomemos a David como ejemplo. Lo nombro porque sé que es muy amigo tuyo. El tipo siempre trató de exportar gustos y deseos propios, nunca se esmeró, en lo que a mí respecta, por intercambiar experiencias. Yo no soy un boludo por mis elecciones. No juego profesionalmente al fútbol sencillamente porque no me interesa, no me agrada dentro del campo de mí individualidad profesionalizar algo que prefiero mantener dentro del terreno lúdico. Tampoco debería ridiculizar mi desinterés por el boliche y las juergas nocturnas. Opto por otros ámbitos, otros universos, ni mejores ni peores, distintos. Mal haría en descalificar gustos ajenos para valorar los propios, aún teniendo mérito para ello. ¿Graciela conoce a David?
-         Tuvo la oportunidad de dar con él en esas típicas y aburridas reuniones de parejas. ¿Vos creer qué me juzgó tras ese prisma?
-         Es probable. En lo personal – continuó Rubén –, y después de tantos años no me había dado cuenta la calidad de tu madera hasta aquella noche de la final contra Villa Luro. Observé con agrado que ni siquiera planificamos nuestro íntimo festejo por ese campeonato. Es más, no hablamos del asunto en el Balón. Para qué arruinar con palabras un momento que disfrutamos con extrema intensidad.
-         Viene para acá.
-         Así debe ser, es hora de planificar la actividad del día. La Capilla es el centro de reunión. Hoy tenemos fecha libre en el marco del torneo, de modo que vamos a compartir las actividades con el resto del grupo, excepto durante los noventa minutos que dura el entrenamiento. ¿Me vas a dar un manito con los arqueros?
-         ¿Te parece? yo solamente atajo, calificarme como arquero es demasiado grande.
-         El sábado pasado les adelanté a los pibes que les traería al mejor.
-         Contá conmigo.
-         En ésta te dejo solo Marcos.. en quince minutos te espero en la canchita. Hacé una cuadra y doblá a la izquierda, el pasillo te lleva.

Ese tal Corcho establecía con Graciela una suerte de “Catenaccio”, digno cancerbero muy propio de los esquemas defensivos del exitoso técnico del Inter Helenio Herrera. No la dejaba nunca en soledad; lo cierto es que parecía más preocupado en permanecer cerca de ella que concentrado en su específica tarea con los pibes. Hasta el mismo reencuentro lo tuvo como testigo del escueto diálogo.

-         ¿Vos acá? – se manifestó sorprendida Graciela –
-         Lo mismo pensé cuando te vi venir – retrucó Marcos -, de hecho conversaba con Rubén del tema.
-         ¿De dónde lo conoces?
-         Terminó la secundaria conmigo y esporádicamente viene a jugar al fútbol con la barra. Hace un par de meses comenzamos a frecuentar.
-         Es bueno cambiar de aire.
-         Tal vez el aire siempre haya sido el mismo, el asunto radica en no prejuzgar.
-         Ya lo creo. Te presento a Luis Maffeo, aquí lo conocen como el Corcho. No sólo es mi compañero en las tareas del barrio además cursamos juntos en la facultad.
-         Un gusto, Marcos Longhi.
-         Encantado viejo. ¿Amigo de Rubén?
-         Viejo conocido, amigo reciente.
-         Bienvenido entonces, siempre es bueno agrandar la nómina de voluntarios.
-         No sé si esto se va a extender en el tiempo. Hoy resulto solamente un invitado que viene a darle una manito a Rubén con los arqueros.
-         Me alegró verte Marcos, sobre todo aquí – interrumpió Graciela -. Vamos Luis, ya estamos atrasados, los chicos esperan.
-         En el almuerzo nos vemos – se despidió el Corcho mientras ambos se alejaban en dirección a la Capilla –

Marcos notó en Graciela una llamativa frialdad, displicencia lindante son el desinterés. Una sorpresa inicial, muy poco efusiva, dejó paso para que su meloso guardaespaldas encamine un exánime coloquio.

-         ¿Cómo te fue? – preguntó Rubén apenas Marcos se colocó a su lado para las correspondientes presentaciones ante el grupo de chiquilines –
-         Después hablamos, tengo ganas de entrenar a los arqueritos.
-         Bueno, ya me has dado una buena parte de la respuesta.
-         Qué sabio resulta no hablar de mujeres.
-         No siempre – replicó Rubén –

Luego de una breve ceremonia en donde Rubén asombró a los chicos contando algunas de las proezas de su amigo Marcos como arquero del equipo del barrio, dispuso dos grupos para comenzar los ejercicios. Debido a la concepción que tenía por el juego todo el ensayo se realizaba con pelota, prácticamente no había entrenamiento físico, apenas diez minutos de calentamiento de forma tal evitar lesiones musculares: trote alrededor de la cancha matizado con algunas carreras cortas y saltos alternados alcanzaban como menú para evitar toda contingencia. El grupo a cargo de Marcos estaba compuesto por los arqueros y los delanteros, de ese modo, además de ensayar con los porteros, cierres, achiques y cortes, se trataba de practicar definición. La relación entre ambas jerarquías dentro del juego resulta de “perogrullo” en consecuencia el joven ayudante no puso la mínima objeción con relación a lo determinado por Rubén. Éste tendría a su cargo el diseño de juegos y estrategias con la defensa y el mediocampo; cuestiones de manejo, circulación de pelota, marca zonal y demás cuestiones que hacen a eficientizar la posesión del balón. Gracias a la generosidad de varios clubes de la zona, Nueva Chicago, Vélez, All Boys y Deportivo Español, contaban con la suficiente cantidad de pelotas para realizar un ejercicio futbolero dinámico y sumamente entretenido. Tal cosa se dio casi espontáneamente obligando a extender el entrenamiento hasta minutos antes del almuerzo debido al necesario picado que el piberío reclamaba a modo de tributo. En esta oportunidad Marcos y Rubén tuvieron que afrontar el compromiso exigido por los chicos jugando uno para cada lado; el Cura Manuel no tuvo inconvenientes para oficiar como juez del encuentro. El duelo entre el número nueve y el arquero maravilló a la concurrencia que casualmente se hizo presente en el predio; la descollante actuación de Marcos en la ronda final de penales lo comprometió con los chiquilines de cara al futuro. Con diez minutos de demora arribaron al comedor vitoreando a su nuevo héroe ante la perpleja mirada de Graciela, el Corcho Maffeo y el resto de los jóvenes ayudantes.

-         No me gusta para nada el Corcho, lo vengo observando desde hace un par de meses y no me logra convencer – manifestó Rubén a instancias de Marcos. Ambos habían decidido almorzar apartados del resto del equipo para poder conversar en privado -. Me huele a buche.
-         Disculpame, pero no logro comprender – respondió Marcos mientras disfrutaba de la ración que le tocó del estupendo guiso que cocinaron la madres de la Villa –
-         Tu presencia me sirve de mucho. Observarlo cómo te observa me resulta muy enriquecedor, evidentemente Graciela ya le habló de vos. El tipo no me cierra. Marita Vallejos, la dueña de la casilla que está en la calle más apartada del barrio, me comentó haberlo visto conversando muy amigablemente con los de Torino. Dice que estuvo con ellos no menos de diez minutos, fue a la mañana bien temprano, antes que llegara la camioneta con la carga semanal. A esas horas del sábado es muy escasa la cantidad de transeúntes que circulan por el barrio.  Según sus dichos, cuando lo cruzó, so pretexto de haber ido ir a comprar cigarrillos me contó que le mencionó bromeando “ni el encendedor del auto les funciona a estos crotos”. Marita Vallejos son mis ojos dentro de la Villa. Me cuenta todo lo que sucede, quién entra, quién sale, el transitar de caras extrañas.
-         Deberías hablar con Graciela, ella lo conoce más.
-         Para eso está vos. Me parece que es un distrito que te abarca. Vos tenés o tuviste una relación que nos permite sopesar el afecto que ella siente por el Corcho. No tengo dudas que tu palabra tendría más peso que la mía con respecto a este sujeto.
-         De todos modos no entiendo las razones de tu temores.
-         Desde poco tiempo antes de la muerte del General se ha posicionado muy fuertemente la derecha fascista dentro del Gobierno. Toda actividad política que implique algún sesgo socialista o posea un tufillo de izquierda, sea dentro de la militancia concreta o en las organizaciones sociales es observada con mucha atención y cuidado por parte de la gente de López Rega. Incluso se corre la bola que armó una suerte de grupo paramilitar que supuestamente no sólo se cargó al Padre Mugica, sino además a varios de los militantes más notorios; también están intimando mediante amenaza de muerte a algunos compañeros comprometidos políticamente para abandonar el país. En otro plano la cacería contra las organizaciones armadas populares ya es un hecho; los tipos ven en cada colectivo solidario el caldo de cultivo para cuadros revolucionarios, en consecuencia la escalada de violencia estatal en cualquier momento se efectuará sin eufemismos, a cara descubierta y dentro del marco pseudolegal que les da este formato democrático ciertamente particular. Con los medios a favor manejar a la opinión pública no les costará demasiado, de modo que cualquier fusilamiento, cualquier emboscada, puede pasar como enfrentamiento sin solución de continuidad. La figura del infiltrado se ha generalizado. Hoy un tipo joven, barbado y con morral puede ser tanto un militante social como un suboficial de la bonaerense o de la Federal encubierto. Lo mismo pasa con la pibas; detrás de una hippona drogona, supuestamente amante de la música de Janis Joplin y Jimi Hendrix, puede ocultarse una siniestra delatora.
-         ¿Y los milicos? – preguntó Marcos –
-         Por ahora oficialmente no hacen ni dicen nada. Creo que están esperando el natural desgaste. La banda del Brujo está desmadrada y las organizaciones armadas volvieron a la clandestinidad luego de la agachada de Perón a favor de la derecha en aquel discurso de la plaza.
-         Es un clima muy jodido el que me planteas. No alcanzo a entender quién fogonea esta escalda de violencia.
-         Forma parte de la guerra fría. Por un lado impedir que el socialismo y el populismo se asienten en Latinoamérica, lo que ocurrió en Chile con Salvador Allende es un dato elocuente. Un Presidente democrático que intentó un esquema nacional y popular fue derrocado sin miramientos por los sectores más acomodados de la sociedad local, además dicho golpe contó con la anuencia de los Estados Unidos, motorizado por sus propios intereses económicos en alianza con las fuerzas armadas. Ahí tenés la respuesta. Por otro lado la propia desorganización de los sectores populares. En la actualidad salvo contadas excepciones la mayoría de los sindicatos, los partidos políticos y las organizaciones intermedias, como el Clero, acuerdan con dicho alineamiento. La demonización que se hace sobre la Revolución Cubana es elocuente al respecto. Socializar la riqueza, horizontalizar la propiedad de los medios de producción, instalar definitivamente que tras cada necesidad existe un derecho como decía Evita, profundizar una reforma agraria son tópicos que incluyen recortar privilegios, cuestión que los poderosos no están dispuestos a negociar alegremente.
-         ¿Pero acaso no son todos peronistas estos tipos?
-         En lo personal siempre me costó entender al peronismo. Esto no significa que no tenga explicación, es probable que a mí me falte capacidad analítica y formación política para elaborar semejante complejidad. Eso de aceptar que existe tanto un ala derecha como un ala izquierda tan marcadas me resulta, por el momento, una ecuación sin resolución. Puedo aceptar matices ideológicos dentro de rangos razonables. Me preguntarás ¿qué es razonable? A esta altura del partido ni yo mismo lo sé. Observemos al Radicalismo. Está la Línea Nacional con Balbín a la cabeza, un tipo de centroderecha bastante moderado. La presidencia de Illía, por ejemplo, tuvo rasgos muy interesantes en cuanto a tratar de horizontalizar los derechos, sin ir más lejos recuerdo la ley de medicamentos. Enfrentando a ésta se encuentra el incipiente intento de Raúl Alfonsin por armar un ala de centroizquierda, por ahora minoritaria, pero siempre presente dentro del debate. Es decir, ambos se manejan dentro de matices, siempre sujetos a los lineamientos ideológicos fundacionales. Nadie podrá asumir la existencia de un Radicalismo revolucionario, menos aún de uno fascista. Menú que sí te presenta el Peronismo. En las últimas elecciones yo me incliné por la Alianza Popular Revolucionaria: Alende – Sueldo era la fórmula. Emergentes de un radicalismo desarrollista en alianza con algunos sectores dispersos del socialismo. El Doctor Oscar Alende supo gobernar la Provincia de Buenos Aires desde el 58 hasta el 62 muy eficientemente y con un alto contenido social. El cáncer de la proscripción se lo llevó puesto; el pueblo, asumiendo el principio de acción y reacción nunca se detuvo en la valoración de su enorme tarea ejecutiva. La antidemocrática exclusión política hizo que hasta el mismo Bisonte cayera en la volteada de la indignación. Temo que el poder, dentro del peronismo, es lo único que cuenta; acceden a él y luego dirimen sus asuntos internamente, de modo democrático o a los tiros. Debemos admitir también que sin poder es imposible gobernar y menos aún llevar a cabo los cambios sociales que nuestra Patria reclama – finalizó Rubén –
-         Yo voté Perón – Perón, sospecho que convencido por cierta historicidad familiar, sobre todo de parte de mi viejo, te dije que fue dirigente sindical en la UOM. Hasta que te conocí siempre estuve muy alejado de estas cuestiones. Mi vieja odia la política, pero mucho más a los milicos. Mi abuelo materno fue un anarquista que buena parte de la década del treinta se la pasó preso. El peronismo lo convenció, estuvo en la plaza el 17 de octubre, adhirió al movimiento hasta que lo recagaron a palazos durante huelga de los ferroviarios. Nunca más militó, se dedicó a leer y a escribir. Murió en el 59, precisamente el uno de enero, día en que los barbudos entraban triunfantes en La Habana. ¿Crees qué Graciela puede estar en peligro?
-         Es una probabilidad, igual que el resto. Si este tipo es lo que sospechamos estamos todos marcados. Te aclaro que el primero en la lista es el Cura.
-         ¿Me estás asustando o probando?- inquirió Marcos algo disgustado –
-         Ni una cosa ni la otra. Te considero uno de mis más cercanos afectos, ni siquiera aquí tengo relaciones tan firmes, mal puedo invitarte para que compartas mi mundo sin mencionarte los riesgos que tiene. Y te aclaro que son riesgos con los que hace mucho tiempo he decidido convivir. Tengo miedo, y a esta altura me parece que resulta sano asumirlo, de algún modo te previene, te ayuda a sentirte falible, te aleja de ese sujeto ostentoso y soberbio que supone estar exento de dilemas. Para estar aquí es necesario tener un firme compromiso con las convicciones y saber que si el momento impone tener que tomar las armas no se puede dudar, ya que serán ellos o nosotros. Varias veces hablé con el Cura sobre el tema. Todas las noches reza para que alguien le ponga paños fríos al presente.
-         Pero si acá no estás haciendo nada malo o punible.
-         Por eso mismo. Los fachos nos ven impredecibles, no domesticables, ya que a la par de no tener precio nos observan como tipos que le entramos a la gente por el lugar en donde pasan sus verdaderas penurias cotidianas. Tienen una percepción lineal de la disyuntiva. Cualquier acción colectiva solidaria que perdura en el tiempo y llegan a grandes bolsones de la población te la pintan de rojo y se acabó el asunto: “Están tratando, mediante manejos demagógicos populistas de importar ideologías extrañas a nuestras costumbres occidentales y cristianas, dicen muy convencidos con sus mentiras.
-         El panorama que me das no es para nada alentador – interrumpió Marcos sonriendo con marcado desdén -. Hasta hace cinco minutos me preocupaba Graciela, ahora me preocupa todo: vos, el Cura, el barrio, el resto de los muchachos. Gente que tan alegremente hace cosas por los demás en medio de un paisaje que no brinda comodidades ni esperanzas.
-         Yo no sé si vas a repetir esta experiencia sabatina de cara al futuro, lo único que te pido es que converses con Graciela sobre el “Corcho” Maffeo y me tengas al tanto. Te imaginarás que en la coyuntura es un tipo sin relevancia dentro de los resortes que maneja el Estado, pero sería muy bueno para el grupo darle salida cuanto antes, siempre que confirmemos nuestras presunciones.
-         Dalo por hecho, el único interrogante por saber es si Graciela me dará cabida.
-         No tengo dudas que vas a tener mucho éxito en la empresa. Vamos para el campito, los pibes no me perdonarían que los prive de su nuevo ídolo

Esa noche de sábado Marcos llegó tan cansado como confundido a su casa. Supuso que ambas cosas estaban absolutamente justificadas y tenían íntima relación con el estado de tensión interno que supo cimentar luego del almuerzo. Durante la tarde había logrado cruzar un par de palabras con Graciela aprovechando cierta distracción por parte del Corcho. Sin insistir demasiado, de modo evitar molestias de las cuales no se puede retornar, logró que acepte tomar un café el Domingo por la tarde en la San José, confitería ubicada en la ochava que dibuja Rivera Indarte con la Avenida Rivadavia, aprovechando que la joven iba a estar de visita en la casa de su parentela de Flores. Se pegó una ducha, puso la ropa a lavar y cenó en la soledad de su cuarto. Desoyó los cuatro llamados que David, con su acostumbrada insistencia, le hiciera para ir a bailar con la barra a Pinar de Rocha. Con la ayuda de su madre y la excusa de un estado gripal avanzado logró que el muchacho resigne su porfía. Marcos prefirió concentrarse en la lectura del libro que le había regalado Rubén, cosa que pudo lograr a medias debido a que permanentemente se le cruzaba la imagen de Graciela y el encuentro que en pocas horas tendrían, no ya con la intención de recuperarla, sino para tratar temas en donde la vida y la muerte estaban a la vuelta de la esquina. Al llegar a la página cincuenta entendió que Papini no merecía el desplante, de forma tal, se inclinó por prender la radio; Del Plata incluye excelente música los sábados por la noche pensó. Apagó la luz y trató de encarar una diligencia que hasta el momento parecía imposible, dormir. El póster de Claudia Cardinale, fijo en la pared, aparecía y se ocultaba a instancias de la cortina americana en la misma medida que los focos de los automóviles anunciaban su circulación callejera; apenas una escueta lencería inferior de tono oscuro, la camisa totalmente desprendida dejando intuir su extrema opulencia, el cabello mojado, la cara lavada y su cuerpo tirado en la arena era toda una invitación para un joven sortilegio. Tampoco tuvo voluntad para gozar físicamente del maravilloso espectro tunecino que tenía delante. Cerró los ojos; diseñó decenas de argumentos, relatos, preguntas, discursos, hasta que por fin la luz de la mañana le comunicó que dormir no le había resultado una quimera, cuestión con la cual había especulado con exagerado denuedo.

La formalidad horaria de los jóvenes era cuestión histórica. Ambos coincidían que el respeto y el afecto por el otro comienzan a ser reconocidos a partir de la cortesía y la consideración que se tiene por la puntualidad. Un beso distante, casi amigable, acaso náufrago, precedió al ingreso por la puerta principal de la confitería. Una de las mesas linderas a los ventanales que orientaban hacia Rivera Indarte fue ocupada sin que medie debate ni cambio de opinión.

-         ¿Cómo te va tanto tiempo? – preguntó Marcos –
-         Nos vimos ayer – mencionó de modo tajante Graciela –
-         Me refiero al tiempo recorrido desde que dejamos de vernos.
-         No tengo mucho para contarte. Curso Antropología durante la mañana y pude conseguir por medio del “Corcho” un cargo de preceptora en el colegio Misericordia de Flores. Los sábados hago trabajo social en el barrio y el resto del tiempo ayudo en casa. Acaso algo de cine y de teatro los domingos, nada especial.
-         ¿No hacés más tenis en Ferro?
-         Dejé definitivamente. En un momento hice un corte definitivo con todo aquello que me incomodaba, obligaciones mucho más ligadas a deseos ajenos que a la satisfacción propia. En algún sentido estaba viviendo bajo el prisma de terceros. Mis viejos, vos, mis amigas del club, mis hábitos; todo ese equipaje lo sentía como extranjero de mí. Me harté de la niñita supuestamente perfecta, aplicada, formal, obediente. De hecho tengo pensando independizarme; esto se somete a que consiga otro cargo más como preceptora aunque signifique aletargar un poco la carrera o en su defecto tener que cursar de noche.
-         ¿No te parece qué a la distancia y de acuerdo con nuestra historia hubiese sido importante y enriquecedor conversar conmigo sobre tus dilemas de entonces?
-         Seguramente. Es probable que haya sido injusta, sobre todo con vos. Te quise y te quiero mucho, lo cierto es que no volví a tener relación con nadie. Detestaba mi vida Marcos y eso te incluía, aunque lo tuyo haya sido culposo estabas allí en el momento y en lugar inadecuado. Nunca te observé como posibilidad de auxilio ya que pertenecías a un círculo que odiaba. Ahora que tengo la oportunidad te debo agradecer la actitud que tuviste ante mi autónoma decisión. Evitaste todo tipo de conflicto y desmesura, fuiste caballero y dejaste que el tiempo hiciera lo suyo. Tal vez no todo está roto, acaso lo nuestro requiere de sabias correcciones.
-         Está en vos. En lo que a mí respecta no tengo nada que reprocharte. Lo único que les pido a las personas que deciden estar a mi lado es que lo hagan a satisfacción y en libertad. Nada de cerrojos ni cancelas.
-         Genial. Me sorprendió verte por el barrio con Rubén, no sabía que formaba parte de tus relaciones más cercanas.
-         Se dio naturalmente y justamente coincidió al poco tiempo de dejar de vernos. Ya te comenté juega conmigo en el equipo que tenemos con David y el resto de la barra.
-         ¿Todavía te ves con ese pavo?
-         Casi nada, diría que nada.
-         Eso te mejora.

La llegada de los dos cortados solicitados permitió alterar el sentido de la conversación hacia temáticas ciertamente más delicadas.

-         ¿Qué te une al Corcho Maffeo?. No te ofendas. Te lo pregunto sin el menor intento de indagatoria, tengo mis razones para detenerme en el personaje.
-         Ya lo sé, hace muchos años que te conozco. Es un simple compañero de facultad con el cual coincidimos en la militancia dentro del peronismo de base. Ya te dije, gracias a sus contactos estoy trabajando en el colegio como preceptora; el voluntariado solidario que hago en la Villa lo asumí como parte de un compromiso militante. Para nada estoy convencida de que la situación de indigencia de esas personas se modifique desde la caridad y la limosna. Volviendo a Luis no te voy a negar que al tipo le intereso de otro modo, lo cierto es que en oportunidades me pone bastante incómoda, creo que hasta ahora lo pude manejar. Sospecho que cuando no pueda la cosa explotará y veremos qué pasa. Con vos allí todo cambia, me siento más protegida.
-         ¿Y Rubén?
-         Es una suerte de líder. El menos histriónico quizás, bastante apocado, pero sin dudas el más observador. Todos sabemos que su ascendencia que los chicos es superior a la del resto de nosotros, no sólo por su don de gente y compañerismo sino porque además interviene activamente en lo que más seduce a los pibes: El fútbol. Con lo de ayer vos te ganaste buena parte del afecto de los chiquilines.
-         En qué compromiso me has metido Gra. Por un lado mi presencia te hace sentir más protegida, por el otro me hablás que los pibes se han entusiasmado conmigo. Y yo que ando con dudas. No creo tener la suficiente convicción como para aceptar los riesgos, sin embargo todo lo que vi ayer me pareció formidable desde muchos aspectos. Coincido con vos, el voluntarismo no va a cambiar a la sociedad, esto es estructural, en consecuencia la micro y la macroeconomía juegan su partido, y ese encuentro sólo es posible jugarlo en la cancha de la política. Los conflictos y los intereses están dentro de ese campo, imposible establecer una mejor distribución de la riqueza sólo a partir de un deseo individual.
-         Lamentablemente tenés razón aunque tu discurso suene a burócrata. En la agrupación te enviarían al ostracismo. En eso coincidís con el Cura Manuel. El tipo se considera solamente un paliativo, un mero placebo que se ofrece ante una enfermedad terminal.
-         ¿Y los muchachos de la agrupación?
-         Están recontra cebados. Pretenden cambiar ciento sesenta y cuatro años de historia con dos balines y una gomera. Además esas cuestiones no pueden ser llevadas a cabo por un grupo de iluminados que dicen responder a las masas cuando esas mismas masas ni siquiera saben de qué se trata la cosa. La conciencia social en primer lugar, la lucha armada y popular como consecuencia ineludible ante la ignominia. Alguna vez le pregunté al Corcho qué pasaría si en vez de estar nosotros en la Villa hubiera un grupete de fachos repartiendo comida simplemente para no crearse un conflicto social, cosa que a la vez les permitiese seguir manteniendo el orden establecido, tal cual  hicieron los caudillos conservadores del interior durante la década del treinta. No me supo responder.
-         Hace poco leí que a la Iglesia no le molestaba la existencia de la pobreza, lo que quiere en realidad es que los pobres sean buenos. Temo que para algunas ideologías extremas la cosa funciona igual. En este caso tampoco los incomoda el pobre, lo que intentan es domesticarlo. Debe ser por todo esto que considero, dentro de la coyuntura, que cualquier acción armada resultaría muy funcional a los fines de los que siempre ganaron. Creo que la lucha la debemos dar desde la política formal sin apartarnos un ápice de los preceptos democráticos. Es la mejor manera para asentar un proceso social con características evolutivas que tiendan a un progreso equitativo. Desarrollo económico sin equidad es la nada misma, peor aún, las diferencias acrecentarían los conflictos.
-         Entonces nada tenés que hacer allí. ¿Hablaste de esto con Rubén? – cuestionó la joven.
-         No todavía. Pero me permito corregirte. Yo puedo estar allí aún en disidencia con respecto a las formas y los modos de cómo se solucionan la penurias del pueblo. Puedo adherir al voluntariado social sin tener la necesidad de aceptar que un arma resulta un método válido para terminar con las urgencias. Rubén sospecha que el Corcho es un buche del Gobierno.
-         Vaya coincidencia. Hay un par de compañeros militantes de la Facu que lo tienen calado. El tipo se maneja con una libertad de acción que causa curiosidad. Habla delante de cualquiera sin importar el lugar y el tema. Habrás visto que ninguno de los chicos del grupo que trabaja en la Villa se mostró confianzudo y abierto. Tal conducta resulta una suerte de anticuerpo. Así de comportan todos, excepto el Corcho. Él se mostró muy conversador y afable con una persona, en este caso vos, de la que nada sabía.
-         Rubén me comentó que el sábado muy temprano, antes de que llegara el resto del grupo, lo vieron conversar muy amigablemente con los tipos de seguridad del Ministerio que están apostados en el barrio. Según comentan, cuando fue descubierto argumentó que les estaba pidiendo fuego. Fuentes confiables aseguran que la charla duró algo más de diez minutos.
-         Complicado el asunto – sentenció Graciela ciertamente preocupada -. Si lo echamos a la mierda pueden venir represalias; si lo dejamos dentro corremos peligro, sobre todo el Cura; si no naturalizamos su presencia se dará cuenta de inmediato que sabemos para quién trabaja de modo que su peligrosidad de potencia exponencialmente. De todas formas esta serie de razonamientos descansan sobre la base de una duda. Duda que es urgente despejar.
-         Y no podemos bajo ningún concepto dar por ciertas cuestiones no probadas.
-         Pensemos en voz alta – interrumpió Graciela -. Más allá de nuestras presunciones sobre la peligrosidad de Maffeo sabemos positivamente que es un tipo bastante limitado y algo soberbio en su modo de actuar. Quizás relacionándome con él un poco más cercanamente nos brinde la posibilidad de cotejar sus conductas.
-         ¿Llegando hasta dónde?
-         No es para tanto. Sé como manejar a los hombres. Él sabe que fuiste muy importante en mi vida en consecuencia diseñarle una estrategia temporal a sus aspiraciones no me costará demasiado. Ese tiempo me permitirá ingresar a su mundo interior y descubrir sus distritos más complejos. Me gustaría poner al tanto a Rubén sobre la idea para ver que piensa. De todas formas se impondría que vos no aparezcas más por la Villa. De alguna manera y ante su eventual consulta yo le explicaría que tu renuncia al voluntariado en el barrio se debe a simples motivos de incomodidad personal. Tal cuestión reforzaría sus apetencias individuales – finalizó Graciela –
-         A priori no puedo aceptarlo.
-         ¿Tenés el teléfono de Rubén?
-         Si.
-         Ahí está el público, yo tengo monedas llámalo, y si puede, decile que venga. Con suerte es probable que el asunto lo resolvamos hoy.
-         ¿Estás segura?
-         No. Pero no nos quedan muchas alternativas, sospecho que con el grado de calentura que tiene este pibe conmigo no corro riesgos. En el fondo sigue siendo un pendejo que buena parte de sus razonamientos pasan por la cama.
-         Veo que está en tu cabeza el límite.
-         Nunca me acosté con alguien por fuera de la comunión que sostienen el amor y el placer, por eso hasta ahora fuiste mi único amante. Y no sigas porque no respondo por mis recuerdos.
-         Entonces voy a seguir.
-         Llamá a Rubén, después vemos.

Un cartelito que indicaba “No Funciona” obligó a Marcos a cruzar Rivadavia e intentar hablar desde alguno de los aparatos instalados en la Plaza Flores. Con el más distante, aquel apostado en Yerbal y Artigas, tuvo el resultado esperado. Aproximadamente, y según sus propias palabras, en treinta minutos Rubén llegaría a la confitería San José.
Marcos pasó por el kiosco, compró un atado de Particulares 30 y un par de bocaditos del gusto de Graciela. De regreso lo estaba esperando una bella sonrisa femenina, gesto que ciertamente hacía varios meses necesitaba disfrutar. Hasta la llegada de Rubén la pareja conversó banalidades; Marcos insistía con erotizar la charla de modo incentivar el libido de Graciela tratando cuestiones que indudablemente ambos añoraban; ella al contrario de lo que fuera su contenida y apocada historia respondía con novedosa libertad sobre lecciones físicas que deseba experimentar. En cierto momento las manos se entrelazaron, ambos comprobaron que el tiempo no había logrado marchitar sus individuales sudores cuando de sexo se trataba. El arribo de Rubén fue recibido con notorias muescas de contradicción.
La propuesta del recién llegado para cambiar de mesa en procura de mayor comodidad no mostró objeciones al igual que la invitación para una ronda de submarinos con medialunas que él mismo se comprometía afrontar de modo cordial. De inmediato comenzaron a  desandar las ideas fuerza que habían bocetado hasta hace instantes encontrando en Rubén cuestionamientos anexos que enriquecieron notablemente la idea madre. Si bien no estaba convencido, debido a que un buchón más o menos no movía el amperímetro del riesgo, no consideraba un despropósito saber si tenían un infiltrado dentro del grupo, además estimó coherente ante el panorama que Marcos no regrese al barrio. Propuso poner en autos al Cura Manuel sobre la situación para que como responsable del programa se maneje con prudencia. Expuso como trascendente mantener la distancia dentro del ámbito de la Villa entre él y Graciela y que el nexo de la información circule por fuera de ella a través de Marcos. El trío acordó que la casa de éste sería el mejor lugar de reunión. Lugar que esa misma noche daría fehaciente testimonio del reencuentro erótico de la pareja, sin las opacidades y los temores pasados, y ante la atenta y sugerente vigilia de Claudia Cardinale.

Durante las dos semanas siguientes Marcos no tuvo novedades de sus compañeros de modo personal. Muy poco adiestrado en la materia supuso que la jerarquía militante de Graciela y sobre todo la de Rubén determinaban que así debía ser. El viernes de la primera semana, luego de la reunión en la confitería San José de Flores, fue el último contacto telefónico que había tenido con la muchacha. En esa llamada la joven le había manifestado que estaba muy cerca de confirmar las presunciones y que la jornada solidaria del día siguiente en la “Ciudad” sería definitiva para desenmascarar al Corcho Maffeo. Un beso fue lo último que escuchó desde el otro lado de línea. En cuanto a Rubén varios llamados realizados no obtuvieron respuesta. Desde hacía un par de años el muchacho se había independizado habiendo alquilado un pequeño departamento tipo casa ubicado en la calle Esteban Bonorino casi esquina Balbastro en pleno bajo Flores. Al no tener el número telefónico de sus padres nada pudo avanzar para localizar su paradero. La severidad de la angustia estaba mostrando sus primeros rasgos. A estas alturas El Libro Negro de Giovanni Papini formaba parte de un gratísimo recuerdo. En varias oportunidades pasó por el frente de la casa de Graciela encontrando siempre el mismo panorama, todo cerrado; hasta se atrevió en una ocasión a tocar el timbre sin obtener resultado positivo por lo que decidió concurrir al día siguiente a la Villa. Esa misma noche de viernes David pasó por su casa para armar la nocturnidad del sábado y refrescarle a la vez que el domingo por la mañana tenían confirmado el desafío contra los egresados del Marianista. Ciertamente disperso Marcos aceptó ambas propuestas con el objeto que David se fuera prontamente; antes de irse, éste le mencionó que no se olvidara de llamar a Rubén.
A media mañana del día siguiente ingresó por la calle principal de Ciudad Oculta. Prefirió llegar en ese horario entendiendo que con las actividades del voluntariado en pleno proceso nadie iba a repara en él. Efectivamente no se equivocó. Ambos móviles de seguridad estaban en las cercanías del campito por lo que su entrada no tuvo testigos que eludir. Ingresó a la capilla y de inmediato reparó que el Cura Manuel no era quién estaba confesando; un Sacerdote más viejo y de gesto adusto se mantenía firme en su casilla a la espera que los fieles finalicen su desfile penitente. A pesar de alguna cara familiar escogió no incomodar continuando con su recorrido hasta llegar al predio en donde acostumbraba ensayar la murga y el teatro. La esperanza de dar con Graciela se potenció al escuchar que la música sonaba tan fuerte como en su anterior visita. Su expectativa se desmoronó de inmediato al constatar que otro grupo de jóvenes estaba al frente de la actividad, un paisaje similar encontró cuando arribó al campito futbolero. Algunos pibes lo saludaron con afecto y le preguntaron en voz alta por Rubén; desde uno de los laterales sonreía amigablemente sin saber que decir mientras trataba de hacer tiempo en procura de algún gesto que lo invitase a conversar sobre las ausencias. La misma alegría, el mismo entretenimiento, el mismo escenario, simplemente los actores que él había visto en la primera presentación de la obra habían sido licenciados. Algunos minutos pasaron hasta que recordó a Marita Vallejos, señora de suma confianza que Rubén tenía dentro de la Villa. Inmediatamente partió hacia la zona del barrio en donde estaba su casilla. Cuando más o menos logró orientarse correctamente por entre el laberinto de los pasillos le preguntó a uno de los parroquianos la ubicación exacta de la casa. El hombre, luego de informarle con precisión el sitio buscado, le aclaró que no estaba en su domicilio debido a que tuvo que viajar con urgencia a Salta producto de una severa descompensación que había sufrido una de sus hermanas.
Marcos se sintió desprovisto, perdido, sin tener la menor idea de cual sería su próximo paso. Continuó recorriendo el barrio sin destino cierto, observando que la vida continuaba y que nadie se detenía a contabilizar las ausencias. A metros de salir del predio dos hombres bien portados, de civil, se le acercaron invitándolo a detenerse. Uno de ellos era el Corcho Luis Maffeo.

-         ¿Qué estás haciendo por aquí? – preguntó el Corcho -
-         Pasé a saludar, vine a ver como estaban – mintió Marcos, y continuó - Como no tuve oportunidad de volver y tenía el día libre se me ocurrió pasar la mañana con el piberío. ¿Y el Cura, y los chicos del grupo?
-         La cosa cambió. El proyecto solidario de voluntariado dejó paso a un modelo institucional a cargo de gente contratada directamente por el Ministerio de Bienestar Social. Son todos  recursos rentados.
-         ¿Y vos?
-         Soy uno de ellos, más precisamente el supervisor.
-         ¿Qué pasó con el Cura?
-         Su congregación lo mandó de clausura a Córdoba.
-         ¿Siguen participando en los torneos Evita?
-         Si. El técnico es un muchacho que hasta hace poco jugó en la primera de Racing
-         ¿Rubén, Graciela?
-         No los vi más. Supongo que los habrán destinado a otro proyecto.
-         ¿Pero vos no militabas con ella en la facultad?
-         No curso más. Abandoné hace diez días.
-         Qué pena, se los veía muy unidos.
-         ¿Vos fuiste novio de ella, no?
-         Hasta hace seis meses.
-         Parece que las chicas cambian y uno se da cuenta tarde.
-         Parece.
-         No me dijiste nada de Rubén.
-         ¿Tenés algo de tiempo?
-         Si, de hecho como te dije venía con la intención de pasar toda la mañana – Marcos no se iba a retirar del lugar sin saber el destino de su gente -
-         Acompañame a la oficina, es una casilla que diseñamos para recibir solicitudes y  propuestas de los vecinos.

Marcos ingresó a la oficina ignorando si saldría vivo de ella. Cada vez estaba más seguro que ese hijo de puta era el responsable del presente de Graciela y de Rubén.

-         Oficialmente ambos se encuentran detenidos – confesó Maffeo –
-         ¿Detenidos? ¿Qué hicieron?
-         Aparentemente se los acusa de pertenecer a sendas células revolucionarias que hace poco tiempo comunicaron su entrada a la clandestinidad. Graciela lo hizo dentro del grupo denominado Montoneros, Rubén a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, FAR.
-         ¿Están en pedo? Los conozco muy bien, es imposible. ¿Dónde los tienen?
-         Lo ignoro. De todas formas, que vos lo ignores no significa nada.
-         No me jodas, vos la conoces a Graciela tanto como yo. Un arma en manos de ella resulta una entelequia.
-         Mirá Marcos. Te recomiendo que vuelvas sobre tus pasos y no regreses. La cosa está jodida y se pondrá peor. No intentes nada que pueda ponerte en peligro ya que no sólo vos correrías riesgos innecesarios sino también tu vieja. Fijate que los padres de Graciela tuvieron que emigrar, les dieron dos días para abandonar el país. Yo mismo me tuve que hacer cargo de que se cumpla la orden. El matrimonio estuvo un día bajo el amparo de la diplomacia mejicana en dependencias de la Embajada a la espera de abordar el avión.
-         Debo entender que vos también elegiste un espacio de lucha – inquirió Marcos -
-         Yo siempre estuve del mismo lado – replicó el Corcho –
-         Rubén tenía razón entonces.
-         Temo que ese fue su error. Haceme caso, no te metas en quilombos, vos no sos un tipo que está comprometido en estas cuestiones. Armate de una vida y mirá para el costado. Es mejor que las disputas queden entre nosotros, los peronistas, a que intervengan los milicos como fue toda la vida. No te pienso decir nada más, andate y no vuelvas, Te aseguro que nuestro próximo encuentro no será tan amable.

Marcos llegó a su casa de Floresta luego de un viaje en colectivo ciertamente perturbador; apenas ingresó, su madre le comentó que le había dejado en su cuarto, sobre la cama, una carta dirigida a su persona sin remitente ni sello fiscal, misiva que había encontrado bajo el felpudo exterior media hora después que él se fuera para el barrio. Sin pérdida de tiempo se encerró en la pieza concentrándose en su lectura...

 

                                                                  31 de Octubre de 1974

Marcos

                  Ni se te ocurra aparecer por el Barrio. La gente del Brujo nos ha borrado de un plumazo. Puso a su tropa. El laburo ya no es voluntario, estos tipos cobran y muy buena guita. En su mayoría son cuadros politizados de las distintas fuerzas de seguridad más algunos hijos de funcionarios y gente cercana a Puerta de Hierro. El hijoderremilputas de El Corcho es quién maneja la Villa. Marita ya voló, la llevaron hasta Retiro, la pusieron arriba del tren y la mandaron a su provincia; al Cura Manuel le inventaron una causa por abuso deshonesto, en dos días la Curia lo envió como penitente a Córdoba; el resto del grupo se disgregó, sospecho que cada uno habrá resuelto como pudo. Yo estoy en Uruguay, llegué hace una semana, paro en la casa de un compañero Tupamaro. Mis viejos ya están avisados y saben perfectamente lo que hacer. Dudo que me quede mucho tiempo en tierras orientales, la cosa por aquí viene tan pesada como en Argentina, supongo que en la primera de cambio intentaré vía Venezuela llegar a Méjico, según me comentaron ya se han agrupado varios clanes de exiliados rioplatenses por aquella tierras. Tratá de mantenerte al margen, estos tipos no tienen límites. Es una banda de desquiciados autodenominada Alianza Anticomunista Argentina. Sus comunicados aparecen con la sigla AAA.  Hay en juego guita, poder, algo de racismo, y por sobre todas las cosas intereses económicos puntuales, tanto internos como externos. Los luchadores sociales están siendo marginados e invitados “amablemente” a exiliase, por ahora, con aviso mediante; esto se manifiesta en sindicatos, estructuras solidarias laicas y religiosas, cultura, medios de comunicación y partidos políticos. No sé hasta dónde puede llegar esta locura y más tendiendo en cuenta que las organizaciones armadas en la clandestinidad ya han declarado la continuidad de la lucha contra el régimen fascista.

Vamos a lo importante: Graciela. Dicen que el Corcho Maffeo, con ayuda de cuadros infiltrados en la Facultad, descubrió que la piba lo estaba forreando con el objeto de desenmascararlo. Pisó el palito, habló con la gente equivocada. Y mirá que se lo advertí. Sé que no está detenida en ningún centro penitenciario oficial por lo que no sería descabellado pensar que Maffeo la tiene en su poder. El tipo vive en un departamento ubicado en Senillosa al 1500, a una cuadra del gasómetro de Avenida La Plata. Cuando San Lorenzo juega de local siempre va a la cancha, y más por estas épocas que andan dulces, el gentío circulante puede servirte de pantalla. Además tené en cuenta que durante casi todo el sábado está en la “Ciudad”. Si vas a hacer algo podés contar con el Manco Feliccetti, con Francis Pernau, con el Yuga López y con el Mudo Troncoso. Al tiempo que estés leyendo esta carta ellos ya estarán al tanto de todo, le tienen unas ganas al Corcho que se salen de la vaina. Sólo esperan que vos te pongas en contacto. Paran todos los sábados por la noche en el bar Tío Fritz, fonda ubicada en la esquina queda de Bacacay y Artigas. Vos andá, ellos saben quién sos. Hace rato me hice cargo que te visualicen. La información es fehaciente, nosotros también tenemos gente infiltrada entre los fachos. El Manco está en coordinación federal, gracias a él salvé el pellejo, mientras que el Yuga es maestranza dentro de Bienestar Social. Aunque no lo puedas creer también tenemos algún milico de mediano rango de nuestro lado. Que tengas mucha suerte compañero, sólo espero que algún día nos volvamos a ver. Cuidate y no te expongas sin necesidad, evalúa los riesgos. Un abrazo.

                                                                                       Rubén Caridi


Esa misma noche de sábado, una vez llegado al bar Tío Fritz, recordó su compromiso con David por lo cual se vio obligado a utilizar el teléfono público que estaba ubicado en la parte posterior del establecimiento, más precisamente en el salón familiar. La insistencia de su interlocutor en función de convencerlo para que asista tanto al boliche como al partido del día siguiente encontró un corte abrupto de la comunicación, cosa que trataría de enmendar durante la semana so pretexto de haberse quedado sin tiempo de llamada.
Mientras de disponía a ubicarse en una de las mesas del salón destinado para los parroquianos corrientes, una voz proveniente desde el interior del salón familiar requirió su atención utilizando llamativa familiaridad – Marcos Longhi, te estábamos esperando, por aquí, tomá asiento -. La mano de Francis Pernau se extendió amablemente ante la vigilante mirada de sus otros tres compañeros de mesa. La presentaciones de marras se efectuaban mientras Correa, el histórico mozo del lugar, acercaba una mesa adicional de modo brindar mayor comodidad. La picada completa, minuta de enorme prestigio en el barrio por lo abundante y variada, invadía con sus tablas cada centímetro cuadrado de las mesas siendo escoltada por dos botellas de cerveza negra de litro. Seguros de tener absoluta reserva comenzaron a debatir el futuro tomando como base la información que cada uno de ellos había recibido por parte de Rubén.

-         Tenemos a favor algo que es determinante – aseguró el Manco Feliccetti -, este Maffeo es absolutamente despreciado por propios y extraños. No resultaría descabellado encontrarnos que no tiene cobertura. Accionar contra él es algo que muchos de los suyos esperan. De hecho toda la información que tenemos sobre el tipo la obtuve desde dentro de las estructuras oficiales, lo curioso es que nadie me preguntó las razones de mis curiosidades.
-         Con gente de Villa Soldati – interrumpió el Mudo Troncoso – le hicimos un seguimiento metidos dentro de la barra de San Lorenzo. Hasta pudimos acceder a la cuenta que tiene en el almacén donde suele proveerse de alimentos. Es un bolichito bastante modesto que está en Avelino Díaz casi esquina Doblas, lo atiende un viejo socialista que en su tiempo llegó a ser el principal caudillo político del barrio de la mano de Alfredo Palacios. Pudimos corroborar que desde hace unas semanas ha incrementado exponencialmente sus compras, razón por la cual nos es dable inferir que no está solo en su domicilio. Inclusive el hombre ya le ha mostrado su preocupación por el crecimiento de la deuda.
-         En mis informes lo tengo como soltero – agregó el Manco –. El departamento que alquila está bajo la titularidad de Ministerio de Bienestar Social, operatoria habitual, práctica normal con todo aquel cuadro que adolece de inmueble propio. Hasta ahora en ningún momento dio aviso de haber contraído matrimonio o formado pareja.
-         Parece todo demasiado sencillo – sostuvo el Yuga -. Una parte de nuestro grupo lo retiene algunas horas mientras que otra partida ingresa a su casa y corrobora la hipótesis. Si la piba está allí la liberamos. A Maffeo lo estaríamos soltando bien lejos, en el conurbano y sin un mango, cosa que haremos cuando nos hallemos absolutamente seguros de que Marcos y Graciela están fuera de peligro. Un trámite.
-         Dónde y cómo lo levantamos – preguntó Marcos –
-         Lo ideal es cuando regresa de la Villa – propuso Francis –. Un auto, con dos tipos, lo tiran en la esquina de Avenida Cobo y Senillosa, tiene que hacer esas tres cuadras caminando, ni siquiera lo dejan en la puerta de su casa. A esa hora el vecindario está muerto, levantarlo será cosa sencilla. Además se sabe que el Corcho Maffeo es un cagón, si bien anda calzado nunca usa el caño sino es para ostentar, cosa que suele molestar mucho a sus pares. Sus camaradas lo odian. Parece que el tipo llegó a jefe de barrio pisando algunas cabezas y ensuciando maliciosamente a varios de sus compañeros. Hay una buena cantidad de cuadros que se la tienen jurada. ¿Ustedes saben cuánto cobra por su laburo?
-         Calculo que arriba de dos lucas verdes – tiró el Yuga –
-         Te quedaste corto – aseguró Francis -, seis luquitas libre de polvo y paja. A eso súmenle el departamento. Todavía no se nota porque hace poco que conchabó; este tipo en un año en un verdadero bacán. Otra razón más para aderezar el encono de sus “compañeritos de clase”.
-         ¿Estamos de acuerdo con el día y la hora? – preguntó el Manco Feliccetti  -
-         Si – se oyó al unísono –
-         Bárbaro – continuó Feliccetti -. Ahora bien, necesitamos una ambulancia, un auto de apoyo, bastante falopa para dormirlo y tres cumpas más, debemos ser en total ocho, uno de ellos con conocimientos de enfermería para que no se nos pase. Seis recursos llevarán a cabo el operativo dentro de la ambulancia, los otros dos se mantendrán en el móvil de apoyo. Éstos, con las llaves del propio Maffeo, se encargarán de ingresar al departamento. Francis se hace cargo de la logística, el Yuga, de la gente. A las ocho menos cuarto tenemos que estar apostados. El auto de apoyo debe estar estacionado en la esquina de Senillosa y Cobo, bien visible, de modo que cuando Maffeo pase caminando en dirección a su domicilio avise por medio de un breve juego de las luces traseras. El resto, dentro de la ambulancia, estaremos con los rostros cubiertos, lo interceptaremos metros antes de que entre al edificio. Es probable que tenga las manos ocupadas en busca de las llaves. Lo dormimos con una buena cantidad de éter y lo metemos adentro. Luego pegamos un par de vueltitas para constatar que todo sigue tranquilo. Inmediatamente de enviar la señal, el auto de apoyo, con Marcos en su interior, se dirigirá velozmente hasta la puerta del edificio para que reciba las llaves. Una vez que ingresen al inmueble no tiene más que liberar a la piba, salir lo más rápido posible y dirigirse con el vehículo hacia donde Longhi disponga. ¿Alguna pregunta?
-         ¿Adónde la llevo? – inquirió Marcos –
-         Le calculo que el tipo recién se enterará de lo sucedido no menos de doce horas después, en consecuencia, tenés bastante tiempo para armar tu escapatoria – sentenció Francis –. De todos modos, te aconsejo llegar hasta Colón, Entre Ríos y cruzar a Paysandú. Por poca guita los balseros te cruzan sin preguntar nada.  Una vez a salvo en Paysandú preguntá por el boliche del Nene Molina, cuando lleguen al bar informen al dueño que van de mí parte. Ojo, sólo a Molina, no hablen con nadie más. Va a entender todo ¿Sabés manejar, tenés registro?
-         Si – contestó Marcos –
-         Entonces te vas en el auto de apoyo. Quedate tranquilo siempre usamos coches limpios y en regla – aseguró el Mudo -. Dejalo tirado en alguna calle de Colón, al otro día su propietario hará la denuncia de robo, eso sí, limpialo de huellas o en su defecto utilizá guantes. Durante la semana veremos qué coche utilizamos.
-         Perfecto – asintió Marcos –
-         Lo que debemos procurar es que Maffeo no te asocie con el evento – aclaró Francis dirigiéndose a Marcos -. El tipo tiene que estar convencido que fue víctima de una vendetta interna de modo que armar una puesta en escena a favor de su confusión no estaría de más; por eso me parece muy interesante dejarle en su departamento señales y muescas para direccionar su pesquisa en dirección a esos Pagos. Qué sé yo, dejarle tirado un papel amenazante con membrete, o en todo caso un arma oficial descargada como testimonio de lo sucedido, cosa que ni siquiera se atreva a denunciar el operativo
-         Clarísimo – juzgó el Mudo Troncoso – El sábado que viene a las siete de la tarde nos encontramos aquí mismo; demás está decir, todos calzados, excepto vos Marcos.

La reunión finalizó abruptamente. Cada uno se retiró de forma alternada luego de abonarle al viejo Correa la adición. Durante esa semana Marcos tendría varios pendientes que atender. Su madre, su trabajo, sus relaciones, constatar la versión de Maffeo sobre el exilio de los padres de Graciela y de no ser así procurarse de los documentos de la joven y algo de dinero. Esos siete días transcurrirían con extrema tensión. Pensó que redimirse con David y jugar el desafío contra los egresados del Marianista le otorgaría cierta cuota de necesaria distensión, de modo que antes del irse de Tío Fritz se dirigió hasta el teléfono público para avisarle a su amigo que al otro día cuente con él para una cita futbolera que tanto ansiaban disputar.
Fue hasta Rivadavia, se tomó el 85. Eligió ese colectivo debido a que la parada en la cual se tenía que bajar estaba a pocos metros de la casa de Graciela. Lo hizo sin esperanzas, como asumiendo lo suyo a modo de manotazo de ahogado, poseía demasiados mensajes negativos, tener alguna esperanza de encontrar signos vitales dentro de la vivienda resultaba parte de un optimismo para nada aceptable en esas circunstancias. Bajó del colectivo en el marco de un Floresta oscuro y recurrente. En apariencia el frente no mostraba un paisaje distinto al de los últimos días. Sin embargo notó que bajo los portones del garaje cierta luz mostraba el circular de pasos apresurados. No lo dudó, saltó la pirca y golpeó con firmeza el portón. Angélica, la madre de Graciela, entreabrió uno de los postigos de modo constatar la identidad de la visita; una vez corroborada la afinidad del visitante rápidamente apartó una de las láminas para permitir que Marcos ingrese a su domicilio.

-         Pasá chiquito, pasá rápido, estamos aterrados.
-         ¿Julio?
-         En el dormitorio, armando el paquete del rescate.
-         ¿Qué rescate?
-         Nos pidieron cien mil dólares para liberar a Graciela. La última llamada nos ordena dejar la bolsa con el dinero este lunes, a las ocho de la noche, en un volquete de materiales estacionado frente a la obra en construcción ubicada en Senillosa casi esquina Avelino Díaz. Gracias a la familia y a varios amigos pudimos juntar el monto exigido – explicó Angélica –
-         ¿Qué seguridad tiene que luego la soltarán?
-         Ninguna, Marcos,
-         ¿Usted y su marido en algún momento fueron intimados a abandonar el país o algo por el estilo?
-         Para nada – contestó asombrada Angélica - ¿De dónde sacaste eso?
-         Temo que sé quién la tiene. ¿Graciela le habló de un tal Luis Maffeo?
-         Su compañero de facultad – interrumpió Julio a poco ingresar al recinto – ¿Cómo te va Marcos, gracias por preocuparte?
-         Los muchachos que trabajaban junto con Graciela en Ciudad Oculta y algunos compañeros de estudios sospechan que la tiene este tipo en su departamento. Los datos coinciden debido a que el bolsón de plata lo tienen que depositar a sólo una cuadra de su domicilio. Hay una mezcla de situaciones: Por un lado cuestiones de índole política, este Maffeo ha quedado como Jefe del barrio expulsando a todos los militantes voluntarios que allí trabajaban, en segundo término cuestiones pasionales, está absolutamente enamorado de Graciela y como tercer punto una mera especulación económica, obtener un rédito pecuniario. Como verán es una basura. Dudo que la libere después de hacerse del efectivo, es más creo que se duplica el riesgo – finalizó Marcos - 
-         Si es como vos decís no la va a soltar ya que ella lo puede identificar – afirmó Julio –
-         Justamente – sentenció Marcos -. Con la muchachada hemos diseñado un plan para liberarla en la que no correrá ningún riesgo. Abonen el recate, nosotros haremos lo imposible para recuperar tanto a Graciela como al dinero.
-         ¿Qué está pasando Marcos, en dónde se metió la nena, no entendemos nada? – preguntó Julio -, desde que se separó de vos su vida ha cambiado mucho.
-         Ella no hizo nada de malo, todo lo contrario. Es una chica que vive el tiempo que le tocó en suerte, solidaria, comprometida y es muy conciente de lo que sucede en la sociedad que habita. El problema es que se topó con un desquiciado con cierta cuota de poder. Cosa que le pudo haber pasado en un Banco, en una fábrica, y hasta en el club – garantizó Marcos – De todos modos hay que cuidarse mucho porque esta gente ha provocado exilios y cosas por el estilo. Manejan la política y la ideología con el fin de obtener prebendas y privilegios. Se consideran impunes, en consecuencia yerran por soberbios, pecado capital que podemos aprovechar. Nunca se olviden que nunca dejé de amarla. Si todo sale tal cual lo planificado, dentro de siete días, a esta misma hora, Graciela estará con ustedes.
-         Gracias Marcos, cumpliremos con nuestra parte, confiamos en vos – reiteró el padre de la joven –

Marcos se retiró del domicilio lamentando que nada podía hacer para acelerar la operación. Ese preciso momento de la búsqueda del rescate por parte del Corcho hubiese sido una excelente oportunidad para levantarlo y al mismo tiempo liberar a Graciela. Dejarle a Maffeo manejar su libre albedrío desde el lunes a la noche hasta el sábado no dejaba de ser peligroso. Estaba seguro que la joven no sufriría daño físico pero temía por un abrupto cambio de domicilio que diera por tierra con el plan. De modo casi casual la semana transcurrió por senderos no hilvanados. La percepción de un exilio apresurado había quedado como disyuntiva lejana y determinadas cuestiones debían resolverse de modo forzado minutos antes del operativo. En esencia nada cambiaba, el dinero del rescate estaba poniendo las cosas en otro lugar. No le fue necesario arreglar puntuales encomiendas, ni siquiera se vio obligado a enterar a su madre sobre la coyuntura. Arrancó la semana jugando su partido de domingo conforme la promesa que le hiciera a David, ninguno de sus compañeros del equipo podía sospechar las verdaderas razones de su baja performance. Los egresados del Marianista lograron una cómoda victoria de la cual Marcos no prestó la mínima atención. Durante el crepúsculo del lunes pudo corroborar que Maffeo fue quién retiró el bolsón que contenía el dinero de acuerdo a lo pactado con los padres de Graciela. El hall de un edificio cercano le sirvió para observar con detenimiento los movimientos del desquiciado. A prudente distancia lo siguió hasta perderlo definitivamente en el preciso instante que el Corcho ingresó a su domicilio. No había nada más por hacer. Sólo restaba esperar hasta el sábado procurando que el antagonista no modifique su estatus de impunidad.
Desde el martes hasta el sábado por la mañana tuvo la posibilidad de hablar varias veces con los padres de Graciela. No tenían novedad de la joven. En sintonía con lo previsto quedaba claro que Maffeo no la liberaría y que solamente planificó un ingreso extraordinario montado en su propia locura. Una única llamada por parte del secuestrador les advertía que no hiciesen la denuncia ya que dicha actitud conspiraría contra de la vida de la muchacha.

De modo puntual, como era su costumbre, Marcos arribó a las siete de la tarde del sábado a la  esquina de Bacacay y Artigas. Apenas intentaba prender su Particulares 30 cuando se acercó hasta el borde de la acera, apenas a dos veredas de donde estaba emplazado en estado espera, un Fiat 1600 color verde desde el cual el Yuga López le hacía gestos ampulosos instándolo para que rápidamente subiera al vehículo. Dentro de éste, en la butaca del acompañante, el Manco Feliccetti era el único habitante por fuera del conductor. Apenas ascendió al automóvil Marcos informó a sus compañeros sobre las novedades del caso: Las mentiras de Maffeo sobre la suerte que habían corrido los padres de Graciela, el asunto del rescate, la corroboración de que el mismo Corcho fue quién retiró el bolsón con los cien mil dólares eran tema de conversación y debate. De todos modos el operativo no cambiaba en lo substancial.

-         La cosa es así – interrumpió Feliccetti -. Ahora nos vamos para la zona del Parque Chacabuco de modo encontrarnos con nuestros compañeros de la ambulancia. Allí me quedo con ellos y ustedes siguen en el auto para estacionarlo en el punto establecido. Como titular del vehículo el Yuga debe ser a la fuerza el conductor. No estamos exentos de que algún policía los detenga, de modo que estar en regla configura un reaseguro de libre circulación. Repasemos; vos Marcos serás uno de los que ingrese al departamento para que Graciela vea una cara conocida, no sienta temor y por ende no se vea envuelta en una crisis nerviosa, de acuerdo como pinte la cosa veremos quién te acompañara.
-         Nunca pensamos qué hacer si nos encontrarnos con algún compañero de Maffeo dentro del departamento – cuestionó Marcos –
-         Quedate tranquilo, para eso son los caños – aclaró el Yuga -, de todas formas y para prevenir podemos agregar que un compañero más suba con nosotros; cómo pueden observar me estoy ofreciendo, ¿les parece?
-         De acuerdo  – respondieron los muchachos casi al unísono –

Dejaron al Manco en Asamblea y Emilio Mitre, a pocos metros de allí podía observarse detenida a la ambulancia. De inmediato el automóvil continuó viaje hacia su destino final asegurándose previamente que la furgoneta los seguía a cautelosa distancia. Quince minutos antes de las ocho estaban instalados a la espera de Maffeo. Siendo noche cerrada varios cigarrillos negros fueron consumidos con ansiedad y nerviosismo por ambos camaradas. Si bien el Yuga tenía experiencia de “combate” no podía evitar un exceso de adrenalina ciertamente incómodo, mientras que para Marcos todo lo que estaba viviendo no lo podía asimilar como real. La escasez de autos estacionados posibilitaba observar con claridad la ubicación de la furgoneta. Los ciento cincuenta metros de distancia entre ambos vehículos era el espacio ideal para que las señales lumínicas puedan percibirse con claridad.

-         Ahí está ese hijo de puta, cruzando Cobo, va por enfrente – observó Marcos –
-         Después que pase a nuestra altura toco los frenos para que los de la ambulancia le corten el paso; mientras el grupo lo atiende, nosotros pegamos la vuelta.

El operativo no tuvo mayores sobresaltos. Tres fornidos encapuchados tomaron a Maffeo sin que éste prestara notables resistencias, en menos de tres minutos el efecto del éter había realizado su trabajo. Prácticamente desfallecido y balbuceado insultos en voz baja lo introdujeron dentro de la furgoneta en donde se le aplicó otra dosis aletargante, esta vez mediante una ampolla, tratamiento que lo dejó en estado de inconsciencia definitiva. Sin demoras, el Mudo Troncoso abrió el bolso y extrajo el llavero del que apenas colgaban dos llaves por lo que no habría molestos engorros para ingresar rápidamente al inmueble. Marcos, Francis y el Yuga accedieron al edificio luego que la ambulancia partiera con rumbo desconocido. Subieron las escaleras deteniéndose en el departamento del primer piso al contrafrente. Marcos les pidió a sus compañeros, encarecidamente, que le permitieran irrumpir en primer lugar, y que en caso de necesitarlos, les haría una señal. Luego de una breve discusión el Yuga y Francis dieron su diestra a lo solicitado por Marcos quedándose ambos en el pasillo a la espera de novedades. Longhi colocó la llave con suma delicadeza de modo no espantar a la cautiva. Lamentablemente no pudo evitar que un móvil metálico instalado de ex profeso en la parte superior de la puerta sonara al momento de abrirla. 

-         Llegaste más temprano mi amor, me estoy duchando, ya salgo. Ni se te ocurra abrir la heladera, quiero que la cena resulte una auténtica sorpresa – La voz de Graciela era inconfundible -
-         Como vos digas – contestó Marcos, marcadamente desconsolado y a medio tono para evitar sacar a la joven de su ignorante presencia -

Antes de irse se detuvo en la observancia del pequeño apartamento. Un escenario muy propio de recién casados. Manteles con puntillas, centros de mesa, decoración juvenil y novedosa, adornos de toda clase y especie vestían las cómodas y los módulos de pino, un aroma a jazmín invadía con suma delicadeza la geografía del lugar. Pululaban las fotografías de la pareja enmarcadas en portarretratos de variada calidad. Sonrió de forma irónica, casi melancólica. No había necesidad de enfrentarla, menos aún de cuestionarla. Decidió que lo mejor era retirarse como había ingresado; en silencio, admitiendo que la derrota no siempre significa haber perdido algo digno de atesorar. Sintió pena por el riesgo y el compromiso que habían asumido sus compañeros militantes. Cómo explicarles lo sucedido, cómo calmar sus juicios. Sabía que nada podía hacer con respecto al futuro de Maffeo; el exilio obligado de Rubén no resultaba en absoluto amortizable para sus camaradas. Le esperaba una dura tarea. Esa mujer que tanto amaba no tuvo reparos en victimizar embustes con el objeto de saciar sus egoísmos y apetencias ilegítimas, ni siquiera tuvo objeciones para embaucar a sus propios padres. De todos modos aceptó que esa misma noche debía avisarles que Graciela estaba sana y salva, y que no se preocuparan por sus decisiones. Intentaría convencerlos de que el tiempo les otorgaría las respuestas que ellos urgentemente necesitaban y merecían, inclusive sobre el tema del rescate. Eso sí, les pediría expresamente que llegado el momento nunca hagan mención de su nombre. Entreabrió mínimamente la puerta del baño para verla desnuda por última vez; no pudo dar testimonio, mientras la joven se secaba el cabello, un toallón a modo de precaria bata disfrazaba de forma íntegra su cuerpo. Pensó que el más complicado de los besos no es el primero, sino el último. Recordó a Borges en un reportaje televisivo y aquella cita sobre el Dante en la Divina Comedia en donde afirmó que el autor quiso hacernos sentir la velocidad de la flecha que deja el arco y da en el blanco. Nos dice que se clava en el blanco y que sale del arco y que deja la cuerda; invierte el principio y el fin para mostrar cuan rápidamente ocurren las cosas...



Y cual quién ya no quiere lo que quiso
cambiando el parecer por otro nuevo,
y deja a un lado aquello que ha empezado,
así hice yo en aquella cuesta oscura:
porque, al pensarlo, abandoné la empresa
que tan aprisa había comenzado.

Canto II de La Divina Comedia




Barrio Cerrado


Existe una mitad de mí que no me espera todavía
Eduardo Galeano

Recién llegado del entierro de su madre y en horas del crepúsculo invernal Diego decidió profanar sus domésticas nostalgias. En su adolescencia se había comprometido a no indagar recuerdos por respeto a ella, estimando ahora que su ausencia definitiva le consignaba natural vencimiento al convenio acordado. No había tenido oportunidad de conocer a su padre. Por comodidad se consideraba hijo de madre soltera, aún sabiendo que dicho abandono lejos estaba de haber sido voluntario; la década del setenta le propuso su orfandad sin juicio previo. Poco sabía de él. Era probable que algún rasgo genético los acercara además de una sensible vocación solidaria a favor del comedor comunitario del barrio. En alianza con su madre las asistentes sociales de la entidad trataron siempre, ante la consulta, de disimular cualquier dato que sea de utilidad para el joven evitándole de ese modo el armado de su rompecabezas personal. Diego Fonseca estaba encerrado dentro de un laberinto diseñado por propios y extraños. Tal vez por eso no lloró la muerte de su madre durante aquella tarde. De alguna manera sentía que el irreversible final de su dolorosa enfermedad le estaba dando la posibilidad de atender a sus suburbios, historias y cuestiones; plantearse un revisionismo interno intentando el punzante trabajo de deconstruirse y reconstruirse. Corría el mes de Agosto del año 2004. Lejos de la suerte que otros tienen en estos casos no había baúles por explorar, ni cartas, ni fotos. No existían testimonios ni candados completos en incertidumbres, no había pesquisas ciertas ni tan siquiera inciertas. El comienzo podía coincidir con el final o viceversa, y durante el recorrido ninguna conclusión lógica podía llegar a detentar el aval de la verdad por más que la credibilidad teórica encontrase senderos de franca comodidad. El único dato tangible era su nombre: Edgardo Néstor Marín. No más...
A poco de ensayar los primeros pasos percibió las siniestras tinieblas del camino. Verificó que no existían registros identificatorios; las asociaciones de Madres, Abuelas e HIJOS no lo tenían incorporado en sus listas de víctimas razón por la cual concluyó que su difunta madre jamás había efectuado la denuncia sobre la desaparición física de su compañero. En los archivos históricos del registro civil y en el padrón electoral no figuraba ninguna persona con ese nombre en consonancia con su cohorte. Los homónimos, según datos fehacientes, eran sujetos perfectamente identificados; tanto los fallecidos como los que estaban con vida se apartaban probadamente de su historia personal. Su hipótesis inicial lo acercaba a la idea que ese tal Edgardo Néstor Marín nunca había existido como tal, cosa que lo perturbó pero que de ningún modo lo sorprendió. En cada documento personal de su madre la metáfora viuda constaba en el apartado del estado civil, pero no existía evidencia del supuesto enlace que avalara esa condición. En su propia partida de nacimiento figuraba el nombre de su padre pero destacando “fallecido” entre paréntesis. Especuló en una identidad inventada, creada a partir de la necesidad. Era muy poco lo hallado luego de una semana de haber estado investigando.

Lara Reyes, su novia y compañera en el comedor, colaboraba con Diego en lo posible y permitido, tratando de no invadir aquellos distritos visiblemente infranqueables. Sabía que estaba para cuando el dolor se torne insostenible, para alivianar la carga, para custodiar en silencio un camino rocoso y plagado de falsas señales. El drama era inverso. Un hijo, en soledad y sin secretos develados tratando de tropezar con alguna casualidad, con la identidad de su padre desaparecido. Hasta el momento todos los esfuerzos institucionales y logísticos habían apuntado hacia la identificación de los niños. Diego y Lara entendían que debían invertir la carga de la prueba desandando la operatoria de Abuelas, aprendiendo de su experiencia, comportándose científica y humanamente responsables.

-         Es necesario ubicar alguna persona que por aquellos tiempos haya tenido que ver con el comedor – sugirió Lara -, algún colaborador directo o indirecto; proveedores, viejos comerciantes de la zona...
-         Difícil – afirmó Diego -, el galpón fue barrido a principios del setenta y siete, y las tres cabezas visibles que manejaban el asunto desaparecieron. Como dato adicional, de los viejos proveedores, nada más se supo. La represión y la modernidad hicieron una eficiente tarea para que muy poco de ese orden quedara en pie. Aquella embrionaria organización social era muy distinta a la actual. Las mismas familias beneficiarias del servicio eran las que trabajaban en el predio, no existiendo nóminas por cotejar.
-         Supuestamente uno de los responsables era tu viejo – sentenció Lara –
-         Es una de las hipótesis – asintió Diego –
-         Empecemos por ahí entonces. Sería demasiado casual que las dos personas restantes hayan mantenido el mismo perfil que Marín. Quiero decir: es probable logremos identificar a los otros integrantes más fácilmente que a tu padre y de ahí comenzar el recorrido. ¿Tu madre... que rol jugaba por entonces?
-         Nunca hablamos del tema. Considero que por su forma de pensar y por sus opiniones estaba muy alejada de los paradigmas del viejo. Detestaba la política y solía menospreciar todo proyecto que propiciara la equidad y la justicia social. Es más. Odiaba que yo laburara en el comedor; hablaba de pérdida de tiempo.
-         ¿Nunca te preguntaste cómo logró mantener, siendo madre soltera, un perfil económico nada despreciable?. Acaso no me comentaste que tanto la primaria como la secundaria las cursaste en un colegio privado religioso.
-         En el Sagrada familia de Villa Urquiza.
-         Para eso mi amor había que poseer un marcado sesgo burgués y un ingreso económico acorde a la logística exigida. Además tu vivienda y modo de vida está muy alejada de tener características proletarias.
-         Siempre me habló de legados familiares. Campos ubicados en el sur de Santa Fe oportunamente vendidos luego de múltiples sucesiones conformaron un capital que le permitieron inversiones seguras. Además de la casa donde vivo quedamos como propietarios de dos departamentos ubicados en Colegiales por los cuales sigo recibiendo una más que respetable renta, con el adicional de una vivienda veraniega en San Bernardo. Los números siempre fueron manejados por el buffet del Doctor Comas. Tengo entendido que esta gente fue quien administró históricamente los intereses de la familia de mi vieja. Puntualmente recibimos el primer viernes de cada mes una rendición completa y el cheque correspondiente. Lo cierto es que mamá se dedicó de modo exclusivo a mi crianza, añadiendo algunas actividades recreativas de forma esporádica. Yo siempre me mantuve al margen. Me recibí de arquitecto, tengo estudio propio, el comedor, mis amigos, vos, en fin, el resto está más claro.
-         Pensemos juntos Diego. ¿Cuántas razones existen para que una chica acomodada, hermosa, de familia patricia y alto nivel sociocultural entablara relación con un cuadro obrero, solidario, marginal y políticamente radicalizado?¿Dónde se estableció el nexo?
-         Supongo que el amor suele ser causa y efecto de muchas cuestiones.
-         Coincido. Pero no percibo amor en el asunto. La ausencia del recuerdo forma parte de esa percepción personal que tengo. Me resisto a creer en el olvido cuando hay un hijo de por medio. ¿Te puedo sugerir algo delicado sin que te pongas mal?
-         Nada de lo que digas logrará enojarme, a lo sumo me puede desacomodar.
-         Un examen de ADN comparativo.
-         ¿Comparando muestras de quién?
-         Vos y tu madre.
-         Perdón. ¿Con qué objeto?
-         Cimentar la investigación, no dejar cabos sueltos. La operatoria es sencilla y nada traumática. Todavía debe haber cabellos de tu madre en sus cepillos y peines personales. Esa muestra más una gota de tu sangre hará el resto. Si vamos a Abuelas nos van a guiar al respecto.
-         No lo dudo... ¿Te quedás a dormir?
-         Me quedo...

Pasaron dos meses hasta que la comparativa ofreciera resultado concreto; la incompatibilidad genética colocó a Diego en un estado de confusión y letargo durante varios días. Entretanto Lara, como soporte y envión, oficiaba de necesario cobijo contra la duda y la opresión.

-         ¿Alguna decisión?  - preguntó Lara –
-         Luego de salir del estado de conmoción inicial llegué a la conclusión que debo continuar – respondió Diego -. Por un lado desconozco quién tiene guardadas las hojas que le faltan a mi libro. Por el otro, no sólo debo atender a mi egoísmo, también debo abrir y pensar que tal vez, cierto anónimo, me está buscando como yo lo hago.
-         ¿Te ofrecieron en Abuelas cotejar tus muestras con el Banco genético?
-         Fue lo primero que me recomendaron; el asunto está en marcha, debemos esperar. No te avisé porque preferí afrontarlo solo, cuestiones de probanzas propias, madurez sospecho.
-         Está bien – manifestó comprensiva Lara -, no hay nada que reprochar. Tenerme en cuenta no es un asunto obligatorio, es simplemente una opción que debe estar solamente motivada por tu grado de necesidad. Creo que las relaciones entre las personas se basan en eso: la libertad.
-         Eso si Lara... te voy a pedir que me acompañes a la sede de Abuelas cuando tengan el informe definitivo.
-         Dalo por hecho...


Informe Comparativo


Las muestras presentadas por el señor Diego Fonseca fueron cotejadas con la totalidad de los tipos existentes en nuestros archivos hallándose compatibilidad, con un rango de 98,97%, en consonancia con los patrones genéticos de la familia Almeida-Ruiz. Hacemos constar que de acuerdo a nuestros registros Clara Beatriz Almeida y Juan José Ruiz fueron detenidos en la Ciudad de Buenos Aires en febrero de 1977 permaneciendo aún desaparecidos. Debemos destacar que tanto la familia materna como la paterna están a la espera de novedades con respecto al caso debido a que no desconocían el estado de Clara Beatriz al momento de ser detenida.

-         Ya no cabe duda por dónde podemos comenzar – aseveró Lara -. De todas formas te sugiero desestimes toda presunción hasta no dar con datos certeros. Veo como un acto de nobleza no emitir juicios caprichosos.
-         De todos modos debo coordinar con Abuelas porque ellas tienen un compromiso informativo, algo así como un protocolo expreso para con las familias. En primera instancia me dieron un par de semanas para determinar los modos y las formas, vencido ese plazo la organización contactará a los Almeida y a los Ruiz independientemente de mi voluntad de reencuentro.
-         Suena lógico.
-         Mi nacimiento en estado de cautiverio no es discutible, al igual que el silencio de mí... tutora... digamos. Ambos son datos que no puedo soslayar.
-         No seas cruel... Toda acción humana está rodeada de circunstancias y subjetividades. En oportunidades establecemos condenas sin atender la existencia de una totalidad de secuencias que no son recomendable omitir. ¿Qué podemos ganar emitiendo dictámenes apresurados y marcadamente condenatorios?
-         Hacer y hacernos daño creo. Además quiero encarar el asunto por fuera de las organizaciones de derechos humanos.
-         Veo que rechazaste la oferta de Abuelas de oficiar como nexo.
-         El tema de la identidad está resuelto, de ahora en más quedan en el aire cuestiones familiares que debemos resolver internamente. La organización no puede distraer esfuerzos en nosotros, tiene demasiado trabajo todavía en pos de encontrar los cuatrocientos pibes que faltan. Uno de los abogados de Abuelas estuvo de acuerdo conmigo.
-         ¿Y qué vas a hacer entonces?
-         Mañana mismo parto para Vela, pueblo cercano a Tandil. Los Almeida son de allá.
-         Me suena ese nombre.
-         En No habrá más penas ni olvidos Osvaldo Soriano ubica la trama en ese pueblo al que denomina Colonia Vela.. ¿Me acompañás?
-         Por supuesto. Dejame que arregle algunas cosas en el trabajo, además me deben varias semanas de vacaciones, sospecho que ante la situación no encontraré conflicto. ¿A qué hora saldríamos?
-         A las ocho de la mañana; son trescientos cincuenta kilómetros hasta Tandil y de ahí son cuarenta más.
-         Me quedo a dormir en tu casa mejor.
-         Dale
-         Arreglo un par de cosas y vuelvo para cenar.

A las cinco de la tarde Diego estacionó su vehículo delante de la pequeña vivienda situada en el bulevar principal, justo delante de la plaza céntrica. Prefirieron arribar a Vela luego de la siesta para no interrumpir las modestas costumbres pueblerinas que todavía se conservaban a modo de resistencia contra los tiempos modernos. Para ello decidieron pasar primero por Tandil y almorzar en uno de los tantos restaurantes de comida regional asentados a la vera del dique. Quesos y embutidos a discreción acompañados con cerveza artesanal fue el necesario recreo acordado. Una indócil y oxidada reja los separaba de la puerta principal; el indecoroso sonido de su apertura motivó que una señora septuagenaria irrumpiera prontamente desde el interior de la morada.

-         Señor, buenas tardes... ¿En qué lo puedo ayudar?
-         Mi nombre es Diego Fonseca (Lara aguardaba dentro del vehículo a la espera de instrucciones). ¿Es usted la señora de Almeida?
-         Si. Martha Sabatino, viuda de Almeida. Mi marido falleció hace cinco meses.
-         Lo siento mucho... necesito que lea este informe.
-         Estoy sin anteojos, tendría usted la amabilidad de hacerlo por mí.
-         Cómo no... Informe comparativo....
Al desvanecimiento inicial lo continuó la consecuente asistencia por parte de la pareja de jóvenes. Entre los dos y de modo presuroso acercaron a la anciana hasta el primer sillón disponible esperando su recuperación. Los conocimientos de Lara sobre primeros auxilios fueron de importancia trascendental para no agravar el cuadro. Treinta minutos después la emoción y la congoja se exhibían impúdicamente en el interior de la finca.

-         Es necesario que nos comuniquemos urgentemente con los Rivas – sentenció la Abuela -, no puedo esperar en darles la buena nueva. Ellos están en Benito Juárez, muy cerca de aquí.
-         Les propongo que vayamos hasta allá – sugirió Lara -. No son noticias para dar por teléfono. Yo manejo. Será una hermosa sorpresa.
-         Ya mismo los llamo para avisarles sobre la visita como si tal cosa fuera cuestión corriente – afirmó Martha –
-         Me parece bárbaro Abuela – sentenció notoriamente quebrado Diego –

Martha no paraba de llorar. El recuerdo de su hija, la ausencia de su esposo, el reencuentro con su nieto, los años caminados... los cientos de ramos de flores delante de la foto de la pequeña Clara cuando sus tiempos de estudiante antes de marcharse a Buenos Aires... demasiado para una vieja en camino a una decorosa despedida. Al igual que ella los Ruiz expresaron su emotividad como pudieron, acudiendo a miles de caricias incompletas, buscando parecidos inexistentes en detalles tan imperceptibles como inventados. La mirada, la forma de colocar las manos, el corte de las cejas, y demás trampas que el deseo suele proponer a modo de tácito contrato. Aquí la vida todavía mostraba algo de indulgencia. Los padres de Juan José, más jóvenes que Martha, conservaban un pleno estado físico e intelectual. Entrada la noche Diego no podía seguir aguardando. Necesitaba entender su historia para comenzar a identificarse consigo mismo.

-         Les suena en nombre Edgardo Néstor Marín – preguntó Diego sin destinatario preciso –
-         Era el seudónimo de tu padre – aseveró Roberto Ruiz -. Juan José militaba en el centro de estudiantes de Filosofía y Letras y trabajaba socialmente en un comedor de la zona del bajo Belgrano. Cuando notó que la cosa se ponía difícil comenzó a enviarnos correspondencia utilizando esa consigna.
-         En toda mi documentación personal figura ese dato de filiación paterna. De todas formas Fonseca es el apellido de mi tutora; no logro entender  - interrumpió Diego –
-         Eso quiere decir que tu madre de crianza pudo haber dejado de exprofeso alguna señal para que reconstruyas tu historia – sostuvo Aída Ruiz -. No sería descabellado pensar que no se apropió de vos como hicieron tantos otros. Lo común en estos casos es pretender borrar toda la información y que nada quede sujeto a la duda. Me afilio a la idea que conocía a los chicos y aceptó el encargue.
-         Si tomamos esto como válido y aceptamos que actuó de buena fe ¿por qué no se comunicó con ustedes? – conjeturó Diego –
-         Tiempos difíciles mi querido – afirmó Roberto –; pudo haber entablado relación con Clara estimando prudente adoptarte por fuera de las estructuras de entonces. Lo cierto es que sus actas de matrimonio son apócrifas ya que consta un consorte  inexistente.
-         En estos términos creo que podemos seguir elaborando hipótesis hasta la madrugada – ratificó María -. En estos casos la imaginación vuela más de lo debido. A propósito Roberto, acérquele a Diego las cartas de Juan José, tal vez allí logre encontrar alguna coincidencia que nosotros estamos obviando por simple desconocimiento.
-         Son como treinta; inclusive el tiempo las ha puesto complicadas de leer – aseguró el abuelo -, ya mismo las traigo. Van a tener que pensar en quedarse por estos Pagos una buena cantidad de días. Aquí tienen lugar de sobra y no acepto un no como respuesta.
-         No se enoje don Roberto – retrucó Lara -. Si no se opone preferimos hacerle compañía a Martha. El ida y vuelta desde Vela será permanente en estos días.
-         No lo había pensado Martha le pido me disculpe – aclaró avergonzado Roberto -. También nos podemos acercar nosotros...

Arribaron a Vela pasadas las tres de la madrugada. Martha estaba tan agotada como dichosa. Hacía treinta años que la vida no le regalaba un instante, una mínima secuencia que la aleje del dolor.

-         ¿Les molestaría dormir juntos?
-         Por ahora es algo que no nos desagrada - contestó irónicamente Diego mientras Lara sonreía tímidamente –

El desayuno vio plagada la mesa de correspondencias, escritos sepias y análisis de contexto. Mientras Diego leía en voz alta cada párrafo pausadamente, Lara tomaba apuntes destacados en su ordenador personal. En varias oportunidades el nombre Inés Fonseca aparecía como entrañable compañera de aventuras y estudios de Juan José. Las menciones no dejaban entrever la posibilidad de que Inés y Clara hayan tenido relación, o por lo menos un mínimo conocimiento. A priori Juan José detentaba una suerte de conexión con Inés fuera de los ámbitos que compartía con Clara. La sospecha de un triángulo amoroso comenzaba a tener identidad superior a medida que pasaban los renglones. Cuando Diego y Lara detectaban ciertos indicios comprometidos en la lectura modificaban ciertos códigos de conversación tratando de utilizar un lenguaje subrepticio de modo tal Martha permaneciera al margen de tal situación. Si bien hasta ese momento no había datos fehacientes sobre la relación paralela, la cantidad de menciones mostraban abiertamente que Inés y Juan José sostenían, cuando menos, un fuerte compromiso personal.

-         Hasta ahora queda de manifiesto que Juan José compartía el ámbito universitario con Inés mientras que el ámbito del comedor comunitario lo hacía con Clara – sentenció Diego -. Ello no implica, cuando menos, según lo que se desprende de lo leído, que se tratara de una situación que escondiera algún tipo de fraude afectivo.
-         Te digo que tal situación me tiene sin cuidado – afirmó Lara -, convengamos que a esta altura es totalmente irrelevante. El tema principal aquí es que vos sos el nexo entre ambas; eso es lo que me quita el sueño.
-         Para, para... – interrumpió Diego – escuchá: “ ... no les extrañe que en breve les llegue por correspondencia una participación para asistir a un casamiento. Si viejos... tenemos pensado con Clara cambiar de estado civil. Si los análisis confirman el embarazo no nos gustaría que nuestro bebé nazca sin una historia familiar detrás. Somos antiguos al respecto”... – y más adelante agrega, ¡ escuchá bien Lara! Esto que dice aclara los tantos -... “Inés, mi compañera de la Facu, será nuestro testigo, también se ofreció para oficiar como madrina de la criatura, ahora solamente nos falta la parte masculina para afrontar la ceremonia. Calculo que vamos a zafar con Julio Barragán, su novio. Tipo raro Barragán. Habla con demasiada soltura y libertad de temas que en la actualidad es preferible disimular un poco.
-         La punta del iceberg mi amor. Me juego que ese tipo es la muesca del asunto.
-         Pero.. ¿Qué papel le tocó jugar a Inés en ese escenario? – cuestionó Diego –
-         Mirá... hasta ahora pudo haber sido cómplice, funcional o inocentemente utilizada. De todas formas tenemos que consultar en las organizaciones de derechos humanos sobre la identidad del tipo – afirmó Lara -. Ellos tienen las afinidades reales y los nombres de guerra de cada represor.
-         Llamemos a Abuelas – sugirió apresuradamente Diego –
-         No Diego, recordá la recomendación que siempre hacen las Abuelas. Hacer las averiguaciones y las consultas personalmente cosa de eludir las usuales pinchaduras e interferencias.
-         ¿Por e-mail?
-         Menos.
-         Completemos entonces la lectura de lo que resta – enfatizó Diego – y regresemos a Buenos Aires. Los abuelos sabrán comprender. Será conveniente que generalicemos un tanto las explicaciones hasta tener datos fehacientes

Tanto la ruta treinta hasta Las Flores como la tres desde la rotonda hasta Buenos Aires estaban sin la congestión habitual. Quizás la época del año y cierta coyuntura crítica hacían que sólo algunos trayectos urbanos tuvieran una modesta dosis de saturación. Apenas tres horas y media demoraron en completar los cuatrocientos kilómetros que separaban Vela de la sede de Abuelas. La ansiedad los movilizó para dejar de lado todo tipo de relax intermedio.

-         Necesitamos información acerca de un nombre o un alias, no lo sabemos con exactitud, que tuvimos la oportunidad de resaltar en una de las cartas que mi padre, Juan José Ruiz, le enviara a mis abuelos pocos meses antes de su desaparición – detalló Diego -. De acuerdo a lo que se desprende de la nota podría tratarse de un cuadro universitario que militaba dentro del centro de estudiantes de Filosofía y Letras. Barragán se llama, Julio Barragán.
-         Veamos – indicó la asesora legal de Abuelas mientras peinaba puntualmente cada uno de los archivos informáticos -. En nuestras carpetas de denunciantes no figura, por lo tanto no está registrado como víctima de la dictadura.
-         Sospechamos que pudo haber sido un servicio infiltrado dentro de la universidad – agregó Lara –
-         Les confieso que ese nombre me resulta conocido  - afirmó la auxiliar -. Observemos el historial de los represores... (pasados unos minutos); aquí está: Marcos Ayala, alias Julio Barragán, por entonces Sargento Primero de la Policía Federal, exonerado de la fuerza en 1985 por apremios ilegales y torturas. Estuvo detenido en el Penal de Caseros hasta 1988, salió en libertad beneficiado por la ley de obediencia debida. Actualmente y de acuerdo a nuestros padrones oficiales reviste como socio gerente en una empresa de seguridad privada. Se domicilia en el Barrio Privado “Torres del Sur” ubicado en la zona de Canning, Partido de Ezeiza, Provincia de Buenos Aires. De acuerdo a su historial, desde Octubre de 1975 hasta Julio de 1978, actuó en tareas de inteligencia infiltrándose tanto en centros de estudiantes como en comunidades de trabajo solidario. Se le adjudican decenas de delaciones de cuadros políticos estudiantiles habiéndose comprobado que colaboró en la logística del grupo de tareas que secuestró a una de nuestras militantes fundadoras. Justamente varios testimonios sobre este evento ayudaron a procesarlo y luego encarcelarlo. Además y durante el mismo proceso se descubrió que intervino también como partícipe necesario de un robo efectuado en una dependencia policial de Valentín Alsina. Esta carga jugó a favor de su condena.
-         Toda una paradoja jurídica – ironizó Diego –
-         Seguramente – afirmó Lara -. Sospecho que en aquel entonces cualquier cosa servía para que estos tipos no estuvieran sueltos.
-         No es tan así señorita – corrigió la legista -, se hacía lo que se podía con los medios que se tenían. El trabajo era voluntario, con escasa ayuda económica y muy poco apoyo político. Los sistemas informáticos actuales eran impensados, los cruces de datos no formaban parte de líneas investigativas y todavía debíamos soportar el mote de “Locas”. Hay mucho dolor y compromiso entre estas paredes señorita, pero también hay responsabilidad. No se equivoque, nunca hicimos cualquier cosa.
-         Me interpretó mal – respondió la joven – pero igual le pido disculpas. No fue mi intención dudar de la legitimidad y la ética con la que siempre se manejó la Institución.
-         No se preocupe. Pero siempre ronda la falsa idea que con esta gente es dable la utilización de mecanismos alternativos producto de su terrible accionar. Justamente es todo lo contrario. La extrema legalidad de nuestros actos nos garantizan que las penas no puedan ser apeladas ligeramente y menos aún vedadas por vicios administrativos – afirmó la abogada –
-         Agrega algo más el informe doctora – preguntó Diego –
-         Por lo que dice su ficha cuenta con cincuenta y seis años de edad, es casado, dos hijos y acusa en su declaración jurada un capital cercano al millón de dólares entre propiedades, cuentas bancarias y bienes muebles.
-         ¿Algo sobre sus socios? – inquirió Lara –
-         Un segundo... Se ve que el hombre cuenta con apoyatura política. La empresa de seguridad South American Security es una sociedad anónima cuya conformación legal presenta tres socios. Al nombrado Ayala se le suman el Doctor Rodolfo Martínez Bou, abogado penalista y propietario de uno de los buffet que lleva adelante la defensa del Jefe de Gobierno Metropolitano por la causa de las escuchas ilegales, y el ex jefe de la Policía Metropolitana Comisario Mayor R.E. Adalberto José Zanotti.
-         Está complicado el asunto – sentenció Diego –
-         No estoy de acuerdo – retrucó la asesora –
-         Me sorprende su seguridad – interrumpió Lara –
-         Es sencillo. Este personaje – continuó la abogada – no es de los más pesados que hemos colocado en los estrados. Con el andamiaje de una buena carga probatoria, considero que la causa de sus padres caminará sin inconvenientes. No se olvide que existe un clima de época propicio. Si usted lo desea nuestro cuerpo de abogados se encargarían de solicitar las primeras encomiendas judiciales. De su decisión depende...
-         Le agradecemos mucho, en breve nos estaremos comunicando con usted – aseguró Diego –

Hasta la hora de la cena no hablaron del tema. El cansancio de la jornada había marcado rasgos notorios en ambos semblantes. Ni siquiera tuvieron la apetencia de abrir una de las botellas de vino que solían compartir con marcado entusiasmo. Apenas una pizza y una cerveza oscura fueron cómplices de la noche...

-         Te quedaste colgado desde que salimos de la sede de Abuelas – disparó Lara –
-         No es para menos. ¿A qué edad realmente se nace? – reflexionó Diego –
-         Supongo que desde la racionalidad uno “es” a partir del momento en que comienza a darse cuenta quién es. Twain sentenció que los dos momentos cruciales en la vida, los más importantes son cuando se nace y cuando se descubre para qué. Y ese quién es tiene que ver con percepciones internas y externas: La historia personal, los supuestos adquiridos, la formación, la educación, el medio social... Creo que somos muchas cosas a la vez y ninguna en particular, por eso se nos hace tan complejo encontrar definiciones certeras. La decisión de acometer contra preguntas molestas es un buen comienzo, prosperar en un ensayo individual de carácter popperiano siendo uno mismo probeta y conejillo al servicio de la duda y la falsación – aseguró Lara –
-         Hasta asegurarte que zafaste del suicidio – ironizó Diego –
-         La exageración, la subvaluación y la sobrevaloración son senderos que los humanos solemos recorrer. Considero que deberíamos ser un poco más modestos y entender que no somos víctimas de todos los males existentes y menos aún que alguien nos preparó una receta endemoniada para perjudicarnos. En verdad es un acto de soberbia creer que los dioses se han fijado en nosotros. Es como el tímido.
-         No te entiendo, Lara... digo eso de la timidez – cuestionó Diego -
-         En el fondo el tímido es un soberbio – continuó la joven - . A priori considera que alguien va a reparar en él y eso de por sí lo instala con un sesgo de egocentrismo notable. Dalmiro Sáenz hablaba de esto con suma ironía. Bien decía que el tímido, en su construcción personal, cree, a partir de su soberbia, que alguien en la fiesta va a reparar en él. De todos modos algo está pasando por tu cabeza desde algunas horas.
-         Estoy pensando la posibilidad de hacer algún negocio inmobiliario en el Barrio Torres del Sur. ¿Cómo lo vez?
-         Lo veo mal.
-         Hace menos de cinco minutos me estabas hablando de acometer contra las preguntas molestas. Supongo que esas cuestiones ostentan riesgos que uno debe estar dispuesto a enfrentar con cierta dosis de hidalguía. La verdad está más allá de la credibilidad, es algo superior, para llegar a ella es necesario coraje y decisión – sentenció Diego –
-         De acuerdo... pero es necesario pensar bien la operatoria. Por ejemplo – continuó Lara – de ninguna manera Diego Fonseca puede estar al frente de la operación. La empresa de seguridad, cumpliendo con sus obligaciones averiguará todo lo atinente a tu persona por lo que quedarías expuesto al instante de firmar el dominio.
-         Pensé encuadrarlo dentro del ámbito incidental – aclaró el joven -. Esto es provocar en Ayala alguna preocupación debido a una indeseable casualidad. Que el tipo se acerque sensibilizado por su propia curiosidad, agobiado por dudas que podría llegar a generar alguien que de modo fantasmal retorna de su pasado.
-         ¿Vos crees qué un sujeto de semejante talla se atormentaría con tribulaciones existenciales? ¿Realmente suponés qué este hombre tendría dudas al respecto? Tu ingenuidad me alarma.
-         Utilizar una identidad falsa sería contraproducente, encararlo de plano y a cara descubierta haría que se borre, no hay demasiadas variables – afirmó Diego –
-         ¿Y mi nombre? – enfatizó Lara – Soy una persona física real, mayor de edad, que puede adquirir un bien cualquiera en el marco de una genuina inversión. En lo personal podemos salvar el trámite con un contradocumento de forma tal dicho bien nunca deje de pertenecerte.
-         Eso es lo menos relevante Lara. En este caso veo la inversión como un gasto necesario para acceder a un objetivo superior.
-         Estamos hablando de casi treinta mil dólares – aclaró Lara –
-         No me parece oneroso teniendo en cuenta que el costo tiene en lo personal un doble objetivo. En primer lugar conocer lo que ocurrió con mis viejos y donde están sus restos y en segundo lugar el rol que jugó mi tutora. Tal vez esto último resulte lo más sensible. De alguna manera soy lo que soy por ella, y por ella tengo el futuro asegurado, además gracias a esa holgada condición económica puedo pensar en revisar mi historia. No te lo puedo discutir, le tengo miedo a la verdad, sospecho que ese temor, medianamente irracional, hace que todavía no me haya vuelto ni loco ni resentido – finalizó Diego –
-         ¿Entonces? –insistió la joven -
-         De acuerdo; el sábado vamos a Canning. Generalmente en estos Barrios hay oficinas de informes y profesionales dedicados al rubro. Deberemos comportarnos como gente interesada sin omitir las preguntas corrientes que suelen efectuarse en este tipo de operaciones. ¿Sale algo en Internet sobre el Barrio?
-         Sólo generalidades. La página publicita la existencia de solares disponibles de mil metros cuadrados desde veinte mil dólares y demás ganchos comerciales. Hay imágenes paradisíacas, hablan de planes de financiación, sistemas de seguridad de avanzada y un mapa testigo para poder ubicarlo... nada más...

Hacía mucho tiempo que Diego no transitaba la zona. En su época de estudiante secundario solía visitarla tres o cuatro veces al año debido a que allí estaba situado el campo deportivo del Instituto San José de Calasanz, rival histórico del Sagrada Familia en el marco de las competencias futboleras intecolegiales metropolitanas. Por entonces ambas entidades eran entusiastas animadoras de los certámenes organizados por la Federación de Colegios Privados. Era una de las ligas juveniles más exigentes de Buenos Aires debido a la gran cantidad de equipos y el buen número de jugadores que además formaban parte de las divisiones inferiores de varios clubes federados en AFA. Era muy común enfrentarse con valores cuyos fichajes pertenecían a Boca, River, Argentinos, All Boys, Vélez, Huracán, Ferro, San Lorenzo...
Hizo un paso ocasional por aquel hermoso predio viendo que el tiempo y la modernidad le habían dado un cachetazo al recuerdo. Encerrado entre Barrios Privados y centros comerciales se mostraba oculto y deslucido, sin el brillo de entonces. Todavía, tras la tranquera de ingreso, se alcanzaba a percibir el murmullo adolescente de aquella final de menores del noventa y tres en la que fueron derrotados por penales a manos del local en el marco de un encuentro que supieron remontar luego de ir 4 a 1 abajo, al término del primer tiempo. Nunca olvidará la arrogante alegría del portero rival. Todavía se reprochaba su decisión en aquel último penal luego de haber convertido durante el tiempo regular en tres ocasiones. La foto de esa triste mañana colgaba aún en una de las columnas del dormitorio; en cuclillas, portando su impecable camiseta blanca con vivos azules y rojos, el pequeño nueve a la altura del corazón y una pelota bajo los dedos de la mano izquierda. Esa mañana había jugado el mejor partido de aquel año... luego vinieron otros años y varios campeonatos... pero esa final era la única que recordaba con desmesurado detalle...
El barrio cerrado “Torres del Sur” presentaba un estado de víspera, una traza incompleta. Apenas dos elegantes construcciones finalizadas y habitadas flanqueaban el centro de usos múltiples, espacio bastante vulgar en este tipo de emplazamientos; el resto exponía un raleado perfil embrionario, obras con un grado de avance irregular y un escaso movimiento laboral eran el paisaje dominante. Desde la garita de ingreso se podía observar en sus calles un prolijo y coqueto empedrado de dudosa integridad moral y aroma a barrio Porteño

-         Buenos días caballero. Estamos interesados en recorrer el barrio con el objeto de estudiar una futura inversión inmobiliaria – de ese modo Lara, al volante del vehículo, se dirigía al conserje que cumplía con su guardia -
-         Aguárdeme un segundo señora, ya mismo la anuncio.

Las comunicaciones internas vía celular hicieron el resto. En menos de tres minutos y luego de asentar los datos personales de la interesada y su vehículo, un móvil de la empresa de seguridad estaba escoltando a la pareja hasta las inmediaciones del salón de usos múltiples, lugar en donde se hallaba emplazado el despacho del gestor encargado de los negocios inmobiliarios. Apenas una tarjeta, a modo de libre pase abrochado a la solapa del saco, fue visa suficiente para Diego en su rol de acompañante. Culminaron la mañana entre planos, distintas posibilidades de financiación y un informe muy detallado sobre las seguridades del lugar. Datos de la empresa encargada, currículum de sus propietarios y antecedentes profesionales. Demás está aclarar que la lectura no mostraba datos sobre delaciones, emboscadas, torturas, apremios y demás atributos de, por lo menos, uno de sus titulares. Tal vez lo más trascendente fue una información que el gestor mencionó muy por arriba, con el solo objeto de jactarse de las bondades del predio: Una de las viviendas habitadas, linderas al SUM, era propiedad del señor Marcos Javier Ayala, jefe de seguridad y socio del feudo.

-         Poné atención Diego. De comprar un lote me inclinaría por uno de los solares vecinos a la propiedad de Ayala. No hay diferencia con el resto, ni en el precio ni en los metros cuadrados.
-         Bárbaro. Posicionate entonces como firme compradora del terreno que esta justo frente a la propiedad del hombre – decidió Diego – ¿Su valor?
-         Veintiocho mil quinientos dólares.
-         Qué manera de robar la plata. Hace veinte años esto era un bañado. Estos tipos compraron a dos mangos. Me hace acordar a los diques de Puerto Madero.
-         No estaba la autopista, ni el centro comercial. Hoy tenés un hiper a metros del cruce y hasta un shopping. Este movimiento burgués hace que la cotización del lugar aumente.
-         Ofrecé veinticinco mil como contraoferta con una seña de dos mil. Lo dicho, qué manera de robar la plata...

Al sábado siguiente la pareja ingresó nuevamente al predio con el objeto de realizar una oferta firme y corroborar las bondades que el gestor había manifestado de manera convincente, al mismo tiempo, no hallaron mejor excusa como para interrumpir la paz de su ocasional vecino.

-         Buenos día, perdone la molestia señora – se presentó Lara –. Me apellido Reyes y acabo de reservar el solar que está aquí enfrente.
-         Encantada y muy bienvenida a “Torres”. Me llamo Diana y además de ser la dueña de casa soy la esposa de uno de los socios y a la vez encargado de seguridad.
-         Estupendo entonces. Nadie mejor que usted para disipar mis dudas. Me gustaría tener una percepción integral del barrio; le cuento que he comprado parcelas en distintos emprendimientos de la zona y todavía no decidí en cual afincarme. ¿En qué momento podría molestarla para tener una charla más extensa?
-         Ya mismo si usted quiere. Estoy sola, mi marido no viene hasta la tardecita y los chicos pasan el día en el club. Juegan en las inferiores de Tristán Suárez.
-         ¿Objetaría que mi novio nos acompañe? Su opinión me es indispensable.
-         Por favor, que pase... será un placer.

La pareja supo mostrase interesada por todos aquellos temas que plasmaran taxativamente la sensación de una próxima vecindad: Empresas constructoras de la zona, el grado de complejidad del suelo, costos de permisos y habilitaciones, reglamentación interna y protocolos municipales que atender,  estatuto del barrio, deberes y obligaciones de los propietarios, regímenes de inquilinatos, índices sobre gastos comunes y expensas, utilización de las instalaciones recreativas y demás asuntos que hacen al interés general. El segmento seguridad tuvo su atractivo muy particular.

-         Como te mencioné – Diana ya se había relajado lo suficiente no sólo como para tutear a Lara, sino también para confesar algunas intimidades familiares - . Mi marido es uno de los socios de la empresa encargada de la seguridad y a la vez es el jefe del operativo zonal. Mucho no entiendo del tema, lo ideal es que conversen con él, pero voy a tratar de ser lo más didáctica posible. Entiendo de South American Security está encargada de la protección de una buena parte de los barrios de la zona conformando una suerte de red conectada con la departamental regional. En caso de algún evento irregular existe un protocolo activo que incluye un operativo cerrojo que involucra de manera inmediata a todas las organizaciones privadas y públicas del partido. Mi marido es un  ex integrante de la Policía Federal, con altos contactos y fluida llegada a los más notorios cargos castrenses.

La conversación derivó imperceptiblemente hacia lo personal sin descubrir en Diana pruritos o reparos en su exposición

-         A pesar de haber sido injustamente exonerado – continuaba Diana con su alegato – Marcos es uno de los más eficientes representantes del orden que puedan encontrar. Me interesa aclarar esto porque sé de las desconfianzas existentes sobre este tipo de empresas, y también sé que en muchos casos dichas sospechas son perfectamente justificadas; doy fe que este no es el caso. Les confieso, y me atrevo abusar de vuestra confianza, que mi marido supo aprender de sus errores pasados; errores que puntualmente no vienen al caso detallar. Su estancia en la penitenciaría y su acercamiento en ella al evangelio lo aproximaron a un sentido de la vida superador, reparación histórica e individual que le costó mucho esfuerzo enfrentar.
-         ¿Errores del pasado? – consultó Lara – No me asuste Diana.
-         Marcos tuvo que cumplir lamentables órdenes durante el proceso militar. Era muy joven y demasiado influenciable. De hecho y aunque parezca extraño yo tengo un hermano desaparecido, militaba en una villa de Solano; mi marido movió cielo y tierra para saber el destino de sus restos. Hoy, cuando menos, tengo un sitio en donde colocar una flor. También sé que hasta hace muy pocos meses atrás mantenía contactos con una señora, recientemente fallecida, con la cual había mantenido una relación juvenil, que se había hecho cargo de la crianza de un niño cuyos padres fueron secuestrados durante un procedimiento en el cual intervino de modo indirecto. Nunca pudo hallar los restos de ellos. Siempre sospechó que fueron víctimas de los vuelos de la muerte. Fonseca se llamaba, Inés Fonseca. La pobre transitó una vida tortuosa entre el silencio, una enfermedad terminal, el terror y la soledad. Inclusive Marcos, a mediados de los ochenta, intentó hacerse cargo desde lo económico a través de una dieta regular que ella, por cierto, desestimó taxativamente. Ese chico hoy debe ser un hombre más o menos de la edad de ustedes y continúa siendo motivo de sus más sentidas oraciones. A pesar de observarlo y en ocasiones seguirlo, nunca se atrevió a enfrentarlo prefiriendo en su lugar conservar la pesada carga individual como inapelable y justo castigo.

No hubo comentarios adicionales luego de tamaña muestra de confianza; la cordial despedida quedó reducida dentro del marco de un imposible devenir. De todos modos la pareja entendía que ya no había necesidad de efectuar la inversión y volver a recorrer esos detestables espacios cerrados. La pérdida de dos mil dólares del depósito no significaba algo por lo cual detenerse.

-         ¿Vas a liberar al hombre de su carga? – preguntó Lara mientras conducía –
-         No – contestó Diego con suma decisión -. Es algo que no me interesa, ni siquiera me compete. Que viva como pueda si es que puede. Mientras él se victimiza, otros nunca tendrán la ocasión ni tan siquiera de intentarlo...
-         Es lo que llaman justicia divina – soslayó la joven –
-         No existe la justicia divina mi amor. Juan José, Clara e Inés pueden dar fe...
-         ¿Para dónde vamos? – consultó Lara –
-         Primero al cementerio, quiero dejarle una rosa a Inés, después a Vela y luego a Juárez, los abuelos nos esperan...





BREVE REINADO



De modo firme y eficiente invadió con sus manos el cuello de la víctima evitando dejar dudas al respecto. Previamente una exagerada dosis de fármacos mixturados con alcohol habían colaborado para favorecer la fragilidad del cuerpo. Una bella metáfora adolescente y semidesnuda reposaba inerme, sin pecados aparentes, culpable de curvas indiscretas y deseos inalcanzables. Sus hermosos dieciocho años insultaban buenamente a tanto esperpento oculto tras claraboyas clandestinas, fogones de mazmorra y aliento kerosene.

La plaza 5 de Septiembre de Colonia Maciel se extiende sobre un predio circular ubicado en medio de ejido urbano. Presenta el característico atractivo y esmero pueblerino. Césped prolijamente cortado, iconografía clara y precisa, árboles pintados con cal que incluye la  incorporación de algún aditivo para la prevención de plagas, bancos de madera distribuidos aisladamente bajo añosas plantas y la estoica vigilia del mástil central, testigo encubierto de los empalagosos y mendigos actos burocráticos, repletos de magra literatura, atiborrados de presencias y ausencias ordinarias. En el recorrido de su circunvalación enfrenta a la centenaria Escuela número 4, al antiguo y sobrio edificio de la Delegación Municipal, al destacamento policial y a las maltrechas oficinas del correo. El asfalto del bulevar Carmona llega hasta sus orillas como presagiando que no existe otro atractivo digno de considerar en el terruño. El Club Atlético Leandro N. Além pide perdón mostrando sus herrumbres por los años transcurridos, una antena que nada comunica y algunos negocios con precarias marquesinas prestan custodia a los senderos que rodean el acceso a la explanada. Los que nunca pisaron sus calles imaginan el paisaje tal cual es; los usuales transeúntes de su acuarela preferirían alternar la rutinaria quietud por alguna quimera obligadamente postergada.

El cadáver no mostraba signos de extrema violencia. No había laceraciones, moretones ni heridas cortantes. Sus amigos y pretendientes poseían certezas individuales, testigos resolutos y comprobables coartadas; no se le conocían lazos familiares cercanos. La casa, obturada tanto por su interior como desde el exterior ofrecía un curioso enigma. El anexo en donde funcionaba el taller de corte y confección se encontraba intacto, las ventanas estaban herméticamente cerradas; tanto la puerta delantera como la trasera se hallaban bajo doble cerrojo y los pasadores aseguraban los portones con candados de cincuenta milímetros de espesor. Un pequeño cofre repleto de joyas que había heredado de su madre no mostraba signos de haber sido vulnerado, de modo que se descartaba de plano al robo como móvil del homicidio. La investigación naufragaba en un mar de desconcierto y misterio.

El pueblo estaba históricamente fragmentado según marcaban las normas de rural urbanidad por una vía divisoria de clases, grados y voluntades. Lo que antiguamente fuera el centro y apogeo de vecinos ilustres se hallaba por entonces sumido en la más cruel desolación. La estación del ferrocarril abandonada y terrenos a disposición de quién los ocupe describía a un Norte devaluado y a la espera de lo que nunca será. El suburbio sureño, “el otro lado” había recibido los beneficios de la modernidad a fuerza de la esmerada construcción de barrios políticamente correctos cuyas casas, nunca escrituradas, eran adjudicadas según el sustento ocasional que podía llegar a promover algún funcionario jerarquizado. El alumbrado público, el agua corriente, el ornamento botánico y un entoscado cuidadoso elegían al Sur para detentar su patrocinio. El Norte se reservaba con exclusividad el derecho a la destrucción y a la ruina, al olvido y a la nostalgia. Todavía conservaba los esqueletos oxidados del viejo Almacén de ramos generales Litman y los de las tiendas La Noria y Aguero, en donde los pudientes de antaño renovaban sus vestuarios ante cada cambio de temporada. Por entonces los tiempos diarios del pueblo los timbraba la llegada del tren. Norte y sur se pasaban constantes y legendarias facturas por omisiones y desprecios ancestrales. Cada lado esgrimía como antagonista a su otro lado a despecho de una realidad que los unía, una verdad no siempre percibida.


El reflejo de las tenues luces que ingresaban desde la pequeña ventila que daba al exterior relegaba momentáneamente al natural velo del recinto; la mañana ofrecía su soberano aviso de llegada. Hacía siete horas que el cuerpo moraba en la sala de la morgue judicial en donde se efectuarían las primeras fases de la autopsia. Todavía mantenía intacta la belleza que pocas horas antes le había resultado de provecho para instalarse, por votación unánime, como Reina de la Clase en la fiesta anual que organiza el Club Atlético Leandro N. Além para aquellos que cumplen dieciocho primaveras durante el transcurso de ese mismo año. La breve y estrecha falda de oscuro tono estilizaba un figura que presentaba notoria exoticidad; la blusa de seda blanca con apenas dos botones de sujeción era permanente motivo de curiosidad por parte de un auditorio desacostumbrado a la prepotencias eróticas; sus hermosas piernas no necesitaban medias que las mejoren; el rostro, tímidamente maquillado y un peinado propio de su edad ofrecían la visión contradictoria de una apariencia plasmada de modo equivocado. La decisión del jurado no podía ser otra. La muchachada lo percibió desde el mismo instante en que Mariangeles ingresó por la puerta principal del salón. Fue un estallido de necesaria concurrencia, su sola presencia mejoraba notablemente las instalaciones del modesto ámbito. Lo único que quedaba era ser el elegido, rendirse y disfrutar de su compañía. Marcelo Ballesteros, hijo del Delegado, vivió su noche más amarga no pudiendo disimular el desplante de la niña al escoger como compañero de velada a Vicente Liberato, retoño de un sencillo jornalero que desempeñaba tareas por entonces en el campo de los Mendelson, propiedad distante tres leguas del ejido urbano.

Sobre la camilla de la morgue las sombras cosméticas de su rostro mantenían la firmeza y el detalle, como consecuencia de esto los investigadores no ponían en duda que el deceso de la muchacha se había dado minutos después de finalizar la consagratoria velada.

El pueblo padecía la peor sequía de su historia. El viento colaboraba de manera eficiente para hacer más intolerable el castigo. Plagas y polvo en suspensión coronaban y perfeccionaban una hostil y malparida geografía.
Los productores más afortunados poseían su ganado flaco y enfermo, los más desafortunados perdían cuatro o cinco cabezas semanales por falta de verdeos frescos; los rollos de pastura, dicho sea de paso, se habían cotizado de modo desmesurado debido a la coyuntura. Los agricultores, sin perder de vista al firmamento, resignaban su futuro a favor de los capitalistas que suelen disfrutar con suma astucia de estos rigores. La acopiadora de granos había logrado apropiarse de la mayoría de las escrituras de los campos periféricos por obra y gracia de la morosidad, propiedades de chacareros optimistas que invirtieron su fe, su historia y su esfuerzo, que nunca intuyeron la desmedida venganza climática que la ventura les había reservado. Eran tiempos de irracionales fetichismos y de monumentales actos de fe. El regador hacía lo posible para acotar lo insoportable. La burocracia municipal, provincial y nacional, mantenían su impertérrita ausencia intimando el pago de los impuestos en tiempo y forma bajo pena de punitorios e intereses abusivos. El comercio apenas lograba mantener las ventas descapitalizando estanterías, las habituales cuentas corrientes no había modo de cobrarlas. Las libretas acreedoras engordaban tan velozmente como la morosidad; la aldea comenzó a desconfiar de sí misma y de sus habitantes siendo la victimización individual el centro de las conversaciones.

A todo esto y como tema secundario Mariangeles Miranda, asesinada, confiaba fría y en orfandad por un alma misericordiosa que exhibiera algún síntoma de amargura.
Los primeros análisis forenses arrojaron que el torrente sanguíneo de la muchacha estaba saturado de estupefacientes aletargantes que provocaron su inmediata pérdida de conocimiento. Que dicha ingestión había estado acompañada por generosas medidas de una bebida alcohólica de alta graduación. Por eso se concluye, a primera instancia, que la posterior sofocación por asfixia no detentó signos de resistencia por parte de la víctima. Los profesionales confirmaron que no existieron indicios de abuso sexual o directa violación, no se constató que la occisa haya mantenido relaciones íntimas en las últimas noventa y seis horas antes del suceso. Por la intensidad de la presión y el tamaño de las marcas en el cuello fue imposible determinar el género del homicida.

La taberna de la aldea estaba en el sector antiguo, a dos cuadras de los andenes de la vieja estación. Allí se reunían los desplazados, los marginales y todo aquel habitante que preservaba alguna cuenta pendiente en su hogar. Luego de la tercera medida de Ginebra o de Caña, cada cliente notaba que la bebida comenzaba a debilitarse notablemente. Dos razones bien justificaban la conducta del pulpero: En primer lugar acotar lo efectos de una excesiva ingestión alcohólica por parte de los parroquianos, esto evitaría compulsas y absurdas discusiones con finales inciertos; y en segunda instancia y como consecuencia no deseada aprovechar la obtención de una mayor rentabilidad por botella y de ese modo compensar las pérdidas que ocasionaban los suplicantes deudores incobrables. Era mucho mejor esa estrategia comercial que concentrar la atención en estériles discusiones. Lo bueno y lo malo se reiteraban enormes concesiones para poder sobrevivir. Nadie era capaz de reprocharle al cantinero su política mercantil, además no había razón, ni medio ni modo. Era un lugar de encuentro popular con reglas propias y riesgos asumidos. La hermosa y exuberante esposa del propietario era motivo adicional para la concurrencia. En más de una ocasión algún entusiasta adulador tuvo que rendir cuentas por sus desproporcionados elogios ante un consorte que en esos asuntos no se andaba con ironías. No hay testimonio acreditado que sus paredes hayan cobijado alguna idea interesante; sus mesas no avalaban la creación de algún cuento o poema que mereciera ser leído, cosa que en la intimidad el propietario solía lamentar; tampoco se recuerda debate alguno que haya promovido a una mejor convivencia urbana; quizás su función no era esa. Lo cierto es que su cometido era permanecer a pesar de sí mismo, la extrema necesidad de un sitio inactivo y haragán, irresponsable y retirado, en donde lo único digno a evocar era la mansedumbre del olvido. Realismo mágico en su más fina esencia; únicamente la formidable pluma de Juan Rulfo hubiera dado reparador testimonio a la escena. El “Loco” Moretti  haciendo mención sobre el devenir meteorológico confirmando la continuidad de la sequía, añadiendo la probabilidad de alguna helada tardía. Datos lanzados con la firme intencionalidad de completar oscuros silencios más que aportar a la probanza de contar con certezas científicas. – Qué bárbaro lo de la piba Miranda, no – No había razón para levantar la vista. Se seguía murmurando sobre el clima y de una nueva y recurrente derrota de Além en el marco del campeonato de fútbol local. El incómodo comentario quedó sumergido entre vasos de grapa y ginebra, baraja española y porotos tanteador. Todo seguía como entonces; el boliche hacía honor a su desolada huella de todos los días. Para eso estaba. Era justo y necesario.

Las investigaciones posteriores a la autopsia se instalaron en la residencia de la familia Miranda. La casa se levantaba en lo que popularmente se conocía como el Barrio de los Gringos;  triángulo lindero al casco principal del pueblo diseñado sobre cuadrículas irregulares y un par de diagonales dictatorialmente inducidas por las vías de ferrocarril. Recibía esa denominación debido a que desde los tiempos de la fundación del pueblo fue el sitio escogido por la colectividad italiana como asentamiento inicial de su proceso migratorio. La humilde vivienda constaba de un comedor diario anexado a la cocina, dos amplios dormitorios y otra dependencia, más pequeña, en donde funcionaba el taller de corte y confección. Todos los ambientes daban al exterior y poseían ventanales con aberturas y postigos de mediana calidad. Una puerta delantera con cerradura doble perno y una puerta trasera con cerradura simple completaban el sistema de seguridad de la finca. Todo sobre un lote de veinte metros de frente por cincuenta de fondo en su lateral más extenso. Un  galpón en las afueras oficiaba de suficiente cobijo tanto para leña como para las pocas herramientas de jardinera con las cuales Mariangeles contaba para hermosear su patio.
Los investigadores estimaron relevante que la puerta trasera contaba en su parte inferior con una celda móvil, tipo vaivén, para la entrada y salida de alguna mascota. La medida de esa modificación efectuada deliberadamente presentaba la suficiente holgura como para permitir que un cuerpo de mediana traza se deslice sin mayores inconvenientes de un lado hacia el otro. Lo cierto es que al efectuar la prueba correspondiente los peritos de la fiscalía confirmaron tal presunción. Esta pesquisa daba por tierra con el misterio de las puertas y de las ventanas cerradas por dentro. La morada se presentaba pulcra y ordenada.
La joven Miranda había heredado la propiedad luego del fallecimiento, primero de su padre y seguidamente de su madre, ambos acaecidos en los últimos dos años. Los vecinos no fueron capaces de aseverar visitas ajenas a las usuales; compañeros de estudios, amigas y clientas eran su cotidiano auditorio. Los cercanos residentes, siempre atentos a los movimientos exteriores, no atestiguaron en la coyuntura datos relevantes; no escucharon vehículo alguno ni murmullos caminantes. Sólo el dato adicional de la desaparición de su mascota Gabino presentó un aporte a la búsqueda. Según el vecindario dicho animal poseía características muy particulares ya que respondía a su nombre de manera inmediata, su tamaño era extraordinario, poseía notorios ojos celestes y lucía abundantes y brillantes vellones pardos. A esa altura de los sucesos los investigadores certificaban que un individuo de género desconocido y la víctima habían ingresado, la noche de la Fiesta de la Clase por la puerta principal de la vivienda; que bebieron una importante cantidad de Vodka con la posible excusa de festejar el galardón obtenido y que luego de narcotizar a la joven, el sospechoso procedió al estrangulamiento hasta la asfixia, más tarde cerró herméticamente puertas y ventanas, aseando prudentemente los vasos y enseres utilizados, para luego evadirse sirviéndose de la pequeña claraboya diseñada en la puerta trasera para el albedrío de la mascota; el animal, de paradero desconocido por el momento, pasaba a ser un eslabón que le proponía alguna curiosidad a la investigación. A partir de ese momento la exploración se centralizaría en aquellos que frecuentaron a la víctima durante la última noche.

El matrimonio conformado por Raúl Ernesto Miranda y Gloria Mabel Bonfati se había asentado en Colonia Maciel a fines de la década del noventa. La previa adquisición del solar mencionado, gracias a la gestión de un allegado domiciliado en Tres Arroyos, por entonces se hallaba deshabitado; esto les posibilitó, de manera inmediata y antes de tomar posesión definitiva, la instalación de un modesto taller en donde Gloria desarrollaría sus labores de modista. Raúl ofició de avanzada familiar, en consecuencia, como adelantado, supo preparar la vivienda para el arribo de su esposa y su hija. Cocina, baño, taller, conexiones eléctricas, techos, desmalezado del patio, revoques y arreglos varios conformaron la batería de tareas que el padre de familia desarrolló durante el lapso de dos semanas para afrontar el proceso migratorio sin complicaciones extremas. Paralelo a esto comenzaba a delinear lo que sería su actividad principal. Con ahorros genuinos producto de una indemnización obtenida a través de un retiro voluntario proyectó un pequeño comercio cuyo rubro principal sería Mercería, telas, hilos, agujas y afines en un local distante cincuenta metros de su casa. El grupo familiar consideraba que dicho emprendimiento era un complemento fundamental para potenciar la tarea de Gloria. Al mismo tiempo estimaba que la carencia de dicho rubro en la aldea aseguraría una cartera de clientes amplia dentro de un mercado pequeño y escasamente diversificado. Por entonces ambos contaban con treinta y cinco años de edad.
Una vez instalados la niña comenzó a transitar su educación primaria en el nuevo ámbito sin mayores sobresaltos. Su natural simpatía le facilitó notablemente la integración al flamante medio. Lamentablemente el paso del tiempo acusó miserias ocultas que la familia Miranda no había percibido hasta que se develaron, incisos que mostrando sus más cruentos perfiles. Un sistema feudal implícito no permitía que nadie saque sus pies fuera del dominio de la gran empresa. La misma que oportunamente se aprovechaba de la rigurosidad climática y la morosidad para apropiarse de las escrituras de chacareros tan optimistas como indolentes. Además y como correlato de su política comercial no admitía que rubro alguno escape de su esfera cooptando inmediatamente cualquier detalle no tenido el cuenta hasta el momento. De modo que no pasó mucho tiempo hasta situarse como desigual competencia de la familia recientemente llegada. Al manejar el trabajo de la villa no tuvo trastornos de ninguna clase para apropiarse de la mayoría del mercado cediéndole a Ernesto la sola alternativa de una paupérrima subsistencia, acotando su cartera de clientes hacia algunos fieles conocidos y unos pocos jubilados que no dependían del señor feudal.
A pesar de presentarle a la aldea precios competitivos y una total trasparencia comercial la mayoría de la población se inclinaba a favor de la gran empresa. La excusa esgrimida era la necesidad de su permanencia y estabilidad debido a la cantidad de mano de obra que absorbía. La mayoría de los vecinos aborrecían ese formato en la misma proporción que era alimentado. Tal situación degradó físicamente y anímicamente a Ernesto. Los nervios, y la depresión invadieron su humanidad sin compasión alguna y con ambos comenzaron a exhibirse dolencias progresivas e insalvables. Luego de seis años de infructuosos intentos, varias reestructuraciones e inversiones que lo llevaron a deudas impagables debió cerrar el comercio malvendiendo el capital para poder asumir los compromisos contraídos. Dos meses después y a los cuarenta y dos años de edad fallecía sin atención médica profesional en su finca de Colonia Maciel. Al no tener vehículo propio no pudieron hacer frente al urgente traslado en dirección al Hospital distrital que exigía la grave patología. Era domingo, su médico, un prestigioso galeno y político local, tenía el celular apagado, estaba disfrutando de una soleada tarde en las playas de Monte Bello. A la mañana siguiente su esposa y su hija fueron las únicas concurrentes a las exequias.
Mientras la viuda rendía sus instancias dejándose morir dos años después, la joven Mariangeles iniciaba su camino tratando de madurar lo tiempos vividos. Decenas de ofertas trataban de seducir a sus ausencias. Por el momento ella prefería continuar estudiando y seguir con el rumbo heredado. Era objeto de deseo y continuo apetito de infieles y poderosos; era una intrusa menesterosa para la mayoría de las jóvenes competidoras.

Marcelo Ballesteros y Vicente Liberato protagonizaron las primeras entrevistas de los investigadores judiciales. Ambos portaban coartadas creíbles y avaladas por decenas de testigos sin conexión entre sí. Justamente eso llamó poderosamente la atención del letrado a cargo: La ausencia total de contradicciones no es un hecho natural. Por más mínima que sea, cada declaración debe poseer una razonable percepción personal y una interpretación particular de cada evento o acontecimiento. El Doctor Edgardo Romero Vizcaya, fiscal de la causa, intuyó que una suerte de múltiple complicidad se había instalado en el casco urbano del caserío. El desconcierto de los funcionarios aumentaba a medida que avanzaba la pesquisa. Debían continuar en la búsqueda de un eslabón conector, algo que posibilite desandar caminos, alguna defensa baja y temerosa dispuesta a revelar cierta dosis de mortificación. Lo importante de esta primera ronda fue haber acotado el marco de sospechosos. Huir por la claraboya de la puerta trasera requería de una talla muy específica. Los dos sujetos inicialmente entrevistados continuaban incluidos en la lista a pesar de sus contundentes e inobjetables justificaciones. Ambos no alcanzaban el metro sesenta y poseían una conveniente delgadez. Las muchachas, por caso, todavía no estaban exentas de curiosidades e interrogantes.

Los eventos que Colonia Maciel reservaba para recreo y distracción de sus habitantes variaban por épocas; el clima y el tipo de labor eran los factores limitantes más concluyentes. Por ejemplo, durante los tiempos de siembra y de cosecha se detenía toda la actividad de esparcimiento al igual que durante el transcurso de los cortos días del invierno cerrado. A la ya conocida Fiesta de la Clase coincidente con el Día de la Madre, se sumaban en Marzo jornadas camperas organizadas por la Asociación Gaucha Don Segundo Sombra y la histórica cena de fin de año en instalaciones del Club Atlético Leandro N. Além. Algún que otro almuerzo organizado por la colectividad Gringa cerraba el circuito social en donde la participación popular resultaba un asunto corriente. Durante varios años la Biblioteca del pueblo desarrolló grupos de teatro, talleres literarios, cursos de tejidos y de computación, incorporando la emisión de una función mensual de cine, tanto para chicos como para adultos. Fuera de esto había que contentarse con el campeonato oficial de fútbol distrital en el cual participaba el representativo de la localidad y el torneo estival de Speedway, para motos de 50 cc que organizaba el Moto Club Dorrego con participación de pilotos locales, de la ciudad cabecera y también de Tres Arroyos.

La joven fue cremada por orden judicial luego de completadas las comisiones pertinentes. Como nadie reclamó el cuerpo, a los siete días se dio por finalizado el suplicio del cadáver concediéndole licencia para que descansara en paz. El doctor Romero Vizcaya estimó oportuna una nueva visita a Colonia Maciel, más precisamente a la finca de los Miranda. El funcionario estaba seguro que algo se les estaba escapando. Para ello se hizo acompañar por uno de los forenses del juzgado. Claudio Marrapodi, un joven recientemente egresado de la Universidad de La Plata debutaría con su primer asesoramiento oficial bajo la tutela del “fiscal estrella” de la sexta sección electoral.
Mientras tanto la sequía ya era pretérito y evocación. Una tenaz y persistente lluvia de principios de Noviembre transformó la amarillenta crueldad del contorno en un verde placentero y eficaz, decorando a la singular avenida de entrada, rúa que de manera fraudulenta hablaba de un exquisito e inexistente lugar. El Golf GTI de origen alemán se desplazaba a regular velocidad. La cortina de pinares laboraba con protectora serenidad a favor de la duda y el engaño.

-         Colonia Maciel debería empezar y terminar en esta avenida – sentenció con desmedida severidad el fiscal – Que sea camino, únicamente camino. Una respetable novela, una sensible ficción, una víspera…
-         Discúlpeme doctor, pero no creo que existan lugares ideales – replicó el forense – Las miserias humanas son muy democráticas, transitan todas las latitudes sin distinción de clases, etnias o creencias.
-         Es probable que tenga razón, Claudio. Pero la gente de por aquí le teme a su propia cobardía y es incapaz de desafiar a sus deshonras.
-         Lo noto extremadamente duro con sus habitantes, doctor
-         Lo corrijo. No son habitantes Marrapodi. Son súbditos de un sistema que ellos mismos crearon por y para su comodidad. Es una elección de vida.
-         ¿Y usted cree que esa capitulación colectiva tiene como correlato el asesinato de la joven Miranda? –preguntó el forense –
-         Estoy absolutamente convencido. Mariangeles fue asesinada por alguien cercano al poder local, mano de quien dependen y a la cual temen. De alguna manera corrió la misma suerte de sus padres. En mi opinión tengo la percepción que ellos también fueron asesinados, pero de modo más sutil.
-         ¿Y las autoridades?
-         Olvídese de ellas mi querido. Son el reaseguro del orden establecido. Todavía no me topé con alguno que colaborase en la investigación.
-         ¿A qué vamos entonces, Señor?
-         Trataremos de indagar el ámbito privado de la joven. Es probable que en su mundo tropecemos con señales íntimas que nos guíen hacia caminos todavía no explorados.
-         Si usted es el único poseedor de las llaves, en teoría, la vivienda debería estar tal cual la dejó luego de su última visita.
-         Debería. Nunca se sabe. De todas formas lo notaremos de inmediato. He dejado algunas muescas precisas que determinarán si hubo presencias recientes.

Las instituciones intermedias estaban invadidas por “ilustres” ciudadanos consolidados en sus sillones. Los subsidios recibidos permitían la realización de negocios personales o en representación de intereses del señor feudal. Los proveedores estaban asignados de antemano por quién tomaba las decisiones sobre la base del viejo sistema de la contraprestación. Compre de mercadería vencida, sobrefacturación, ausencia de licitaciones y concursos de la obra pública, direccionamiento en la contratación de servicios y la utilización particular de los edificios e instalaciones municipales a favor de necesidades individuales eran mecánica habitual. Colonia Maciel se exhibía como un excelente sitio para vivir que nadie amaba, absurdamente saqueado y violado por la ignorancia y la victimización. La dignidad y la ética no formaban parte de la temática y el debate, la cultura navegaba por los acostumbrados sargazos, enquistada en sí misma, sin que un alma caritativa se acerque a liberarla quedando bajo la suprema merced de los mercenarios de turno.

Aparentemente la casa estaba como la había dejado. Las muescas estaban intactas. El fiscal y el médico forense comenzaron a transitar sus laberintos pausadamente y sin emitir palabra. La idea era barrer la totalidad de la superficie describiendo el mismo recorrido pero a la inversa. Es decir el comienzo de uno era la finalización del otro; como consecuencia de la utilización de esta estrategia la vivienda sería requisada doblemente y de modo exhaustivo. Toda curiosidad sería registrada de forma tal consignar cada prueba sin moverla de su sitio. Las imágenes fotográficas obtenidas complementarían el ya voluminoso expediente.

-         Debemos encontrar algún detalle sobre la mascota – recordó el fiscal –
-         ¿Con qué objeto, señor?
-         Quién tenga ese animal sabe lo que aquí ocurrió. Los gatos siempre vuelven a su hábitat corriente, excepción hecha de encontrarse herido gravemente o encerrado.

Luego de dos horas de trabajo habían gastado dos cargas de batería cada uno.

-         Aquí en la biblioteca hay algo – aseveró el forense –

La imagen en cuestión descansaba haciendo las veces de señalador en la página ochenta y cinco del libro Salvo el Crepúsculo de Julio Cortázar. En ella se veía a la occisa, con su mascota en  brazos, acompañada por Marcelo Ballesteros. La ilustración debía tener un año de antigüedad y a sus espaldas se intuían los jardines de una propiedad desconocida. En el dorso un Haikus de autor anónimo rezaba: Entre las toscas se esconden pisadas y despedidas.

-         ¿Qué le parece, Claudio? – inquirió el fiscal –
-         Varias cosas. En primer lugar estimo que en algún momento pudieron haber sido pareja. De todas formas me llama mucho la atención que el hijo del Delegado haya ocultado esta supuesta relación en su declaración oficial. La nota del dorso no es una vulgar dedicatoria de almanaque. Esconde un mensaje íntimo y efectivo, un diálogo con códigos propios. Me afilio a pensar en una relación a escondidas de la turba y que por alguna razón quedó trunca – sentenció el forense –
-          Hay una sola manera de explorar sus supuestos mi estimado. Debemos diseñar un cuestionario preciso y puntual que no deje escapar detalle –demandó Romero Vizcaya-. Me parece que la fiscalía es el sitio apropiado para tomarle una nueva declaración. Presumo prudente y formal que de allí parta la citación de modo otorgarle seriedad a la indagatoria. Sigo pensando en las razones por las cuales el muchacho ocultó esta situación. No me pareció propietario de un perfil criminal, además siempre se mostró dispuesto, calmado y seguro de sus dichos.
-         Es cierto - reafirmó Marrapodi – No sería descabellado pensar en un supuesto encubrimiento.
-         Esperemos la entrevista amigazo. No conjeturemos.

La gran empresa tenía múltiples ramas mercantiles. La actividad formalmente declarada se ubicaba dentro del rubro acopio y comercialización de granos, anexaba venta de insumos de ferretería y mercería a consumidor final, producción agropecuaria, transportes, seguros, venta de combustible, y hasta una indisimulable mesa de dinero con formato de escribanía. Ocupaba terrenos propios y fiscales con la misma autoridad estando sus fantasmas ocultos tras cada negocio importante de la zona. La villa vivía y moría según sus humores y voluntad.
Políticamente la familia dividida sus simpatías dentro de las dos fuerzas mayoritarias. Poner los huevos en las dos canastas era la táctica aplicada para asegurar que ninguna de ellas sacase los pies del plato y promuevan tontas políticas a favor de acotar privilegios y prebendas. De ese modo y con la cooptación de las entidades intermedias podía disponer del ejido a voluntad utilizándolo como patio trasero o depósito si fuera necesario, contaminación mediante desde luego. La distribución del trabajo en la aldea constituía diseño propio; nadie fuera de su esfera debía ostentar visible prosperidad, la dependencia y la colonización convenían mostrarse como las únicas alternativas posibles para ser beneficiado con un respetable posicionamiento social; la gran mayoría de la población estaba muy de acuerdo con ese paisaje.
La dinastía Saldías, propietarios de la gran empresa, ejercía facultades extraordinarias; un sistema pre-capitalista o “post-feudal” dominaba la escena de una villa extirpada de la modernidad, detenida en un tiempo, bosquejada por los inquisidores del medioevo. El derecho de pernada formaba parte de sus atribuciones; padres y maridos, aclimatados, agradecían la seguridad laboral que se concedía como don divino. Julio y Martín eran hermanos y titulares de la empresa; sus esposas mantenían actividades sociales de categoría en ámbitos alejados de la aldea, mientras sus proles disfrutaban de las desmesuradas adolescentes imponiendo conductas y modos heredados. Comas alcohólicos, títulos secundarios y universitarios adquiridos, accidentes culposos nunca juzgados, fiestas orgiásticas de obligada presencia formaban parte del vademécum existencial de los jóvenes Saldías y su siempre cohorte de escoltas y adulones.

-         ¿Qué me puede informar con respecto a esta fotografía? – inquirió el fiscal Vizcaya –
-         Nos la sacamos hace más de un año y medio en mi casa – contestó Ballesteros –
-         ¿Bajo qué circunstancias?
-         Por entonces teníamos una excelente relación. Éramos confidentes, estábamos muy unidos. En lo personal trataba de acompañarla y apoyarla en todo. Su madre había fallecido recientemente y estaba muy sola, diría que deprimida. Le tenía mucho cariño, lamentablemente no permitió más que eso – completó el muchacho –
-         ¿Qué sabe de sus relaciones, amigos, novios?
-         No es necesario aclarar que su descomunal belleza era determinante. Toda la muchachada masculina del pueblo la deseaba, inclusive algunas amigas mías, bisexuales u homosexuales la pretendían, también había gente mayor que la miraba con interés. Algunos se le acercaban a sabiendas de sus necesidades tratando de seducirla ofreciéndole bienes materiales o directamente dinero. Se reía del asunto cuando me lo contaba. En ese sentido y a pesar de sus carencias siempre se mantuvo digna. Mariangeles prefería adolecer de comodidades antes que inmolar la decencia heredada – manifestó Marcelo –
-         ¿Tiene algo para agregar con respecto al texto escrito al dorso de la foto?
-         No demasiado. Lo sacó de un libro artesanal, único ejemplar, que está en la Biblioteca Popular cuyo autor es un escritor local de escasa trascendencia y talento que ella admiraba muchísimo. Cierta vez me confesó que el hombre le recordaba a su padre. Son escritos no publicados comercialmente y que datan de muchos años. Sinceramente doctor, desconozco las razones por la cual volcó ese haikus detrás de nuestra foto.
-         ¿La amaba?
-         Si le contesto que no se notaría demasiado la mentira. Pero en esas cuestiones era absolutamente inaccesible. Nunca me lo confesó, pero estoy convencido que su corazón portaba exclusiva propiedad. Al mismo tiempo estimo que no era correspondida y que tal situación debía profundizar su natural estado depresivo.
-         ¿Tiene algún indicio del supuesto destinatario de ese interés? – preguntó el forense –
-         Esa información reviste carácter extraoficial, doctor. Le ruego evite transcribirla en la declaración original. Son simples conjeturas personales que me puedan traer, no sólo a mí sino también a mi padre trastornos adicionales. Es sólo una sospecha.
-         Confíe en mi Ballesteros y deje que nosotros tabulemos riesgos y exposiciones. Lo nuestro es tratar de esclarecer este horroroso crimen – aclaró el fiscal –
-         Muy bien. En lo personal considero que la pesquisa debería circular por los alrededores del menor de los chicos Saldías. Joaquín es su nombre. Es muy amigo de Vicente Liberato, aquel muchacho con el cual Mariangeles bailó toda la noche durante la velada de su consagración. A pesar de las diferencias sociales existentes entre los amigos, Vicente jugaba y sigue jugando como una suerte de celoso cancerbero de los intereses de Joaquín. Un dato adicional que siempre me llamó la atención fue esa actitud condescendiente y tolerante que Mariangeles solía tener con respecto a los Saldías. Nunca manifestó disgusto ni irritación por la despiadada impunidad que evidenciaba el clan y más teniendo en cuenta que esa política empresarial había arruinado la vida de su propia familia. Cuando intentaba hablar del asunto solía cambiar abruptamente de tema.
-         Siga por favor. Es fundamental su relato. ¿Un café? –ofreció el forense –
-         Prefiero algo fresco.

Una gaseosa y un par de cortados sirvieron como necesario entretiempo. La  sesión era lo suficientemente interesante como para evadirse en recreos innecesarios.

-         Recuerdo que hace siete meses me pidió que la acompañase hasta la chacra de María Vandor, curandera del pueblo. Esta señora no sólo es famosa por sus prácticas fetichistas, añade a sus servicios la interrupción de embarazos utilizando métodos tan precarios como riesgosos. Tuve que esperar dentro del auto a pedido de Mariangeles debido al carácter privado de su consulta. Tres semanas después y ante circunstancias ciertamente casuales vi salir a la sanadora de la casa de los Miranda. Durante varios días no se la vio transitar por el pueblo, ni siquiera la cruzamos en nuestros habituales ámbitos de reunión. Siempre sospeché de un aborto acompañado del necesario período postoperatorio.
-         ¿Qué sabemos de la mascota Marcelo? – preguntó el Fiscal –
-         Gabino. Lo encontramos quince días antes de la fiesta de la clase degollado en el fondo de su casa – respondió Ballesteros –. Se lo había regalado Joaquín. Yo mismo lo enterré bajo el olivo. No podía dejar sola a Mariangeles ante tamaña dolencia, traté de hacerle menos doloroso el momento. Podrá comprobarlo fácilmente. En lo particular me pareció toda una advertencia. Cabeza y cuerpo del animal se mostraban veladamente apartados aparentando que estaba dormido. Fue espantoso el descubrimiento. Llegué cinco minutos después que me llamara por teléfono.
-         ¿Y ella?
-         Sólo lloró. Nada más. No maldijo ni insultó a nadie. Me pareció extraño, era demasiado evidente que el gato no había muerto accidentalmente.
-         ¿Cómo ve al resto de sus vecinos? – inquirió el doctor Claudio Marrapodi –
-         En lo personal hasta aquí llegué. Espero haber sido de utilidad. La amaba, la admiraba y la soñaba. Tenía toda la paciencia del mundo para esperarla, siempre hice lo que me permitió y le aclaro que nunca me mintió. Sobre los demás no espere gran cosa, usted mismo lo ha visto, doctor. Mediocres, dependientes y temerosos de enfrentarse con la vida sin el soberano que les indique qué hacer, qué decir y cómo pensar. Mi viejo está harto. La política está colonizada por los intereses de la corporación. El pobre no escapa de las generales de la ley; está al frente de un cargo sin el apoyo institucional necesario por parte del Intendente. Su función no es autárquica, ni siquiera fue elegido democráticamente, se lo ve como un simple auxiliar administrativo.
-         Agradecemos su enorme colaboración Ballesteros – expresó el fiscal – Ha sido muy valiente. Le aclaro que inmediatamente vamos a corroborar su declaración y empezar a reanudar esta historia. Mi chofer lo llevará hasta Ibarrondo. De ahí sabrá como llegar a Colonia Maciel. Si nos ve por el pueblo le recomiendo ignorarnos.

Se estrecharon las manos deseándose suerte. Marcelo Ballesteros había cerrado definitivamente su relación física con Mariangeles Miranda y estaba en paz. El fiscal Romero Vizcaya y el doctor Claudio Marrapodi recién comenzarían a desandar las suyas.

El correo electrónico indicaba:

Claudio: Recuperar el informe forense de Mariangeles Miranda. Sacar copia del anexo que describe las condiciones en que se hallaban sus órganos genitales. Debemos releerlo. Lo espero mañana en la fiscalía. Un abrazo, Edgardo.

El jefe del destacamento policial de la aldea era escogido directamente por el clan Saldías en acuerdo con la familia Hornees. El recurso asignado debía entender que la prioridad de su función radicaba en la defensa y cuidado de los intereses de ambas dinastías. Era primordial el recorrido con el móvil oficial de sus campos para evitar cualquier intromisión o intento de cuatrerismo. El casco urbano, lugar del vulgo, ocupaba una instancia secundaria en el marco de la actividad del Oficial. El clan Hornees no participaba de las actividades locales ni tenía incidencia en la suerte de la población ya que su finca estaba ubicada en plena zona rural utilizando el ejido urbano únicamente para aprovisionamiento ocasional.
Se sabe que varios representantes de la ley tuvieron que emigrar debido a negarse acatar semejante ordenamiento. El poder le permitía a los Saldías mover piezas a su antojo. De modo que el recurso actual encajaba con el perfil adecuado; lo cierto es que en ningún momento prestó colaboración con la fiscalía para la investigación. La conveniente excusa esgrimida era su estado de soledad laboral, debido a eso, no podía descuidar sus obligaciones diarias a favor de la comunidad.

¿Pudo releer el informe? – Preguntó el fiscal –
Si – afirmó Marrapodi –, lo mencionado por Ballesteros es correcto. Se encontraron importantes inflamaciones en algunos de los órganos sexuales. Consulté con un colega especialista en ginecología y me aseguró, luego de leer el informe, que es muy probable que esas lesiones hayan sido provocadas por un aborto irregular. Me confirmó que las fotografías muestran con claridad que la occisa poseía laceraciones corrientes en el marco de estas prácticas tenebrosas, generalmente producto de la intromisión de instrumental médico improvisado y sin la debida profilaxis. En su síntesis nos aclara que por lo observado la operación era relativamente reciente, no más de un año.

-         Entonces podemos asumir como cierto que estuvo embarazada y decidió voluntariamente interrumpirlo – sentenció Romero Vizcaya –
-         O fue conminada a interrumpirlo – replicó Claudio -
-         Tomando cualquiera de las dos hipótesis nos es imprescindible visitar a la curandera de modo urgente. De camino podemos pasar por la casa de los Miranda para ratificar la versión que Ballesteros nos diera de la mascota.
-         ¿Duda de Ballesteros, doctor?
-         No. Pero en mi trabajo no puedo permitirme dar por cierto lo que dicen los testigos hasta corroborarlo empíricamente.
-         Si gusta lo acompaño – propuso el forense –
-         Será un placer.

Dos días después y luego de constatar la versión de Marcelo Ballesteros con respecto a la mascota partieron hacia la vivienda de la sanadora según el boceto que el mismo testigo les había diseñado a modo de referencia. El miserable y marrullero albergue estaba en las afueras del casco principal, detentando la firme custodia de una importante jauría de perros de diversos tamaños, pelajes y humores. Como es usual los más pequeños potenciaban con su constante y ensordecedor ladrido la tensión de los más corpulentos, transformándose estos en cancerberos de sumo cuidado para el forastero ocasional. En consecuencia el primer riesgo era bajar del vehículo. Antes de hacerlo emergió de esta suerte de gruta una dama de siniestra presencia y dudoso rango de higiene portando en su mano derecha una gruesa vara de madera para calmar la furia y excitación de las bestias. Más de quince animales aguardaban furiosos a la espera de saciar curiosidades. El coro de ladridos decrecía a medida que la sanadora se acercaba al vehículo, algún extemporáneo castigo a los más díscolos terminaron por convencer a la jauría. La presencia de la dama era suficiente constancia para retirase desordenadamente del lugar.

-         Buenos días. Me apellido Romero Vizcaya y el señor es el doctor Claudio Marrapodi. Ambos somos funcionarios de la fiscalía de la regional con sede en Laguna Blanca. Necesitamos hacerle algunas preguntas.
-         ¿Fiscalía de Laguna Blanca? No entiendo – replicó asombrada Vandor –
-         En efecto señora. Le pido nos escuche. Más que a preguntar venimos a ofrecerle un trato – aseveró el fiscal -
-         ¿Trato? Sigo sin entender.
-         Sabemos a lo que se dedica señora Vandor. Estará enterada que el ejercicio ilegal de la medicina está severamente penado siendo delito de índole federal – interrumpió Claudio, para luego continuar – Como forense he sido testigo de aberraciones o lo que es lo mismo arteros asesinatos a jóvenes desesperadas, como consecuencia de ello, estamos tratando de cercar radicalmente la cuestión.
-         Sigo sin entender de qué hablan caballeros.
-         Señora – insistió el fiscal – el cadáver de Mariangeles Miranda nos habló de usted, nos describió con suma precisión la operación que le efectuó meses atrás para interrumpir su embarazo. La invito a que apele al sentido inteligente y escuchar nuestra propuesta.
-         Adelante por favor.

La vivienda portaba la precisa iconografía que la profesión requería para que el agobiado paciente confiara en los inexistentes talentos de la curandera. Una importante cuota de oscuridad, cortinados lúgubres, imágenes demoníacas, cruces varias de todo formato y color, y una densa humareda maloliente se imponían con desmedida firmeza.

-         Tomen asiento por favor.
-         Gracias. El esquema es simple señora Vandor – refirió el Fiscal – en su declaración está la posibilidad de colaborar para desentrañar el asesinato de la señorita Miranda. Sabemos que en su oportunidad ella recurrió a sus servicios para la realización de un aborto clandestino. Ahora bien...
-         ¿De dónde sacaron esa información? – interrumpió la sanadora –
-         Ya le dijimos que el cadáver de la muchacha mostró laceraciones genitales irrefutables. No posee entrada en ningún hospital de la zona y usted es la única persona que se dedica a estas comisiones. Cientos de testimonios así lo acreditan – aseguró el forense –
-         ¿Qué desean saber?
-         El responsable masculino de tal embarazo – sentenció directamente el fiscal –

Pasó un largo rato evaluando la situación; indefensa y culpable inició su relato...

-         Minutos antes de la sesión, entre sollozos y temores, Mariangeles me comentó, a modo de distensión, que el responsable de la paternidad era Joaquín Saldías; y que la había obligado a efectuarse la operación bajo amenaza de abandonarla, cosa que efectivamente haría luego de modo inexorable. A partir de ese momento ella vivió un impotente derrotero para recuperarlo. Se humilló, se inclinó de manera vergonzosa; hasta fue utilizada como mercancía de placer por los demás jóvenes del clan.
-         ¿Y usted cómo sabe de esto? Ballesteros nada me comentó al respecto – preguntó el forense –
-         Todo lo supe por ella. En más de una oportunidad tuve que atender sus heridas a cuenta de los Saldías. Le aclaro que el aborto me fue pagado en mano por el mismo Liberato. Jamás un Saldías pisó mi casa. Cuando se pasaban con las drogas y el alcohol, yo me encargaba de limpiarla con yuyos, antes de realizarle la purga definitiva. Vicente solía traerla en su propia camioneta. El hijo del delegado nada sabía sobre la verdadera relación que unía a Mariangeles con Joaquín. La muchacha siempre trató de apartarlo de su vida para no lastimarlo, los últimos meses se los observó llamativamente distantes. – concluyó Vandor -
-         ¿Sospecha quién pudo asesinarla? – interrumpió el fiscal –
-         No podría afirmar la identidad de la mano ejecutora, pero estoy segura que las paredes de la residencia de los Saldías conocen la verdad.

Terminada la reunión partieron rumbo a Laguna Blanca. Determinar estrategias futuras era el trabajo que les esperaba luego de sacar las imprescindibles conclusiones distinguiendo aquellos aspectos relevantes de los superfluos. Las aproximaciones venideras deberían ser lo suficientemente precisas como para no incurrir en errores sin retorno. El enemigo era muy poderoso y tenía contactos políticos que no se podían soslayar, por lo tanto era necesario ingresar al círculo del clan por el flanco que mostraba mayor fragilidad. La próxima convocatoria ya tenía nombre y apellido: Vicente Liberato

Por entonces el Partido de Ibarrondo estaba gobernado por la Unión Cívica Radical. Su intendente era un viejo médico de la zona con gran prestigio y extremada ineficacia. La obsesión distintiva del oficialismo era presentar al final de cada ejercicio superávit fiscal aunque ello signifique adormecer toda inversión posible a favor de la comunidad. Las pocas obras nada tenían que ver con las necesidades esenciales de la población. El Hospital Municipal adolecía de tecnología de mediana complejidad pero se gastaban miles de dólares en reformar la terminal de ómnibus y otro tanto se invertía en la construcción de un polideportivo que si bien era beneficioso exhibía escasísima prioridad. Por decisión propia el distrito había optado por  resignarse hacia los beneficios de la producción primaria con escasa absorción de mano de obra lo que originaba, año tras año, concluyentes procesos migratorios de carácter expulsivo que tenía a los más jóvenes como protagonistas exclusivos. No existía empresa, fuera del rubro agrícola, con más de quince operarios y cada proyecto de inversión con intencionalidad de radicación era bastardeado hasta el hartazgo de sus promotores. Los que dominaban la política Ibarrense impedían el crecimiento del distrito con el objeto de seguir manteniendo una góndola repleta de mano de obra barata. Colonia Maciel no escapaba a dicho orden. El oficialismo era el estable y legal reaseguro democrático del éxito empresarial de los clanes dominantes. El estado terminaba siendo el mayor contratista de trabajadores, manteniendo de ese modo una red de clientelismo político que aseguraba una prolongada permanencia. Adosaba, al formato relatado, las usuales y nefastas prebendas, disfrazadas de ayuda humanitaria a favor de su cohorte de fieles exaltados; lo mismo daban personas físicas o entidades sin fines de lucro. La eterna subvención como forma de atraer voluntades sórdidas y fácilmente adquiribles.

El temor y la desesperación se apropiaron de Vicente Liberato a poco de recibir la citación de la Fiscalía en condición de declarante. Si bien la misiva no detallaba la razón de la convocatoria estaba seguro que Mariangeles Miranda sería motivo de cuestionario. Inmediatamente de recibida la notificación se la enseñó a su amigo Joaquín Saldías y éste a su padre Mario, que a la vez era abogado.

-         No te inquietes Tano – le aseguró el legista – Yo te voy a acompañar como asesor jurídico. Quiero ver que se trae entre manos este cagatintas culorroto.
-         Gracias Mario, no esperaba menos de usted.

La indagatoria fue prudente y cordial; la estrategia del fiscal era no incomodar y presentarse como variable necesaria para dar por finalizada la investigación y archivar el legajo. El doctor Mario Saldías era ducho en estas lides no dejando hablar a su cliente. De todas formas Edgardo Romero Vizcaya consideraba que la presencia de una de las cabezas del clan podía considerarse como una declaración de principios. “Tocar a uno de los suyos, significaba tocar a todos”, pensó.
El único momento de tensión se vivió cuando surgió la cuestión de las visitas que la joven había efectuado a la sanadora María Vandor en compañía de Liberato para aliviar urgentes y delicadas curaciones. La ambigüedad de la respuesta por parte del abogado Saldías confirmó que el camino de la pesquisa era el indicado. El asesino estaba dentro de la caterva y los primeros síntomas de complicidad y encubrimiento tallaban notorios relieves. Una semana se tomó el fiscal para ordenar la información obtenida; la colaboración del médico forense Marrapodi había sido vital para reorganizar la investigación y colocarlos en las puertas de citaciones más específicas y fundamentadas. Su intencionalidad, en el corto plazo, sería la convocatoria de cada integrante del grupo para tomarle debida declaración sobre el evento que le costara la vida a la joven Miranda. Una vez finalizada la planificación futura redactaron los documentos respectivos y acordaron remitirlos dentro de las próximas cuarenta y ocho horas.

En Colonia Maciel la muerte comunicó de su existencia exhortando que resistir es tarea de anónimos y de necios. Nadie estaba dispuesto en la aldea a corregir un paisaje que los mantenía acostumbrados y sobrevivientes, arrendando cielos privados y placeres  prestados.
La muerte le avisó al doctor Edgardo Romero Viscaya sobre un inesperado y prometedor ascenso dentro del Poder Judicial de la Provincia, al que fue conminado aceptar bajo amenaza de un jury de enjuiciamiento según denuncia efectuada por el doctor Mario Saldías por haber tomado declaración bajo coacción a la señora María Vandor. La muerte le avisó al joven forense, doctor Claudio Marrapodi de su nuevo destino en la conflictiva y siempre necesitada de recursos Primera Sección Electoral del conurbano bonaerense. La muerte le notificó a María Vandor sobre un inesperado y definitivo paro cardiorrespiratorio; a la familia Ballesteros le informó sobre la inmediata necesidad de un urgente proceso migratorio hacia la localidad de El Saliente. La muerte aconseja en Colonia Maciel que es mejor no desafiarla, que tiene tolerancia y paciencia, que ordena y establece prioridades, que tiene defensores y albaceas, y que gracias a ellos el legajo de Mariangeles Miranda descansa en paz, por el bien de la comunidad.




El Sentimiento Trágico de Patricio López


El olvido es una gran alquimia sin secretos, 
transforma todo el presente...
César Aira

Dejó que el teléfono sonara intentado que cesara en su capricho. Era otoño, cerca de las ocho de la noche, hacía frío. El aparato insistía dando a entender que del otro lado de la línea alguien estaba dispuesto a sostener la pulseada de manera inexorable. Patricio comenzó a comprender que la urgencia lo demandaba; hastiado, abandonó sobre la mesa de luz, su copa de escocés, bajó el volumen del equipo musical –el violín de Paganini podía esperar-, depositó en el cenicero de bronce - regalo de su padre - el Montecristo número tres, y marcó con su histórico señalador de cuero la página que proponía la continuidad de El Sentimiento Trágico de la Vida de Miguel de Unamuno. Se levantó del sillón, mueble que se  alineaba en dirección a los ventanales que daban al balcón. El departamento se hallaba ubicado al frente, en un panorámico octavo piso, sobre la Avenida del Libertador, orientado visualmente en línea perpendicular a la Embajada de Chile. Caminó los pasos necesarios hasta el teléfono fijo, detestaba los celulares, los entendía como una intromisión innecesaria. Al levantar el tubo del aparato la tediosa monotonía del tono constante daba muestras de lo inútil que había sido modificar su momento de lectura, distrito diario que preservaba como norma de placer desde que lograra independizarse apenas cumplidos sus veinticuatro años. Por entonces y luego de haberse recibido de ingeniero en sistemas fue becado, en condiciones muy ventajosas, por una de las empresas canadienses más importantes en el rubro. Sus calificaciones en la universidad fueron determinantes para el logro. No sólo el salario era tentador, además estaba anexado al sistema de relación de dependencia un departamento cuyo comodato se actualizaba automáticamente cada doce meses, más un automóvil cero kilómetro que sería renovado cada dos años en función de no entorpecer sus tareas representativas. Poco después de un lustro pudo adquirir su actual inmueble palermitano devolviéndole a la empresa aquel departamento cedido. La nobleza de la actitud, ausente de toda especulación y plena de confianza, fue bien reconocida por el holding multinacional diseñando una compensación generosa que le permitió saldar la hipoteca mucho antes de lo planificado. Con cuarenta y seis años de edad, Patricio exhibía un presente sólido, era muy respetado, no sólo por su probada capacidad profesional además exponía una belleza personal por fuera de la media urbana. Independientemente de su excelencia en la materia informática le agregaba a su currículum una envidiable formación cultural producto de la afición a las lecturas universales. Apocado y modesto en sus aseveraciones siempre dejaba a la duda como amable vaso comunicante para nuevas conversaciones, para nuevos encuentros.
Romina, el amor desde sus tiempos de estudiante, había fallecido de un cáncer pancreático  fulminante tres años después que decidieran comenzar a convivir, acuerdo consensuado una vez que Patricio había logrado cierto equilibrio económico. No se habían casado, no lo consideraban necesario, la tragedia apareció cuando también bajo mutuo acuerdo habían determinado agrandar la familia. Cuando Romina falleció estaba embarazada de diez semanas. Desde los treinta y dos años Patricio compartía con su burguesa soledad aquellas íntimas ausencias.

-         ¿Vos llamaste viejo? – Patricio se comunicó de inmediato con el Padre de modo liberarse de su única preocupación existencial -
-         Si, Patricio. Necesito... disculpá, me corrijo. Me gustaría invitarte a cenar. - Esa corrección de su padre le provocó a Patricio una sensación intimidatoria, acaso de mal augurio -
-         ¿Sucede algo?
-         ¿Te parece qué no nos sucede nada? – replicó don Arturo -
-         Si vas a volver sobre lo mismo me abstengo. Perdieron, Papá, perdieron. No hay vuelta atrás, el mundo ha decidido recorrer otros caminos.
-         ¿Aceptas la invitación entonces?
-         Acepto, pero de vos depende que no sea nuestro último encuentro.
-         Tan comprensivo con el afuera, tan taxativo con tu padre.
-         Gracias a ese afuera, que tanto asco te causa, soy lo que soy, si por vos fuera todavía nadaría entre utopías, fantasmas, derrotas y Homero Manzi.
-         Te espero en casa a las nueve. Digo, si no te molesta volver al barrio.
-         No me dejás alternativas, sos mi padre, no te quiero incomodar.
-         Nos vemos...

Don Arturo López, padre de Patricio, era técnico en electrónica, desde pibe había estado familiarizado con el oficio por mandato genealógico. Por los años setenta había desarrollado actividades gremiales en una de las empresas que luego fue absorbida por el holding canadiense que tenía contratado a Patricio. De hecho, varios ejecutivos del presente, jefes directos de su hijo, fueron durante aquella época los delatores que propiciaron su secuestro y la desaparición de varios de sus compañeros militantes. Un apellido tan corriente permite que determinadas historias se disipen. En Julio de 1978 don Arturo fue liberado, blanqueado y puesto a disposición del poder ejecutivo nacional pudiendo armar, en su modesta casa de Pompeya, un pequeño taller de armado y reparación de equipamiento electrónico: Radios, televisores, tocadiscos, combinados, magazines, pasacassetes, eran su corriente compañía. El tiempo y la tecnología lo obligaron a modernizarse, cosa que por capacidad deductiva no le trajo demasiadas complejidades. Sus conocimientos prácticos y su pensamiento lógico lo introdujeron en tema muy rápidamente.  Doña Beatriz, su esposa y madre de Patricio, había fallecido el mismo día que su hijo menor cumplía los cuarenta años. El mayor de los hermanos se llamaba Juan Manuel, bautizado de ese modo en honor al Restaurador. Juan Manuel estaba desaparecido desde mediados de 1977 cuando varias decenas de servicios sin identificación ni uniformes irrumpieron en el Centro de Estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, casa de estudios en la cual estaba cursando su segundo año. Si bien Juan Manuel nunca había participado en células armadas se lo tenía apuntado como un ferviente adherente del ala izquierda peronista. Diez años se llevaban los hermanos entre sí. Dos generaciones distintas, acaso dos modos diferentes de percibir y entender el mundo. Sólo tenían en común haberse salvado del servicio militar por excedente, vulgarmente definido como número bajo. Patricio contaba con once años cuando Juan Manuel desapareció. Fue testigo privilegiado de la búsqueda desesperada de sus padres y luego la de su madre en soledad dentro de las “Locas de la Plaza”. Vivió como nadie la caída de Beatriz cuando don Arturo fue literalmente chupado de la fábrica, y cómo revivió cuando cierta noche mundialista, a eso de las diez, sonó el timbre de la casa de Pompeya. Patricio aborrecía toda aquella historia, no la sentía propia. Si bien la sufría, por aquello del dolor ajeno, irremediablemente, y eso era lo traumático, se sentía ajeno de esas cuestiones. Le afectaban los sucesos puntuales, los efectos, para nada se interesaba por las causas de esos sucesos. Patricio había diseñado su proyecto de vida por fuera del imperio familiar, se escindió de todo elemento lacerante, acompañaba buenamente, no más. Incluso sus pérdidas más recientes las asumió del mismo modo. No necesitaba llevar flores a la tumba de su esposa, entendía que su amor no podía tener como relato una rápida putrefacción de vegetales multicolores. El breve y maravilloso tiempo compartido no merecía ser minimizado con vulgaridades y vacías formalidades.
Nadie, dentro de la empresa, conocía la genealogía de Patricio. Fue becado a principios de los noventa y por ese entonces las viejas indagatorias totalitarias en las que solían incurrir los empresarios se hallaban perimidas, no tanto por falta de deseos, sino por temor a ser denunciados y que una posible publicidad de dichas políticas conspire en los negocios. De modo que Patricio nunca tuvo que completar formas burocráticas por fuera de las eminentemente personales. El hombre era muy respetado por el consejo de accionistas, su palabra tenía peso, sobre todo en el campo de las inversiones hacia las nuevas tecnologías. Su supervisor en jefe era un tal Marcos Taquini, ingeniero en electrónica, persona con la cual mantenía una excelente relación laboral. Su antigüedad en el grupo empresarial y su edad eran factores determinantes para ni siquiera intentar luchar en pos de mejorar su posicionamiento en el escalafón institucional. Si bien nunca personalizaron su relación a niveles íntimos, Marcos Taquini lo sentía como el hijo que nunca tuvo, de modo que Patricio sabía perfectamente que le debía al supervisor gran parte de su crecimiento profesional.

-         Cómo estás hijo, me alegra tu visita.
-         ¿Hiciste reformas? Veo cambios.
-         Alguna cosa menor. Modifiqué el taller, tiré la pared del fondo y agrandé el patio. Como verás quedó armada una linda galería. Me quedé con dos ambientes. ¿Para qué más?
-         Se ve mucho mejor aunque el barrio sigue siendo una cagada.
-         Obvio, no es Palermo. Las inversiones no vienen al sur de la ciudad.
-         Eso cierto. Encima, desde lo impositivo, no hay mayores diferencias.
-         Preparé un pastel de papas. Recuerdo que de chico te gustaba mucho.
-         Aún me gusta, sobre todo con aceitunas y morrón.
-         Tiene de todo.
-         Vale. Este par de vinos patagónicos que traje sabrán acompañar tu pastel.
-         Merlot, y de Bodegas Fin del Mundo – exclamó don Arturo -
-         Dale viejo, vamos a la mesa, viene un aroma bárbaro desde la cocina. Después la seguimos – sentenció Patricio –

La cena transcurrió dentro de un clima distendido ocupando el fútbol buena parte del debate. Quizás ambos intentaron ubicarse en la Miravé, buscando de ex profeso un nicho común que los arropara. Huracán los unía en la desgracia, acaso con la sana interrupción de algún grito esporádico a modo de rebeldía. El Metro del 73 era un recuerdo recurrente, firme para don Arturo, borroneado para Patricio. Aquel fenomenal equipo del 76 del Gitano Juárez los encontraba mucho más lúcidos, nunca dejarán de lamentar el formato de ese torneo y ese gol de otro partido del Chino Benítez. El soberbio Negro Baley “en babia” y todo se fue a la mierda por un zapatazo desesperado tirado al azar. Preferían omitir del futbolero debate este último torneo perdido contra Vélez. Sabían que Cappa era tema de conflicto. Para don Arturo el motivo de la derrota fue el bochornoso arbitraje de Brassenas; para Patricio, el técnico era el responsable, encerrado en una falsa lógica principista: “Cappa no supo cerrar un simple partido de fútbol creyendo que con eso estaba haciendo la revolución” – sostenía con vehemencia. Para luego fundamentar - Nadie se hubiera atrevido reprocharle al Globo, luego de la tremenda exhibición futbolera demostrada durante dieciocho fechas, un poco de especulación en función de compensar tanta alegría dispersa -. Varias veces, en medio de la charla, don Arturo lamentó la actitud de Patricio por no haberlo acompañado a la cancha durante ese torneo.

-         ¿Cuántas décadas pasarán hasta que volvamos a disfrutar de un tipo como el Flaco Pastore pisando el Ducó? Esta enorme casualidad no se la puede soslayar. Fui feliz como de pibe Patricio – afirmó con melancolía don Arturo -
-         Todo lo que quieras, pero el mazazo llega de modo inexorable; el tango, la nostalgia y el tiro del final, que en el caso de Huracán, siempre acierta en la sien.
-         ¿Por eso nunca viniste a la cancha? ¿Por recelo a la desilusión?
-         Son muchas derrotas, muchos descensos, muchos abandonos – sentenció Patricio –
-         ¿Entonces?
-         ¿Entonces qué, Papá?
-         No vayamos a la cancha, no nos enamoremos, no leamos un libro, no vayamos al cine, no tomemos un vino, no tengamos hijos, no nos metamos al mar, no caminemos bajo la lluvia, no hagamos nada, esquivemos la posibilidad del placer porque todo puede llegar a desilusionarnos. Hay algo que me gustaría decirte Patricio. Temo que todavía no has comprendido que la desilusión, lo nefasto, la muerte, es lo que le da sentido y sustento a la ilusión, a lo bello, en definitiva a la vida.
-         Estaba leyendo algo de eso cuando me llamaste la otra noche.
-         Lamento haberte interrumpido entonces.
-         Del Sentimiento Trágico de la Vida de Unamuno
-         ¡Uf! lo lamento doblemente.
-         ¿Lo leíste?
-         De manera íntegra tres veces: Luego que desapareció tu hermano, más tarde cuando falleció Romina llevando en su cuerpo el nieto por venir y luego de la muerte de tu madre. Además, en distintos momentos tuve que acudir a él bajo el formato de lecturas salpicadas, acaso a modo de repaso.
-         Por ejemplo.
-         Cuando me comentaste que Taquini era tu jefe y protector.
-         ¿Lo conocés? Nunca me dijiste nada – cuestionó Patricio –
-         Es el turro que nos buchoneó. Luego supe que con esa actitud había logrado posicionarse políticamente dentro de la vieja empresa.
-         ¿Estás seguro? Me cuesta creerte.
-         Probalo vos mismo si no das crédito a lo que te digo. ¿Espero que no le temas a la desilusión?
-         Si lo encaro de modo directo pongo en riesgo mi futuro – argumentó Patricio –
-         Fácil. No fuerces la situación, paciencia. Cuando en un almuerzo, de modo casual, surja el tema político deslizá al pasar que tuviste un tío lejano, ya fallecido, llamado Arturo López, laburante del rubro, que estuvo casi un año secuestrado durante la dictadura. A partir de ese momento él hará el resto.
-         Te adelanto que cuando surge el tema siempre se mostró crítico con aquel período. Cuestionó sus métodos aberrantes e incluso se exhibió muy indignado con el robo de bebes.
-         No te olvides que sus nuevos jefes son canadienses. Por aquellas épocas la mayoría de las sociedades del mundo reprobaban a la dictadura. Canadá, Francia, Alemania, Suecia, Italia, incluso el mismo Jimmy Carter solicitaba recurrentemente explicaciones internacionales y atendía con sumo respeto las quejas de los exilados. La violación sistemática de los derechos humanos que desarrolló aquel proyecto cívico militar no puede encontrar en el presente adherente alguno – finalizó don Arturo –
-         Según tu razonamiento Taquini porta un disfraz. Es decir, necesita de él para poder conservar su trabajo y al mismo tiempo su estatus social.
-         Te pregunto Patricio. ¿Cómo crees que resolvería la empresa saber que uno de sus más altos ejecutivos fue el responsable de la desaparición de veinte trabajadores de los cuales quince permanecen en esa condición? Sacátelo de la cabeza, la cosa no llegaría nunca a juicio, evitar a la prensa sería el objetivo, no pensés en cuestiones humanísticas; estoy convencido que el tipo sería eyectado sin miramientos, muy bien indemnizado por cierto, pero la decisión sería irrevocable.
-         ¿Estás seguro? Lo tuyo no será una simple expresión individual de deseos. Me parece que tenés la debilidad de considerar que al presente le sigue interesando lo que ocurrió en el pasado.
-         No le tengo miedo a la desilusión. Es más, la temática de esta charla, de algún modo, me ha rediseñado como viejo luchador. Una torpeza más de la que me declaro autor quizás, descubrir que la ignominia y la impunidad me siguen perturbando.
-         Taquini hizo mucho por mí, siento el asunto como una traición, como una persecución aviesa, acaso siniestra.
-         ¿No te jactas de ser pragmático Patricio? – inquirió don Arturo –
-         Pero qué relación tiene con el dilema mi pragmatismo.
-         Sin saberlo quizás, Marcos te dio lo que te había quitado de pibe. ¿Resulta tan descabellado considerar qué están a mano, qué no existen deudas ni pendientes?
-         Pero vos...
-         Para mí es tarde, yo no cuento, sólo presto testimonio. El sentimiento trágico es tuyo, vos sabrás cómo resolverlo. Convivir con ello o rebelarte. Recuperar a Juan Manuel como símbolo de tu historia.
-         ¿Por eso nunca aceptaste mi ayuda económica?
-         Cuidado, sé separar. Quién intentaba ayudarme era tu trabajo, tu esfuerzo, tu conocimiento, no Taquini. Vos estás al margen de la cuestión. Saber que buena parte de esas rentas están manchadas con sangre no es de tu competencia. De todas formas preferí no ser yo quién complejice tu proyecto de vida y menos cuando decidiste formar familia.
-         Ya se hizo muy tarde viejo. A pesar de que mañana es domingo tengo que hacerle una visita a la planta que tenemos en Zárate, justamente a las ocho tengo que pasar por Taquini. Parece que desean invertir en equipamiento y necesitan mi opinión.
-         Espero que te vayas pipón. El vino fue un placer inesperado. ¿Con qué auto te estás manejando?
-         Hace un mes nos renovaron el modelo a todos los jerárquicos. Esta vuelta optaron por la línea de los Focus. El más sencillito te aclaro. La idea es no hacer bandera ante tanta paranoia.
-         Nos vemos hijo, teneme un poco más al tanto de tu vida, te acompaño hasta la puerta.
-         Chau Papá, nos hablamos...

El lunes por la mañana, como todos los días desde hacía cinco años, don Arturo López fue a buscar, al kiosco de diarios del “Curcu” Sosa, su reservado ejemplar de Página 12 para leerlo en el boliche de Ferretti, bar ubicado en la esquina de Centenera y Esquiú. Mientras degustaba su cotidiano Cinzano, una noticia en policiales detuvo su habitual y veterana parsimonia.

“TELAM. Pasada la tardenoche del domingo, miembros de la Policía Federal seccional 50 con jurisdicción en el barrio Porteño de Flores allanó la finca ubicada en la calle Membrillar 583 propiedad del Ingeniero Marcos Taquini, importante ejecutivo de una empresa multinacional. En su interior se halló el cuerpo sin vida del mencionado. Según las primeras pericias y ante la presencia de peritos, forenses y fiscales se determinó que el occiso falleció de modo traumático no descartándose, por el momento, ninguna hipótesis. La causa, en manos del Fiscal Carlos Esteche, se encuentra caratulada como muerte dudosa. Según datos fehacientes, emanados desde la propia fiscalía, el aviso fue dado al 911 cerca de las 20.30 horas por su vecino de medianera a poco de escuchar un ensordecedor estruendo. Aparentemente éste decidió convocar a las fuerzas policiales motivado por la ausencia de respuestas concretas cuando intentó algún tipo de auxilio”.

Al viejo, por fuera de la sorpresa inicial no le cerraba lo leído, no le daban los tiempos. Inmediatamente relacionó la noticia con Patricio. Sabía lo del viaje a Zárate de su hijo en compañía del muerto, debido a eso lo primero que se le cruzó por la cabeza fue tratar de comunicarse con él para saber cómo estaba su situación de cara al suceso. Suponía que no debía llamarlo a la empresa por obvias razones de privacidad de modo que no tenía más  opción que esperar hasta la noche. No quiso conjeturar, sospechaba que el día sería más extenso debido a la incertidumbre, ansiedad tallada anárquicamente por la ignorancia. Esperanzado por virtuales llamados de su hijo decidió volver rápidamente a casa interrumpiendo su rutina cotidiana. Pensó que lo mejor para su salud mental era abrir el tallercito bastante más temprano que de costumbre y ponerse a trabajar; tener el teléfono a mano sería condición indispensable para soportar el paso de las horas.
Pasado el mediodía suena el teléfono. Don Arturo atendió luego del primer aviso.

-         Viejo no me interrumpas. Si todavía no te enteraste prendé la tele y poné en este mismo momento C5N. Te la hago corta, estoy bien, quedate tranquilo. A eso de las nueve de la noche estoy por allí. ¿Me escuchaste?
-         Vale. Un beso hijo...

Los años no vienen solos pensó, cayendo en la vulgaridad del sentido común. Esperar a estas alturas de la vida es más complejo debido a que no queda demasiado tiempo. Prometió hacer una siestita decretándose una licencia merecida, intuía que la noche sería extremadamente larga.
Se despertó promediando la tarde, de inmediato decidió aprovechar el momento para comenzar a diseñar la cena. Milanesas con fritas fue el menú escogido.

Patricio llegó puntualmente a las nueve de la noche, esta vez sin vino. El abrazo que le dio a su padre resultó mucho más apretado que de costumbre y más teniendo en cuenta que sólo cuarenta y ocho horas antes habían vivido una situación similar. Don Arturo lo notó extrañamente excitado, acaso perturbado. Prefirió no presionar ni prejuzgar.

-         Aquí estamos viejo – rompió las formas Patricio -. Taquini se suicidó luego que lo dejé en su casa. De hecho todos los concurrentes lo notamos sumamente extraño durante el transcurso de la visita a la planta de Zárate. Menos mal que Marcos no era el único jerárquico que viajó en mi auto, lo cierto es que por recorrido fue el primero que llevé, de lo contrario todavía estaría dando explicaciones. Me tuve que morfar cientos de preguntas e indagatorias, el pasado cayó como cascada. Vos, la vieja, Juan Manuel, Romina, mi relación con el muerto, sus antecedentes como servicio durante la dictadura...
-         ¿Servicio? No sabía, disculpá que te interrumpí Patricio, seguí por favor.
-         Tal como lo oís. El tipo como profesional técnico era una fachada, por entonces era un cuadro paraoficial dentro de varias terminales que lo tenían contratado.
-         No entiendo.
-         Taquini era una suerte de cuadro itinerante, inserto dentro de aquel formato sindical. La justicia lo estaba investigando. Como representante del gremio iba a varias fabricas so pretexto de su función. En realidad buchoneaba a los delegados. Así caíste Papá. Estoy seguro de que el tipo ni siquiera se acordaba de vos. Más de un centenar de trabajadores y delegados cayeron en operativos simulados gracias a sus informes.
-         ¿Y el suicidio?
-         Si bien no encontraron notas ni cartas de Marcos presumen que al encontrarse cercado por la investigación judicial tomó la trágica determinación. Su ex esposa, en sede fiscal, dio fe que Taquini se hallaba inserto en un cuadro depresivo por el asunto; parece que dicho cuadro se profundizó cuando la propia empresa le solicitó explicaciones sobre su pasado producto de que la justicia, a través de la secretaria de Derechos Humanos, interpeló a las más altas autoridades nacionales del holding sobre su persona. Según los Gerentes y accionistas era un secreto guardado bajo siete llaves que Taquini dejaría la empresa a fin de año. De algún modo tenías razón Papá, la empresa no quiere saber nada con esta clase de historias – aseguró Patricio -
-         ¿Y tu situación? – preguntó don Arturo, mientras ponía la mesa para cenar -
-         Tengo pensado renunciar, acaso “recetearme”, me propongo abrazar todo aquello que intenté borrar negando caprichosamente una historia de la cual no tenía razones de ocultar. Ese mundo no es el mío. Debo reconocer que me acogió amablemente durante más de veinte años, demoró todo ese tiempo para exhibir sus colmillos. Veo con suma urgencia la íntima necesidad de volver a la lectura de Unamuno. En esos más de veinte años le di la espalda a mi propia tragedia y a todos los sentimientos que esa tragedia portaba. Vender el departamento de Palermo quizás, y que con esa guita hacer algo juntos, vivir juntos, laburar juntos, invertir en el taller... cruzar ese puente que torpemente observaba como límite y no como vaso comunicante. Además me he dado cuenta que la empresa vería con buen gusto mi partida, sin descartar la posibilidad de consensuar un retiro y hacer un buen acuerdo económico. De algún modo soy la contracara de una historia que no les interesa. Deshacerse de la guillotina, del verdugo, de las cabezas y limpiar el predio es su exclusiva preocupación. ¿Cómo hago para simular que soy un “No Ser”? Si puedo escoger un NO SER elijo el de Macedonio: “Trabajar en silencio, honesta y solidariamente, lograr verdades y decirlas, sin aspirar a ser recordado”. Viejo, deseo regresar a mis humanas vulgaridades, acaso me cueste y te pido ayuda: llevarle flores a Mamá, a Romina y tener una foto de Juan Manuel sobre la cómoda, sobre todo aquella que nos sacaste en Villa Gessell, estando sobre sus hombros a punto de arrojarme a la rompiente. Palermo y Pompeya, la crueldad del ostento versus la dignidad de la pobreza, y Manzi, y uno tirado en medio del dilema, de elegir se trata entonces.
-         ¿Comemos?
-         Esperá Papá, todavía no saqués del horno. Las milanesas con fritas se merecen algo más que agua mineral. Vamos al mercado, directo a la góndola de vinos, todavía no son las diez...





Por un pasado de gloria


Una paradoja es la verdad
puesta boca abajo
para llamar la atención..

Nicholas Falletta


Varios años habían pasado desde la última reunión. Fue durante la década del ochenta. No sabían precisarlo con exactitud debido al poco orden que guardaban de sus recuerdos. Los hombres solían relacionar sus encuentros con sucesos políticos de excepción, y aquellos tiempos de sostenible vértigo no les acercaban precisiones. El Nunca Más, el Juicio a las Juntas, Semana Santa, Monte Caseros, Obediencia Debida, Punto Final, La Tablada, Rico, Seineldín, el esperado indulto, conformaban una nebulosa de referencias tan caóticas como desordenadas. Los noventa pasaron de largo; sus talentos no eran de imperiosa necesidad, todo estaba políticamente ordenado no precisando del aderezo logístico que aportaban como sana regla institucional.

A mediados de la primera década del nuevo milenio la situación era tanto por ciento más compleja. El movimiento nacional y popular en el poder intentaba modificar las relaciones existentes pretendiendo ocupar espacios de decisión hasta entonces vedados. Algunos pocos cuadros no vencidos y supuestamente exterminados del populismo de izquierda setentista habían logrado reagruparse y conformado un frente minoritario que logró imponer condiciones casi de casualidad, dentro de un Peronismo que decidió, durante la segunda década infame, ocultar sus banderas fundacionales y hacerle mimos a los sectores corporativos más reaccionarios de la sociedad. Sin caudillos emblemáticos y dominantes se dieron las condiciones subjetivas para que varios de aquellos exiliados combativos se colocaran a la cabeza de un proyecto inclusivo en el marco de un país desbastado y una sociedad mayoritariamente empobrecida. Algo más de un veinte por ciento le alcanzó para obtener las simpatías del electorado para una segunda vuelta que el ex presidente “rubio y de ojos celestes”,  no se atrevió afrontar.
En este contexto era necesario entonces iniciar el camino hacia una estrategia de erosión en función de socavar los cimientos de este embrionario proyecto. Distribuir la riqueza, desempolvar los juicios por la verdad y modificar las relaciones de poder no eran temas que las corporaciones estaban dispuestas a aceptar.

-         Me parece que no debemos descartar el magnicidio como alternativa – disparó Propato –Esta gente nada tiene que ver con aquellos tibios dirigentes de principios de los ochenta. Son bichos, tienen plata, manejan muy bien los medios y pusieron en juego a sus más notables intelectuales. Además el concierto internacional los favorece. Sin la vigencia de la teoría de seguridad nacional y sin el apoyo político norteamericano no podemos ir al frente como en las buenas épocas.
-         ¿Ella o Él? – preguntó Carmodi –
-         Doble complicación – interrumpió Moldes -. Podríamos estar creando un símbolo y una víctima a la vez. El símbolo como tótem para que la víctima se perpetúe en el poder. La receta debe contener a ambos.
-         Creo que estamos en condiciones – agregó Carmodi – de realizar un operativo en conjunto. Aún tenemos gente de los viejos tiempos que con gusto se pondrán a nuestro servicio para limpiar de zurdos la Patria.
-         Pero adolecemos de apoyatura política – afirmó Moldes –
-         Eso es parcialmente cierto – aseveró Propato mientras hojeaba su lista de posibles colaboradores – ya que poseemos aliados aún poderosos: La derecha peronista, el niño mimado del Pro, los radicales, la mesa de enlace, algunos caudillos provinciales, los oligopolios mediáticos afectados por la futura ley de medios, la iglesia, el progresismo liberal y me atrevo incluir alguna izquierda que el matrimonio dejó sin asunto como novia abandonada frente al altar.
-         Parte del campo popular en contra del campo popular como carta de triunfo – ironizó Carmodi –
-         Como siempre. Es histórico. Estos tipos viven reiterando errores a fuerza de vedetismo. Allá ellos – agrego Moldes - ¿Sacaste algo en limpio del listado, Propato?
-         Poco, muy poco. Los viejos camaradas de las fuerzas nos odian por haber tenido que cargar con el sayo completo, los servicios de inteligencia cambiaron sus cuadros poniendo en su lugar gente que responde al gobierno, la policía está en plena lucha por la calle y el botín, además, y aquí lo más complicado del asunto, todos cobran excelentes salarios.
-         Nada entonces  - sentenció Carmodi –
-         Te agrego – prosiguió Propato – que del viejo comando, Benítez, Quiroga y Mouriño son fiambres; Sosa, D´elía, Suazo y Marquesini cumplen sentencias en Devoto, mientras que Domínguez y Loza están en el Borda gracias a un par de buenos abogados.
-         Es una cargada – soslayó Moldes a la par que descerrajaba una puteada madre - ¿Me querés decir entonces quién nos convocó a esta reunión?
-         No lo sé – se apresuró a responder Propato -. La gacetilla hablaba de este bar y que el anfitrión llegaría treinta minutos después de la hora fijada.
-         ¿Y si es una trampa? – lanzó Moldes –
-         ¿Quién va a querér conspirar contra nosotros? ... somos poca cosa – continuó Propato -. Acá hay alguien que necesita de nuestros talentos, de nuestras capacidades operativas, de nuestro compromiso con Dios, la familia y la propiedad.
-         Ahí está, me parece que viene caminando la respuesta... Es el número dos del multimedio, Juan Francisco Losada Caló – reparó Carmodi - ¿Recuerdan al tipo? Hicimos un trabajo en la redacción de su diario sacándole de encima a tres delegados gremiales que jodían en su empresa. ¿Se acuerdan no? Lo conocimos cuando apretamos a los viejos dueños de Papel Prensa. El hombre solía venir con el cuestionario confidencial para continuar con los negocios. ¡Qué jóvenes que éramos!
-         Y necesarios  - afirmó Propato –
-         ¿Qué mierda querrá este tipo? – preguntó en voz alta Moldes –

Inesperadamente Losada Caló hace un giro en su andar perdiéndose de vista en medio de la multitud; mientras esto sucedía el trío no se percató que uno de los acompañantes del funcionario había ingresado al bar, por uno de los laterales, para acordarse en la barra a escasos dos metros de la mesa que compartían.

-         En breve el Señor Caló estará con ustedes – consignó el esbirro a media voz, ante la sorpresa del grupo –

El rostro del gerente era desconocido para el vulgo; apenas un par de inescrupuloso intentos financieros lo habían puesto en escena por una prensa marginal que no contaba con tiradas importantes, de modo que moverse entre la gente no le resultaba mortificante.

-         ¿Qué opinan? – comentó Carmodi –
-         Bueno... el hombre toma sus prevenciones. El tema debe ser lo suficientemente reservado como para tomar recaudos adicionales. No hay que olvidarse que nosotros somos gente con antecedentes y él un personaje medianamente público entre la burguesía nacional, cualquier fotografía o testimonio lo colocaría en una situación difícil de explicar – atinó a razonar Propato -. Temo que somos propietarios de una entidad superior, un tanto más importante de lo que suponemos, de lo contrario no habría razón para tanta precaución.  De algún modo su actitud habla bien de nosotros. Entonces me corrijo, no somos tan poca cosa.
-         Es verdad Propato – compartió Carmodi -. Somos poseedores de impecables legajos al servicio de la Patria, por lo tanto también nuestras identidades deben ser resguardadas. Espero que eso responda a tu extemporánea reacción Moldes.
-         Puede que tengan razón, de todos modos mi cuestionamiento no ha sido contestado – afirmó Moldes –, persisto con mi duda razonable.


-         Buenos días señores... ¿me permiten? – Losada Caló corrió de inmediato una de las sillas sin esperar autorización de la caterva – ¡Qué poco ha quedado de aquel grupo camaradas!. Personas que han servido fielmente a lo más notable de la argentinidad se encuentran hoy olvidadas y en algún caso detenidas por ese revisionismo histórico tendencioso que no reconoce la trascendente labor emprendida para no permitir que la extranjerización apátrida se apodere de nuestras más sensibles tradiciones. Los veo y siento impotencia camaradas. Gracias a ustedes los trapos rojos jamás flamearán en nuestras Instituciones, sindicatos, ministerios, medios de comunicación... es un rencuentro triste... pero no todo está perdido. Si bien el panorama no es alentador debido a la gavilla gobernante sabemos que el final está cerca. Ya hemos cooptado a casi la totalidad de la oposición y poseemos con exclusividad los canales masivos de opinión, en consecuencia sólo debemos presionar y esperar, presionar y volver a esperar. Me veo en la obligación de dar crédito a los cultores de la geopolítica que sostenían no haber concluido la tarea. Creímos que un sensible maquillaje y cierta institucionalidad colaborarían para sosegar las culpas de la sociedad. Nos equivocamos camaradas. Al enemigo ni justicia. Me indigna que estos personeros del estalinismo nos estén dando clases de moral. Con mucho sacrificio hemos reafirmado los cimientos de la argentinidad para que un grupete de vencidos y fracasados pretendan imponerle valores a la patria, valores éstos que atentan contra nuestras tradiciones históricas, falsos mensajes que agreden a nuestros muertos, a nuestros héroes, a ustedes camaradas...
-         Gracias por su reconocimiento, necesitábamos una palmada de aprobación. Somos tres pensionistas que vivimos con lo puesto – afirmó acongojado Propato –
-         No se derrumbe camarada – continuó Caló – los marxistas saben de estas cosas y nunca dan por perdida la batalla. En ese sentido debemos emular su fundamentalismo ideológico. De hecho, mi convocatoria obedece a incluirlos en un emprendimiento privado de capitales nacionales que constituirá un beneficio incalculable a favor de dar otro paso firme hacia la recuperación definitiva de nuestra identidad nacional.
-         Estamos dispuestos para lo que necesite, por favor, cuente con nosotros – concluyó Carmodi –
-         El asunto es así – inició su alegato el gerente -. Junto a un grupo inversor desarrollamos un descomunal proyecto en las afueras de la localidad de Pilar. Son treinta viviendas en el marco de un barrio cerrado en donde cada una goza de un lote individual de ochocientos metros cuadrados. El emprendimiento tiene canchas de rugby, de golf y de tenis, además posee un salón de usos múltiples con un pequeño casino para recreación de los consorcistas, un microcine y un gimnasio totalmente equipado. Debido a la envergadura del diseño y a la categoría de los adquirientes necesitamos personas de absoluta confianza y compromiso para desarrollar tareas dentro del predio...
-         Tareas de seguridad y vigilancia, Señor – interrumpió Propato –
-         No exactamente mi amigo. Ya tenemos una empresa específica para tales fines. Andamos tras dos recursos especializados en parquizado y ornamentación y otro más como activo recolector de residuos domiciliarios – manifestó Caló –
-         Dos jardineros y un recolector de basura – blanqueó Carmodi desilusionado -
-         No Carmodi. En esencia toda profesión conserva rango y estirpe según el lugar donde se ejerce; la gente que habitará el complejo son viejos luchadores y empresarios de aquellos tiempos que ustedes supieron honrar con valor, poniéndole el cuerpo, escribiendo con su sangre la historia - sostuvo el gerente –
-         Es una buena visión, otra óptica para entender la propuesta – dictaminó Moldes con la anuencia de sus compañeros –
-         Muchachos ¿Cuento entonces con el equipo completo? – preguntó como epílogo Caló –
-         Por un pasado de gloria, cuente con nosotros...



Recursos Humanos


Carlos Tandel acostumbraba postergar sus proyectos personales a favor de no defraudar la confianza de sus jefes. Con casi veinticinco años de antigüedad en el Banco Nación estaba convencido que para el logro de aquellos objetivos individuales era indispensable cumplir con sus obligaciones mediatas e inmediatas. Por agosto de 1976 no temía por reuniones sorpresivas en el departamento de Recursos Humanos. Se sabía apreciado y valorado, por lo tanto, ese obligado recorrido lejos estaba de inquietarlo. Personalmente se percibía turbado al pensar, mientras aguardaba por el ascensor, que a poco de finalizar el segundo milenio de la era cristiana desconocía sobre textos fundacionales del pensamiento existencial. Russell, Fromm, Sartre, Camus, no estaban dentro de sus lecturas cotidianas, lamentándose de manera sincera por ello. Prefería quemar sus tiempos subterráneos con novelas de sencilla trama y humildes escritos de escasa extensión. La literatura le era de suma utilidad para ocupar vacíos imprevistos, debido a ello en su portafolio acostumbraba a incluir dos o tres textos de variado tenor. Si bien adolecía de título universitario los años le habían otorgado la suficiente idoneidad para manejar con llamativa eficacia la oficina de Riesgo Crediticio. La realidad marcaba que la entidad había crecido con él, en consecuencia su sector lo fue diseñando con propia impronta en la misma medida de su evolución y desarrollo. Lo cierto es que Tandel, hacia fines de los cincuenta, fue el creador de esa dependencia ante el importante flujo de créditos requeridos por nuevos solicitantes integrados al sistema. A pesar de un peronismo derrocado, el orden político de entonces no podía evitar la inercia de inclusión que había quedado como remanente del proyecto industrialista que gobernó al país durante casi diez años. Todavía existía confianza en el sistema económico tanto en los sectores populares, como en el comercio, como en la pequeña y mediana empresa. Hacia fines de aquella década Carlos contaba con jóvenes y entusiastas veintiocho años.


Tiempo atrás había iniciado su aventura migratoria rumbo a la gran ciudad. La familia no lo había acompañado en la tentativa optando por permanecer en Benito Juárez, su pueblo natal. Si bien la vida pueblerina poseía sus encantos en la reposada localidad bonaerense, los incentivos que por entonces presentaba la metrópoli constituían un interesante desafío para el joven. Con su título de bachiller estimaba que tenía amplias posibilidades de obtener un empleo capaz de sostener su existencia y colaborar medianamente con sus padres. A principios de los cincuenta se vivían tiempos de entusiasmo y alegría. Buenos Aires era un imán de mano de obra. La configuración industrialista fundacional del peronismo había permitido que el pleno empleo se desarrolle en su máxima expresión. Obreros, comunes y calificados, oficiales y empleados administrativos estaban inmersos dentro de una fuerte demanda en donde los sindicatos organizados protegían a sus afiliados a través de convenios colectivos acordados entre el gobierno, los trabajadores y la patronal. Al mes de llegar ya estaba dando las primeras pruebas en el Banco. Quince días después formaba parte de la plantilla oficial. Su salario le permitía con solvencia alquilar un departamento de dos ambientes en el barrio de San Cristóbal pudiendo dejar definitivamente la pensión de la calle Cochabamba. Russo, su compañero de oficina, le había salido de garante con su propiedad. Este gesto jamás sería olvidado por Tandel. Con veintidós años había logrado afianzar su cabeza de playa en Buenos aires.
De apocada personalidad y sumamente servicial puso en juego de inmediato un exacerbado sentido de la responsabilidad muy valorado por sus superiores; estos lo tenían en cuenta para toda encomienda que necesitara un alto grado de eficacia y prolijidad. Solía acompañar a su gerente en los obligados cierres de balance más allá que estas tareas se efectuaran durante los asuetos correspondientes a las fiestas de fin de año. Este entrenamiento contable le posibilitó un conocimiento integral de la institución permitiéndole avanzar en la corrección e inclusión de operatorias administrativas más eficientes. Fue así que a mediados de los cincuenta ya estaba a cargo del sector Riesgos Crediticios, dependencia que fue necesario diseñar y crear debido a la elevada tasa de morosidad que presentaba la cartera de préstamos. Básicamente se trataba de analizar e investigar fehacientemente a cada solicitante de forma tal acotar los niveles de incobrabilidad. Para ello le fue otorgada una oficina individual con una colaboradora permanente, Julia; ambos reportarían al sector Préstamos, cuyo supervisor era su amigo y garante Fernando Russo. Por entonces el golpe de estado de 1955 había cambiado ciertas condiciones laborales. Descabezados los sindicatos, determinadas prerrogativas que poseían los trabajadores quedaron relegadas y todo aquel empuje industrialista del gobierno popular siguió navegando con incertidumbre y desmemoria. A pesar del histórico proceso iniciado en 1945 era evidente que el país había truncado su refundación instalando una triste y permanente deriva neoconsevadora de neto tinte agroexportador. Carlos no fue afectado por estos fenómenos políticos, su persona no era tenida en cuenta para asambleas, discusiones o debates; si bien era respetado y apreciado, no era observado como un luchador o cuadro combativo, ni siquiera contestatario. Era un ferviente adherente al Peronismo, pero en su fuero íntimo. Sabía perfectamente quién representaba sus intereses políticos y gracias a qué tipo de ordenamiento social había logrado una rápida prosperidad. Estaba convencido que las políticas del General fueron las que le habían permitido a él y a la gran masa de los argentinos, hasta ese momento marginada, a participar y protagonizar su propia historia, no sólo desde la formalidad y la dialéctica, sino también desde las estructuras estatales y la economía. Gracias a Eva y a Perón no se sentía un extranjero. Lo cierto es que llevaba dos años pagando un crédito hipotecario por un departamento en la calle Amenábar, ubicado en el barrio porteño de Belgrano, algo impensado cuando los tiempos de la pensión. Además su bonanza le permitía viajar una vez al mes a Benito Juárez para visitar a sus padres y proporcionarles colaboración económica.
Sabía también de la existencia de muchos que aprovechaban esa situación para mostrarse despóticos y dictatoriales, pero estaba convencido que con el tiempo eso iba a ser corregido y pulido por el propio General. Por eso lloró con su caída, solo, en el ámbito de su hogar, lejos de su gente, protagonizando una época que todavía no alcanzaba a interpretar. Se había salvado de los bombardeos gracias a una crónica afección respiratoria que lo tuvo postrado, de modo intermitente, durante aquel invierno del 55. A principios de octubre, cuando se reincorporó al Banco, sintió como si nunca hubiera estado allí. Todo era siniestramente novedoso. Su minusválida y desestimada presencia no llamaba la atención, en consecuencia, ese carácter de inexistencia intelectual le otorgaba una campana protectora que lo instalaba al margen de cualquier tipo de revanchismo. Julia y Fernando, en cambio, sufrieron los avatares por estar afiliados al sindicato; ambos fueron despedidos. Un año después, calmados los ánimos, Carlos Tandel logró la reincorporación de sus compañeros bajo su área de conducción conservando sus históricos salarios, no así sus jerarquías. Julia era una hermosa joven que por entonces se acercaba peligrosamente a los treinta años de edad. Había saboreado las hieles del fracaso sentimental por culpa de un Gerente que nunca terminó por divorciarse. Advirtió que el tiempo se disolvió experimentando la cruel estafa de sus sueños y sin haberle solicitado permiso aguardó hasta límites impensados por un noble caballero, precario y jactancioso.
Con Carlos complementaban necesarias soledades en el marco de una amistad sincera y sin complejos. Julia Morán era la única persona que estaba al tanto de las preferencias sexuales de Tandel. Por entonces tal elección de vida se la veía como un padecimiento lindante con la moral, caracterizando al portador de semejante ignominia como un enfermo terminal cuyo destino no podía ser otro que el averno. Ambos coincidían que ante un medio hostil no era propicia la manifestación de particularidades, en consecuencia, ayudarse mutuamente era una suerte de estrategia de supervivencia para no ser discriminados. Julia, en ese momento, soportaba las burlas directas e indirectas de sus pares debido a su estado civil y un fracasado romance. Lo cierto es que acarreaba una aureola de liviandad por haber mantenido una relación con un hombre casado, siendo marginada por mujeres y debiendo tolerar con estoicismo los arrebatos masculinos que conllevaban como único objetivo, el obvio. Carlos no percibía su propia condición de modo dramático. Estaba al tanto que no debía manifestar sus sentimientos, quedando sus instancias personales reservadas bajo siete llaves y muy lejos del espacio laboral. Ante riesgos innecesarios soluciones drásticas, solía afirmar. De todas formas cierta ambigüedad circulaba por su piel. De joven había tenido un par de experiencias heterosexuales que lo habían reconfortado por sobremanera; fue en su pueblo, ante circunstancias especiales y con personas muy particulares. Contaba risueñamente que fue su debut y despedida. Mas allá de que otros hombres pudieran ver aquellas vivencias con un dejo de envidia, lo traumático de la cuestión perturbó notablemente sus futuras elecciones. La primera vez que se animó a relatar su historia personal fue doce años después de los acontecimientos y lo hizo gracias a que su auditorio estaba conformado solamente por Julia; sabía que ella comprendería sus silencios, sus aparentes nostalgias y las contradicciones que todavía sobrellevaba.

Todo había comenzado un viernes de febrero por la noche, cuando sus padres decidieron aceptar una postergada invitación de unos amigos a pasar un fin de semana en Necochea, localidad balnearia cercana a Benito Juárez. Sus diecisiete años le permitieron obviar la propuesta con la promesa de permanecer en su casa a la vista y control de sus dos tías. Sin bien ambas vivían vereda por medio insistieron en ocupar el domicilio por razones de mayor comodidad. Eran hermanas de su madre, menores que ella y solteras. Clara contaba con veintiséis años, Victoria veinticuatro. Sus voluptuosas curvas eran muy codiciadas por la muchachada juarense, siendo ambas tan bellas como irresponsables. No se les conocían candidatos oficiales pero los rumores aseveraban que la prole política, algunos pudientes comerciantes y prósperos productores agropecuarios gozaban alternativamente de sus exuberancias a placer. También aseguraban las comadres de la aldea que sus continuas provocaciones habían inducido en más de una ocasión a hechos de sangre durante los últimos bailes del club.
Esa noche de viernes se instalaron dominantes en la casa de su hermana desde temprano. Antes que el matrimonio emprendiera el viaje Clara y Victoria se adueñaron de la finca tomándola casi por asalto. Cuando Carlos regresó del colegio, en donde estaba cursando el último año del bachillerato, no le causó sorpresa tamaña desvergüenza de su parentela, percibía la situación con extraña normalidad.
Cenaron, charlaron banalidades y se fueron a dormir sin mayores instancias de relato. Sólo Victoria les advirtió que a medianoche iba a tener que retirarse debido a un compromiso previamente concertado con el hijo del intendente, apuntando que hasta bien entrada la madrugada no regresaría. Clara le manifestó que no se preocupara y que disfrute la velada, que ella quedaría a cargo con la condición de que a la noche siguiente Victoria le devuelva la gentileza. El acuerdo entre ambas fue sellado de palabra poniendo al muchacho como testigo del compromiso. De forma tal y de manera puntual lo último que escuchó Carlos antes de dormirse, en la silenciosa noche juarense, fue el motor de un vehículo que desde la puerta de su casa se alejaba roncamente de la cuadra.
Mientras esto ocurría Clara estaba ya definitivamente instalada en la alcoba principal, con ropas de cama y hojeando su colección de revistas y fotonovelas.
Promediando la madrugada una sensación compleja de asumir desveló a Carlos empapado en sudores e imposiciones físicas inmanejables. En la punta de la cama una silueta femenina, parcialmente desnuda, estaba domando descuidadamente a un miembro desobediente y siniestramente endurecido. El joven prefirió cerrar los ojos y capitular ante lo que sucedía. Su tía Clara masacrando con ansias su tumefacto sexo, enloqueciendo cada poro de su pequeño e inocente cuerpo, increpándolo, jugando con él a voluntad, exigiéndole eyacular, malversando de ese modo su deliberada secreción. Una vez finalizado el rito Clara se recostó a su lado susurrando en oídos del Carlos que lo ocurrido era sólo el preludio de un noche excitante y que ambos eran dueños de ese momento, y que debía guardar la más absoluta reserva porque vivir no era otra cosa que un derrotero de secretos. La tía Clara continuó tiranizando sus contornos durante las siguientes dos horas robándole aquello que el joven ignoraba poseer. El hermoso cuerpo de la muchacha era digno de un virgen homenaje, por lo cual, lo mojó a satisfacción por sus interiores y a discreción por sus exteriores. La mañana los sorprendió ojerosos y distantes ante los ojos de Victoria, desconocidos y cómplices ante los fantasmas de la nocturnidad. Desayunaron con fundamento; un tazón de café con leche, tostadas de pan casero, manteca y dulce de ciruelas fue el velado brindis de un insuperable y confuso encuentro.
El día sábado transcurrió sin mayores sobresaltos. Victoria regresó en tiempo y forma compensando su ausencia con tareas hogareñas. Por la tarde, mientras las hermanas conversaban animadamente sobre chusmeríos corrientes, Carlos se encerró en su cuarto para tratar de afirmar saberes escolares pendientes de repaso. Poco podía hacer a favor de la concentración. Una película entre las sombras se le aparecía interrumpiendo su atención, provocando reiteradas lecturas de los mismos renglones. Su tía Clara, desnuda, seguía estando allí, en la punta de la cama a la espera de una nueva violación. No se animó a conversar del tema con ningún amigo. El rango familiar de la relación provocaría rumores que ensuciarían la notable reputación de sus padres más allá de las conductas de las tías. Todo Benito Juárez sabía las distancias éticas y morales existentes entre los dos grupos del clan. Cenaron, entre comentarios y bromas ajenas, un exquisito guiso de cordero con papas, batatas y zapallo mientras la radio aportaba noticias nacionales cuyas generalidades poco aportaban. Ese murmullo de fondo simulaba una mayor presencia mortal en la vivienda haciendo las veces de inigualable compañía. Minutos después de finalizada la cena Clara besó la frente del adolescente y la mejilla de su hermana retirándose tal cual estaba acordado. De todas formas había intentado empujar a Victoria para que reitere su salida del día anterior y aproveche las variantes de distracción que el sábado ostentaba de modo natural; la realidad marcaba un doble propósito con esa actitud supuestamente generosa: En primer lugar ahorrarse una salida vulgar que contenía para esa noche escasas probabilidades de disfrute y a la vez la onerosa exigencia que le imponía su cuerpo para repetir con su sobrino la experiencia de la noche anterior. Ante la negativa de Victoria se despidió de manera nostalgiosa mirando a los ojos del joven con necesidad y con urgencia, mientras su hermana ya estaba presta lavando los trastos utilizados en la cena. Finalizada la tarea la menor de las hermanas se retiró a descansar llevándose, a la misma alcoba que la noche anterior había ocupado Clara, la radio y un pila de revistas de modas que la dueña de casa tenía acopiadas en la base de la mesa ratona que estaba en uno de los laterales de la habitación que la pareja propietaria utilizaba a modo de estudio. A las diez en punto comenzaba, por Splendid, una emisión de foxtrot que la repetidora local tomaba con precisa fidelidad, programa que la muchacha no tenía intención de perderse.
Entrada la madrugada y a poco de finalizar su repaso escolar Carlos comenzó a escuchar extrañas resonancias en el interior de la casa. En primera instancia y ciertamente alterado trató de descifrar de donde provenía el llamativo sonido. Si bien la puerta de su cuarto era vidriada una gruesa cortina perturbaba la visión impidiendo observar con claridad lo que sucedía en el patio interno. La oscuridad no ayudaba por lo que no tuvo otra alternativa que salir de la pieza para corroborar el origen de tan marcado repiqueteo. Carlos no se destacaba por ser un joven valeroso, amante de las aventuras y los enigmas. De todas formas sacó coraje de donde no tenía e inició el rastreo auditivo de la huella que lo condujese a destino cierto. Sus pasos coincidieron en dirección a la habitación en donde Victoria estaba descansando, encarando con suma decisión la empresa. A pocos centímetros de arribar a destino observa que una luz tenue se vislumbra tras los cristales y que al mismo tiempo el sonido se hacía más intenso. No pudo evitar fisgonear hacia el interior de la alcoba observando que la pantalla del único velador prendido soportaba la carga de una tela oscura que profundizaba la opacidad y hacía más lúgubre al ambiente. Sobre la cama logró distinguir a su tía menor totalmente desnuda, disfrutando de su cuerpo, acariciándose con la mano izquierda los senos y sosteniendo en su diestra un elemento indescifrable que le servía como caricia y mimo esperanzador. El rechinar de la cama era el sonido perturbador. La observó durante un rato tras la ventana sin que ella se diera por enterada. La vio sudar y reír, la vio guardar tortuosa prudencia ante la necesidad de gritos y gemidos. Sintió que su sexo se elevaba más allá de su voluntad. Debido a su experiencia de la noche anterior con Clara estimó que Victoria respondería de igual forma ante las urgencias del cuerpo. Había escuchado que su cita del viernes había sido un rotundo fracaso. Si bien el hijo del intendente era uno de sus tantos festejantes sentía por él un afecto sincero que nunca se vio correspondido. El muchacho se comportaba como buen hijo del poder, con la impunidad que marca la condición social.
A sabiendas de lo observado interrumpió la escena con la consecuente sorpresa de Victoria. Su prominencia genital era indisimulable cosa que colocó a la joven en la disyuntiva de liberar sus instintos o reprimir por completo las instancias que el momento ofrecía. La primera opción fue la escogida. Sin mediar palabra iniciaron la sesión que los condujo por distritos ilícitos y lujuriosos. En ese momento ella necesitaba de un hombre ya que el suyo la había defraudado. Carlos se mostró gentil y sumamente dulce, dispuesto a saldar sus apetencias e indicaciones, fue saboreada a placer escandalizando el recinto con gemidos interminables, le urgía ser explorada con vigor adolescente exponiendo todo el repertorio que una mujer experimentada podía ofrecer. Victoria complementó con sus encantos las clases que el joven recibió el día anterior. Al amanecer Clara regresó de su cita encontrando todo en su lugar. Pasó frente al cuarto de Carlos observando que reposaba plácidamente, conservando en su interior femenino deseos de interrumpir esos sueños. Con una mueca vergonzosa continuó camino en dirección a su alcoba luego de un sábado que no quedaría en su memoria. Pasado el mediodía, el domingo despuntó inquisidor y dominante. Carlos prefirió picar algo liviano a modo de almuerzo aceptando la invitación que un compañero le hiciera para estudiar juntos. Se acercaban exámenes fundamentales y definitivos que determinarían la suerte del año lectivo. Física, química y lógica eran sus problemas coyunturales.
De regreso, siendo noche cerrada, sus padres estaban en casa. Lo recibieron con un beso y varias cuestiones que el viaje les deparó. Necochea había colaborado con la pareja para un reencuentro interior varias veces postergado, limando privadamente alguna indiferencia naciente. Carlos nunca dejaría de asociar aquella localidad con sus primeras, secretas y confusas sensaciones. Hasta ingresar al ejército sus próximos años estarían marcados dentro de una esfera de sigilo y alternancia semanal. La relación con sus tías continuó de forma clandestina, coercitiva y vergonzante, en donde escapar no figuraba dentro del vademécum. Carlos era el único que sabía la verdad completa, cada una de las candidatas estimaba que la utilización sexual del joven era ejercida a título personal y sin cronistas indiscretos. Nunca supo Carlos si las hermanas tuvieron la ocasión, con el tiempo, de confesarse la aventura. Lo cierto fue que el ingreso al servicio militar le posibilitó al muchacho evadirse de tan incómoda condición.

Atentamente Julia escuchó la detallada descripción que a modo de relato impersonal Carlos le acababa de realizar. Si bien no se mostraba sorprendida tuvo que disimular ciertas prevenciones que la historia le exigía. Trató de no cuestionar ni preguntar, sólo acompañar, ofrecer sus oídos solidariamente; prefirió que Tandel se explayara a voluntad de forma tal ayudarlo a licenciar la pesada carga que llevaba desde su juventud. El hombre en ningún momento de ufanó de la narración apostando por términos rústicos y groseros; todo lo contrario, se hizo propietario de una dialéctica sencilla y elegante, aún cuando la propia historia imponía cierta procacidad. Resultaba evidente que su primer sexo lo había avergonzado, y no por su forma ni por absurdos pudores, sino por el correlato familiar de sus protagonistas. Generalmente esas cuestiones siempre circulan por las calles del imaginario, de la fantasía; en su caso la cruda verdad mostraba signos de notoria ruindad.
Para finalizar con esta parte del relato Carlos le confesó que jamás volvió a ver a sus tías, más allá de algún cruce casual, y que tal situación fue uno de los factores anexos que motorizó su proceso migratorio. En sus viajes a Benito Juárez se esmeraba por evitarlas sospechando que ellas harían lo mismo; una vez casadas y con hijos suponía que ambas sentían marcada incomodidad al verlo. Habían sido, hasta ese momento, las únicas mujeres de su vida siendo esta referencia la inevitable pintura que tenía del sexo opuesto. Julia trató de discutirle el punto pero prefirió otro momento para profundizar el debate. No deseaba interrumpirlo con percepciones personales, aceptaba el momento como el adecuado para que Carlos expisiese libremente, cuándo y ante qué estímulos comenzó a sentir su preferencia sexual.

Entrado en tema, la narración saltó un par de años hasta los tiempos del servicio militar. Por entonces es donde tuvo su primera experiencia homosexual y el inolvidable aderezo afectivo que gozó aquella relación. El cariño era factor común y coincidencia. De aquel primitivismo heterosexual que lo llenaba de culpa y obscenidad pasó a esta incipiente novedad que de manera mesurada se imponía a fuerza de ternura. Base Belgrano fue su destino de conscripto; la muchachada en pleno vivía esa instancia con acostumbrada resignación y desconsuelo. No había posibilidad de elección ni protesto cuando por decisiones superiores uno debía entregar graciosamente un año de servicios a personas que jamás volvería a ver y por las cuales ni siquiera ensayaba un mínimo de respeto. Sus tías lo habían entrenado en el marco de las artes del silencio y la esclavitud, no podía ser injusto con ellas, debido a que las instancias de placer eran un tanto más ventajosas. Julia notaba que la dualidad y la contradicción seguían formando parte de la crónica.
En medio de tales circunstancias militares, extremas y desoladores, tuvo la oportunidad de frecuentar, durante el período instructivo, a quien fuera su compañero de ruta durante todo el lapso que duró el servicio; Bautista Pinolli natural de General Pico La Pampa. De tímida y remisa personalidad congeniaba perfectamente con Carlos en gustos y disgustos, en consecuencia, la integración entre ambos se manifestó naturalmente. El tiempo compartido dentro de la compañía los transformó en inseparables camaradas de desventuras procurándose el necesario consuelo ante la humillación que sus superiores les provocaban a diario. Ambos preferían aprovechar los francos como dueto en lugar de visitar a sus respectivas familias; los destinos finales de aquellas contadas excepciones variaban según fueran sus intereses. Podía ser Bahía Blanca si algún espectáculo notorio se presentaba o Mar del Plata si la licencia contaba con un par de días anexos. Como conscriptos poseían la ventaja de no tener que afrontar gastos por viáticos, de modo que la distancia del destino sólo poseía significación en relación con el riguroso y puntual regreso. Sierra de la Ventana se presentaba como otra opción, pero lo diminuto de la aldea presagiaba que por fuera del paisaje nada había para hacer. En uno de esos francos largos del invierno decidieron que Mar del Plata era una buena posibilidad de entretenimiento, de modo que sin discusión ni debate emprendieron el viaje apenas otorgado el permiso. Un humilde hospedaje de la Avenida Luro fue el sitio escogido como parador. Si bien habían cobrado la totalidad de los honorarios atrasados la cosa no estaba para lujos. La ciudad los recibió sin los brillos acostumbrados, una bruma muy pesada se confundía con los grises del mar y con la humedad del pavimento; los gabanes transeúntes y el plomizo nubarrón servían como tejado de una persistente garúa que no invitaba a caminar. Coincidían los conscriptos que el servicio meteorológico los había traicionado sin derecho, obligándolos a cercenar sus libertades bajo el ámbito del hospedaje a puro mate y tortas fritas.
Cuando el diálogo agobiaba, alguna lectura adicional y la compañía de la emisora de radio local complementaban el tiempo de espera. Ambos sentían suma comodidad al advertir que las mujeres no eran tema de discusión o controversia, lo cierto es que ni siquiera eran causales de texto ni expediente. Es probable que hayan tomado las prevenciones del caso y que advirtieran la sensibilidad ajena de manera sensorial, la realidad mostraba que optaban por no ofenderse con investigaciones no a lugar. Ellos estaban bien así, no precisaban intrusos, mercaderes y menos aún mujeres. De todas formas la hija del matrimonio propietario del hospedaje resultó jugar un rol fundamental para comenzar a intimar. La joven guardaba extrema sensualidad y notoria belleza, estimulando todo el conjunto con un vocabulario impropio de su edad y una gestualidad sumamente provocativa. Sus diecisiete años disimulaban la vasta experiencia que presumiblemente acopiaba en cuestiones del amor. El clima, aliado del momento, permitió que los tres afinaran conversaciones tan extensas como fraternales. El exterior continuaba insultando con sus grises, creando una atmósfera de inevitable coincidencia entre María y los viajeros, mientras una ciudad encogida y vacía impedía la llegada de nuevos turistas solicitantes de alojamiento. El matrimonio rentista del albergue, aprovechando la coyuntura, decidió efectivizar compras y trámites. Antes de partir colocaron un cartel en la puerta que consignaba un pronto regreso. La posada quedó cerrada para el público; en su interior permanecieron en soledad los tres jóvenes. No pasaron diez minutos cuando la joven se asomó al cuarto de los pasajeros provista de una bata que permitía sospechar su desnudez interior. La pretensión de María era experimentar un trío sexual con dos caballeros jóvenes y dotados, se permitía tales presunciones por la condición de conscriptos de sus ocasionales visitantes. Más allá de su juventud, las fantasías que María desarrollaba sobre la temática eran ilimitadas. La sorpresa de Carlos y Bautista fue absoluta en tanto y en cuanto la adolescente, por fuera de su impronta seductora, no había demostrado hasta ese momento ninguna intención de intimar con alguno de ellos. La joven estaba proponiendo un rito de placer desconocido que ambos aceptaron con recato y prevención. Los muchachos aceptaron el convite sabiendo que María podía transformarse en la eficiente herramienta que destrabe sus verdaderos deseos. A poco de iniciada la sesión los jóvenes conscriptos demostraron a las claras que la niña era solamente una excusa necesaria, médium imprescindible que sirvió para la revelación de vetas ocultas, sofocadas y prestas por exhumar anhelos reprimidos. El violento y desmesurado trío se transformó de manera imperceptible en un dueto masculino de premonitoria y artística belleza. María no se mostró defraudada, todo lo contrario. Se propuso extraer de la experiencia aquello placentero y sensual que en si propio exhibía permitiéndose licenciar sus dedos desobedientes hacia un sexo húmedo y ávido de caricias sostenidas. La corriente circuló entre sus piernas a entera satisfacción durante lo que duró la sesión; quiso participar del descubrimiento, de los gestos y sudores, prefirió ser testigo del sufrimiento primitivo conservando para su memoria el sedoso boceto que lucía para su goce y regocijo la omnipresente brutalidad masculina. Entre momento y momento se acercaba a los enroscados cuerpos acariciándolos con ternura, sin las urgencias que la heterosexualidad ostenta; se sentía escultora de una obra viva con brillos transpirantes y lamentos sibaritas. Los amó y los disfruto a la distancia finalizando su rutina increíblemente extasiada, completa y femenina, asumiéndose contenida y respetada, sin necias inhibiciones, concluyendo que sus amantes habían estado a la altura de las circunstancias; una decena de orgasmos hablaban por y de ella. Dejó pasar unos pocos minutos para su recuperación interior,  se acomodó la bata y se retiró prudentemente del recinto entendiendo que el después detentaba exclusiva privacidad. Los jóvenes comprendieron que nada de lo vivido podía ser mejorado con palabras, optando por el silencio y la ausencia a modo de homenaje.

Finalizado el relato, Julia se percató que esos recuerdos no encontraban en Carlos la red de contención necesaria, percibió que aquella experiencia lo había transformado en un ser especial y de dudosa integridad. Evidentemente su elección de vida lo empujaba hacia la soledad y a pesar de estar dispuesto al sacrificio un dejo de tristeza acompañaba cada palabra, cada párrafo de la crónica. Era imposible, por parte del medio, la observancia comprensiva de cuestiones irritantes. Tandel era un caballero en todo sentido; de elegantes modos y con dialéctica ejemplar acotaba cualquier pretensión externa que intentara desacreditarlo configurando una imagen ciertamente agradable, modesta y seria. Julia se constituyó entonces en el primer confidente que ingresaba con generosa vocación a su mundo privado.

Ya de madrugada prosperó la idea de continuar la conversación en otro momento; quedaban claros por disfrutar, grises por develar y oscuros por desentrañar. Ambos lograron comprobar que se necesitaban más de lo sospechado. Lo avanzado de la noche y la comodidad de su departamento motivaron que Carlos le propusiera a Julia pernoctar en su domicilio sin la obligación de aceptar el compromiso. Morán aceptó con gusto la invitación más allá de cierta confusión, no tenía razones para rechazar tamaña gentileza. Lo cierto es que lamentablemente nadie esperaba por ella.
La rutina vestía al ámbito bancario con sus linajes cotidianos mientras Tandel continuaba pagando por sexo semanal y Julia se convertía en la sutil amante de contingencias y azares. Los hombres que pasaban por sus vidas eran objeto de olvido y nulidad; de lunes a viernes de nueve a dieciocho administraban intereses de terceros, los sábados y los domingos sobrevivían a sus excusas malversando fondos propios.

A mediados del año 1960 Morán le propone a Tandel un estado de convivencia matrimonial. Esta idea la había elaborado durante varios meses. Una cazuela de mariscos acompañada por un freso espumante francés en el restaurante Loprete del barrio porteño de Monserrat fue el ámbito escogido por la dama para principiar la propuesta.

-         Tengo algo que proponerte Carlos. Un encaje que vengo desmenuzando desde hace un buen tiempo, te ruego dispongas de la mejor forma tus oídos y pienses lo que voy a decir de modo abierto y honesto.
-         Me estás asustando.
-         No es para tanto; la cosa es así: Creo que ambos estamos de cara a un momento en el cual debemos comenzar a considerar nuestro futuro. Somos entrañables amigos, confidentes y legítimamente solidarios, no promovemos absurdos egoísmos y hablamos un mismo idioma.
-         Absolutamente, y eso me hace muy feliz  - afirmó Tandel –
-         Hasta hemos tenido la oportunidad de convivir aunque más no sea de modo ocasional motivados por nuestras propias depresiones, en donde el respeto mutuo hacia la individualidad ajena es moneda corriente.
-         No hay duda al respecto, hasta ahora vamos bien.
-         ¿Te parece una locura de mi parte proponerte que formalicemos nuestra relación de forma tal nos contenga puertas afuera y nos provea de la necesaria compañía que ambos necesitamos? – preguntó la dama –
-          ¿Casarnos?
-         Si Carlos. Creo que ambos tenemos las cosas claras, esa formalidad típicamente burguesa nos será de mucha utilidad tanto en aspectos personales como en el marco laboral.
-         Y económicos – agregó Tandel –
-         Además.
-         Ya que poseemos bienes por separado podemos administrarlos del modo más eficiente en función de la obtención de rentas y demás cuestiones que beneficiarían substancialmente nuestras finanzas domésticas. Vender, alquilar, tener un solo auto. En fin, el panorama se nos abriría de manera impensada, con  amplias posibilidades de progreso – sentenció Carlos –
-         Nuestras imágenes en el Banco cambiarían de manera exponencial y no daríamos lugar a comentarios tendenciosos. Lo único que debemos tener es prudencia y compromiso en cuanto a nuestras privacidades más íntimas, supeditando ciertos placeres a favor del concepto tradicional de familia – aseguró Morán –
-         En resumen, lo que hacen todos; ser hipócritas – aclaró el hombre –
-         Algo así. ¿Qué opinás?
-         Me gustaría que sigamos conversando del tema más en concreto, estimando favores y contras, planificando y presuponiendo avatares a afrontar, confeccionando precisos cálculos sobre cuestiones económicas teniendo en cuenta que la legalidad tiene costos que no se pueden omitir. Te aclaro que la propuesta me sorprendió tanto como me emocionó. Te quiero mucho como para equivocarme, de modo que deberíamos pulir todo detalle, la sola idea de un malentendido que lacere nuestra relación me inquieta y me desordena. Aborrecería tener disputas contigo por cuestiones menores.
-         No tengas dudas que también eso juega dentro de mí.
-         ¿Sabés qué Julia? Creo que lo nuestro constituye una bendición, inmerecida tal vez, pero bendición al fin. Lamento que como hombre no pueda satisfacer tu femineidad, cosa que detesto de mí.
-         No debés pensar de ese modo Carlos. Quizá de otra forma, en otro contexto, desde otro lugar, más intelectual o platónico. No me parece que debas castigarte.
-         Nos queremos y es lo que nos tocó, es probable que sólo nos quepa asumir el mandato – sentenció Tandel –
-         Acaso una de tus tías no te había dicho que la vida en un simple derrotero de secretos.


Seis meses después en una ceremonia austera en horas del mediodía y ante autoridades civiles Julia y Carlos contrajeron matrimonio con el padrinazgo de sus amigos Mabel Cortes y Fernando Russo. Algunos compañeros del Banco y conocidos ocasionales asistieron al evento. Un sencillo ágape en el departamento del barrio de Belgrano decoró el suceso, finalizando el festejo, con el retiro de los invitados, vieron la luz las recurrentes y molestas citas referidas a supuestas e infernales noches de bodas y demás lugares comunes que los vulgares suelen vocear presumiendo ostentar suma originalidad. El primer paso se había cumplido, blanqueadas sus intimidades serían portadores de espaldas intachables para una clase media que ya comenzaba a bocetar sus despreciables formalidades. De alguna manera habían hallado la fórmula adecuada para sobrevivir en el marco de una época hostil, carente de apertura intelectual y soberbia en cuanto a la valorización de la libertad individual.

Económicamente la sumatoria de los dos importantes salarios más la conservación de sus inversiones anteriores les proporcionaba un estado de bienestar envidiable. Al hermoso departamento de la calle Amenábar se le adicionaba un automóvil cero kilómetro que renovaban cada dos años, vacaciones anuales en importantes centros turísticos del país y del extranjero y una solvente caja de ahorros en el mismo Banco Nación, completaban esa transformación épica que la pareja supo edificar siendo ejemplo y coincidencia ante la vista de los siempre dispuestos inquisidores de turno. Los viajes a Benito Juárez los realizaban cada tres meses y sobre la base de condiciones excepcionales; algún cumpleaños, las fiestas de fin de año, las pascuas y demás fechas que permitieran combinar tres o cuatro días para desenchufarse de la urbe. Julia no poseía familiares directos por los cuales molestarse, de modo que por su lado no había compromiso alguno que cumplir. Tandel, más allá de haber espaciado sus visitas, cumplía religiosamente desde lo económico con sus padres, hasta el punto que si la urgencia lo exigía no tenía reparos en improvisar un viaje fuera de programa para cumplir con su compromiso.

Los años fueron pasando sin mayores sobresaltos, incluso ambos habían sido beneficiados con sendos nombramientos. Por cuestiones reglamentarias internas el Banco dispuso separar al matrimonio derivando a Julia hacia el sector Bienes y Servicios en carácter de supervisora de compras. De modo que la década del sesenta circuló con los avatares de los adelantos científicos, tecnológicos y sociales. El feminismo y la sexualidad conformaban líneas de debate y discusión, mientras la democracia se mostraba irrespetada por una sociedad que prefería dirimir sus dilemas por la fuerza del autoritarismo. Ajenos a tales controversias sus vidas transitaban por encima de modas oportunistas y convencionalismos importados; habían sabido, con esfuerzo y sacrificio interior construir un acuerdo mágico y perdurable. Todavía mantenían el departamento de Julia; allí recurrían ante la ocasional alternativa sexual. El sexo pago de Carlos le garantizaba ausencia de todo compromiso afectivo con el proveedor. Morán no necesitaba de dicha inversión, su sola belleza alcanzaba para la obtención de candidatos, esperanzada que algún día cualquiera Tandel despierte de su letargo masculino y la arrebate en plena ducha. Transitando la cuarta década de sus vidas habían afirmado un sentimiento generoso y ausente de egoísmos; no existían crisis maritales debido a una relación edificada desde la omisión de lo vulgar y lo formalmente aceptado.

Las veces que Julia intentaba lograr de Carlos una erección, éste se mostraba gentil y emocionado por los esfuerzos de su amada. En cierta ocasión alguna sospecha de respuesta motivó a la dama y a sus entusiasmos potenciando sus talentos a favor de la estimulación. Tratando de no agredirlo sostuvo con suma prevención, delicadeza y ternura el miembro de Tandel durante largo tiempo. El tenso músculo transmitió indudables muestras de vivacidad disimulando la pereza que había manifestado hasta entonces. Carlos, a pedido de Julia, se permitió licenciar a sus ojos y disfrutar desde el placer sin distinción de género, observando que su antagonista era solamente un cuerpo que necesita de él. Lo cierto es que el hombre no se vio sometido a sus juveniles visiones del pasado, entendió que su amante era su amor y que su amor no era genérico, era personal y exclusivo. En ese mismo instante de sensualidad asumió que amaba a Julia por encima de su condición y que la naturaleza sexual jugaba dentro de él como un nefasto inciso limitante que le censuraba disfrutar. Dejó de lado los absurdos requisitos, permitiéndose festejar con el cuerpo, olvidando para siempre la terquedad impuesta por el maltrato. En el breve lapso que demoró su sorpresiva erección, se aceptó fronterizo y cobarde por un pasado que no supo desafiar, que lo sojuzgó y que le propuso tan solo una ladina escapatoria. Entendió también que esforzarse por corresponder a una persona que nos ama era una tarea de enorme nobleza y que Julia se merecía con creces ese acto de belleza. Felices, se transformaron, con el tiempo, en seres incondicionalmente sexuales, sin limitaciones, generosos y egoístas a la vez. Húmedos y sonrientes durmieron hasta el anochecer. A la siguiente semana la inmobiliaria Bienes Raíces Cabildo tenía el departamento de Julia para la venta.

En Agosto de 1976 el departamento de Recursos Humanos del Banco Nación, a instancias de una orden recibida por el Poder Ejecutivo Nacional, convocó a Carlos Tandel para una importante reunión. Un informe detallado de los servicios de inteligencia motivó la decisión  inmediata de licenciar al matrimonio. El extenso documento mencionaba la histórica simpatía peronista del matrimonio, la afiliación concreta de Julia Morán y el despido que había sufrido a fines de 1955. El informe adjuntaba un inciso sobre los rasgos inmorales de Carlos Tandel debido a su ambivalencia sexual, aclarando que si bien estaba legalmente casado existían testimonios irrefutables y fehacientes sobre su particular ambigüedad. El detenido a disposición del poder ejecutivo nacional, Bautista Pinolli, integrante de la célula subversiva ERP La Pampa confirmó la indagatoria. De modo que se recomendaba despedir al matrimonio con la correspondiente liquidación de haberes como lo marcaba la ley. La conducta de la pareja altera las normas morales de nuestra sociedad occidental y cristiana finalizó el sumario.
Mas allá de lo extraño e injusto de la resolución los Tandel se tomaron su tiempo para analizar la medida. No eran momentos de absurdos protestos ni de entusiastas rebeliones, prefirieron la calma y el sosiego a la espera de aire fresco. De todas formas acreditaban la suficiente solvencia económica para continuar proyectándose por fuera del Banco. Con importantes ahorros, acrecentados exponencialmente por las respectivas indemnizaciones estaban en condiciones de afrontar un sinfín proyectos independientes en cualquier lugar del país. La realidad les marcaba que ni siquiera tenían la necesidad de descapitalizarse vendiendo bienes.


Una Buenos Aires sitiada había borroneado su mueca de belleza transformándola en un nubarrón impredecible y penosamente estimulante.
Tal planificación no pudo llevarse a cabo. En octubre de ese mismo año un grupo de tareas de la Marina ingresó al domicilio del matrimonio Tandel, estando en condición de desaparecidos desde ese día.
Al no haber deudos cercanos nadie reparó en sus ausencias de modo inmediato. La titularidad de sus pertenencias cambió abruptamente de nombre a favor de una sociedad anónima de origen desconocido; el trámite fue rápido y escueto. Desde lo económico el matrimonio Tandel se presentaba como un botín muy preciado.
Un mes después los padres de Carlos, al no tener noticias de su hijo y de su nuera viajaron a Buenos Aires para obtener información. El anciano matrimonio solicitó audiencia en el departamento de Recursos Humanos del Banco Nación. El Gerente de dicha dependencia les confirmó que tanto su hijo como su nuera estaban a disposición del poder ejecutivo por actos de subversión y acciones reñidas con la moral. Sus respectivos legajos habían sido solicitados en septiembre de ese mismo año por personal militar de los servicios de inteligencia del Estado.

La versión que la institución poseía era que Carlos Tandel vivía una situación de indefinición sexual y que Julia Morán era su pantalla, actuando ambos, desde la clandestinidad, como cuadros activos de un grupo guerrillero que respondía a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, célula que había sido desactivada por completo. El gestor a cargo les recomendó que por mayor información se dirigieran al Ministerio del Interior. Varios meses después y ante la ausencia de respuestas oficiales regresaron a Benito Juárez con sus manos vacías, años acumulados y en medio de mutuos reproches por supuestos errores cometidos en la formación de su hijo.
Indicios no confirmados suponen que los cónyuges fueron unas de las tantas víctimas de los vuelos de la muerte. Ninguna organización de Derechos Humanos posee en sus archivos reclamo alguno por la aparición con vida del matrimonio conformado por Julia Morán y Carlos Tandel. La titularidad de la unidad “A” del tercer piso ubicado en la calle Amenábar en su cruce con Olazábal continúa bajo la administración del mismo grupo inversor de origen desconocido.









Tras la Huella

O estamos solos en el universo o no lo estamos.
Las dos perspectivas son aterradoras.
Arthur Clarke

I

Al despertar sus ojos comenzaron a delinear circuitos y recorridos concéntricos tratando de identificar guiños y señales que le modelen aproximaciones sobre lo que estaba sucediendo. Se percibía inmóvil, desnudo y obsceno, sólo propietario de lo que intuía o en su defecto imaginaba. Descendió la vista de manera ostensible y descubrió un sistema de entubamiento generalizado que invadía su precaria humanidad inyectando por diversos flancos su ignominia dominante. El inconfundible vaho a ropa blanca de cama generosamente desinfectada, tabiques divisorios y la venturosa imagen del Cristo le otorgaban las primeras certezas circulantes. No debía estar pasando por el mejor de sus momentos concluyó prima facie; apenas una tenue dicroica lo desafiaba de manera deshonesta a exhumar los rincones del monótono paisaje. El goteo silencioso y pausado del suero lo entretuvo un buen rato; la transparencia de las cánulas y el recorrido de sus líquidos interiores le hacían recordar sus adolescentes experiencias en la clase de química Inorgánica durante su primer año en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires a principios de los ochenta. Supuso que tras la frontera del tabique el estado de inexistencia era absoluto debido a que no advertía sombras ni murmullos alentadores. Intuyó que su contacto con el exterior era solamente un diminuto dispositivo que tenía ensamblado en su mano derecha a modo de campanilla o llamador. Por el momento no tuvo deseos de saber quién acudiría al accionar el dispositivo, prefirió seguir recostado en su soledad tratando de improvisar recuerdos, relacionándose con su pasado de forma tal, poder acercarse a sí mismo, minutos antes que un anónimo suceso le determinara su presente estado.

-         Usted sí que tiene un hermoso azul en los ojos – comentó la enfermera que momentos antes había ingresado a la habitación –, me alegra verlo despierto, síntoma que su salud mejora más rápido de lo previsto. Guarde calma y trate de no pensar, el médico no tardará en venir apenas le comente la novedad. Bienvenido Damián, lo estábamos esperando.

El sonido de la puerta al cerrarse le significó una nueva soledad y nuevo interrogatorio al paisaje, una vieja desmemoria alumbrada por sombras versadas y culminantes, pretéritas e indefinidas, extasiadas por su dictatorial albedrío. Su nombre, como dato revelador, no le pasó inadvertido.

-         ¿Cómo le va mi amigo? – el profesional se colocó a los pies del paciente haciendo una pausada lectura sobre las notas del día – Soy el médico a cargo de su caso, Alberto Valencia es mi nombre. De forma gradual y mesurada lo iré poniendo en autos con respecto al devenir. Si bien su tratamiento reviste características particulares existen generalidades que no se pueden obviar. Le recomiendo descansar y procurar disciplinar sus emociones de forma tal no vernos en la obligación de extremar las dosis de paliativos. Le adelanto que su evolución ha sido milagrosa, le puedo garantizar que las expectativas de una rápida recuperación ya son tangibles. Considero que ya estamos en condiciones, a partir de mañana, de liberarlo paulatinamente de estos conductos comenzando a conversar largo y tendido sobre su condición. Nos vemos entonces, hasta mañana...

Damián notó que el doctor Valencia se retiró del recinto con segura tranquilidad, no teniendo más remedio que tolerar ese apacible semblante científico y su refrescante discurso, quedando a la espera de revelaciones que hasta el momento le eran maliciosamente esquivas.
Durante la mañana siguiente, a primera hora, se procedió metódicamente al retiro de las cánulas constatando las reacciones del cuerpo a medida que los medicamentos dejaban de manifestar sus efectos. En algún caso tuvieron que disminuir las dosis utilizando otras vías de ingestión. Lo cierto es que al despertar se sintió un tanto menos cautivo de su propia indigencia y desconcierto. Solamente el suero continuó formando parte del obligado equipaje, cosa que asimiló desde la resignación y no desde la inteligencia. La cruz de la cabecera continuaba inmaculada prestando debida cortesía, la ropa blanca potenciaba su aroma a desinfección y la pequeña dicroica de esquina era su momentánea y única compañía. Se encontró dispuesto y con fuerzas para iniciar su camino de búsqueda y encuentro. Saber quién era ese tal Damián, comprender por qué estaba allí postrado sometiéndose de ese modo a la tiranía que siempre nos propone la realidad.  De alguna manera admitía ser propietario de una historia y que esa reseña debía estar apuntada en la memoria de alguien bien dispuesto a confesarla. Su mente no estaba absolutamente en blanco. Recordaba sus tiempos universitarios a propósito de la terapia rememorando con marcada nubosidad un accidente automovilístico durante los noventa que le provocara la pérdida de un riñón incluyendo el imborrable bajorrelieve diagonal de una cicatriz de veinte centímetros en el muslo de la pierna izquierda. Suponía que más temprano que tarde su vida caería como cascada a la espera de ser ordenada y presentada como alegato indiscutible de modo serle confesada a favor de su inteligente necedad.

-         Que podamos hablar puntualmente del tema constituye todo un acontecimiento Damián – mencionó el facultativo apenas ingresó al recinto – Espero haya amanecido con voluntad y deseos de escuchar.
-         Descuente mi predisposición, doctor.
-         En primera instancia le informo que hace quince meses está internado. Durante los ochos meses iniciales lo estuvo en terapia intensiva, desde allí pasó a intermedia en donde actualmente estamos ubicados. Nuestra idea es que a partir de la semana entrante sea derivado al sector de cuidados corrientes. Le cuento que su caso nos ha presentado un  fabuloso desafío científico apenas arribado a nuestra guardia de emergencias, su cuadro en aquel momento era potencialmente irreversible. Hoy nos encontramos ante una situación que nos enorgullece como profesionales, tanto a escala personal como institucional. El grado de complejidad del dilema nos motivó apenas fuimos hurgando y analizando, diversificando hipótesis, errando diagnósticos, sometiéndolo y sometiéndonos a nuevos desafíos e investigaciones, implementando estudios y técnicas inéditas hasta entonces. Entrando en tema le diré que una generalizada y desconocida infección comprometía su sistema nervioso central inmovilizando algunos de los órganos vitales. Básicamente esa es la explicación que por el momento le puedo ofrecer, con el tiempo obtendrá mayores detalles a la par que usted mismo los podrá descubrir en la medida que vaya desandando el inevitable tratamiento de recuperación motriz que se verá obligado a realizar. Entendemos que tanto la memoria como la capacidad para relacionar acontecimientos de su vida comenzarán a verificarse una vez que modifiquemos cierta medicación que le incorporamos de ex profeso para evitar que factores emocionales conspiren contra su rehabilitación. Por el momento le adelanto que su nombre es Damián Lafinur, soltero, argentino, cuarenta y tres años y operario con jerarquía de jefe técnico en la Comisión Nacional de Energía Atómica, central Atucha I.
-         ¿Quién está afrontando económicamente semejante despliegue científico, doctor?
-         Una primera etapa del tratamiento lo afrontó su obra social, hablamos de sus curaciones básicas; pasadas la dos primeras semanas, cuando nos cercioramos de lo extraordinario del caso, tomamos el desafío como propio en consecuencia nuestros protocolos internos fueron los que se encargaron de los costos y demás cuestiones burocráticas.
-         ¿Un conejillo, un objeto de estudio podría afirmarse?
-         No mi querido Damián, todo lo contrario. Un compromiso ético – aseveró Valencia –
-         Hágame un favor doctor, porque no se va al carajo.

Era la reacción esperada y deseada. Un advenedizo que de buenas a primeras se despierta quince meses después sin identidad y recibe como parte diario la novedad que acaba de volver de la muerte, ente ausente de capacidad para reconstruir su pasado cuya memoria está enfrascada en los sintéticos ámbitos de un dispensario a la espera que el albedrío de los profesionales dispusiera del reencuentro, y que para redondear el asunto no tiene bien en claro que es lo que se debe agradecer.

El fin de semana pasó sin mayores sobresaltos. Las enfermeras iban y venían intercambiando silencios perturbadores con sonrisas innecesarias. Por suerte no se había olvidado del concepto de belleza, a esta conclusión llegó gracias a una de las practicantes. Diana portaba una formidable silueta acompañando una cadencia centroamericana muy seductora además de un fascinante perfil en sus rasgos.
La Clínica vivió su Domingo de visitas familiares con el caos acostumbrado, por suerte la habitación de Damián no había sido sometida a tal invasión. Si bien escuchaba con extraña nostalgia la claridad de los murmullos exteriores, concluyó que luego de tanto tiempo en coma nadie sentiría expectativa cierta por su persona. Terminado el horario vejatorio estimó que era el momento oportuno para invitar a Diana a su modesto albergue y afrontar, de ese modo, las primeras indagatorias sobre su pasado. No pasó un minuto de haber accionado el dispositivo manual cuando la enfermera ingresó al ambiente con un semblante riguroso que denotaba suma preocupación.

-         ¿Qué le ocurre Damián, siente alguna molestia? – preguntó agitada –
-         Nada, no se alarme. Es domingo y necesitaba, en cierto modo, cumplir con el rito de las visitas sospechando que a usted no le molestaría ceder ante mi capricho. – Damián se mostró cordial y presumido sabiendo que su estado le permitía alguna dosis de impunidad que Diana tenía la obligación de tolerar. Lo que Damián ignoraba es que la enfermera estaba aguardando por esa instancia desde hacía varios meses –
-         Bueno, aquí me tiene – manifestó sonriente y distendida la asistente –. Estoy por terminar mi turno, de modo que puedo fingir durante un rato y capitular ante su pedido.
-         No sabe cuánto se lo agradezco, Diana. Usted no sólo es un regalo para los ojos, también es sumamente expresiva y refinada.
-      ¿Me va a invitar a salir? En su estado y sin el alta médica no creo que podamos ir demasiado lejos – contestó bromeando la muchacha –
-         No se burle, créame que me gustaría ofrecerle más que un vulgar piropo – aseveró Damián mientras dimensionaba sus visiones por entre los botones y las transparencias de la bata -. ¿Qué sabe de mí Diana?
-         Debí suponer que tanta lisonja tenía su costo – Sentenció la auxiliar un tanto decepcionada –
-         No mal interprete. Digamos que es una pregunta excusa. Es cierto que necesito ayuda para conocerme y creo que no hay nadie mejor que usted para desempeñar ese cometido;  le ruego que si la comprometo profesionalmente con mis consultas olvídese del asunto.
-         Juro Damián que me encantaría colaborar en la búsqueda de su identidad – ratificó Diana – pero tenemos vedada toda posibilidad de injerencia al respecto; eso es competencia exclusiva del departamento de psicología de la Clínica. Además su caso es demasiado complejo para que, como simples auxiliares, nos tomemos ciertas libertades por fuera del tratamiento establecido. Compréndame, no es egoísmo personal lo que moviliza mi actitud, se trata de ética profesional.
-         Al último que me habló de ética lo mandé al carajo Diana – inquirió fastidiado Damián – , pero no se preocupe, cambiemos de tema rápidamente... ¿Soltera?
-         Separada – contestó la joven -. Desde hace tres años, y le confieso que un tanto acobardada como para reiterar la experiencia.
-         No veo la razón. Es joven, bonita. No creo que le falten pretendientes.
-         Depende para qué. Además no soy tan joven como usted afirma. Considero que treinta y cinco años son una buena medida para incorporar el tamiz como indispensable herramienta de elección.
-         ¿Hijos?
-         No pude y creo que eso afectó de modo irreversible la relación con mi esposo. Parece que el hombre necesitaba una prolongación de su ser. No le alcanzaba con compartir sus momentos conmigo – explicó la enfermera ciertamente acongojada -
-         Lo lamento. Oigo su relato inmerso en un ámbito de tristeza y no estamos aquí para nostalgias. A propósito su acento y su estereotipo son bien caribeños.
-         Soy nicaragüense, emigramos con mi familia en tiempos de la dictadura de los Somoza.
-         ¿Vive sola?
-         Con mi mamá, mi padre falleció hace diez años. Tenemos un departamento en el barrio de Flores. Típica vivienda por pasillo, tiene patio y terraza. Si bien es antiguo lo conservamos en muy buen estado, decorado con lozana elegancia. Ambas disfrutamos mucho de estar en casa, en consecuencia, ponemos gran esmero para mejorar su estética y atender su mantenimiento.
-         ¿Flores? – preguntó Damián –
-         Lo siento, no me va a engañar Lafinur. Es un barrio porteño. Más que eso no le voy a decir.
-         Veo que es sumamente desconfiada.
-         No es desconfianza; temo que tengo determinados reflejos que condicionan mi conducta debido a tantos años de ejercer como auxiliar de enfermería. Hay señales universales que los pacientes reiteran más allá de un diagnóstico específico. 
-         ¿Y lejos de la Clínica y de su casa?
-         Mis amigos se fueron con la separación, creo que nunca supe diseñarme relaciones propias. En ese sentido sospecho que él tenía razón; uno no puede ser solamente lo que es capaz de atraer, es necesario buscar lo que se desea conforme estéticas propias. Sin ir más lejos, hace pocas semanas creí en un nuevo y repetido espejismo; corrí tras él como sedienta al oasis. Me agradaba fascinarlo, seducirlo y encantarlo, pero no fue suficiente. Yo también necesitaba ser cautivada; es raro, precisaba admirar a ese tipo y no me estaba sucediendo. Temo que eso es lo que busco; fascinar sexualmente y si se quiere primitivamente no sólo a quién me guste físicamente sino también a quién admire desde la inteligencia.
-         Le aseguro que doy fe por el veinte por ciento que me toca – interrumpió Damián -. Es la tarea más sencilla y obvia; resulta imposible no ser atraído por usted. Y hablo de un veinte por ciento ya que el ochenta restante, es decir lograr su admiración, debe constituir lo más complejo del dilema. Me va a tener que disculpar, debo confesarle que padezco un estado de excitación generalizado y desprolijo, algo inmanejable que está conspirando malamente a favor de mis dolores.
-         Es hora de retirarme entonces. Ha sido una hermosa charla pero ya estoy arriesgando mi puesto. En ese sentido el doctor Valencia es inflexible.
-         Desde luego y gracias por haber cedido a mi capricho – aprobó el paciente -,  imagínese por un rato lo que ha significado para mí un domingo sin deseos de suicidio.
-         Todavía no ha regresado íntegramente y ya está pensando en eso. No me defraude Damián, trate de no ser vulgar. Me alegra haber aportado para evitar tamaña afrenta intelectual. De ese modo usted mismo es quién está conspirando contra ese ochenta por ciento de complejidad que le adjudica a la misión.

Un beso en la frente por parte de la enfermera segundos antes de retirase del salón le permitió examinar el descollante surco que proponían los senos de la dama; el corpiño apenas si sostenía tamaña nobleza recordando en ese instante que debía esforzarse para rememorar otros pechos y otros besos y otros deseos. Hacia el final del domingo logró distinguirse trabajando en la central atómica en soledad, completaba la geografía una consola manual, un ordenador personal, dos teléfonos y un circuito cerrado de televisión. La estría en el muslo había desaparecido y el supuesto accidente automovilístico de mediados de los noventa carecía de presencia. Sus años universitarios recorrían los pasillos de la facultad de ingeniería y no la de medicina como su evocación anterior lo indicaba. Se percibía sometido a un pendular juego mnemónico con reglas propias y huellas aleatorias. Sospechó que la sutil disminución en las dosis de los narcóticos provocaba cierta confusión, imprecisiones varias y algún que otro desvarío. Prefirió entonces no herirse y descansar; la sazón que dejó la reciente charla con Diana intervenía como eficiente analgésico.

A primera hora del lunes el doctor Valencia ingresó al recinto releyendo velozmente las notas del fin de semana. Cuando Damián despertó se entretuvo observando que el médico gesticulaba positivamente mientras avanzaba en la lectura del informe. Un elegante bolígrafo a presión tildaba conceptos de manera aprobatoria.

-         ¿Buenos días mi amigo, cómo ha pasado la noche? – Preguntó el doctor –
-         Bien, tranquilo, con mucho apetito.
-         Pero eso es fantástico. Nuestras conjeturas apuntaban que recién en noventa y seis horas podría llegar a producir sensaciones de apetencia. Su recuperación es un verdadero hito científico – afirmó Valencia –
-         ¿Me puede explicar qué me sucedió doctor? Ese es mi verdadero y urgente apetito
-         Hoy, apenas lo traslademos al sector de cuidados corrientes, comenzaremos pausadamente con el tema. Y hablo en plural debido a que convoqué para la tarea al doctor Camilo Giberti, médico psiquiatra y además psicólogo en jefe del Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana. En una hora estará por aquí, hace dos días que llegó a Buenos Aires y estuvo desde ese momento estudiando su historia Clínica. Los cubanos poseen técnicas muy avanzadas en todo lo concerniente a tratamientos para rehabilitación motriz, además de ostentar uno de los sistemas más avanzados en medicina psiquiátrica. Para ellos no existen enfermedades sino enfermos, en consecuencia cada tratamiento debe personalizarse en función del historial y sus características. En conjunto delinearemos el futuro de su recuperación.

-         ¿Podría desayunar algo específico y concreto? – solicitó Damián –
-         Sólo un té amargo con alguna galletita sin sal.
-         ¿Un caramelo, algo dulce?
-         Sólo un té amargo con alguna galletita sin sal – reiteró malhumorado Valencia –
-         Si no queda otra, acepto.
-         En instantes la enfermera vendrá con su desayuno.

El paciente esperó por Diana con el mismo apetito que por su desayuno. La simpática y veterana Ángela fue su reemplazo necesario. El ordenamiento por turnos imponía una ausencia inesperada de modo que fue imposible reiterar la excitación del día anterior. Disfrutó de su primer alimento tangible en meses como si hubiera participado de una degustación gourmet. Los opacos y desabridos sabores se hacían presentes a modo de ayuda memoria a favor de recordados manjares catados en tiempos en donde las dolencias no eran tomadas en cuenta. Comenzó a notificarse de la delgada estrechez existente entre la vida y la muerte percibiendo que un segundo alcanza y sobra para protagonizar la irrealidad. Pensó que valorar la vida no era algo tan cursi como creía y que lo frágil y transitorio del devenir colaboraba para que tal premisa se cumpliera. Se aferró inocentemente a un estúpido optimismo a caballo de la miserable vianda y de una advenediza enfermera; conspiró contra sí mismo para chocarse contra alguna contradicción que valiera la pena debatir; aguardó de buen modo por la eminencia cubana que dé seguro le devolvería satisfacciones pasadas por el solo hecho de haberse trasformado en un hito insoslayable de la ciencia moderna. Esperó sin miedos; no recordaba el significado de tenerlos.

Pocos minutos después de efectivizarse la mudanza ingresó a su nueva morada el doctor Valencia en compañía del citado doctor Giberti. Ambos portaban rigurosa formalidad profesional en su atuendo, un par de grabadoras manuales e idénticos portafolios de línea europea.

-         Damián, el doctor Giberti está aquí para que juntos conversemos sobre su futuro. En primera instancia creemos que está en perfectas condiciones físicas e intelectuales para afrontar tanto su historia personal como su historia Clínica. Toda su evolución la tenemos asentada como es debido en nuestros archivos; si gusta lo invitamos a iniciar el recorrido.
-         Avancemos entonces – aseveró Damián –
-         Como es sabido – interrumpió Giberti con marcado acento centroamericano – usted se llama Damián Lafunir, es argentino, soltero, cuenta con cuarenta y tres años de edad, se desempeñaba como jefe técnico en la Comisión Nacional de Energía Atómica, y está domiciliado en la calle Ramón L. Falcón 1577 en el piso quinto unidad B de Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Le aclaro que toda la documentación de su vivienda está bajo guarda en la caja de seguridad de la Clínica. Tanto los impuestos como las expensas están perfectamente al día y sin mora de ningún tipo. Este material nos fue acercado por una persona que lo visitara asiduamente durante las tres primeras semanas de internación, y de la cual hemos perdido referencia poco tiempo después. Sobre la base del testimonio de esta persona pudimos reconstruir su historia personal. Andrea Devita, de ella se trata, gestionó además que le depositaran su salario en una caja de ahorros en el Banco Provincia. En la actualidad usted se encuentra bajo el régimen de licencia por enfermedad con goce de haberes. Los comprobantes sobre el estado de la cuenta, desde su apertura hasta el día de hoy están juntamente con su documentación personal. Semanalmente una persona de nuestra entera confianza pasa por su domicilio para retirar todo tipo de correspondencia y realizar el aseo de mantenimiento. Si no me equivoco usted la conoce; se trata de la señorita Diana Benítez, enfermera de la institución y domiciliada muy cerca de su vivienda. Justamente esa fue una de las razones para tal comisión.
-         ¿Voy demasiado rápido Lafinur? – Consultó Giberti –
-         En lo absoluto, ¿Tiene una foto de la mujer? – Preguntó Damián –
-          Si –afirmó Valencia -. Le solicitamos una a sabiendas que en algún momento podía llegar a ser un vaso comunicante para su rehabilitación. De todas formas le adelanto que se trata de una persona que frecuentó solamente durante los dos últimos meses antes del accidente. Lo cierto es que prestó amplia colaboración sin solicitar ningún tipo de contraprestación, consideramos que la situación la superó y decidió abdicar. Era una joven muy distinguida y agradable.
-         No la recuerdo – Sentenció Damián luego de constatar la foto –
-         Es natural, no se preocupe. Además ella estaba casada y usted jugaba como su amante ocasional. No era una relación formal. De todos modos evidenció una nobleza sin precedentes ante nuestros requerimientos. Debía tenerle mucho afecto – aseveró Valencia -. Ella nos informó sobre detalles de su vida, sus padres, sus bienes y demás cuestiones. Además le cuento que es poseedor de un vehículo marca Renault, modelo Megane, al que se le siguió la misma política de mantenimiento y pago de tasas. Aquí le muestro algunas fotografías de sus pertenencias. ¿Puede relacionar algo de lo visto?
-         En forma parcial – aseguró Damián – Tengo asociaciones desordenadas. Por ejemplo: reconozco con claridad la identidad de mis padres, pero no puedo hallarme con ellos. Cuando comienzo a elaborar trayectos y costumbres todo se vuelve anárquico y desordenado.
-         Excelente – murmuró Giberti  - le aseguro que en menos de setenta y dos horas recobrará su pasado sin omisiones. Le propongo entonces esperar hasta entonces para luego comenzar a diagramar su recuperación motriz. En ese momento le explicaremos lo acontecido con su salud, el tratamiento realizado y cuáles son nuestras expectativas futuras. Nobleza obliga aclararle que los gastos por el mantenimiento de sus bienes corrieron por su cuenta. Los talones, vales de pago y demás recibos están compilados con el resto de sus pertenencias. La señorita Benítez llevó una prolija y ordenada contabilidad.
-         A propósito ¿Qué día es hoy? – Preguntó Damián –
-         Dos de diciembre de 1999 y estamos en la Clínica del Norte ubicada en el barrio de Belgrano, Capital Federal – respondió Valencia –
-         Así que... ¿Quién gobierna?
-         De la Rúa.
-         ¿Y Chacho?
-         Es el actual vicepresidente debido a que perdió la interna – Contestó Valencia –
-         Cagamos. Yo sé lo que les digo.
-         Extraordinario – pensó Giberti – ha comenzado la asociación de sus suburbios.
-         No les digo. Los noventa se instalaron definitivamente – continuó Damián -, su estela inmoral quedó grabada en cada ciudadano, gobierne quien gobierne. La permanente justificación, la victimización como estatuto, maquillan a los gestores para que la perversión del sistema continúe indemne. Cero política, todo imagen.

Los doctores recibieron tales comentarios con sumo beneplácito. El paciente no sólo recordaba su pasado sino que además tenía opinión formada sobre él. Esto potenciaba la creencia de una recuperación definitiva a corto plazo.

-         Cambiando de tema – sugirió Giberti -, le propongo coordine sesiones coloquiales con Diana Benítez de forma tal entrenar su memoria y ordenar lo que aún percibe borroneado.
-         Será un verdadero placer, se lo aseguro.
-         En tres día estaré de regreso – ratificó el cubano – para profundizar la información sobre lo ocurrido y detallarle algunas pistas que me permitiré aconsejarle para su rehabilitación definitiva. Le adelanto que si desea recuperar íntegramente todas sus capacidades vaya pensando en una larga temporada en nuestro centro neurológico de La Habana. Le aclaro que contará con compañía permanente y será usted quién decida el recurso que lo escolte.
-         ¿Y podré regresar de la Isla? – cuestionó Damián con alguna prevención –
-         Si no encuentra una buena razón para quedarse...

La explicación que de forma escueta y sencilla le proporcionaron los profesionales lo confundieron aún más. Un supuesto desmayo en su oficina que no recuerda, una infección concentrada en células del sistema nervioso central, la parcial hemiplejía, la imperiosa necesidad de transplantar parte de la médula, un riñón y el hígado, la pérdida total de la sensibilidad de los miembros inferiores y quince meses en coma no le bastaron para considerarse respetado intelectualmente. Se le detallaban consecuencias y tratamientos, todavía ignoraba las causas para tales efectos. El detalle de la inserción de algunos órganos clonados llamó su atención. Técnicamente adolecía de información actualizada sobre el tema como para plantarse de cara a los galenos, de todas formas comenzó a sentir incomodidades y a plantearse ciertos cuestionamientos puntuales. Luego de la exposición de los facultativos las dudas se multiplicaron exponencialmente quedando suspendido entre las hilachas de la confusión. La desaparición de la cicatriz en el muslo de la pierna izquierda no había sido mencionada y su diáfano recuerdo con relación a una facultad a la que jamás concurrió tampoco fue tenido en cuenta. Pensó que su parcial carencia de pasado permitía a los profesionales para manejarse de modo ilimitado, sintiéndose solamente como un transitorio instrumento científico. Cuando uno pierde la memoria le pueden hacer y decir cualquier cosa. Por el momento se resignaba a disfrutar de sus lecturas y de los inmejorables momentos compartidos con Diana. Cenas y almuerzos mejoraban en cantidad y calidad a medida que los días transcurrían. La soledad del ámbito no era discutible por lo que la privacidad le otorgaba licencias y antojos por los cuales no debía rendir cuentas. Como auxiliar de enfermería Diana estaba acostumbrada a la desnudez, Damián no. Frecuentemente y ante la presencia de la joven el paciente manifestó naturales erecciones que invariablemente debían formar parte del pronto despacho diario. Su genitalidad debía ser observada tanto como el resto de los distritos, en consecuencia, Diana cumplía su tarea de modo eficiente tratando de no mortificar el pudor del paciente. Con el tiempo la confianza mutua hizo que las bromas y el doble sentido circularan con suma espontaneidad escondiéndose bajo ese disfraz los deseos de instalarse libremente y de una buena vez dentro de atmósferas eróticas en donde la inmanejable excitación permitiera desnudeces con ropas adecuadas.
Estando Diana de servicio en una de esas guardias nocturnas complicadas en donde todo parece que ocurre al mismo tiempo ingresa a la habitación de Damián con el fin de descansar por un momento luego del duro trajinar. Un par de accidentes en la zona encontró ubicada a la Institución como primer auxilio disponible. Por esas horas ya había pasado el vendaval estando todos los pacientes afectados puntualmente medicados y profundamente dormidos. La Clínica volvía a mostrar su cómplice y oscura gracilidad.

-         Tengo que viajar a Cuba para finalizar mi recuperación – comentó Damián – y me permiten la compañía de una persona para auxilio, control y seguimiento. El regreso depende de la evolución. ¿Le interesa el trabajo? Usted tiene mucha más información sobre mí de la que yo mismo poseo, me interesa su personalidad, me seduce su candidez y muy poco puedo agregar sobre lo ya mencionado con respecto a su belleza. Diana quiero que sea usted quién me ayude a seguir tras mi huella.
-         Claro que me interesa – exclamó la enfermera – pero no como un trabajo. Deseo y celebro su propuesta. Usted Damián no es un paciente para mí. Quiero ser la primera que acompañe sus pasos y anhelo con desmesura custodiar sus quebrantos al momento que se produzcan, quiero que encuentre mis brazos al momento del festejo por haber obtenido una conquista, y acompañar sus silencios cuando el pasado regrese por sus fueros. De todos modos la decisión final depende que los médicos libren la debida autorización y que mi madre acepte de buen modo ese tiempo en soledad. Sospecho que a esta altura de los acontecimientos sabrá leer en mis ojos que lo admiro profundamente y si mal no recuerda entenderá lo que eso significa para mí. Como bien dice conozco detalles suyos que usted ignora, es probable entonces que ni siquiera tenga la posibilidad de presumir por las razones de semejante admiración.

Diana Benítez retiró suavemente la sábana que cubría el cuerpo de Damián Lafinur; de inmediato se abrió completamente la bata de manera altruista mirando fijamente los ojos de su antagonista dejando claro que la ausencia de ropa interior desautorizaba todo tipo de postergación. La omnipresente y generosa erección exhibida le indicaba a la joven que el hombre necesitaba de su osadía. Los labios de Diana se encargaron del resto abrevando de un material atesorado en barricas de olvido durante quince meses. Bebió sus elixires luego de largos minutos de constante atención, sintió la urgencia por poseer una porción de lo que admiraba. Luego se entregó a las fantasías de su amado en consonancia y acuerdo con los legítimos egoísmos que su propio cuerpo le exigía. Sus orgasmos, egoístas y melindrosos cayeron como resultante, prepotentes, inevitables.
Dos semanas después y luego de haber ordenado trámites y documentación la pareja partió hacia La Habana en vuelo directo de línea venezolana.

II

El traslado en avión tuvo la extrema necesidad de un cóctel invadido por sedantes y placebos. La Clínica testimonió su eficacia y profesionalidad diseñando en la nave un compartimiento íntimo rodeado de tabiques y cortinados protectores en procura de la privacidad que el paciente y la acompañante requerían. La silla de ruedas se encontraba presta y a mano, algunas revistas de variedades y una azafata de tiempo completo perfeccionaban la calidad del servicio. Durante las doce horas de viaje no hubo lugar para la conversación. Diana prefirió que su amado descansara tranquilo esperanzado por un regreso caminante y varonil. La obligada parada en San Pablo por aprovisionamiento de combustible no modificó en absoluto la rutina impuesta. La enfermera escogía soñar con extensas excursiones en compañía de Lafinur, huyendo de las miserias cotidianas y transformando el devenir en una fiesta inigualable. Tal como lo deseaba estaba frente a quién admiraba profundamente y se observaba reconfortada por no haber dilapidado tiempos en seres menores y primitivos. Luego de un apacible viaje llegaron al aeropuerto de La Habana el 22 de diciembre, pasadas las seis de la tarde. Los esperaban, al pie de las escalinatas de la nave, el doctor Camilo Giberti, quién había adelantado su periplo, y una populosa comitiva revolucionaria que se haría cargo de todos los trámites de ingreso al país.
Una antigua y elegante limusina los depositaría de manera inmediata en las instalaciones del Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana, en donde un representante del gobierno revolucionario los estaría aguardando para darles la bienvenida en nombre del mismísimo Comandante Castro. Damián se dio cuenta, en ese preciso instante, que su estancia en la isla tenía un correlato político incuestionable, que su recuperación no era la esencia de tamaño despliegue y que estaba incluido dentro de intencionalidades por ahora renuentes en presentarse, incógnitas e instancias ajenas a su vida.

-         Diana ¿Puntualmente qué es lo que decís admirar? – Preguntó Damián –
-         Tu enorme coraje – aseguró la enfermera –. La indomesticable valentía para afrontar con dignidad lo que hubiese derrotado a cualquier mortal. Esa suerte de desafío permanente a cierto determinismo histórico que no logra persuadirte. Que te siga indignando depender a pesar que la vida te va con ello.
-         ¿Qué te parece todo esto?
-         Me afilio a creer en tu tesis, adolecemos de información; de todas formas debemos priorizar nuestros intereses y abocarnos de lleno a tu completa rehabilitación. Es algo que te urge y que nos urge como pareja.
-         Espero que con el transcurso de los días nuestras dudas iniciales se transformen en certezas o cuando menos en indicios concretos. Será necesario en la misma dirección que hagamos una lectura correcta de cada evento que el futuro nos tiene reservado en la isla.

El predio del Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana se encontraba ubicado en las afueras de la ciudad. Prolijamente parquizados sus alrededores el edificio exhibía una arquitectura de dos plantas sobrias y funcionales. Sus amplios ventanales aseguraban la natural luz de día y un equipo de climatización central mantenía la temperatura del inmueble constante a veintidós grados centígrados. Cómodos accesos, rampas, cinco ambulancias preparadas para la contingencia y tecnología de última generación estaban al servicio del ciudadano cubano sin costo alguno. No poseía guardia de urgencias o similar. Era un centro específico que recibía pacientes para tratamientos neurológicos concretos. Cualquier hospital de la isla tenía la opción de utilizar sus servicios en el marco de un sistema de red médica perfectamente diagramado.  La planta baja del predio presentaba la administración y las dependencias de rehabilitación propiamente dichas: gimnasios totalmente equipados con maquinaria de alto rendimiento, piscinas climatizadas y seis consultorios para kinesiología que incluían tinas y dársenas para saunas. En la planta alta las habitaciones, en su mayoría dobles, presentaban generosas medidas y elemental comodidad: baño completo, dos mesas individuales multipropósito, una pequeña biblioteca con literatura latinoamericana y un sistema de circuito cerrado que emitía música clásica durante las veinticuatro horas completaban el listado de utilidades. Los acompañantes podían acceder diariamente al dispensario portando la debida credencial. Diana poseía un ambiente individual en el anexo que el complejo disponía a cien metros de distancia, filial que había sido construida de ex profeso para aquellos pacientes que vivían alejados de La Habana o para los extranjeros, ya que en ambos casos la generalidad marcaba que arribaban con acompañantes. El natural de la isla también gozaba gratuitamente del complejo adicional mientras que el forastero abonaba aranceles a precios de hotelería internacional.

Damián Lafinur era la excepción a la norma, así lo habían determinado las máximas autoridades del Instituto en la persona de su director el conocido doctor Camilo José Giberti en sintonía con recomendaciones efectuadas por el doctor José Belisario Ulloa, Ministro de Salud del Gobierno Revolucionario. La gran cantidad de norteamericanos desarrollando pasantías como el fluido inglés que dominaban los profesionales cubanos fueron dos elementos que Damián observó llamativos. Evidentemente en determinados substratos la relación de Cuba con el país del norte colocaba al margen la cuestión ideológica a favor de la excelencia científica; cosa que elevó aún más el muy buen concepto que tenía Lafinur por el modelo socialista.

El tratamiento de rehabilitación duró seis meses. En forma planificada y equilibrada se fueron incrementando exigencias a medida que los progresos evidenciaban certezas contundentes. Ciento ochenta días después de haber arribado al Instituto el paciente deambulaba con normalidad, su memoria funcionaba a la perfección y su sexualidad se desarrollaba en plenitud. Cada semana de le efectuaban análisis de toda clase y especie que incluían cultivos de herrumbres y monitoreos cardíacos y encefálicos, los ensayos físicos demostraban claramente que su musculatura había recuperado la tonicidad con la consecuente capacidad de respuesta ante la exigencia. Todas las variables mostraban que la resultante no podía ser otra que el alta definitiva. Los profesionales del complejo, sin embrago, convencieron a Lafinur para que prolongue su estadía por un bimestre en condición de invitado. Deseaban presentarlo ante el mismo Fidel Castro como caso testigo de modo evidenciar el grado de excelencia de la Institución de modo solicitar con fundamentos una mayor partida presupuestaria. Las gentilezas recibidas sumadas a la importante inversión efectuada imposibilitaron cualquier tipo de negativa. De modo que Damián, con prudente agrado, aceptó el convite no sin antes consultar con Diana, obligándose ambos para colaborar con el doctor Giberti en todo lo necesario para el logro del objetivo. A partir de ese momento su nuevo destino sería el Gran Hotel América ubicado en las cercanías de Varadero.

Era inevitable respirar cierta atmósfera pendular; por un lado sentirse inmersos en una suerte de eterna luna de miel, por el otro, sospechar que determinados sucesos que a uno le ocurren en la vida no son gratuitos. Si conocer la isla y su proceso revolucionario significó para Damián una experiencia de difícil mutación, no era menos cierto que vivir un proyecto en conjunto con Diana lo tenía altamente comprometido. Ambos se encontraban con las fuerzas y deseos suficientes para regresar a la Argentina e iniciar su historia personal en aquellos ámbitos testigos de su formación.

Aún no se atrevía plantear el tema a sus generosos anfitriones, acarreando la prevención de ser mal interpretado o ser tomado simplemente como un individuo ramplón y desagradecido.
Damián sabía que Diana lo seguiría sin necesidad de explicaciones; Diana sabía que Damián deseaba lo mejor para los dos, en consecuencia no había razón para debatir dilemas inexistentes.

El notorio enamoramiento por la digna pobreza de una Nación que continuaba luchando en pos de paradigmas insustituibles abrumó el espíritu de Lafinur merced a la visión de una realidad tangible y presente en cada kilómetro cuadrado de la isla. El reconocerse efímero y egoísta ante el dolor ajeno le entregó preceptos solidarios superiores y desconocidos en función de esos mismos discursos declamados en otras latitudes. La vida, como concepto, tenía entidad superior en tierra revolucionaria, siendo inevitable acordar con el sistema más allá de lo perfectible.

Sin embargo, poco a poco, en conversaciones recurrentes, sintió la necesidad de exteriorizar su afán de retorno, al mismo tiempo que las autoridades médicas cubanas captaron que nada se podía hacer al respecto. Fue momento entonces en que el gobierno decidió instalarse definitivamente en tema e informar a Lafinur sobre el complejo laberinto en el cual estaba inmerso y que de modo azaroso el destino había bosquejado. Lo inimaginable develaría interrogantes y contradicciones: un nuevo principio ante un nuevo, extraño e inconcluso final.

El amplio salón de la casa de la revolución poseía un perfil colonial y moderado en lujos. Un embaldosado rústico y geometría de damero era cortado en forma transversal y simétrica por largos listones de madera prolijamente pulidos y lustrados. Sillas individuales de época rodeaban a una pequeña mesa estilo español de fines del siglo XVIII. Un importante sillón de tres cuerpos en la cabecera indicaba ser el sitio hacia donde apuntar todas las miradas. Los doctores Giberti, Ulloa y Valencia conformaban el trío del área profesional. Éste último había llegado desde Buenos Aires pocas horas antes de la reunión. El vicepresidente Raúl Castro y el Comandante Marcos Aguado, secretario del partido comunista cubano constituían la representación política, Diana y Damián aguardaban el comienzo del encuentro con marcado entusiasmo y nerviosismo. Sólo faltaba la presencia del compañero presidente para comenzar la tertulia.

La estatura histórica del momento erizó la piel de Lafinur. Estaba frente a un capítulo imborrable y mítico del siglo XX. Una aventajada y notable figura podía adormecer cualquier tipo de ambición individual. Estaba de cara al hombre que supo embarrar sus propias comodidades a favor de plasmar una utopía inconclusa; esa misma que habla de caminos. Como decía Silvio Rodríguez: “Queremos tener la opción de equivocarnos nosotros mismos”... El de Moncada, el de Sierra Maestra.
La cordialidad en el abrazo y su gratitud, la ineludible mención del Che como compatriota y la extraordinaria semblanza de un país lejano que conocía a la perfección fueron el distinguido homenaje que el Jefe de Estado brindara al visitante sin eufemismos ni vergüenzas burocráticas. Una vez convenientemente acomodados los invitados dejaron de lado la emoción dando paso a lo relevante y trascendente, era necesario comenzar a definir situaciones. El doctor Alberto Valencia fue el primer disertante. Una caja de Montecristo número tres, cuatro jarras de jugo de mango y una bandeja de frutos tropicales moraban en la pequeña mesa de estilo a la espera del convite.

-         Estimado Damián, consideramos que llegó el momento de revelar algunos detalles que debe contemplar a propósito de los legítimos y razonables deseos que tiene para retornar a su Patria. En lo que a mí compete relataré los causales de su internación y las técnicas terapéuticas aplicadas. Debe saber que las mismas revisten carácter de secreto de Estado ya que no están homologadas por la Organización Mundial de la Salud. Son procedimientos experimentales que nuestro grupo de científicos han venido desarrollando a lo largo de la última década en el campo de la genética. Usted llegó a nuestra filial de Buenos Aires presentando un cuadro neurológico irreversible debido al contacto directo que tuvo por más de diez años con elementos altamente contaminantes. Su sistema nervioso se vio afectado en forma pausada y de modo constante durante ese lapso por una suerte de goteo radiactivo que fue mellando sus células hasta eclosionar, provocando que algunos de sus órganos vitales no fueran capaces de sostener sus básicas funciones. Dicha sintomatología fue lo que provocó el accidente cerebro vascular con el cual ingresó a nuestra Clínica. Cuadro que le ocasionó un estado de inconsciencia absoluta y del que pudo salir gracias a la ciencia y a la tecnología luego de quince meses de paciente atención. Le aclaro que la Clínica del Norte y el Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana desarrollan investigaciones en conjunto con el generoso aporte del gobierno revolucionario. En consecuencia podemos afirmar que las dos entidades comparten un mismo objetivo y poseen idéntica política sanitaria. Cedo la palabra al doctor Giberti para aclaraciones técnicas específicas con respecto a su caso puntual y fundamentalmente qué técnicas se aplicaron durante su largo período de convalecencia. Le aclaro que debe entender que estamos hablando de biogenética y clonación como bases del exitoso tratamiento.
-         En primera instancia le pido que no se asuste – aclaró Giberti -. Lo que en la actualidad son procesos experimentales en un futuro próximo serán tratamientos absolutamente instalados en el concierto de la medicina mundial. Lo cierto es que por ahora los Estados Nacionales manejan con suma reserva y prudencia estas investigaciones debido a que todavía los resultados no están avalados por los entes internacionales que regulan y auditan la actividad. Trataré de ser lo menos cientificista posible de modo pueda entender, en su total envergadura, el alcance de lo realizado. Como bien mencionó el doctor Valencia hablamos de biogenética y clonación. Puntualmente varios de sus órganos fueron rehabilitados artificialmente fuera de su hábitat natural creando condiciones similares. Dicho groseramente lo tuvimos que copiar mecánicamente. Luego se procedió a la ablación de cada pieza colocando en su reemplazo otra compatible. Una vez reconstituido y sanado el órgano artificialmente se le efectuó un nuevo transplante de forma tal su cuerpo recupere la porción original sin toxinas radiactivas. En su caso tanto el hígado como uno de sus riñones fueron esterilizados disociadamente de su cuerpo y vueltos a constituirse una vez efectuadas las pruebas correspondientes. Del mismo modo debe saber que los reemplazos recibidos fueron piezas clonadas compatibles con la química de su cuerpo. En la actualidad disponemos de un laboratorio o banco de órganos mecánicos para el desarrollo de nuestras investigaciones. Sabemos que en la actualidad este laboratorio es el único en su especie en el mundo y constituye una suerte de arma estratégica que debemos preservar a como de lugar. Como verá Lafinur usted, a la vez que ha vuelto de la muerte, incluye dentro de su anatomía información trascendental y estratégica que toda la comunidad científica desearía poseer transformándolo en un fenómeno para la disciplina, sin tener que aclararle sobre los intereses económicos que siempre tienen los laboratorios multinacionales.
-         Damián – interrumpió el comandante Aguado – ninguno de nosotros está cómodo con ésta situación. En oportunidades nuestra sana intencionalidad de proyectarnos científicamente a favor de la humanidad choca contra la voluntad de los seres que amamos. De ningún modo deseamos limitar sus libertades individuales y menos aún confinarlo a incomodidades injustas, pero ante tales circunstancias le recomendamos analizar, junto a su compañera, la situación de forma global entendiendo toda la operatoria que nuestros profesionales acaban de detallar. Sería muy bien recibido por el gobierno revolucionario, gozará de empleo sobre la base de sus talentos desempeñando funciones en organismo estatales, vivirán conforme nuestro sistema y organización político-social, se le asegurará ciudadanía cubana pudiendo formar parte de nuestro partido como simple adherente o cuadro activo y finalmente gozará de plena licencia para viajar a Buenos Aires o a cualquier lugar del planeta tomando las debidas prevenciones. La supervivencia de nuestro sistema depende de factores que es probable todavía no comprenda; sabemos y entendemos que no son cuestiones a imponer, pero éste es el inevitable cuadro de situación. Usted tiene la palabra...
-         Mire mi amigo – sentenció el Jefe de Estado – sinceramente espero que lo piense, compare y si puede, trate de quedar en la historia. De cara al futuro inmediato la ciencia, la tecnología y el conocimiento son la base del poder. Las armas por venir no disparan mísiles, disparan saberes esenciales y esos conocimientos son los que nos permitirán a los pueblos oprimidos liberarnos de las potencias hegemónicas. Usted es una biblioteca de ciencias andante y como tal un elemento que contiene información trascendental tanto para nosotros como para nuestros adversarios. Para finalizar Damián le diré que nosotros seremos una simple consecuencia de sus decisiones.

La limusina los condujo hasta la puerta del Gran Hotel América. No ingresaron inmediatamente al complejo, prefirieron caminar un rato por la playa y sentir el placebo del caribe en sus pies descalzos. Una sensación melancólica se vislumbraba en el crepúsculo de La Habana; muesca provocada por el alerta meteorológico que anunciaba uno de los tantos huracanes que con nombre femenino suelen invadir a la isla por esa época del año. La promiscua sensación de encierro y aire caliente, contradicciones mediante, Damián acababa de ratificar que nada es gratuito, ni siquiera dentro del sistema ideológico por el que, en otras circunstancias, hubiera jugado su vida. Ni la gratitud contaba por entonces; se le imponían conductas más allá de su voluntad. Es probable que hubiese preferido evitar el ingreso a ese laberinto, pero lo cierto es que estaba dentro de él y gracias a eso aún respiraba, caminaba y hacía el amor con la persona más bella jamás imaginada. Las palabras del comandante Castro y el rugido de la rompiente se hacían concesiones alternando su atención, la mano de Diana transpiraba mientras la soledad marina dejaba indemne el vacío existencial que le sugería su borroneada realidad. Temiendo por sus sospechas prefirió censurarse y no dudar de sus mecenas, trató, con la ayuda de Diana, de hacer un curso intensivo de política internacional para comprender lo que en la reciente reunión se dijo. No pudo. Su formación y su educación le impedían ceder; se percibió como un cachorro hambriento de búsquedas y experiencias de incierto resultado, ambas acarreaban el fatal aderezo seductor de un confuso devenir. Así se lo dijo a su amada, no podía defraudar eso que Diana tanto admiraba. Debía testimoniar su fastidio ante los barrotes de gratitud que cínicamente diseñaron sin su autorización. Debía insistir y continuar tras su huella...

III
La mancha de sangre coloreaba la parte inferior del informe oficial que minutos antes había sido entregado en mano por un importante dirigente del partido comunista cubano en la habitación doscientos once del Gran Hotel América. El cuerpo indefenso y solidario de Diana Benítez yacía en la cama con un certero disparo en la sien; el arma, aún caliente, colgaba de su mano derecha. El breve y lacónico impreso señalaba...

Compañera Diana Benítez Ruiz
                                                    Sabemos lo que significó para usted haber eliminado de forma definitiva, en consonancia con nuestros protocolos oficiales, al prototipo registrado bajo la nomenclatura Damián Lafinur. Acompañamos su dolor tomándolo como propio. Acaba usted de proporcionarle un enorme servicio a la Revolución. Su actuación conlleva la valoración de todos sus camaradas. Como consecuencia de ello se la asciende al grado de Coronel siendo su nuevo destino la ciudad de Caracas en donde continuará con el desarrollo científico de nuestras técnicas defensivas...


                                                                 Hasta la victoria, Siempre...








Un futuro promisorio


El plan de fuga consensuado por el grupo daba cuenta que nada quedaba por discutir. A partir de ese momento cada integrante sabía lo que debía hacer ya que la suerte de todos iba a depender de la eficiencia y el compromiso particular en la tarea encomendada.
El grupo que había decidido abandonar aquel inmundo lugar estaba compuesto por cuatro convictos de poca monta, escasamente peligrosos, acaso indignos para morar en tan recoleto mausoleo. Los delitos que habían cometido Morletti, Calzada, Prospiti y Eyeramendi eran muy menores con relación al nivel de rigurosidad que guardaba el sitio. Apenas un par de robos, algún que otro timo y malos abogados habían determinado el destino de los sujetos.
Morletti había sido atrapado in fraganti sustrayendo la cartera del bolsillo de un septuagenario en una de las formaciones de la línea de A del subte; Calzada y Prospiti, en sociedad, se dedicaban a “levantar” motos y bicicletas de la vía pública, mientras que Eyeramendi era un vulgar estafador que vendía puerta a puerta rifas inexistentes a nombre del Hospital Álvarez.
El cuarteto estaba incluido dentro de la nómina que el sistema debía presentar anualmente a modo de justificar tanto el presupuesto como su propia existencia. Enterados de la cuestión, por comentarios de uno de los guardias, resolvieron intentar fugarse del lugar sabiendo que la historia mostraba que ningún integrante de esa nómina había podido cumplir su pena inicial debido a que puntuales provocaciones intencionales extendían las sentencias por tiempo indeterminado. La política del titular del centro de detención, director general Rafael Forresti, era tener completo con convictos de escasa peligrosidad la capacidad del presidio de forma tal no estar sometido a instancias de extrema complejidad. Hablamos de un régimen muy duro desde lo laboral, incruento desde lo físico y compuesto por personas de muy escasa respuesta. Forresti se percibía y se asumía como un señor feudal cuyos límites penitenciarios le aseguraban una comarca que manejaba a voluntad y con suma discrecionalidad. En el ámbito del hampa constituía un mal menor cumplir la pena en dicho establecimiento, pero para los que recorrían a diario sus entrañas la cuestión resultaba insoportable.
La idea madre de la fuga se basaba en la sencillez. La simpleza en el operativo debía ser cuestión esencial de modo las autoridades recién pudiesen observar las ausencias luego de varias horas de ocurridas. Nada de túneles, huecos o huidas cinematográficas, menos aún encender alguna chispa esperanzadora sobre el resto de los convictos. Lisa y llanamente salir a la luz del día por uno de los linderos del establecimiento y tomarse el colectivo de línea que por recorrido paraba junto frente a la entrada principal.
Debían tener en cuenta dos detalles: El primero ser incluidos dentro de la nómina de convictos encargados para llevar a cabo las obras de cordón cuneta en el sector sur del penal, parcela vecina a la avenida por donde circulaba el autobús,  y como segundo punto estar provistos de la tarjeta SUBE para abonar el pasaje del colectivo sin levantar las mínimas sospechas, tanto del chofer como de los pasajeros. Este insumo era de sencilla gestión dentro del propio antro. El resto era una simple cuestión de oportunidad.
Meses de vivir en ese infierno les había permitido percibir costumbres y hábitos tan arraigados en los guardias como en las mismas autoridades. Por ejemplo y acaso la más notoria era la subestimación que tenían por los internos. Cada vez que un grupo de treinta o cuarenta reclusos desarrollaban labores de mantenimiento en los patios exteriores, el cuerpo de centinelas se apostaba en un costado, bajo reparo, para jugar a las cartas, generalmente el tute y el mus eran los juegos escogidos, siendo usual que acompañaran la velada con una importante dotación de botellas de gaseosas. Esto lo hacían confiados en la atenta mirada de sus colegas ubicados en las torretas. Ocurre que por un defecto de construcción, oportunamente descubierto por Eyeramendi, las torres tenían parcialmente vedada la visión del sector sur. En realidad para que dicha particularidad se transformara en beneficio era necesaria la inestimable colaboración de la pereza del centinela. Para lograr disimular la perspectiva el guardia debía regularmente hacer un esfuerzo adicional con el cuello y con sus piernas y así tener una visión completa de la parcela, empresa que ninguno de los encargados del mangrullo estaba dispuesto a realizar. De modo que el trámite era sumamente sencillo si el cuarteto lograba apostarse en los lugares convenientes.
El secreto era tratar de ubicarse en los cuatro últimos lugares de la fila que normalmente se organizaba para realizar las labores e ir desapareciendo de uno en vez, cual fuga de restaurante para evitar la adición, en la misma medida que en el horizonte se lograse percibir el arribo del colectivo de línea. Tener cortado el alambre era de exclusiva responsabilidad del último componente de la cuadrilla. El plan requería de templanza y extrema paciencia. El último, el anteúltimo y el penúltimo de la hilera – primero, segundo y tercero en orden de fuga -  debían exagerar sus sigilos de modo asegurarle al cuarto la suficiente tranquilidad para poder desafiar la tarea ahorrándose los seguros arrebatos que de modo previsible intentarían insinuar sus compañeros. Para ocupar este puesto en la grilla se ofreció el propio Eyeramendi, acaso quién más estudió la geometría plana y espacial del lugar y su relación con la perspectiva de los atalayas, asumiendo que de complicarse el proyecto él se encargaría personalmente de licuar todo tipo de entusiasmo de sus compañeros a favor de una próxima oportunidad en la que seguramente lo tendría ubicado en la pole position. Prospiti sería quién debía trabajar con el alicate, instrumento que ya tenía en su poder y que fuera adquirido dentro del mercado interno al módico precio de tres revistas Libre de la década del ochenta que Calzada atesoraba desde sus tiempos adolescentes. De ese modo se aseguraba no sólo el primer lugar y todo el nerviosismo, además podía revelarle al resto el camino correcto para no ser descubierto. El mencionado Calzada sería quién lo secundase mientras que el carterista Morletti iría en tercer lugar. A este le tocaba la enorme función de esconder las herramientas de sus antecesores y la propia, de modo instalar la duda por un buen rato en cuanto a la cantidad de hombres que se hallaban trabajando en la obra. Eyeramendi debía encargarse de la suya.
Imaginaban que una vez logrado el objetivo cierto ambiente de confusión ganaría el espíritu tanto de sus compañeros como del cuerpo de centinelas, desconcierto que seguramente contaría con el silencio cómplice de la cuadrilla.
De acuerdo a la información que poseían en una semana comenzarían las tareas en el sector sur. Todavía quedaba tiempo para acordar que sería del futuro luego del escape. El debate aún estaba abierto. Mientras Prospiti, Eyermanedi y Calzada eran partidarios de abandonar el país vía la triple frontera y armar una suerte de pequeña organización dedicada al contrabando, Morletti mantenía sus dudas debido a que no deseaba complicar a su amada Inés en cuestiones delictivas. Los tres primeros carecían de prole y afectos, de modo que para ellos cualquier proceso migratorio era posible. De todas formas a Morletti se le presentaba la disyuntiva de su supervivencia. El inmediato estatus de fugitivo que estaba pronto a recibir lo instalaría dentro de una situación muy complicada para afrontar la vida, en su fuero íntimo estaba convencido que Inés sabría comprender la situación, de todos modos sea para finalizar la relación en buenos términos o para continuarla en otras latitudes la decisión les competía a ambos.
Prospiti, Eyeramendi y Calzada propusieron que luego de la fuga el punto de encuentro debía ser la estación de micros de Liniers de modo tomar el primer servicio disponible que los lleve hasta la triple frontera. Inés sería el nexo que los estaría aguardado con el dinero suficiente para la adquisición de los boletos. Este monto debía ser reunido por la pareja de Morletti según previas indicaciones de la caterva. La elección del lugar se soslayó a propósito de cierta laxitud que sabían existía en cuanto a controles policiales y cuestiones por el estilo. Además el colectivo de línea que debían tomar luego de cruzar el alambrado del penal los aproximaba en cercanías de dicha terminal.
Morletti propuso que directamente se encuentrasen en la iglesia de San Cayetano, distante dos cuadras de la estación, cuestión que apenas fue mencionada quedó desestimada gracias a un áspero debate debido al marcado agnosticismo que guardaban los tres restantes componentes del grupo. Hasta el mismo Prospiti llegó a considerar que todo acercamiento a los dominios de los cuervos incluía una importante dosis de mala fortuna por fuera de la buena fama que portaba el santo.
Una vez definida la estrategia y el destino final, sólo restaba confiar ser incluidos en la nómina de trabajadores y reservarse las cuatro últimas ubicaciones en la grilla. Cada uno de los integrantes ya había acopiado un buen caudal de monedas de un peso para evitar cualquier sorpresa ante un posible aumento tarifario que excediese el crédito que poseían en la SUBE. 
Los días posteriores no mostraron grandes novedades, la incertidumbre los colocaba en lugares desconocidos. Eran los cuatro o ninguno, no había tiempo para improvisar alternativas. Cuando llegó la información sobre la nómina completa de la cuadrilla que se encargaría de la obra la tranquilidad volvió a visitar el recinto carcelario exclusivo que compartía el cuarteto. Por ahora todo estaba de acuerdo a lo planificado. Acordar por los lugares habría de dirimirse in situ, para ello deberían contar con la buena voluntad de sus compañeros, cuestión que todavía no había sido debatida. El tiempo de obra oscilaba en los diez días si el clima acompañaba, de modo que tenían un rango razonable para elegir el momento adecuado para efectivizar al plan.
El grupo consideraba que luego del tercer día el movimiento estaría ordenado ingresando en una atmósfera rutinaria altamente previsible. Observaban a la sexta jornada como la más ajustada para llevar a cabo la evasión. Según sus datos dicha etapa caería un jueves, de modo que al ser día laboral la posibilidad de mimetización sería mucho mayor, además de contar con menores intervalos de tiempo con relación a la regularidad del servicio de colectivos. Ya tenían estudiado que de lunes a viernes el movimiento proponía un coche cada diez minutos, los sábados uno cada veinte, mientras que los domingos uno cada media hora.
Recibieron la confirmación que las tareas comenzarían el sábado dos de octubre a las ocho de la mañana. Tal lo previsto, cuando llegó el día, la cuadrilla compuesta por veinte convictos fue ordenada conformando una hilera única en paralelo al alambrado del sector sur. Lograr la ubicación deseada fue más sencillo de lo sospechado. Subrepticiamente y con suma lentitud  se instalaron en sus posiciones sin que mediaran discusiones ni conflictos. De modo que Prospiti portando su alicate cerraba el rosario, siendo sus antecesores Calzada, Morletti y Eyeramendi en orden creciente.
A tres horas de comenzar con las tareas de zanjado de lo que sería la futura calle lateral, los guardias ya habían instalado bajo la sombra que delineaba uno de los pabellones su mesa de juego, colocando sobre esta, cajetillas de cigarrillos a discreción, botellas de gaseosa y varios paquetes de barajas; cinco cajones cumplían la función de taburetes completando de esa forma la geografía del recodo. Para la ocasión también incluyeron un mazo de cartas francesas, cosa que resultaba toda una novedad.
Luego del primer día y de acuerdo a los cálculos de Eyeramendi el operativo debía llevarse a cabo por la tarde, entre las dos y media y las cuatro y media. Durante es tiempo los centinelas movilizaban su mojón cinco metros para no recibir de manera directa los rayos del sol. Por octubre el calor ya exhibía marcada hostilidad. Ese imperceptible traslado les impedía observar de manera clara el final de la hilera; para ello debían dejar de prestar atención al juego y practicar un cogoteo continuo y ciertamente incómodo. El perspicaz diagramador pudo constatar que durante esas dos horas circularon por la avenida seis servicios con destino a Liniers teniendo en cuenta que era sábado, dando por descontado que el día de la fuga serían doce las posibilidades tangibles para aprovechar. El margen de acción era importante.
El tercer día Prospiti ya había dado cuenta del alambre. Escogió un sitio en donde la tensión de la red cedía notoriamente debido a que logró localizar un defecto de instalación. Un corte vertical más el juego que provocaba la distensión permitía que un cuerpo mediano, como el de ellos, pasase sin inconvenientes hacia el exterior. Ocho metros separaban a cada encausado de modo que debían cubrir los espacios de forma tal no hacer evidente la falta de uno y al mismo tiempo permitir un acercamiento solapado a los restantes integrantes del grupo que estaban más alejados de la libertad.
El martes ya tenían completa información sobre el ciclo horario de los colectivos habiendo acordado que cada uno se haría cargo de sus herramientas modificando levemente el plan original. El miércoles llovió con bastante intensidad, nuevamente la incertidumbre provocó que el nerviosismo visite la celda que compartían. Inés sabía que si el jueves no veía a ninguno de ellos en la terminal debía acudir al día siguiente y así sucesivamente.
El jueves amaneció con primaveral plenitud. La mañana reiteró su rutina como si la tormenta del día interior no hubiera existido. Luego del almuerzo la cuadrilla se dispuso a continuar con su tarea, obra que mostraba un grado de avance bastante respetable. Prospiti abandonó la hilera sin que sus compañeros se den por enterados. Recién se dieron cuenta cuando observaron al hombre instalado en la garita, con la mano extendida, aguardando la llegada del colectivo que parsimoniosamente ingresaba por la isla lateral de la avenida, saliente diseñada de ex profeso por el municipio para no entorpecer el transito. La profusa vegetación lindera al alambrado mimetizaba aún más cualquier presencia humana; el primero de los encausados había logrado partir, el paisaje no exhibía modificaciones substanciales. Cruzar la autovía desde el penal hasta el parador era todo un desafío. Si bien existía un semáforo promediando la isla mencionada, los cincuenta metros de distancia que la separaban del ingreso principal al establecimiento no dejaba de ser una provocación cargada de adrenalina. Por suerte no era política del correccional la uniformidad en la indumentaria, Forresti entendía que la calidad de los moradores del penal no ameritaba tal formato disciplinario, de modo que cualquier interno podía disimular su presencia sin inconvenientes fuera de los límites del alambrado. Quince minutos después Calzada repitió la conducta de su antecesor optando por dejar pasar el primer colectivo ya que se trataba de un servicio diferencial; al desconocer la tarifa prefirió aguardar por el siguiente autobús, el cual arribó cinco minutos después. Todavía no se había perdido de vista el colectivo de Calzada cuando Morletti se encontraba pronto para cruzar la avenida. El trámite no presentó mayores contratiempos. Eyeramendi quedó como último integrante de la hilera esperando por su momento. Sus tres compañeros, en viaje hacia Liniers, sabían que en él descansaba la tarea más compleja debido a lo inseguro de su ubicación. 
Por suerte y para la tranquilidad del trío el encuentro en la terminal resultó tal cual lo planificado. Luego de las sonrisas y los obligados comentarios sobre cada una de las travesías decidieron sentarse en uno de los bancos públicos linderas a las boletarías a la espera del arribo de Eyeramendi y de Inés. Para ese momento ya tenían confirmados los horarios de los servicios y el precio de los pasajes. No había necesidad de sacarlos con anticipación, por esas fechas el movimiento en dirección a la triple frontera era considerablemente exiguo.
Por entre la muchedumbre perciben que Inés venía caminando hacia ellos escoltada por seis caballeros de misteriosa traza. Uno de ellos era Forresti. Al darse cuenta de la situación intentan distinguir alguna vía de escape, cosa que es desestimada de inmediato al percatarse que todas las salidas estaban obturadas por recursos oficiales. Sin posibilidades de resistir y ciertamente azorados por la situación decidieron aceptar el devenir de los acontecimientos.

-         Cómo les va, los estábamos esperando – sentenció con marcado cinismo Forresti - Eyeramendi no nos defraudó. Con la sanción que les va a caber por haberse evadido tengo completo el cupo del penal por una década. Voy a poder rechazar a cuanto reo peligroso intenten enviarme
-         ¿Vos Inés? – se lamentó Morletti –
-         Yo no tuve nada que ver mi amor – respondió la muchacha -. Cuando me interceptaron uno de los policías me informó que Eyeramendi negoció la entrega de ustedes a cambio de cumplir su pena con prisión domiciliaria
-         No se preocupe Morletti – aseguró Forresti -, la señorita apenas va a tener que afrontar una causa menor, estimo que excarcelable, debido a que su delito no se consumó
-         ¡Qué pedazo de hijo de puta! – lanzó al aire Prospiti –
-         Disculpe Prospiti – interrumpió Forresti -. Eyeramendi será lo que será pero ustedes son realmente muy pelotudos. Cómo se les puede ocurrir verosímil fugarse de un presidio con tamaña facilidad. Sospecho que diez años más de pena no está nada mal para tamaña muestra de banalidad. Me llama la atención tanta candidez. Lo de ustedes fue ramplonamente panglossiano.
-         ¿De qué mierda habla?. Váyase al carajo, Forresti  no me venga con Voltaire – agregó Calzada -. Deje de dar vueltas y basta de tomarnos por boludos, no sea pedante. Volvamos al penal que tenemos trabajo por terminar. ¿Ya pensó cómo va a reemplazar a Eyeramendi?
-         Buena pregunta Calzada. De ella se desprende que usted es la persona más adecuada para sustituirlo, el problema es hallar otro recurso con la suficiente ingenuidad para ocupar su lugar – sentenció Forresti –
-         No lo entiendo – replicó Calzada –
-         Olvídelo Calzada, veo en usted un futuro muy promisorio mientras yo siga estando al frente del establecimiento. Andando, todos al camión...





 Colegio San José de Calasanz 
              Piedad y Letras (1978-1979)



Colegio San José de Calasanz - Piedad y Letras (1978-1979)

La Pedagogía del Cura Clemente
Retrato de un Falangista


El Cura Clemente Sáenz era demasiado complejo para nosotros; una caterva de adolescentes mediopelo, optimistas y soberbios, sapientes de todas las respuestas y mañas conocidas. Porteños de pura cepa, orgullosos portadores de un código nunca escrito que laboraba a modo de manual: El Mono, el Monje, Juano, Cacho, el Tano, el Milico, el Gordo y quien suscribe Salita. Eximios billaristas a fuerza de quemar tiempos por lecciones no estudiadas. Los salones de San Juan y Boedo eran lugar de encuentro cuando la cosa pintaba a evaluación; de todas formas algo de conciencia había, ya que cada uno de nosotros tenía una o dos asignaturas como caballo de Troya, de modo asegurarnos que la ausencia no fuera total, buena instancia para que la gavilla no recibiera la calificación de asociación ilícita; cosa que realmente era.

De valentías inexistentes y picardías carentes de intelecto transitaban aquellos tiempos de arrogancia; el conocimiento distaba de ser un apetito y todo lo concerniente al fraude y la ventaja formaban parte del pensamiento recurrente.
Dentro del grupo convivían tipos de variada laya y formación. Los había fieles y  comprometidos asistentes a la Acción Católica, tanto el Mono como el Monje sostenían con firmeza los valores indivisibles de la cristiandad. Juano, Cacho y el Gordo odiaban la distracción que proponía la religión, el deporte y toda aquella inversión de tiempo y esfuerzo que les privara de la obtención de alguna renta monetaria adicional; mercantilistas por excelencia eran tipos inteligentes con fines muy bien determinados; de escasos escrúpulos cada acción llevada a cabo a favor de terceros tenía su escala de valor, según riesgo y trajín. Creo no equivocarme al afirmar que eran los tipos más preparados para afrontar el devenir. El Tano era el sujeto serio y formal, cara visible y negociadora ante una posible sanción. Dialoguista, elegante, pulcro y erróneamente considerado por el cuerpo docente institucional descansaba cómodamente en un colchón conceptual elevado que supo construir durante los primeros años del secundario. El Milico era un fiel reflejo de la época. Tahúr de singular destreza, buscavidas, amante de la corruptela, insolente y seductor a la vez. Exponía sus credenciales castrenses ante la mínima sensación de peligro. Hijo de un honesto y timorato mayor de Gendarmería, abusaba de su condición a espaldas de la nobleza que este ostentaba orgullosamente. Corría el año 1978 y recuerdo haberle escuchado afirmar que su padre estaba perdiendo la oportunidad de su vida por no participar de las mieles y ganancias del partido militar. Quién suscribe se mostraba como un ególatra venido a menos. Con marcada inclinación hacia el deporte, representaba al Colegio en Fútbol, Rugby y Atletismo, además destacaba por ser un incipiente lector, y con permanente compañía femenina daba por sentado que la vida adolecía de fórmulas certeras para su satisfacción.

Ocho individuos elementales, fronterizos en un ámbito educativo dominado por el dogma que imponía la Orden de los Escolapios. A sus corrientes compromiso de castidad, pobreza y obediencia, dicha cofradía, añadía la formación y la educación como preceptos adicionales. La Orden había sido fundada justamente por el Santo Patrono San José de Calasanz en el siglo XVI a favor de la inclusión de los desvalidos. Escuelas Pías fue su categorización fundacional. En nuestro caso estamos precisando un marco privado, oneroso y contenedor de las clases más acomodadas de los porteñísimos barrios de  Caballito, Almagro y Flores.

El Cura Clemente Sáenz era la cabeza institucional de la organización. Además de ser el Rector, oficiaba además de Profesor de Religión, Teología y Literatura.
En sus españoles tiempos de seminarista había formado parte activa de la falange franquista como oficial superior en el marco de las ejecuciones. Era quien se encargaba, oración mediante, de dar el tiro de gracia en las fosas comunes que de ex profeso se cavaban detrás de los condenados. 
Su personalidad estaba sellada por aquella impronta antiliberal ostentando marcada repulsión hacia los ideales republicanos y democráticos que durante la primera mitad del siglo XX ardían a modo de necesidad universal. Tradición, familia y propiedad eran sus parámetros y paradigmas. Ejercía la censura y la discriminación sin eufemismos. En sus clases de literatura hispanoamericana escritores como García Lorca, Hernández, Machado, Alberti, Borges, Cortázar, Sábato, Bioy Casares, Marechal, García Márquez, Juan Rulfo, Vargas Llosa y Neruda eran sujetos susceptibles de ser ignorados por completo. De modo despectivo los calificaba como “liberalitos” muy bien publicitados y totalmente alejados de la matriz que prohijaban a las artes consagradas.
Durante el año lectivo los Cantares de Caballería, el Siglo de Oro Español, y algún que otro autor de finales del siglo XIX era motivo de relato y atención. Temática bellísima a mi entender pero escasa a la sazón de la multiplicidad existente. Para el Cura Sáenz el Facundo y el Martín Fierro no merecían estudio y la poesía urbana de Manzi, Discépolo o Carriego, debían permanecer en los márgenes del arrabal.

Así y todo, en lo personal, lo considero como el principal responsable de mi amor por la literatura en sus dos facetas: como apasionado lector y como irreverente escritor. Su odio visceral hacia todo lo que nos ocultó motorizó, junto a su técnica pedagógica, una formidable contracción a la curiosidad y al interés por las obras de aquellos escritores ignorados. Recuerdo que por entonces andaba de un lado para el otro con Gracias por el Fuego de Mario Benedetti; contaba con dieciséis años y mucha desinformación sobre la contemporaneidad. Poco sabía del escritor Oriental, su compromiso político-militante y de las persecuciones de las cuales era objeto. Lo cierto, es que a poco de comenzar el año lectivo la Profesora de Francés me convocó para conversar en privado. La joven docente era bastante feúcha, por lo que tuve que soportar las cargadas y zonceras de la cuadrilla que me rodeaba.
Olga, así se llamaba, no debía superar los veinticuatro años y dado que estaba bastante al tanto de la cosa me advirtió que era conveniente tratar de ocultar el libro, no sólo por la ebullición social, sino también porque el Rector era muy resoluto para eliminar todo texto de temática comprometida. Recuerdo que me dejó en claro su admiración por Benedetti, pero que estábamos inmersos en un momento de algidez y desencuentro, que todo se hallaba desnaturalizado, que ser libre de pensamiento y elección constituía un verdadero riesgo.
Me recomendó que lo forrara y que lo siguiera leyendo, y a la par me sugirió un par de títulos de autores que por entonces me resultaban absolutamente desconocidos. Un tal Giovanni Papini y un tal Miguel de Unamuno. Respecto a este último, al enterarme que era español, se me ocurrió consultar con el Cura Clemente sobre algún título por donde valiera la pena ingresar a su mundo literario. El tipo ni siquiera registró la solicitud. Un categórico “deje con eso” fue suficiente para no insistir con el tema. Ese fue el último contacto personal que mantuve con él hasta que tuvo la obligación de entregarme el diploma de Bachiller. A propósito, viene a mi memoria que durante el mismo acto de promoción y estando prontos a partir rumbo a un boliche para festejar el evento se me acercó y me preguntó, muy seriamente, si todavía seguía interesado en Miguel de Unamuno, a lo que le respondí afirmativamente. De inmediato sacó un pequeño papel doblado que tenía en el bolsillo de la sotana y me lo entregó. Agregando, que tuviera mucha suerte y que nunca dejara de leer. En el papel decía “Del Sentimiento Trágico de la Vida, Miguel de Unamuno – 1912 – Editorial Losada. Si no lo puede comprar hay varios ejemplares disponibles en la Biblioteca Miguel Cané. Está ubicada en Carlos Calvo entre Avenida La Plata y José Mármol.

Pedagógicamente el hombre era inigualable. Durante los cuarenta minutos que duraba la clase de literatura el Rector nos enseñaba los clásicos mediante la dramatización y el humor, fuera de su declamado y pronunciado fascismo era un tipo sumamente locuaz y entretenido. Su calificación final era la resultante del promedio de las dos evaluaciones que tomaba; de ese modo segmentaba el bimestre en dos porciones bien definidas. Para cada prueba preparaba dos extensos temas que incluían no menos de seis puntos a desarrollar. Era ciertamente impracticable, en cuarenta minutos, completar la totalidad de la evaluación. Sin embargo, con presencia del fraude, todo el alumnado lograba completar la encomienda. Las calificaciones eran tan elevadas como insólitas. Convencidos de nuestra astucia, considerábamos el artificio como un hallazgo contenedor de sagacidad e inteligencia. El Cura Clemente Sáenz era demasiado para nosotros y nosotros no supimos leer que al frente de la clase había un tipo que nunca nos quiso gatillar, tal como hacía en sus tiempos de seminarista y militante falangista.

La cosa era así...
El misionero tenía como rutina avisar con bastante anticipación el día y la temática de la evaluación. Como mencioné, ésta última no era otra cosa que todo lo visto hasta el momento. Incluía biografías, movimientos literarios y el desarrollo de obras varias. El hábito comprendía la preparación anticipada de ambos temas los cuales colocaba entre las hojas de su Biblia personal. Esta certeza no contaba con refutadores. Desde sus comienzos al frente de la cátedra, Sáenz, guardaba los mismos usos y costumbres, como consecuencia de ello el fraude contaba con la impunidad que marcaban los años y el éxito obtenido. Sólo había que hacerse con un duplicado de las llaves de la Rectoría, de forma tal, aprovechar sus cotidianas ausencias dedicadas a la oración, y con la debida antelación, ingresar a su oficina, copiar los temas y negociarlos con el resto del alumnado. Lo usual, por parte de cada estudiante, era completar ambas temáticas para evitar azarosas incomodidades. El día de la evaluación, bajo cada pupitre, estaría ordenado el material didáctico pronto para ser entregado de modo definitivo. Coronar con satisfacción esta operación requería mucha inversión intelectual debido a lo extenso del cuestionario. La data cubría no menos de tres hojas, de modo que el trabajo de copia se transformaba en una verdadera lección inconscientemente aprehendida. Durante los cuarenta minutos de clase la puesta en escena y la simulación formaban parte de la crónica. El Rector caminaba entre filas leyendo sin levantar la vista procurando mantener el orden con su sola presencia. Cinco minutos antes de finalizar la hora cada alumno operaba su cambio de acuerdo al tema que le tocó en suerte, para luego depositar la prueba en el escritorio del sacerdote. Básicamente un trámite. A la siguiente semana las calificaciones eran un lujo desmedido y ufanarse por ello constituía la mayor de las utilidades.

La caterva poseía muy bien aceitado el mecanismo. El impecable e insospechado Tano era quien preservaba las llaves en su poder. Tuvo la misión, en cuarto año, de negociar con los mayores de quinto un duplicado. Desde ese momento su rol de cancerbero se mantuvo firme y sin protesto por parte del resto de la gavilla. El Milico era quien accedía a las oficinas del Rector mientras el Mono y el Monje actuaban como asistencia externa ante un posible e inesperado regreso del Cura. Los cuatro restantes oficiábamos como simples cobradores de aquellos compañeros que quisieran disfrutar de la prebenda. Convengamos que el precio variaba y rara vez se realizaba en efectivo; algún pucho, un especial de salame y queso, una gaseosa, un café o una porción de muzzarella al paso era suficiente contraprestación por el riesgo. En definitiva eran compañeros, el abuso no estaba bien visto.

El efectivo se solía recaudar a costa de favores hacia alumnos de otros cursos. Lo que más cotización portaba eran los partes de asistencia con su respectivo sellado original, ya que dicho documento sólo tenía validez por un módulo determinado, en consecuencia el volumen mensual superaba largamente cualquier otro ingreso. Se extraía el verdadero del libro de temas dejándole al Profesor entrante el falso con la inclusión del nombre del interesado. Dicho parte era revisado por el Docente, y dando por sentado presencias y ausencias, comenzaba con su clase. Finalizada la hora y una vez que partiera el Profesor el farsante regresaba de su refugio volviendo a colocar la papeleta original, procediendo inmediatamente a la destrucción de la falsa. Aquí el sitio de estancia o escondite dependía del talento de cada alumno y el riesgo que estaba dispuesto a asumir. El baño estaba ligado a la vulgaridad. Quien buscaba ese sitio era caracterizado como indeciso, poco aventurero y hasta timorato. Permanecer sentado en un inodoro durante cuarenta minutos contenía visos impresentables. Además se corría serios peligros de tener que sobornar al Preceptor de turno, humanoides siempre inquietos en pos de especular con las ventajas que otorgaba el cargo. Los más jactanciosos partían del edificio con la anuencia del Portero Ramón; sujeto fácilmente adquirible e irresponsable, dueño de sus silencios a módicos precios, estando presto a negociar un duplicado de las llaves de la puerta principal ante el mejor postor. Así, los bares de los alrededores daban gustosos su bienvenida.
Ciertamente los más audaces eran aquellos que permanecían dentro del Instituto, en sitios que por obvios resultaban más que insospechados: la mapoteca, el gimnasio, la cocina, el salón de actos, la Iglesia; todos ellos debían incluir una sólida argumentación que justificase la presencia en el lugar por si era necesario dar incómodas explicaciones. Recuerdo que en cierta ocasión, sorprendido en la Iglesia, en las cercanías a uno de los confesionarios, me vi en la obligación de manifestar un absoluto estado de penitencia debido a pecados carnales nunca cometidos con una amiga imaginaria. El Cura Roig, a quien apodábamos “Voto de Pobreza” por la calidad y lo costoso de las prendas que lucía fue quien advirtió mi presencia. El sólido argumento no dejaba lugar a dudas sobre las fundadas razones por las cuales estaba fuera de clase. Mi preocupación penitente así lo demostraba. La puesta en escena tuvo que soportar ser conminado a confesión teniendo que afrontar un exigente tributo penitente. Demás está decir que dicha batería de Rosarios jamás fue cumplida debido a que ese pecado jamás fue cometido. Un par de Avemarías, tres Padrenuestros y un Credo sirvieron para apaciguar el embuste. Cuando todo esto terminó, ya era hora de volver a clase a cambiar el parte de asistencia.

Volviendo al fraude. En cierta oportunidad, ya en quinto año, el Cura Cemente nos colocó delante de una prueba de tremendo e impensado rigor. Antes de comenzar con la última evaluación del año decidió firmar las tres hojas en blanco que cada estudiante tenía prestas sobre el pupitre. Mientras pasaba por entre filas nuestros desfigurados rostros mostraban claros indicios de pánico y sorpresa. Cualquier intento de estafa quedaba abortado por completo. Ningún cambio se podía realizar. El fascista nos tenía a merced para darnos su definitivo tiro de gracia. Esa sería la última y única calificación del bimestre ya que debido a una larga enfermedad no había podido tomarnos la primera correspondiente al ciclo. Un aplazo condenaba a diciembre sin protesto ya que el Rector nunca calificaba por sobre el ocho. Por entonces había que promediar siete para eximirse. Ocho por tres veinticuatro (más uno, dos o tres), dividido cuatro: Diciembre. A pesar de la literalidad de las copias con respecto a los textos, el Cura nunca calificaba con diez o con nueve. Tenía incorporada la creencia que sólo Dios era dignatario de la nota máxima, y que él, personalmente era el único delegado posible con derecho a ostentar un nueve. Lo máximo entonces que podía aspirar un alumno era un ocho.

Un extraño sudor primaveral nos corría por las manos, el cuello y las entrepiernas. Fueron cuarenta minutos largos y precisos. Como gozando su obra, el falangista se paseaba por entre los pupitres sin levantar la vista de su libro, de seguro presentía que en breve decenas de jóvenes e indefensos cuerpos caerían a una fosa por él mismo cavada y que no le sería complicado finalizar su tarea ejecutoria. Sabía que podía prescindir de guardias e instrumentos de tormento; estaba seguro de su poder omnímodo y dictatorial, como probablemente lo sintiera durante los tiempos de la guerra civil española. Tenía poco más de una veintena de soberbios, “liberalitos”, acodados en sus escritorios solicitando indulgencia.
A minutos de finalizar la hora cerró su libro, segundos después nos ejecutó tal cual tenía planificado, la ráfaga hizo temblar el recinto y no había responso que aplaque nuestro espanto.

- Señores – sentenció el Cura – la evaluación la haremos en nuestra próxima clase, sólo quería finalizar este libro de poesías que hacía tiempo me debía. Buenos días.

Los más fronterizos festejaron aliviados haber zafado de la coyuntura. En lo personal tomé el asunto como un fusilamiento simulado. Recuerdo haber experimentado una doble sensación: Primero de iracundia, producto de la cruel agresión psicológica sufrida; en segundo término, la percepción del evento como una lección que no se podía desaprovechar. Más aumentó este último concepto y  a la vez mi confusión cuando pude constatar que tal situación límite había promovido que desarrollara en forma completa y de modo correcto cinco de los seis puntos en cuestión. No necesitaba del embuste para aprobar Literatura; otros como yo, también comprendieron que este detalle no era para nada menor.
Ese ejercicio constante de escribir para engañar era lo que finalmente él demandaba para someternos mansamente hacia el placer literario. 
Su batido de escolapio y falangista dio como resultado una pedagogía de sinuoso recorrido, camino diseñado por su libre albedrío en función del objetivo de máxima. Nos engaño y se rió de nosotros durante los dos años que estuvimos a su merced; sin embargo no hay rencores. El tipo era demasiado para una banda de improvisados en la vida. Aquellos clásicos de la Literatura Hispánica jamás dejaron de acompañarme; de los otros, de los indeseables “liberalitos”, por entonces censurados, me sigo encargando personalmente desde que me despedí del Cura, al cierre de aquella noche de egresados.

De la impresentable y soberbia caterva derivaron dos Ingenieros, uno Civil y otro Químico, un Empresario Inmobiliario, dos Contadores Públicos, un Médico Clínico y un Oncólogo.
En lo personal y tras el paso del tiempo, el deporte no logró tolerar mi indisciplina y menos aún mi rodilla, mientras que la concurrencia femenina ha decidido licenciarme definitivamente. Sin título habilitante, a pesar de haber cursado durante cinco años en Filosofía y Letras, y portando una buena maleta de recuerdos sórdidos continúo, gracias al Cura, leyendo mucho mejor de lo que escribo, persuadido que la vida sigue adoleciendo de fórmulas certeras para su entera satisfacción. 



Cuando el Colegio Calasanz de Caballito era una fiesta
Los tiempos del Cura Emilio Tortajada

El Prefecto

Estimo que los mundos personales comprendidos durante el lapso de tiempo que se demoraba en recorrer la distancia que separaba el salón de clase de la prefectura eran proporcionales al sentimiento que deberían vivir los condenados a la guillotina en las aciagas jornadas de la revolución francesa. Enfrentar con ocho o diez años a semejante autoridad nos hacía más pequeños aún e infinitamente frágiles; deslumbrados por historias de terror sobre niños que nunca volvieron a ser los mismos, que encontraron en los pasillos de la reprimenda factores y elementos que modificaron sus vidas por siempre.
Lindera a la oficina de la prefectura moraba una oscura y angosta escalera, paso obligatorio hacia el patio principal. En una de sus columnas, delgadas líneas carmesí, definitivamente secas, descendían desde el techo dibujando un cauce terrorífico y siniestro. Imposible evitar asociar esos dos exiguos arroyos bermellón con el derrotero sanguinolento de algún infeliz cuyo mayor pecado fue transgredir la instancia de una norma ciertamente inexpugnable. Dicha imagen predisponía al condenado a manifestar sensaciones horrorosas cuando los últimos pasos lo acercaban taxativamente hacia la siempre cerrada e invulnerable oficina en donde el Prefecto esperaba en su interior cumpliendo con intensa satisfacción su laboriosa, ardua y comprometida tarea de Magistrado.
El Cura Emilio Tortajada era el encargado de analizar los casos de indisciplina dentro del nivel primario en el Colegio San José de Calasanz de la ciudad de Buenos Aires. El establecimiento educativo estaba ubicado en la intersección de las Avenidas Directorio y La Plata del barrio porteño de Caballito. Institución religiosa perteneciente a la orden de los Escolapios. Sus beatos agregaban a los votos de castidad, obediencia y pobreza comunes a todas las órdenes católicas, la ofrenda por la enseñanza y la formación de los jóvenes. Calasanz, de origen Aragonés, había sido fundador en España, hacia fines del siglo XVI, de las primeras escuelas pías a favor de la contención de los niños marginados del sistema pos-feudal por entonces dominante. Dos o tres colegios más, distribuidos por el territorio nacional, completaban la presencia escolapia en nuestro país. Recuerdo al Cristo Rey de Rosario y alguno que otro en Córdoba. Obviamente que ninguno de ellos admitía como posible una concepción mixta en cuanto al género humano. Por 1970 el Instituto San José de Calasanz comprendía la totalidad de la manzana determinada por las avenidas mencionadas y las calles Senillosa y José Bonifacio; sólo una YPF de esquina cercenaba parte de la cuadrícula, Poseía además un fantástico predio en la localidad de Canning en el partido de Ezeiza, distante aproximadamente cuarenta kilómetros en dirección sudoeste de la capital.  Este hermoso complejo, al cual llamábamos “La Quinta”, ocupaba unas quince hectáreas y era de uso exclusivo para alumnos y ex alumnos, tanto a escala primaria como secundaria, el convenio incluía libre acceso para sus familiares. Una comisión de padres, autodenominada UPAYAC, administraba el sitio con las dudas que toda autarquía posee. Los sábados era utilizada por el Colegio a propósito de las actividades físicas y recreativas extracurriculares planificadas por el mismo Cura Emilio, mientras que los domingos era de dominio y albedrío de la mencionada asociación.
Hace poco menos de un mes pasé por allí luego de treinta años. Volvía a mi pueblo desde Buenos Aires en el camión de hacienda de un vecino que suele hacer el recorrido desde Mataderos cortando por Canning, empalmando con la Ruta 6, luego la 41, para terminar en la 3 a la altura de San Miguel del Monte. Quinientos kilómetros más: Coronel Dorrego...
Me costó reconocerla; la pude sospechar, llamativamente oculta, entre “Countrys” y centros comerciales. No poseía identificación institucional por lo cual no puedo asegurar que siga perteneciendo a la entidad. Su camino de toscas prolijamente arbolado de añejos eucaliptos cerrados en altura me resultó tan familiar como extranjero su exterior. La irrespetuosa modernidad había desterrado el boliche lindero, taberna en donde tomábamos una medida de caña Legui poco antes de los mañaneros y gélidos partidos de fútbol invernal que organizaba la liga metropolitana.
Además, la entidad, contaba con el dominio de un predio de cinco hectáreas en la localidad de Camet, dentro del paisaje marplatense. Este se utilizaba para experiencias de supervivencia o camping planificado. Durante un tiempo se aprovechó el ejido para el mítico viaje de egresados que los alumnos de séptimo grado organizaban al finalizar el ciclo lectivo.

El Cura Emilio portaba la propiedad distintiva de una personalidad que abrumaba a propios y extraños. Este hombre de casi un metro noventa, tez aceitunada y mirada penetrante, fue sin ningún tipo de dudas, ideólogo y motor de los instantes más notables que le permitió a toda una generación la conformación de valores éticos que se pudieron descubrir y aprehender por la simple visualización de sus actos. De lunes a viernes era el estricto censor de nuestros peores modos. Sabíamos que el encuentro con el Prefecto era el execrable destino que el establecimiento nos tenía preparado para la rendición de nuestras cuentas pendientes. A ese hombre no se le podía mentir, embaucar o engañar. Nos conocía a la perfección. Su sotana exageradamente larga, casi tallada al cuerpo, anteojos de grueso marco y un andar ciertamente marcial no dejaban apreciar su auténtica juventud. El natural tono de voz no precisaba de firmezas adicionales. Calculo que por entonces debería estar circulando por los cuarenta años. Y digo calculo porque cuando uno es chico no sabe demasiado sobre estimaciones etarias, rangos de madurez y todas esas cosas...Un dato alentador para tal presunción radicaba en que nuestras madres, enmarcadas dentro de esa cohorte, solían buscar las más torpes excusas para entrevistarse con el Cura ante cualquier suceso o tema menor. Preferían hablar con él antes que con las Maestras. Sospecho que idealizar, desde la femineidad, una figura “prohibidamente lujuriosa”, desde lo moral y cierto pacaterismo, resultaba una experiencia nada desdeñable.
Permanecer sentado frente a Emilio escuchando sus pautas futuras resultaba un ensayo imborrable. Esto sucedía luego de estar un buen rato de pie, en la puerta de su oficina de Prefecto, aguardando por la entrevista. Los condenados moraban, cabeza gacha, esperando su suerte sin solicitar clemencia alguna. Vienen a mi memoria varios sucesos verdaderamente aleccionadores.
El primero de ellos sucedió cuando cursaba mi segundo grado.


Manzano

Por aquellos tiempos, razones laborales obligaban a mi familia a que permaneciese en la Institución durante el transcurso del mediodía haciendo uso de formato medio pupilo que se brindaba para tales problemáticas. El encargado del comedor, en cuanto a su orden y disciplina, no era otro que el propio Cura. Adosaba a su tarea preceptora la revisión final, mesa por mesa, a fin del cumplimiento del principal objetivo de la empresa: la correcta alimentación de cada alumno. El ambiente coloquial del almuerzo exponía susurros y cientos de diálogos aislados; risas y bromas era el común denominador de esa apacible y distendida hora. En la cabecera del salón, sobre una tarima superior, se alzaba la mesa del Prefecto, el cual compartía escenario con sus lugartenientes Cevallos y Heredia, sacerdotes, desde luego. El trío de escolapios despachaba su menú con entusiasmo, acompañados de la siempre presente botella de vino Zumuva Blanco a la que daban cuenta íntegramente sin ningún tipo de culpa y menos de piedad. El anciano Rector, de apellido Alfaro, no solía participar de estos convites. Dos ceremonias se repetían a diario sin solución de continuidad; al rezo previo agradeciendo al patrono y a Dios el pan nuestro de cada día se sumaba, a la finalización del banquete, la vigilante revisión del Prefecto para verificar que todos los alumnos hubiesen completado su ración. La recorrida era minuciosa y exhaustiva. Aquel que no cumpliera con el trato sabía que su futuro destino sería permanecer de pie contra la pared del patio durante el recreo largo del postalmuerzo, mientras el resto disfrutaba de los interminables partidos de fútbol que el mismo Cevallos arbitraba.
En cierta oportunidad el menú constaba de un filete de merluza rebozado, con puré como guarnición. Concreto es que me costó muchísimo finalizar con el plato del día, jugando la gaseosa un baluarte trascendental para cumplir con el compromiso asumido. De inmediato un estado de somnolencia determinó que me quedara totalmente dormido en mi propio lugar de comensal. Un compañero de mesa, dos años mayor, decidió como solución a sus dilemas existenciales cambiar su plato por el mío; como consecuencia de ello y ante la sorpresa de la situación fui a dar a la pared antes mencionada sin entender el por qué de la cosa. Hubieron de pasar algunos minutos hasta poder relacionar lo acontecido. Las risas jactanciosas de ese tal Manzano y su entorno, a poco que pasaban por las cercanías de mi penitencia, era un dato que no se podía soslayar. El patio, cuya superficie estaba construida irregularmente, daba la impresión haber sido edificado por etapas, comprendiendo una extensión de unos cincuenta metros de ancho por setenta de largo que incluía una hermosa cancha apta para Fútbol ocho. Transversales a esta se alzaban dos más para Fútbol cinco, llamado por entonces Baby, y en una suerte de nave adicional se levantaba un predio para ejercitar Básquet en superposición con otro solar para la práctica de Handball. La pared de la ignominia daba espaldas a la Avenida Directorio. Era usual y cotidiano ver volar balones por sobre el alambrado protector. Balones que con destino incierto solían terminar siguiendo los recorridos de los vehículos que tropezaban con ellos. Mencioné como inciertos sus recorridos debido a que la Avenida Directorio, por aquel entonces, era de doble mano. Pasados quince minutos de cumplimiento de la pena observo que el Cura Emilio se acerca a mi posición. El hombre era tan grande físicamente que su sombra me resultó gratificante ante el despiadado sol del mediodía. Cierta angustia, temor y deseos de justicia se mezclaron dentro de mi pequeña figura; era el momento para aclarar las cosas. Tortajada me solía llamar Salita. Sala era mi hermano, dos años mayor que yo. Se acercó a paso firme, sin contradicciones. El sol había desaparecido tras su titánico y oscuro contorno.
-    Dígame Salita, ¿fue Manzano verdad?... Consultó y sentenció al mismo tiempo. El Cura había puesto atención a las burlas de los mojigatos.
-         No sé Padre. Me quedé dormido.
-          Despreocúpese y vaya a jugar, espero pueda disculparme.
Lo auténtico es que, a partir de ese día, no volvimos a gozar de la presencia de Manzano en nuestra mesa. El Cura lo reubicó en un grupo de mayores y muy cercano de su vista y control. Jamás tuve la desagradable tarea de volver a cruzarme con él. Con el tiempo me enteré que los chicos del grupo habían ratificado las sospechas del Prefecto desenmascarando al miserable. Años después el Padre Emilio me confesó que a partir de ese día desarrollaría por mi un afecto y un respeto particular; fundamentaba su visión en la comprobación que a pesar de mi corta edad mostraba indicios de nobleza al no haber delatado al infractor aún siendo víctima de un injusto castigo. Como mencioné dicha percepción me la confesó años después ante circunstancias similares.


La Calumnia

Ya en quinto grado los ridículos guardapolvos a cuadritos azul y blanco habían dejado paso a otro modelo no menos ridículo color té con leche. Cambiaba cierta cosmética, por suerte el contenido continuaba imperturbable. Durante la primavera de ese año nuestros docentes a cargo acordaron organizar un día de campo en un recreo privado ubicado en la localidad de Moreno propiedad de un Laboratorio extranjero; Pfizer se llamaba la empresa.
El período había comenzando con la novedad del régimen de Maestro por materia. Matemáticas, Leguaje y Desenvolvimiento poseían su docente calificado, específico y titular. Para algún desprevenido quiero aclarar que esta última asignatura, compleja de caratular debido a que las letras se achicaban misteriosamente a poco de acercarse al margen derecho, concentraba la totalidad de las ciencias sociales más la biología en todas sus ramas.
Por entonces la docente de lengua se hallaba de licencia por cuestiones de salud; su momentáneo reemplazo era un joven y simpático Maestro de rubios cabellos engominados y porte relevante. El pobre desdichado tuvo la mala fortuna de toparse con una banda de curiosos que destrozaron su carrera dentro del ámbito escolapio. La cosa fue así...
Durante el día de la excursión y luego del almuerzo nos conminaron a descansar por grupos hasta nuevo aviso. Esas catervas de malandras estaban escogidas por nosotros mismos, por ende, los diez componentes de mi banda poseían denominadores comunes para estimular la contravención y el pillaje. La cosa es que de modo imperceptible pudimos escapar de tan recoleto sitio en la búsqueda de la aventura que proponía un arroyo lindero en donde descansaban una enorme cantidad de árboles de moras a la espera de ser devoradas. A pocos metros del destino previsto notamos un par de figuras adultas y desnudas amándose apasionadamente, ocultos tras la fronda, distantes cuarenta metros del sendero. Nuestra curiosidad preadolescente aportó la necesaria acción descarada para fisgonear la escena que nos proponían los ocasionales actores. La sorpresa ladeó la balanza hacia el sitio equivocado: El ocasional suplente de Lengua acostado sobre una manta color azul sostenía al morocho, sudoroso e inquieto cuerpo de nuestra Maestra de Desenvolvimiento. Los jadeos, por entonces extraños y molestos, acompañaban una función que encerraba el encanto de lo inexplicable. El telón de fondo se puso a tono, poco a poco los rayos del sol iban perforando el bosque mejorando la artística del cuadro. Fuimos testigos únicos y absolutos. Fue bello y siniestro a la vez. Nuestra Maestra era hermosa, pero desnuda, transpirada, con su largo cabello suelto y haciendo el amor, aún más.
Días después la información se filtró y se convirtió en un secreto a voces. El rumor se extendió por todo el Colegio de manera prepotente. De inmediato fuimos acusados de calumniar de modo malicioso a la docente. Sus colegas exigieron a las autoridades del Establecimiento una pronta reparación, la debida retractación y sanciones ejemplarizadoras. Ahí apareció el Prefecto en toda su dimensión.
Érase que el Cura Emilio había estado ausente durante ese bimestre por causa de uno de los tantos retiros obligatorios que la Orden tiene planificado para su cuerpo de beatos. Había sido enviado a España para resolver comisiones internas y finalizar trámites que le permitirían completar su licenciatura en Matemáticas. Amaba la ciencia y todo aquello relacionado con la excelencia. Su vocación por ambas quedaría plasmada durante nuestro tránsito por el secundario como Profesor titular de la materia. De modo que nuestro asunto le llegó como peludo de regalo. Su estrategia fue simple y directa. Entrevistar individualmente a cada actor, incluido los docentes involucrados, tomando debida nota sobre dichos y contradicciones de forma tal precisar conclusiones. Lo sorpresivo de su convocatoria impidió acordar nuestros discursos, en consecuencia, ni ellos ni nosotros tuvimos la posibilidad de armar una suerte de relato conveniente que permitiese deslindar responsabilidades. Para cuando me tocó el descargo el Cura ya había completado un perfil de la situación.

-   Le agradecería me cuente su versión de los eventos – ordenó Tortajada, quien estaba absolutamente crispado; no mencionó mi apellido, menos aún mi apodo –

No tuve otra alternativa que recrearle los hechos tal como sucedieron. La aceptación de una desobediencia inicial al no acatar la recomendación ordenada por los docentes y la posterior aventura de incursionar hacia el bosquecillo lindero en procura de las deliciosas moras que oficiarían de postre. Lo que nos encontramos en el camino no fue provocado ni por nuestra imaginación ni por nuestra intención de calumniar. Sobre los rumores, le confirmé que desconocía la filtración; la resultante de ello era que no tenía el compromiso de hacerme cargo por aquello que desconocía. En lo personal consideraba que mi segura sanción debería incluir sólo la intencionalidad aventurera, fuera de toda responsabilidad sobre el espectáculo del que fui involuntario testigo. El mismo criterio lo hacía extensivo hacia mis compañeros. Su cuestionario incursionó por una decena de temas adicionales: Cómo percibía mi relación futura con el cuerpo docente, principalmente con los directamente afectados; si estaba informado de muchachos que hubieran sentido vergüenza o algo parecido por el repentino descubrimiento; qué sensaciones personales me inspiraban lo visto; y sobre todo que opinaba del evento teniendo en cuenta que nuestra Maestra era casada. Fui el anteúltimo de los entrevistados; cuando me retiré de la Prefectura estaba, en el exterior de la oficina aguardando por su turno, Marcelo Taboada. Seguramente el más díscolo del grupo, pero a la vez portador de un escalón superior de madurez.
Una semana después el Cura Emilio ingresó a nuestra aula. De inmediato le ordenó a la Maestra de turno suspender la clase indicándole que se retire hasta finalizar el módulo. Lo mismo hizo con el resto del alumnado exceptuando a los diez integrantes del grupo. Quedamos a solas con la autoridad que determinaría nuestra suerte. El Prefecto fue claro y taxativo. Todavía recuerdo su directa y mesurada alocución. Demás está aclarar que tuvimos que hacernos cargo por la desobediencia a través de una pena proporcional a la falta cometida. En mi caso tuve que afrontar hacerme responsable de la burocracia que significaba el libro de temas diario y la disponibilidad permanente sobre los corrientes elementos que un docente necesitaba para desarrollar su tarea: tizas, borradores, láminas etc. El resto de mis compañeros sufrieron similares sanciones; todas de carácter participativas y a favor del buen funcionamiento de la entidad. Pero el asombro arribó cuando aprovechó la circunstancia vivida para favorecer el entendimiento clarificando nuestras dudas sobre el prematuro descubrimiento. Comprender que la vida privada se enmarca dentro de contextos y actos que no tenemos derecho ni autorización para juzgar, y que nadie puede sacrificar una dolorosa verdad corriendo el eje de la discusión para justificar conductas propias. Esa mañana nos dejó como mensaje imborrable que la responsabilidad del grupo no fue haber sido testigos de un suceso, sino el de haber interpretado a su modo, casi arbitrariamente, dicha situación juzgándola sin derecho alguno e ignorando todos los elementos que la rodeaba. Obviamente que nuestra edad determinaba una comprensible ausencia de racionalidad sobre comportamientos éticos a seguir. Quienes pedían sanciones extremas pretendían cubrir sus defectos con erratas ajenas y eso, el Cura Emilio, no estaba dispuesto a permitirlo. Luego aprovechó y ante nuestra demanda nos explicó desde la ciencia y la vida aquello que habíamos presenciado. Nuestro suplente de Lengua dejó de serlo y la docente involucrada fue licenciada por varios meses. Nosotros cumplimos nuestras penas y nadie volvió a mencionar el asunto.


El Regreso Futbolero

Al año siguiente mi familia decidió que no continuara en el Instituto Calasanz. Razones económicas y laborales impulsaron un desagradable proceso migratorio hacia el prestigioso Colegio Bernasconi. Emblemático establecimiento educativo porteño dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Mi sexto grado se iniciaría con un innecesario e injusto calvario. Dos meses duró mi estadía en la noble institución de Parque de los Patricios; la falta de adaptación y un boletín espantoso provocaron retrotraer los pasos caminados. A mediados de Mayo estaba nuevamente pisando baldosas y playones familiares. Cierto es que hubo una sola persona que recibió la noticia con agrado y alegría: el Cura Emilio. El primer día el Prefecto me acompañó personalmente hasta el aula para darle la buena nueva a mis compañeros. Mi supuesta gracia radicaba en haber sido un destacado futbolista dentro de los menores e infantiles del Colegio. Se suponía que regresaba un refuerzo, en consecuencia, sexto tercera sería más competitiva en el marco de los campeonatos internos. Ni él ni yo dudábamos de la segura bienvenida. Sin embargo para nuestra sorpresa tal fenómeno no se produjo. Mis antiguos camaradas no reconocían como positivo mi regreso; incluso algunos demoraron bastante en dirigirme la palabra. Mi alegría por volver quedó desfigurada. El trío de Maestras se comportó con mesurada contención debido a que tenían un excelente concepto de mi hermano; sospecho que en recuerdo a él fueron un poco más condescendientes conmigo. Debo admitir que Guillermo era un excelente alumno además de un futbolista de excepción. Por méritos propios conservaba una elevada estima, tanto por pares como por todo del cuerpo docente. Lo cierto es que era usual verlo formar parte del “Cuadro de Honor”, instancia de suprema aspiración y orgullo para todo alumno calasancio. Su conducta e ilustrismo me abrieron puertas en más de una ocasión, salvándome de ciertas tonteras muy propias de mi traza. La afirmación de que nunca segundas partes fueron buenas supo valerme de utilidad para que los educadores heredados bajen sus niveles de exigencia. Contrario a lo que se podía suponer sentía un personal orgullo de tal situación viéndola como indiscutiblemente justa; sus esfuerzos merecían sobradamente tales reconocimientos.
En mi caso recuerdo que la única distinción importante que tuve, en el marco del Colegio, fue haber entregado una ofrenda floral en un acto del Día de la Bandera. Dicho mandato lo obtuve por sorteo. Esto es, mi nombre apareció escrito en un papelito que se extrajo desde el interior de una bolsa negra. Fue durante el quinto grado, y juro que lo disfruté.
Volviendo al relato sobre mi regreso es necesario aclarar que el Cura Emilio sintió el mismo desagrado y sorpresa por la actitud de mis compañeros, resultando imprescindible para él determinar las causas que promovían tales comportamientos. Instó a que tuviera calma y que me preocupara por los estudios; el resto lo trataría de esclarecer personalmente.
Cada grado tenía tres divisiones: Primera, Segunda y Tercera. La militancia en alguna de ellas durante el primer grado determinaba el derrotero posterior. De ese modo los vínculos se reforzaban naturalmente. Mi grupo de pertenencia siempre fue Tercera. En ella supe tener amigos, compañeros y discusiones. Era mi ámbito, debido a ello el retorno no podía darse en otro lugar. No entendía lo que sucedía.
Pasadas dos semanas el Cura Emilio me convocó a la Prefectura. Con las normales prevenciones del caso  asumo la orden de inmediato.
Cuarenta años después lo vivo como presente...
-   La cosa es así Salita – comenzó Tortajada – Usted siempre fue el referente futbolístico de la división. El único convocado del grado ante cada instancia de selección para los intercolegiales. Recuerde sus premios en Ferro, Santa Rita, Nueva Pompeya y Lasalle. Parece que este año su grupo ha armado un equipo competitivo debido a la llegada de un nuevo alumno: Fernando Fariza.
-       Si Padre, hablé con él varias veces. “Chucho” le dicen. Me habló del equipo y me comentó que sabía de mí como jugador.
-         Bueno. Hasta allí todo claro - siguió Emilio- . Pasa que el resto de sus compañeros estiman que su llegada romperá dicho orden establecido y que alguno puede correr el riesgo de quedar afuera del equipo. Tenga en cuenta que su grado jamás tuvo la oportunidad de ganar un campeonato interno. Ven esta ocasión como propicia, por ende, su llegada la perciben como un problema.
-         ¿Y qué hago? Usted sabe lo que me gusta jugar.
-         Lo sé. Y lo hace muy bien... Juegue entonces.
-         ¿En dónde?
-     En el equipo B hombre. Demuéstreles en cada partido de práctica su eficacia y utilidad. Aproveche cada clase de Educación Física y espere; hágalo en silencio y humildad, disfrutando del juego y demostrando todo lo que sabe. No sea bocón. Cuando haya preselecciones para representar a la Institución usted estará como siempre en tanto y en cuanto se lo merezca, quédese tranquilo y goce su regreso al Colegio. No es una orden Salita, tómelo como una amistosa recomendación de mi parte.

Evidentemente el Cura Emilio poseía un conocimiento extraordinario sobre nuestras conductas juveniles. Sin ninguna duda dignificaba la tarea del educador. Era notablemente recto y preciso en sus pautas; a la vez poseía un aura tutora y sumamente confiable. Hablaba lo necesario y sus palabras circulaban de manera determinante por nuestras cabezas. Era imposible no entenderlo, sabíamos que el tipo era superior en todos los sentidos.
El tiempo pasó y las cosas ocurrieron tal cual conjeturó. El equipo B de la división se transformó en una dura prueba para el equipo A. En más de una ocasión fuimos claros y firmes ganadores durante las prácticas. Inclusive descubrimos nuevos valores futboleros que nunca habían tenido la generosa oportunidad de mostrarse.
Un par de catastróficas derrotas del equipo A contra los restantes cursos determinaron revisar la situación. Las dos divisiones de sexto grado mencionadas tenían jugadores formidables. Varios de ellos eran titulares indiscutidos en la Selección juntamente con los de séptimo. Tipos como el Bocha Barbieri, El Perro Lamas, JC. Olleros, el Flaco Gómez, D´Alessandro eran fenomenales y alternaban con los Varaka, los De Marco, los Aragonés sin desentonar para nada a pesar de la diferencia de edad. En lo personal varias veces compartí con ellos competencias, pero a fuerza de ser sincero debo admitir que poseían un talento particular y supremo. De todas formas, con esfuerzo y dedicación, trataba de acompañar sin enturbiar la inigualable y casi siempre victoriosa sinfonía futbolera.
Los de sexto tercera estábamos hartos de los bailes que nos comíamos. Si bien, por el momento, yo no estaba participando de las derrotas, las vivía con el mismo dolor de mis compañeros. Justamente el “Chucho” fue el que dio el primer paso y me convocó para hablar sobre el asunto.
-         Hace dos meses que no hacemos más que perder, no aguanto más – mencionó Fariza disgustado - Algo tenemos que hacer Salita.
-         Bárbaro – le contesté- pero yo juego en el B. Los del A son lo que mandan.
-         Eso se puede solucionar sin nos juntamos y hablamos.
-         ¿Vos crees?
-    Así lo creo. Ya estuve hablando con algunos. Me parece que se puede.
-         Si vos lo decís. Yo no tengo problemas. De todos modos está en manos de ustedes.
-         ¿Cuento con vos? – me preguntó-
-         Seguro.
-         Quiero que juguemos juntos.
-         Ojalá se pueda.

Lo que Fernando Fariza no sabía es que el problema no era yo solamente. Había muchos chicos del equipo B que estaban en condiciones de pelear por un puesto en el equipo A, más aún, algunos de ellos consideraban tener derecho a ser titulares indiscutidos.
La reunión convocada por el “Chucho” se llevó a cabo en el aula teniendo veintitrés asistentes. Discusiones acaloradas se mezclaron con reproches del pasado. En lo personal mantuve prudente silencio no sólo por estar seguro de mis convicciones, sino además por aquella recomendación que me hiciera el Cura Emilio varias semanas antes. Lo único importante para mí era jugar, A o B daba lo mismo, dentro de la cancha era un pibe feliz. Fariza llevó la voz cantante; por votación el grupo determinó que él sería el Capitán teniendo además plena potestad sobre las decisiones. No estuve de acuerdo y lo manifesté. En realidad expliqué que no me oponía a su capitanía, lo que no me parecía bien es que uno sólo de nosotros tuviera la responsabilidad y el imperio de la totalidad de las sentencias. Prefería para ello un agente justo, imparcial, externo y confiable. El Cura Emilio era, a mi entender, el hombre indicado para ordenar lo que estaba desordenado; él encontraría el modo adecuado para que ninguno de nosotros pueda sospechar sobre alguna especulación o favoritismo que promueva nuevos disgustos. Por suerte la idea no tuvo oposición, siendo el ratificado Capitán el encargado de hablar con el Sacerdote.
Dos días después y en plena hora de Matemáticas el Prefecto ingresó al aula, previa solicitud de permiso a la Docente pegando al costado de la pizarra un aviso bajo el título de IMPORTANTE. Sábado 10.00 horas entrenamiento en la cancha central. Llegado el día, y luego de dos horas de tremenda exigencia física y futbolística, Tortajada determinó las plantillas que conformarían ambos equipos, A y B. Los cambios fueron realmente reveladores. Cinco chicos que estábamos en la B pasamos a la A, de los cuales tres seríamos titulares y los dos restantes suplentes. Sus palabras y decisiones eran respetadas sin que hubiera lugar a la protesta, la conformidad quedó de manifiesto con el clima de cordialidad que reinó luego de la práctica. De aquí en más arribar al triunfo iba a depender solamente de nosotros.
Los primeros resultados mostraron notables progresos competitivos. No sólo pasamos a ser tres los integrantes de la división seleccionados para representar a la entidad en los torneos intercolegiales metropolitanos, además, luego de un par de semanas, sexto primera dejó de ser un escollo insalvable mientras que la poderosísima segunda división debía esforzar sus talentos para vencernos. La cosa estaba mucho más pareja. Los campeonatos internos, que sábado por medio disputábamos en “La Quinta” de Canning organizados por el mismo Emilio, pasaron a detentar marcada incertidumbre. Ya no éramos variable de ajuste de gol average, en más de una ocasión algún puntito resignado con nosotros malhumoraba a los poderosos de siempre. Tarde o temprano caería la ficha. Sabíamos que la empresa era harto complicada y que dependía de ciertos factores que no eran necesarios esperar, había que salir a buscarlos. Debíamos superar a las dos divisionales de sexto y a la tres de séptimo. Dentro de estas últimas había baluartes que muchos años después formaron parte de planteles de equipos profesionales, incluso en algún caso de selecciones nacionales juveniles. El Flaco Varaka, que llegó a jugar en Gimnasia y Esgrima de la Plata, hijo del recordado Puchero; Marcelo Bottari, jugador de Huracán y preseleccionado por Menotti para el Mundial Juvenil de Japón en 1979; Claudio Aragonés, un infierno bajo los tres palos quién supiera llegar hasta la cuarta de Atlanta, y el temible Cabezón Claudio De Marco, quien no pudo trascender futbolísticamente pero que a mi entender era el mejor de todos, un enérgico cancerbero de enorme jerarquía.
Cierto sábado, en los finales del año lectivo, notamos que las divisiones de séptimo concurren levemente diezmadas. Si bien las notorias bestias estaban presentes, mostraron un complemento de jugadores no tan respetables. Las dos de sexto grado, a esa altura del año, no presentaban problemas irreparables. Los partidos había que jugarlos y las chances eran equivalentes. Ese día el Cura Emilio viajaba circunstancialmente en nuestro mismo micro, el número 12, conducido por Juan Carlos. Todos partíamos de la puerta del Colegio a las ocho en punto de la mañana en dos o tres ómnibus afectados para el encuentro estudiantil. Por entonces doce coches, ya uniformados con esmalte naranja por disposición ministerial, comprendían la totalidad de la plantilla que respondía a la Institución para el diario servicio de traslado de los alumnos. A la cita de los sábados generalmente asistían el número 12 de Juan Carlos, el número 3 de Enrique y el número 11 de Pablo. En alguna ocasión el 8 de Pedro era también convocado a modo de auxilio. Cada uno tenía capacidad para 30 chicos por lo cual el cuarto micro constituía una grata eventualidad.
A medio camino, a la altura del rulo que dibuja el Puente 12 sobre la Ricchieri el Cura Emilio se nos acercó al asiento doble que compartíamos con el “Chucho” Fariza y en voz baja nos dice:  “Señores es hoy o nunca”. Lo taxativo de la afirmación nos recorrió la piel de modo erizarnos perturbadoramente debido al peso de la prevención. Si él tenía esa percepción deberíamos hacer honor a semejante signo de confianza. El fixture era armado, durante el viaje, entre Emilio y Cevallos. Como ambos oficiaban de jueces debían coordinar horarios para que todo se desarrolle en tiempo y forma. Había que tener en cuenta la esperada rueda de penales, el almuerzo, la siesta, la merienda y el chapuzón en la pileta al final del día, como festejo colectivo en honor del Campeón.
Los partidos tenían una duración de sesenta minutos divididos en dos tiempos de treinta con un descanso de cinco. Apenas llegados al predio y acomodados los bolsos y atavíos personales se procedía a la lectura del organigrama de actividades con el correspondiente reparto de camisetas. Recuerdo que aquel día nos tocó la blanca con un par de finas rayas rojas laterales, similar a la que por entonces lucía Argentinos Juniors como divisa alternativa.
Dos zonas de tres equipos, todos contra todos; los ganadores de cada zona jugarían la final. El diseño no nos favoreció en absoluto. Nuestra zona estaba compuesta por sexto segunda y séptimo tercera, mientras que por la otra llave medirían fuerzas sexto primera y los séptimos, primera y segunda. Los pronósticos de turno nos daban por muertos. En corrillos secretos se estimaba que la final de nuestra zona la jugaría aquel de los dos que nos convirtiese más goles. Ese “ahora o nunca” del Cura nos otorgó la suficiente autoestima para afrontar la empresa con suma dignidad y coraje. Quedamos afuera del primer encuentro, debíamos esperar, nuestros antagonistas se enfrentarían en primera instancia. Un ridículo y aburrido uno a uno conversado de antemano determinó la obligación de salir a ganar a como de lugar. Debíamos tener en cuenta dos puntos importantes: En nuestro primer encuentro sería fundamental aprovechar el cansancio del representativo de sexto segunda, y como elemento esencial para el segundo encuentro estaba en no dejar pasar la oportunidad de aguantar bien armaditos en el fondo explotando la coyuntura que los de séptimo tercera participaban con algunos titulares ausentes.
Yo vi por primera vez las lágrimas de Lamas y de Olleros luego del lapidario tres a uno. La experiencia fue irrepetible. Peleamos cada pelota dejando jirones, corrimos, marcamos y jugamos en forma criteriosa y sostenida, impusimos un juego físico y vertiginoso, los asfixiamos en todo los sectores de la cancha y cuando recuperábamos el balón abríamos el juego de modo extender los recorridos que nuestros rivales debían cubrir. Aprovechar la velocidad del “Chucho” y sus diagonales resultó nuestra carta ofensiva más punzante. En el medio rompimos toda posibilidad de circulación rival cortando su atildada generación. Nuestra defensa aportó el valor agregado de una heroicidad notable en los momentos críticos, en sintonía con un arquero siempre atento y seguro. En este caso vale mencionar que cada divisional de sexto grado tenía la posibilidad de contar con un refuerzo del Primer año del secundario de modo equiparar fuerzas con los mayores. En aquella ocasión mi hermano Guillermo ofició de portero, siendo determinante en el resultado final. Luego de las felicitaciones del Cura Emilio volvimos a nuestra concentración en procura de diseñar la estrategia futura. Lo más complicado estaba por venir.
La otra zona ya tenía su finalista. Séptimo segunda había ganado cómodamente sus dos partidos y se perfilaba como firme candidato. El Cabezón De Marco era su estandarte y Capitán. Un recio zaguero central de impecable cabezazo que potenciaba talentos cuando la cosa venía mal parada. Además de ser el dos titular del seleccionado era el representante de salto en alto en las competencias intercolegiales. Fui testigo, en algún certamen de atletismo en Ferro, de su enorme pericia como saltador.
A nosotros nos faltaba escalar la cima más alta. Séptimo tercera poseía la destreza y la locura de Claudio Varaka. El tipo admiraba a Hugo Orlando Gatti, por aquel entonces arquero de Gimnasia Esgrima de la Plata y figura notable del fútbol argentino. El hijo del Puchero fue el jugador más espectacular y divertido que vi en mi vida. Le gustaba ocupar la portería emulando a su ídolo y desde allí armaba descomunales apiladas llegando hasta el área rival a gambeta, amague y velocidad pura. Su problema era la vuelta y lo sabíamos. Tanta confianza se tenía que mostraba una soberbia bastante irritante. Esa debilidad lo colocaba por debajo del Cabezón en mis preferencias futboleras de entonces.
El partido dio comienzo justo al mediodía siendo el Padre Cevallos el Juez del encuentro.
Nuestro rancho fue cascoteado a voluntad; los tipos bromeaban ante el éxito de cada lujo. Entre el cansancio por el rigor del partido recientemente ganado y el talento del rival no dábamos pie con bola. Nuestra meta de máxima era llegar al mediotiempo para delinear la táctica e incorporar hombres de refresco que aplaquen la enorme diferencia existente. El cero a cero del primer tiempo fue una suerte de revelación o profecía. Digamos que se debió más a la irresponsabilidad del rival y a las tapadas magistrales de Guillermo, que a méritos nuestros. Deambulábamos en la cancha, parecíamos ánimas sin destino cierto, encima nos cargamos de amarillas, pegamos demasiado, no había modo de marcarlos lícitamente.
Los cambios del entretiempo nos permitieron la cuota de oxígeno necesario para afrontar una segunda etapa que sería aún peor debido a que nuestro rival tenía la obligación de ganar para clasificar finalista. El empate nos favorecía.
A los cinco minutos de reanudado el juego una doble pared entre el Loco Claudio Varaka y el Colorado Agustín Pérez terminó con el balón deslizándose suavemente hacia la red a treinta centímetros de la pierna derecha de Guillermo. Séptimo tercera, en forma mansa y elegante, se estaba clasificando para la final. Nos miramos con terror suponiendo que al entrar el primero de los goles los restantes serían un mero trámite para nuestro antagonista. Pero el fútbol contiene momentos e instancias impensadas. El menoscabado Estudiantes de La Plata de aquel entonces demostraba con creces y resultados que ante la superioridad había que agregar esfuerzo y convencimiento para la obtención del objetivo de máxima. De inmediato notamos que nuestro adversario no agredía. Se conformaba con lujos y sofismas para la tribuna. La misma estaba compuesta por nuestra recientemente derrotada comparsa de sexto segunda y su filial de sexto primera. Vale decir que el conjunto de sexto grado no deseaba que un representante de ellos pasase a la final. Creo que eso nos dio la necesaria fuerza para entender el juego. Debíamos esperar con templanza el error. Los soberbios suelen distraer sus defensas debido a que sospechan no precisarlas. Continuaron divirtiéndose un buen rato; sus ocasionales hinchas estaban felices y gozaban del espectáculo. Cada jugada del Loco era aplaudida a rabiar. Justamente esa fue la llave que nos depositó en la final. Faltando tres minutos para finalizar del encuentro, el Loco Varaka sale de su área de modo habitual, sonriendo, relatando sus tonteras y con pelota dominada; con certeros amagues y un juego de cintura maravilloso deja a nuestra línea de marca ofensiva sin asunto. La tribuna deliraba. Evidentemente portando arrogantes visiones volvió sobre sus pasos para reiterar lujos y milagros a pedido de sus fanáticos. Fue en ese instante que determinó, por voluntad propia, su amarga fortuna. En uno de sus festejados recortes y a veinte metros del arco el “Chucho” Fariza le logra pellizcar el balón; el mismo queda boyando sin destino cierto debido a que ambos cayeron como consecuencia de la fricción. Lo único que se me ocurrió, en posición de ocho, fue pegarle de una, por arriba y apuntando al centro de la cancha. La pelota ingresó lastimosamente, bote mediante, por el corazón del arco haciendo callar a los cipayos que pocos segundos antes disfrutaban de nuestra derrota. No tuvimos tiempo para festejos. El Loco Varaka tomó personalmente el balón y se apresuró a reanudar el juego. Fueron dos minutos feroces en donde la pelea fue el común denominador. Inmediatamente le hice personal y no la volvió a tocar. Cada vez que intentaba entrar en juego lo amarraba, lo maltrataba, impidiéndole progresos o acercamientos eventuales, utilizando buenas y malas artes, lo mismo daba. El uno a uno final determinó nuestra clasificación para el partido más importante del torneo. La cita era a las tres de la tarde en la cancha central; el Cura Emilio sería el Juez. Minutos después de que sonara el silbato de Cevallos, el Loco Varaka se me acercó y me dio un abrazo. Su rostro mostraba singular tristeza; a media voz me dijo – me alegro por vos Salita, jugaste un partidazo. Ahora espero que salgan campeones por primera vez, voy a hinchar por ustedes -.
Nos fuimos a almorzar a nuestro sector de concentración montados entre cantos y bromas varias, incluyendo dedicatorias puntuales. Las palabras del Loco me sonaron a premio. Uno de los mejores no sólo me tenía en cuenta, también me estaba hablando de fútbol.
El Cura Emilio nos felicitó por el despliegue y estuvo un rato festejando con nosotros. Nos recomendó disfrutar el momento y que descansáramos para la final. Debemos admitir que ésta se desarrolló con cierta dosis de fortuna a nuestro favor. A los diez minutos de comenzado el partido, De Marco, el formidable y recio zaguero central de séptimo segunda, tropezó con una insalvable lesión muscular que lo obligó a retirarse del campo de juego, además la extemporánea dureza de su lateral izquierdo provocó su inmediata expulsión, de modo que a menos de veinte minutos la suerte del juego estaba casi definida. El dos a cero del final no fue sorpresivo para nadie teniendo en cuenta nuestro despliegue, concentración y las contingencias adicionales. Por primera vez éramos campeones absolutos de la competencia interna de mayores. La maravillosa jornada se completó con la obtención de la esperada rueda de penales que el Cura organizaba a modo de colofón y excitante entretenimiento. Era una instancia muy divertida para el exclusivo protagonismo de los arqueros. Ese día nuestro as de espadas estaba encendido, Guillermo tapó cuatro y fuimos los más efectivos en los disparos. La posterior vuelta olímpica se vio engalanada por una auténtica y sincera alegría colectiva. Promediando los festejos recuerdo que Tortajada me levantó enjuto y sin mediar trámite alguno arrojo mi cuerpo, vestido aún de futbolista, a la pequeña piscina que por entonces estaba destinada a los infantiles. El resto de mis compañeros multiplicaron el rito. Lo botines y la indumentaria sostenían la humedad propia de una secuencia tan desmesurada como merecida. El Cura Emilio, nuevamente, nos había enseñado el camino para la obtención de lo deseado, procurando dejar de lado inútiles desacuerdos, permitiéndonos disfrutar del momento, dando lo mejor de cada uno a favor del compañero, de pronto entendimos de qué se trataba la ateridad y por sobre todo respetando pautas establecidas; sabiendo que toda victoria sabe mejor cuando se obtiene con amigos, cuando el espíritu y la conciencia logran descansar en paz. Durante el crepúsculo, de regreso de la fiesta sabatina, los cánticos y los gritos continuaron en el Micro, hasta que el cansancio determinó su cruel impacto. A la altura del Camino de Cintura estábamos todos dormidos. Sospecho que el Cura Emilio, desde su primer asiento, sonreía satisfecho.


Un ´ Estate en Canning

Tortajada era un escolapio por excelencia. Su voto adicional lo cumplía a la perfección. Tuvo que librar cruentas batallas contra la comisión de padres para organizar las colonias de verano en “La Quinta” de Canning. Su tarea y responsabilidad no concluía con la finalización del ciclo lectivo. Su pretensión era disponer del predio con el objeto de utilizarlo a favor de los alumnos en actividades deportivas incluyendo destrezas recreativas. La idea era proyectar, de lunes a viernes, un aprovechamiento integral del campo de forma tal complementar la tarea educativa y formativa desarrollada durante el año. Esa indescifrable comisión denominada UPAYAC (Unión de Padres y Alumnos Calasancios) no veía con agrado la insistencia del Prefecto. Imagino que la razón de tal oposición radicaba en cierta avaricia por ostentar, casi privadamente, la exclusividad del predio liberalizando instancias para su utilización y eventual lucro. Por fuera de estos miserables egoísmos, durante un par de años el Cura Emilio logró su cometido, teniendo en lo personal la suerte de participar de la experiencia en ambas ocasiones.
La cosa estaba organizada de esta manera: Todas las mañanas, de lunes a viernes y durante tres semanas, los inscriptos debían presentarse en las puertas del Colegio a las siete treinta en punto. De allí partirían los Micros que una hora después depositarían al grupo en “La Quinta” de Canning. Una vez allí y conformados los grupos de pertenencia comenzaría el desarrollo de las actividades planificadas por el mismo Cura. Éstas variaban desde las eminentemente deportivas hasta las de recreación y aventura: Caminatas por senderos vírgenes y escarpados, aprovechar los añejos y enormes árboles de eucaliptos para el diseño de una arquitectura digna del Sherwood de Robin de Loxley, armado de refugios utilizando materiales naturales, asumir reales y rigurosas condiciones de supervivencia, eran algunas de las diligencias más esperadas por el alumnado. Demás está aclarar que el fútbol y las actividades recreativas en el natatorio centralizaban las expectativas de la mayoría, y más teniendo en cuenta que tanto Emilio como Cevallos participaban de ambas con suma predisposición. El almuerzo y la merienda eran tiempos obligados para la coincidencia y la camaradería. Momento aprovechado por el Cura Emilio para establecer mecanismos de integración y simbiosis. Tengamos en cuenta que concurrían chicos de todos los grados y todas las divisiones, en consecuencia muchos de los asistentes no tenían confianza mutua. Solía fomentar para ello el arte a través del armado de peñas, buen modo para minimizar ciertas dosis del retraimiento y timidez. El talento de Cevallos con la guitarra acompañaba cada instante de recreo. El piberío a pleno, bajo el quincho principal, recibía la vianda establecida mientras las canciones de Alberto Closas y María Elena Walsh decoraban el momento. El comedor de “La Quinta” prestaba ese eficiente servicio a muy bajo costo por lo que no valía la pena proveerse de canasta propia. Cada bolso entonces se contentaba con abrigar un par de zapatillas como refuerzo, la malla, una toalla y algún que otro abrigo previsor ante la inesperada fresca veraniega de la tarde-noche.
En repetidas ocasiones, no pocas madres, con la excusa de retirar personalmente a sus hijos, conduciendo sus propios vehículos, se arrimaban al predio en horas de la tarde, pasada la merienda. La verdadera y oculta razón no era otra que regodear sus fantasías con la olímpica estatura del Prefecto. El Cura era portador de una estampa digna de escultor; fibra y músculo sudoroso asoleándose con desmesura. Un diminuto y ajustado short deportivo celeste completaba el cuadro que las nobles tutoras estaban dispuestas a atesorar, a espaldas de sus maridos, sin interés ni intencionalidad alguna. Recuerdo que venían portando sillas plegables con el objeto de hallar ubicación preferencial en los laterales de la cancha de fútbol, solar que los Sacerdotes solían aprovechar junto al piberío. Ambos jugaban con nosotros, y lo hacían descalzos, uno para cada lado, lo que le daba al juego un sentido lúdico y distendido inolvidable. El resultado era lo de menos sabiendo que el fin de fiesta incluía el grito oportuno del Prefecto para iniciar la vertiginosa carrera en dirección a la pileta. Sabíamos que el último en llegar sería arrojado desde las alturas de los extensos brazos del Cura. Creo que no debo aclarar que para las madres tal modificación en la actividad recreativa significaba un grato proceso migratorio hacia el natatorio.
Cuando el mal tiempo imponía presencia se organizaban múltiples torneos de Damas, Ajedrez, Truco y Escoba de Quince. En estos días se potenciaban las artes. Los trabajos de pintura y dibujos eran posteriormente expuestos, por varias semanas, en las carteleras del hall principal del Colegio durante el año lectivo. Las tres semanas transcurrían a toda velocidad asumiendo el cruel desencanto de los que se sabe fugaz, aceptando que el final es el común denominador de todo lo conocido.

Triste, Solitario y Final... 
Entre Raymond Chandler y  Osvaldo Soriano

La ausencia del Prefecto determinó el comienzo de nuestro séptimo grado. Nos llamó la atención su alejamiento, sentimos con incomodidad que su voz no nos diera la bienvenida al año escolar que estaba por comenzar. El Cura Cevallos tampoco estaba presente. Entendimos que algo había cambiado y nadie nos había consultado al respecto. Caras y voces extrañas se apropiaron de los pasillos y de los patios. Otros Curas, otras sotanas, otros modos de caminar. El comedor se transformó en depósito de atavíos para mantenimiento y “La Quinta” ya no formaba parte de la currícula sabatina. Sospecho que por temor a ser maltratados ninguno de nosotros se animó a preguntar por su suerte. La Prefectura mutó a mapoteca y la tristeza se adueñó de cada uno de nosotros cuando circulábamos por sus cercanías. Alguna vez espié por entre los cortinados para saber si su ausencia no constituía una broma de mal gusto. De aquello aún permanecían, como testigos, esos dos lúgubres hilos bermellón que bajaban desde el techo por la pared lindera a la oscura y angosta escalera que moría en el patio central. Desde ese año debíamos pagar para ingresar al predio de Canning, abonarse para acceder a la pileta, y reservar turno, previo arancel, para jugar a la pelota los viernes por la tarde en nuestro solar de diario recreo. Aparecieron así empresas y comercios de la zona compitiendo por el espacio deportivo en franco antagonismo con nuestros deseos juveniles. La colonia de vacaciones fue asesinada y los micros finalizaban sus recorridos en la puerta de la entidad. Una de las Maestras a cargo me comentó, meses después, que el Cura Emilio tuvo que volver a España a instancias de la Orden para finalizar su doctorado en Matemáticas. Recuerdo haberle preguntado por qué no terminar sus estudios aquí, en Buenos Aires. La pobre no supo que contestar; evidentemente la coloqué en un aprieto. Eso me indicaba que existían razones que no debía ni podía revelar.

Dos años después y ya cursando mi segundo año del bachillerato, siempre dentro del mismo ámbito educativo, lo reencuentro como docente de Matemáticas. Íbamos a ser alumnos de su amada asignatura, de modo que me predispuse de la mejor manera en su honor y en gratitud por las inmejorables enseñanzas y experiencias vividas, eventos todavía frescos en mi memoria.
Desde el primer día lo noté distante y extraño, diría que extranjero, portando un semblante alejado y una oblicua manera de mirar. No parecía detentar el mismo tenor de voz; estimé que su memoria había sido castigada por tantos alumnos y un centenar de heterogéneas vivencias. No me afectaba dejar de ser “Salita”. Yo no era el mismo, él tampoco, el modelo del Colegio menos aún. Terminada la hora se retiraba a su dormitorio sin mediar palabra. La lectura y la oración formaban parte del presente. Lo percibí mortificado, divorciado de su vocación, como un revolucionario preso dentro del cuerpo de un burócrata. En cuanto a la exigencia no había duda que era el mismo de siempre. Esto quedaba plasmado en el nivel de demanda que nos proponía como metodología de clase; al término del segundo bimestre veinticinco de los treinta alumnos reprobábamos la materia sin excusas ni protesto. Algunos, egoístas y miserables, deseaban que abandonase el cargo a sabiendas de la futura suerte; en lugar de responsabilizarse por propias falencias achacaban su destino a la severidad del Cura. Eran tiempos mezquinos y cargados de malicia. El Colegio comenzó a poblarse de alumnos que con dudosas charreteras pasaban de año aprobando asignaturas sin mérito ni esfuerzo. Luego de la inactividad invernal no lo volvimos a ver; su reemplazo fue otro sacerdote, pero de disímil perfil: más cándido e impreciso, menos exigente, un tanto indolente y ciertamente tedioso. Al final del curso ninguno se llevó la asignatura. Nadie más preguntó por Emilio, desdichadamente algunos ingratos llegaron a afirmar que su retiro había resultado provechoso. Por 1980, siendo ya exalumno, alguien me comentó que el motivo de su clausura se debió a una severa enfermedad mental habiendo terminado sus días gravemente alienado en un Monasterio de la Orden ubicado en las serranías cordobesas, al igual que el Segismundo de Calderón en La Vida es Sueño. Dicen que se dejó morir, negándose a recibir alimento. Nunca les dispensé identidad cierta a tales hipótesis. Me afilio a creer en la idea que oscuros intereses lo alejaron de su hábitat natural y más aún al enterarme que el Profesor Chavarri, titular de música y continuador de su ideario ético y formativo, había sido relevado por motivos políticos. Evidentemente el Instituto San José de Calasanz complacía con sumo agrado la voluntad de los censores de turno. Parecía que por entonces la fuerza de los subsidios superaba ampliamente todo compromiso ético y moral. Una impresentable comisión de ex-alumnos se apropió de la organización de los campeonatos de Fútbol en Canning, torneos fuertemente arancelados y a medida de necesidades particulares. Al mismo tiempo la Unión de Padres de horrible sigla transformó las populares instalaciones de la entidad en un club de elite. Las primeras terciarizaciones edilicias a favor de negocios privados comenzaban a delinear sus irreversibles y futuras siluetas. Súbitamente “La Quinta” empezó a disfrutar de nombre propio y tranqueras obturadas, todo debía gestionarse, la libertad había sido abandonada en uno de los viejos protocolos de la Orden. Gerenciamientos varios terminaron con el patio central y con el Camping marplatense. La modernidad “al palo”, y con ella algunos de nuestros muertos eligieron pedir licencia y entregarse en estado de ostracismo y orfandad a saludables lecturas pasadas de época. 
Si bien el Colegio Calasanz era una entidad privada, contaba con una significativa masa de concurrentes de los sectores medios bajos que por razones laborales preferían hacer el sacrifico en pos de la doble escolaridad que la entidad ofrecía en contraposición con la asistencia simple mayoritariamente extendida en la educación estatal. Su cuota mensual no era abusiva y poseía un amplio sistema de becas muy bien tabulado por los señores  Iturrieta y Fiore, Tesorero y Secretario respectivamente. Eficientes y indestructibles encargados de la cuestión. En oportunidades confundían su roles y peleaban más que las propias familias por la obtención del beneficio, más allá de ciertas incomodidades que debíamos soportar los alumnos producto de reclamos muy poco elegantes sobre involuntarias morosidades. Recuerdo que ya en cuatro y quinto año cada vez que uno de ellos ingresaba al aula el “pagá Tano, pagá, era el grito habitual y descomedido por parte de la caterva. El pobre Tano, sonrisa mediante, se incorporaba con presteza, tomaba el aviso de reclamo asintiendo la falta con el mejor de los semblantes.
Retomando la historia, todo aquel andamiaje se había desvanecido por completo. Aquellas eran otras instancias, no sé si mejores o peores, otras. El dinero y el interés no eran motivo de insalvable conflicto, quizá jugaba como figura relativa. Recuerdo que cuando tuve que emigrar por cuestiones económicas el mismo Cura Emilio le ofreció a mi Madre interceder a nuestro favor para alivianar los costos tratando de conciliar un programa arancelario posible de afrontar. Pocos años después y ante el fallecimiento de mi Padre, a instancias de los antes mencionados obtuvimos dicho beneficio sin mediar solicitudes ni engorrosos pedidos.

Nos tocó estudiar y formarnos en una época muy triste de la historia de nuestro país. De todas formas uno supo capturar ciertos signos de indudable belleza interior. A propósito recuerdo al Señor, con mayúsculas, Horacio Halfon, nuestro querido Profesor de Historia. Allá por 1976, poco después del comienzo del ciclo, deviene el golpe cívico-militar que derrocó al Gobierno Constitucional Justicialista, días antes se había muerto mi Viejo. Estábamos en tercer año y la programática lectiva a desarrollar durante el ciclo sería Historia Argentina. El texto de Drago sería nuestra base de estudio. Desconozco si lo había escogido él o era una de las tantas imposiciones de entonces. Eran momentos de infructuosas valentías; así como había desaparecido ERSA, desaparecían personas. Días después del golpe, el Profesor, ante la consulta de una fecha determinada, extrae del bolsillo de su saco de imperceptibles cuadrillos marrones de distinta tonalidad su cartera personal; de ella emerge un almanaque cuya imagen era sostenida de cara al alumnado: El perfil de Eva Perón se nos presentaba silenciosamente, sufriente y dando testimonio sobre una coyuntura que no entendíamos. El “Profe” no nos estaba dando una clase curricular, nos estaba esbozando una valerosa declaración de principios que nunca, en lo personal, pude olvidar.

En tiempos del Cura Emilio el Colegio Calasanz de Caballito era una fiesta, una isla tal vez. Y creo suponer que cada integrante de aquella generación que protagonizó esa celebración estará de acuerdo conmigo. Es probable que mi enorme admiración hacia Tortajada configure un relato ciertamente subjetivo y ordinario. Pues que así sea entonces; es mi vulgar y morosa manera de agradecerle. Ojalá que cuando el destino escriba el último renglón, de la última hoja del libro de mi historia personal haya sido merecedor de semejante y altruista formador.




¿Usted que es de Guisasola. 
Lo conoció a Juan Amestoy?
 … me preguntó el Ómar Milano

Juan Eloy Amestoy y Ómar Milano. Historias de la Resistencia durante la dictadura cívico militar. Sus hombres, sus mujeres, sus nombres, no deben quedar banalizados a merced de una cortada pueblerina cubierta de toscas ajenas sembradas por el olvido.
Ómar Milano (a) nos cuenta: “Nos reuníamos clandestinamente en la chacra de Juan Amestoy. Ahí se tramaron muchas operaciones de la Resistencia, y armar el camino seguro para sacar del país a gente de todo pelaje que estaba en peligro. Muchos de los exiliados de la Universidad Nacional del Sur pasaron por Monte Hermoso y Guisasola, camino a Tres Arroyos  por caminos de tierra...
Otro artífice de ese trabajo de hormigas militantes fue el Dr. Rafael Marino. Juancito Amestoy supo ser concejal en Coronel Dorrego de Nírido Ediberto Santagada (desconozco las novelas que leían sus padres, digo por los nombres del querido Doctor). La chacra estaba a unos 5 km. al SO de José A. Guisasola. Por razones que no escaparán a tu buen criterio, siempre fui allí de noche....
El Dr. Rafael Marino (a) El tordo, el petiso, o Don Rafa, había sido Diputado Nacional de la Alianza Popular Revolucionaria. Tenía su estudio en Av. Córdoba, entre Cerrito y Libertad. Al edificio se entraba oficialmente por Av. Córdoba, pero los de la cofradía entrábamos por una puerta de servicio sobre Libertad, ya que la entrada principal estaba vigilada. Marino lo corrió por todo el congreso pistola en mano a Lastiri, hasta que lo alcanzó y lo "convenció" de velar a Ortega Peña en el Salón de los pasos perdidos.
Yo lo vi (y me tocó participar) hacer una sucesión donde todos los herederos estaban en la clandestinidad. Don Rafa por esos azares de los Colegios de Abogados era conjuez de la CSJN, y siempre que era necesario "chapeaba" como el mejor... Da para una larga charla de historias que algún día habrá que recoger y sistematizar porque la Resistencia a la Dictadura existió y salvó muchas vidas. Solían participar de esos encuentros el "Tano" Curzi, Intendente de Punta Alta de la APR, y luego del PI en el´83, el "Panadero" Moscoso, también de Punta Alta, el Dr. Juan Vera de Bahía Blanca (ex embajador en Méjico en épocas de Frondizi), el propio Santagada, estaban el Albañil y el Chiquito, cuadros que también habían trabajado políticamente con Santagada, además imposible olvidarme del viejo Gasista y su hijo el Plomero. Como verá amigo Sala aún conservamos los reflejos de la clandestinidad y así como siempre me siento de frente a la puerta y con la pared a mi espalda, también sigo protegiendo a los compañeros. El enemigo no ha desaparecido, está por ahí agachado entre los pajonales, esperando una nueva oportunidad. Está bien que ya somos todos unos viejitos inofensivos, pero con experiencia....
Es una historia de héroes, militantes comprometidos que la mass media vernácula ha decidido invisiblizar tomando de ellos sólo esa cuotaparte que admiten como potable. El Juancito Amestoy Presidente del Club Progreso de Guisasola, buen vecino, colaborador de las instituciones, altruista y generoso. Hombre humilde, honesto y siempre dando una mano a quien lo necesitaba. Ese contaba y cuenta para nuestro establishment evocativo. El Juancito Amestoy valeroso, corajudo, que jugaba su pellejo y el de los suyos en tiempos en donde las mayorías dorreguenses festejaban sus bonhomías en las parroquias y en las fiestas campechanas, en donde el Rótary y la Sociedad Rural exhibían sus pornográficos manjares con tonos bermellón, apropiándose de cuanta vida y bienes pudieran, ese Juancito revulsivo y contestatario no tiene lugar en la historia oficial.
Su chacra oficiaba como parada obligatoria de un vía crucis sospechosamente inexorable. No eran soldados del emperador los que rodeaban las desventuras de sus transeúntes, eran ejércitos adiestrados por la CIA, gerenciados por un suprapoder omnímodo, cancerberos de un Hades que venía a instalar la muerte como savia salvadora. Aún así, y a pesar de los déspotas, nunca torcieron sus fundamentos y convicciones. A pesar del terror, del pánico y de las propias debilidades individuales. No tener miedo, en esas circunstancias, era estar literalmente loco. De aquí que la partida se pueda considerar dentro de rangos heroicos, sin exageraciones: enfrentar el dilema a pesar de conocer sus mortales riesgos. En definitiva salvar vidas era el objetivo militante. Cuidándose de vecinos perversos y colaboracionistas, buchones, correveidiles, charlatanes y voyeristas oficiales, o simples curiosos de verdulería prestos al chimento descolgado y prejuicioso. 

En ese contexto aún tenemos testigos de aquellas épicas nocturnidades. Uno de ellos es el Ómar Milano (a), prestigioso e importante analista político y periodista de la contemporaneidad, cuadro activo durante esos tiempos, militante que todavía conserva su seudónimo cuando de relatar sobre estos eventos se trata. La maldad de los hombres le ha enseñado que nunca se sabe en donde se esconde el traidor. Su testimonio nos resulta valiosísimo para comprender los alcances del plan orquestado por la última dictadura cívico-militar: El exterminio de los mejores cuadros políticos e intelectuales que nacieron y se desarrollaron políticamente tras los bombardeos del 55, la revolución fusiladora, la proscripción del peronismo, la revolución cubana, la explosión liberadora en África y el mayo francés...

Continuemos leyendo con atención:

Prosigue nuestro distinguido invitado Milano: “Veo que usted es de Guisasola y que suele escribir sobre estas cuestiones de los setenta. Le quiero contar sobre él y sobre algunos compañeros que tuve la suerte de conocer y frecuentar en el fragor que marcó la resistencia durante aquellos años de dictadura.

Estimado Cumpa Gustavo: Veo con agrado que una conversación donde surgieron algunos recuerdos, comience a transformarse en una especie de recopilación histórica de hechos y sucederes que han permanecido ocultos. Le hablo de hombres sencillos y silenciosos, que abrían las puertas de sus casas, sin hacer preguntas (una vez verificadas las contraseñas), de mujeres abnegadas que siempre tenían una olla con sopa a cualquier hora, y mientras tanto tendían un par de camas para los cumpas que se jugaban la vida.

Veníamos de discusiones previas donde algunos habían optado por la lucha armada, contra los que opinábamos que eso nos llevaría a un desastre peor. Pero no era hora de reproches ni de resaltar diferencias anteriores. El barco naufragaba y había que rescatar a los náufragos.

Se viajaba de noche, por caminos de tierra, había postas, recambios, la salida había que organizarla, generalmente al Paraguay primero, para pasar a Brasil, o a Brasil directamente, donde los cumpas que emprendían el camino de "la beca" (los llamábamos "los becarios") se presentaban en la oficina de la ACNUR en San Pablo, para luego ya bajo protección de la ONU, con status de Refugiados, marcharan hacia algún país de Europa que los estaría recibiendo.

Eran todos militantes de base, ninguno de "la pesada", tipos que habían quedado con el culo al aire al pasar la cúpula de Montoneros a la clandestinidad. Le hablo de docentes, estudiantes, catequistas, trabajadores sociales a los que les costaba comprender "¿porqué a ellos?" militantes que solamente habían cumplido con su vocación y su inquietud de ayudar a construir un mundo mejor a favor de aquellos corridos e invisibilizados por el sistema. Es importante reconstruir esa parte de la historia no contada, que viene a romper con el mito de que "en la dictadura toda la sociedad" se quedó quieta. Mientras como usted bien señala, estuvieron los Juancito Amestoy, y muchos otros más que a lo largo y a lo ancho del país, articularon una red de contactos.

El gran vertebrador y arquitecto, el cerebro detrás de esta operatoria fue Don Oscar Alende, y la estructura del Partido Intransigente, con el Dr. Marino como una especie de "oficial de operaciones" y miles de silenciosos militantes. A nadie se le preguntaba de donde venía, si de la izquierda o de mas a la izquierda, o menos a la izquierda. Si venía del Socialismo o de los Grupos de Base de la Iglesia. Sólo era alguien que debía salvar su vida, y que ponía su vida en nuestras manos (y nosotros en las suyas, ya que se corría el peligro que se nos infiltrara algún servicio). Afortunadamente no sucedió nada de eso. Y muchos siguieron y siguen su vida sencilla. Algunos en la militancia activa, otros retirados.

Otros como Juancito allí, dejando huellas de su capacidad y su hombría de bien en sus respectivas comunidades, sin que la historia (hasta ahora) haya descubierto esa otra faceta, impronta tan enaltecedora como las que se le conocieron públicamente.

Le confieso Sala que muchos seguimos utilizando nuestros nombres de entonces, y a veces, al tocar un portero eléctrico, y ante la pregunta ¿Quién es? usamos alguna contraseña de las conocidas...

Sobre el Rafa Marino le puedo contar que era un viejo noctámbulo y tanguero, muy amigo de Edmundo Rivero entre otras cosas. Un día me avisa que tenía que viajar, yo por entonces vivía en Tres Arroyos. Me informa que a las 17 horas tenía que estar en la escribanía “XX” en La Plata, allí me iban a dar los libros de registro de firmas. De ahí te vas a Huinca Renancó me dijo, donde a tal hora te vas a encontrar con “ZZ”, otro compañero que anda en un Dodge 1500; el encuentro debe ser en la estación de Servicio que está “en tal sitio”. Tienen que firmar y vos antes de las 9 de la mañana debés llegar con los libros de registro firmados a la Escribanía.... Vos sabés que los libros de registro para un escribano son casi más importantes que su propia vida, pero esta operatoria es indispensable para convalidar una sucesión que se tramitaba con los herederos en la clandestinidad. Esta gente vive en la Provincia de San Luís, y hay que hacer todo antes de que se "enfríen" los huesos. Perdone que insista en no darle precisiones sobre lugares y apellidos, no hace falta, cada quien sabe, lo importante es lo que pasó...

Bueno, el Rafa era capaz de esas cosas. Yo tenía por entonces treinta y pico de años, y un 404 GP bastante "tocadito". Cosas que pasaron y que uno ahora no puede analizar con un criterio de racionalidad....”



Don Ángel
De La Cabrera a Guisasola
Historia de un Castellano Leonés



Prólogo


Doce historias encadenadas pueden transformarse imperceptiblemente en una novela con vínculos de integración aparente admitiendo una sensación de continuidad tácita, casi artificial. El Ángel hace referencia a un proceso migratorio en donde cada personaje va construyendo sus propios y exclusivos agobios, mimetizando fantasmales ausencias con ilusorias bienvenidas. Amores truncos y aledaños acompañan una suerte de solidaridad extrema, no siempre bien entendida. Hechos reales recrean mecanismos literarios ficticios y viceversa, los límites quedan difusos y lo relativo juega un papel trascendental. La epopeya de una madre con sus hijos y el fanatismo de un absurdo idealista contraponen de manera indeseable un recorrido plagado de despedidas. El pasado protagoniza, imponiéndose al presente, determinado incertidumbres y culpas compartidas. Víctimas y victimarios coquetean con el destino prometiéndose permanentes soledades, quedando presos de sus errores, aguardando aires favorables que nunca podrán disfrutar por un sapiente determinismo preestablecido. Esa extraña sensación de transcurrir a favor de seguridades inexistentes nacidas bajo el imperio del dolor y la resignación. El Ángel promete un recorrido probable y apacible. Es una historia común y como tal disfruta de egoísmos legítimos e ilegítimos, contraindicaciones y leves desacuerdos...

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