De
cuadreras y timberos I
En esos
pequeños pueblos no todo era trabajo honrado. Siempre había algún elemento que
aprovechando las tendencias normales, se las ingeniaba para hacerse de algunos pesos por medio de actividades
poco claras.
El juego
era una de esas actividades, sobre todo
en tiempos de cosecha, cuando por ahí una lluvia paralizaba el trabajo de las
cuadrillas de bolseros.
En todos
los pueblos había un “coimero” (aquí el sentido de la palabra es diferente al
que usamos habitualmente en la actualidad)
El coimero
era el que organizaba la jugada, ya fuera de “fico” ó “nueve”, un juego
carteado en el que gana el que con dos cartas suma 9 puntos o bien lo más
cercano. Como las negras no valen era la puntuación máxima. El otro juego habitual era el pase inglés.
El
“coimero” era el organizador de la jugada
y receptor de las apuestas de las que retenía para sí el 5% (El “cocin”,
o el “cocinuto”=canuto del 5%) del que después hacía el reparto con la
autoridad policial. Como es de imaginarse aquellos coimeros solían ser
“pesados”, capaces de mantener el orden en un ambiente, de por si afecto a
tomar algunos tragos de mas…
Aquella
noche, Don Medina había organizado una jugada de pase inglés, juego de dados en
que eran comunes los “chivos” o sea los dados cargados que el tallador
hábilmente cambiaba según se fueran dando las apuestas, para favorecer a la
banca.
En eso, se
apersonaron cuatro fornidos santiagueños, que estuvieron mirando un rato sin
apostar. Don Medina los animó “No le hacen un tirito muchachos….” Los
santiagueños se miraron, y dos de ellos, desprendiéndose el saco dejaron ver el
relumbrón de algo niquelado, cachas negras en sus cinturas, uno de ellos con su
marcado acento santiagueño, respondió: “Pero como no, pero con los dados
nuestros, no con los suyos”. Don Medina relojeó la situación, viéndose en
desventaja, ya que ambos portadores de
los “niquelettis” habían llevado disimuladamente sus manos como al descuido
cerca de sus armas, zanjó hábilmente la situación diciendo con una forzada sonrisa:
“Hagan como ustedes quieran nomas, muchachos”…..
Las
carreras cuadreras eran otro cantar. Ya no como la timba de cartas o dados que
funcionaban en lugares cerrados, por su naturaleza requerían del aire libre y
la luz del día. Por lo tanto era necesario “blanquearlas” por medio de alguna
institución, ya fuera el Club, la Cooperadora de la Escuela, o si era necesario,
la Comisión Pro-templo, receptoras del correspondiente 5% de comisión sobre las
apuestas. Aquí era común la “depositada” o sea una carrera en la que los dueños
de los caballos participantes “depositaban” su apuesta en la institución
organizadora, y terminada la carrera esta era la encargada de abonar el premio
al ganador, hecho el descuento reglamentario.
Pero por
fuera de estos movimientos “legales” pululaba una cantidad de apostadores
particulares que formalizaban sus apuestas “por afuera”, inclusive con “usura”,
(aquí la usura significaba por ejemplo “pago cinco a uno al alazán de fulano”) Las apuestas por afuera se formalizaban con un
simple “Pago” dicho en voz alta ante testigos.
El
resultado estaba dado por el Rayero, el veredicto solía ser controvertido lo
que traía generalmente conflictos entre gentes de peso específico elevado, y de
bastantes pocas pulgas, que de yapa acostumbraban andar “calzados”. Un tal
Molina, “compositor” de oficio (compositor era el que preparaba los caballos de
carrera) tuvo un encontronazo con un vasco grandote, bastante mal arreado, en
que la cosa subió de tono, y ambos contendientes dieron un par de pasos atrás,
signo inevitable de que iban a “arrancar” (arrancar=sacar los revólveres). El
vasco, pegó el grito “Jah! ¡Con nadie te has ido a meter, justo con Juan
XXX!!!! Y ahí nomás arrancó el “lechucero”, un viejo tipo de revólver de tambor
fijo que se abría al medio. Inadvertidamente al sacarlo accionó el mecanismo
que lo abría, y las balas del tambor cayeron al suelo desparramándose entre el
pasto. Situación tragicómica ya que su adversario armado a quien había desafiado,
estaba ahí nomás a tres metros revolver en mano.
Para
completar aquel cuadro, Juan XXX se puso en cuatro a tratar de encontrar las
balas en el pasto.
Ha quedado
en la historia del Pago Mayolero como la patada en el culo más efectiva jamás
vista, la que Molina le puso ese día….