El escritor y su gato compartiendo soledades

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Los infiernos del escritor

martes, 1 de septiembre de 2015

De cuadreras y timberos I y II de Antonio Diez "El Mayolero", nuestro sabio del boliche...





De cuadreras y timberos I






En esos pequeños pueblos no todo era trabajo honrado. Siempre había algún elemento que aprovechando las tendencias normales, se las ingeniaba para hacerse  de algunos pesos por medio de actividades poco claras.
El juego era una de esas actividades,  sobre todo en tiempos de cosecha, cuando por ahí una lluvia paralizaba el trabajo de las cuadrillas de bolseros.
En todos los pueblos había un “coimero” (aquí el sentido de la palabra es diferente al que usamos habitualmente en la actualidad)
El coimero era el que organizaba la jugada, ya fuera de “fico” ó “nueve”, un juego carteado en el que gana el que con dos cartas suma 9 puntos o bien lo más cercano. Como las negras no valen era la puntuación máxima.  El otro juego habitual era el pase inglés.
El “coimero” era el organizador de la jugada  y receptor de las apuestas de las que retenía para sí el 5% (El “cocin”, o el “cocinuto”=canuto del 5%) del que después hacía el reparto con la autoridad policial. Como es de imaginarse aquellos coimeros solían ser “pesados”, capaces de mantener el orden en un ambiente, de por si afecto a tomar algunos tragos de mas…
Aquella noche, Don Medina había organizado una jugada de pase inglés, juego de dados en que eran comunes los “chivos” o sea los dados cargados que el tallador hábilmente cambiaba según se fueran dando las apuestas, para favorecer a la banca.
En eso, se apersonaron cuatro fornidos santiagueños, que estuvieron mirando un rato sin apostar. Don Medina los animó “No le hacen un tirito muchachos….” Los santiagueños se miraron, y dos de ellos, desprendiéndose el saco dejaron ver el relumbrón de algo niquelado, cachas negras en sus cinturas, uno de ellos con su marcado acento santiagueño, respondió: “Pero como no, pero con los dados nuestros, no con los suyos”. Don Medina relojeó la situación, viéndose en desventaja,  ya que ambos portadores de los “niquelettis” habían llevado disimuladamente sus manos como al descuido cerca de sus armas, zanjó hábilmente la situación diciendo con una forzada sonrisa: “Hagan como ustedes quieran nomas, muchachos”…..



De timberos y cuadreras II







Las carreras cuadreras eran otro cantar. Ya no como la timba de cartas o dados que funcionaban en lugares cerrados, por su naturaleza requerían del aire libre y la luz del día. Por lo tanto era necesario “blanquearlas” por medio de alguna institución, ya fuera el Club, la Cooperadora de la Escuela, o si era necesario, la Comisión Pro-templo, receptoras del correspondiente 5% de comisión sobre las apuestas. Aquí era común la “depositada” o sea una carrera en la que los dueños de los caballos participantes “depositaban” su apuesta en la institución organizadora, y terminada la carrera esta era la encargada de abonar el premio al ganador, hecho el descuento reglamentario.
Pero por fuera de estos movimientos “legales” pululaba una cantidad de apostadores particulares que formalizaban sus apuestas “por afuera”, inclusive con “usura”, (aquí la usura significaba por ejemplo “pago cinco a uno al alazán de fulano”) Las apuestas por afuera se formalizaban con un simple “Pago” dicho en voz alta ante testigos.
El resultado estaba dado por el Rayero, el veredicto solía ser controvertido lo que traía generalmente conflictos entre gentes de peso específico elevado, y de bastantes pocas pulgas, que de yapa acostumbraban andar “calzados”. Un tal Molina, “compositor” de oficio (compositor era el que preparaba los caballos de carrera) tuvo un encontronazo con un vasco grandote, bastante mal arreado, en que la cosa subió de tono, y ambos contendientes dieron un par de pasos atrás, signo inevitable de que iban a “arrancar” (arrancar=sacar los revólveres). El vasco, pegó el grito “Jah! ¡Con nadie te has ido a meter, justo con Juan XXX!!!! Y ahí nomás arrancó el “lechucero”, un viejo tipo de revólver de tambor fijo que se abría al medio. Inadvertidamente al sacarlo accionó el mecanismo que lo abría, y las balas del tambor cayeron al suelo desparramándose entre el pasto. Situación tragicómica ya que su adversario armado a quien había desafiado, estaba ahí nomás a tres metros revolver en mano.
Para completar aquel cuadro, Juan XXX se puso en cuatro a tratar de encontrar las balas en el pasto.
Ha quedado en la historia del Pago Mayolero como la patada en el culo más efectiva jamás vista, la que Molina le puso ese día….