El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

miércoles, 26 de agosto de 2015

DE UN SUICIDIO FRUSTRADO - Cuento - de Antonio Diez "El Mayolero"




De un suicidio frustrado

En Aparicio (F.C.Roca) como en todos esos pequeños centros poblados había un tambero/lechero que abastecía con el ordeñe de algunas vaquitas medio flacas el consumo de la población.
Era el año 1961, en primavera, y aquel tambero, Don Álvarez, como todos esos tamberos de pueblo hacía su rutina. Ordeñe, envasado de la leche en botellas de litro (ex vino), y soltar las vacas al “potrero largo” o sea la calle para que fueran pastoreando y así ahorrar el pasto de su propio potrero. Las vacas, ya conocían el camino, y hacían también su rutina diaria, mientras Don Álvarez desayunaba y hacía el reparto.
Don Álvarez andaba aquejado de una profunda depresión al punto que le hacía rondar la idea del suicidio, y ese día de octubre de 1961 tomó la trágica decisión. Se calzó el viejo revólver en la faja, montó a caballo y salió siguiendo a sus vaquitas por el camino a Guisasola, donde a unos 8 kilómetros cruza el Arroyo Los Gauchos, hasta donde sus vacas llegaban a tomar agua, para emprender el tranquilo regreso a su querencia.
Y así fue, que llegado al lugar, luego de que sus vaquitas y su fiel compañero el caballo saciaran su sed, lo encaró por el camino de vuelta.
Le sacó el freno al caballo, y le dio un suave azote por las patas traseras a modo de despedida. El caballo y las vacas llegarían solos esta vez al rancho.
Se sentó a orillas del arroyo, sacó el revólver y se dispuso a cumplir con su trágica decisión.
Plic, el tiro no salió. Plic volvió a gatillar, con el mismo resultado negativo, hasta agotar el tambor…. ¡Quién sabe los años que tendría aquella munición!
Se había quedado con el freno, y mirando hacia el puentecito del ferrocarril, se le ocurrió otra idea; ya que las balas no pudieron cumplir su cometido, decidió ahorcarse.
Ató una rienda con la otra, hizo un nudo corredizo para su cuello, y subió al terraplén dirigiéndose al puente. Ató la otra punta al riel y se largó nomás. Riendas de piola, apero de pobre, no aguantaron el chicotazo, y allá cayó Don Álvarez al barro de la orilla del arroyito.
Frustrados sus dos primeros intentos, sucio, embarrado, y a la vez emperrado en cumplir con su trágica determinación sacó el viejo reloj de bolsillo, y miró la hora. ¡Ahí estaba su salvación! En 40 minutos más pasaría el tren de pasajeros que venía de Bahía Blanca, y se sentó en medio de los rieles a esperar….
Mientras tanto, un vecino que venía en su camioneta del lado de Aparicio, cruzó como era costumbre las vaquitas de Don Álvarez que mansamente iban completando su dieta mientras volvían a su casa. Era parte de la rutina ver las vacas en el “potrero largo” a esa hora. Lo que llamó la atención al chacarero vecino fue que el caballo viniera sin su jinete. Y de allí en adelante fue prestando atención a las orillas del camino para ver que había sido de Don Álvarez. ¿Algún accidente? ¿Una descompostura? Había cosas que no cerraban… Por otra parte había visto que el caballo no venía arrastrando las riendas, que venía sin freno, indicativo de que no lo había volteado al jinete, sin que este lo hubiera soltado (por otra parte era improbable que aquel matungo viejo tuviera algún arresto de bríos como para siquiera ensayar un corcovo).
Todas estas cosas pasaban por la mente del buen vecino mientras manejaba lentamente prestando mucha atención para ver que habría sucedido, cuando al ir aproximándose al puentecito sobre el Arroyo, lo vio,  allá sobre el terraplén, sentado entre los rieles.
Detuvo la camioneta, cruzó el alambrado, subió al terraplén y se aproximó.
¡Buen día Don Álvarez! ¿Qué le anda pasando? ¿Qué hace acá ¿
Don Álvarez lo miró y con voz quebrada le contó sus desventuras de frustrado suicida… ¿Y ahora que va a hacer? preguntó el vecino. “Estoy esperando que pase el tren y me mate” dijo Don Álvarez con fiera determinación.
El vecino se agachó un poco, lo tomó del brazo y lo hizo incorporar diciendo: “Venga Don Álvarez que hay huelga del ferrocarril, lo llevo de vuelta para su casa, y no se hable más del tema. Esto queda entre nosotros nomás.

(Érase que a raíz de la aplicación del Plan Larkin en Octubre de 1961 se desató una huelga ferroviaria que duró 42 días)