El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

viernes, 27 de noviembre de 2015

Billar, Blues y alguna blasfemia de amor en rima





No me extrañe, sigo estando…
Tanto la necesito como me necesito.
Mi boca es su boca porque la besa
y mis labios la besan porque es su boca.
No tenga miedo, llego y parto a cada instante,
porque mi tiempo es su tiempo y mi corazón su reloj.
Anule sus negras fantasías, mi vida es su vida,
y su vida es la historia y el alma de quien la enamoro.
Tampoco existe lugar para la confusión y créame
nada se compara a sus caricias,
ni ese paño verde con nubarrones de tabaco
en donde tres bolas de marfil mienten entre bandas,
y menos aún esas charlas infinitas de café
que más allá de dos Fernet
no pasan de la vereda.
Le ruego entonces un solo rato de su tiempo,
breve licencia y permiso,
sin impericias,
en pos de esos versos incompletos
con la leve intención
de poder extrañar sus besos.

Autor: GMS




lunes, 16 de noviembre de 2015

Aquellos heroicos colectiveros - Cuento - Autor: Antonio Diez “El Mayolero”







de Antonio Diez "El Mayolero"



 (¡Volantealo hermano, volantealo!)        

No siempre las líneas ferroviarias coincidían con la realidad de los pobladores de las zonas que recorrían. En mis pagos sureros, por ejemplo, existían localidades de importancia cuya comunicación con la cabecera del Partido era muy poco práctica por vía ferroviaria.
Tal el caso de Orense, San Francisco de Bellocq y Copetonas ubicadas sobre la vieja “línea de la costa” (Ramal Defferrari-Dorrego) con Tres Arroyos. En el Partido de González Chaves era el caso de De la Garma y Juan E. Barra con la cabecera.
Así heroicos emprendedores del transporte de pasajeros vieron lo que hoy se llamaría “el nicho del mercado” y tomando la tradición de las viejas galeras, (algunos de ellos sucesores directos de los galeristas) iniciaron el transporte de pasajeros entre las localidades y las cabeceras.
Todas ellas tenían una característica común; salían de la localidad por la mañana temprano, hacia la cabecera de distrito, y regresaban por la tarde, sobre el fin del horario comercial.
Los caminos: de tierra y gracias. (Estoy hablando de las décadas de los ’30 y 40 del siglo pasado). En verano polvaderas, en invierno barriales y pantanos.
Los vehículos, camiones originariamente, carrozados y con algunos asientos, generalmente ya baqueteados en servicios urbanos en las grandes ciudades, trajinaban esos caminos.
“La Primera Dorreguense” a Copetonas y Oriente, “Funes y Lencinas” a Orense (luego Yanacone), “La Victoria” y “Detroit” a San Francisco y Claromecó, “Fucile” y luego “La Estrella del Sud” a San Mayol, Ochandio y San Cayetano, y la que será sujeto de estos recuerdos “Corradini Hermanos” desde De La Garma a González Chaves.
A los inconvenientes ya citados de los caminos, y los trajinados colectivos, en épocas de la 2ª Guerra Mundial se sumó la escasez (o directamente inexistencia) de neumáticos y repuestos. Lo de los repuestos más o menos se iba piloteando con el ingenio y la creatividad de los mecánicos de pueblo, pero los neumáticos eran un insumo crítico.
También aquí el ingenio y la creatividad hicieron su aporte, con el recauchutado, pero tenía una limitante que era el propio casco del neumático, que entonces era de telas de algodón. Finalmente el casco comenzaba a ceder hacia algún lado, y se producía el reventón. Aquí el ingenio de los gomeros desarrolló el “manchón” que era un refuerzo que se colocaba entre la cámara y el neumático cubriendo la parte dañada. Soluciones de emergencia que permitían cubrir el servicio diario entre cabeceras.
Para facilitar el manejo en los caminos de tierra, y el ocasional barro, se usaban con ruedas traseras simples, llevando las duales como auxiliares en soportes ad-hoc sobre el paragolpes trasero.
Sobre el techo de la unidad, un emparrillado hacía de portaequipajes, y al mismo tiempo llevaba alguna otra rueda armada por si acaso.
Los Hermanos Corradini eran dos, conocidos por “El casado” y “El Soltero”. El soltero era el chofer y el casado el guarda, que viajaba parado en el escalón.
El casado era el encargado de hacer el reparto de paquetes y comisiones. Sus conocimientos de manejo eran bastante precarios, pero se las arreglaba.
Una mañana, haciendo el reparto, en una conversación de gomería escuchó un par de camioneros que comentaban un reventón de un neumático delantero…. “¿Y no volcaste?” dijo uno, y el otro contestó “¡¡¡¡Nooo!!! “¡Gracias que lo volantíe lo pude tener!”. El Casado paró la oreja, y mentalmente tomó nota. “En caso de reventar una goma, hay que volantearlo….”
Fines de diciembre; calor agobiante, a las 5 de la tarde salían para De la Garma. Nada de viento, pocos días antes había llovido, y al centro del camino los huellones, ya secos daban testimonio del tráfico entre el barro, pero ya se podía circular por la orilla donde estaba más parejo. El colectivo, un baqueteado Chevrolet 1934 iba con pasaje completo, inclusive varios pasajeros parados, marchaba a su velocidad de crucero (35 Kph). Sol en contra, tierra suelta, el soltero lo llevaba como podía, cuando de pronto se sintió un estallido. El casado recordó lo aprendido e inmediatamente gritó “¡Una goma!”, “¡Volantealo hermano Volantealo!”. El otro sin analizar mucho la pertinencia del consejo, sacó el pie del acelerador, y comenzó a volantear…..
De pronto, en esos volanteos, mordió el huellón seco, y ahí sí que se armó. El chevrolecito como en cámara lenta se fue inclinando y volcó.
Mujeres que gritaban, chicos que lloraban, un verdadero pandemónium, hasta que fueron evacuando la unidad. Afortunadamente nadie resultó herido, y con la ayuda de los hombres del pasaje pusieron el colectivo nuevamente sobre sus ruedas.
Entonces se dispusieron a reemplazar el neumático reventado, pero para su sorpresa, se encontraron con las cuatro ruedas en orden. ¿Qué había sucedido? Una de las auxiliares, la más deteriorada, que estaba sobre el techo y ahora yacía cerca del alambrado, floja de manchones y con el calor que había elevado la presión, había reventado solita nomás….
Años después vendría el asfalto, y con el asfalto las empresas más grandes fueron desplazando a aquellos heroicos colectiveros que hicieron historia, a veces risueña pero que abrieron los caminos al transporte de pasajeros en lugares donde realmente el servicio se necesitaba.

Antonio (El Mayolero)



jueves, 12 de noviembre de 2015

Un soneto y un blues... los dos hacen a la tarde....




Soneto de la Lágrima

Una lágrima, mezquina y atrevida,
porfiada, teme apenas sostenerse
improvisa senderos sin moverse
de su cauce en tu ruta dolorida

desanda la cosmética partida
reside su congoja por saberse
compañera tajante al detenerse
entusiasta por males de crecida.

Es enigma de una gota sometida
ofrenda por quebrarse, por perderse,
sepultura versada y corrompida

quebranto, magro duelo y bienvenida
inasible paisaje sin mecerse
atrevido tormento de la vida.



Autor GMS









martes, 3 de noviembre de 2015

Si no lo entendés políticamente, el arte te lo explica





Durante estos últimos 4 años he publicado este maravilloso cuento político de Giovanni Papini en varias oportunidades a favor de ciertas observaciones políticas y sociales que venía realizando. Estamos a punto de realizar una pésima operación, y nadie nos está forzando, estamos en democracia, nosotros somos los que decidimos…


La compra de la República
Giovanni Papini



En este mes he comprado una República. Capricho costoso que no tendrá continuaciones. Era un deseo que tenía desde hace mucho tiempo y del que he querido librarme. Me imaginaba que eso de ser el amo de un país daba más gusto. La ocasión era buena y el negocio quedó concluido en pocos días. Al presidente le llegaba el agua hasta el cuello: su ministerio, compuesto por paniaguados suyos, estaba en peligro. Las arcas de la República estaban vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal para el derrocamiento de todo el clan que asumía el poder, tal vez de una revolución. Ya había un general que armaba bandas de rebeldes y prometía cargos y empleos al primero que llegaba. Un agente norteamericano que estaba allí me advirtió. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República y además asigné al presidente, a todos los ministros y a sus secretarios unos estipendios dobles que los que recibían del Estado. Me han dado en prenda -sin que lo sepa el pueblo- las aduanas y los monopolios. Además, el presidente y los ministros han firmado un convenio secreto que, prácticamente, me da el control sobre toda la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el amo casi absoluto del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención, bastante fuerte, para la renovación del material del ejército y me he asegurado, a cambio de ello, nuevos privilegios. El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las cámaras continúan legislando, en apariencia libremente; los ciudadanos siguen imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de los acontecimientos. No saben que todo lo que ellos creen poseer -vida, bienes, derechos civiles- penden, en última instancia, de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí. Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma de la Constitución, el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrantes. Podría, si quisiese, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar con ello al Gobierno, desde el presidente hasta el último secretario. No me sería imposible empujar al país que tengo en mis manos a declarar la guerra a una de las repúblicas limítrofes. Este poder oculto, pero ilimitado, me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todas las molestias y servidumbre de la comedia política es una fatiga tremenda; pero ser el titiritero que, tras el telón, puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a sus movimientos es un oficio voluptuoso. Mi desprecio por los hombres encuentra aquí un sabroso alimento y miles de confirmaciones. Yo no soy más que el rey de incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido adueñármela y el evidente interés de todos los enterados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, y bastante más grandes e importantes que mi República, viven, sin darse cuenta, bajo una análoga dependencia de misteriosos soberanos extranjeros. Siendo necesario mucho más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño, como en mi caso, de un trust, de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o de banqueros. Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son efectivamente gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza, que continúan representando con naturalidad el papel de jefes legítimos.