de Antonio Diez "El Mayolero"
(¡Volantealo hermano,
volantealo!)
No
siempre las líneas ferroviarias coincidían con la realidad de los pobladores de
las zonas que recorrían. En mis pagos sureros, por ejemplo, existían
localidades de importancia cuya comunicación con la cabecera del Partido era
muy poco práctica por vía ferroviaria.
Tal
el caso de Orense, San Francisco de Bellocq y Copetonas ubicadas sobre la vieja
“línea de la costa” (Ramal Defferrari-Dorrego) con Tres Arroyos. En el Partido
de González Chaves era el caso de De la Garma y Juan E. Barra con la cabecera.
Así
heroicos emprendedores del transporte de pasajeros vieron lo que hoy se
llamaría “el nicho del mercado” y tomando la tradición de las viejas galeras,
(algunos de ellos sucesores directos de los galeristas) iniciaron el transporte
de pasajeros entre las localidades y las cabeceras.
Todas
ellas tenían una característica común; salían de la localidad por la mañana
temprano, hacia la cabecera de distrito, y regresaban por la tarde, sobre el
fin del horario comercial.
Los
caminos: de tierra y gracias. (Estoy hablando de las décadas de los ’30 y 40
del siglo pasado). En verano polvaderas, en invierno barriales y pantanos.
Los
vehículos, camiones originariamente, carrozados y con algunos asientos,
generalmente ya baqueteados en servicios urbanos en las grandes ciudades,
trajinaban esos caminos.
“La
Primera Dorreguense” a Copetonas y Oriente, “Funes y Lencinas” a Orense (luego
Yanacone), “La Victoria” y “Detroit” a San Francisco y Claromecó, “Fucile” y
luego “La Estrella del Sud” a San Mayol, Ochandio y San Cayetano, y la que será
sujeto de estos recuerdos “Corradini Hermanos” desde De La Garma a González
Chaves.
A
los inconvenientes ya citados de los caminos, y los trajinados colectivos, en
épocas de la 2ª Guerra Mundial se sumó la escasez (o directamente inexistencia)
de neumáticos y repuestos. Lo de los repuestos más o menos se iba piloteando
con el ingenio y la creatividad de los mecánicos de pueblo, pero los neumáticos
eran un insumo crítico.
También
aquí el ingenio y la creatividad hicieron su aporte, con el recauchutado, pero
tenía una limitante que era el propio casco del neumático, que entonces era de
telas de algodón. Finalmente el casco comenzaba a ceder hacia algún lado, y se
producía el reventón. Aquí el ingenio de los gomeros desarrolló el “manchón” que
era un refuerzo que se colocaba entre la cámara y el neumático cubriendo la
parte dañada. Soluciones de emergencia que permitían cubrir el servicio diario
entre cabeceras.
Para
facilitar el manejo en los caminos de tierra, y el ocasional barro, se usaban
con ruedas traseras simples, llevando las duales como auxiliares en soportes
ad-hoc sobre el paragolpes trasero.
Sobre
el techo de la unidad, un emparrillado hacía de portaequipajes, y al mismo
tiempo llevaba alguna otra rueda armada por si acaso.
Los
Hermanos Corradini eran dos, conocidos por “El casado” y “El Soltero”. El
soltero era el chofer y el casado el guarda, que viajaba parado en el escalón.
El
casado era el encargado de hacer el reparto de paquetes y comisiones. Sus
conocimientos de manejo eran bastante precarios, pero se las arreglaba.
Una
mañana, haciendo el reparto, en una conversación de gomería escuchó un par de
camioneros que comentaban un reventón de un neumático delantero…. “¿Y no
volcaste?” dijo uno, y el otro contestó “¡¡¡¡Nooo!!! “¡Gracias que lo volantíe
lo pude tener!”. El Casado paró la oreja, y mentalmente tomó nota. “En caso de
reventar una goma, hay que volantearlo….”
Fines
de diciembre; calor agobiante, a las 5 de la tarde salían para De la Garma.
Nada de viento, pocos días antes había llovido, y al centro del camino los
huellones, ya secos daban testimonio del tráfico entre el barro, pero ya se
podía circular por la orilla donde estaba más parejo. El colectivo, un
baqueteado Chevrolet 1934 iba con pasaje completo, inclusive varios pasajeros
parados, marchaba a su velocidad de crucero (35 Kph). Sol en contra, tierra
suelta, el soltero lo llevaba como podía, cuando de pronto se sintió un
estallido. El casado recordó lo aprendido e inmediatamente gritó “¡Una goma!”,
“¡Volantealo hermano Volantealo!”. El otro sin analizar mucho la pertinencia
del consejo, sacó el pie del acelerador, y comenzó a volantear…..
De
pronto, en esos volanteos, mordió el huellón seco, y ahí sí que se armó. El
chevrolecito como en cámara lenta se fue inclinando y volcó.
Mujeres
que gritaban, chicos que lloraban, un verdadero pandemónium, hasta que fueron
evacuando la unidad. Afortunadamente nadie resultó herido, y con la ayuda de
los hombres del pasaje pusieron el colectivo nuevamente sobre sus ruedas.
Entonces
se dispusieron a reemplazar el neumático reventado, pero para su sorpresa, se
encontraron con las cuatro ruedas en orden. ¿Qué había sucedido? Una de las
auxiliares, la más deteriorada, que estaba sobre el techo y ahora yacía cerca
del alambrado, floja de manchones y con el calor que había elevado la presión,
había reventado solita nomás….
Años
después vendría el asfalto, y con el asfalto las empresas más grandes fueron
desplazando a aquellos heroicos colectiveros que hicieron historia, a veces
risueña pero que abrieron los caminos al transporte de pasajeros en lugares
donde realmente el servicio se necesitaba.
Antonio
(El Mayolero)