Estaba
feliz. Me había levantado temprano de la siesta sabiendo que el conocimiento
estaba a la vuelta de la esquina. Con las lecturas previas de El Loco Dorrego
de Brienza, Fusilaron a Dorrego de Fradkin y de Manuel Dorrego, el Héroe y sus
cavilaciones de Calabrese supuse encontrarme a la altura de las circunstancias
para valorar y respetar en su justo término la real dimensión intelectual de nuestro eminente disertante.
El ámbito
era perfecto. Cierta intimidad y una treintena de personas de valor y
compromiso social daban marco adecuado a una charla debate en donde la política
y la historia se esforzarían por diseñar sus acuerdos y desacuerdos
amablemente, dejando de lado esas detestables y eruptivas pulseadas que solemos
observar cuando un par de lectores, más o menos avezados, rinden culto
deshonesto a sus supuestas sospechas eruditas.
Que va... el
alma de Sarlo se hizo presente, y por un rato me sentí Barone.
Al
desasnarme allí que Juan José Hernández Arregui presenta lecturas marxistas,
sesgadas y europeizantes, con respecto a nuestra historia reciente me encuentro
en la feliz obligación de leer nuevamente La Formación de la Conciencia
Nacional, Imperialismo y Cultura, ¿Qué es el Ser Nacional? y Nacionalismo y
Dependencia. Considero que el eminente disertante debía sostener razones
valederas y científicas de las cuales no puedo ni debo dudar. Tal vez lo leí
con cierto preconcepto, tal vez por pertenecer al campo del pensamiento popular
la figura del converso haya enamorado a Hernández Arregui de modo lograr
mimetizarse entre Jauretche y Scalabrini. No sé, es apenas una sospecha; soy
simplemente un apasionado y humilde lector.
En otro
orden de cosas estimo que José Pablo Feinmann no espera devoción de nadie ni
aspira a santidad alguna. Supongo que su inteligencia propone disparadores que
nos permiten ampliar nuestra base de debate y discusión con fundamentaciones
honestas, tan permeables y recortadas como otras, pero con un índice de
racionalidad que hacen relevante su figura como filósofo y analista.
También nos
enteramos que la violencia política no formaba parte del vademécum del General
Perón. Y eso es cierto, su revolución fue en paz; los cambios sociales
efectivizados luego de 1946 modificaron notablemente la vida de todos los
argentinos, sobre todo la vida de los trabajadores y la de los sectores más
vulnerables. Lo que no podemos ignorar es que dentro del movimiento se
desarrollaron brazos armados, tanto de derecha como de izquierda, que ni el
mismo General pudo acotar luego de haber sido factotum irremplazable de su
propia génesis. No olvidemos las reuniones en Puerta de Hierro que sostuvo en
varias ocasiones con aquella juventud maravillosa en las lamentables épocas de
la proscripción. Esto no configura en absoluto un reproche. Nada más lejos de
mi intención. Es una realidad histórica que no debemos ocultar si de criterios
científicos se habla. Tampoco creo que la inteligencia del General haya sido
engañada o sometida burdamente por las brujerías del mediocre y tristemente
célebre cabo López Rega.
La taxativa
definición sobre la pasividad juvenil de los ochenta no me parece contener
condimentos probatorios irrefutables y más teniendo en cuenta que uno, como
testigo y protagonista, fue participe de aquella resurrección estudiantil
postdictatorial. Recordemos solamente que las páginas de los Diarios exhibían
como noticia de tapa los resultados de las agrupaciones universitarias
partidarias en cada Claustro Nacional. Franja tenía significado y significante,
al igual que la Juventud Intransigente, la Funap, Upau, la JPU, el FJC, la JS y
demás agrupaciones trostksitas, maoístas, humanistas y hasta ecologistas.
Es cierto,
fuimos una juventud fiambre que, políticamente, se rindió demasiado rápido ante
la adversidad y el desencanto con aquellos que hablando de coraje arrugaron a
la primera de cambio, casi sin dar batalla intelectual; pero eso no desmerece
el entusiasmo y lo explosivo de su génesis. Recordemos bajo las faldas de quién
terminó sus días el político e historiador de la izquierda nacional el tardío Jorge
Abelardo Ramos.
Nada
garantiza que el actual encanto juvenil se consolide a través de una militancia
permanente ante otro desencanto o ante una nueva adversidad. El actual formato
social será clave para entender el futuro.
Coincido con
nuestro disertante. Con la democracia no se cura ni se educa ni se come. Se
cura con una política sanitaria popular, con médicos de excelencia y un modelo
de inversiones de carácter universal dejando de lado del Modelo Médico
Hegemónico que sostiene la variable costo/beneficio como capricho
institucional. Se educa con planes acordes y progresistas a favor del
conocimiento general y particular, con docentes bien pagos y centros de
instrucción y formación integrados a un proyecto de país, y se come con una
distribución justa de la riqueza.
Esto es: La
democracia con sustancia política y no solamente como modelo gestionalista.
Sospecho que
la ausencia del Coronel Manuel Dorrego en esta interesante tardenoche no se
debió a una cuestión de censuras ni de olvidos. Estimo que prefirió no asistir
entendiendo que su sacrificio, que las manchas de sangre en su casaca todavía
no eran suficientemente respetadas. Hubo intentos de algunos presentes para
arroparlo y traerlo a la fiesta intelectual. Pero no hubo caso. La política
internacional, Kadhafi, Mao, Reagan y la crisis de una sustancia llamada
petróleo que ni siquiera conoció, lo convencieron que asistir no tenía
demasiado sentido. Y fue una verdadera pena la decisión. Intuyo que prefirió
tomarse unos mates con Juan Maciel, crepúsculo mediante, en algún rincón del
pago en donde nadie con soberbia intelectual tenga la pretensión y el poco tino
de rubricar incómodamente alguna inútil sentencia universal.
El “después te
firmo” constituye el resultado de una pulseada de la que nunca
participé. Me llamó mucho la atención que del campo popular emerjan esas
chispas elitistas que hacen más a la actualidad de Sarlo y no tanto al
apasionamiento de un compañero que con esfuerzo y voluntad se nos acercó para
pasar un buen momento de charla y sana discusión.
Junto a mi
señora recorrimos cuarenta kilómetros entre ida y vuelta para escuchar y
aprender. No nos arrepentimos en lo absoluto. Gracias al Profesor pasamos una
estupenda velada de aprendizaje en la hoy inexistente No Tires Lavalle, junto a Carlos y Susana.
Al rato cayó el Coronel, encantado con el nombre del boliche junto a Juan
Maciel, seguro de estar a salvo de las sombras de la parroquia. Y estuvo
presente la vernácula política y la historia de nuestros dolores y nos
encontramos, tal vez sin tanta pompa ni boato con aquello que vinimos a buscar.
Demás está aclarar que a nadie se le ocurrió firmar ningún protocolo
intelectual al finalizar la reunión. El asunto fue mucho más simple, mucho más
humano, mucho más político.
Quién
sabe... hasta con algún rigor científico ciertamente casual.