El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

viernes, 28 de agosto de 2015

Linda la vida de Croto! Cuento - Antonio Diez "El Mayolero"




(Un cuento de catangos)

Ya casi entrando el verano, la cuadrilla de catangos se afanaba en sus trabajos de mantenimiento de las vías, ajustar bulones de los rieles, cambiar clavos y tirafondos, pala y pico limpiando las zanjas de descarga del agua de lluvia,  trabajos pesados a pleno sol, que llegando al mediodía ya se hacía agobiante. El sudor manchaba los sacos azules, y los sombreros de paja mas o menos protegían las cabezas.
A pocos metros de allí el capataz había dispuesto las zorras a la par, y el cocinero levantado la lona que haría de carpa para que al momento de la comida los protegiera del sol vertical, creando una módica ilusión de estar algo mas frescos.
Muy cerca del lugar, uno de los tantos arroyitos que surcan nuestras pampas. Aguas limpias que corrían mansamente, y unos cuantos sauces daban una buena sombra, en la cual unos cuatro o cinco crotos habían instalado su ranchada.
Uno de los catangos, el mas joven, cada tanto echaba una ojeada a los crotos que miraban pasar la vida como pasaban las aguas del arroyo. Mansamente.
Un par de cueros de nutria se oreaban colgados de la rama de un sauce, mientras que las nutrias se iban asando al fueguito.
El catango joven los miraba sudoroso, y pensaba “Taaa, que linda la vida de croto”
De pronto, el cocinero de la cuadrilla llamó a comer. El catango joven decidió ir a lavarse un poco al arroyo, y bajando el terraplén se dirigió al agua fresca. Una vez que se hubo refrescado, inició una conversación con los crotos que estaban allí a la sombra de los sauces. Hombres curtidos, sin edad calculable, por su aspecto, podrían tener 40 años, tanto como 70.
“Buen día”,
“Buen día”, la respuesta a coro.
“¿Hace mucho que andan por acá?” preguntó el joven catango (pregunta ociosa si las hay a un grupo de hombres para quienes el paso del tiempo hacía mucho que había dejado de tener sentido)
“Y, no se” dijo uno, “yo hace como tres o cuatro días que llegué, pero ellos ya estaban”.
“Yo los estaba viendo” dijo el joven catango, “Y pensaba, debe ser linda la vida de croto”, agregó.
“Ajá” fue el único comentario. Insistió “porque es linda la vida de croto, ¿no?”, y siguió diciendo, “no se si no largo a la mierda el ferrocarril y me largo yo también a crotear”.
El croto que parecía mas viejo y estaba asando las nutrias, que hasta entonces parecía no haber reparado en su presencia, levantó la vista de las brasitas, y le dijo: “Mire muchacho, pa’ que le voy a mentir, la vida de croto es linda, no hay horario, no hay obligación, naides lo manda. El invierno se pone mas bravo, pero siempre se encuentra una chacra donde por cortar leña y hacer algún otro trabajito, se puede dormir en el galpón. Se vive, ¿vio?”
Al catango joven le brillaban los ojos de entusiasmo, y el croto viejo siguió: “Pero hay una cosa que tiene que saber de entrada, pa’ que no lo sorprenda; se coje muy de vez en cuando”.

Cuento escuchado a mi querido amigo Alberto Sierra, que no me puede desmentir, ya que hace unos meses se fue a reunir con Marx y Engels.


miércoles, 26 de agosto de 2015

DE UN SUICIDIO FRUSTRADO - Cuento - de Antonio Diez "El Mayolero"




De un suicidio frustrado

En Aparicio (F.C.Roca) como en todos esos pequeños centros poblados había un tambero/lechero que abastecía con el ordeñe de algunas vaquitas medio flacas el consumo de la población.
Era el año 1961, en primavera, y aquel tambero, Don Álvarez, como todos esos tamberos de pueblo hacía su rutina. Ordeñe, envasado de la leche en botellas de litro (ex vino), y soltar las vacas al “potrero largo” o sea la calle para que fueran pastoreando y así ahorrar el pasto de su propio potrero. Las vacas, ya conocían el camino, y hacían también su rutina diaria, mientras Don Álvarez desayunaba y hacía el reparto.
Don Álvarez andaba aquejado de una profunda depresión al punto que le hacía rondar la idea del suicidio, y ese día de octubre de 1961 tomó la trágica decisión. Se calzó el viejo revólver en la faja, montó a caballo y salió siguiendo a sus vaquitas por el camino a Guisasola, donde a unos 8 kilómetros cruza el Arroyo Los Gauchos, hasta donde sus vacas llegaban a tomar agua, para emprender el tranquilo regreso a su querencia.
Y así fue, que llegado al lugar, luego de que sus vaquitas y su fiel compañero el caballo saciaran su sed, lo encaró por el camino de vuelta.
Le sacó el freno al caballo, y le dio un suave azote por las patas traseras a modo de despedida. El caballo y las vacas llegarían solos esta vez al rancho.
Se sentó a orillas del arroyo, sacó el revólver y se dispuso a cumplir con su trágica decisión.
Plic, el tiro no salió. Plic volvió a gatillar, con el mismo resultado negativo, hasta agotar el tambor…. ¡Quién sabe los años que tendría aquella munición!
Se había quedado con el freno, y mirando hacia el puentecito del ferrocarril, se le ocurrió otra idea; ya que las balas no pudieron cumplir su cometido, decidió ahorcarse.
Ató una rienda con la otra, hizo un nudo corredizo para su cuello, y subió al terraplén dirigiéndose al puente. Ató la otra punta al riel y se largó nomás. Riendas de piola, apero de pobre, no aguantaron el chicotazo, y allá cayó Don Álvarez al barro de la orilla del arroyito.
Frustrados sus dos primeros intentos, sucio, embarrado, y a la vez emperrado en cumplir con su trágica determinación sacó el viejo reloj de bolsillo, y miró la hora. ¡Ahí estaba su salvación! En 40 minutos más pasaría el tren de pasajeros que venía de Bahía Blanca, y se sentó en medio de los rieles a esperar….
Mientras tanto, un vecino que venía en su camioneta del lado de Aparicio, cruzó como era costumbre las vaquitas de Don Álvarez que mansamente iban completando su dieta mientras volvían a su casa. Era parte de la rutina ver las vacas en el “potrero largo” a esa hora. Lo que llamó la atención al chacarero vecino fue que el caballo viniera sin su jinete. Y de allí en adelante fue prestando atención a las orillas del camino para ver que había sido de Don Álvarez. ¿Algún accidente? ¿Una descompostura? Había cosas que no cerraban… Por otra parte había visto que el caballo no venía arrastrando las riendas, que venía sin freno, indicativo de que no lo había volteado al jinete, sin que este lo hubiera soltado (por otra parte era improbable que aquel matungo viejo tuviera algún arresto de bríos como para siquiera ensayar un corcovo).
Todas estas cosas pasaban por la mente del buen vecino mientras manejaba lentamente prestando mucha atención para ver que habría sucedido, cuando al ir aproximándose al puentecito sobre el Arroyo, lo vio,  allá sobre el terraplén, sentado entre los rieles.
Detuvo la camioneta, cruzó el alambrado, subió al terraplén y se aproximó.
¡Buen día Don Álvarez! ¿Qué le anda pasando? ¿Qué hace acá ¿
Don Álvarez lo miró y con voz quebrada le contó sus desventuras de frustrado suicida… ¿Y ahora que va a hacer? preguntó el vecino. “Estoy esperando que pase el tren y me mate” dijo Don Álvarez con fiera determinación.
El vecino se agachó un poco, lo tomó del brazo y lo hizo incorporar diciendo: “Venga Don Álvarez que hay huelga del ferrocarril, lo llevo de vuelta para su casa, y no se hable más del tema. Esto queda entre nosotros nomás.

(Érase que a raíz de la aplicación del Plan Larkin en Octubre de 1961 se desató una huelga ferroviaria que duró 42 días)


martes, 4 de agosto de 2015

UNA NOCHE DE DEBATE HISTÓRICO-POLÍTICO...




Estaba feliz. Me había levantado temprano de la siesta sabiendo que el conocimiento estaba a la vuelta de la esquina. Con las lecturas previas de El Loco Dorrego de Brienza, Fusilaron a Dorrego de Fradkin y de Manuel Dorrego, el Héroe y sus cavilaciones de Calabrese supuse encontrarme a la altura de las circunstancias para valorar y respetar en su justo término la real dimensión intelectual de nuestro eminente disertante.
El ámbito era perfecto. Cierta intimidad y una treintena de personas de valor y compromiso social daban marco adecuado a una charla debate en donde la política y la historia se esforzarían por diseñar sus acuerdos y desacuerdos amablemente, dejando de lado esas detestables y eruptivas pulseadas que solemos observar cuando un par de lectores, más o menos avezados, rinden culto deshonesto a sus supuestas sospechas eruditas.
Que va... el alma de Sarlo se hizo presente, y por un rato me sentí Barone.
Al desasnarme allí que Juan José Hernández Arregui presenta lecturas marxistas, sesgadas y europeizantes, con respecto a nuestra historia reciente me encuentro en la feliz obligación de leer nuevamente La Formación de la Conciencia Nacional, Imperialismo y Cultura, ¿Qué es el Ser Nacional? y Nacionalismo y Dependencia. Considero que el eminente disertante debía sostener razones valederas y científicas de las cuales no puedo ni debo dudar. Tal vez lo leí con cierto preconcepto, tal vez por pertenecer al campo del pensamiento popular la figura del converso haya enamorado a Hernández Arregui de modo lograr mimetizarse entre Jauretche y Scalabrini. No sé, es apenas una sospecha; soy simplemente un apasionado y humilde lector.
En otro orden de cosas estimo que José Pablo Feinmann no espera devoción de nadie ni aspira a santidad alguna. Supongo que su inteligencia propone disparadores que nos permiten ampliar nuestra base de debate y discusión con fundamentaciones honestas, tan permeables y recortadas como otras, pero con un índice de racionalidad que hacen relevante su figura como filósofo y analista.
También nos enteramos que la violencia política no formaba parte del vademécum del General Perón. Y eso es cierto, su revolución fue en paz; los cambios sociales efectivizados luego de 1946 modificaron notablemente la vida de todos los argentinos, sobre todo la vida de los trabajadores y la de los sectores más vulnerables. Lo que no podemos ignorar es que dentro del movimiento se desarrollaron brazos armados, tanto de derecha como de izquierda, que ni el mismo General pudo acotar luego de haber sido factotum irremplazable de su propia génesis. No olvidemos las reuniones en Puerta de Hierro que sostuvo en varias ocasiones con aquella juventud maravillosa en las lamentables épocas de la proscripción. Esto no configura en absoluto un reproche. Nada más lejos de mi intención. Es una realidad histórica que no debemos ocultar si de criterios científicos se habla. Tampoco creo que la inteligencia del General haya sido engañada o sometida burdamente por las brujerías del mediocre y tristemente célebre cabo López Rega.
La taxativa definición sobre la pasividad juvenil de los ochenta no me parece contener condimentos probatorios irrefutables y más teniendo en cuenta que uno, como testigo y protagonista, fue participe de aquella resurrección estudiantil postdictatorial. Recordemos solamente que las páginas de los Diarios exhibían como noticia de tapa los resultados de las agrupaciones universitarias partidarias en cada Claustro Nacional. Franja tenía significado y significante, al igual que la Juventud Intransigente, la Funap, Upau, la JPU, el FJC, la JS y demás agrupaciones trostksitas, maoístas, humanistas y hasta ecologistas.
Es cierto, fuimos una juventud fiambre que, políticamente, se rindió demasiado rápido ante la adversidad y el desencanto con aquellos que hablando de coraje arrugaron a la primera de cambio, casi sin dar batalla intelectual; pero eso no desmerece el entusiasmo y lo explosivo de su génesis. Recordemos bajo las faldas de quién terminó sus días el político e historiador de la izquierda nacional el tardío Jorge Abelardo Ramos.
Nada garantiza que el actual encanto juvenil se consolide a través de una militancia permanente ante otro desencanto o ante una nueva adversidad. El actual formato social será clave para entender el futuro.
Coincido con nuestro disertante. Con la democracia no se cura ni se educa ni se come. Se cura con una política sanitaria popular, con médicos de excelencia y un modelo de inversiones de carácter universal dejando de lado del Modelo Médico Hegemónico que sostiene la variable costo/beneficio como capricho institucional. Se educa con planes acordes y progresistas a favor del conocimiento general y particular, con docentes bien pagos y centros de instrucción y formación integrados a un proyecto de país, y se come con una distribución justa de la riqueza.
Esto es: La democracia con sustancia política y no solamente como modelo gestionalista.
Sospecho que la ausencia del Coronel Manuel Dorrego en esta interesante tardenoche no se debió a una cuestión de censuras ni de olvidos. Estimo que prefirió no asistir entendiendo que su sacrificio, que las manchas de sangre en su casaca todavía no eran suficientemente respetadas. Hubo intentos de algunos presentes para arroparlo y traerlo a la fiesta intelectual. Pero no hubo caso. La política internacional, Kadhafi, Mao, Reagan y la crisis de una sustancia llamada petróleo que ni siquiera conoció, lo convencieron que asistir no tenía demasiado sentido. Y fue una verdadera pena la decisión. Intuyo que prefirió tomarse unos mates con Juan Maciel, crepúsculo mediante, en algún rincón del pago en donde nadie con soberbia intelectual tenga la pretensión y el poco tino de rubricar incómodamente alguna inútil sentencia universal.
El “después te firmo” constituye el resultado de una pulseada de la que nunca participé. Me llamó mucho la atención que del campo popular emerjan esas chispas elitistas que hacen más a la actualidad de Sarlo y no tanto al apasionamiento de un compañero que con esfuerzo y voluntad se nos acercó para pasar un buen momento de charla y sana discusión.
Junto a mi señora recorrimos cuarenta kilómetros entre ida y vuelta para escuchar y aprender. No nos arrepentimos en lo absoluto. Gracias al Profesor pasamos una estupenda velada de aprendizaje en la hoy inexistente No Tires Lavalle, junto a Carlos y Susana. Al rato cayó el Coronel, encantado con el nombre del boliche junto a Juan Maciel,  seguro de estar a salvo de las sombras de la parroquia. Y estuvo presente la vernácula política y la historia de nuestros dolores y nos encontramos, tal vez sin tanta pompa ni boato con aquello que vinimos a buscar. Demás está aclarar que a nadie se le ocurrió firmar ningún protocolo intelectual al finalizar la reunión. El asunto fue mucho más simple, mucho más humano, mucho más político.
Quién sabe... hasta con algún rigor científico ciertamente casual.