El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

lunes, 30 de marzo de 2015

Cuando el Arte Explica: San Cristóbal ya tiene satélite!... Sat 786 XY System de Javier Martín Miró










...sobre cámaras y cosas por el estilo...


San Cristóbal, pujante comuna del oeste de la Provincia, estaba en una nueva etapa de modernización y  racionalización económica. Seguía la transformación experimentada por tantos otros pueblos de la zona como Guamini, Bolivar, o Daireax. La llegada de las modernas variedades de soja y el aumento del régimen de precipitaciones pluviales habían inyectado una importante suma de dinero a la economía con el consecuente aumento de las ambiciones políticas de algunos líderes de la zona. El Intendente de San Cristóbal, Don Manuel Sánchez del Solar, convoco a su despacho a los 3 inspectores de transito del pueblo y al Tesorero Jorge Luís Peralta. En la antesala se encontraba tras su escritorio la recepcionista Mercedes Fresas del Pilar con sus jóvenes 26 años, su espléndida figura y su largo pelo ondulado; del otro lado los inspectores sentados en un banco  contra la pared con caras de asustados y mirada apesadumbrada. No era para menos, ya habían pasado largos 20 minutos de espera pero nadie atinaba siquiera a preguntar si se podía pasar. La secretaria tenía reconocida fama por ser extremamente estricta y celosa de la entrada al despacho del señor Intendente. Decían las malas lenguas que el Intendente de ser re-electo se divorciaría de su esposa, promovería a su secretaria en el Directorio y se iría a vivir con ella. El comienzo del año electoral y los rumores entre los pasillos de que se entraría en una etapa de ajuste para poner las cuentas de la Municipalidad en caja preocupaban en particular a sus tres convocados.
De ellos, Joaquín Pérez Duca era quien menos se preocupaba tanto por su futuro como por el de sus dos compañeros. Hijo de Pedro Pérez Duca, conocido chacarero de la zona, era propietario de una mediana pyme agropecuaria mixta, se podría decir que tenia de alguna forma su porvenir asegurado. Pedro siempre guardó en su corazón la esperanza de que Joaquín volviese al campo a hacerse cargo, pero el joven siempre prefirió trabajar en el pueblo, estudiar sociología en Pehuajo, y meterse en política para disgusto de su padre. Militante de todo partido de izquierda que alguna vez trató de ganar votos en San Cristobal era ahora uno de los puntales del  Nuevo Socialismo Progresista Democrático, agrupación mirada con desazón y desconfianza por los tradicionales Radicales o Conservadores del pueblo acusándolos de ser ni más ni menos que otra rama del viejo Trotskismo Revolucionario Combativo que alborotó las calles del pueblo allá por los 80’s con sus paros y sus marchas provocando el cierre de la pequeña factoría de vasitos para helados El Conito ante las insensibles exigencias de sus 5 empleados.
Los otros dos eran Carlitos Gorostiaga y Daniel Martín, ambos típicos personajes del pueblo; sólo iban al campo para alguna que otra changa en el tiempo de cosecha, trabajaban en la Municipalidad desde que dejaron el colegio en tercer año del Nacional y pasaron por diferentes puestos empezando bien de abajo; de ordenanzas o limpieza hasta al cómodo puesto de Inspector.
La amenaza de perder los puestos de trabajo pesaban como una oscura sombra de temor y desamparo sobre estos dos últimos mientras esperaban en la antesala del despacho del  Intendente, particularmente era el caso de Carlitos debido a que su señora estaba embarazada de su tercer hijo, justo en este momento en que a pesar de la bonanza económica  las oportunidades de trabajo no habían crecido, en especial desde el cierre de la pequeña fábrica El Conito

Llegó finalmente el momento. Mercedes recibió el llamado del Intendente pidiéndole que haga pasar a los empleados.
-        “Pasen pasen que no hay tiempo que perder” ,anuncio’ con tono amable el señor Intendente,
Al pasar se encontraron con la figura del Contador Peralta. Funcionario de inmaculado traje y corbata, portando su acostumbrada cara de culo característica. En esta oportunidad estaba acompañado de un tipo flaco con anteojos, medio pelirrojo, nunca visto en el pueblo. Las ventanas del elegante despacho estaban tapadas y un proyector desplegaba alternativamente complicados gráficos, imágenes del espacio, naves espaciales y paisajes  lunares.
-        Te dije, te dije que nos iban a echar, nos van a dar una patada en el culo que vamos a quedar en órbita”.- Carlitos le repetía por lo bajo y en el oído  a Daniel-
Una vez sentados en la larga mesa oval Don Manuel empezó la disertación sin hacerse esperar con el empuje y entusiasmo que caracterizaban sus discursos de campaña.
-        Ustedes saben que este es un año electoral, y que el gobierno provincial entrega fondos distributivos recaudados por la provincia en general  hacia los distintos distritos en particular”
-        Los Municipios que mejor manejan las finanzas son los que más reciben” –agregó el Contador-
-        ¿Y nosotros cómo estamos? Pregunto inocentemente Daniel
-        No muy bien -  respondió con un tono seco, propio de funebrero,  el Contador -
Carlitos le reiteraba en el oído a Daniel - te dije, te dije que nos iban a echar, nos van a dar una patada en el culo. Joaquín tomó la ofensiva y declaró sin pelos en la lengua afirmó: 
-        No estaríamos tan mal si las dos grandes acopiadoras de cereales pagaran los impuestos municipales correspondientes  en lugar de estar enganchándose de moratoria en moratoria resguardándose en supuestas declaraciones de pérdidas originadas en balances truchos”.

Carlitos se tapaba la cara con una carpeta que habían dejado de la reunión anterior como evitando mostrar la mas mínima señal de apoyo a las sagaces acusaciones de Joaquín, mientras seguía murmurando a la oreja de Daniel -“cagamos Dani se metió el Che, ahora sí que nos echan seguro”
Don Manuel se apresuró a contestarle antes de que Joaquín diga algo más incriminatorio o inadecuado-
-        ”Ja ja,  no es tan así camarada Pérez Duca. Los mecanismos de los poderosos para pagar el mínimo tributo son varios y complejos pero no difieren de una comuna a otra. El asunto es en que nos aventajan, ¿no es así señor Tesorero?
-        Bueno, ya que me lo preguntan aquí tengo algunos gráficos acerca de los factores económicos de los tres municipios vecinos  - Peralta presionaba los botones del control remoto y en la pantalla se desplegaban los gráficos de área sembrada, porcentajes de cosecha, precios, producción vacuna y demás variables.
-        Como podemos ver, hectáreas más, hectáreas menos, quintales de soja más o menos, no hay mucha diferencia entre los  tres distritos. Las mayores diferencias están en gastos administrativos, uso de los vehículos oficiales, y recaudación de multas.
-        Vale decir que para salvar la candidatura del compañero Sánchez del Solar, tenemos que salir a meter multas a lo pavote  - retomó el ataque Joaquín –
-        Claro, como en Bolívar. Esos desgraciados le meten multa a Dios y María Santísima. Hace poco llevé a mi vieja al oculista y no tuve otra opción de parar en doble fila no más de 30 segundos en la puerta del consultorio para que baje y ya estaba el inspector con su librito. Que quiere, que la tire con el coche en marcha le protesté -  se animó a refutar Daniel –
-        Señores si me permiten no es cuestión de multar a lo pavote como dicen ustedes, estoy seguro que hay un número de infracciones que pasan desapercibidas todos los días. - De este modo el misterioso pelirrojo había ingresado al debate de la discusión con tono petulante y una falsa sonrisa - Permítanme presentarme, mi nombre es Romualdo Mac Intock. Soy Astrónomo, graduado en la Universidad técnica de Munich en mayo de 2005, titulo correspondiente a un grado académico Superior e involucrando en un proyecto de investigación de un año y una tesis de maestría. En octubre de 2008, exactamente tres años antes de lo previsto por el programa de estudios, obtuve mí doctorado en astronomía de la Universidad de Copenhague. Además soy colaborador  en conjunto con el Administrador de la NASA, Dr. James Fletcher, en el desarrollo sobre la utilización práctica de imágenes satelitales Landsat y sus satélites sucesores. También desarrollo funciones como administrador espacial del grupo de satélites Sat 707 -786 y encargado de proyectos que utilicen imágenes satelitales para beneficio práctico de las comunidades rurales. Pero no estamos aquí para discutir mi currículum. Por favor, les pido echen un vistazo a estas fotos seleccionadas de un grupo de imágenes producidas por el satélite Sat 786. ¿Reconocen a alguien”? Preguntó el Astrónomo.
San Cristóbal, como todo pueblo, tenía la infaltable plaza, donde se daba la vuelta del perro, la Municipalidad, la parroquia, y el Banco de la Provincia. Decoraban el paisaje una serie de elegantes cafés y restaurantes que extendían sus mesas sobre las veredas. Estos negocios y algunas  tiendas de ropa fina se habían asentado exitosamente en los últimos años. De la esquina norte de la plaza salía el elegante boulevard, tanto en este como en el centro de la plaza dominaban los tilos pero de tanto en tanto aparecían altas unas elegantísimas palmeras plantadas hace más de 100 años. Hacia el sur las vías del ferrocarril dividían el pueblo tradicional de los barrios y viviendas más pobres construidas a través de los diferentes planes, siguiendo el mayor o menor desarrollo económico. La calle paralela al ferrocarril conocida como Montevideo era de exclusivo uso de los talleres mecánicos, los concesionarios de maquinaria agrícola, lo hacían hacia el final de la calle, del lado del ferrocarril, mientras que los silos de los acopiadores de cereales se erguían apenas pasando la vieja estación de tren. Montevideo tenía vereda y construcciones solo del lado de enfrente a las vías, la vereda adyacente a estas estaban pobladas de pasto silvestre, apareciendo de tanto en tanto algún sauce adornado el paisaje. Mas allá,  hacia el oeste, se encontraba la rotonda y en las afueras del pueblo antes del empalme con la ruta provincial el glorioso estadio del Deportivo San Cristóbal construido íntegramente con gradas de madera.

La primera foto de esta zona que mostró el desconocido era la calle paralela a las vías del ferrocarril en donde, más que estacionados, moraban, caprichosamente desparramados a lo largo y lo ancho de ella: un tractor, un arado de discos y dos camionetas cargadas con rastras y otros fierros. El negocio era el taller de los hermanos Mancevsky, famosos por ser los mejores mecánicos de la zona además de corredores de Rally. La vereda que da a las amplias puertas del taller estaban bloqueadas por otro tractor desarmado y herramientas tiradas por todos lados y en frente de la entrada otra camioneta estacionada en doble fila. La foto mostraba a un hombre grandote y medio rubión. Era fácil identificarlo por su aspecto y por tratarse de un personaje muy conocido en la zona, su nombre Roberto Berardo. Contratista de varios campos de alrededor, en este momento preparándose para la siembra de la fina en la estancia Santa Rita. Incluso se podía leer la chapa del vehículo en infracción.
Le sigue otra foto, esta vez en el centro, se trata de la diagonal San Martin en su hora pico, la archiconocida camioneta Ford verde oscuro de Don Braulio, encargado de La Paulina, estacionada a 90 grados sobre la vereda; incluso se podía ver al mismo Don Braulio cargando bolsas de semilla de trigo para la siembra.
En la tercera de las imágenes se podía observar a José María Herrero, uno de los dos taxistas del pueblo, avanzando peligrosamente de contramano por Las Heras con el objetivo de levantar un pasajero. Siguieron unas cuantas fotos más presentando serias ofensas a las leyes del tránsito, todas ellas en blanco y negro, con acercamientos que mostraban las patentes de los conductores, las imágenes se sucedían como en las películas cuando las agencias de espionaje muestran al principal sospechoso. Tanto Daniel como Joaquín trataban de aguantar la risa ante tanta desobediencia y descuido por parte de los conductores de San Cristóbal.
El astrónomo, detiene la secuencia de fotos, prende la luz y retoma el hilo de su exposición
-        Señores esto es sólo una muestra de las numerosas infracciones que no habían sido aplicadas, contribuyendo al caos del tránsito y reduciendo la cobranza de multas así como los ingresos de dinero al tesoro de la Municipalidad.
-        Bueno, es que somos tres nada mas, no podemos estar en todos lados…. -Se anima a comentar tímidamente Carlitos –
-        Exactamente - replica el Astrónomo rápidamente antes de que Carlitos continúe. Ustedes no pueden, pero el satélite Sat 786 si puede y transmite continuamente las imágenes al procesador Imex 83 que teniendo las imágenes  de todas las calles del  pueblo almacenadas en GIS detecta las infracciones. IMEX transmite las imágenes a la estación terrena de San Cristóbal en donde ustedes ajustan la imagen, extraen la patente del infractor mediante el  uso del zoom y automáticamente generan una NISAT… Nota de Infracción satelital  (aclaró, como si fuera algo obvio, el Doctor en Astronomía mientras los muchachos lo miraban boquiabiertos). La computadora coteja el número de patente, extrae de la base de datos la dirección del infractor y manda al correo la correspondiente NISAT que será recibida a domicilio en 24 hs.
-        Señores - interrumpió Joaquín -  esto debe costar una fortuna: Antena satelital, monitores, cámaras, computadoras, programas. Es ridículo gastar esta cantidad de dinero cuando estamos tratando de ahorrar plata para cerrar las cuentas.
-        150.000 dólares - declaró rápidamente el contador Peralta-. Ni más ni menos, pero estos fondos  no salen de nuestro presupuesto, gracias a la implementación de este proyecto San Cristóbal calificará para el otorgamiento de fondos provinciales destinados a innovaciones tecnológicas. De manera que si no lo hacemos esa plata no entra en nuestras cajas.
-        Pero ya es tarde para palabreríos y especulaciones – irrumpió con tono de discurso de campaña Don Manuel -El proyecto ya está funcionando en el salón conjunto a nuestras mismas espaldas, y los fondos ya han sido adjudicados, así que podremos pagarle a las autoridades de la compañía satelital. Por favor Licenciado, la señorita Mercedes tendrá listo el cheque para que usted lo retire cuando finalice este meeting. Señores San Cristóbal ya tiene satélite!!! – continuó Don Manuel -El pueblo entró en el siglo 21 y no vamos a volver al pasado. El lunes los espero directamente en la nueva estación terrena, tómense el resto de la tarde para aprender los controles. Muchachos, los dejo en manos del licenciado Mckintosh, les deseo mucha suerte en este emprendimiento tecnológico.
Luego de un comienzo agitado y tecnológicamente abrumador para el rudimentario conocimiento informático de los muchachos, y al cabo de unas horas pudieron aprender y manejar el programa debido a la sencillez del mismo y la facilidad para operarlo. Llegado el día lunes, y pasando antes por la aprobación de la señorita Mercedes al nuevo salón, comenzaron la nueva tarea recibiendo emocionados las primeras imágenes satelitales. Durante la primera hora la actividad era muy baja y aparentemente no había mucho que hacer lo cual preocupó al flamante equipo de inspectores pensando que ocurriría si este sistema no lograba capturar a suficiente número de infractores. A las 9 de la mañana  la actividad comercial del pueblo funcionaba a pleno, comenzando a recibir las primeras imágenes que requerían acción por parte del triunvirato.

-        Mirá ese Ford Falcon, va de contramano por Alberdi. ¡Qué animal! - grita Daniel -
-        A ver hace un zoom, ya, se ve la patente - responde Carlitos - lo tengo. Apretá la tecla F4 y dale enter
-        Mandá la primera nota de infracción - indica Joaquín –
-        JAJAJA!- continua Carlitos entusiasmado - Sin formulario, sin discusiones, sin conductores que se piantan y te dejan con el ticket en la mano”.
-        Otro, otro grita Joaquín”. Uyy.. es el Gerente del Banco, Pedro Luís Ugarte. Jaja reconozco el Renault rojo estacionando incorrectamente en el  lugar de discapacitados... uhhh!
No había transcurrido más de media hora cuando Daniel tiene en su pantalla una figura conocida en primer plano, otra vez en el centro, en plena diagonal San Martín, a hora pico. No era otra que la archiconocida camioneta Ford verde oscuro de Don Braulio, encargado de La Paulina, estacionada a 90 grados sobre la vereda, a su lado se podía ver al mismo Don Braulio cargando bolsas de semilla de trigo para la siembra.
Con el caer de la tarde se alivió el número de infracciones al haber suficiente lugares para estacionar y menos tráfico. El panorama se reiteró durante los siguientes cuatro días con los infractores usuales y algún que otro forastero. Llegado el día viernes, contentos con el nuevo sistema de trabajo, se encuentran en plena tarea durante la hora pico cuando reciben la inesperada visita del Intendente con cara de notable preocupación.
-        Muchachos estoy recibiendo muchas quejas de infractores, manifestó la autoridad, refiriéndose a la repetición de multas y cierto abuso de autoridad
-        Don Manuel – interrumpe Joaquín -nosotros no hacemos más que seguir las indicaciones del satélite
De inmediato Carlitos toma la defensa mientras acerca la cámara a uno de los típicos infractores recalcitrante.
-        Vea, Don Manuel esta gente no aprende más. Sin ánimo de ofender. Pero mire a este viejo abombao. Aparece todos los días estacionando la camioneta a 90 grados en mitad de la vereda y se pone a cargar bolsas de semilla, como si estuviera en el galpón de la estancia
-        ¿Don Braulio?  - Pregunta el Intendente - Este es uno de los que más se quejo
-        Bueno - dice Daniel dándose vuelta para dirigirse al Intendente quedando de espaldas a los monitores - véalo usted mismo, ahí esta Don Braulio con su camisa a cuadros cargando semillas
De repente un portazo, la oscuridad y la concentración de la estación terrena se interrumpió con unos gritos agitados
-        A Don Braulio le chupan las pelotas manga de idiotas!!
-        Don Braulio!!... Exclaman a coro los inspectores.. –Pero cómo hizo para entrar -  preguntó agitado el Intendente mientras manoteaba el comunicador del escritorio mientras apretaba el botón reclamando nerviosamente por Mercedes, la que extrañamente no respondía.
-        Bueno señor, usted no recibiría multas si tuviera más cuidado – le aclaró Carlitos, de espaldas al monitor, tratando de calmar al intruso ignorando las imágenes.
Mientras sus dos compañeros apretaban cualquier botón en la computadora, tratando inútilmente de cambiar de imágenes o de área, dándose cuenta de que algo no andaba bien, algo que Carlitos todavía no podía aceptar ni comprender.

-        Me puede explicar oficial Gorostiaga – encaró con tono beligerante Don Braulio – ¿Cómo carajo hago yo para estar en dos lados al mismo tiempo? Carlitos avistó con asombro la figura de Don Braulio al tornar su mirada hacia los monitores


Inmediatamente siguió una continuidad de diversas imágenes con infracciones de apariencia familiar, contempladas por el grupo a bocas abiertas y en profundo silencio: el viajante de comercio a contramano por Rivadavia, luego el gerente del Banco estacionando en el lugar de discapacitados el taxi de José María Herrero de contramano por Las Heras para levantar un pasajero y  finalmente Roberto Berardo con los arados en el medio de la calle que da a las vías.
-        Puta que me parecía rutinario y aburrido  el maldito pueblo- señaló Joaquín

El Intendente ciego de furia y avergonzado por el papelón no terminaba de entrar en razones con la certeza de que estaba llegando el final de sus aspiraciones para ser reelecto. Continuaba pleno de vértigo apretando el botón del intercomunicador reclamando por su asistente
-        Mercedes, Mercedes, por favor comuníqueme con Mckintosh, es URRGENNTE!…  MERCEDES!!...¿Qué raro, no contesta?

Don Braulio comenzó a alejarse lentamente del salón no sin antes advertirle al Intendente:
-        Si la vista no me engaña Don Manuel, hace una horas la vi en el BMW del pelirrojo ese andaba con usted en estos días. El auto cruzaba a gran velocidad, a la altura de la estancia, poco antes de entrar a la ruta 7, como encarando hacia La Pampa
Don Braulio cruzó la puerta del recinto soltando una fuerte y larga carcajada.









viernes, 27 de marzo de 2015

La Cabeza de Goliat de Ezequiel Martínez Estrada






 ....fragmento...

“En Buenos Aires todo está a la vista y es conocido; por eso todo nos interesa apenas y por poco tiempo. Carece de ayer y no tiene forma adulta. De esta falta de forma adulta, de plenitud de vida interior, nace su ilimitada y loable esperanza en lo por venir, que tanta grandeza material representó para la urbe. De esta falta de plan orgánico nace la intrascendencia y superficialidad de la vida en Buenos Aires” “Todo idioma que no ha nacido con un pueblo tiene limitaciones de carácter mental no menos tiránicas que la costumbre” “Las ciudades americanas se destruyen y metamorfosean aprisa, como los insectos. Nadie podría vaticinar hacia qué formas tienden ni qué ha de quedar en pie de todo lo existente”.


ESTA AGITACIÓN SIN HACER NADA 

En aceras y calzadas se mezcla y confunde aquello radiante que emanan objetos y seres bajo la apariencia de un movimiento cada vez más acelerado, que pugna y forcejea por correr. La calma y la inmovilidad quedan para los umbrales. La ciudad se convierte en pista de incesante tráfago; máquinas y pasajeros van arrastrados como partículas metálicas por trombas de electricidad. Esta mole infinitamente complicada y viva está en perpetua agitación; hombres, vehículos y hasta objetos inánimes se diría que andan por una necesidad intrínseca de andar. 
La inquietud de Buenos Aires se proyecta en todas direcciones, y cuando las imágenes de los móviles se reflejan en los vidrios o sus sombras se deslizan por las paredes o los mosaicos, el movimiento abstracto adquiere su real cuerpo de sombra y superficie. Pues ese arrebato cinético no tiene profundidad ni intensidad; cada día recomienza en el lugar en que cesó la noche anterior, y es como si girara sobre sí mismo por una fuerza que nace de su interior, busca irradiarse y no lo consigue.
Puede afirmarse que el ritmo de ese movimiento totalitario es mucho más vivo que en cualquiera de las ciudades de igual población, aunque sea un movimiento que parece sin gobierno, comparándolo con el de aquellas otras que proceden con sujeción a los principios de la más estricta economía. Ese movimiento horizontal se caracteriza por la velocidad y no por la firmeza y buen uso, como en otras partes. Las cosas dan la impresión de que se precipitan sin control total, esquivándose.
Hay un mismo afán de velocidad en el chofer, en el peatón, en el comerciante tras el mostrador, en el que habla por teléfono, en el que espera a la novia y en el que toma café resuelto a no hacer nada. ¿Nadie está contento? Se diría que la velocidad tiene aquí un sentido absoluto, como realidad independiente de las masas; empero, como en la América del Norte, el tiempo no pasa de ser oro, en el mejor de los casos. 
La velocidad es una taquicardia no una actividad.
Nos brota de la circulación interna más bien que de la laboriosidad, porque somos corredores aunque no seamos activos. Puede una ciudad estar muy agitada sin ser dinámica, como un hombre puede estar en cama con ciento cincuenta pulsaciones por minuto. Buenos Aires ama la velocidad, lo que no quiere decir que sea activo, y acaso significaría lo contrario si es que pone un interés deportivo en cumplir con sus obligaciones.
Todo ese movimiento no se pierde en el vacío; conduce en el balance anual al aumento de las manzanas edificadas y del volumen de población, a un crecimiento de cualquier clase, al cambio de domicilio, a la superposición de pisos, a la quiebra de negocios y a nuevas instalaciones, no al poder firme ni al progreso humano. El que suponga que Buenos Aires es una ciudad fuerte está en un error: ni tiene arraigadas convicciones como para resistir un largo asedio, ni es audaz, ni ama el peligro verdadero. Juega con arrebatos y pasiones como un niño demasiado mimoso con sus juguetes, su ajedrez o su Meccano. Lo que pasa es que su tamaño sideral, su bienestar y su desasosiego intrascendente proyectan sus movimientos en un campo vasto y vivaz, y por eso juzgamos a Buenos Aires dinámico y terrible. Hora a hora se dilata, crece, lleva hasta confines más distantes su agitación superficial .
La vía de escape al exceso de ansia de velocidad se abre bajo tierra en todo sentido. El subsuelo de Buenos Aires sirve de válvula de escape y entubamiento a la energía sobrante. Subterráneos, cables eléctricos y telefónicos, aguas corrientes, tubos neumáticos, son sistemas circulatorios y el simpático de la urbe. Necesitamos huir vertiginosamente, aunque sea por dentro de la tierra, so pena de trastornarlo todo, según había ocurrido antes con las lluvias. Por eso el subterráneo está en íntima relación con la pampa, y lo que parece ser más reciente se suelda a lo antiguo, que es lo más reciente en las formaciones geológicas.
El problema del tránsito, tal como se concibe respecto del ancho de las calzada y del número de los coches en circulación, es también el problema de abrirse camino, de sacar ventaja, de estrecharse y alargarse para no chocar de frente y llegar antes. Como si importara para algo. El tránsito en el centro de la ciudad, tal como está trazada, sería prácticamente posible sin la maravillosa rapidez de concepción y de reflejos, sin el golpe de vista de hombres de cuchillo que tenemos. Ya  en la presteza del paso, ya en la lentitud desafiadora al cruzar las calles, hay un reto del jinete desmontado a la máquina. Esquivamos el accidente con la vista tanto como con el cuerpo. Cuanto más se piensa resulta más inexplicable que nuestro pueblo, excelente en la carrera, el «visteo» y la gambeta, haya relegado a mensajeros y repartidores la bicicleta antes aristocrática. Debe ser desdén por prejuicios de índole caballeresca. Cabalgar un simulacro que anda a impulsos de las piernas es una parodia indigna de la equitación, y nos repugna por el respeto de jinetes que nos tenemos.
Creo que la pericia de los choferes y el coraje de los peatones obedecen a un subconsciente - o yo ancestral y colectivo‑ de esgrimistas de facón y taurómacos. El placer de salir ileso en cada lance confirma al peón en su credulidad de que la embestida de la máquina es una rabia de completamente inútil contra él. 

miércoles, 25 de marzo de 2015

SI HUBIERA SOSPECHADO LO QUE SE OYE… Oliverio Girondo





Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido.
Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira -esas humillaciones- ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya va a extinguirse, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!


viernes, 13 de marzo de 2015

Cuando el arte explica. Ni olvido ni perdón. Memoria, verdad y justicia... KM 11 de MEMPO GIARDINELLI






para Miguel Angel Molfino

Para mí que es Segovia —dice Aquiles, pestañeando, nervioso, mientras codea al Negro López—. El de anteojos oscuros, por mi madre que es el cabo Segovia. El Negro observa rigurosamente al tipo que toca el bandoneón, frunciendo el ceño, y es como si en sus ojos se proyectara un montón de películas viejas, imposibles de olvidar. La escena, durante un baile en una casa de Barrio España. Un grupo de amigos se ha reunido a festejar el cumpleaños de Aquiles. Son todos ex presos que estuvieron en la U-7 durante la dictadura. Han pasado ya algunos años, y tienen la costumbre de reunirse con sus familias para festejar todos los cumpleaños. Esta vez decidieron hacerlo en grande, con asado al asador, un lechón de entrada y todo el vino y la cerveza disponibles en el barrio. El Moncho echó buena la semana pasada en el Bingo y entonces el festejo es con orquesta. Bajo el emparrado, un cuarteto desgrana
chamamés y polkas, tangos y pasodobles.
En el momento en que Aquiles se fija en el bandoneonísta de anteojos negros, están tocando “Kilómetro 11”. —Sí, es —dice el Negro López, y le hace una seña a Jacinto. Jacinto asiente como diciendo yo también lo reconocí.
Sin hablarse, a puras miradas, uno a uno van reconociendo al cabo Segovia.
Morocho y labiudo, de ojitos sapipí, siempre tocaba “Kilómetro 11” mientras a ellos los torturaban. Los milicos lo hacían tocar y cantar para que no se oyeran los gritos de los prisioneros. Algunos comentan el descubrimiento con sus compañeras, y todos van rodeando al bandoneonísta. Cuando termina la canción, ya nadie baila. Y antes de que el cuarteto arranque con otro tema, Luís le pide, al de anteojos oscuros, que toque otra vez “Kilómetro 11”.
La fiesta se ha acabado y la tarde tambalea, como si el crepúsculo se hiciera más lento o no se decidiera a ser noche. Hay en el aire una densidad rítmica, como si los corazones de todos los presentes marcharan al unísono y sólo se pudiera escuchar un único y enorme corazón. Cuando termina la repetición del chamamé, nadie aplaude. Todos los asistentes a la fiesta, algunos vaso en mano, otros con las manos en los bolsillos, o abrazados con sus damas, rodean al cuarteto y el emparrado semeja una especie de circo romano en el que se hubieran invertido los roles de fiera y víctimas. Con el último acorde, El Moncho dice: —De nuevo —y no se dirige a los cuatro músicos, sino al bandoneonísta—. Tocálo de nuevo. —Pero si ya lo tocamos dos veces —responde éste con una sonrisa falsa, repentinamente nerviosa, como de quien acaba de darse cuenta de que se metió en el lugar equivocado. —Sí, pero lo vas a tocar de nuevo. Y parece que el tipo va a decir algo, pero es evidente que el tono firme y conminatorio del Moncho lo ha hecho caer en la cuenta de quié-nes son los que lo rodean. —Una vez por cada uno de nosotros, Segovia —tercia El Flaco Martínez. El bandoneón, después de una respiración entrecortada y afónica que parece metáfora de la de su ejecutante, empieza tímidamente con el mismo chamamé. A los pocos compases lo acompaña la guitarra, y enseguida se agregan el contrabajo y la verdulera. Pero Aquiles alza una mano y les ordena silenciarse. —Que toque él solo —dice. Y después de un silencio que parece largo como una pena amorosa, el bandoneón hace un da cappo y las notas empiezan a parir un “Kilómetro 11” agudo y chillón, pero legítimo. Todos miran al tipo, incluso sus compañeros músicos. Y el tipo transpira: le caen de las sienes dos gotones que flirtean por los pómulos como lentos y minúsculos ríos en busca de un cauce. Los dedos teclean, mecánicos, sin entusiasmo, se diría que sin saber lo que tocan. Y el bandoneón se abre y se cierra sobre la rodilla derecha del tipo, boqueando como si el fueye fuera un pulmón averiado del que cuelga una cintita argentina. Cuando termina, el hombre separa las manos de los teclados. Flexiona los dedos amasando el aire, y no se decide a hacer algo. No sabe qué hacer. Ni qué decir. —Sacáte los anteojos —le ordena Miguel—. Sacátelos y seguí tocando. El tipo, lentamente, con la derecha, se quita los anteojos negros y los tira al suelo, al costado de su silla. Tiene los ojos clavados en la parte superior del fueye. No mira a la concurrencia, no puede mirarlos. Mira para abajo o eludiendo focos, como cuando hay mucho sol. —“Kilómetro 11”, de nuevo —ordena la mujer del Cholo. El tipo sigue mirando para abajo. —Dale, tocá. Tocá, hijo de puta —dicen Luis, y Miguel, y algunas mujeres. Aquiles hace una seña como diciendo no, insultos no, no hacen falta. Y el tipo toca: “Kilómetro 11”.
Un minuto después, cuando suenan los arpegios del estribillo, se oye el llanto de la mujer de Tito, que está abrazada a Tito, y los dos al chico que tuvieron cuando él estaba adentro. Los tres, lloran. Tito moquea. Aquiles va y lo abraza. Luego es el turno del Moncho. A cada uno, “Kilómetro 11” le convoca recuerdos diferentes. Porque las emociones siempre estallan a destiempo. Y cuando el tipo va por el octavo o noveno “Kilómetro 11”, es Miguel el que llora. Y el Colorado Aguirre le explica a su mujer, en voz baja, que fue Miguel el que inventó aquello de ir a comprarle un caramelo todos los días a Leiva Longhi. Cada uno iba y le compraba un caramelo mirándolo a los ojos. Y eso era todo. Y le pagaban, claro. El tipo no quería cobrarles. Decía: no, lleve nomás, pero ellos le pagaban el caramelo. Siempre un único caramelo. Ninguna otra cosa, ni puchos. Un caramelo. De cualquier gusto, pero uno solo y mirándolo a los ojos a Leiva Longhi. Fue un desfile de ex presos que todas las tardes se paró frente al kiosco, durante tres años y pico, del 83 al 87, sin faltar ni un solo día, ninguno de ellos, y sólo para decir: “Un caramelo, déme un caramelo”. Y así todas las tardes hasta que Leiva Longhi murió, de cáncer. De pronto, el tipo parece que empieza a acalambrarse. En esas últimas versiones pifió varias notas. Está tocando con los ojos cerrados, pero se equivoca por el cansancio.
Nadie se ha movido de su lado. El círculo que lo rodea es casi perfecto, de una equidistancia tácitamente bien ponderada. De allí no podría escapar. Y sus compañeros están petrificados. Cada uno se ha quedado rígido, como los chicos cuando juegan a la tatuíta. El aire cargado de rencor que impera en la tarde los ha esculpido en granito. —Nosotros no nos vengamos —dice el Sordo
Pérez, mientras Segovia va por el décimo “Kilómetro 11”. Y empieza a contar en voz alta, sobreimpresa a la música, del día en que fue al consultorio de Camilo Evans, el urólogo, tres meses después que salió de la cárcel, en el verano del 84. Camilo era uno de los médicos de la cárcel durante el Proceso. Y una vez que de tanto que lo torturaron el Sordo empezó a mear sangre, Camilo le dijo, riéndose, que no era nada, y le dijo “eso te pasa por hacerte tanto la paja”. Por eso cuando salió en libertad, el Sordo lo primero que hizo fue ir a verlo, al consultorio, pero con otro nombre. Camilo, al principio, no lo reconoció. Y cuando el Sordo le dijo quién era se puso pálido y se echó atrás en la silla y empezó a decirle que él sólo había cumplido órdenes, que lo perdonase y no le hiciera nada. El Sordo le dijo no, si yo no vengo a hacerte nada, no tengas miedo; sólo quiero que me mires a los ojos mientras te digo que sos una mierda y un cobarde. —Lo mismo con este hijo de puta que no nos mira —dice Aquiles—. ¿Cuántos van? —Con éste son catorce —responde el Negro—. ¿No? —Sí, los tengo contados —dice Pitín—. Y somos catorce. —Entonces cortála, Segovia —dice Aquiles. Y el bandoneón enmudece. En el aire queda flotando, por unos segundos, la respiración agónica del fueye.
El tipo deja caer las manos al costado de su cuerpo. Parecen más largas; llegan casi hasta el suelo. —Ahora alzá la vista, mirános y andáte —le ordena Miguel. Pero el tipo no levanta la cabeza. Suspira profundo, casi jadeante, asmático como el bandoneón. Se produce un silencio largo, pesadísimo, apenitas quebrado por el quejido del bebé de los Margoza, que parece que perdió el chupete pero se lo reponen enseguida. El tipo cierra el instrumento y aprieta los botones que fijan el acordeón. Después lo agarra con las dos manos, como si fuera una ofrenda, y lentamente se pone de pie. En ningún momento deja de mirarse la punta de los zapatos. Pero una vez que está parado todos ven que además de transpirar, lagrimea. Hace un puchero, igual que un chico, y es como si de repente la verticalidad le cambiara la dirección de las aguas: porque primero solloza, y después llora, pero mudo. Y en eso Aquiles, codeando de nuevo al Negro López, dice: —Parece mentira pero es humano, nomás, este hijo de puta. Mírenlo cómo llora. —Que se vaya —dice una de las chicas. Y el tipo, el Cabo Segovia, se va.



N de la R: Uno de los cuentos más excepcionales que he leído sobre nuestra historia reciente. No encontré mejor modo para contrarrestar los fallos que favorecieron a Vicente Massot y al grupo de empresarios que se apropió de Papel Prensa bajo amenaza, extorsión, tortura y muerte...

lunes, 2 de marzo de 2015

Ganado suelto o me deben el chori...de Juan Sasturain para Página 12





Reconozco que –entre otras cosas– fui a buscar el choripán que se supone me darían si cantaba presente. Obré de acuerdo con las expectativas meramente alimentarias del “ganado humano” definido como tal por el esclarecedor Marcos Aguinis, un colectivo del que no puedo negar que me siento parte. Qué bárbaro, el escritor civilizado; qué bien ha descripto la condición popular argentina y la motivación de sus adhesiones. Y tan original, lo suyo.
Hacía mucho que no iba a una movilización/convocatoria, pero en este caso, en esta coyuntura, me pareció que ameritaba sacar los cómodos huesos a la calle (y seguir la ruta del humo, claro) porque está todo tan falsamente confuso, tan artificialmente enrarecido, tan alevosamente emputecido, que tal vez valía la pena verificar con mis propios ojos bovinos si era cierto que iba a haber francotiradores como en Ezeiza, tipos con la cara tapada y con palos intimidantes, un clima opresivo de inminente catástrofe, tensión de violencia y erupciones de resentimiento proverbiales en este tipo de “ganado humano” cuando se lo suelta.
Y la verdad que –que Aguinis me perdone si lo desmiento– bastante bien, el ganado. Mucha alegría, musiquita, bombos y camisetas de diferentes equipos, banderas de todos lados, muchos carteles artesanales, parejas de gente grande, muchísimos pendejos, familias tipo y familias numerosas, muchos militantes organizados y muchísimo pero muchísimo ganado suelto como uno. Nos la pasamos encontrando y abrazando a amigos y conocidos de por lo menos tres generaciones diferentes. Es que uno, en casa –como el buey que mal se lame– está muy solo. Y si prende la tele, más.
Después de la larga ida y vuelta de la Plaza de Mayo hasta el Congreso, fue el momento de escuchar el discurso ya empezado y a veces discontinuado –por razones domésticas– de la Presidenta. Y la verdad, más allá de ciertas cosas de estilo que siempre nos han incomodado en Cristina –cierta coloquialidad fuera de tiempo y lugar, excesivo personalismo, retórica evitista–, la Presidenta de todos los argentinos demostró, una vez más, que es un fierro. Un fierro todo terreno. Como estadista y como militante sin contradicción: sólida, consumada. Un lujo para la investidura, sobre todo si uno mira los cuatro de copas con cara de vaca mirando al tren de ciertos presuntos presidenciables de la oposición que estaban ahí, inimaginables –aunque hemos tenido cada muñeco de presidente...– acomodados en otro sillón más importante.
Pese a que a veces fue inoportuna en el tono, o excesivamente prolija en las enumeraciones, o se puso demasiado adelante del tema –menos que otras veces, es verdad–, siempre estuvo a la altura, que es lo que uno pide a alguien cuando lo elige para que gobierne, no para que haga los deberes. Bajó conceptos, explicó cuestiones, describió políticas, se metió en terreno minado, salió, se detuvo en cuestiones tan justas y peregrinas como la operación gratuita del labio leporino o la situación política en Medio Oriente en el ’92-’94, salió, se calentó –brillante y sin eufemismos– al explicar la relación con China, y terminó arengando retóricamente a propios y extraños con la cuestión de la incomodidad que se avecina para quienes –vengan de donde vinieren– quieran modificar radicalmente el rumbo y la esencia del modelo.
Lo que me pasa es que, más allá de diferencias en cuanto al estilo de gobierno –caída recurrente en el sectarismo y la soberbia–, a la manera de bajar mal políticas buenas, a la forma casi ridícula de perder aliados naturales por confrontación gratuita, a todo lo que hace que una gestión de gobierno extraordinariamente beneficiosa para el país (y no para los grupos minoritarios) pueda ser puesta en tela de juicio o ignorada por las voces cantantes del poder concentrado y sus chirolitas, quiero decir, a pesar de todo eso, no pude dejar de calentarme una vez más con ella, de ilusionarme como debe ser.
Por eso, reconozco que al terminar el discurso me había olvidado del chori que me quedaron debiendo. Debe ser porque soy parte del ganado suelto, que elige dónde y con quién pastar cada vez. Y gracias, don amargo Aguinis, por darme el pie.
En cuanto a la Presidenta, la vamos a extrañar. Qué duda cabe.