El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

lunes, 22 de septiembre de 2014

Escritores acusados, señalados o procesados por sus ideas políticas





Desde hace unos setenta años Europa vive bajo un régimen de proceso. Entre los grandes artistas de este siglo, cuántos acusados... No hablaré de aquellos que representaban algo para mí. Hubo, a partir de los años veinte, los acorralados por el tribunal de la moral revolucionaria: Bunin, Andreiev, Meyerhold, Pilniak, Veprik (músico judío ruso, mártir olvidado del arte moderno; se atrevió a defender, contra Stalin, la ópera condenada de Shostakóvich; lo metieron en un campo de trabajo; recuerdo sus composiciones para piano, que a mi padre le gustaba tocar), Mandelstam, Halas (poeta adorado por el Ludvik de La broma; acorralado post mortem por su tristeza juzgada contrarrevolucionaria). Luego, vinieron los acorralados del tribunal nazi: Broch (su foto está encima de mi mesa de trabajo, desde donde me mira con la pipa en la boca), Schönberg, Werfel, Brecht, Thomas y Heinrich mann, Musil, Vancura (el prosista checo que más me gusta), Bruno Schulz. Los imperios totalitarios desaparecieron con sus sangrientos procesos, pero el espíritu de proceso quedó como herencia, y él es el que rinde cuentas. Así, están bajo proceso los acusados de simpatías pro-nazis: Hamsun, Heidegger (todo el pensamiento de la disidencia le debe algo, Patocka a la cabeza), Richard Strauss, Gottfried Benn, Von Doderer, Drieu de la Rochelle, Céline (en 1992, medio siglo después de la guerra, un prefecto indignado se niega a clasificar su casa como monumento histórico); los partidarios de Mussolini: Malaparte, Marinetti, Ezra Pound (durante meses el ejército norteamericano lo mantuvo en una jaula, bajo el sol abrasador de Italia, como un animal; en su taller en Reykjavik, Kristján Davidsson me enseña una gran foto de él: “Desde hace cincuenta años, me acompaña allá donde voy”); los pacifistas de Munich: Giono, Alain, Morand, Motherlant, Saint-John Perse (miembro de la delegación francesa en Munich, participaba desde muy cerca en la humillación de mi país natal); luego, los comunistas y sus simpatizantes: Maiakovski (hoy, ¿quién recuerda su poesía de amor, sus increíbles metáforas?), Gorki, G.B. Shaw, Brecht (a quien se somete a un segundo proceso), Éluard (ese ángel exterminador que adornaba su firma con la imagen de dos espadas), Picasso, Léger, Aragon (¿cómo podría olvidar que me echó una mano en un momento difícil de mi vida?), Nezval (su autorretrato al óleo cuelga al lado de mi biblioteca), Sartre. Algunos son víctimas de un doble proceso, acusados primero de traicionar a la revolución, acusados a continuación por los servicios que antes le habían prestado: Gide (símbolo de todo el mal para los antiguos comunistas), Shostakóvich (para recatar su música difícil, fabricaba inepcias para las necesidades del régimen; pretendía que para la historia del arte un no-valor es algo nulo y no requerido; no sabía que para el tribunal es precisamente el no-valor lo que cuenta), Breton, Malraux (acusado ayer de haber traicionado a los ideales revolucionarios, acusable mañana de haberlos tenido), Tibor Dery (algunas prosas de este escritor preso después de la masacre de Budapest fueron para mí la primera gran respuesta literaria, no propagandista, al estalinismo). La flor más exquisita del siglo, el arte moderno de los años veinte y treinta, fue incluso triplemente acusado: por el tribunal nazi primero, como Entartete Kunst, “arte degenerado”; por el tribunal comunista después, como “formalismo elitista ajeno al pueblo”; y, por fin, por el tribunal del capitalismo triunfante, como arte empapado de las ilusiones revolucionarias.


MILAN KUNDERA, Los testamentos traicionados, Tusquets, Barcelona, 2003, traducción de Beatriz de Moura

lunes, 1 de septiembre de 2014

HAY HOMBRES QUE NUNCA PARTIRÁN …de Miguel Arteche Salinas





Hay hombres que nunca partirán,
y se les ve en los ojos,
pues uno recuerda sus ojos muchos años después de que han
partido.
Pueden estar lejanos,
pueden aparecer a medianoche
(si están muertos)
y jugar a que viven.
Pero siempre, con la desolación de su ausencia,
uno comprende que no han vivido en vano,
y que su esperanza
es la única esperanza digna de ser vivida.

Y los hombres que nunca partirán
suelen no aparecer en los periódicos,
no se habla de ellos en las radios,
su imagen no gesticula en la televisión:
no son gente importante,
no circulan entre las altas esferas.
........Son aquellos
que aceptaron el sufrimiento
y lo hicieron suyo para la salvación de otros hombres
sin decir una sola palabra:
pero dejaron abiertos, bien abiertos sus ojos
para que nunca los olvidemos cuando ellos hayan partido.