El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

domingo, 28 de diciembre de 2014

La última visita del caballero enfermo de Giovanni Papini





Nadie supo jamás el verdadero nombre de aquel a quien todos llamaban el Caballero Enfermo. No ha quedado de él, después de su impensada desaparición, más que el recuerdo de sus sonrisas y un retrato de Sebastianbo del Piombo, que lo representa envuelto en una pelliza, con una mano enguantada que cae blandamente como la de un ser dormido. Alguno de los que más lo quisieron -yo estoy entre esos pocos- recuerda también su cutis de un pálido amarillo, transparente, la ligereza casi femenina de los pasos, la languidez habitual de los ojos.
Era, verdaderamente, un sembrado de espanto. Su presencia daba un color fantástico a las cosas más sencillas; cuando su mano tocaba algún objeto, parecía que éste ingresara al mundo de los sueños. Nadie le preguntó cuál era su enfermedad y por qué no se cuidaba. Vivía andando siempre, sin detenerse, día y noche. Nadie supo nunca dónde estaba su casa, nadie le conoció padres o hermanos. Apareció un día en la ciudad y, después de algunos años, otro día, desapareció.
La víspera de este día, a primer hora de la mañana, cuando apenas el cielo empezaba a iluminarse, vino a despertarme a mi cuarto. Sentí la caricia de su guante sobre mi frente y lo vi ante mí, con la sonrisa que parecía el recuerdo de una sonrisa y los ojos más extraviados que de costumbre. Me di cuenta, a causa del enrojecimiento de los párpados, que había pasado toda la noche velando y que debía haber esperado la aurora con gran ansiedad porque sus manos temblaban y todo su cuerpo parecía presa de fiebre.
-¿Qué le pasa? -le pregunté-. ¿Su enfermedad lo hace sufrir más que otros días?
-¿Mi enfermedad? -respondió-. Usted cree, como todos, que yo tengo una enfermedad? ¿Que se trata de una enfermedad mía? ¿Por qué no decir que yo soy una enfermedad? Nada me pertenece. ¡Pero yo soy de alguien y hay alguien a quien pertenezco.
Estaba acostumbrado a sus extraños discursos y por eso no le contesté. Se acercó a mi cama y me tocó otra vez la frente con su guante.
-No tiene usted ningún rastro de fiebre -continuó diciéndome-, está usted perfectamente sano y tranquilo. Puedo, pues, decirle algo que tal vez lo espantará; puedo decirle quién soy. Escúcheme con atención, se lo ruego, porque tal vez no podré repetirle las mismas cosas y es, sin embargo, necesario que las diga al menos una vez.
Al decir esto se tumbó en un sillón y continuó con voz más alta:
-No soy un hombre real. No soy un hombre como los otros, un hombre con huesos y músculos, un hombre generado por hombres. Yo soy -y quiero decirlo a pesar de que tal vez no quiera creerme- yo no soy más que la figura de un sueño. Una imagen de Shakespeare es, con respecto a mí, literal y trágicamente exacta; ¡yo soy de la misma sustancia de que están hechos los sueños! Existo porque hay uno que me sueña, hay uno que duerme y suena y me ve obrar y vivir y moverme y en este momento sueña que yo digo todo esto. Cuando ese uno empezó a soñarme, yo empecé a existir; cuando se despierte cesaré de existir. Yo soy una imaginación, una creación, un huésped de sus largas fantasías nocturnas. El sueño de este uno es tan intenso que me ha hecho visible incluso a los hombres que están despiertos. Pero el mundo de la vigilia no es el mío. Mi verdadera vida es la que discurre lentamente en el alma de mi durmiente creador.
"No se figure que hablo con enigmas o por medio de símbolos. Lo que le digo es la verdad, la sencilla y tremenda verdad.
"Ser el actor de un sueño no es lo que más me atormenta. Hay poetas que han dicho que la vida de los hombres es la sombra de un sueño y hay filósofos que han sugerido que la realidad es una alucinación. En cambio, yo estoy preocupado por otra idea. ¿Quién es el que me sueña? ¿Quién ese uno, ese desconocido ser que me ha hecho surgir de repente y que al despertarse me borrará? ¡Cuántas veces pienso en ese dueño mío que duerme, en ese creador mío! Sus sueños deben de ser tan vivos y tan profundos que pueden proyectar sus imágenes hasta hacerlas aparecer como cosas reales. Tal vez el mundo entero no es más que el producto de un entrecruzarse de sueños de seres semejantes a él. Pero no quiero generalizar. Me basta la tremenda seguridad de ser yo la imaginaria criatura de un vasto soñador?
"¿Quién es? Tal es la pregunta que me agita desde que descubrí la materia en que estoy hecho. Usted comprende la importancia que tiene para mí este problema. De su respuesta depende mi destino. Los personajes de los sueños disfrutan de una libertad bastante amplia y por eso mi vida no está determinada del todo por mi origen sino también por mi albedrío. En los primeros tiempos me espantaba pensar que bastaba la más pequeña cosa para despertarlo, es decir, para aniquilarme. Un grito, un rumor, podían precipitarme en la nada. Temblaba a cada momento ante la idea de hacer algo que pudiera ofenderlo, asustarlo, y por lo tanto, despertarlo. Imaginé durante algún tiempo que era una especie de divinidad evangélica y procuré llevar la más virtuosa vida del mundo. En otro momento creí que estaba en el sueño de un sabio y pasé largas noches velando, inclinado sobre los números de las estrellas y las medidas del mundo y la composición de los mortales.
"Finalmente me sentí cansado y humillado al pensar que debía servir de espectáculo a ese dueño desconocido e incognoscible. Comprendí que esta ficción de vida no valía tanta bajeza. Anhelé ardientemente lo que antes me causaba horror, esto es, que despertara. Traté de llenar mi vida con espectáculos horribles, que lo despertaran. Todo lo he intentado para obtener el reposo de la aniquilación, todo lo he puesto en obra para interrumpir esta triste comedia de mi vida aparente, para destruir esta ridícula larva de vida que me hace semejante a los hombres. No dejé de cometer ningún delito, ninguna cosa mala me fue ignorada, ningún terror me hizo retroceder. Me parece que aquel que me sueña no se espanta de lo que hace temblar a los demás hombres. O disfruta con la visión de lo más horrible o no le da importancia y no se asusta. Hasta hoy no he conseguido despertarlo y debo todavía arrastrar esta innoble vida, irreal y servil.
"¿Quién me liberará, pues, da mi soñador? ¿Cuándo despuntará el alba que lo llamará a su trabajo? ¿Cuándo sonará la campana, cuándo cantará el gallo, cuándo gritará la voz que debe despertarlo? Espero hace tiempo mi liberación. Espero con tanto deseo el fin de este sueño, del que soy una parte tan monótona.
"Lo que hago en este momento es la última tentativa. Le digo a mi soñador que yo soy un sueño, quiero que él sueñe que sueña. Esto pasa también a los hombres. ¿No es verdad? ¿No ocurre que se despiertan cuando se dan cuenta de que sueñan? Por esto he venido a verlo y le he hablado y desearía que mi soñador se diese cuenta en este momento de que yo no existo como hombre real y entonces dejaré de existir, hasta como imagen irreal. ¿Cree que lo conseguiré? ¿Cree que a fuerza de repetirlo y de gritarlo despertaré sobresaltado a mi propietario invisible?"
Al pronunciar estas palabras el Caballero Enfermo se quitaba y se ponía el guante de la mano izquierda. Parecía esperar de un momento a otro algo maravilloso y atroz.
-¿Cree usted que miento? -dijo-. ¿Por qué no puedo desaparecer, por qué no tengo libertad para concluir? ¿Soy tal vez parte de un sueño que no acabará nunca? ¿El sueño de un eterno soñador? Consuéleme un poco, sugiérame alguna estratagema, alguna intriga, algún fraude que me suprima. ¿No tiene piedad de este aburrido espectro?
Como yo seguía callado, él me miro y se puso en pie. Me pareció mucho más alto que antes y observé que su piel era un poco diáfana. Se veía que sufría enormemente. Su cuerpo se agitaba, como un animal que trata de escurrirse de una red. La mano enguantada estrechó la mía; fue la última vez. Murmurando algo en voz baja, salió de mi cuarto y sólo uno ha podido verlo desde entonces.



viernes, 19 de diciembre de 2014

El gato que caminaba solo de Rudyard Kipling







Sucedieron estos hechos que voy a contarte, oh, querido mío, cuando los animales domésticos eran salvajes. El Perro era salvaje, como lo eran también el Caballo, la Vaca, la Oveja y el Cerdo, tan salvajes como pueda imaginarse, y vagaban por la húmeda y salvaje espesura en compañía de sus salvajes parientes; pero el más salvaje de todos los animales salvajes era el Gato. El Gato caminaba solo y no le importaba estar aquí o allá.
También el Hombre era salvaje, claro está. Era terriblemente salvaje. No comenzó a domesticarse hasta que conoció a la Mujer y ella repudió su montaraz modo de vida. La Mujer escogió para dormir una bonita cueva sin humedades en lugar de un montón de hojas mojadas, y esparció arena limpia sobre el suelo, encendió un buen fuego de leña al fondo de la cueva y colgó una piel de Caballo Salvaje, con la cola hacia abajo, sobre la entrada; después dijo:
-Límpiate los pies antes de entrar; de ahora en adelante tendremos un hogar.
Esa noche, querido mío, comieron Cordero Salvaje asado sobre piedras calientes y sazonado con ajo y pimienta silvestres, y Pato Salvaje relleno de arroz silvestre, y alholva y cilantro silvestres, y tuétano de Buey Salvaje, y cerezas y granadillas silvestres. Luego, cuando el Hombre se durmió más feliz que un niño delante de la hoguera, la Mujer se sentó a cardar lana. Cogió un hueso del hombro de cordero, la gran paletilla plana, contempló los portentosos signos que había en él, arrojó más leña al fuego e hizo un conjuro, el primer Conjuro Cantado del mundo.
En la húmeda y salvaje espesura, los animales salvajes se congregaron en un lugar desde donde se alcanzaba a divisar desde muy lejos la luz del fuego y se preguntaron qué podría significar aquello.
Entonces Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:
-Oh, amigos y enemigos míos, ¿por qué han hecho esa luz tan grande el Hombre y la Mujer en esa enorme cueva? ¿cómo nos perjudicará a nosotros?
Perro Salvaje alzó el morro, olfateó el aroma del asado de cordero y dijo:
-Voy a ir allí, observaré todo y me enteraré de lo que sucede, y me quedaré, porque creo que es algo bueno. Acompáñame, Gato.
-¡ Ni hablar! -replicó el Gato-. Soy el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No pienso acompañarte.
-Entonces nunca volveremos a ser amigos -apostilló Perro Salvaje, y se marchó trotando hacia la cueva.
Pero cuando el Perro se hubo alejado un corto trecho, el Gato se dijo a sí mismo:
-Si no me importa estar aquí o allá, ¿por qué no he de ir allí para observarlo todo y enterarme de lo que sucede y después marcharme?
De manera que siguió al Perro con mucho, muchísimo sigilo, y se escondió en un lugar desde donde podría oír todo lo que se dijera.
Cuando Perro Salvaje llegó a la boca de la cueva, levantó ligeramente la piel de Caballo con el morro y husmeó el maravilloso olor del cordero asado. La Mujer lo oyó, se rió y dijo:
-Aquí llega la primera criatura salvaje de la salvaje espesura. ¿Qué deseas?
-Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo, ¿qué es eso que tan buen aroma desprende en la salvaje espesura? -preguntó Perro Salvaje.
Entonces la Mujer cogió un hueso de cordero asado y se lo arrojó a Perro Salvaje diciendo:
-Criatura salvaje de la salvaje espesura, si ayudas a mi Hombre a cazar de día y a vigilar esta cueva de noche, te daré tantos huesos asados como quieras.
-¡Ah! -exclamó el Gato al oírla-, esta Mujer es muy sabia, pero no tan sabia como yo.
Perro Salvaje entró a rastras en la cueva, recostó la cabeza en el regazo de la Mujer y dijo:
-Oh, amiga mía y esposa de mi amigo, ayudaré a tu Hombre a cazar durante el día y de noche vigilaré vuestra cueva.
-¡Ah! -repitió el Gato, que seguía escuchando-, este Perro es un verdadero estúpido.
Y se alejó por la salvaje y húmeda espesura meneando la cola y andando sin otra compañía que su salvaje soledad. Pero no le contó nada a nadie.
Al despertar por la mañana, el Hombre exclamó:
-¿Qué hace aquí Perro Salvaje?
-Ya no se llama Perro Salvaje -lo corrigió la Mujer-, sino Primer Amigo, porque va a ser nuestro amigo por los siglos de los siglos. Llévalo contigo cuando salgas de caza.
La noche siguiente la Mujer cortó grandes brazadas de hierba fresca de los prados y las secó junto al fuego, de manera que olieran como heno recién segado; luego tomó asiento a la entrada de la cueva y trenzó una soga con una piel de caballo; después se quedó mirando el hueso de hombro de cordero, la enorme paletilla, e hizo un conjuro, el segundo Conjuro Cantado del mundo.
En la salvaje espesura, los animales salvajes se preguntaban qué le habría ocurrido a Perro Salvaje. Finalmente, Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:
-Iré a ver por qué Perro Salvaje no ha regresado. Gato, acompáñame.
-¡Ni hablar! -respondió el Gato-. Soy el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No pienso acompañarte.
Sin embargo, siguió a Caballo Salvaje con mucho, muchísimo sigilo, y se escondió en un lugar desde donde podría oír todo lo que se dijera.
Cuando la Mujer oyó a Caballo Salvaje dando traspiés y tropezando con sus largas crines, se rió y dijo:
-Aquí llega la segunda criatura salvaje de la salvaje espesura. ¿Qué deseas?
-Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo -respondió Caballo Salvaje-, ¿dónde está Perro Salvaje?
La Mujer se rió, cogió la paletilla de cordero, la observó y dijo:
-Criatura salvaje de la salvaje espesura, no has venido buscando a Perro Salvaje, sino porque te ha atraído esta hierba tan rica.
Y dando traspiés y tropezando con sus largas crines, Caballo Salvaje dijo:
-Es cierto, dame de comer de esa hierba.
-Criatura salvaje de la salvaje espesura -repuso la Mujer-, inclina tu salvaje cabeza, ponte esto que te voy a dar y podrás comer esta maravillosa hierba tres veces al día.
-¡Ah! -exclamó el Gato al oírla-, esta Mujer es muy lista, pero no tan lista como yo.
Caballo Salvaje inclinó su salvaje cabeza y la Mujer le colocó la trenzada soga de piel en torno al cuello. Caballo Salvaje relinchó a los pies de la Mujer y dijo:
-Oh, dueña mía y esposa de mi dueño, seré tu servidor a cambio de esa hierba maravillosa.
-¡Ah! -repitió el Gato, que seguía escuchando-, ese Caballo es un verdadero estúpido.
Y se alejó por la salvaje y húmeda espesura meneando la cola y andando sin otra compañía que su salvaje soledad.
Cuando el Hombre y el Perro regresaron después de la caza, el Hombre preguntó:
-¿Qué está haciendo aquí Caballo Salvaje?
-Ya no se llama Caballo Salvaje -replicó la Mujer-, sino Primer Servidor, porque nos llevará a su grupa de un lado a otro por los siglos de los siglos. Llévalo contigo cuando vayas de caza.
Al día siguiente, manteniendo su salvaje cabeza enhiesta para que sus salvajes cuernos no se engancharan en los árboles silvestres, Vaca Salvaje se aproximó a la cueva, y el Gato la siguió y se escondió como lo había hecho en las ocasiones anteriores; y todo sucedió de la misma forma que las otras veces; y el Gato repitió las mismas cosas que había dicho antes, y cuando Vaca Salvaje prometió darle su leche a la Mujer día tras día a cambio de aquella hierba maravillosa, el Gato se alejó por la salvaje y húmeda espesura, caminando solo como era su costumbre.
Y cuando el Hombre, el Caballo y el Perro regresaron a casa después de cazar y el Hombre formuló las mismas preguntas que en las ocasiones anteriores, la Mujer dijo:
-Ya no se llama Vaca Salvaje, sino Donante de Cosas Buenas. Nos dará su leche blanca y tibia por los siglos de los siglos, y yo cuidaré de ella mientras ustedes tres salen de caza.
Al día siguiente, el Gato aguardó para ver si alguna otra criatura salvaje se dirigía a la cueva, pero como nadie se movió, el Gato fue allí solo, y vio a la Mujer ordeñando a la Vaca, y vio la luz del fuego en la cueva, y olió el aroma de la leche blanca y tibia.
-Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo -dijo el Gato-, ¿a dónde ha ido Vaca Salvaje?
La Mujer rió y respondió:
-Criatura salvaje de la salvaje espesura, regresa a los bosques de donde has venido, porque ya he trenzado mi cabello y he guardado la paletilla, y no nos hacen falta más amigos ni servidores en nuestra cueva.
-No soy un amigo ni un servidor -replicó el Gato-. Soy el Gato que camina solo y quiero entrar en tu cueva.
-¿Por qué no viniste con Primer Amigo la primera noche? -preguntó la Mujer.
-¿Ha estado contando chismes sobre mí Perro Salvaje? -inquirió el Gato, enfadado.
Entonces la Mujer se rió y respondió:
-Eres el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No eres un amigo ni un servidor. Tú mismo lo has dicho. Márchate y camina solo por cualquier lugar.
Fingiendo estar compungido, el Gato dijo:
-¿Nunca podré entrar en la cueva? ¿Nunca podré sentarme junto a la cálida lumbre? ¿Nunca podré beber la leche blanca y tibia? Eres muy sabia y muy hermosa. No deberías tratar con crueldad ni siquiera a un gato.
-Que era sabia no me era desconocido, mas hasta ahora no sabía que fuera hermosa. Por eso voy a hacer un trato contigo. Si alguna vez te digo una sola palabra de alabanza, podrás entrar en la cueva.
-¿Y si me dices dos palabras de alabanza? -preguntó el Gato.
-Nunca las diré -repuso la Mujer-, mas si te dijera dos palabras de alabanza, podrías sentarte en la cueva junto al fuego.
-¿Y si me dijeras tres palabras? -insistió el Gato.
-Nunca las diré -replicó la Mujer-, pero si llegara a decirlas, podrías beber leche blanca y tibia tres veces al día por los siglos de los siglos.
Entonces el Gato arqueó el lomo y dijo:
-Que la cortina de la entrada de la cueva y el fuego del rincón del fondo y los cántaros de leche que hay junto al fuego recuerden lo que ha dicho mi enemiga y esposa de mi enemigo -y se alejó a través de la salvaje y húmeda espesura meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su propia y salvaje soledad
Por la noche, cuando el Hombre, el Caballo y el Perro volvieron a casa después de la caza, la Mujer no les contó el trato que había hecho, pensando que tal vez no les parecería bien.
El Gato se fue lejos, muy lejos, y se escondió en la salvaje y húmeda espesura sin más compañía que su salvaje soledad durante largo tiempo, hasta que la Mujer se olvidó de él por completo. Sólo el Murciélago, el pequeño Murciélago Cabezabajo que colgaba del techo de la cueva sabía dónde se había escondido el Gato y todas las noches volaba hasta allí para transmitirle las últimas novedades.
Una noche el Murciélago dijo:
-Hay un Bebé en la cueva. Es una criatura recién nacida, rosada, rolliza y pequeña, y a la Mujer le gusta mucho.
-Ah -dijo el Gato, sin perderse una palabra-, pero ¿qué le gusta al Bebé?
-Al Bebé le gustan las cosas suaves que hacen cosquillas -respondió el Murciélago-. Le gustan las cosas cálidas a las que puede abrazarse para dormir. Le gusta que jueguen con él. Le gustan todas esas cosas.
-Ah -concluyó el Gato-, entonces ha llegado mi hora.
La noche siguiente, el Gato atravesó la salvaje y húmeda espesura y se ocultó muy cerca de la cueva a la espera de que amaneciera. Al alba, la mujer se afanaba en cocinar y el Bebé no cesaba de llorar ni de interrumpirla; así que lo sacó fuera de la cueva y le dio un puñado de piedrecitas para que jugara con ellas. Pero el Bebé continuó llorando.
Entonces el Gato extendió su almohadillada pata y le dio unas palmaditas en la mejilla, y el Bebé hizo gorgoritos; luego el Gato se frotó contra sus rechonchas rodillas y le hizo cosquillas con el rabo bajo la regordeta barbilla. Y el Bebé rió; al oírlo, la Mujer sonrío.
Entonces el Murciélago, el pequeño Murciélago Cabezabajo que estaba colgado a la entrada de la cueva dijo:
-Oh, anfitriona mía, esposa de mi anfitrión y madre de mi anfitrión, una criatura salvaje de la salvaje espesura está jugando con tu Bebé y lo tiene encantado.
-Loada sea esa criatura salvaje, quienquiera que sea -dijo la Mujer enderezando la espalda-, porque esta mañana he estado muy ocupada y me ha prestado un buen servicio.
En ese mismísimo instante, querido mío, la piel de caballo que estaba colgada con la cola hacia abajo a la entrada de la cueva cayó al suelo... ¡Cómo así!... porque la cortina recordaba el trato, y cuando la Mujer fue a recogerla... ¡hete aquí que el Gato estaba confortablemente sentado dentro de la cueva!
-Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo -dijo el Gato-, soy yo, porque has dicho una palabra elogiándome y ahora puedo quedarme en la cueva por los siglos de los siglos. Mas sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
Muy enfadada, la Mujer apretó los labios, cogió su rueca y comenzó a hilar.
Pero el Bebé rompió a llorar en cuanto el Gato se marchó; la Mujer no logró apaciguarlo y él no cesó de revolverse ni de patalear hasta que se le amorató el semblante.
-Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo -dijo el Gato-, coge una hebra del hilo que estás hilando y átala al huso, luego arrastra éste por el suelo y te enseñaré un truco que hará que tu Bebé ría tan fuerte como ahora está llorando.
-Voy a hacer lo que me aconsejas -comentó la Mujer-, porque estoy a punto de volverme loca, pero no pienso darte las gracias.
Ató la hebra al pequeño y panzudo huso y empezó a arrastrarlo por el suelo. El Gato se lanzó en su persecución, lo empujó con las patas, dio una voltereta y lo tiró hacia atrás por encima de su hombro; luego lo arrinconó entre sus patas traseras, fingió que se le escapaba y volvió a abalanzarse sobre él. Viéndole hacer estas cosas, el Bebé terminó por reír tan fuerte como antes llorara, gateó en pos de su amigo y estuvo retozando por toda la cueva hasta que, ya fatigado, se acomodó para descabezar un sueño con el Gato en brazos.
-Ahora -dijo el Gato- le voy a cantar A Bebé una canción que lo mantendrá dormido durante una hora.
Y comenzó a ronronear subiendo y bajando el tono hasta que el Bebé se quedó profundamente dormido. contemplándolos, la Mujer sonrió y dijo:
-Has hecho una labor estupenda. No cabe duda de que eres muy listo, oh, Gato.
En ese preciso instante, querido mío, el humo de la fogata que estaba encendida al fondo de la cueva descendió desde el techo cubriéndolo todo de negros nubarrones, porque el humo recordaba el trato, y cuando se disipó, hete aquí que el Gato estaba cómodamente sentado junto al fuego.
-Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo -dijo el Gato-, aquí me tienes, porque me has elogiado por segunda vez y ahora podré sentarme junto al cálido fuego del fondo de la cueva por los siglos de los siglos. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
Entonces la Mujer se enfadó mucho, muchísimo, se soltó el pelo, echó más leña al fuego, sacó la ancha paletilla de cordero y comenzó a hacer un conjuro que le impediría elogiar al Gato por tercera vez. No fue un Conjuro Cantado, querido mío, sino un Conjuro Silencioso; y, poco a poco, en la cueva se hizo un silencio tan profundo que un Ratoncito diminuto salió sigilosamente de un rincón y echó a correr por el suelo.
-Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo -dijo el Gato-, ¿forma parte de tu conjuro ese Ratoncito?
-No -repuso la Mujer, y, tirando la paletilla al suelo, se encaramó a un escabel que había frente al fuego y se apresuró a recoger su melena en una trenza por miedo a que el Ratoncito trepara por ella.
-¡Ah! -exclamó el Gato, muy atento-, entonces ¿el Ratón no me sentará mal si me lo zampo?
-No -contestó la Mujer, trenzándose el pelo-; zámpatelo ahora mismo y te quedaré eternamente agradecida.
El Gato dio un salto y cayó sobre el Ratón.
-Un millón de gracias, oh, Gato -dijo la Mujer-. Ni siquiera Primer Amigo es lo bastante rápido para atrapar Ratoncitos como tú lo has hecho. Debes de ser muy inteligente.
En ese preciso instante, querido mío, el cántaro de leche que estaba junto al fuego se partió en dos pedazos... ¿Cómo así?... porque recordaba el trato, y cuando la Mujer bajó del escabel... ¡hete aquí que el Gato estaba bebiendo a lametazos la leche blanca y tibia que quedaba en uno de los pedazos rotos!
-Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo -dijo el Gato-, aquí me tienes, porque me has elogiado por tercera vez y ahora podré beber leche blanca y tibia tres veces al día por los siglos de los siglos. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
Entonces la Mujer rompió a reír, puso delante del Gato un cuenco de leche blanca y tibia y comentó:
-Oh, Gato, eres tan inteligente como un Hombre, pero recuerda que ni el Hombre ni el Perro han participado en el trato y no sé qué harán cuando regresen a casa.
-¿Y a mi qué más me da? -exclamó el Gato-. Mientras tenga un lugar reservado junto al fuego y leche para beber tres veces al día me da igual lo que puedan hacer el Hombre o el Perro.
Aquella noche, cuando el Hombre y el Perro entraron en la cueva, la Mujer les contó de cabo a rabo la historia del acuerdo, y el Hombre dijo:
-Está bien, pero el Gato no ha llegado a ningún acuerdo conmigo ni con los Hombres cabales que me sucederán.
Se quitó las dos botas de cuero, cogió su pequeña hacha de piedra (y ya suman tres) y fue a buscar un trozo de madera y su cuchillo de hueso (y ya suman cinco), y colocando en fila todos los objetos, prosiguió:
-Ahora vamos a hacer un trato. Si cuando estás en la cueva no atrapas Ratones por los siglos de los siglos, arrojaré contra ti estos cinco objetos siempre que te vea y todos los Hombres cabales que me sucedan harán lo mismo.
-Ah -dijo la Mujer, muy atenta-. Este Gato es muy listo, pero no tan listo como mi Hombre.
El Gato contó los cinco objetos (todos parecían muy contundentes) y dijo:
-Atraparé Ratones cuando esté en la cueva por los siglos de los siglos, pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
-No será así mientras yo esté cerca -concluyó el Hombre-. Si no hubieras dicho eso, habría guardado estas cosas (por los siglos de los siglos), pero ahora voy arrojar contra ti mis dos botas y mi pequeña hacha de piedra (y ya suman tres) siempre que tropiece contigo, y lo mismo harán todos los Hombres cabales que me sucedan.
-Espera un momento -terció el Perro-, yo todavía no he llegado a un acuerdo con él -se sentó en el suelo, lanzando terribles gruñidos y enseñando los dientes, y prosiguió-: Si no te portas bien con el Bebé por los siglos de los siglos mientras yo esté en la cueva, te perseguiré hasta atraparte, y cuando te coja te morderé, y lo mismo harán todos los Perros cabales que me sucedan.
-¡Ah! -exclamó la Mujer; que estaba escuchando-. Este Gato es muy listo, pero no es tan listo como el Perro.
El Gato contó los dientes del Perro (todos parecían muy afilados) y dijo:
-Me portaré bien con el Bebé mientras esté en la cueva por los siglos de los siglos, siempre que no me tire del rabo con demasiada fuerza. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
-No será así mientras yo esté cerca -dijo el Perro-. Si no hubieras dicho eso, habría cerrado la boca por los siglos de los siglos, pero ahora pienso perseguirte y hacerte trepar a los árboles siempre que te vea, y lo mismo harán los Perros cabales que me sucedan.
A continuación, el Hombre arrojó contra el Gato sus dos botas y su pequeña hacha de piedra (que suman tres), y el Gato salió corriendo de la cueva perseguido por el Perro, que lo obligó a trepar a un árbol; y desde entonces, querido mío, tres de cada cinco Hombres cabales siempre han arrojado objetos contra el Gato cuando se topaban con él y todos los Perros cabales lo han perseguido, obligándolo a trepar a los árboles. Pero el Gato también ha cumplido su parte del trato. Ha matado Ratones y se ha portado bien con los Bebés mientras estaba en casa, siempre que no le tirasen del rabo con demasiada fuerza. Pero una vez cumplidas sus obligaciones y en sus ratos libres, es el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá, y si miras por la ventana de noche lo verás meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su salvaje soledad... como siempre lo ha hecho.




sábado, 6 de diciembre de 2014

CUANDO EL ARTE EXPLICA: Hay que ser realmente idiota para... de Julio Cortázar





Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone.

Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va buenissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.

Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforescente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso —lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad— yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es más que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epícteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforescente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con lo que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta “L’année dernière à Marienbad”, ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.


De La vuelta al día en ochenta mundos

 

viernes, 21 de noviembre de 2014

CUANDO EL ARTE EXPLICA ... ”UN MARAVILLOSO EJEMPLAR”


de Javier Paco Miró






Ser viajante de comercio o representante de ventas  en el interior no es uno de los trabajos más excitantes. Desafortunadamente muchos profesionales como yo, con estudios universitarios, terminamos desempeñándonos en esta veta.
Con Gustavo hacia un año que nos habíamos recibido de Ingenieros Agrónomos y oficiábamos como promotores, asesores y  vendedores de Plastifert, un pequeño laboratorio ubicado en Sarandí entre los monoblocks y la pequeña laguna, cuyo fuerte eran las resinas polyester. También contaba con una serie de fertilizantes polyester amín fosforado descubierto por casualidad por el dueño de la fábrica Don Jeiko Dresik.

Don Jeiko era un Ingeniero Químico serbio que emigró en los cincuenta con formulas secretas robadas de los laboratorios de la Takrica, una agencia de espionaje de la entonces Yugoslavia.

El fortuito hallazgo se precipitó debido al acoso del grupo ecologista vecinal “Sendero Verde” rama combativa del Partido Ecologista conocidos en el barrio como “La venganza del bosque” o “La voz de la Pacha Mama” o más comúnmente denominados “esos hippies roñosos de acá la vuelta”. Este último apodo era muy a menudo citado por Don Jeiko debido a que les tenía especial antipatía.

Sin embargo no había que desestimar la influencia de esta corriente en la comunidad, casi metieron un consejero vecinal en la municipalidad y tuvieron gran repercusión con la Campaña “salven a las toninas sarandinenses de una pronta extinción”, cuestión que duró hasta que se descubrió que las negras siluetas de la laguna eran unas gomas de camión abandonadas.

Esta vez estaban decididos a llegar hasta las últimas consecuencias debido a que unos pestilentes humos rosados y amarillos se escaparon de la planta de Plastifert y se estancaron como una nube justo en la manzana del local del partido Ecologista. De inmediato presentaron una denuncia en el departamento de salubridad a la par que se dirigieron hacia la calle de la fábrica seguidos por la furgoneta multicolor de los Senderistas bautizada como “El guerrero del arco iris” en honor al barco hundido de Greenpeace. El atascamiento de los vehículos  en el barro anegado de la calle no amedrentó el paso de las autoridades y manifestantes que continuaron caminando, pero le dio tiempo a Don Jeiko a tomar ciertos recaudos. Él  los avistó desde su oficina, escondida en la torreta oxidada del tanque de agua, bajó de inmediato, exaltado, gritando “¡ahí vienen los comunistas a cerrar la fábrica y matar el progreso!”.

Con ayuda del plantel técnico de la firma, José “Colo’ Reyes y el negro Rosas, ambos egresados del curso “Resinas y plastificados” del instituto Pathway por correspondencia, volcaron los tambores de residuos sospechosos en el terreno de atrás, lugar en donde solían plantar verduras para consumo propio, quedando la denuncia en la nada ante la falta de evidencia. Semanas más tarde los cultivos habían crecido tan desproporcionadamente que marcaban rendimientos record en la zona. A consecuencia de este episodio Don Jeiko abrió el departamento de agroquímicos que comprendía el fertilizante en conveniente bidones de 20 litros y una línea de jardín en frasquitos de 100 ml.

Con Gustavo éramos un Team imbatible. Yo me iba con el productor a visitar los cultivos y él se quedaba alrededor de la chacra tratando de ubicar algunos frasquitos usando su appeal con las patronas, para la quinta o para las plantas del frente. Al final de la recorrida con el paisano, a la hora de anotar el pedido, las señoras estaban de nuestro lado extendiendo un poco más las ventas (“cómprenles a los muchachos que son buena gente” solían decir mirando con buenos ojos a Gustavo).

Sin duda la peor parte del trabajo consistía en viajar continuamente, el no pertenecer a ningún lado, el estar lejos de la familia y los amigos. Durante la semana utilizábamos los autos para visitar los campos vecinos, sábados y domingos viajábamos a Buenos Aires sin los coches, otras veces cada uno de nosotros dejaba el auto en un pueblo distinto y viajábamos entre pueblos en ómnibus, principalmente para disminuir el cansancio de manejar. No importaba qué tipo de estrategia era la utilizada, las horas de viaje eran mortales, aburridas, desesperantes. Gustavo y yo enfrentábamos esta monotonía de manera completamente diferente. Para mí la respuesta era simple, primitiva de negación diría un psicólogo, directamente me acomodaba como podía y cerraba los ojos para dormirme antes de que el chofer ponga segunda. Para Gustavo eso era impensable, era como una pérdida de tiempo. A su entender el viaje era una oportunidad para ampliar su red social, conocer gente, encontrar posibles clientes, pero sobre todo o quizás el principal propósito o motivación era levantarse minas. Tarea nada fácil cuando uno viaja un Miércoles a la noche desde Rio III a Despenaderos, desde Ayacucho a Tamangueyú, o desde El Perdido a Cristiano Muerto, como podría explicarse, el ambiente no es exactamente Studio 54 o la presentación de Victoria Secret en Milán. Muy por el contrario,  entre los pasajeros viajaban peones, familias con gallinas, señoras que vendían hortalizas, y viajantes, vendedores, agrónomos representantes de laboratorios (quizás estos últimos los más aburridos del pintoresco grupo). Por supuesto muchos de estos personajes repetían sus trayectos de manera que era inevitable entablar una amigable relación. También era cierto y en eso finalicé coincidiendo con Gustavo (al punto de tratar de cambiar mi actitud permaneciendo despierto un poco mas) que tal situación era una suerte de breve informativo a nivel bien local, en dónde te enteras cuánto y en qué lugar llovió, quien va a sembrar y qué cereal escogió, quién vendió bien la cosecha y también quién tiene el suficiente capital para comprarnos Fertiplast. Con todo el esfuerzo mi interés no superaba la media hora, pero sospecho que no era yo solo que vivía tal situación, debemos  acordar que la mayoría encontraba  los viajes penosamente aburridos, por eso la gente organizaba diversas actividades. No era extraño encontrarse con partidas de truco, payadas, ronda de chistes, mateadas,  muchas veces viajaban artistas en tour, no grandes figuras, sino mas bien artistas locales, malabaristas, payasos, magos, incluso algunos rockeros de segunda que se prendían a entretener al pasaje.  Algunas performances fueron extraordinarias. Recuerdo a la actuación del ballet folclórico de Las Flores en el mismo techo del ómnibus El Camello que viajaba de Tres Arroyos a Necochea, número que vio la luz debido a una pinchadura de goma; o la noche en la cual tres tenores pampeanos subieron al micro Las Pirquitas en el sinuoso camino de San Javier a Salta; el chofer emocionado removió el techo de lona del vehículo y cantaron bajo las estrellas, la gente lloraba, hasta me dedicaron un segmento de “Sensa Dorma” conociendo mi debilidad por el sueno.

Gustavo tenía una estrategia bien definida para cada viaje. Primero encaraba toda mina atractiva, visiblemente sola, tratando de sentarse su lado si podía o en su defecto chamuyando en los pasillos de parado, o si no, directamente, la invitaba a nuestros asientos despachándome hacia destinos inciertos, estos podían ser el vulgar intercambio del asiento con la señorita o el estribo de colectivo. Esto ocurría estando yo medio dormido y con una flor de puteada por supuesto. En segunda instancia (esto era en el 99 % de los casos) encaraba cualquier miembro del sexo femenino, atractivo o no, joven o no tan joven, de cualquier tamaño grupo o factor. En estos casos yo lo miraba con gesto de “sos un hijo de puta, no tenés vergüenza”. Sin embargo su razonamiento se basaba en la siguiente tesis:


-         ¿Por qué me reprochás mi falta de vergüenza? “Nunca se sabe, por ahí tiene una hermanita, una prima, una amiga en buenas condiciones”.



La última opción era charlar con algún parroquiano por el mero hecho social de conocer gente o descubrir potenciales clientes, pero al mismo tiempo con la subrepticia intención de relacionarse directamente con esta persona de modo le facilite su inserción dentro de su mundo femenino. 

Esta era una de esas noches comunes, sin nada en especial, gente cansada y aburrida en un largo y atascado camino de viernes a la noche por la ruta 9 de regreso hacia la Capital Federal. Gustavo se sentó al lado de un tipo con pinta distinguida, buena pilcha, saco sport, zapatos italianos brillantes, 45 a 50 años, no era del ambiente rural, se mostraba muy educado y amable con todos. Charlaron por largo tiempo mientras yo, como de costumbre, dormía a pata suelta abriendo un ojo de tanto en tanto para verificar por dónde andábamos y cuanto más podía dormir. A las 6 de la mañana arribamos a Retiro, nos bajamos del podrido ómnibus; en ese momento me di cuenta que había perdido el rastro de personaje sin poder precisar en qué pueblo se bajó. Gustavo parecía contento, con gesto de haberla pasado bien, como que disfrutó la conversación. Antes de despedirse me dice

-         Tipo macanudo este Ernesto, es escritor… Todo un intelectual, da charlas y conferencias en Universidades, talleres literarios. En este momento está presentando su propio libro.”

Quizás era la primera vez, después de esta clase de encuentros, que no me dijo - “parece que tiene una sobrina en Chajari de 25 que la rompe, o es el mayor en una familia a la cual le siguen 9 hermanas solteras, en Saladillo. ¿Qué te parece si organizamos la semana que viene una gira por allí”?


Me alegró que haya entablado una relación de este tipo, acaso más madura.

-         Hasta me regalo su libro - agrego Gustavo entusiasmado- el cual prometí leerlo así la próxima vez que nos encontramos le doy mi opinión. Ernesto  dijo está muy interesado en escucharla” -

El fin de semana pasó volando, estuve la mayoría del tiempo con Marina mi novia y la pasamos muy bien con la excepción de un aburrido almuerzo en lo de mis futuros suegros. Cuando me quise acordar me encontraba en la terminal de ómnibus de Retiro viendo la silueta de Gustavo acercarse corriendo.

- “Que tal el fin de semana” ? - le pregunto  - Mientras vamos a sacar los boletos le sigue su reiterado monólogo de desencuentros amorosos.


-         Un kilombo - Gustavo suspira y toma aire profundamente antes de comenzar el relato

-         “Le dije a Liza que no llegaba hasta el Sábado por la tarde, de esta manera podía pasar medio día con Carla. Con Carla todo bien;   desayunamos y nos fuimos a mi departamento y vos sabes cómo es Carla, sexo sin parar hasta el almuerzo. Luego fuimos a comer a un restaurant y de repente aparece el primo de Liza, por suerte me vio cuando iba camino al baño así que estaba solo, pero el pelotudo le conto; así que la gorda se enojo porque no la llame hasta la tarde y me reprochó que si estaba en Buenos Aires podríamos haber almorzado juntos. Carla quería seguirla en un telo a la hora de la siesta pero yo ya no daba más. A la tarde me encontré con Liza, que por supuesto estaba chinchuda. Para aplacar los ánimos  la lleve a cenar a la Recoleta y se ablandó, pasamos una noche apasionada juntos. De todas maneras y lamentablemente no me quedó tiempo para encontrarme con Susana,  me comuniqué y le dije que la vería la semana entrante, me corto de golpe creo que estaba llorando -.

No bien hizo una pausa me retire de la cola con el boleto no sin antes advertirle

-          ¿No es mejor tener una sola mina y estar tranquilo?.


Obviamente mis consejos no estaban siendo escuchados, sabía que hablaba solo pues el cretino se quedó en la ventanilla pidiéndole el teléfono a la chica que vendía boletos.Una vez sentados en el micro le pregunto

-         ¿Qué tal el libro?

-         ¿Qué libro? – me preguntó Gustavo con cara de idiota -

-         El libro, boludo, el que le prometiste leer a tu amigo Ernesto -. De inmediato su cara se tornó con un dejo de preocupación para responder.

-         Que cagada ni lo mire


Ahí nomas me puse serio dándole un breve sermón…

-         Sos un boludo, un irresponsable, que le vas a decir si sube por el camino, parece un buen tipo, vos mismo lo dijiste.

El comentario pareció entrarle por algún lado pues me aseguró que en ese mismo instante le pegaría un vistazo al texto, aunque sea para saber de qué se trataba.

Hizo una pausa de unos segundos y empezó a murmurar


     -  ¿No habrá una versión resumida, tipo Leru. Por qué te fijás en internet con tu Laptop ?


-         Gustavo, dejate de joder y pegale una leída - le respondí bastante enojado

Dos minutos y treinta segundos más tarde me quede dormido (como de costumbre) para despertarme 4 horas después, a mitad de camino, justo en el momento en que estábamos por parar me desmayo por un rico café y la posibilidad de estirar las piernas. Gustavo contrariamente a lo esperado no estaba chamuyándose alguna mina, ni jugando al truco, ni tomando mate con el chofer. Estaba roncando como una morsa boca abierta, baba chorreando por sus comisuras y el libro abierto tapándole parte de la cara. Lo despierto, se despierta y una vez abajo le pregunto…

-         ¿Qué tal?...

-         ¿Qué tal, qué? - dice el nabo secándose la baba con una servilleta, mirándome con los ojos perniabiertos.

-         Que tal el libro boludo. ¿No estuviste leyendo?

-         No…viste, me quede dormido. Habré leído dos o tres hojas. Pobre Ernesto que me perdone pero como escritor es un plomazo.

-         ¿Por qué?  - le pregunto intrigado -

Gustavo estaba perdiendo concentración al ver que la chica que servía el café tenía un amplio escote, así que tuve que insistirle.

-         “Como te podría explicar - dice mientras le hace una seña a la chica -, no pasa nada, ni hay asesinato, ni robo, ni piratas, ni tesoros. No hay un carajo, no pasa nada. Se va en descripciones, viste esos escritores que llenan el relato de detalles. Empieza en una conferencia de la ONU en San José de Costa Rica y ahí se encuentra con el delegado de Senegal.



Gustavo cortó su relato abruptamente comenzando a tomar el jugo que había traído la hermosa camarera segundos antes, él absorto, la seguía con la mirada. Lo agarro antes de que se levante con la intención de encararla y le espeto con vos firme…

-         ”Y???”… ¿Qué paso después?

Gustavo vuelve a la tierra, se sienta, se relaja recuesta su cuerpo sobre la mesa, me mira con cara de experto literario y susurra…

-         ”Y ahí se caga el relato, empieza con los detalles, con la descripción del personaje, que su grave y profunda voz, que sus pronunciadas cejas, para luego ahondar en detalles de su distinguido vestuario, sus zapatos italianos, blablablá; me quede dormido…

Fue el final del tema y comenzó el tiempo de reanudar el viaje. Aguanté sin dormirme hasta la próxima parada, Venado Tuerto, más o menos una hora más tarde. Al acercarse a la parada, no bien el micro disminuyó la velocidad, reconocí la silueta de Ernesto, fácil de distinguir entre los pasajeros con su impecable sobretodo y su maletín, listo para subir a nuestro micro.  Inmediatamente me hice el dormido, para quedarme realmente frito 2 minutos más tarde después de observar que el tal Ernesto reconoció a Gustavo y le hizo señas como para sentarse juntos. Me dormí recordando la expresión de pánico de Gustavo ante la total ignorancia del contenido de aquel libro.

Viajero experimentado, abro los ojos 2 minutos antes de llegar a Oncativo donde pasaríamos la noche en el hotel Residencial, un hospedaje modesto pero con un restaurant famoso por su parrillada y su renombrado asador. Con los primeros humos provenientes de la cocina y el irresistible aroma termine de despertarme. El tema era inevitable, la conversación no se podía esquivar aunque Gustavo seguía consumiendo chinchulines y mollejas tratando de mantener la conversación en el plano meramente gastronómico.

-         Que buenos están estos chinchulines, probá, probá esto. Mirá, acá hay riñoncitos. - Gustavo hablaba y masticaba, masticaba y hablaba.


Lo corte de repente mientras sucumbía a los riñoncitos…

      - “Che boludo, le dijiste al susodicho que su libro es un plomazo y que no aguantas más de dos líneas sin empezar a roncar profundamente -



-         “Tas loco - Gustavo subió la voz en tono de ofendido -, como voy a ser así de grosero, por lo contrario le dije que encontraba la obra interesantísima, profunda, con un especial toque sentimental y un delicioso popurrí de bien descriptos personajes. Es un relato donde la erudición y el lenguaje irónico resaltaban lo pintoresco de las situaciones”.

-         “Vos… caradura, irresponsable, ¿Tuviste la desfachatez de inventar todo eso? - le pregunto mientras cortaba una mitad de una morcilla.

-         “No…  Lo saqué de la contratapa de una novelita de amor olvidada en el bolsillo del asiento de al lado, revista que manotié rápidamente al ver la silueta de Ernesto acercarse para subir a nuestro micro - agrega Gustavo mientras levanta la copa de vino y continua inmutable con voz de crítico de cine. -Resulta imposible no sentirse tocado por semejante visión romántica y sensual de las relaciones modernas”


Debí mandarme un buen trago de vino para calmar mi asombro, para de inmediato cuestionarle

     - ¿Y eso de donde lo sacaste?

-         Como te dije, en el mismo bolsillo había una revista “Susy secretos del Corazón”, eso fue todo lo que pude leer cuando el tipo se distrajo para alcanzar su maletín del compartimiento de arriba del asiento antes de despedirse. Gracias a Dios sólo viajo media hora. Se bajó en el pueblo siguiente. Se emociono mucho de que yo compartiera sus ideas - prosiguió Gustavo como intentando convencerse  a sí mismo -. Es más el Sábado estamos invitados a una gran cena presentación que incluye disertación en el Savoy. Te das cuenta, en el Savoy de la ciudad de Córdoba; todo pago: canapés, sanguchitos, cocteles y como te imaginarás, muchas minas - finaliza excitado su monologo- .

Tras una semana agotadora me pareció bien quedarnos el fin de semana en la capital de La Docta para un merecido descanso, cosa que no le agradó para nada a Marisa en Buenos Aires, pero de vez en cuando viene bien quedarse y evitar los largos viajes, aparte le conté del evento del sábado y la posibilidad de hacer nuevos clientes.

Aquel sábado a la tardecita y una vez alojados en el lujoso hotel decido tomar una larga ducha y disfrutar de un refrescante jugo de naranja para hidratarme bien, cosa de desintoxicarme e ir bien preparado para el chupi nocturno.

-         Mirá que va a subir dentro de un rato – comenta Gustavo en el preciso instante en que yo estaba a punto de meter un pie en la bañadera –

   

-         ¿Quién va a subir ? -le pregunto-

-         Ernesto- me contesta –, dejó un mensaje diciendo que va a traer un champan; qué se yo.

-         ¿Terminaste de leer el libro?. ¿Por qué no tratas de leer un poco más? – le recomendé temiendo que haga un papelón con sus comentarios extraídos de la revista “Susy”.

-         Bueno - dice Gustavo –pero si me quedo dormido despertarme para la fiesta, no te vas a ir solo


Decidí cambiar la ducha por un bien merecido baño de inmersión, seguramente sería más efectivo para desintoxicarme y relajarme. Tan efectivo fue que me quede semidormido volviendo a la realidad pocos minutos después bajo el imperio  de bruscos ruidos, pasos agitados y movimientos de llaves. Gustavo se asoma por la puerta con un extraño rictus, tez pálida y cara sin la mayor expresividad.

-         Vuelvo en cinco minutos – me dice apurado saliendo en veloz corrida -


La cosa me olió muy mal. Este no era el comportamiento de Gustavo antes de una festichola, estaría más bien pavoneando acerca de las minas que se iba a levantar, eligiendo qué camisa se iba a poner, escuchando música a todo lo que da, pero salir corriendo, no.

Salí de la bañera preocupado portando solamente la toalla en la cintura. De inmediato descubro tirado en el medio de la pieza el famoso libro. Empiezo a leer de a salteado sospechando que tenía algo que ver con la actitud de mi amigo y decía: “Luego de la convención de Costa Rica volví a encontrarme con Abutu, sin duda un maravilloso ejemplar, extremadamente buen mozo con su pelo largo y grueso, sus profundos ojos marrones con pestanas perfectamente formadas y gruesas y redondas cejas.

Salteo algunas hojas y continúo leyendo…

“fue en el hotel de la playa cangrejales. Ahí no hubo tiempo para la diplomacia. Me besó en la boca y sin hablar se quitó la ropa y le apreté sus firmes muslos dorados”

Salteo, me pongo muy nervioso, se me seca la boca y me acuerdo que este Viejo puto está en camino a la habitación.

Continúo leyendo un poco más…

Gracias a Luis pude olvidar a Abutu, el estaba tomado sol con un speedo minúsculo color violeta, podía observar sus manos delicadas, sus fuertes brazos, sus amplios hombros, su cuello elegante, sin duda un maravilloso ejemplar”

Salteo 10 hojas y me acuerdo que puede llegar en cualquier momento y que Gustavo se piro’ y me hierve la sangre pero leo un poco más…

“Él se sacó su ropa, desnudo resplandecía de poder y confianza porque Carlos había sido un atleta, un maravilloso ejemplar. Entonces borrachos y desnudos empezamos a luchar como gladiadores, me puso con mis piernas alrededor de su cuello, para luego ponerme de espaldas contra el suelo y comenzar a sodomizarme.”

Deje de leer consternado, pase varios segundos semiconsciente, casi en coma, cuando como un trueno unos golpes en la puerta retumbaron en mi cabeza. Del otro lado, con vos finita pero insistente se escucha alguien que dice “Soy yo Ernesto. Totalmente mareado miro por la mirilla y veo al viejo con una bata roja, botella de champan en una de sus manos y una rosa roja en la otra.
Eso fue lo último que vi antes de desvanecerme gritando internamente desde mi subconsciente “Gustavo sos un hijo de puta”.

 * Primer Premio Concurso Cuento Corto - Australia

Traducido por Javier Martín Miró. "Argentinizado" por Gustavo Marcelo Sala con anuencia del autor.


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