El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

lunes, 2 de abril de 2012

Cárdenas, cosecha 90 - Novela y algunas horas de blues para acompañar la lectura


Cárdenas, cosecha 90 - Novela Corta
Temática: Político - policial
Autor: Gustavo Marcelo Sala






Cárdenas, cosecha 90
Novela Negra
Finalista Certamen Gregorio Samsa – Editorial Ápeiron – España - 2016

I

Estimó que las veintitrés muertes provocadas durante el año a cuenta y orden de contratos establecidos constituyeron razón suficiente para gozar de unas postergadas y justas vacaciones. Mayormente no conocía a ninguna de las personas ajusticiadas, tampoco se preguntaba si merecían o no la condena; simplemente hacía su trabajo tal cual estaba obligado por convenios asumidos. Mario Cárdenas era un eficiente asesino cuya fama había trascendido los límites de los arrabales porteños, susceptible de ser convocado para las más diversas comisiones: Temas pasionales, asuntos políticos, ajuste de cuentas, y hasta incisos artísticos formaban parte de dilemas a resolver. Las mismas fuerzas del orden utilizaban sus servicios cuando la situación lo requería. En cierta oportunidad recibió en su casilla particular del Correo Central un sobre con cincuenta mil dólares en su interior, adjuntando la foto y una ficha técnica en donde estaban volcados los datos completos del sentenciado. Se trataba del Oficial Pasucci, cuyo destino por entonces era el destacamento de Cañuelas. Parece que el hombre se había apropiado, a espaldas de sus compañeros, de una importante porción de la caja privada que la comisaría llevaba como norma de sana urbanidad. Los compañeros de armas determinaron la contratación del gestor dentro del marco de un supuesto enfrentamiento. Demás está decir que el deceso del infortunado iba a constituirse como un práctico y taxativo mensaje de escarmiento de cara al futuro. Así su cartera de clientes formaba un arco iris en donde cada color aseveraba un componente social distinto y contrapuesto. Cabe aclarar que las clases más postergadas de la sociedad no podían contar con sus habilidades debido a lo elevado de sus honorarios. De todas formas su fama en el rubro lo colocaba por encima de la consideración costo / beneficio, más allá que la tarea fuera evaluada por el contratista como inversión o gasto necesario.

Hacía más de diez años que Mario no le regalaba a su esposa una buena temporada de ocio y turismo. María Inés Fontanal a poco de ingresar a su cuarta década de vida ostentaba una belleza llamativamente juvenil y cautivante. Era apenas dos años mayor que su esposo. El matrimonio no había podido tener hijos, en consecuencia, su vida transitaba por senderos  beatíficos y sosegados en donde los tiempos reservaban instancias de concordia y burocrática afinación. Se habían conocido en la segunda noche del baile de carnaval de 1976, organizado por el club Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque. Por aquel entonces la adolescencia, dentro del típico marco burgués, les impedía constatar la existencia de realidades palpables y prontas a ser expuestas. Esos dos años de diferencia a favor de la joven fueron toda una provocación para Mario; la sospechaba experimentada y madura, de modo que su elección lograba un doble propósito: En primer lugar usufructuar los dividendos de su imaginario, y en segundo término ufanarse, desde la arrogancia, delante de su caterva de amigos.
El colegio San José de Calasanz del barrio porteño de Caballito, en donde Mario curso su secundario, fue caldo de cultivo propicio para tales fanfarronerías. La oquedad y la falta de compromiso como máxima expresión formativa de la época y fiel reflejo de una clase media urbana cuyas lecturas sobrepasan escasamente los límites de su propio ombligo.
Finalizada la etapa de instrucción media María Inés y Mario deambularon durante varios años entre empleos mal pagos y carreras superiores inconclusas, tanto terciarias como universitarias. La joven descubrió su vocación como obstetra tempranamente y un tanto de casualidad mientras que Mario solidificó sus actividades comerciales inmobiliarias permitiéndole ingresos más o menos regulares y en dólares. En tanto y en cuanto comprobaron que cierta calma los estaba mimando decidieron formalizar su pareja a fines de 1985 casándose en la Parroquia de Nuestra Señora de Lourdes ubicada en el barrio porteño de Flores.

En un principio y por unos meses vivieron en la casa de los Fontanal hasta que pudieron alquilar un coqueto departamento de dos ambientes en la zona del Parque Centenario. Esta ubicación fue buscada de ex profeso debido a su equidistancia con respecto al destino de sus actividades y la buena disposición de medios de transporte público de pasajeros. Más allá de disponer de varias líneas de colectivos por la Avenida Díaz Vélez, gozaban del servicio de subterráneo a poco menos de cuatro cuadras. Solían comentar que sus vidas eran demasiado urbanas, ordenadas y aburridas. Los ingresos no eran magros como para preocuparse, pero de ningún modo importantes como para ilusionarse con inversiones relevantes, su régimen de inquilinato los mantenía fuera de ese proyecto.

Por 1988 María Inés ya se había recibido de obstetra y desarrollaba su residencia en el Sanatorio Lavalle de Villa Ballester. Mario continuaba con sus tasaciones y operaciones inmobiliarias comenzándose a percibir los primeros indicios del proceso inflacionario que azotará de manera determinante el final de la década y que de algún modo delinearía el infame destino de la siguiente.

Un café, en el bar Quitapenas ubicado en la esquina de Nazca y Rivadavia, a modo de arbitraria necesidad fue motivo suficiente para que Mario deje de lado algún compromiso pendiente y se disponga a disfrutar de un cigarrillo y un rato de lectura de la novela Triste, Solitario y Final, de Osvaldo Soriano, Decidió entonces someterse a la dictadura de una ventana soleada. El frío era lo suficientemente intenso como para no desear ser acariciado por el prisma calórico que ofrendaba el generoso cristal. Su impecable ambo de estación en tonos pardos era acompañado con sumo decoro por un par de botas de elegante corte, la corbata de lanilla cerraba filas con una traba dorada que incluía su nudo, tomando el cuello blanco de una camisa completa de finas rayas en la gama de los beige. Todo el conjunto asimilaba de gran forma a un gallardo portafolio que guardaba presta colaboración profesional a su actividad. Dentro de él hacían gala de imperturbable presencia una calculadora Casio FX 120, una cinta automática de cinco metros de largo, fichas preparadas para hacer evaluaciones de las propiedades, una linterna manual, bolígrafos, fibras y resaltadores de variados colores, un fajo de tarjetas personales, el libro de Soriano y dos paquetes de Gitanes.

-         Mario... ¡Tanto tiempo! ¿Cómo te va?
-         Luichi ¡Qué alegría verte! ¿Qué hacés por acá?
-         ¿Me puedo sentar un rato o estás esperando a alguien?
-         Pero dejate de joder, por favor sentate, tengo todo el tiempo del mundo. Justamente estaba haciendo un poco de huevo.
-         Hijo de puta, cómo te borraste. Nos bajamos del micro y no supe más de vos.
-         Es verdad Luisito. Volvimos de Bariloche y no vi más a nadie. Me metí en lo mío y todo terminó. ¿Te acordás de María Inés?
-         Si, por supuesto. Estaba muy fuerte, hacíamos fila para envidiarte.
-         Bueno. Duerme conmigo todas las noches.
-         ¿Te casaste con ella?
-         En el año 85.
-         ¿Y tienen hijos?
-         No. La idea es disfrutar un poco hasta el día que estemos en condiciones económicas de agrandar la familia. Vivimos en un dos ambientes que alquilamos, eso te da la pauta.
-         Lo bien que hacen, la cosa está bien jodida. ¡Debe estar bárbara María Inés!... Bueno, ahora es tu mujer, recuerdo que era inevitable detenerse en su figura. ¿Qué hace?
-         Es obstetra en una Clínica privada. Hace poco comenzó sus prácticas, se recibió el año pasado. Si bien desde muy joven estaba segura de su vocación no se decidió a estudiar sino hasta pasados los veinte.
-         Mirá esa pilcha, el maletín, los Gitanes. ¿Qué sos, ladri? – Preguntó Luis -
-         Más o menos – contestó Cárdenas -. Agente inmobiliario. Supongo sabés de qué se trata. Esto es, gano guita con un sobreprecio llamado comisión. Para ello les hago creer a los tipos que compran y venden propiedades que soy absolutamente necesario para el buen destino de la operación, de lo contrario aflorarían cuestiones personales que la harían abortar. Una suerte de inevitable esponja de conflictos inexistentes o como bien afirma un colega amigo: somos un mal necesario.
-         ¿Y cómo anda la cosa?
-         El proceso inflacionario está sepultando todo el optimismo que tenía; es evidente que el bolsillo de la clase media es el termómetro de mi oficio.
-         Sacátelo de la cabeza Mario, con los milicos esto no pasaba.
-         No lo sé Luisito. La economía de la época también dejaba bastante que desear. Además pasaban cosas más graves.
-         ¿Qué cosa puede ser más grave que la economía Mario?
-         ¿Me estás jodiendo? Lo que vivimos fue una verdadera masacre, una tragedia si se quiere ver con cierta prudencia.
-         No te confundas Cárdenas. Depende de qué lado de la vereda estés parado. En mayor o menor medida todos los países sufrieron procesos de depuración; la consecuencia de todo conflicto de valores trae aparejado un lógico planteo bélico que comienza sutilmente, no se sabe cómo se desarrolla y menos aún con qué intensidad finaliza. Mirá que hablé con gente de los dos bandos y ambos coinciden que el conflicto todavía no terminó y que en algún momento volverá a surgir. Quedan cuentas pendientes y muertes no concluidas.
-         Perdoná, pero hablar de esto me pone mal. Puedo entender sobre cuestiones filosóficas, religiosas, o políticas a debatir. No voy a admitir como recorrido natural para tales polémicas las desapariciones, las torturas, los campos de concentración, el secuestro de criaturas, el robo de pertenencias y demás delitos que se cometieron desde la impunidad del poder real. Te puedo tolerar que los otros tipos estaban cebados y creídos, pero se sabían al margen de la ley operando en consecuencia bajo la clandestinidad. Los milicos y civiles que gobernaron crearon una legislación de facto para delinquir so pretexto de instaurar un orden perdido. Si te querés convencer de otra cosa es tu problema, será tu justificación, a mi no me cuentes.
-         Veo que el tiempo te transformó en un moralista.
-         No Luis, no te equivoques. Pero hasta la hijadeputez tiene un límite.
-         Ahí es donde le pifias. Los límites, convencionalmente, no existen Marito. El límite lo va corriendo uno junto a la sociedad y tiene que ver con la cantidad de cosas que se desean tener. Así pues, si de mí depende tener una nueva Coupé Fuego a fuerza de que una persona alejada de mi entorno deje de existir, me tiene sin cuidado.
-         ¿A qué te dedicás Luisito?
-         Soy personal de inteligencia de la Nación. Desarrollo actividades dentro del ámbito del Ministerio de Interior.
-         Para… dejame entender... Un tipo que hace y piensa lo que vos guarda directa relación con el actual sistema democrático; y no sólo eso, además sospecho que debés cobrar muy bien y ese sueldo te lo paga el pueblo.
-         ¿Te das cuenta Marito? Todo es relativo. Te digo más, hace un tiempito me compré un bulincito cerca del Congreso. Un monoambiente con baño completo y kitchenet. Me hubieras venido bárbaro entonces. Sigo. En la actualidad ese departamento es mi principal fuente de ingresos.
-         ¿Lo alquilas por día?
-         Podría ser una definición del negocio. En realidad les armo contactos a una treintena de legisladores nacionales con un grupo de modelos de tercera línea. Les cobro seiscientos dólares por turno encargándome del resto. Le pago al recurso, procuro que la heladera siempre se encuentre provista de insumos para el refrigerio y guardo líneas estrictas de aseo y privacidad. El bulo pasa por una escribanía. Una amiga que anda en la mala es la que se ocupa de la limpieza diaria del lugar. Me mando un promedio de tres a cuatro negocios por jornada. Te dejo que hagas la cuenta, yo ya no necesito hacerla. ¿Nada mal no?
-         ¿Y cómo te hiciste de clientes?
-         Repartí tarjetas en el mismo Congreso. Servicios personales para el caballero rezaba en el dorso. Luego del primer interesado el resto lo hizo el boca a boca. Mis mejores clientes lo podés encontrar getoneando por la radio o por la tele sobre las bondades de la moral y la democracia. Al principio me cagaba de risa y los veía como hipócritas, ahora rezo para que esto nunca termine.
-         ¿Y las pibas?
-         Hay de todo. Atorrantas y atorrantes, estudiantes, bailarinas. Hay veteranas, menores, casadas, patovicas. Todas y todos pertenecen a una agencia de modelos. Yo le garpo al dueño de la agencia doscientos dólares por servicio. Hay congresistas del interior que vienen varias veces al mes buscando pernoctar acompañados. Ahí hago muy buena diferencia.
-         ¿Y tu laburo oficial?
-         Ese es el punto neurálgico y tragicómico de la cosa. Mato dos pájaros de un tiro. Vigilo los movimientos de esos legisladores y los tengo agarrados. Sus familias, amigos, conocidos y vecinos. Me encargo de investigar vida y obra de cada uno. En qué negocios compran, qué libros leen, bares que frecuentan, cómo y a quién le mienten. En fin, digamos que las dos actividades se complementan.
-         ¿Y ellos los saben? ¿Quién determinó esa vigilia?
-         De ninguna manera conocen sobre la operatoria. Por un lado creen que soy un simple relacionista público que organiza encuentros privados considerándome como un gestor apolítico de los tantos que andan dando vueltas por los pasillos del Congreso; por otro lado la observación de legisladores a cargo de los servicios de inteligencia del estado viene de arrastre desde los tiempos de López Rega y era debido a la cantidad de zurdos que había por entonces. Como toda inercia, seguirá hasta que alguien se avive de que tal medida constituye una soberana boludez. Mientras tanto tengo laburo y gano buena plata. ¿Te suena Rodolfo Ortega Peña?
-         ¿Pero el “Brujo” no estaba en Bienestar Social?
-         El “Brujo” estaba en todos lados
-         ¿Estás casado? – Preguntó Mario -
-         Me casé, me separé, me volví a juntar y me volví a separar. En ese aspecto soy un fracaso, Mis ex no me quieren ver ni dibujado. Arreglamos las cuentas y nunca más.
-         ¿Y en el otro, no?
-         Veo que esa pseudomoralina de los discursos democráticos te cautivó. Cuando te des cuenta que todo es falso te vas a acordar de mí. Para las mayorías las cosas valen mucho más que las personas y como decía el General el órgano más sensible del humano es el bolsillo. Sólo falta que alguien se haga responsable de todos los males, dejando libertad para que la cosa funcione y saque lo peor de cada uno sin que cuenten los remordimientos. O vas a creer que la dictadura funcionó por la fuerza del fusil. No te olvides que mientras se limpiaba de zurdos a la sociedad las mayorías gozaban del deme dos sin cuestionarse nada. Te dejo mi tarjeta Marito, tengo compromisos que no puedo obviar, sé que algún día me vas a necesitar. Mandale un beso a tu mujer y decile que la recuerdo con mucho cariño.
-         Llevate la mía, no vaya a ser cosa que tengas que vender bulín.
-         Sea como sea, estoy seguro que nos volveremos a ver.

Si bien, ni él ni nadie de su entorno habían sufrido personalmente persecuciones, tenía un fuerte sentimiento de desprecio por aquellos que apoyaban o trataban de justificar aquellas aberraciones del pasado. Tampoco aceptaba la teoría de los dos demonios que impulsaba el gobierno radical como relato bíblico. Despreciaba por sobremanera a aquellos que todavía seguían obteniendo rédito por tan inmunda empresa. Recordaba el silencio de los medios que ahora se rasgaban las vestiduras por cualquier tontera mientras años atrás no tenían vergüenza en halagar en sus reportajes a los milicos genocidas. Eso de relativizar todo lo existente no formaba parte de su ciencia. Sabía, tal como afirmó su amigo Luis, que la mayoría de la sociedad colaboró para que tal fenómeno político se desarrollase y que en muchos casos bendijo tal situación y hasta la disfrutó. Sabía también que la delación y el silencio cómplice formó parte de la artística y el maquillaje que dicho proceso necesitó. Y no es menos cierto que esas características estaban por el momento descansando hasta que aparezca una nueva y mejor oportunidad. Se quedó pensando en lo que se convirtió aquel pibe con el cual solía ratearse, siendo el lugar de encuentro los billares de San Juan y Boedo, cuando no tenían ganas de soportar en la dos primeras horas del viernes, Merceología.
Por aquel entonces los taxistas constituían la selecta clientela del bar; mientras algunos aprovechaban para desayunar otorgándole combustible a una jornada que comenzaba, otros, ginebra mediante, matizaban a tres bandas el final de un ciclo que comenzó en la nocturnidad de la madrugada. El sistema no era por hora ni se pagaba turno, cada mesa poseía un reloj individual; ese aparato era activado por el mozo a través de una llave maestra. Cuando abría dicho reloj emergían las tres bolas correspondientes a ese paño y comenzaba a correr el ciclo. De ese modo uno podía determinar el tiempo que quisiera jugar, no había mínimos ni máximos a respetar, incluso los que cerraban las mesas generalmente no eran los mismos que las abrían; se comentaba en el salón que este mecanismo era esencial para el armado de encuentros maratónicos, previamente programados, con un variopinto plantel de billaristas, todos taxistas. La tarifa final resultaba de la comparativa entre el valor nominal del minuto y la cifra definitiva que mostraba el reloj al cerrarse. Los tacos y las tizas moraban en los laterales del salón a disposición del público, más allá de los armarios privados de un grupo selecto de habitúes del lugar exageradamente meticulosos.
Recordó de inmediato cuando tuvieron que rendir física de cuarto. No tocaron un libro durante toda la tarde so pretexto de no poder resolver en seis horas lo que ellos mismos habían provocado durante todo el año lectivo, de modo que pergeñar un sistema adecuado para salir airosos del compromiso era la única alternativa. Las hipótesis y los planes circulaban a discreción y desordenadamente mientras Claudia, prima de Luis, cebaba mate. Recordaba que con Claudia sentían una notable atracción mutua, pero las ambiciones de la aspirante a modelo reconocían al muchacho como un croto sin futuro, siendo su perfil de crónico perdedor un factor limitante insoslayable. Morocha, alta, esbelta, siempre provocadora, matizaba cierta cuota de inocencia bocetando un ingenuo maquillaje en el marco de una geografía completa de imperceptibles pecas naturales. Sólo un beso alcanzó para saber que nada se podía hacer al respecto. Siempre se miraron con sed y apetencia; en circunstanciales encuentros se apartaban de sus parejas de modo de continuar con ese perverso juego tomando como base cientos de excusas olvidables.
Entre mates y bizcochos establecieron postulados, desecharon métodos y estuvieron a punto de rendirse. Claudia fue fundamental para que tal cosa no sucediese. Sabían que la prueba era escrita y que consistía en tres problemas que a posteriori deberían ser racionalizados oralmente delante de la docente. El grado de complejidad de los ejercicios era proporcional al desempeño personal que el alumno había tenido durante el año lectivo. Para el caso, tanto Cárdenas como Montaña estaban en las mismas condiciones: las peores.

Esa tarde Mario estimó como probable el siguiente boceto...

Primero: Despegar el plastificado de las cédulas de identidad por uno de los laterales de forma muy prolija. La idea es que quede definido un pequeño e imperceptible sobre. Segundo: La operatoria en sí consistía en introducir dentro de la misma un diminuto papelito con los ejercicios a resolver. Tercero: Contar con un voluntario que ingrese al aula quince minutos después de comenzado el examen para solicitar a la titular de la mesa el retiro de ambos documentos por pedido del señor Fiore, secretario de la institución. Las identificaciones viajarían con la suerte de los condenados en su interior. Cuarto: En las afueras debería estar Juano Ramirez, compañero de andanzas y genio en física, de modo resolver los problemas lo más rápido posible. Quinto: Una vez resueltos los dilemas, debían ser reducirlos a su mínima expresión para introducirlos dentro de los documentos. Sexto: El mismo voluntario que retiró las identificaciones sería el encargado de reintegrarlas ingresando al aula. Séptimo: El resto era tarea del dúo. Recibir las cédulas, copiar los contenidos ordenadamente y luego explicar, muy por arriba, lo realizado. Al estar los tres ejercicios resueltos correctamente no existirían demasiados cuestionamientos por parte de la joven docente
Recordaba en aquel momento, a poco de terminar su capuchino en el Quitapenas, que al otro día salían de aula con un siete en cada permiso de examen. Recordó también que mientras Luis se ufanaba de la hazaña, él observó el asunto desde otro lugar; percibió que tales comportamientos significaron un fraude del cual no sentía ni una pizca de orgullo. Estimaba que fue una lucha con ventaja. Un ejército de haraganes (pensó en los grupos de tareas) aplicando un plan para enfrentar a una inexperta profesora y su conocimiento. Lo curioso fue que a partir de ese momento se le manifestó a Mario un impensado y notable interés por la Física, haciéndose muy aficionado a su lectura.

*

Esa misma noche y durante la cena le comentó a María Inés su ocasional encuentro detallándole lo conversado sin omitir dato alguno, mostrándose inquieto y un tanto desconsolado, sospechando que es mejor evitar ese tipo de casualidades de forma tal dejar esos recuerdos en el interior de un cajón del que nunca se deberían fugar.

Meses después todo el benigno microclima creado por la pareja estaba soportando notorias tempestades. La situación económica y social de la endeble estructura reinstalada a partir de 1983 se había resquebrajado mostrándose herida de muerte. Los discursos deambulaban entre el fanatismo y el absurdo. Por un lado se abogaba por la desaparición del Estado como administrador y ente regulador de las diferencias existentes, se utilizaba como envión dialéctico la caída del socialismo real y la atomización de la Unión Soviética. Se hablaba del fin de la historia y de las bondades de la actividad privada como madre de todos los logros. La desocupación y achicamiento del mercado interno produjo la inevitable depresión del mercado inmobiliario. El propietario de la empresa en la que Mario ejercía como Productor y Vendedor le recortó el básico, los viáticos y las ganancias adicionales por los alquileres; rubros que eran abonados de modo informal. Su renta definitiva estaba ligada directamente a las operaciones que podía realizar. El resto de las actividades dentro del comercio no eran valorizadas como trabajo productivo. Luego de tres meses sin ingresos, de haber agotado sus ahorros, y debido a que el salario de María Inés era todavía realmente exiguo decidieron en conjunto llamar a su viejo compañero de secundaria.

-         Buenos días. Me puede comunicar con el Señor Luis Montaña.
-         ¿De parte de quién?
-         Mario Cárdenas.
-         Un segundo por favor.
-         ¿Qué hacés hijo de puta, cómo te va?  - Del otro lado Mario era sometido a una nueva humillación por parte del sistema – Te debe estar yendo como el ojete ¿Por eso me llamás, no?
-         La verdad es que tenés razón Luis. Mejor te dejo...
-         Pará pará, no cortés, no seas boludo. Los amigos estamos cuando se pone fulero. En las buenas cualquiera se prende. Decime el motivo de tu llamado.
-         Necesito laburo. Se cayó todo. No le vendo un iglú a un esquimal y todavía María Inés no ha logrado un ingreso estable. Pagamos el alquiler o morfamos. Así de jodida está la cosa.
-         No te preocupes, yo me ocupo. Parece un juego de palabras pero no lo es. Esta noche paso por tu casa y hablamos. Algo te voy a llevar como propuesta para que evalúen en conjunto. Además tengo curiosidad por María Inés. Llevó un Savignon Blanc de Ruttini, para festejar el reencuentro.
-         Dale, te esperamos. El menú será acorde con el vino. Anotá: Otamendi 372 departamento F, entre Aranguren y Avellaneda. Es un edificio de tres pisos sin ascensor, el frente tiene mármoles oscuros
-         Boludo no soy, ya me diste el número.
-         Perdoná... Nosotros vivimos en el segundo piso.
-         Bárbaro, entonces nos vemos a eso de las nueve y media.

El departamento lucía como de costumbre, impecable. El orden y el buen gusto eran privativos de la pareja. No necesitaban que un ocasional visitante promoviera apuros desmedidos a favor de la distinción y la elegancia.

-         Hola, soy Luichi.
-         Aguantame que ya bajo.
-         ¿Qué hacés, como te va? Nunca pensé que me llamarías. Te vi tan resuelto y convencido.
-         Lo único que te pido es que no me humillés y menos delante de María Inés. Vos sabés que este tipo de cosas afectan la relación. Tus bromas son por demás pesadas y fuera de lugar.
-         Quedate tranquilo. Aquella charla casual también me sirvió de mucho y hay cosas con las cuales no puedo estar en desacuerdo. Lo que pasa es que la vida es una tragedia y convengamos que nosotros nunca tuvimos oportunidad de diseñar el libreto. Tenés que asumir eso para entender lo que se viene.
-         ¿Y qué es lo que se viene?
-         Después. Ahora, quiero ver a María Inés, cenar y tomar este vinito. Hay tiempo para hablar, no seas ansioso. Va a estar todo fenómeno. Dale, subamos – insistió Luis – Tu mujer se va a pensar que nos fuimos de putas.

Subieron rápidamente las escaleras. La puerta del departamento estaba abierta

-         ¡Pero qué bien se te ve! Estás tan hermosa como entonces.
-         Muchas gracias Luis, un gusto verte, bienvenido a casa.
-         Los felicito, que lindo tienen el departamento. Parque Centenario es un barrio que siempre me gustó. No es tan caro y tiene una buena ubicación con respecto al centro. Me alegra mucho verlos. en serio les digo, para un solitario como yo, este tipo de convocatorias no deja de significar un evento trascendental.
-         Bueno, dejate de cumplidos y vamos a la mesa.

La cena transcurrió sin mayores sobresaltos. Recuerdos, anécdotas, juegos, novias, profesores, bailes, fiestas, chetos, gronchos, bolicheros, música progresiva, todo formó parte de un compendio de visiones setentistas monocordes y un tanto absurdas sobre un pasado supuestamente interesante.

-         Lo único atractivo es que éramos jóvenes – sentenció María Inés -, todo era una soberana porquería. Vivíamos culpables de pecados nunca cometidos y con miedos ajenos por cosas que nunca nos pasaron.
-         Es cierto –afirmó Luis -, pero es lo que nos tocó. Si no sabemos disfrutar de eso, qué mierda nos queda.
-         ¿Y por qué necesariamente tiene que quedar algo? – cuestionó Mario –
-         Qué se yo... ¿Acaso uno no se va construyendo todos los santos días de su vida? ¿Uno  no es la resultante de los eventos que decidió escoger? – repreguntó Luis –
-         Definición sartreana por excelencia – agregó María Inés –
-         Juro que no lo sabía – afirmó el invitado –

El momento del café los mostró bromeando y distendidos. Los piropos de Luisito a María Inés ya no eran tenidos en cuenta por Mario. La velada había centralizado la temática en aquellos tiempos de tontera y despreocupación. Las últimas gotas del Ruttini sentenciaron la necesidad de conversar sobre el motivo central de la convocatoria. Imprevistamente Luis les informó que debía retirarse, puesto que al otro día, a primera hora, tenía la obligación de asistir a una junta impostergable. Tal relato descolocó a la pareja, no obstante antes de cualquier incomodidad Luis le señaló que al día siguiente Mario debía concurrir a su oficina del Ministerio a las diez de la mañana para comenzar sus funciones como colaborar y asesor personal en cuestiones inmobiliarias por un salario en blanco equivalente a cuatro mil quinientos dólares mensuales. Trabajaría de lunes a viernes de diez a diecinueve en un despacho contiguo al suyo, ubicado en el tercer piso del edificio.

-         Espero no haberles fallado – mencionó Luis -
-         Nada de eso. Dame un abrazo hermano, mañana nos vemos – aseguró Cárdenas –
-         Te esperamos cualquier día de estos – afirmó Fontanal –
-         Dale.. Chau chicos, que sigan bien.

La continuidad de la velada le propuso a la pareja disfrutarse y hacer que el otro se descubra débil y efímero, sensible ante la caricia, ante el beso interesado. Esa noche fueron un poco más que eso. La libertad los había amado dedicándoles las más bellas estrofas nunca escritas, aquellas que nos mantienen cercanos a la eternidad. Bebieron sus elixires sin vergüenzas ni complejos. Era la primera vez que hacían el amor como deseaban, se mostraron generosos y egoístas, contradictorios y auténticos a la vez. No omitieron distrito por indagar ni inciso por auscultar, se sometieron a las musas del placer y la satisfacción, fueron macho y hembra primitivos por acuerdo tácito, exponiéndose como si el otro no fuera quién contabiliza los cotidianos quebrantos. Se vincularon festejando con el cuerpo. La mañana siguiente los descubrió tímidos, dispersos y contenidos, como si la víspera hubiera sido su primera vez; evidentemente algo de eso había.
La elegante traza de Mario era usual más allá de todo compromiso. Un baño reparador, el rostro prolijamente rasurado y un apuesto traje de oscura tonalidad marcaban su rango de presencia y distinción. El cabello cuidadosamente peinado formaba parte de la armonía de un conjunto que trataba de complacer una cadencia precisa y vital, en donde cada detalle estaba en el lugar adecuado, previamente analizado y debidamente cotejado.
Marzo de 1989 lo encuentra desesperadamente inseguro y de alguna manera inconcluso rumbo al Ministerio del Interior para que su amigo disponga de él a su antojo. No estaba en condiciones de exigir ni de exigirse, cosa que mucho le molestaba. No podía adjuntar entre sus cartas de presentación determinados postulados éticos que, por formación, llevaba consigo desde que tenía memoria. La imperiosa necedad de sospechar que una vida digna está relacionada con la cantidad de bienes condiciona y permite que un ser diminuto y abyecto se apropie de nuestra voluntad, manejando, por la fuerza que ejerce la carencia hasta la propia moral. De eso se trataba el viaje que estaba pronto a emprender en la línea A del subte hasta su destino final; sabía que ese sujeto era una verdadera lacra, pero lo que nunca sería capaz de imaginar era que tal energúmeno sólo representaba una ínfima muestra del iceberg que la sociedad estaba gestando y de la que él mismo formaría parte de manera incondicional, transitado sus senderos más oscuros durante el transcurso de la década siguiente.

-         Buenos días, tengo una cita con el Señor Luis Montaña.
-         Un momento por favor.

La señorita encargada del conmutador no superaba los veintidós años. La breve minifalda color azul acompañaba una camisa blanca desabrochada hasta el tercer botón, por lo que el atisbo de sus senos le daba al frío salón principal un aire de encantador agasajo. Un chaleco abierto en la gama de la pollera no impedía que los lunares asomasen solícitos de atención. La imagen de su rostro angelical no guardaba relación con sus piernas fatalmente largas e inaccesibles.
Mario no tuvo más remedio que asociar a aquella jovencita con las que utilizaba su amigo para el goce de la tropa democrática. Prefirió suponer que simplemente tenía un familiar con un poco más de peso específico.

-         Su apellido señor.
-         Cárdenas, Mario Cárdenas.
-         Tome asiento por favor, de inmediato lo vendrán a buscar.
-         Gracias.

Una exuberante morocha de unos veintisiete años aproximadamente, con uniforme similar a la señorita del conmutador se acercó en directa ruta a Mario. Bastante más asentada que la recepcionista mostraba seguridades propias producto de haber recorrido experiencias variadas y enriquecedoras. La realidad marcaba que Cárdenas no estaba acostumbrado a ambientes laborales de semejante envergadura, por lo tanto sus fantasías lo acercaban de manera certera hacia el mito y la ficción.

-         Señor Mario Cárdenas.
-         Sí, soy yo, encantado.
-         Buenos días, mi nombre es Analía Volpi, soy la secretaria del señor Luis Montaña. Sería tan amable de acompañarme.
-         La sigo.

El trayecto hasta el tercer piso no mostró singularidades a tener en cuenta. Si bien la muchacha Volpi era realmente hermosa, no dejaba de formar parte de un paisaje que a esa altura ya le resultaba común y recurrente. Imaginó como condición indispensable que el departamento de recursos humanos debería estar integrado en su totalidad por hombres, ya que las señoritas que circulaban por los pasillos simulaban desfilar por suntuosas pasarelas. Mientras trataba de curiosear las sedosas curvas por entre los broches de la camisa de Analía, continuó navegando sobre aguas de preconceptos, teniendo que admitir que tal dependencia selectiva no debería existir, de lo contrario él no estaría allí en ese momento.

-         ¿Cómo te va Mario, te estaba esperando? La cena de ayer estuvo espectacular. La suavidad de la salsa quedó plasmada en el hecho de que dormí como un angelito. La verdad te felicito. Tu mujer, más allá de lo que es como persona, es una excelente anfitriona. Vamos a los nuestro, veo que ya conociste a Analía
-         Si, tu secretaria
-         Bueno, a partir de hoy será tu secretaria. Necesito que tengas un colaborador que te guíe en este antro de turros. La Volpi conoce más escritorios que nadie y como económicamente supo invertir sus utilidades mantiene fidelidades si encuentra valoración y respeto por su persona. Vas a poder disfrutar de ella cuantas veces quieras y sospecho que le agradaste, pero te recomiendo que no la traiciones. Es una buena mina. Sabe usar sus dotes como nadie; tal instrumental puede volcarlo a tu favor y beneficio si le vas de frente. Si la forreas todo ese material te va a jugar en contra. Tenés que saber que no menos de veinte gerentes, incluidos milicos, desearían tenerla bajo su paraguas. En almuerzos de trabajo mis colegas suelen hablarme de su envidia por la secretaria que tengo
-         ¿Y por qué te la sacas de encima?
-         Todo lo contrario Marito. Quiero que te cuide. Mi futuro proyecto te incluye, por lo tanto necesito mimarte, protegerte. Ella son mis ojos dentro del ministerio. Los hombres suelen revelar en la cama cosas que nunca manifestarían en una junta protocolar.
-         ¿Es de la agencia de modelos?
-         Estás loco vos. No, que va... digamos que es una prima segunda. Vivía en Médanos. Cayó en casa poco menos que desahuciada y sin un mango. Es la hija de una amiga de mi vieja, no la podía dejar en banda. Esto fue hace ocho años luego que su madre falleciera. Te pido que trates de mantener la reserva sobre el tema. Ojo al piojo, no es una atorranta; es una mina que usa sus encantos a favor de sí misma y de su futuro, de paso se divierte. Al no tener compromiso afectivo serio se considera libre de elección. No abre las patas solamente por interés o especulación. Si el tipo no le agrada, olvidate. Como predomina una cultura machista la tipa pasa a ser una corrupta o una viciosa cuando en realidad se conduce igual que aquellos puristas masculinos que se autodefinen como ganadores.
-         ¿Y vos?
-         No te preocupes. Enseguida me mandan una nueva. Tal vez más joven y más linda. Pero nunca tan eficiente, eso ponele la firma. Vení acompañame a tu despacho.
-         ¿Mi despacho?
-         Lógico Marito, tu privado. Allí vamos a poder hablar tranquilos de tu laburo junto con Analía. A propósito, supongo que ayer cuando me fui de tu casa festejaron en forma con la Fontanal. Serías un caradura si te quejas de tu suerte y encima te entrego a la Volpi.
-         No mezclés las cosas Luis. María Inés es mi esposa y estoy muy enamorado. Lo demás son alucinaciones tuyas.
-         Veremos entonces.

Contigua a la oficina de Montaña, sin necesidad de salir al pasillo y por un acceso lateral con puerta vidriada ingresaron al pequeño salón destinado para Cárdenas. La dependencia de unos veinte metros cuadrados estaba recientemente pintada en distintas gamas de beige con gargantas y molduras de estilo. Un ventanal que daba a un enorme patio interno relativizaba la luz natural. Era inevitable tener encendidas en forma permanente un par de coquetas lámparas que hacían las veces de esquineros. Cortinas rústicas en los mismos matices cerraban una decoración sobria y eficaz. En el centro se destacaba el amplio escritorio acompañado por una cómoda silla ejecutiva haciendo juego, mientras dos butacas enfrentadas, del otro lado de la repisa, aguardaban intervenir ante ocasionales visitantes. Alineado perpendicularmente al escritorio principal se alzaba un coqueto pupitre acompañado de un original taburete elevado que sería el hábitat laboral de Analía. La idea de Luis era que ambos compartieran la oficina formando un verdadero equipo de interconsulta. Dos computadoras, una en cada escritorio, conectadas a una impresora común daban señorío y presencia al pequeño ambiente. Los baños estaban ubicados en el pasillo principal, distribuidos de manera estratégica de forma tal, ninguna oficina quede demasiado alejada de los servicios. Las vituallas eran dosificadas por la empresa contratada cada dos horas diseñando un recorrido preestablecido. De todas formas una cafetera eléctrica individual formaba parte del mobiliario.

Cuando ingresaron al salón Analía ya había servido dos capuchinos, dejándoles la azucarera y el edulcorante a disposición. Se retiró formalmente hacia las oficinas de Luis permitiéndoles con su ausencia gozar un marco de calma y privacidad.

-         Con permiso Luis, cualquier cosa que necesiten estoy en tu oficina.
-         Gracias Ani. Vamos a tener para un rato.


-         Bueno Luis, espero tus instrucciones
-         Bien... Como te dije vas a ganar cuatro lucas y media mensuales, siempre en moneda americana y me vas a firmar los recibos a mí. En primer lugar te aclaro que no vas a pertenecer oficialmente a la planta permanente del ministerio, por lo menos al comienzo. Una credencial especial te va a servir no sólo para aportar de modo independiente al sistema previsional, sino además te será útil para la obra social e inscribir a María Inés si así fuera tu intención. Tu seguridad laboral va a caballo de una política interna encabezada por una treinta de jerárquicos que acordamos asociarnos en pos de aventurar negocios inmobiliarios. Resumiendo: filones privados dentro de un ámbito público. Sé que suena mal y hasta un tanto inmoral. Pero es así, es lo que hay... ¿Continúo?
-         Dale seguí... por ahora no se me cayó ningún anillo.
-         Básicamente estarás a cargo de organizar administrativamente todo el negocio de los departamentos privados; ver la posibilidad de nuevas y convenientes inversiones, deshacerse del inmueble cuando el precio permita una diferencia importante, armar un organigrama general en donde no haya omisiones en cuanto a gastos y costos, y fundamentalmente hacer que el asunto crezca. Cada uno de nosotros tiene un promedio de dos a tres inmuebles. Como verás el más pobre soy yo. En consecuencia vas a tener que armar una suerte de inmobiliaria que arrancará con más de ochenta unidades en movimiento. No queremos que nada se escape de nuestra esfera. Nos sirve en dos aspectos: Primero, ganar muy buen dinero, segundo, cumplir con nuestra labor oficial de contralor del cuerpo legislativo. Todos estamos en la misma, actualmente nos encontramos inmersos en un despelote administrativo que no nos permite controlar las cuentas. No sabemos el laburo ni tenemos intenciones de aprenderlo, sólo queremos ganar guita. El trabajo lo vas a hacer vos, inclusive el diseño de una logística que permita racionalizar los gastos fijos. Tené en cuenta que si cada uno de los interesados puede sacar una diez lucas verdes libres en forma mensual pasás a ser ídolo absoluto de la tropa. Hoy por hoy perdemos negocios por falta de tiempo o porque el bulo no está disponible o porque la putita se enfermó. Bueno, eso es lo que no debe ocurrir. Acá, en los armarios, tenés completa la información individual de las unidades y de las agencias con las cuales trabajamos. Te recomiendo cargar una base de datos en el sistema y laburar a partir de allí. Analía sabe de la técnica, y está comprometida a full con el proyecto. Un dato que no debés ignorar es que Volpi gozará de un ingreso extra muy relevante por anexar esta tarea ¿Me seguís?
-         Vale decir que voy a estar a cargo de organizar una red de prostitución cuyos responsables son conspicuos jerárquicos de carrera del Ministerio del Interior y cuya clientela encuadra dentro del ámbito del Poder Legislativo de la Nación.
-         En efecto... ¿sueña obsceno, no?...
-         Una enorme desilusión, durante mucho tiempo pensé que determinadas situaciones habían cambiado; supuse una sociedad revisora y sapiente, esmerada en pos de privilegiar ciertos valores que dejamos de lado durante mucho tiempo. Imaginé que la democracia nos había mejorado. Simples cortinas de humo para la gilada. No puedo evitar sentirme soberanamente un pelotudo de aquellos. Por lo medios te venden una falsa honestidad y para peor se instalan como moralizadores de la sociedad.
-         Y hay cosas que no sabés... Los medios son lo peor de lo peor. Si te contara los negociados que aún conservan te caerías de culo. Papel Prensa por ejemplo. Empresa literalmente afanada a punta de picana. Fijate quiénes son sus actuales dueños, cuándo se efectivizó el traspaso y qué personajes estuvieron en la inauguración de la planta. De todas formas debemos admitir que en la actualidad no hay persecuciones ni se mata. Para eso existen otros mecanismos más sutiles siendo innecesario ensuciarse las manos con sangre zurda.
-         ¿Lo sabemos con certeza? Y si así fuera, es sólo por ahora. Lo que me acabo de enterar no es fácil de digerir; te somete de manera inevitable en una atmósfera de pesimismo cuya obvia conclusión es que todo hacía delante será para peor. A nadie le interesa que eso se modifique, cambie o mejore, porque hay muchos que ganan con ésta realidad, por acción u omisión. Siempre va a ser necesario idiotas que compren lo que debería ser. Útiles indignados que servirán para la protesta direccionada en busca de un módico e interesado objetivo. La invencible imbecilidad del ser, abaratar las defensas por terrenales conveniencias. ¡Qué mierda, por Dios!.
-         Si te seguís dando manija no vas a poder disfrutar junto con María Inés lo que se viene. Y te puedo asegurar que nada de lo que hagas va a poder modificar la inercia existente. Supongamos que no aceptás el convite. No sólo tu vida va a continuar siendo tan chata y mediocre como hasta ahora, sino que además vas a añadir vigilancia permanente a cada uno de tus días, para vos y para tu esposa.
-         No te entiendo.
-         ¿No te parece que estás siendo poseedor de información sumamente delicada y confidencial de personas que pertenecen al ámbito de las fuerza de seguridad? Yo te revelé detalles porque sos mi amigo y quiero que labures conmigo. Pero lo que no puedo es traicionar a mis socios poniéndolos en riesgo y que salgan a flote negocios que son ciertamente incompatibles con la función pública. Acá hay secretarios de Estado, subsecretarios, funcionarios de alto rango metidos en el medio. No es un amenaza, entendeme. Puedo ser una cagada como tipo y muchas cosas que hago son pura basura; pero debés apreciar que me estoy jugando a favor de tu futuro. Es lo único que tengo para ofrecerte, vos tenés la última palabra. Qué le vas a hacer, no te vino a dar una mano Teresa de Calcuta, te está tirando un hueso un especulador.
-         Quiero conversarlo con María Inés.
-         Desde luego, sabía que lo ibas a necesitar.
-         Mañana nos vemos.
-         Dale. Y disculpá que te agregue algo Marito. No es cierto lo que dicen algunos; el tren no pasa solamente una vez en la vida. Puede pasar varias veces. El secreto es estar parado en el andén en el momento preciso.


II

Los primeros meses de trabajo sirvieron de adaptación al ámbito. Descifrar códigos, mantener prudentes silencios en los momentos adecuados, no presentarse histriónico, preguntar poco y sonreír mucho, aunque sea delante de sujetos absolutamente despreciables. Analía, a la par que se encargó de volcar toda la información al sistema, actuó como su sombra y lazarillo. No lo dejaba solo ni un instante y ante el mínimo desatino procuraba llamar la atención para disimular una potencial torpeza que pueda exponer a su inexperto jefe. Volpi tenía por ese hombre un respeto singular; ni siquiera por su “primo” sentía esa admiración que naturalmente proyectaba Mario. A poco de iniciar su relación laboral la muchacha pintó en su cuerpo y en su corazón “un Cárdenas” indeleble que le provocaría con el tiempo su más estrepitosa caída y depresión. La delicadeza y corrección en el trato, la cortesía ante la consulta permanente, compartir el café sirviendo siempre dos tazas, dedicándole a la suya el oportuno Marroc de todas las mañanas, la fidelidad hacia sus convicciones y hacia su esposa María Inés, habían transformado a ese hombre en una inmanejable necedad espiritual y corporal. Lo amaba, pero más amaba no turbarlo. Únicamente aspiraba reencontrarlo al día siguiente, eso le alcanzaba para darle sentido a una vida patética, repleta en muñecos de torta escasos de expresividad y ausentes de toda caballerosidad. Sabía que no necesitaba desprenderse de su intimidad para conquistar a Mario, en todo caso él mismo iba a tomarse determinadas licencias físicas cuando el momento lo amerite. Era lícito aguardar por la desesperanza ajena a favor de la propia se preguntaba Analía. Se mostraba egoísta y miserable, de todos modos suponía que el amor necesariamente debía contener algo de ambas características. Tampoco lo imaginaba como amante generoso y complaciente, vulgar boceto de los tantos que diseñaron su pasado. El tratar de permanecer dentro del espectro de Mario era su sola estrategia a la espera de una oportunidad que permitiese asociarlo a su cuerpo y a su sexo. La llegada de ese hombre había aderezado su vida. En ocasiones la felicidad no es un lugar de llegada sino un modo de viajar, se permitió recordar Volpi a propósito de un texto que alguna vez había leído en un sobrecito de azúcar. No le sacaba ni le privaba nada de lo anterior; por el contrario, se permitían compartir con él sus historias a modo de cuentos o fantasías.

Esos primeros meses fueron intensos y vertiginosos. En algún momento Cárdenas pensó para sí ordenar la tarea, acompañar los primeros pasos de la empresa y largar. Se avergonzaba por participar de tales paradigmas de corrupción, pero a la vez entendía que nadie se ponía colorado, aceptando como si tal cosa fuera el único mecanismo lógico de supervivencia. Al instante pensaba en María Inés, sus ilusiones y proyectos... y continuaba.

Varias veces se quedó pernoctando en su oficina del ministerio, noches coincidentes con las guardias de su esposa, manejando sutilmente la situación con Analía. Lo hacía por María Inés y por él, más que por Volpi. Sabía que no iba a poder resistir los encantos de su fiel compañera de trabajo y menos ante una condición de intimidad. Era cruelmente hermosa; ese atractivo no transitaba recorridos de maldad, muy por el contrario, su crueldad vestía linajes que disciplinaban los deseos de sus incidentales pasajeros, sabiéndose Mario uno de los tantos peatones caminantes.
En una de esas noches Cárdenas recibió el llamado de su asistente. Entre lamentos lo prevenía sobre una situación delicada que se estaba gestando a sus espaldas. De inmediato y ante la incertidumbre Mario le solicitó a la joven que callara por temor a que las líneas estuvieran pinchadas indicándole que prefería conversar personalmente sobre el tema. Volpi le insistió que por la reserva del caso su casa era el mejor lugar para la reunión. De acuerdo con la propuesta le aseveró que en treinta minutos estaría en su domicilio. Antes de partir le comunicó telefónicamente a María Inés lo acontecido omitiendo la identidad del gestor promotor del encuentro.
Analía lo recibió tan informal como angustiada. Un jean sumamente ajustado y una camisa a  cuadros multicolores le daban un aspecto sencillo y muy atractivo. El pelo recogido y un tanto desprolijo le otorgaba un semblante hogareño desconocido para Cárdenas. La cara lavada le permitía a Mario el descubrimiento de bellas imperfecciones, esas mismas que el maquillaje oculta suponiendo que mejoran el cuadro. Esa mujer, en ese instante y a esa hora presentaba un mensaje superior. Y el hombre estaba allí, desarmado, desprovisto, entregado a la voluntad de la dama.

-         ¿Un capuchino?
-         Dale Ani, te lo voy a agradecer.
-         Disculpe, no me di cuenta ¿Comió?
-         No te molestés. Un par de galletitas servirán de acompañamiento.
-         ¿Con manteca y dulce?
-         Bárbaro. Te felicito por el departamento. Es muy coqueto, tenés muy buen gusto.
-         Le agradezco Mario. Lo pude comprar hace tres años y de a poquito lo trato de mejorar.
-         ¿Cuántos ambientes tiene?
-         Dos domitorios, living-comedor, baño, cocina, balcón y cochera. Ochenta metros cuadrados. Alquilo la cochera ya que no tengo auto, odio manejar. Con lo que sacó pago las expensas y me queda un puchito para regalarme algo todos los meses.
-         Realmente hermoso.
-         Bueno, aquí está el capuchino, yo voy a tomar uno mates.
-         Me hubieras dicho y mateábamos juntos.
-         Todavía está a tiempo.
-         Te escucho Ani.
-         Espero me alcance a entender Mario. No existen en mi, segundas intenciones. Antes de ir a lo concreto del asunto me gustaría confesarle alguna situación personal de modo tal pueda observar fehacientemente que mi actitud está acompañada por la honestidad que su persona merece.
-         Bueno, me tenés ansioso y preocupado.
-         La cosa es así. Durante estos largos ocho meses de trabajo, usted ha edificado una pequeña estructura empresarial de la cual sus socios están sumamente conformes. No sólo manejan información completa y ordenada de sus inmuebles además han aumentado sus rentas notablemente, no teniendo que ocuparse de nada concerniente al negocio. Algunos lo consideran un genio merecedor de incluirlo de manera definitiva dentro del sistema mientras que otros lo consideran un tipo peligroso, pero lamentablemente necesario. Existe además otro grupo, por ahora minoritario, que lo observa como un recurso demasiado vehemente, moralista y en consecuencia reemplazable. Dentro de este grupo se encuentra Luis.
-         Vos estás segura de los que me estás diciendo.
-         Por supuesto. Supongo que Montaña le habrá contado mi historia y fanfarroneará con respecto a la relación que mantiene conmigo. Como podrá sospechar cuento con información cercana y de buena fuente. Me parece que su caballerosidad permitirá eximirme de contarle como obtuve la información.
-         Te entiendo Ani. ¿Pero sos su prima, por lo menos así lo aseguró, de alguna manera tu situación se mantiene gracias a él? No me cierra.
-         Acá viene dos veces por semana de manera regular. Sé que se acuesta con otras chicas del ministerio, el formato no nos disgusta. Es más, espero que algún día se aburra de mí. Creo que esas dos visitas resultan suficiente muestra de agradecimiento por todas las molestias que se ha tomado. Estoy un poco cansada de no respetar mis convicciones a favor de mantener cierta comodidad económica. No se equivoque Mario, no soy lo que cree.
-         Eso lo comprobé hace rato.
-         Me alegro que se haya dado cuenta. Comprenderá entonces mis reservas y razones.
-         En forma directa y sin anestesia me estás diciendo que Luis, mi amigo, es un cínico hijo de puta que está conspirando en mi contra.
-         Usted lo conoce mejor que nadie y sabe que no miento. Su relación con él data de la niñez, además, como anexo, le cuento que María Inés es su obsesión.
-         ¿Obsesión?
-         La locura por su mujer me la confesó hace un par de semanas.
-         ¿Te la confesó directamente de palabra?
-         Algo peor. Cuando estábamos haciendo el amor la nombró como si estuviera presente. Así como lo escucha. Sus ojos cerrados mantenían la imagen de su esposa, sin darse cuenta la mencionó tres veces y una de ellas fue durante el propio momento del éxtasis. En lo personal no me ofendió ya que no guardo, desde ese lugar personal, un interés afectivo por Luis; me entristecí por usted y por la confianza depositada que tiene en semejante personaje. Generalmente nuestras relaciones son bastantes esquemáticas no existiendo necesidades extremas de cambiar o improvisar placeres. Agregar matices o fantasías hace rato que dejaron de formar parte del convenio. El viernes Montaña demostró pasiones desconocidas, de inmediato me di cuenta que yo nada tenía que ver con el asunto.
-         Es muy delicado lo que me decís. Y te pido, por favor, que abandonés la formalidad y me trates de igual a igual.
-         Al tuteo se refiere.
-         Precisamente.
-         Trataré. No va a ser fácil. ¿Un mate?
-         Si gracias. Te pido que continúes.
-         Básicamente eso es lo que supuse deberías saber. Y quiero, además, que estés enterado que siempre encontrarás en mi una aliada incondicional. Para todos los efectos. Incluso para los más despreciables y egoístas. No puedo negarte mis sentimientos, tal vez ellos actuaron como disparadores imprescindibles para esta convocatoria.
-         ¿Y si pienso qué lo tuyo es intencional?
-         Te estarías equivocando. Pero ya no sería mi problema. En lo personal habré obedecido a mi corazón y nada podrá modificar tal circunstancia.
-         Dame un último mate, tengo que volver al ministerio.
-         ¿Qué vas a hacer?
-         Tengo que pensar, cuando lo sepa te vas a enterar.


Los dos meses siguientes se mostraron sin novedades aparentes. Cada uno desempeñaba sus roles acorde a lo establecido. Analía y Mario habían conformado un bloque laboral de suma lealtad y franqueza. Hacía fines de 1990 Cárdenas recibió información directa desde la Cámara de Martilleros y Corredores Públicos sobre determinados movimientos que habría en el mercado inmobiliario a futuro teniendo en cuenta los drásticos cambios por venir. Sus colegas le aseguraron que era el momento ideal para que grupos inversores salgan a comprar todo lo respetable que existiera en el mercado porteño. La nueva ley que entraría en vigencia en pocos meses revalorizaría las unidades triplicando su precio en dólares, en consecuencia, invertir en el rubro se transformaría en un negocio, en el mediano plazo, sumamente rentable y seguro. La idea, que plasmó por escrito a sus superiores, era solidificar un grupo inversor que salga a comprar unidades de uno y dos ambientes cuyos valores oscilaban en ese momento entre los siete mil y doce mil dólares. Según estimaciones concretas luego de quince meses esas unidades llegarían a cotizaciones de orden internacional teniendo en cuenta los valores equivalentes de otras grandes metrópolis del mundo. La nueva legislación que se estaba diseñando apuntaba a una impronta globalizadora y dolarizada que arrastraría irremediablemente a todas las variables financieras existentes. Un esquema eminentemente exportador de materias primas e importador de productos manufacturados volaría en pedazos en menos de cinco años a poco que se acaben los fondos de las privatizaciones, lo que obligaría a endeudarse, con todo lo que ello implica, de modo que la operatoria debía realizarse dentro de un corto período de tiempo. Días después de recibir la novedad Mario detalló puntillosamente el plan de inversiones diseñado ante un auditorio de jerárquicos que escuchaba con suma atención y sorpresa. Mientras Cárdenas disertaba, Analía Volpi repartía carpetas prolijamente armadas en cuyo interior, cuadros estadísticos y curvas ortogonales describían y completaban la exposición del idóneo.

-         ¿Cómo fue tu día querido? – Preguntó María Inés mientras servía la cena -
-         Sin demasiadas novedades. Presenté un proyecto de inversión, dicen que lo están estudiando. Viste como son estos tipos. A veces me pregunto qué carajo estoy haciendo en ese lugar. Trabajo para una banda impresentable, arropada y protegida por el mismo sistema, que para peor tiene el tupé de tomarme examen.
-         En definitiva hacerlo para ellos o para otros da igual. O te pensás que los dueños de los bancos, las radios, los diarios, las financieras, los hospitales privados o las líneas de colectivos tienen una moral superior. El promedio de la sociedad es pura basura, de allí se desprenden sus dirigentes, por eso nada nunca va a cambiar – sostuvo Fontanal -
-         ¿Y el resto? Es decir nosotros.
-         No decidimos. Cada uno anda por la vida dándole de comer a algún Capone suelto al que todavía no le probaron, ni jamás le probarán, evasión impositiva. Eso sí, lo hacemos con denuedo y honesta dedicación.
-         Estás en llamas mi amor –bromeó Mario -
-         Si, y con muchas ganas que dejemos de hablar boludeces y me llevés a la cama. Hace más de una semana que no me tocás.
-         ¿Una semana?
-         Si no lo hiciste por otro lado deberías tenerlo en cuenta ¿no te parece?
-         Estoy arruinado.
-         No lo creo. Lo que me parece es que estás preocupado por cosas que no podés modificar. Eso te tiene mal. Dormiste un par de noches en el ministerio y eso no es bueno para nada. No salís del círculo querido, no esperás que aclare, dejate de joder. Ya logramos ser propietarios, tenemos un auto, ahorros... qué más.
-         Mari, tengo algo que contarte...
-         Bueno. Pero primero necesito unos lindos mimos, después me contás. Prometo no dormirme.

Al día siguiente Analía Volpi tenía preparado como siempre el usual capuchino con una medialuna de manteca. Ambos sabían que de ellos dependía la suerte del trayecto cotidiano y que si no hacían nada al respecto sería por falta de ganas, talento o imaginación.

-         Ani. ¿Te puedo invitar a almorzar? – preguntó tímidamente Mario -
-         Será un placer. Me va a encantar que caminemos juntos, y si me dejás, del brazo.

Mario no se atrevió a contradecir semejante licencia que se tomaba Volpi. La noche anterior María Inés faltó a su promesa y se quedó dormida. Necesitaba hablar con alguien y ante la ausencia de su esposa, Analía era la persona indicada.

-         ¿Qué te está sucediendo?
-         Estoy preocupado. Hicimos un laburo impresionante y todavía no hemos tenido respuesta de esta gente.
-         Tengo entendido que están buscando inversores, estos tipos jamás arriesgarían su plata – aseguró Analía -
-         ¿Por qué no me lo mencionaste? – recriminó Mario de mal modo –
-         Esperaba que me invites a comer.
-         ¿Y si no lo hacía? – repreguntó más distendido –
-         Entonces de mi parte no te ibas a enterar.
-         Qué personaje resultaste.
-         Prefiero que no entremos en conversaciones íntimas si tal intimidad no se va a llevar a cabo. No te enojes, pero que estemos juntos significa mucho para mí; hay veces que hago lo de tu amigo: mientras duermo con un tipo pienso en vos. Soy tan cínica como él, verdad.
-         Hablando de Luis y para cambiar un poco de tema ¿cómo está? Hace algo más de tres meses que no lo veo fuera del ámbito laboral, siento que me esquiva, me llama la atención.
-         A mí no me dice nada. Creo que mal sospecha de nuestra confianza mutua, lo cierto es que no acepta como verosímil que todavía no hayamos intimado. Sigue visitándome un par de veces a la semana, hace lo que tiene que hacer y se va. Las charlas son frugales, moderadas y nunca involucran temas laborales.
-         ¿Te volvió a nombrar a María Inés?
-         Para nada.
-         ¿Y qué pensas?
-         ¿Me pedís sinceridad? – inquirió Analía –
-         Por favor Ani.
-         Vigilá a tu esposa.
-         ¿Qué me estás diciendo?
-         Lo que me preguntaste. Conozco a Luis y sé que algo está elucubrando. De hecho, y ahora que lo pienso detenidamente, ha modificado ciertos hábitos y costumbres que por pudor no pienso revelar. Actúa como un hombre vengativo, como un ser desquiciado y sin compromiso afectivo. Me toma como si yo fuera el complemento necesario de una enorme frustración. Cosa muy usual en hombres engañados o no correspondidos.
-         Me estás sugiriendo que María Inés y Luis...
-         Sólo es una percepción Mario.
-         Hoy María Inés tiene guardia en la Clínica – afirmó Cárdenas –
-         Si querés te acompaño – propuso Volpi –
-         No te quiero complicar. Quedate en casa por si cae Luis.
-         Como quieras.

A medianoche el Escort celeste metalizado permanecía estacionado a treinta metros de la puerta de entrada de la Clínica Lavalle de Villa Ballester. Mario había consumido, mientras sostenía la espera, una decena de Parissiennes livianos ante la ausencia de Gitanes. El aroma a tabaco negro en la cabina era insoportable. Poco le importaba. Si era necesario fumar otra cantidad similar lo haría sin contemplaciones; en ese momento, sus pulmones, eran un detalle menor. Desde hacía dos horas estaba frente a un terreno en donde una incipiente obra en construcción mostraba sus primeras siluetas. Estuvo a punto de irse en varias oportunidades, se percibía adolescente al otorgarle una nueva oportunidad al semáforo que doscientos metros atrás estimulaba una nueva largada, como si el tiempo pudiera ser asesinado por las novedades que insinuaba un inédito malón. Durante su vigilia vio entrar y salir varias veces a la ambulancia de la explanada principal. La pequeña Clínica se levantaba en tres pisos muy coquetos, el lobby estaba perfectamente iluminado y señalizado, un importante cartel en tonos azules mejoraba el frente. Nada hacía conjeturar circunstancias anormales, todo estaba en su sitio justo conforme al servicio que prestaba el lugar.
Luego de cuarenta minutos pasada la medianoche decide encender el motor de su vehículo; segundos antes enciende su decimocuarto cigarrillo mientras esperaba por el calentamiento del impulsor. En ese preciso instante, frente a la explanada principal, se detiene una Berlina Renault 18 color gris. Del lado del acompañante desciende María Inés, quién lentamente hace un rodeo por delante del vehículo en dirección a la ventanilla del chofer para saludar con un beso, dar media vuelta, y dirigirse luego hacia el interior de la Clínica. Sólo necesitaba constatar la titularidad del automóvil. Para ello se adelantó unos pocos metros para tomar el número de patente. Pensó para sí que trabajar en el ministerio debía incluir alguna ventaja en este tipo de incisos. Por el momento no tuvo deseos de prejuzgar, optó por indagar a su esposa y a su supuesto acompañante nocturno de manera metódica, sin escándalos; estaba seguro que este tipo de cuestiones pasaban, asumiendo que la responsabilidad no caía solamente en uno. Embriagado de pesadumbre y tristeza recorrió las calles de la ciudad sin destino cierto. Desechó ir a su domicilio, tampoco utilizó la opción Volpi; la joven no merecía tener que sostener las lágrimas y lamentos de quién era culpable de sus propios infortunios afectivos. El solo pensarlo lo avergonzó asumiéndose egoísta. Decidió que su oficina del ministerio era el sitio adecuado para pasar la noche.
Apoyó suavemente sus labios en los de Mario. Sintió ese cruel aroma del aliento matinal completo en tabaco negro y austera humedad. Poco le importaba. Por un rato esos labios le pertenecían y los iba a aprovechar hasta que su propietario vuelva en sí. Los ojos de Mario abrieron persianas dejando que Analía desarrolle sus visiones, no intentó interrumpirla, hacía tiempo que nadie lo despertaba con tanta delicadeza y cortesía. Trató de no confundir venganza con deseo. El sillón de dos cuerpos era suficiente albergue para derrochar tanto erotismo contenido. Tomó a Ani de la cintura y la dispuso encima de él, las manos de ambos comenzaron a trazas recorridos guiados por sus propios gemidos. No les importó la forma ni el lugar, sabían que a esa temprana hora de la mañana nadie podía incomodar la escena perfecta. Solamente la pollera quedó en su lugar mejorando la exoticidad del momento. Fueron lujuria contenida. Una hora después, semidesnudos y felices se prepararon el usual capuchino de todos los días.

-         Sos perfecta Ani.
-         Espero te haya servido.
-         ¿Por qué decis eso?
-         Prefiero no hablar sobre lo ocurrido. Es imposible que sea perfeccionado con palabras. Te amo y lamento que sea en tales circunstancias, tratá de no lastimarme. Contame que pasó anoche.
-         Vi bajar a María Inés de un auto poco antes de la una de la mañana, cuando todo indicaba que estaba de guardia.
-         ¿Tomaste la patente?
-         Si.
-         Dame los datos. En breve sabremos el dominio. Mientras me compongo y arreglo un poco, conectá la computadora.
-         Como digas.
-         Veamos. Hay que entrar al padrón del registro del automotor, ponemos el número de patente, enter y a esperar... El barrido tarda lo suficiente como para echarnos otro polvo.
-         No creo que deba ni pueda oponerme ante tal propuesta.
-         Lo dije de modo figurado Mario. Aunque si cerrás la puerta con llave, todo puede ocurrir...

En esta oportunidad no hubo vértigo ni urgencias. El juego fue amplio siendo el repertorio variado. Se degustaron a placer; los espejos admitieron la alianza erótica comportándose con tino y mesura. La juventud de Volpi y su pelo y sus piernas y sus senos y su boca transportaron a Cárdenas hacia parajes tan lejanos como olvidados. Hacía mucho que su sexo no era saboreado con goce y satisfacción, y que a la vez no existiese vergüenza, y que las miradas se entrecrucen en el ambiente, en los cristales, en las pantallas de las computadoras o en un señuelo inquisidor. Quiso mojar esa boca en más de una ocasión, pero era todo un caballero. La dama, egoísta y despechada, se sentó en uno de los taburetes abriendo sus piernas exigiendo de modo taxativo que el hombre probara de su exquisito manjar. Nada era más importante en ese momento que sus cuerpos. Todo podía esperar, hasta la identidad del supuesto amante de María Inés. A media mañana, extasiados e indemnes, no sabían si lo ocurrido era la resultante de un error. Daban por verdadero que un intruso había metido la cola entre sus miedos y prevenciones, convocándolos a vivir una experiencia tan condenable como inevitable. Sus alientos empapados de humores ajenos se atemorizaron ante la acidez de un jugo de naranja ardiente y provisto de áspera maldad.

-         ¿Ya finalizó el barrido del sistema? – Preguntó Mario –
-         Ahora me fijo. Dame cinco minutos. Necesito recomponer la imagen.
-         Veamos. Según el Registro del Automotor el dominio del vehículo marca Renault modelo 18 Sedán año 1990 pertenece a un tal Javier Martínez Yuguens.
-         No conozco al tipo, aunque me suena su nombre.
-         Yo sí. Eso te pasa por no ayurdame a cargar la información en el sistema. – aseguró Analía –
-         ¿De dónde lo conocés?
-         Es el nombre de guerra de tu amigo Luis Montaña. Si no me crees fijate el título de propiedad del departamento que tiene metido en el grupo. Nunca te olvides que es un “servicio”, tiene más de una identidad para preservar su anonimato.
-         Hijos de puta. Traidores de mierda.
-         Espera hablar con ella, no te apresurés. No sería la primera vez que Luis manipula simulacros para provocar situaciones de cuyas reacciones no se puede retornar.
-         No te entiendo.
-         En el fondo sos muy inocente. Hay veces que estos tipos te quieren hacer pisar el palito. Es decir, te crean condiciones, te hacen creer que pasó algo que nunca ocurrió. Por ejemplo. Si quieren que aumente el presupuesto de inteligencia presionan fogoneando a un par de pandillas para que hagan despelotes internos con un marcado sesgo ideológico. Antes el MTP en La Tablada y ahora Quebracho en La Plata son una muestra de lo que te digo. Si quieren que aumente el presupuesto de la Policía, por ejemplo, te arman un par de tomas de rehenes que incluyen asesinatos de lindos jóvenes de clase media imponiendo a través de los medios una sensación de inseguridad que terminará presionando al ejecutivo a favor del aumento deseado. Por eso no sería descabellado pensar que Luis, sabiendo de tus inseguridades, te arma una puesta en escena de la cual no puedas volver, para finalmente lograr su objetivo.
-         ¿Y cómo sabés todo esto?
-         Muchas veces lo ayudé para este tipo de políticas.
-         Pero esta vuelta Montaña sabe que estás a mi lado para no pisar el palito.
-         En efecto. Veo que empezaste a pensar como él.

El teléfono suena en un par de ocasiones. Analía atiende con la formalidad acostumbrada.

-         Qué hacés putita, me podés comunicar con el boludito de tu jefe – ordenó Luis –
-         Ya te paso.
-         Mario amigo, cómo te va. Venite que tengo grandes novedades que contarte.
-         En cinco minutos estoy allí.
-         Suerte mi amor, te quiero mucho, cuidate – le advirtió Analía – y no olvides que es pura lacra. Cuando atendí me tildó de putita y vos sos el boludito de mi jefe.
-         Confiá en mi, y gracias por no creer que todos somos lo mismo.

Los destellos solares ingresaban por el balcón francés que orientaba hacia la Plaza de Mayo. Detenerse a observar las bandadas de palomas comprendía el mismo interés que suspenderse ante el ir y venir de los abrumados transeúntes, siluetas acostumbradas a premuras sin destino cierto. Mario tuvo la sensación que la mentira formaba parte del orden social establecido y que todos estaban de acuerdo que así fuera.

-         Querido Mario, tu proyecto fue bochado. Veinte tipos votaron en contra de la propuesta, son conservadores que prefieren no innovar, de modo tal seguí con tu laburo como hasta ahora que lo estás haciendo maravillosamente bien, estamos muy contentos por los resultados obtenidos.
-         Me podés dar detalles sobre las conversaciones – consultó Mario –
-         Te cuento. En general la idea les gustó, pero no confían en los datos más allá de estar seguros de tu buena fe. No creen que se venga una dolarización de la economía, consideran que esa supuesta ley de convertibilidad es un verdadero dislate.
-         Como quieran. Es su dinero. Como vos decís yo debo continuar cumpliendo con mi parte del trato.
-         Me parece bárbaro. Hablando de otra cosa ¿Querés un cafecito? Hace mucho que no conversamos de nuestras cosas.
-         Acepto. Volpi pueden manejar la cosa sin problemas.
-         ¿Ya te la cogiste, no?
-         En alguna oportunidad te dije que no mezcles las cosas. Soy un tipo casado, muy enamorado de su mujer, que considera a Analía una tipa excepcional y una excelente compañera. No te voy a negar, la piba es muy estimulante. Es joven, bonita, independiente, desprejuiciada y ciertamente seductora. Te admito que se hace difícil, pero de allí a transformarla en mi amante hay una enorme distancia.
-         Terminaste de hablar boludeces.
-         No son boludeces, digo lo que siento y pienso.
-         ¿Querés qué te muestre la filmación que tengo? Es fresquita, tiene un par de horas.
-         Nunca me debo olvidar que sos “un servicio” por encima de un amigo-
-         No es para tanto. Celebro que disfrutes de tu trabajo, lo que me sorprendió es el tiempo que te demoraste. ¿Pasó algo en tu matrimonio estos últimos días por lo cual volcaste?
-         Algo hay, no sé bien de qué se trata. Tiene que ver con María Inés y su trabajo o con alguien de allí. Realmente no estoy muy seguro-
-         ¿Tenés ganas que lo averigüemos? Mirá que tenemos métodos y sistemas que podemos usufructuar.
-         No gracias... prefiero indagar a mi modo.

Estimó sensato apartarse de toda sensación o sugerencia, sentía que nadie le estaba diciendo la verdad y que él, al manifestarla, estaba dando enormes ventajas. Desconfiaba de todo aquello que lo rodeaba: de Volpi, de Luis, de María Inés, de sus jerárquicos. Percibía que cada uno de ellos estaba especulando con su ignorancia, más no quería resignarse y aceptar que la miserabilidad formaba paisaje rutinario de su entorno. Sus linderos más afectivos estaban vinculados por tales secuelas; se veía ingenuo y fronterizo. Sin advertirlo comenzó a desarrollar en su interior salvoconductos ajenos que en el mediano plazo le serían de enorme utilidad. Al principio trató de resistir, pasado el tiempo valoró sensato ceder sin encontrar incomodidades éticas ante la situación. El medio comenzaba a delinear a un nuevo Mario, a un nuevo sobreviviente.

-         ¿Cómo estuvo la guardia de anoche? –Preguntó cándidamente Mario -
-         Muy tranquilo, hasta pude salír a cenar. ¿Adiviná con quién?
-         Ni idea.
-         Con Luis ¿No te mencionó nada?
-         Ni una palabra.
-         Qué raro. Dijo que andaba por la zona y decidió darse una vueltita para saludarme, surgió la invitación, pedí permiso y eso fue todo, poco antes de la una estaba de regreso. No entiendo sus razones para ocultar semejante tontera.
-         Apenas nos vimos unos minutos en la oficina. Acaso por el despelote habitual que se vive dentro del ministerio se le haya pasado, de todas formas convengamos que Villa Ballester no es un barrio a donde Luis vaya de casualidad.
-         Es cierto, dos cosas me parecen extrañas del asunto. Primero que el tipo estuviera por la zona y segundo el escamoteo que hizo sobre encuentro sabiendo que en pocas horas te enterarías de mi boca. Una de dos, es un boludo o un manipulador.
-         No podemos ignorar que siempre te tuvo ganas.
-         Es cierto, pero me sigue sin cerrar. Jamás se me insinuó y la charla transitó por un repertorio de delirios incomprensibles. En algún momento sospeché que estaba bajo los efectos de fármacos o algo parecido.
-         ¿Y si quiso simplemente qué yo lo sepa? ¿Y si intentó medir tu fidelidad? Nunca debemos olvidar que un recurso de inteligencia vive como tal y no sólo para sí, su comportamiento lo hace extensivo hacia quienes lo rodean.
-         ¿Cómo está Analía? – Sorprendió preguntando María Inés –
-         Bien, como siempre, trabajando eficazmente.
-         Luis me comentó que es una de sus chicas.
-         Si lo sé.
-         ¿No estará cumpliendo la doble función: Colaborar con tus tareas y vigilarte? Mirá que esta gente vive de ese formato. Decenas de legisladores pueden dar fe.
-         No creo que puedan dar fe, supuestamente ignoran el encaje.
-         ¿Estás seguro que lo ignoran? – Retrucó Fontanal – No será que hacen que lo ignoran porque el trato los beneficia. Sin sacar los pies del plato un par de veces a la semana duermen con una chica que ni en sus sueños alcanzarían.
-         Si bien no lo había pensado de ese modo todo puede ser dentro de ese antro, pero quedate tranquila, estoy preparado.

Esa misma noche hicieron el amor por obvias razones maritales. La duda les alcanzaba para sentirse contenidos, les disgustaba el ambiente y sus alrededores, pero los réditos económicos pesaban demasiado como para intentar dignas rebeliones, temían que acostumbrarse a esos linderos, perversos y asfixiantes, sólo era cuestión de tiempo.

*

Cinco meses después de ponerse en marcha la ley de convertibilidad la suerte de Luis Montaña estaba marcada con timbres indelebles por sus socios del ministerio. Nunca le perdonarían  haber fustigado, erosionado y menoscabado el proyecto de Mario Cárdenas sobre inversiones inmobiliarias a corto y mediano plazo. Por ese entonces los reflejos tardíos de Luis habían quedado expuestos, en consecuencia, ya no quedaba margen para el logro de aquellos objetivos de máxima estimados por Mario debido a un mercado atestado de inversores. Una excesiva demanda más un retroceso de las ofertas hizo que los valores en dólares se disparan tal cual lo predicho por Cárdenas en su detallada exposición. Los antecedentes del informe expuesto en su oportunidad no dejaban lugar a dudas que Montaña había equivocado su diagnostico quedando en sus colegas la sospecha de intenciones secundarias sobre su accionar. Era evidente que Luis se había convertido en un potencial peligro para la organización por lo que se determinó seguimiento y vigilia permanente. Por unanimidad se estipuló que cuatro “servicios” de la Marina sean convocados para efectuar la tarea con la obligación de presentar, en el término de treinta días, un informe completo con respecto a las actividades oficiales y extraoficiales de Montaña. Se buscaron recursos ajenos al ministerio de modo no alterar al fiscalizado y a la vez guardar la necesaria reserva que la empresa debía incluir.

Mientras tanto y exentos de tales movimientos, Analía y Mario aceptaban sus eróticas realidades dos o tres veces por semana en el domicilio que la dama tenía en el barrio de Villa Urquiza, aprovechando las guardias de Fontanal en la Clínica. Luis alternaba por temporadas el interés sexual por Volpi, en consecuencia, nunca se enteró del cambio de cerradura que hiciera su prima adoptiva en la puerta del departamento. María Inés continuaba desarrollándose como obstetra de la mano del eminente doctor Montesano en la Clínica Lavalle.
Todo parecía estar en orden, nadie detentaba suficiente tiempo para sincericidios. Lo que ninguno de ellos imaginaba es que estaban protagonizando un examen que desembocaría en un informe que cambiaría por siempre sus vidas y que determinaría, de modo despótico, la suerte de sus defectos y de sus afectos; todo esto en medio de lo que sería la segunda década infame de la historia y de la que nadie, por el momento, daba por sentado.
A principios de 1992 los avances tecnológicos habían proporcionado medios e instrumentos comunicacionales novedosos en el ámbito de las empresas. Dichas técnicas eran altamente eficientes y seguras. Teléfonos conectados a computadoras a través de unos aparatejos llamados módem permitían mensajes textuales que hacían las veces de valederos y fehacientes documentos; imprevistamente un ordenador era el único elemento indispensable en el escritorio de un recurso categorizado. Las carpetas se archivaban dentro del sistema informático al igual que la agenda personal. Si bien por entonces era oneroso, la eficiente prestación de la técnica hacía que el ahorro en tiempo pague con creces las inversiones que se realizaban en la materia, más allá de los vicios y corruptelas usuales de la época. El escritorio de Cárdenas conservaba aún la elegante impronta que tuviera en su génesis. Los cortinados y los beige continuaban imperando en el ambiente, sólo algunas dicroicas importadas modernizaban la solemnidad de aquellos esquineros lumínicos que oficiaban como gallarda guardia vaticana. La cámara de Luis había desaparecido por mutuo acuerdo; Analía y Mario continuaban aprovechando de sus éxtasis sin fisgones ni curiosos. El ordenador con su módem, el teléfono, un cenicero, un anotador y un lapicero conformaban la legión bélica del funcionario para afrontar la tarea diaria. Analía Volpi, perpetuada en su taburete, no poseía ordenador personal, su jerarquía no lo merecía.

La pantalla de su administrador personal puso en aviso a Mario sobre la llegada de un mensaje destacado como urgente; Arturo Solano Rey, subsecretario de inteligencia y operaciones del Ministerio del Interior y superior de Luis Montaña lo estaba convocando para una reunión impostergable a las 17.00 horas en dependencia del casino central, ubicado en el quinto piso del edificio.
Llegada la hora Cárdenas ingresó al recinto en donde lo estaban aguardado el citado Solano Rey en compañía de Guillermo Marino y Roberto Soria, dos integrantes más del cuerpo  colegiado que lo tenía contratado. Un desconocido caballero, morocho y de bigote entrecano, era el cuarto habitante del ámbito. Con una carpeta en mano y su portafolio sobre la mesa esperaba la debida autorización para comenzar con su alegato. Horacio Valdés Uribe era el vocero del equipo de la Marina contratado para efectivizar la investigación que involucraba a Luis Montaña.

-         Cómo le va Cárdenas, adelante por favor  - lo recibió amigablemente Solano Rey –
-         Buenas tardes. Con permiso.
-         Tome asiento. Lo convocamos debido a que realizamos una lectura integral del informe preliminar y constatamos que usted debía estar al tanto de determinadas cuestiones que le atañen y que sospechamos ignora. Desde su ingreso a nuestra organización ha demostrado destreza, capacidad y fidelidad. Sus conocimientos nos han permitido la obtención de rentas acordes a nuestras expectativas, concretas en cuanto a la cobrabilidad y sobre todo regulares en el tiempo. Además si hubiésemos atendido a sus sugerencias nuestro futuro estaría por demás asegurado. Sabemos que estamos frente a una persona que dista mucho, en cuanto a pensamiento y obra, de pertenecer al ámbito palaciego ministerial. Habla bien de usted el hecho de no haberse llevado su proyecto de inversión cuando el mismo fue rechazado estúpidamente por el consorcio. En consecuencia, por respeto y por aprecio a su persona, consideramos vuestra presencia inevitable en este lamentable y menesteroso recorrido de novedades que estamos por comenzar a desandar. De aquí en más el señor Uribe tiene la palabra...
-         Buenas tardes señores. Como integrante y encargado informante del grupo de tareas que tuvo la encomienda de investigar al señor Luis Montaña, paso a leer los datos puntuales comprobados y las conclusiones arribadas que se desprenden de esa data obtenida. Estamos hablando del señor Luis Montaña, alias Javier Martínez Yuguens, treinta y seis años de edad, argentino, personal jerárquico de la secretaría operativa del Ministerio del Interior desde 1984. Les adelanto que el seguimiento, cuya extensión alcanzó los veinticinco días, obtuvo conclusiones que en breve estaré exponiendo. Como la autoridad máxima del grupo actuante les adjunto las copias de la documentación obtenida, incluyendo fotografías que actúan como prueba irrefutable del informe. Descuento vuestro compromiso sobre la reserva de la misma ya que algunos indicios fueron obtenidos en condiciones de irregularidad. La lectura no será textual debido a que ustedes comprenderán lo tedioso que puede llegar a ser detenerse puntillosamente en cada cuestión apuntada. Relataré la totalidad de los datos relevantes obviando aquellos incisos conocidos y en consecuencia superficiales. Primero: El señor Luis Montaña posee cuatro inmuebles. Uno de ellos está a su nombre, otro bajo su alias, los dos restantes a nombre de la señorita Analía Volpi, empleada del ministerio y actual secretaria del señor Mario Cárdenas. Las cuatro unidades se encuentran dentro del radio del barrio porteño de Congreso. Sabemos que la señorita mencionada sólo actuó como testaferro prestando su firma en el momento de efectuarse la escritura traslativa de dominio. Nunca la señorita Volpi recibió algún tipo de contraprestación por el usufructo que hizo y hace el investigado de dichos inmuebles. Segundo: La unidad que está bajo el dominio de Montaña es su domicilio legal; el bien cuya titularidad está bajo su alias está dentro del consorcio de inversiones del Ministerio del Interior, mientras que los dos departamentos a nombre de la señorita están incluidos dentro de otro grupo inversor de similares características que desarrolló impulso dentro de la Superintendencia de Seguridad Federal. Como podemos observar Luis Montaña violó el contrato establecido ocultando la existencia de negocios paralelos fuera de vuestro ámbito. Tercero: El proyecto que presentara el señor Cárdenas fue, en su tiempo, vehementemente rechazado por el investigado utilizando argumentos falaces. El objeto de su fogosa recusación tuvo la intencionalidad, plasmada luego en concreto, de presentarlo como propio frente a sus socios de la Superintendencia mencionada. De ese modo obtuvo, dentro de ese ámbito, favores económicos notables que le permiten ser poseedor de una cuenta muy importante en el recientemente constituido paraíso fiscal británico ubicado en Islas Vírgenes, Centroamérica. Cuarto: El señor Luis Montaña guarda un expreso celo personal, desde los tiempos juveniles, para con el señor Mario Cárdenas. La doctora María Inés Fontanal, esposa de éste, es el motivo central de tal encono. La realidad marca que durante el lapso investigado en cuatro oportunidades se hizo presente en la Clínica en donde la señora Cárdenas desarrolla sus tareas simulando casualidades inexistentes. Sabemos además que Fontanal en varias oportunidades lo intimó para que revierta su conducta y se abstenga de visitarla bajo amenaza de informarle a su esposo. Quinto: La razón de este rechazo hacia Montaña no es la preservación de su matrimonio. Lamentablemente debemos anexar como información complementaria que la señora Fontanal guarda una relación de intimidad con el doctor Lorenzo Montesano, Director del área de obstetricia de la Clínica Lavalle. Al ser ambos casados los encuentros se desarrollan dentro del ámbito laboral, en las mismas dependencias de la entidad. Esta relación tiene larga data ya que comenzó a las pocas semanas del ingreso de la obstetra en condición de practicante. Sexto: Volviendo al señor Montaña nos resta por informar que no solventa económicamente a ninguna de sus ex parejas y que mantiene una relación liberal con la señorita Analía Volpi. Si bien hace bastante tiempo que no existen encuentros furtivos, podemos asegurar que en las oficinas del investigado encontramos pruebas tangibles que dicha relación no ha concluido. Adjunto el presente sobre para su revisión. Séptimo: Sin más, les presento el resto de la documentación adicional y los detalles menores de la investigación. Muchas gracias por su confianza y atención, sabemos que nuestros honorarios serán depositados tal cual lo conversado oportunamente.

Valdés Uribe entregó a cada uno de los concurrentes una copia del informe. El sobre lacrado con pertenencias de Montaña le fue cedido a Cárdenas por orden del triunvirato encabezado por Solano Rey. El responsable del informe se retiró dejando a Mario en soledad con sus jefes inmediatos para profundizar sobre el tema.

-         Debemos sacarnos de encima a Montaña – sentenció Marino –
-         No cabe duda. Este oprobio no puede quedar impune – reafirmó Soria –
-         No solo como penalidad, también como escarmiento y enseñanza – aclaró Solano Rey –
-         ¡Qué tipo enfermo! No tenía necesidad ni causalidad que justifique su comportamiento. Por fuera de sus frustraciones individuales arruinó su vida de manera insensata y grosera. Tenía fortuna, jóvenes amantes, libertad, posición; es inentendible – sostuvo Soria –
-         Hace rato que para mí no es motivo de preocupación la cabeza de la gente. Solamente opero en consecuencia y como tal me afilio a la idea de que es necesario eliminar a Montaña cuanto antes, dejando un preciso y rotundo mensaje – decretó Marino –
-         ¿Usted qué opina Cárdenas? – preguntó Solano Rey –
-         Yo no opino, simplemente obedezco – respondió Mario, para luego continuar - Además estoy embarcado afectivamente en todo este asunto, entendiendo que debo tomarme un tiempo para analizar toda la data. Prefiero asociarme a la noción de no apresurarme para no cometer errores.
-         Estoy de acuerdo. Tiene una semana para examinar la información y presentarnos un plan de operaciones – ordenó Solano Rey –
-         Pero señor, si me permite el atrevimiento, sospecho no ser el recurso más adecuado para semejante comisión. Como le mencioné estoy afectado emocionalmente, cosa que me condiciona de modo taxativo – reiteró Cárdenas –
-         Justamente por eso mi amigo. Usted conoce a cada personaje, sabe de sus imperfecciones y quebrantos. No lo van a tomar con las defensas bajas – afirmó Soria –
-         La orden no tiene vuelta atrás – sentenció Marino –

Mario prefirió la soledad por un par de días. Debía ordenar sus muros y sus extramuros, confundirse en medio de la tormenta para ser partícipe de la mugre, licenciado temporariamente a su, por demás, empobrecida conciencia. Darse cuenta que si uno estaba allí era porque hizo todo lo posible para estarlo, que de ningún modo era inocente, que nada podía considerarse sorpresivo. El trabajo que le diera Luis a cambio de un fabuloso salario mensual portaba tantas contraindicaciones como el sexo de Analía; cuestiones que no quiso leer, al igual que la necesaria demanda que portaba la belleza de María Inés. Sospechó entonces que había llegado el momento de hacerse cargo de sus decisiones. Recordó por ejemplo con cierta vergüenza interior haber abandonado aquel Triste, Solitario y Final por la vulgar Novena Revelación, o cuando reemplazó Sesenta y dos Modelo para Armar de Cortázar por la fácil lectura de Coelho. Comenzó a cuestionarse a sí mismo llegando a pensar que era demasiado tarde para cambiar lo que reconocía estaba mal pero que a la vez le resultaba cómodo y reconfortante. El problema no era cargarse a la basura de Luis. Lo bravo era convivir con ello,  con el riesgo de que sus afectos, tarde o temprano, supieran la verdad. Pensó que si se cargaba a Luis podía cargarse a Montesano, comenzando así con una profesión que imaginaba un poco menos indigna de la que hasta entonces tenía.

La inocente y trabajadora María Inés, amante y fiel esposa, mantenía una relación paralela con su eminente y admirado superior desde los tiempos en que la relación marital estaba supuestamente bien. Analía continuaba dependiendo económica y sexualmente de su primo benefactor, y este era un traidor consuetudinario sentenciado, que en breve debería dar un paso al costado por la invencible fuerza de su propia imbecilidad. Sintió que no tenía nada de valor por atesorar, pero también que eso despreciable era lo único legítimo que poseía. No necesitó mirarse al espejo para añorar aquellos tiempos de tasaciones y conversaciones inconsistentes con señoras gordas que pretendían que les mintiese en mil dólares el precio de su solar. Metáforas y cabildeos dominaban suburbios repletos de letrinas malolientes, en esos dos años y medio había sido defraudado como nunca antes. Una publicidad televisiva le informaba que pertenecer tenía sus privilegios; puta que los tiene pensó... A pesar de ello, y a contrapelo de la realidad estaba convencido que un último acto de rebeldía era posible...

III

Durante las setenta y dos horas posteriores al episodio prefirió guardar discreción y bajo perfil. La aparente desaparición de Luis Montaña no se veía como inusual. En más de una ocasión el funcionario había realizado viajes de placer, con jovencitas de su entorno, sin que medie notificación ni aviso, Cárdenas se hizo traer los diarios durante toda la semana. Era su primera experiencia, por lo tanto, necesitaba saber el impacto que el trabajo había tenido. Suponía, con un cierto dejo de soberbia, que los titulares consignarían estar frente a un hallazgo macabro producto del accionar de un profesional marcadamente superior en la materia. Apenas un pequeño recuadro en el diario Crónica del jueves afirmaba en negrita: “Cadáver hallado en camioneta”.
Conocía el amarillismo del pasquín, pero también sabía que esa empresa periodística poseía muy buena información policial debido a los contactos que tenía con voceros dentro de los ámbitos de las fuerzas federales y bonaerenses. “En un operativo de rutina llevado a cabo en la víspera, personal de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, regional Las Flores, halló abandonada en el playón de la Estación de Servicio situada en la Ruta Nacional 3 kilómetro 188, una camioneta Chevrolet modelo Silverado, color azul, propiedad del señor Javier Martínez Yuguens, domiciliado en la ciudad de Buenos Aires. En su interior se encontró el cadáver de un hombre, todavía sin identificación, de mediana edad, con tres impactos de bala en la base del cráneo. No se registra denuncia de robo del vehículo por lo que se presume que víctima y propietario del rodado serían la misma persona. Según la pericia policial el deceso se produjo el día domingo en horas de la madrugada motivado por los impactos consignados. Los resultados de la autopsia determinarían precisiones vitales para el esclarecimiento del suceso. No existen, por el momento, sospechas conductoras que direccionen lógicamente la investigación”.

Cárdenas se mostró un tanto desencantado por la falta de valoración ante tan pensado asunto. La crónica periodística burocratizó el incidente sin la exposición de los rasgos artísticos que la escena detentaba. No se cotizaron supuestos ni se profundizó sobre posibles esfuerzos extras que el asesino tuvo que realizar para obtener éxito en la empresa. Se sintió mancillado, plagiado. Llamativamente no se hacía mención que para realizar un trabajo con signos misteriosos es necesario poseer líneas de pensamiento y racionalidad que mariden con lo científico y hasta con lo artístico. Pensó en Thomas de Quincey y su novela “Del asesinato como una de las bellas artes”. Cada tempo, cada orlado, cada óvolo grecorromano, detenta un correlato lógico y deliberado que evita y anula toda acción azarosa o casual. Por el momento lo atormentaba la idea de no ser reconocido como un ente intelectual trascendente y si se quiere, de cuidado, temía que sus superiores no lo consideren a la altura de las circunstancias. Poco le importó haber degradado hasta los umbrales del exterminio, admitiendo además como ciertas las máximas que el mismo Luis conservaba cual postulados de vida. Sospechaba que no había razón para refutarle a su amigo que los noventa estaban bosquejando en la piel y en el corazón de la sociedad un esquema individualista con muescas mesiánicas y que nada se podía hacer para cambiarlo, y que para mal mayor tal cosa costaría mucho tiempo erradicar, incluso a pesar de su seguro fracaso. El favorecido por el sistema tenía el deber de gozar sus mieles sin pensarse pecador, así lo instruían los textos de autoayuda, y obligado a sentirse envidiado si el derredor le censuraba haber tomado algún recodo miserable; mientras que el desafortunado debía admitir con resignación su falta de astucia para aprovechar las ventajas que el sistema le proporcionaba. La vida y la muerte se codeaban, se entregaban como amantes, seduciendo a propios y extraños. Se puede asesinar y no importa, no interesan las víctimas ni los victimarios, las causas, los efectos, las consecuencias, daba igual, nadie se detiene a observar lo que está ocurriendo, el vértigo y el apuro por llegar a ningún lado forma parte del boceto. Cada uno está muy ocupado en sus individualidades como para demorarse en la recomposición del tejido social. Y así va la cosa. Se desteje ominosamente una malla que era imprescindible para que el infortunado no cayera al hondo de un vacío irreparable, se construyen más huecos, y hay más caídas y hay mayor cantidad de desdichados. También hay más testigos que no tienen ganas de declarar y moralistas que bajaron definitivamente sus brazos porque es necesario conservar. Las autoridades supieron hacer su tarea de manera eficiente. Plantaron cientos de miles de absurdas zanahorias en el urbano camino del invencible déspota interno que cada uno tiene guardado, haciéndole honor al llamamiento que a fines del siglo XIX hiciera Ibsen: “Las mayorías nunca tienen razón, no importa donde vayas en este mundo. Los tontos son abrumadora mayoría”. Era imposible sentir algún tipo de remordimiento dentro de ese contexto. Y Cárdenas no escapará a la generales de la ley. Había cometido su primer asesinato. Y la vida seguía como si tal cosa...

*

-         Un día de estos podemos irnos de pesca. Tengo marcada debilidad por la lagunas del sur bonaerense – atinó a proponer Luis –
-         Cuando quieras. Nos va a venir bien estar juntos y fuera del bolonqui – afirmó Mario –
-         Avisame cuando podés. A esta altura tenés más compromisos que yo.
-         Puede ser el fin de semana que viene. María Inés tiene guardia completa.
-         No se discute más. El sábado, a las ocho de la noche, te paso a buscar con mi nueva camioneta. Te vas a caer de culo. Americana, doble tracción, polarizada, estéreo y detalles de alta gama. Ochenta mil dólares me costó el chiche. Demás está decirte que la saqué en cómodas cuotas. Apenas llevo saldado el anticipo.
-         Te felicito, espero me la dejes disfrutar unos kilómetros – insinuó Cárdenas –
-         Dalo por hecho. Andá preparando las cañas y las líneas para pejerrey. Monte, Lobos, Chascomús me parecen buenos destinos. ¿Qué opinás? – preguntó Luis –
-         San Miguel del Monte me parece más reservado.
-         Listo, no se habla más – asintió Luis -. Hay buenos hospedajes y excelentes lugares para comer.

No le había sorprendió la propuesta; un solitario como Luis era de tener arranques y urgencias en busca de distensión y entretenimiento. Más allá de sus bajezas era confiable en ese aspecto. Era bueno para la necedad, ímprobo para lo trascendental. Vio la oportunidad de cumplimentar con su primer contrato; esos doscientos cincuenta mil dólares hablaban por sí mismo de lo culminante del trato. Los tiempos se estaba acotando.

-         ¿Viste el andar que tiene? – destacó Montaña –
-         Bárbaro. Lindo curro esto de los peajes. Tus amigos están haciendo estragos.
-         Todo lo que de guita debe ser explotado Mario, viva la cara de quién lo aprovecha. Los demás hablan de envidia por no haberse enterado a tiempo. Hay mucho turro suelto, compiten entre sí utilizando todo tipo de alegatos. No es de extrañar oírlos hablar de ética y moral a favor de argumentos despreciables y abyectos.
-         Y si todo es tan así, y sabés que es una basura... ¿De qué jugás? – Cuestionó Mario –
-         Me motiva tu misma razón: La guita. ¿O vos crees que alguno de tus jefes lo hacen por vocación de servicio? En lo personal estoy liquidado. La camioneta era el último gusto que quería regalarme. Sé que contrataron a gente de la Marina para investigarme y te aseguro que me van a encontrar de todo. Fui demasiado boludo, la tengo clara, me cebé y caí como un gil. Creerse impune es un error imperdonable. Hay que darse cuenta a tiempo que en este ordenamiento no existe nadie totalmente indemne porque, de alguna manera, todos somos recursos de un sistema que necesita, de vez en cuando, algún culpable para purificarse y de ese modo seguir con vida. El “Turco” tuvo, muy a su pesar, que sacrificar a su amigo Erman González para poner, en su lugar, a un verdadero fundamentalista del neoliberalismo. Nadie nos va a poder decir el día de mañana que no sabíamos quién es Cavallo y qué intereses representa.
-         ¿Decís qué te quieren limpiar? – Preguntó Mario –
-         Saqué los pies del plato hermanito. Los traicioné y eso se paga.
-         ¿Qué hiciste?
-         Me corté solo. Robé tu proyecto de inversión y se lo llevé a otra gente que la está levantando con pala. En definitiva no deja de ser una puja entre bandas; lo único que aspiran es hacer guita. Espero que lo entiendas. Además creo que ya es hora de encarar de frente el asunto.
-         ¿Qué me estás diciendo Luis?
-         Lo que ya sabés. La pesca fue una excusa para que hablemos del tema.
-         ¿Qué asunto?
-         Te propongo que pongamos blanco sobre negro Mario. Evidentemente no sos la misma persona que encontré en el Quitapenas. Te encuentro muy parecido a nosotros, cosa que lamento. Hoy serías capaz de cualquier justificación para cometer la más ruin de las empresas, es probable que mi responsabilidad radique en haberte mostrado el camino, pero fuiste vos quién decidió caminar por ese sendero. Fijate que hasta me importó un huevo que María Inés te cagara con su jefe; lo supe una semana después de aquella charla en tu casa. Los investigué de cabo a rabo, me complacía verte engañado, timado. Mi dicha se duplicó cuando comenzaste a intimar con la Volpi. Como habrás podido comprobar, al no decir nada, yo fui mucho más fiel con ustedes de lo que ustedes fueron con sus propios sentimientos. De ese modo éramos todos muy parecidos: Miserables y auténticamente absurdos.
-         ¿No te parece qué esta confesión llega demasiado tarde? – cuestionó Cárdenas –
-         Nunca se puede tildar como tardía una confesión sincera, además me alegra que hayas sido el elegido.
-         Elegido ¿Para qué?
-         Para matarme. Tu insistencia por traer el tráiler con la moto no configura otro objetivo que un regreso sin mi presencia. ¿Cuánto valgo para esa manga de hijos de puta? Cien, doscientas lucas... Pero también sé que estás dudando.
-         ¿Quién te dijo que estoy dudando sobre lo que tengo pensado hacer?
-         Yo dudaría, aún considerándome el peor de los tipos. Me temo que lo execrable que te puede llegar a pasar es no dudar. Que veas como normal lo que estás viviendo y a la vez no percibas a nuestra realidad como un despiadado e inverosímil laberinto.
-         ¿Borges? ¿Qué te pasa Luis? Te vino un ataque de humanidad o lo dicho es la resultante de tu acostumbrado cinismo.
-         No qué va... Soy demasiado terco para arrepentimientos. Admito un error simplemente.
-         ¿Error?
-         Si. Obsesionarme con María Inés me costó tu amistad. Tenía que haberte mantenido de mi lado olvidándome de su existencia; hay miles de mujeres dando vueltas por ahí. Incluso nos podíamos haber divertido mucho planificando fines de semana y trampas con nuestras dispuestas compañeras del Ministerio. Todo lo tiré al carajo por un capricho. Por eso merezco los tres balazos que tenés planificados. Y no por cagar a esa manga de pelotudos a los que el sistema seguramente le preparará alguna sorpresa, sino por haberte desechado como compañero de ruta. Se vienem tiempos oscuros Mario; cuando puedas, escapate; hacé la diferencia y larga.
-         ¿Qué debo hacer? ¿Cumplir o no cumplir?
-         Vos sabrás. Es tu vida. La mía ya terminó.




Decidió pernoctar en un hospedaje rutero ubicado en las afuera de la ciudad de Las Flores de modo volver a la Capital al día siguiente fresco y desayunado. La noche no estaba para un viaje en moto; la fría brisa se mezclaba con algunos bancos de niebla que de manera imprevista aparecían y desaparecían de modo fantasmal. Mario Cárdenas había cumplido con el primer contrato, su cuerpo necesitaba amnistía, indulto obligatorio a instancias de una jornada tensa y fatigosa. No tuvo inconvenientes para lograr ubicación individual, sólo un par de viajantes de comercio componían la cartera de clientes nocturna. El encargado del albergue se comportó como un verdadero delator comentándole a Cárdenas vida y obra de sus ocasionales pasajeros mientras completaba su ficha de admisión; cartulina plagada de datos fraudulentos e inexistentes. Ya en su habitación apoyó los Parisiennes sobre la rancia mesa de luz; la carucita y el reloj ocuparon el resto de la superficie. Un velador con pantalla de tela color nicotina dominaba la escena acertando con el talante fúnebre y luctuoso que presentaba el cuarto. Había eclipsado a un amigo y eso no es cuestión que uno acepta con vicios de rutina. Prefirió descansar sin desvestirse, colgó su campera de cuero en el perchero que estaba amurado tras la puerta del baño, se desabrochó el pantalón, se sacó las botas y así como estaba depositó su carcasa encima de un colchón irrespetuoso, tan fino y débil como su penitencia y remordimiento; no le fue sencillo reconciliarse con el sueño. Había cumplido con su misión y la víctima no le había presentado reproches, todo lo contrario, humildemente y sabiendo el devenir le manifestó los pro y los contra con las correspondientes resultantes. Sospechó que nunca existiría nadie que le facilitara tanto la tarea como el bueno de Luis; en el fondo era su amigo y lo demostró en su momento límite, cosa que le reconocería de por vida.
A la mañana siguiente, bien temprano, pagó las cuentas en la pensión y se fue a desayunar a la confitería Plaza Montero, distante un par de cuadras del albergue. Café con leche, tres medialunas de grasa y un jugo de naranja exprimido, fueron el vital combustible para encarar el regreso. La Yamaha cuatrocientos, añosa y primitiva, viejo antojo de juventud, otorgaba notables certezas sobre futuros destinos. Se sentía protegido cuando estaba cerca de ella. Fue lo primero que compró apenas se hizo de unos ahorros manteniéndola por encima de todas las modas y tendencias posmodernas. El formato original del tanque y las llantas con gruesos rayos de magnesio eran los signos característicos de una máquina que aún conservaba los encantos estéticos y el rigor mecánico de los ochenta. La ruta 3 revelaba un paisaje remoto y apático. Tardó casi tres horas en recorrer los ciento ochenta kilómetros para llegar a su domicilio; la demora fue motivada por los desvíos que tuvo la obligación de provocarse para evitar las cámaras de los peajes. Era domingo, pasado el mediodía. La zona del Parque Centenario presentaba el mismo tinte melancólico que el resto de sus suburbios. Los progresos económicos del matrimonio Cárdenas promovieron que dejaran su estatus de inquilinos para pasar a ser propietarios, aunque por el momento el barrio no era cuestión a negociar. La ciudad estaba tan imprecisa como la autopista, como el conurbano, como cada uno de los orificios que se dejaban ver en el cráneo de su primera víctima.

*

Los diarios del viernes no mostraban ninguna noticia al respecto, ni siquiera Crónica continuó con el tema.  Era una de las tantas muertes irresueltas, anécdotas de una sociedad que no se interesaba demasiado por esas cuestiones. Sospechó que las teorías de los investigadores, como era frecuente, circularían por distritos recurrentes: ajuste de cuentas, crimen pasional, asuntos hereditarios, robo común. Jamás se les ocurrirá ponderar que el incidente transitó por los senderos de un acuerdo entre partes. Luis y Mario, sabiendo de sus inexorables destinos compartieron no empeorar la coyuntura. Una buena dosis de somníferos, una mágnum limpia de culpa y cargo con silenciador incluido, un par de guantes tutores de identidad y un abrazo patético fueron la sufriente carta de despedida para entender que vivir equivocado es más común de lo que se cree y que siempre existe tiempo para un último acto de rebeldía. Cárdenas entendió que su primer contrato había sido diseñado por la víctima y que paralelamente Luis había oficiado como su mejor docente. Tal aprendizaje le sería de mucha utilidad para el desarrollo de su futura y venturosa profesión.


-         ¿Qué sabés de Luis? Hace más de una semana que no lo veo  - preguntó Analía –
-         Usaré su mismo vocabulario. Es un recurso desactivado – sentenció Mario –
-         ¿Y eso qué significa?
-         De la noche a la mañana mi querida Analía Volpi sos la única propietaria de los dos inmuebles de Congreso que Luis tenía ubicados dentro del grupo inversor de la Superintendencia de Seguridad Federal. Recordá tus firmas como testaferro. Te recomiendo que de forma urgente los retires de ese grupo inversor; podés ingresarlos a nuestro grupo o en su defecto comercializarlos, pero hacé algo rápidamente. Esa fue una de las causas de su desactivación: El armado de negocios paralelos del mismo tenor fue considerada una traición que además ponía en riesgo a la organización.
-         ¿Me estás diciendo qué lo mataron?
-         Te puedo garantizar que hasta Luisito estuvo de acuerdo con la operatoria. Con estos tipos no se jode Analía. ¿Te acordás de Estenssoro, Director de YPF?
-         Creo – dudó Volpi –
-         Este directivo se oponía fervientemente a la venta de la Empresa utilizando dos argumentos irrefutables: Primero su probada rentabilidad y segundo que el petróleo es un recurso estratégico no renovable.
-         Recuerdo un accidente aéreo ¿puede ser?
-         Si pensás que fue un accidente allá con tu inocencia. Haciendo memoria repaso cuando vos misma hablabas de mi candidez y necedad. Otro dato; los seis balazos en las piernas de Solanas no fueron un asunto esporádico, tuvieron toda la impronta de una advertencia hacia otros Diputados. Pino también se oponía a esas políticas. Esta gente no tiene límites ni reparos.
-         ¿Quién mató a Luis entonces? – preguntó Analía en medio de lágrimas y desconsuelo –
-         Fue desactivado por el sistema para el cual trabajamos, el sistema al cual obedecemos, el que nos permite vivir como bacanes, aquel que en definitiva ordena retirarnos a tiempo de lo contrario nos va a eliminar utilizando sus peores armas – afirmó Cárdenas -
-         ¿Y vos, porqué seguís? – inquirió Volpi –
-         No sé. Supongo que tengo las mismas razones que Luis. La temible seducción que los bienes ejercen en uno. ¿Sabés qué? Hace tiempo no logro percibir que a alguien le importe lo que a otro le sucede. Me acuerdo cuando hablamos de eso tiempo atrás, estableciéndolo como basamento de una sociedad solidaria. Aunque te parezca mentira, y si bien era apenas un adolescente, por fines de los setenta creíamos en eso. A pesar de la dictadura éramos rebeldía pura, y ese fue el problema. Confundimos credibilidad con veracidad. Era más importante lo que nosotros suponíamos debería ser que la propia realidad. Por eso será que valoramos más a los creíbles que a los veraces y nos termina engañando cualquier miserable con flemático discurso. Consideremos que Corso Gómez fue electo Diputado Nacional con ochenta mil votos en nuestro pensante y supuestamente culto distrito capitalino. No jodamos Analía, por favor.
-         Hace una semana que no venís a casa –reprochó la mujer –
-         Ves, es indivisible. La vida sigue a pesar de uno. Luis ya no está, y nuestra cama nos sigue reclamando.
-         Te pregunté algo – insistió Analía –
-         Esta noche voy, yo también te necesito – aseguró Cárdenas –

IV

Recibió las felicitaciones de sus superiores con la seguridad de merecerlas; el cinismo en su máxima expresión interpelaba el rasgo de los tiempos. Unos y otros mantenían sus convicciones con la firmeza que la impunidad edificaba. La limpieza en el trabajo, la ausencia de pesquisas y la desorientación de las autoridades presagiaban un futuro saludable para Cárdenas en su nueva profesión. En este aspecto las retribuciones por cada servicio venidero iban a crecer en progresión geométrica en la medida del grado de dificultad, potenciando enormemente sus ingresos más allá de algún convite sencillo que pueda surgir en el medio. El desarrollo económico aseguraba acotar todas las preocupaciones terrenales, solamente la prudencia y el buen tino en las inversiones eran fuente de inquietud. Mario sabía perfectamente que debía estar atento a las señales del mercado, la variable de la convertibilidad, en algún momento, volaría por los aires y no quería estar allí para recoger el lastre, el propio y el de su gente. Al ser una mentira asegurada con alfileres oxidados debía mantener muy buena relación con sus contactos en el Ministerio de Economía para deducir en qué momento oportuno fugar los fondos hacia mercados más serenos y menos cuestionadores.

Pensó que su próximo trabajo debía tapizar cuestiones particulares. Solicitó permiso a sus superiores obteniendo apoyo de manera inmediata; les pareció justo y coherente colaborar con Mario para eliminar al amante de su esposa. El gestor no sólo había demostrado eficacia y aptitud, además puso en juego la característica más valorada en el quinto piso del Ministerio del Interior: La lealtad. Lo que pidiese estaría a disposición siempre y cuando la organización no corriera riesgo de inmutabilidad.
Nunca tocó el tema con María Inés. Prefirió que ella se maneje como si él fuera ignorante de la situación. Entendía que una relación paralela de tantos años contenía elementos afectivos importantes y que por alguna razón muy particular ninguno de los amantes estaba dispuesto a desgarrar sus vínculos formales. La atracción física es la forma más notable e irreversible que detenta el amor; si los amantes se amaban nada se podía hacer al respecto. Al final de cuentas ella jamás le había insinuado intenciones de separarse; el reclamo sexual cotidiano de Fontanal lo invitaba a creer que todavía algo de él la seguía movilizando, advirtiendo además que la intimidad había mejorado notablemente con el correr del tiempo.
Por el momento para Cárdenas era mucho más sensible en su espíritu un potencial incidente que ponga en riesgo la relación con su esposa que la dolorosa coyuntura de tener que compartirla. Solía utilizar como pretexto interno aquella teoría que manifestaba como mucho más doloroso ser abandonado que ser engañado, obviamente sabiendo que la mayoría de los mortales entienden a esta última como una ofensa superior. Hasta tuvo el atrevimiento de pensar que en realidad el corazón de María Inés pertenecía a Montesano y que él, su esposo, era sólo un amante furtivo; en consecuencia el sexo y la pasión actuaban como imanes para la relación. No le parecía mal tal cosa, se sentía ciertamente orgulloso por el lugar que Fontanal le asignaba y más teniendo en cuenta la ausencia de obligación para mantener dicho formato. No había “hijos-excusa” por lo cual mantener un álbum fotográfico inexistente. Más allá de esto la calidad de las relaciones eran supremas y se acercaban a los contornos lujurioso que experimentaba con la joven Volpi. Físicamente se complementaban a la perfección. A la angelical y madura presencia de Fontanal con rasgos disimulados y casi adolescentes se oponía la notoria prepotencia física de su secretaria. Sabores y aromas divergentes le proponían fantasear son un trío de confuso resultado. Por mucho tiempo había pasado por alto que determinadas negativas de María Inés se constituían en extremas solicitudes del presente, evidentemente su amante la había liberado de las tenebrosas pautas de placer que la hacían culpable. La libertad sexual que Fontanal manifestaba en el presente guardaba sincronía con su belleza, por primera vez Mario la observaba gozosa de ser mujer, disfrutando de sus humores y delicias. Supuso entonces que con el correr del tiempo la tarea del doctor Montesano había sido de suma importancia para mejorar la sensualidad y el erotismo de su esposa. De manera inconsciente lo había honrado con un favor de enorme valoración, en definitiva, se contentaba admitiendo que un Psicólogo la hubiera disfrutado de la misma forma, pero gastando por añadidura una fortuna por culpa y cargo de los aranceles correspondientes a las sesiones semanales. No le costó demasiado entenderse fronterizo y absurdo luego de tamaña conclusión, completa de resaca recelosa y optimismo conformista. De todas formas consideró que licenciar, de modo permanente, al jefe de su esposa se imponía de manera perentoria. La coyuntura actual no toleraba la existencia de Montesano entre sus vidas, ya había hecho demasiado por ellos, en consecuencia la planificación de su segundo incidente estaba en marcha.


*

Nuevamente escasa mención hicieron los periódicos sobre el suceso. Apenas un breve y compacto artículo en el suplemento policial daban por sentado el deceso del doctor Lorenzo Montesano responsable del área de obstetricia de la Clínica Lavalle ubicada en Villa Ballester. Según detalló el artículo del diario Página 12, el desafortunado y prestigioso profesional, de cuarenta y seis años de edad, casado y padre de tres hijos fue hallado dentro de su vehículo, el cual se encontraba estacionado en la puerta de un predio deshabitado ubicado en las intersecciones de la Avenida Mitre y la calle Roca de la localidad de Florida, partido de Vicente López, con cuatro disparos calibre treinta y ocho en la base del cráneo. Al estar en plena etapa de investigación el secreto de sumario impide toda extensión informativa. Por el momento no existen pesquisas que determinen posibles causas y responsables del homicidio. Según fuentes preliminares de la Policía bonaerense, a las que accedió nuestro medio, el móvil de robo simple sin otras connotaciones encuadraría dentro de las características del suceso. Desechan que la autopsia pueda ofrecer indicios a atender.

Asistió al velatorio acompañando a su esposa, tal como marcan las normas de sana urbanidad. Saludó a la viuda y a sus hijos con el mismo grado de consternación e hipocresía que lo hizo María Inés. Las vio llorar juntas y abrazadas de manera desconsolada palpando la bizarra puesta en escena que sin eufemismos montaban, con distintos libretos, cada uno de los personajes. Pudo percibir que las mujeres ostentaban una relación amistosa de larga data, sorprendiéndose al constatar lo poco que él sabía de Fontanal y su talento para el embuste. Prefirió mantenerse apartado; encendió un cigarrillo, se sirvió un capuchino de la máquina que estaba en el pasillo principal y se acomodó en uno de los sillones asignados para la vigilia de los concurrentes. Entendió que las muecas de los noventa ya estaban absolutamente instaladas en sus linderos; los méritos habían cambiado y nadie se sorprendía por cuestión alguna. A esta altura no tenía autoridad para aseverar que tal cosa fuese negativa distinguiendo desde su humildad racional no apresurar postulados. Por ahora su obligación era adaptarse tratando de entender sin denostar; pensaba que existían personas más capacitadas que él para analizar los fenómenos sociales que se estaban manifestando. En apariencia la comunidad aceptaba de buen agrado las pautas que el sistema dominante proponía, evidentemente los administradores políticos, democráticamente elegidos, representaban fielmente los paradigmas de las mayorías populares; los resultados electorales sucesivos mostraban a las claras que determinados postulados éticos sólo interesaban a minorías testimoniales y un tanto adolescentes. Mientras los lamentos y el desfile de familiares y amigos se sucedían recordó a su viejo compañero de secundario Gustavo Silva con quién se encontrara días atrás en el Café Tortoni. El tipo había sido hasta hacía poco tiempo oficial de negocios y auditor en un banco internacional. Su labor era desactivar todo circuito de corrupción interna que propiciara sobreprecios y retornos de toda clase y especie. Como buen socialista no entendía de tiempos y momentos tomándose el laburo en serio. Fue despedido repentinamente a instancias de un informe que él mismo presentó sobre un cúmulo de desvíos que una pequeña organización interna conformada por tres gerentes realizaba sobre montos asignados para compras y contrataciones del área de mantenimiento de edificios. El hombre estaba destruido. Era un convencido que determinados valores estaban siendo jaqueados y que nada se podía hacer al respecto. Había quedado en la calle y sin trabajo en un país que se achicaba, con casi cuarenta pirulos y dos pequeños hijos por los cuales velar. Gustavo le contó su historia como si su interlocutor fuera una persona válida y sincera. Cárdenas le tuvo lástima y envidia a la vez. A pesar de todo su compañero de secundaria mantenía preceptos éticos más allá de la derrota; lo vio penitente y desvalido, náufrago de los noventa y vocero en soledad de una crónica anunciada. Estaba convencido que nada podía hacer por él, no porque no pudiera darle una mano, sino porque jamás aceptaría determinadas reglas propias de los tiempos. Tenía razón en todas sus apreciaciones y afirmaciones pero lamentablemente esas instancias verdaderas no le interesaban a nadie: el uno a uno, los viajes al exterior y la tilinguería eran, por el momento, lo apetecible y lo legítimo. Gustavo cerró el círculo que Mario necesitaba para terminar de entender la década. Un auténtico caído que nunca podrá recuperarse y que por suerte, para la conciencia de Mario, jamás volverá a cruzar.

*

-         ¿Tuviste algo que ver? – preguntó Analía –
-         Algo – sentenció Mario –
-         Ya van dos y ambos conocidos. Se te está haciendo habitual la metodología.
-         ¿Me vas a denunciar?
-         No. Simplemente pienso en tu próximo trabajo.
-         Me gustaría entenderte.
-         Simple. El sistema te comió la cabeza tal como a Luis. El barro y la mierda te llegan al cuello, y estoy segura que pensás que en cualquier momento podés pegar el portazo y largar. Tengo miedo por vos.
-         ¿Preocupada?
-         Es probable que no cometas los mismos errores que él, te sospecho más inteligente, pero me abruma la invasión que estoy sufriendo de pensamientos fatales.
-         Te voy a despedir.
-         ¿Despedirme? ... Estás loco.
-         Para salvarte. Eso no implica que vamos a dejar de frecuentarnos. Como te dije, vendé urgentemente los departamentos que te dejara Luis y reinvertí en algún negocio rentable que te permita vivir dignamente por fuera de esta porquería. Aparte te llevarías una buena indemnización. Durante un tiempo te van a vigilar, pero con el correr de los meses te van a desatender. Personalmente es el mismo plan que tengo para mí. Hacer una buena diferencia para luego permitirme escapar; siempre habrá algún otro Cárdenas que cubra mi retirada ansioso por ocupar el lugar.
-         ¿Qué argumento vas a utilizar para licenciarme?
-         La necesidad de contar con un recurso femenino más joven y dispuesto.
-         Recurso más joven y dispuesto ¿Te van a creer?
-         Al principio no. Por eso te digo lo de la vigilancia. No hagas ninguna boludez; la vida nos va con ello. La guardia decantará sola en la medida que se verifique inútil.
-         No podrías venir a casa.
-         Considero que como están las cosas un poco de distancia nos vendría bien.
-         ¿Qué me estás diciendo?
-         Lo que escuchaste. Arribaron los momentos de la supervivencia. No estará para nada mal que nuestra relación pase por un período de calma y sosiego, un cuarto intermedio si se quiere. Hemos pasado juntos demasiadas instancias que nos hermanan, es hora de elaborar y ordenar. Este último trimestre ha sido vertiginoso.
-         Puede ser que tengas razón pero no soporto la idea de tu ausencia.
-         A mí también me costará la tuya. Pero debemos asegurar el futuro pensando que la basura está instalada a nuestro alrededor, es necesario entender como imprescindible que despeje para que aclare. Además tengo que evaluar cómo afectará a María Inés la muerte de Montesano. No te olvides que al ser mi esposa conserva derechos sobre mis pertenencias. Van a ser momentos anárquicos y desprolijos.
-         Debo asumir que esos momentos que llamás críticos te van a servir para que disfrutes de su exclusividad todas las noches de tu miserable vida. Sos un hijo de puta. Eso es lo que querés, reconstruir tu matrimonio; aprovechar la coyuntura para instalarte en el lugar afectivo que Montesano dominaba.
-         Y si así fuera, qué. No me vengas con pendejadas. La relación que tenemos es hermosa, te pido no la arruinés con cuestionamientos y reclamos, no te confundas. Podemos ser compinches toda la vida pero no nos exijamos los que nunca nos prometimos. Te quiero mucho y lo sabés. Justamente por eso te voy a despedir; para que te abras en el momento justo de esta mierda con una buena diferencia. Sos joven y bellísima, te ruego que pienses antes de hablar. No quiero sospechar que te estés transformando en un  riesgo innecesario. Sabés que el sistema te destrozaría.
-         Un sistema llamado Mario Cárdenas. El mismo que mató Luis.
-         Te equivocás... Y algún día te vas a dar cuenta de tu error. Por el momento, encerrate en tu casa y meditá. Sos demasiado inteligente para fallarte.


Durante su primera semana como desocupada Analía apenas pudo dormitar gracias a la diaria dosis de somníferos que ingería casi por placer. Sus hombres ya no estaban a disposición: Luis desactivado como le gustaba decir a Mario, éste tratando de sobrevivir. Ni siquiera tenía voluntad para la práctica de sus juegos eróticos habituales; tampoco el gimnasio se mostraba como opción, la botella del Vat 69 le solucionaron buena parte del dilema.

*

El correo electrónico era taxativo y conciso. Cárdenas, lo esperamos en el casino del quinto piso a las 15.30 horas. Por favor sea puntual.

El quinto piso del Ministerio era el que portaba los detalles más lujosos, la realidad marcaba que la arquitectura y el mobiliario eran acordes con las autoridades que allí residían. Las secretarias, los auxiliares y los ordenanzas se diferenciaban del resto por la sobria y elegante presencia. Parecía una atmósfera superior cuya clase promediaba el nivel profesional. Ascensores particulares y guardia permanente completaban un marco de prosapia y abolengo.

-         Estimado Cárdenas, adelante por favor.

Solano Rey recibió al convocado con sincera expresión afectiva y semblante cordial mientras Marino y Soria se acercaban para estrecharle la mano.

-         Lo hemos convocado debido a que el Servicio de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires nos solicitó, por excepción, un recurso capacitado y altamente eficaz en asuntos de delicada resolución – manifestó Solano –
-         Ustedes dirán, los escucho con atención – respondió Cárdenas -
-         No sabemos del tema, sólo tenemos órdenes precisas que cumplir con nuestros colegas, y lo queremos hacer de la mejor forma, por eso lo hemos escogido – sentenció Soria –
-         Desde ya les agradezco y considero que los halagos son inmerecidos.
-         Por favor. No sea modesto, usted ha comprobado con creces los merecimientos y cada uno de los elogios consignados – aseveró Marino, para luego agregar –, le comentamos que deberá presentarse el jueves, a las diez de la mañana, en la recepción del edificio de la SIDE portando esta credencial que le entrego. La misma será necesario que la exhiba al momento de ingresar en la dependencia.
-         Créame Cárdenas, lamentamos mucho que por un tiempo no se encuentre a nuestro lado, esperamos que esta distancia juegue a favor de su crecimiento económico y progreso profesional – finalizó Solano Rey –. Lo que le pedimos es que instruya a sus colaboradores para que proyecto de los departamentos no se vea afectado.

Tal como estaba pactado el jueves a las diez en punto Mario ingresó por la entrada de la calle 25 de Mayo al edificio de los Servicios de Inteligencia del Estado, justo frente a la casa central matriz del Banco de la Nación Argentina. Credencial en mano se dirigió hacia la recepción en donde un caballero de uniforme lo esperaba con una planilla en mano y estrictas recomendaciones.

-         Buenos días. Mi nombre es Mario Cárdenas, esta es mi credencial.

Un par de llamadas del uniformado alcanzaron para aprobar la entrada, invitándolo a que espere en el salón contiguo. Diez minutos pasaron hasta tener novedades, tiempo justo y necesario para el noble Gitanes de la media mañana.

-         Señor Cárdenas – interrumpió otro uniformado –
-         Así es, buenos días.
-         Le molestaría seguirme.
-         Después de usted.

Pasillos vacíos y puertas cerradas de posibles oficinas fue el paisaje reiterado. El diligente simulaba un impostado paso marcial bastante ajado y sospechosamente insolvente. No parecía integrante de ninguna fuerza oficial; corpulento y cauteloso disfrazaba portar una rectitud lindante con el ridículo. Mario tuvo la leve idea que estaba ante personal no regular o lo que vulgarmente se llamaba por entonces mano de obra reciclada.

-         Señor Cárdenas, ingrese al elevador y presione el número siete, al arribar aguarde en el lobby.
-         Muchas gracias.

El ascensor Tyssen gozaba de un desplazamiento desacostumbrado para un ámbito estatal. No era común esa tecnología en dependencias públicas, generalmente había que luchar con mecanos cuyas puertas bandoneón se trababan periódicamente, promotores de temblores inesperados y una lentitud que determinaba largos momentos de inseguridad y zozobra; llegar a destino era todo un signo de fortuna. En este caso las puertas se abrieron automáticamente de par en par. Un amplio salón totalmente vidriado mostraba la inmensidad del Río de la Plata, el edificio del correo, el puerto y una buena cantidad de obras en construcción que se levantaban frente a los viejos diques remodelados. Viendo lo fastuoso del complejo se felicitó por haber invertido, junto a sus colegas del Ministerio, en esos destruidos y baratos diques. El boceto Puerto Madero estaba en marcha. Algunos restaurantes y confiterías comenzaban a adornar el ficticio paseo diseñado por los emblemáticos vencedores de los noventa. Volvió a recordar a Gustavo. Sabía que Silva jamás pisaría ese impúdico derroche de obscenidad bananera. No entendía la razón, pero asumía como válido el hecho de pensar en su estimado compañero cada vez que necesitaba redención o cierta disculpa por su perversa realidad. Se juzgaba menos basura por conocer a un tipo así; al igual que esos racistas que aseguran tener un amigo judío y otro negro.

-         Señor Cárdenas, encantado mi apellido es Marcucci.
-         Un gusto.
-         Venga por aquí, faltaba usted para comenzar la reunión.
-         Si llegué tarde le pido mil perdones.
-         Nada de eso. Cada recurso fue citado con cinco minutos de diferencia. A usted le tocó la última citación. Cosas del azar.

Ambos ingresaron por una de las puertas linderas al lobby recepción. La oficina tenía corte posmoderno, completa en mobiliario de caño y vidrio, con copias de obras famosas enmarcadas en coquetos cuadros que decoraban las blancas paredes de un salón plagado de ventanales que orientaban hacia el primer mundo. Alfombra celeste y luminarias dicroicas distribuidas en forma simétrica coronaban el ambiente. Seis concurrentes mostraban silencio y austeridad aparente; cada uno poseía una carpeta cerrada en su sitio de comensal, otra carpeta similar esperaba ansiosa al último asistente. Los ocho participantes estaban dispuestos a comenzar con el convite;  Marcucci, en rol de anfitrión, fue el orador principal de la reunión.

-         Señores: Este grupo de tareas especiales fue armado de ex profeso en función de ciertas operaciones que el Gobierno Nacional nos tiene asignadas. Dichas comisiones están englobadas dentro de un contexto geopolítico en donde el conflicto forma una de las patas de negociación y encaje. Vivimos momentos de alineamiento, en consecuencia, nuestras autoridades creyeron conveniente la formación de un grupo que active sus intereses a favor de puntuales políticas de orden interno y externo. Cada recurso aquí presente pertenece a una fuerza de inteligencia distinta. Se trató de buscar aquellos gestores que han demostrado mayor lealtad y eficacia. Como ya sabrán mi apellido es Marcucci y pertenezco a los servicios de inteligencia de la Policía Bonaerense, cabeza del proyecto; a mi derecha se encuentra Federico Irrazabal en representación de la Marina, a su lado de hallan Javier Peirano de la Fuerza Aérea y Joaquín Morales Quindío del Ejército. En el extremo de la mesa Pablo Rebagliatti de Gendarmería, a su izquierda Daniel Fuentevella representante de la Policía Federal, aquí a mi lado Juan Cereijo de Prefectura y nuestro recién llegado Mario Cárdenas del Ministerio del Interior. Como verán en nada cuentan los grados y los cargos ostentados individualmente. Este novedoso y extraño formato de selección de recursos tiene como objeto primordial lograr la más absoluta reserva de acción. Cada integrante será responsable de la filtración informativa si la hubiera. Por ejemplo, si determinadas acciones son develadas en el ámbito de la Gendarmería sabremos quién es el responsable de tal error. Estamos, señores, frente a un grupo de elite creado a favor de potenciar políticas de Estado. Ustedes son los más calificados, sus salarios dan por sentado la importancia de la futura actividad. Los próximos veinticuatro meses determinarán el posicionamiento que nuestra Nación tendrá dentro del contexto mundial. Los objetivos serán claros y precisos; nos serán revelados en tiempo y forma con la debida anticipación para su pensada planificación. Cada integrante portará en forma personal un único dispositivo comunicacional. Este novedoso instrumental tecnológico llamado celular no puede ser rastreado por el momento, de todas formas es para exclusivo uso ejecutivo. Como pueden observar son elementos cómodos y sencillos de encubrir. Anexo a esta tecnología dispondrán de móviles y moradas para su utilización en los operativos. En las carpetas que se encuentran frente a ustedes están los listados con el detalle preciso, rubro por rubro. Reitero, este grupo de tareas de elite tiene como premisa importante accionar a favor de estrategias nacionales, en consecuencia no existe opción ni discusión posible, ya que las órdenes las recibiremos directamente desde la casa de gobierno. Tendremos absoluta autarquía y sólo reportaremos al código que figura en cada uno de nuestros celulares. Somos pares y estaremos al tanto de todo al mismo tiempo pudiendo debatir las tácticas operativas en conjunto. Sospecho que no necesito aclarar que cualquier intento por evadir el presente esquema equivale a la desactivación definitiva del recurso. ¿Alguna pregunta?
-         ¿Ya está prevista nuestra primera operación? – preguntó Peirano –
-         Creo que no he sido claro – afirmó Marcucci mostrándose disgustado -. En esta oportunidad soy un mero vocero. Reitero que somos pares, sospecho que en breve nos esteraremos enterando, en conjunto, sobre los pasos a seguir.
-         Vale decir que debemos actuar como célula en forma coordinada y estableciendo pautas de coexistencia – sentenció Cárdenas –
-         Si esto es así deberíamos reglamentar nuestro contexto agregando instancias de acuerdo y protección mutua – alegó Fuentevella –
-         Ya lo creo. Propongo nos reunamos fuera de nuestro ámbito, incluyendo parejas e hijos para conocernos y entablar formal relación – propuso Irrazabal –
-         No me parece y pido disculpas – condenó Marcucci – Creo que establecer relaciones puede resultar contradictorio tendiendo a la atomización al grupo. Debemos ser profesionales cien por cien. Los setenta y cinco mil dólares mensuales de honorarios a cobrar por cada integrante avalan dicho razonamiento.
-         En lo personal estoy de acuerdo – manifestó Cárdenas, mientras el resto asentía –
-         Sepan disculpar mi torpeza – apuntó avergonzado Irrazabal –
-         En otro orden, me resta informarles que el presupuesto asignado alcanza para los dos años venideros a veintisiete millones de dólares, de los cuales catorce millones cuatrocientos mil corresponden a nuestro salario, el resto es para logística y gastos varios – señaló Marcucci –
-         Convendría determinar un administrador – insinuó Morales Quindío –
-         Me parece lógico – indicó Rebagliatti – sin bien son fondos reservados que no se rinden ni se auditan es preferible que llevemos un estricto dominio de la cosa. No debemos dejar detalle sin controlar.
-         Me postulo para tal comisión – sugirió Cárdenas –. Tengo experiencia en el tema, considerándome probo y honesto.
-         ¿Alguna oposición?  - Consultó Marcucci –
-         En lo personal no tengo objeción – ratificó Cereijo – (el resto acompañó la opinión).
-         Al no tener otro tema que informar les propongo un cuarto intermedio hasta nuevo aviso – invitó Marcucci –

Un cordial refrigerio acompañó el final de la reunión.
La Embajada de Israel y la mutual judía de la AMIA comenzaban a testimoniar sus fatídicos destinos.


V

Estimó que las veintitrés muertes provocadas durante el año, a cuenta y orden de contratos establecidos, fueron suficientes para gozar de unas postergadas vacaciones. No conocía mayormente a ninguna de las personas ajusticiadas, tampoco se preguntaba si merecían o no la condena; simplemente hacía su trabajo tal cual estaba obligado por convenios asumidos. Mario Cárdenas era un eficiente asesino cuya fama había trascendido los límites de los arrabales porteños, susceptible de ser convocado para las más diversas comisiones. Temas pasionales, políticos, ajustes de cuentas y hasta artísticos formaban parte de su cartera de clientes…

Hacía más de diez años que no le regalaba a su esposa una buena temporada de ocio y turismo. El primer lustro de los noventa fue tremendamente aciago y escabroso, sobre todo potenciado por la multiplicidad de tareas dentro de aquel grupo de inteligencia que lo tuviera comprometido dentro de las esferas estatales. Si bien la retribución obtenida por su actuación fue espléndida, la realidad marcaba que dichas responsabilidades lo habían apartado de sus afectos de manera notable. Se había ganado con creces la acelerada jubilación que el Ministerio le propusiera luego de su último trabajo. Aquellos tres puntuales aciertos a un helicóptero en la zona de Ramallo habían dado colofón a una carrera por la cual complicó los mejores años de su vida. Luego de tal empresa sus superiores decidieron prudentemente desactivar la célula definitivamente, con la consecuente gratitud por los servicios prestados. El sistema necesitaba reconvertirse para continuar con vida. Si bien no era necesario un cambio de identidad le recomendaron rehuir de las esferas oficiales para pasar al ámbito privado de forma tal banquear su situación. Conforme esta estrategia ingresó vía contactos ministeriales a una empresa de seguridad, propiedad de uno de sus jerárquicos, cuya especialidad era cumplir con determinadas comisiones especiales a favor de clientes singulares. De este modo, durante los últimos años, presentó eficientes credenciales a instancias de contratos relevantes y complejos. Su trabajo era simple y concreto: Revisar su buzón personal, extraer la información sobre la identidad de la víctima y comenzar a planificar la tarea. Sus honorarios los cobraba por medio de la empresa que lo tenía contratado. Era una suerte de recurso terciarizado, modalidad que el paradigma de la reingeniería proponía por entonces. Febrero del 2002 determinó su último trabajo, necesitaba rearmar sus suburbios. Desde la muerte de Montesano, María Inés deambulaba por su vida como circunstancial turista. Cárdenas estimó que el viaje podía llegar a favorecer su desgastada relación. No se llevaban mal, simplemente se ignoraban, sólo la genitalidad los comprometía dos o tres veces por semana, a oscuras y tratando de escaparle a los besos. Económicamente los años transcurridos sirvieron para acumular una excelente cuenta bancaria en una financiera de Montevideo, un par de propiedades en Capital Federal insertadas dentro del mercado de alquileres, una hermosa casa de dos plantas en la vanidosa Avenida Pedro Goyena y un complejo turístico compuesto de seis cabañas en la serrana localidad de Villa Ventana, al sur de la Provincia de Buenos Aires. Todo a nombre de familiares indirectos o testaferros con la segura apoyatura de contradocumentos avalados ante escribano público. De todas formas Cárdenas sabía perfectamente que nadie se atrevería a traicionar su buena fe.
Un Golf GTI alemán, color verde Inglés, completaba un panorama envidiable. Mientras tanto María Inés siempre se mantuvo al margen de las actividades de su esposo. Así como ignoraba los medios utilizados para lograr tan pronunciado progreso, ignoraba también muchas de las utilidades obtenidas. A partir del asesinato de su amante prefirió asentarse como fiel ama de casa desaprobando toda hipótesis de sufrimiento futuro. Su profesión y compromiso vocacional no hacían más que enorgullecer la elección de vida que había asumido desde adolescente. El resto no importaba demasiado. Su único y verdadero amor había recibido, años atrás, cuatro disparos calibre treinta y ocho en la base del cráneo. De alguna manera sus instancias emotivas y vehementes habían sufrido, desde aquel día, heridas que nunca podrán ser suturadas; cicatrices perennes, dolorosamente presentes ante cada beso, caricia o acercamiento que la obliguen a desempeñar el desagradable rol de fingir. Papel que con el tiempo la acercará sigilosamente al desplacer y a la vergüenza. De todas formas aceptó con agrado pasar una buena temporada en una de las cabañas de Villa Ventana. Sabía de la existencia del complejo como proyecto a largo plazo, el costo de la inversión en lotes no había sido elevado debido a que todavía la aldea no estaba explotada turísticamente; de todas maneras si había algo en lo cual confiaba de su marido era, por un lado, en sus criterios comerciales y por el otro, en el trabajo de sus asesores inmobiliarios. Raramente equivocaba sus pronósticos sospechando que en la mayoría de las ocasiones jugaba con cartas marcadas, no descartando alguna buena dosis de fortuna. Lo notorio, a su real saber y entender, era que la rentabilidad estaba asegurada invariablemente y eso siempre le pareció muy extraño en el marco en un país que se caía a pedazos. Mientras sus alrededores presagiaban apagones y tormentas inminentes ellos no hacían otra cosa que acrecentar y solidificar su posicionamiento económico social.
No le fue complicado determinar obligaciones para sus reemplazantes durante las próximas tres semanas. Desde el asesinato de su jefe, María Inés era la persona a cargo de la sección obstetricia de la Clínica, de modo que el servicio de la especialidad continuaba estando a la altura de sus históricas prestaciones. Sin bien al principio existió una traumática transición el tiempo fue corrigiendo toda imprecisión inicial. La doctora Fontanal de Cárdenas poseía la autoridad suficiente para diseñar y planificar conforme a su criterio la dependencia heredada.

Cinco horas y media de confortable viaje separaron su casa colonial ubicada en el barrio de Caballito del complejo serrano La Amistad. El coche se comportó con la perfección que la tecnología alemana exhibe en el rubro automotor. Breves diálogos inconsistentes acompañaron la música celta que de fondo propiciaba el telón adecuado para los quinientos setenta kilómetros recorridos.  A poco de arribar el imponente paisaje serrano no dejaba de sorprender a María Inés. La rusticidad de esos plegamientos ancestrales y desconocidos para sus ojos encontró en la pareja el común denominador para entablar algo más de una amable conversación. Hacía mucho que no acordaban asombro y maravilla. En plena charla competían por el hallazgo se sinónimos que clarifiquen y expongan la majestuosidad de la vista la cual era testigos excluyentes. Villa Ventana era una pequeña población cimentada entre dos de los cerros más imponentes del sistema montañoso. Varios complejos de cabañas, raleados y dispersos daban al paisaje un aspecto reposado e imperturbable. Caminos y senderos laterales con frondosas arboledas pintaban un fresco apto para recorridos cansinos y sosegados. Mario estaba convencido que no existía mejor lugar para recargar energías si éstas habían decidido abandonar al espíritu. Los quince kilómetros que la separaban de Sierra de la Ventana daban la suficiente posibilidad de encontrar, rápidamente, desde un centro de salud o un buen restaurante, hasta un casino para el esparcimiento.

El predio La Amistad estaba ubicado en el propio centro de la villa. Ocupaba cuatro lotes sobre una superficie total de tres mil doscientos metros cuadrados. Estaba compuesto por seis cabañas de dos plantas, estilo alpino. Cada unidad disponía de unos ochenta metros cuadrados sumando ambos niveles; la parte superior incluía los dos dormitorios que descansaban sobre un entrepiso de madera emulando el porte tirolés. La planta baja presentaba un amplio lobby a modo de living-comedor con una estufa hogar complementaria al sistema de calefacción por caldera; baño y cocina, coronaban el sector. Cada residencia, con capacidad para seis visitantes, poseía un garrafón de gas de emergencia, espacio guardacoches, quincho y fogón-parrilla. Dichos servicios eran particulares y exclusivos. En el centro del predio se alzaba la piscina de ocho metros de frente por quince de fondo con el agregado de reposeras y sombrillas a discreción. Juegos de plaza para niños remataban el confort del complejo. Un prolijo parque  rodeaba a cada unidad manteniendo prudente distancia de la vivienda contigua; privacidad para el descanso y buen gusto eran las características distintivas de la propuesta turística. La tarifa diaria era lo suficientemente abultada como para justificar el servicio que se ofrecía; un eficaz cuerpo de mucamas guardaba presta colaboración para que el desayuno, la leña y la ropa blanca, no fueran motivo de conflicto. Un tanto apartada se alzaba la vivienda del casero. La coqueta y pequeña finca conservaba el mismo estilo alpino con algún detalle discordante producto del propio gusto de sus moradores.
Sin más demoras el matrimonio Cárdenas se dirigió en dirección hacia la residencia del encargado. Un jeep doble tracción línea moderna estacionado en el garaje determinaba presencia segura en la casa. Mientras María Inés recorría la arboleda lindante, Mario accionó el original llamador de la estancia dotado de una herradura pulida firmemente abulonada a un disco de algarrobo barnizado y que presentaba el nombre del complejo en bajorrelieve. De su interior sale una cara demasiado conocida como para que la felicidad evite jugar una mala pasada.

-         Era hora que vinieras pedazo de sorete. Me alegra mucho verte, dame un abrazo turro, hace tiempo que te estoy esperando... Marito querido.

El saludo prolongó momentos de duda e incertidumbre; hacía diez años que no se veían. La Estación de Servicio de Las Flores fue el último ámbito testigo. Allí acordaron abandonar una camioneta Chevrolet cero kilómetro dejando en su interior el cadáver de un mendigo inocente con tres balazos en la base del cráneo e imposibles claves para su identificación. Luis era un erudito en el tema y Mario no podía asesinar a su amigo. El resto fue un convenio que nació producto de la gratitud y esa extrema y humana necedad por sobrevivir. Cárdenas y Montaña eran socios en el complejo turístico La Amistad de Villa Ventana, pero también lo eran en el mantenimiento de secretos propios y extraños. La vida de uno dependía de la del otro, no cometer errores fue la base del afecto. En su último acto de rebeldía Mario había jugado su carta más alta a favor de la protección de su amigo en aquel abandonado solar de la pampa bonaerense. Cualquier indicio hubiera sido fatal para Luis, para María Inés y para él. Se debían mutuamente rindiéndole culto a ese preciso equilibrio que suele obsequiar la impunidad. Ambos sabían que aquellos tipos del Ministerio no eran imprescindibles y que más temprano que tarde iban a ser reciclados y en el peor de los casos desactivados para que el bendito sistema siga funcionando a la perfección, higienizándose a sí mismo, para que ningún inspirado tenga la leve idea de prescindir de él. Luis y su compañera de siempre Analía Volpi, eran una cordial y benevolente pareja de anfitriones en el marco de un paraíso que no estaban dispuestos a abandonar. Habían logrado diseñar una vida a pesar de sus propios suburbios, saturados de alcantarillas humeantes, inodoras, senderos húmedos, ensangrentados y anónimos gritos de auxilio por piedad. Ningún visitante del predio podía llegar a sospechar que tamaña belleza natural toleraba el precio que pagaron cientos de cadáveres que supieron participar de manera involuntaria para su deleite y contento. De todas formas Mario suponía que a nadie le afectaría tales presunciones, el paso del tiempo le confirmó que los paradigmas de la década anterior se esmeraron por erosionar notablemente las conciencias imponiendo al individualismo como base y sustento social. Los textos de autoayuda, Osho y Coelho habían reemplazado definitivamente en el mercado literario de preferencias a los filósofos humanistas y a los reflexivos existencialistas más notables del siglo veinte. Las novedosas revelaciones o las historias desbordantes en metamensajes egocéntricos hicieron retraer de las vitrinas de las librerías  tanto a los clásicos de todos los tiempos como a Jauretche, a Galeano o al mismo Dolina, aunque este último podía conservar aún, a modo de resistencia, su espacio radial de cada medianoche. Fontanarrosa pasó a ser objeto de culto y tipos como Castelo eran únicamente admitidos como partenaire de una nueva clase de periodistas devenidos a vedettes. La creatividad y la inteligencia quedaron congeladas dentro de los refrigeradores de última generación que regalaban Tinelli y Sofovich en sus absurdos programas televisivos. Si el colectivo social, de modo mayoritario, avalaba dicho ordenamiento y apoyaba el sistema dominante sin esbozar protesta, por qué razón Mario y Luis debían sentirse culpables o responsables por haber abrevado de ese mismo mandato. El año noventa y cinco, y en cierto modo, los procesos electorales subsiguientes, habían confirmado en las urnas una forma de sentir y de vivir, resultó un acuerdo tácito y si se quiere vergonzante, rasgarse las vestiduras reconociendo miserias arropadas celosamente no tenían ningún sentido. Nadie estaba dispuesto a ceder y menos ellos; habían puesto el cuerpo, habían estado en la trinchera de este acuerdo no firmado pero aceptado virtualmente, repleto en elogios y exclusión.

-         No sólo me salvaste la vida, también se la salvaste a Analía. Debo reconocer que tu capacidad me sorprendió gratamente – admitió Luis –
-         La idea fue tuya, y todo partió aquella noche de pesca inconclusa. Recuerdo que me expusiste con supina claridad la realidad de un sistema que nos utiliza como fichas de un juego sin brillo y ciertamente disparatado. No había razón alguna para sacrificarte, al fin de cuentas me diste una mano en la mala y eso no se puede omitir, más allá de las tonteras y caprichos que te solían contaminar – reconoció Mario –
-         No te podés imaginar la fascinación de Analía al arribar. Sesgada por el afecto que te tenía y que todavía te tiene, hasta se compró un auto y aprendió a manejar para ser la mano ejecutora de tus negocios. No entendía nada cuando luego de bajar del vehículo hizo sonar la cancela, y dispuesta a entregar la encomienda que le diste aparecí yo. Estuvo meses penando por lo injusta que había sido con vos. Jamás pensó encontrarse con semejante novedad esperando desde ese día el momento para disculparse – confesó Luis -. De todos modos tené en cuenta que hasta hace muy poco tiempo sintió con resignación que hayas optado por recomponer tu relación con Fontanal.
-         El tiempo cura todas las heridas. Aunque... no me des demasiada bola al respecto, ni yo me creo lo que acabo de decir. Si Analía supiera lo que es mi matrimonio debería sentir lástima más que desilusión. Duermo con una verdadera extraña, además sospecho que sabe la identidad del asesino de su amante. En tu caso y por lo que me contás pudiste convencer a Volpi para aprovechar esta nueva oportunidad.
-         Los dos aprendimos algo de lo vivido.
-         ¿Se puede saber? – preguntó Mario –
-         Dudar de lo primero que se nos ocurre; tratar de meditar por detrás de los sentidos, dándole oportunidad a la inteligencia y al conocimiento. Como alguna vez mencionaste, dejar por un rato que el sentido común le permita paso al sentido inteligente. Es una buena fórmula para acotar el margen de error, aunque ambos sabemos que no estamos exentos de caer en él.
-         ¡Mierda qué el aire serrano es fuerte! Luichi, soy Mario... eh! – bromeó Cárdenas –
-         No te hagas el boludo, hablo en serio. Hice demasiadas cagadas para aceptar tus sandeces; no te estoy pidiendo el indulto, solamente un par de orejas que acepten sincera confesión, o catarsis, como quieras – sostuvo enojado Montaña  –
-         Disculpame, considero que una sincera confesión debe partir irremediablemente de un sincero arrepentimiento. Y percibo no verte compungido como para creerte. Me parece que estás en medio de una crisis de identidad; durante años te esmeraste por armar tu propio imperio personal llegando a tu cometido a partir de tu propia inexistencia. Eso es lo que te jode. Todos los caminos que tomaste te llevaron a la pérdida total de tu individualidad. Nunca podrás volver a ser Luis Montaña. Ese tipo murió para que su cuerpo e intelecto puedan sobrevivir, teniendo la obligación de reconocer y asumir que vivir es otra cosa. Temo que tu error radica en repensar lo acontecido a partir de los resultados obtenidos y no de tu responsabilidad sobre la fiesta que optaste por disfrutar durante tanto tiempo. Todavía te queda la opción de reinsertarte socialmente como Luis Montaña si la conciencia así te lo exige  - retrucó Mario –
-         ¿Cómo?
-         Presentándote ante la justicia. Aunque me pese desde lo individual, sería fantástico.
-         ¿Qué sentido tiene? La ley no me busca. Aparte mi problema no es legal. Hipotéticamente es con un grupo de mafiosos que deben estar tan escondidos como yo, reciclados en cualquier otro paraíso, natural o fiscal, disfrutando sus dólares.
-         No te olvidés del harapiento que ocupó tu lugar en la camioneta. Además también sos responsable, aunque sea de modo indirecto, de los planes desarrollados en aquella época que incluyeron acciones punibles a favor de políticas internas estatales. Si bien la ley no imputa a Luis Montaña por delito alguno te podrías constituir en un baluarte testimonial a modo de arrepentido.
-         ¿Y vos crees que eso le puede interesar a alguien? – pregunto Luis
-         Temo que no. Tal vez cierto sector del periodismo te utilizaría un rato para quemar minutos de radio y televisión o centimetraje en los periódicos. Recuerdo que por entonces la progresía periodística estaba muy interesada en el maquillaje y muy poco en el verdadero saqueo que estaba sufriendo el país. El modelo los seducía, el uno a uno les permitía grandes producciones y viajar por todo el mundo. Los patrocinantes y los productores comerciales de sus programas hablan por sí mismos del verdadero posicionamiento de esos personajes. Si tenés ganas de probarlo empíricamente proponé una ley que democratice los medios de comunicación y podrás constatar el real progresismo de esos progresistas audiovisuales. Me parece que a la sociedad poco le importa enterarse de lo que ya sabe; durante años estuvo como un avestruz y para lavar sus propias responsables va a solicitar culpables a gritos por los desaguisados cometidos. ¿Cuánto tiempo puede llegar a pasar hasta que el neoliberalismo vuelva a ser propuesta? Hoy es el anticristo y mañana habrá cientos de miles, votándolo, añorando el uno a uno. Con el grupo volamos una mutual, una embajada y una ciudad para cubrir un contrabando; lo patético es que algunos de los mismos afectados terminaron el ciclo silenciados por buenas indemnizaciones. Y no fueron pocos. Sacátelo de la cabeza Luis, esto es como el fútbol: El simpatizante no quiere que el árbitro imparta justicia, desea fervientemente que lo favorezca y en el más ético de los casos escoge no ser perjudicado independientemente si la falta existió o no.
-         Veo que te adueñaste de una visión bastante apocalíptica de nuestra Europa sudamericana.
-         No me parece que el resto del planeta se comporte de manera distinta – afirmó Mario. Con observar los personajes que emergen como representantes paradigmáticos en los países centrales, verás que poco a poco, todo será para peor. No te olvidés que también uno es lo que admira, lo que lee, lo que vota, lo que piensa, lo que dice y lo que calla.
-         ¿Me estás diciendo qué cualquier arrepentimiento es tardío?
-         Así es, Luisito. Creo que bastante castigo tenés. Eso de no poseer identidad, en algún sentido es como no existir. No sos libre, estás preso de tus propios errores. Tu ceguera es el supuesto paraíso que armaste con el auxilio exclusivo de Analía, tu seguro lazarillo. Que respires es un mero detalle personal, para el mundo dejaste de hacerlo aquella madrugada en La Flores. Eso es indefectible. Si por mí fuera te aconsejaría que comiences asumiendo tu realidad tratando de enaltecer lo poco digno que te queda hasta que llegue el momento en que la sociedad tenga ganas de sacar la basura que escondió debajo de la alfombra durante años y deseé mirarse al ombligo. Cuando esto suceda, es probable que la vara de la justicia te convoque; pero a no preocuparse, tenemos algo a favor.
-         ¿Qué es?
-         La autocrítica que sirve y que hace crecer, nace a partir del conocimiento y la inteligencia, como bien afirmaste. Esto es, conocer y entender los errores cometidos para luego comenzar a analizar las causas, circunstancias, momentos y demás variables que puedan determinar responsabilidades históricas. Esa, a mi entender, es la única forma de rearmar un tejido desquiciado. En lo personal no creo que la sociedad se tome ese trabajo, encontrará algunos cuerpos para lapidar y a poco de andar declinará producto de sus más urgentes asuntos. Somos prisioneros de una década que decidió por nosotros y a la cual ungimos con esa facultad. ¿Vientos de Cambio se llamaba el tema que pasaba “Berni” en su programa, no? ¿Quién se va a interesar por señalar a un par de gestores terciarizados? Cuando ese día llegue hasta los mismos progresistas estarán muy comprometidos cuidándose su propio culo, y el culo de las corporaciones para las cuales trabajan. Puede que aparezcan fundamentalistas afirmando que este país necesita un millón de muertos más, personas que jamás sufrieron la instancia de tener que ejecutar o de verse delante de un pelotón, de tener que hacer una cola de una cuadra por un laburo de dos mangos con cincuenta, que están en perfectas condiciones de seguir una dieta o de inmiscuirse dentro de un libro de autoayuda. Estúpidos burgueses que les encanta escucharse y que no entienden que eso de los egoísmos es común a todos los humanos. ¿A vos te parece qué algunos de esos imbéciles dialécticos nos enfrentaría? ¿Qué clase de personas te crees que me contrataron hasta que me retiré? Sacatelo de la cabeza, es un mundo plagado de personas “decentoides” que se la pasan postulando verdades a kilómetros de las trincheras. Te repito, lo mejor que podés hacer es disfrutar de lo que te rodea, sin detenerte en merecimientos, tal cual hace el resto. ¿Vos suponés que existe algún mortal que devuelva aquello que considere un premio excesivo? no Luisito, lo disfrutará doblemente pensando además que un plan divino lo hizo merecedor de semejante galardón.
-         Me dejás helado Marito. Tu capacidad para enroscar y dar vuelta argumentos te ha transformado en una persona despiadada. No niego que algunos de tus conceptos contienen absolutas certezas, pero seamos francos, somos un par de delincuentes que fueron empleados por otra banda de facinerosos y que todos, al unísono, hicimos una buena diferencia con dineros públicos.
-         Hace un tiempo la dulce Fontanal, inconscientemente, me aclaró pensamientos que tenía desordenados. Simplemente me dijo que todos operaban para algún Capone contemporáneo: Medios de comunicación, Bancos, Financieras, Clubes, Laboratorios, Corporaciones, públicas y privadas, estaban en manos de los hacedores del modelo que me tenía contratado.
-         ¿Y qué me decís con eso?
-         Que los pocos censores o moralistas existentes con capacidad de crítica no tendrían nunca llegada a las mayorías debido a la dependencia de éstas con el sistema. Todavía me acuerdo de Gustavo Silva. Ya te conté. A nadie le importó lo que le sucedió, ni siquiera a sus supuestos amigos progresistas, menos aún a los delegados sindicales, y ni que hablar de las supuestas enamoradas que morían por tenerlo en la cama. Todos se borraron. ¿Y sabés la razón? El tipo con su conducta, con su ética, puso en riesgo el sistema que les pagaba el sueldo.
-         ¿ Supiste algo de él?
-         Creo que se radicó junto a su compañera en un pequeño pueblo de la zona. Si mal no recuerdo armó un emprendimiento comercial con el despojo de la indemnización que le quedó luego de la pesificación. Vos lo conocés tanto como yo, el tipo sigue siendo un animal literario.
-         Si, y sigo pensando que es un boludo irrecuperable – sentenció Luis –
-         No me extraña que pensés de ese modo. En todo caso tené en cuenta que es un boludo con identidad, vos apenas un piola que no existe y encima adjunta un frondoso historial como criminal de guerra. Ni registro podés tener; sin Analía vos sos un...
-         Está bien, no sigas, me cagaste. Si querés lo voy a buscar y le regalo cien lucas verdes. Podemos comenzar a lavar responsabilidades con él.
-         No seas cínico. Gustavo forma parte de esa porción de la sociedad que no importa, que no es escuchada, ni siquiera percibida. Como decía Ibsen: “la vida no es desesperante, es ridícula” – condenó Mario –
-         Parece que lo envidiaras.
-         Sabés que no. En lo personal sostengo que la envidia no existe. Puedo admirar sus valores y su manera de encarar la vida, pero no me gustaría pagar los gravosos precios que tuvo que abonar por el mantenimiento de esos valores. Hay que ser demasiado valiente para plantear combate sabiendo que vas a ser derrotado – admitió Mario –
-         Durante mucho tiempo te envidié a María Inés.
-         Eso no es cierto, lo que vos sentías era otra cosa.
-         ¿Qué cosa?
-         La necesidad de acceder a algo que no estaba a tu alcance. Dudo que me envidies su falta de fidelidad, sospecho que no te gustaría vivir dentro de esa tremenda atmósfera de ausencia de afectividad y menos aún la nula intención de tener hijos conmigo. Te digo que si verdaderamente existiese la envidia, ésta se manifestaría sobre distritos específicos y puntuales, pero para ello es necesario lo otro, y eso nadie lo desea.
-         ¿Entonces admirás a Silva?
-         Digamos que me caen bien aquellas personas fieles a sus convicciones más allá de la suerte que puedan correr. Me reconforta hallar oasis plenos de lealtad y honradez – insistió Cárdenas –
-         ¿Crees que el tipo piensa lo mismo que vos?
-         Es probable que sienta debilidades y contradicciones, pero ante la calma sabrá tamizar y verá con satisfacción la permanencia intacta de sus valores.
-         Puede ser. Pero en mi opinión sigo pensando que es un boludo y un cobarde – subrayó Luis-
-         ¿Cobarde? Ah no... eso es demasiado, me superan tus conclusiones serranas.
-         Si cobarde. Silva no lo soportó y plantó una puesta en escena para escapar. Debió haber llevado su caso hasta las últimas: Lucro cesante, daños y perjuicios y demás yerbas; un buen abogado le saca un montón de guita al Banco.
-         Seguís cometiendo el mismo error Luichi. Silva no quería plata, buscaba otra cosa superior. Su compromiso resulta invisible para tipos como nosotros. Hablo de principios.
-         Gustavo salió del mismo lugar que nosotros Mario, dejate de joder. Tuvo la misma educación ¿Me vas a decir que posee una tabla de valores más elevada?
-         Evidentemente sí. Es probable que haya sido formado, desde su entorno familiar, a partir de incentivos éticos con un alto gravamen moral. Acordate que siempre fue un humanista, anduvo por Filosofía y Letras y demás circuitos que nosotros ni siquiera sospechamos como son.
-         ¿Y ese entorno cómo le respondió ante la situación límite? –preguntó inquisidoramente Luis –
-         Muy al estilo de la década. Más de un afecto lo sacudió con una frase que según me confesó lo dejó maltrecho y confundido: “¿No lo podías haber evitado?”…
-         Triste época la nuestra, es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” aseguró Einstein…
-         Parecemos intelectuales de cuarta mencionando frases obvias para decorar nuestros mediocres alegatos. Y pensar que te creí, con alguna prevención pero te creí cuando hace minutos me hablaste que habías eliminado esa torpe tendencia de aceptar lo primero que se te ocurría. Seguís administrando como siempre ese anacrónico y vulgar pensamiento fronterizo que te caracteriza. Ves, tengo razón, lo que te molesta son los efectos y no las causas de tu conducta.
-         Bueno Mario ya basta. Me diste con un caño, la seguimos en otro momento. Te propongo que después de almorzar paguemos nuestra deuda pendiente y nos vayamos a pescar a la laguna de Sauce Grande. Son unos cuantos kilómetros, está pegada a Monte Hermoso, vale la pena. Embarcado se sacan muy buenas piezas, sobre todo  pejerrey. La idea sería volvernos mañana a la noche. ¿Qué me decís?
-         Me gusta. A propósito ¿Por dónde andarán las chicas? –Preguntó Mario -
-         Supongo que dando vueltas por la fronda, haciendo lo que todo el mundo hace: Procurando no mencionar mezquindades y desandando hipocresías. Como dice Goucho: “si no te gustan mis principios, tengo otros”. Si ya sé, no me digas nada, soy obvio – afirmó bromeando Luis –
-         ¿Y esos principios cuándo me los vas a confesar?
-         Es una cuestión de tiempo, ya que debo tropezar con ellos.

Ambos estaban convencidos, lo único que podían hacer a su favor era transitar aquellos senderos en donde la historia y la memoria encuentren serias dificultades para su asentamiento. Debían esforzarse para evitar apellidos y nombres conocidos, ser capaces de sostenerse en ámbitos anónimos y ciertamente hostiles. Luis tenía parcialmente resuelta la situación. Su no-vida implicaba la constante y forzada creación de un imaginativo tormento.  Analía, alejada de sus eróticas instancias, oficiaba de dulce y madura celadora, esmerándose para que su protegido no cometiera errores. Tal como le mencionara Cárdenas, su destino serrano le daba un estatus de criminal de guerra similar al de aquellos veteranos y entusiastas cuadros del Nacional Socialismo que diariamente y durante mucho tiempo prepararon a escondidas sus viandas artesanales entre las sombras boscosas de Bariloche y Villa General Belgrano.

El panorama de Mario era bastante distinto. Sabía que María Inés estaba al tanto de la mano ejecutora que había asesinado a su amante, pero a la vez advertía que la dama jamás abordaría el tema debido a que la colocaría ante la admisión de una falta imperdonable. Un exacto mecanismo de relojería haría que el equilibrio de intereses promueva silencios eternos e imperturbables. El mundo exterior no interesaba demasiado.

Los muertos de Cárdenas eran cuestión de Estado y como tal hallarían redención a fuerza de las políticas implementadas. Su conciencia no participará del castigo por las atrocidades cometidas, necesidades que las autoridades estatales asumirán como relevantes a favor de la victimización que toda Nación del área occidental debe mostrar como credencial para pertenecer al primer mundo. Un par de notorios atentados darían atractivas justificaciones para cometer los más absurdos negociados. Sobre los asesinatos posteriores los tomará como residuos inevitables bajo el formato de monotributista. Ninguno de los ejecutados contaba con avales importantes que respaldaran su existencia. Los había estudiado muy bien, paso imprescindible para el éxito de la encomienda. En su mayoría marginales de alta clase, abusivos sujetos que solían traicionar confianzas de postín, abyectos que nunca iban a lograr mayor consideración.
El caso que nunca lo dejó de angustiar fue el del doctor Montesano. No había sido un trabajo pensado ni desde lo operativo ni desde lo racional; aquí la emotividad se colocó como protagonista, en consecuencia, le quitaba a la comisión la belleza y la artística exigida. Fue una simple venganza y eso lo desencantaba, lo hacía descender hasta los magros y oscuros contornos de la imbecilidad. Consideraba a esa característica como la más inverosímil e intrusa que podía portar un ser humano. Solía afirmar que un imbécil no entiende, de modo que entablar una discusión con él resultaba una banal epopeya, algo así como mirarse al espejo...


No hay comentarios:

Publicar un comentario