RECURSOS HUMANOS
Autor Gustavo Marcelo Sala
Recursos
Humanos
Carlos Tandel acostumbraba postergar
sus proyectos personales a favor de no defraudar la confianza de sus jefes. Con
casi veinticinco años de antigüedad en el Banco Nación estaba convencido que
para el logro de aquellos objetivos individuales era indispensable cumplir con
sus obligaciones mediatas e inmediatas. Por agosto de 1976 no temía por
reuniones sorpresivas en el departamento de Recursos Humanos. Se sabía
apreciado y valorado, por lo tanto, ese obligado recorrido lejos estaba de
inquietarlo. Personalmente se percibía turbado al pensar, mientras aguardaba
por el ascensor, que a poco de finalizar el segundo milenio de la era cristiana
desconocía sobre textos fundacionales del pensamiento existencial. Russell,
Fromm, Sartre, Camus, no estaban dentro de sus lecturas cotidianas,
lamentándose de manera sincera por ello. Prefería quemar sus tiempos
subterráneos con novelas de sencilla trama y humildes escritos de escasa
extensión. La literatura le era de suma utilidad para ocupar vacíos
imprevistos, debido a ello en su portafolio acostumbraba a incluir dos o tres
textos de variado tenor. Si bien adolecía de título universitario los años le
habían otorgado la suficiente idoneidad para manejar con llamativa eficacia la
oficina de Riesgo Crediticio. La realidad marcaba que la entidad había crecido
con él, en consecuencia su sector lo fue diseñando con propia impronta en la
misma medida de su evolución y desarrollo. Lo cierto es que Tandel, hacia fines
de los cincuenta, fue el creador de esa dependencia ante el importante flujo de
créditos requeridos por nuevos solicitantes integrados al sistema. A pesar de
un peronismo derrocado, el orden político de entonces no podía evitar la
inercia de inclusión que había quedado como remanente del proyecto
industrialista que gobernó al país durante casi diez años. Todavía existía
confianza en el sistema económico tanto en los sectores populares, como en el
comercio, como en la pequeña y mediana empresa. Hacia fines de aquella década
Carlos contaba con jóvenes y entusiastas veintiocho años.
Tiempo
atrás había iniciado su aventura migratoria rumbo a la gran ciudad. La familia
no lo había acompañado en la tentativa optando por permanecer en Benito Juárez,
su pueblo natal. Si bien la vida pueblerina poseía sus encantos en la reposada
localidad bonaerense, los incentivos que por entonces presentaba la metrópoli
constituían un interesante desafío para el joven. Con su título de bachiller
estimaba que tenía amplias posibilidades de obtener un empelo capaz de sostener
su existencia y colaborar medianamente con sus padres. A principios de los
cincuenta se vivían tiempos de entusiasmo y alegría. Buenos Aires era un imán
de mano de obra. La configuración industrialista fundacional del peronismo
había permitido que el pleno empleo se desarrolle en su máxima expresión.
Obreros, comunes y calificados, oficiales y empleados administrativos estaban
inmersos dentro de una fuerte demanda en donde los sindicatos organizados
protegían a sus afiliados a través de convenios colectivos acordados entre el
gobierno, los trabajadores y la patronal. Al mes de llegar ya estaba dando las
primeras pruebas en el Banco. Quince días después formaba parte de la plantilla
oficial. Su salario le permitía con solvencia alquilar un departamento de dos
ambientes en el barrio de San Cristóbal pudiendo dejar definitivamente la
pensión de la calle Cochabamba. Russo, su compañero de oficina, le había salido
de garante con su propiedad. Este gesto jamás sería olvidado por Tandel. Con
veintidós años había logrado afianzar su cabeza de playa en Buenos aires.
De
apocada personalidad y sumamente servicial puso en juego de inmediato un
exacerbado sentido de la responsabilidad muy valorado por sus superiores; estos
lo tenían en cuenta para toda encomienda que necesitara un alto grado de
eficacia y prolijidad. Solía acompañar a su gerente en los obligados cierres de
balance más allá que estas tareas se efectuaran durante los asuetos
correspondientes a las fiestas de fin de año. Este entrenamiento contable le
posibilitó un conocimiento integral de la institución permitiéndole avanzar en
la corrección e inclusión de operatorias administrativas más eficientes. Fue
así que a mediados de los cincuenta ya estaba a cargo del sector Riesgos
Crediticios, dependencia que fue necesario diseñar y crear debido a la elevada
tasa de morosidad que presentaba la cartera de préstamos. Básicamente se
trataba de analizar e investigar fehacientemente a cada solicitante de forma
tal acotar los niveles de incobrabilidad. Para ello le fue otorgada una oficina
individual con una colaboradora permanente, Julia; ambos reportarían a sector
Préstamos, cuyo supervisor era su amigo y garante Fernando Russo. Por entonces
el golpe de estado de 1955 había cambiado ciertas condiciones laborales.
Descabezados los sindicatos, determinadas prerrogativas que poseían los trabajadores
quedaron relegadas y todo aquel empuje industrialista del gobierno popular
siguió navegando con incertidumbre y desmemoria. A pesar del histórico proceso
iniciado en 1945 era evidente que el país había truncado su refundación
instalando una triste y permanente deriva. Carlos no fue afectado por estos
fenómenos políticos, su persona no era tenida en cuenta para asambleas,
discusiones o debates; si bien era respetado y apreciado, no era observado como
un luchador o cuadro combativo, ni siquiera contestatario. Era un ferviente
adherente al Peronismo, pero en su fuero íntimo. Sabía perfectamente quién
representaba sus intereses políticos y gracias a qué tipo de ordenamiento
social había logrado una rápida prosperidad. Estaba convencido que las
políticas del General son las que le habían permitido a él y a la gran masa de
los argentinos, hasta ese momento marginada, a participar y protagonizar su
propia historia, no sólo desde la formalidad y la dialéctica, sino también
desde las estructuras estatales y la economía. Gracias a Eva y a Perón no se
sentía un extranjero. Lo cierto es que llevaba dos años pagando un crédito
hipotecario por un departamento en la calle Amenábar del barrio porteño de
Belgrano, algo impensado cuando los tiempos de la pensión. Además su bonanza le
permitía viajar una vez al mes a Benito Juárez para visitar a sus padres y
proporcionarles colaboración económica.
Sabía
también de la existencia de muchos que aprovechaban esa situación para
mostrarse despóticos y dictatoriales, pero estaba convencido que con le tiempo
eso iba a ser corregido y pulido por el propio General. Por eso lloró con su
caída, solo, en el ámbito de su hogar, lejos de su gente, protagonizando una
época que todavía no alcanzaba a interpretar. Se había salvado de los
bombardeos gracias a una crónica afección respiratoria que lo tuvo postrado, de
modo intermitente, durante aquel invierno del 55. A principios de octubre,
cuando se reincorporó al Banco, sintió que nunca hubiera estado allí. Todo era
siniestramente novedoso. Su minusválida y desestimada presencia no llamaba la
atención, en consecuencia, ese carácter de inexistencia intelectual le otorgaba
una campana protectora que lo instalaba al margen de cualquier tipo de
revanchismo. Julia y Fernando, en cambio, sufrieron los avatares por estar
afiliados al sindicato; ambos fueron despedidos. Un año después, calmados los
ánimos, Carlos Tandel logró la reincorporación de sus compañeros bajo su área
de conducción conservando sus históricos salarios, no así sus jerarquías. Julia
era una hermosa joven que por entonces se acercaba peligrosamente a los treinta
años de edad. Había saboreado las hieles del fracaso sentimental por culpa de
un Gerente que nunca terminó por divorciarse. Advirtió que el tiempo se
disolvió experimentando la cruel estafa de sus sueños y sin haberle solicitado
permiso aguardó hasta límites impensados por un noble caballero, precario y
jactancioso.
Con
Carlos complementaban necesarias soledades en el marco de una amistad sincera y
sin complejos. Julia Morán era la única persona que estaba al tanto de las
preferencias sexuales de Tandel. Por entonces tal elección de vida se la veía
como un padecimiento lindante con la moral, caracterizando al portador de
semejante ignominia como un enfermo terminal cuyo destino no podía ser otro que
el averno. Ambos coincidían que ante un medio hostil no era propicia la
manifestación de particularidades, en consecuencia, ayudarse mutuamente era una
suerte de estrategia de supervivencia para no ser discriminados. Julia, en ese
momento, soportaba las burlas directas e indirectas de sus pares debido a su
estado civil y un fracasado romance. Lo cierto es que acarreaba una aureola de
liviandad por haber mantenido una relación con un hombre casado, siendo
marginada por mujeres y debiendo tolerar con estoicismo los arrebatos
masculinos que conllevaban como único objeto, el obvio. Carlos no percibía su
propia condición de modo dramático. Estaba al tanto que no debía manifestar sus
sentimientos, quedando sus instancias personales reservadas bajo siete llaves y
muy lejos del espacio laboral. Ante riesgos innecesarios soluciones drásticas,
solía afirmar. De todas formas cierta ambigüedad circulaba por su piel. De
joven había tenido un par de experiencias heterosexuales que lo habían reconfortado
por sobremanera; fue en su pueblo, ante circunstancias especiales y con
personas muy particulares. Contaba risueñamente que fue su debut y despedida.
Mas allá de que otros hombres pudieran ver aquellas vivencias con un dejo de
envidia, lo traumático de la cuestión perturbó notablemente sus futuras
elecciones. La primera vez que se animó a relatar su historia personal fue doce
años después de los acontecimientos y lo hizo gracias a que su auditorio estaba
conformado solamente por Julia; sabía que ella comprendería sus silencios, sus
aparentes nostalgias y las contradicciones que todavía sobrellevaba.
Todo
había comenzado un viernes de febrero por la noche, cuando sus padres
decidieron aceptar una postergada invitación de unos amigos a pasar un fin de
semana en Necochea, localidad balnearia cercana a Benito Juárez. Sus diecisiete
años le permitieron obviar la propuesta con la promesa de permanecer en su casa
a la vista y control de sus dos tías. Sin bien ambas vivían vereda por medio
insistieron en ocupar el domicilio por razones de mayor comodidad. Eran
hermanas de su madre, menores que ella y solteras. Clara contaba con veintiséis
años, Victoria veinticuatro. Sus voluptuosas curvas eran muy codiciadas por la
muchachada juarense, siendo ambas tan bellas como irresponsables. No se les
conocían candidatos oficiales pero los rumores aseveraban que la prole
política, algunos pudientes comerciantes y prósperos productores agropecuarios
gozaban alternativamente de sus exuberancias a placer. También aseguraban las
comadres de la aldea que sus continuas provocaciones habían inducido en más de
una ocasión a hechos de sangre durante los últimos bailes del club.
Esa
noche de viernes se instalaron dominantes en la casa de su hermana desde
temprano. Antes que el matrimonio emprendiera el viaje Clara y Victoria se
adueñaron de la finca tomándola casi por asalto. Cuando Carlos regresó del colegio,
en donde estaba cursando el último año del bachillerato, no le causó sorpresa
tamaña desvergüenza de su parentela, percibía la situación con extraña
normalidad.
Cenaron,
charlaron banalidades y se fueron a dormir sin mayores instancias de relato.
Sólo Victoria les advirtió que a medianoche iba a tener que retirarse debido a
un compromiso previamente concertado con el hijo del intendente, apuntando que
hasta bien entrada la madrugada no regresaría. Clara le manifestó que no se
preocupara y que disfrute la velada, que ella quedaría a cargo con la condición
de que a la noche siguiente Victoria devuelva la gentileza. El acuerdo entre ambas
fue sellado de palabra poniendo al muchacho como testigo del compromiso. De
forma tal y de manera puntual lo último que escuchó Carlos antes de dormirse,
en la silenciosa noche juarense, fue el motor de un vehículo que desde la
puerta de su casa se alejaba roncamente de la cuadra.
Mientras
esto ocurría Clara estaba ya definitivamente instalada en la alcoba principal,
con ropas de cama y hojeando su colección de revistas y fotonovelas.
Promediando
la madrugada una sensación compleja de asumir desvela a Carlos empapado en
sudores e imposiciones físicas inmanejables. En la punta de la cama una silueta
femenina, parcialmente desnuda, estaba domando descuidadamente a un miembro
desobediente y siniestramente endurecido. El joven prefirió cerrar los ojos y capitular
ante lo que sucedía. Su tía Clara masacrando con ansias su tumefacto sexo,
enloqueciendo cada poro de su pequeño e inocente cuerpo, increpándolo, jugando
con él a voluntad, exigiéndole eyacular, malversando de ese modo su deliberada
secreción. Una vez finalizado el rito Clara se recostó a su lado susurrando en
oídos del Carlos que lo ocurrido era sólo el preludio de un noche excitante y
que ambos eran dueños de ese momento, y que debía guardar la más absoluta
reserva porque vivir no era otra cosa que un derrotero de secretos. La tía
Clara continuó tiranizando sus contornos durante las siguientes dos horas
robándole aquello que el joven ignoraba. El hermoso cuerpo de la muchacha era
digno de un virgen homenaje, por lo cual, lo mojó a satisfacción por sus
interiores y a discreción por sus exteriores. La mañana los sorprendió ojerosos
y distantes ante los ojos de Victoria, desconocidos y cómplices ante los
fantasmas de la nocturnidad. Desayunaron con fundamento; un tazón de café con
leche, tostadas de pan casero, manteca y dulce de ciruelas fue el velado
brindis de un insuperable y confuso encuentro.
El
día sábado transcurrió sin mayores sobresaltos. Victoria regresó en tiempo y
forma compensando su ausencia con tareas hogareñas. Por la tarde, mientras las
hermanas conversaban animadamente sobre chusmeríos corrientes, Carlos se
encerró en su cuarto para tratar de afirmar saberes escolares pendientes de
repaso. Poco podía hacer a favor de la concentración. Una película entre las
sombras se le aparecía interrumpiendo su atención, provocando reiteradas
lecturas de los mismos renglones. Su tía Clara, desnuda, seguía estando allí,
en la punta de la cama a la espera de una nueva violación. No se animó a
conversar del tema con ningún amigo. El rango familiar de la relación
provocaría rumores que ensuciarían la notable reputación de sus padres más allá
de las conductas de las tías. Todo Benito Juárez sabía las distancias éticas y
morales existentes entre los dos grupos del clan. Cenaron, entre comentarios y
bromas ajenas, un exquisito guiso de cordero con papas, batatas y zapallo
mientras la radio aportaba noticias nacionales cuyas generalidades poco
aportaban. Ese murmullo de fondo simulaba una mayor presencia mortal en la
vivienda haciendo las veces de inigualable compañía. Minutos después de
finalizada la cena Clara besó la frente del adolescente y la mejilla de su
hermana retirándose tal cual estaba acordado. De todas formas había intentado
empujar a Victoria para que reitere su salida del día anterior y aproveche las
variantes de distracción que el sábado ostentaba de modo natural; la realidad
marcaba un doble propósito con esa actitud supuestamente generosa: En primer
lugar ahorrarse una salida vulgar que contenía para esa noche escasas
probabilidades de disfrute y a la vez la onerosa exigencia que le imponía su
cuerpo para repetir con su sobrino la experiencia de la noche anterior. Ante la
negativa de Victoria se despidió de manera nostalgiosa mirando a los ojos del
joven con necesidad y con urgencia, mientras su hermana ya estaba presta lavando
los trastos utilizados en la cena. Finalizada la tarea la menor de las hermanas
se retiró a descansar llevándose, a la misma alcoba que la noche anterior había
ocupado Clara, la radio y un pila de revistas de modas que la dueña de casa
tenía acopiadas en la base de la mesa ratona que estaba en uno de los laterales
de la habitación que la pareja propietaria utilizaba a modo de estudio. A las
diez en punto comenzaba, por Splendid, una emisión de fox trot que la
repetidora local tomaba con precisa fidelidad, programa que la muchacha no
tenía intención de perderse.
Entrada
la madrugada y a poco de finalizar su repaso escolar Carlos comenzó a escuchar
extrañas resonancias en el interior de la casa. En primera instancia y
ciertamente alterado trató de descifrar de donde provenía el llamativo sonido.
Si bien la puerta de su cuarto era vidriada una gruesa cortina perturbaba la
visión impidiendo observar con claridad lo que sucedía en el patio interno. La
oscuridad no ayudaba por lo que no tuvo otra alternativa que salir de la pieza
para corroborar el origen de tan marcado repiqueteo. Carlos no se destacaba por
ser un joven valeroso, amante de las aventuras y los enigmas. De todas formas
sacó coraje de donde no tenía e inició el rastreo auditivo de la huella que lo
condujese a destino cierto. Sus pasos coincidieron en dirección a la habitación
en donde Victoria estaba descansando, encarando con suma decisión la empresa. A
pocos centímetros de arribar a destino observa que una luz tenue se vislumbra
tras los cristales y que al mismo tiempo el sonido se hacía más intenso. No
pudo evitar fisgonear hacia el interior de la alcoba observando que la pantalla
del único velador prendido soportaba la carga de una tela oscura que
profundizaba la opacidad y hacía más lúgubre al ambiente. Sobre la cama logró
distinguir a su tía menor totalmente desnuda, disfrutando de su cuerpo,
acariciándose con la mano izquierda los senos y sosteniendo en su diestra un
elemento indescifrable que le servía como caricia y mimo esperanzador. El
rechinar de la cama era el sonido perturbador. La observó durante un rato tras
la ventana sin que ella se diera por enterada. La vio sudar y reír, la vio
guardar tortuosa prudencia ante la necesidad de gritos y gemidos. Sintió que su
sexo se elevaba más allá de su voluntad. Debido a su experiencia de la noche
anterior con Clara estimó que Victoria respondería de igual forma ante las
urgencias del cuerpo. Había escuchado que su cita del viernes había sido un
rotundo fracaso. Si bien el hijo del intendente era uno de sus tantos
festejantes sentía por él un afecto sincero que nunca se vio correspondido. El
muchacho se comportaba como buen hijo del poder, con la impunidad que marca la
condición social.
A
sabiendas de lo observado interrumpió la escena con la consecuente sorpresa de
Victoria. Su prominencia genital era indisimulable cosa que colocó a la joven
en la disyuntiva de liberar sus instintos o reprimir por completo las
instancias que el momento ofrecía. La primera opción fue la escogida. Sin
mediar palabra iniciaron la sesión que los condujo por distritos ilícitos y
lujuriosos. En ese momento ella necesitaba de un hombre ya que el suyo la había
defraudado. Carlos se mostró gentil y sumamente dulce, dispuesto a saldar sus
apetencias e indicaciones, fue saboreada a placer escandalizando el recinto con
gemidos interminables, le urgía ser explorada con vigor adolescente exponiendo
todo el repertorio que una mujer experimentada podía ofrecer. Victoria
complementó con sus encantos las clases que el joven recibió el día anterior.
Al amanecer Clara regresó de su cita encontrando todo en su lugar. Pasó frente
al cuarto de Carlos observando que reposaba plácidamente, conservando en su
interior femenino deseos de interrumpir esos sueños. Con una mueca vergonzosa continuó
camino en dirección a su alcoba luego de un sábado que no quedaría en su
memoria. Pasado el mediodía, el domingo despuntó inquisidor y dominante. Carlos
prefirió picar algo liviano a modo de almuerzo aceptando la invitación que un
compañero le hiciera para estudiar juntos. Se acercaban exámenes fundamentales
y definitivos que determinarían la suerte del año lectivo. Física, química y
lógica eran sus problemas coyunturales.
De
regreso, siendo noche cerrada, sus padres estaban en casa. Lo recibieron con un
beso y varias cuestiones que el viaje les deparó. Necochea había colaborado con
la pareja para un reencuentro interior varias veces postergado, limando
privadamente alguna indiferencia naciente. Carlos nunca dejaría de asociar
aquella localidad con sus primeras, secretas y confusas sensaciones. Hasta
ingresar al ejército sus próximos años estarían marcados dentro de una esfera
de sigilo y alternancia semanal. La relación con sus tías continuó de forma
clandestina, coercitiva y vergonzante, en donde escapar no figuraba dentro del
vademécum. Carlos era el único que sabía la verdad completa, cada una de las
candidatas estimaba que la utilización sexual del joven era ejercida a título
personal y sin cronistas indiscretos. Nunca supo Carlos si las hermanas
tuvieron la ocasión, con el tiempo, de confesarse la aventura. Lo cierto fue
que el ingreso al servicio militar le posibilitó al muchacho evadirse de tan
incómoda condición.
Atentamente
Julia escuchó la detallada descripción que a modo de relato impersonal Carlos
le acababa de realizar. Si bien no se mostraba sorprendida tuvo que disimular
ciertas prevenciones que la historia le exigía. Trató de no cuestionar ni
preguntar, sólo acompañar, ofrecer sus oídos solidariamente; prefirió que
Tandel se explayara a voluntad de forma tal ayudarlo a licenciar la pesada
carga que llevaba desde su juventud. El hombre en ningún momento de ufanó de la
narración apostando por términos rústicos y groseros; todo lo contrario, se
hizo propietario de una dialéctica sencilla y elegante, aún cuando la propia
historia imponía cierta procacidad. Resultaba evidente que su primer sexo lo
había avergonzado, y no por su forma ni por absurdos pudores, sino por el
correlato familiar de sus protagonistas. Generalmente esas cuestiones siempre
circulan por las calles del imaginario, de la fantasía; en su caso la cruda
verdad mostraba signos de notoria ruindad.
Para
finalizar con esta parte del relato Carlos le confesó que jamás volvió a ver a
sus tías, más allá de algún cruce casual, y que tal situación fue uno de los
factores anexos que motorizó su proceso migratorio. En sus viajes a Benito
Juárez se esmeraba por evitarlas sospechando que ellas hacían lo mismo; una vez
casadas y con hijos suponía que ambas sentían marcada incomodidad al verlo.
Habían sido, hasta ese momento, las únicas mujeres de su vida siendo esta
referencia la inevitable pintura que tenía del sexo opuesto. Julia trató de
discutirle el punto pero prefirió otro momento para profundizar el debate. No
deseaba interrumpirlo con percepciones personales, aceptaba el momento como el
adecuado para que Carlos exponga libremente, cuándo y ante qué estímulos
comenzó a sentir su preferencia sexual.
Entrado
en tema, la narración saltó un par de años hasta los tiempos del servicio militar.
Por entonces es donde tuvo su primera experiencia homosexual y el inolvidable
aderezo afectivo que gozó aquella relación. El cariño era factor común y
coincidencia. De aquel primitivismo heterosexual que lo llenaba de culpa y
obscenidad pasó a esta incipiente novedad que de manera mesurada se imponía a
fuerza de ternura. Base Belgrano fue su destino de conscripto; la muchachada en
pleno vivía esa instancia con acostumbrada resignación y desconsuelo. No había
posibilidad de elección ni protesto cuando por decisiones superiores uno debía
entregarle graciosamente un año de servicios a personas que jamás volvería a
ver y por las cuales ni siquiera ensayaba un mínimo de respeto. Sus tías lo
habían entrenado en el marco de las artes del silencio y la esclavitud, no
pudiendo ser injusto con ellas, ya que las instancias de placer eran un tanto
más ventajosas. Julia notaba que la dualidad y la contradicción seguían
formando parte de la crónica.
En
medio de tales circunstancias militares, extremas y desoladores, tuvo la
oportunidad de frecuentar, durante el período instructivo, a quien fuera su
compañero de ruta durante todo el lapso que duró el servicio; Bautista Pinolli
natural de General Pico La Pampa. De tímida y remisa personalidad congeniaba
perfectamente con Carlos en gustos y disgustos, en consecuencia, la integración
entre ambos se manifestó naturalmente. El tiempo compartido dentro de la
compañía los transformó en inseparables camaradas de desventuras procurándose
el necesario consuelo ante la humillación que sus superiores les provocaban a
diario. Ambos preferían aprovechar los francos como dueto en lugar de visitar a
sus respectivas familias; los destinos finales de aquellas contadas excepciones
variaban según fueran sus intereses. Podía ser Bahía Blanca si algún
espectáculo notorio se presentaba o Mar del Plata si la licencia contaba con un
par de días anexos. Como conscriptos poseían la ventaja de no tener que
afrontar gastos por viáticos, de modo que la distancia del destino sólo poseía
significación en relación con el riguroso y puntual regreso. Sierra de la
Ventana se presentaba como otra opción, pero lo diminuto de la aldea presagiaba
que por fuera del paisaje nada había para hacer. En uno de esos francos largos
del invierno decidieron que Mar del Plata era una buena posibilidad de
entretenimiento, de modo que sin discusión ni debate emprendieron el viaje
apenas otorgado el permiso. Un humilde hospedaje de la Avenida Luro fue el
sitio escogido como parador. Si bien habían cobrado la totalidad de los honorarios
atrasados la cosa no estaba para lujos. La ciudad los recibió sin los brillos
acostumbrados, una bruma muy pesada se confundía con los grises del mar y con
la humedad del pavimento; los gabanes transeúntes y el plomizo nubarrón servían
como tejado de una persistente garúa que no invitaba a caminar. Coincidían los conscriptos
que el servicio meteorológico los había traicionado sin derecho, obligándolos a
cercenar sus libertades bajo el ámbito del hospedaje a puro mate y tortas
fritas.
Cuando
el diálogo agobiaba, alguna lectura adicional y la compañía de la emisora de
radio local complementaban el tiempo de espera. Ambos sentían suma comodidad al
advertir que las mujeres no eran tema de discusión o controversia, lo cierto es
que ni siquiera eran causales de texto ni expediente. Es probable que hayan
tomado las prevenciones del caso y que advirtieran la sensibilidad ajena de
manera sensorial, la realidad mostraba que optaban por no ofenderse con
investigaciones no a lugar. Ellos estaban bien así, no precisaban intrusos,
mercaderes y menos aún mujeres. De todas formas la hija del matrimonio
propietario del hospedaje resultó jugar un rol fundamental para comenzar a
intimar. La joven guardaba extrema sensualidad y notoria belleza, estimulando
todo el conjunto con un vocabulario impropio de su edad y una gestualidad
sumamente provocativa. Sus diecisiete años disimulaban la vasta experiencia que
presumiblemente acopiaba en cuestiones del amor. El clima, aliado del momento,
permitió que los tres afinaran conversaciones tan extensas como fraternales. El
exterior continuaba insultando con sus grises, creando una atmósfera de
inevitable coincidencia entre María y los viajeros, mientras una ciudad
encogida y vacía impedía la llegada de nuevos turistas solicitantes de
alojamiento. El matrimonio rentista del albergue, aprovechando la coyuntura,
decidió efectivizar compras y trámites. Antes de partir colocaron un cartel en
la puerta que consignaba un pronto regreso. La posada quedó cerrada para el
público; en su interior permanecieron en soledad los tres jóvenes. No pasaron
diez minutos cuando la joven se asomó al cuarto de los pasajeros provista de
una bata que permitía sospechar su desnudez interior. La pretensión de María
era experimentar un trío sexual con dos caballeros jóvenes y dotados, se
permitía tales presunciones por la condición de conscriptos de sus ocasionales visitantes.
Más allá de su juventud las fantasías que María desarrollaba sobre la temática
eran ilimitadas. La sorpresa de Carlos y Bautista fue absoluta en tanto y en cuanto
la adolescente, por fuera de su impronta seductora, no había demostrado hasta
ese momento ninguna intención de intimar con alguno de ellos. La joven estaba
proponiendo un rito de placer desconocido que ambos aceptaron con recato y
prevención. Los muchachos aceptaron el convite sabiendo que María podía
transformarse en la eficiente herramienta que destrabe sus verdaderos deseos. A
poco de iniciada la sesión los jóvenes conscriptos demostraron a las claras que
la niña era solamente una excusa necesaria, médium imprescindible que sirvió
para la revelación de vetas ocultas, sofocadas y prestas por exhumar anhelos
reprimidos. El violento y desmesurado trío se transformó de manera
imperceptible en un dueto masculino de premonitoria y artística belleza. María
no se mostró defraudada, todo lo contrario. Se propuso extraer de la
experiencia aquello placentero y sensual que en si propio exhibía permitiéndose
licenciar sus dedos desobedientes hacia un sexo húmedo y ávido de caricias
sostenidas. La corriente circuló entre sus piernas a entera satisfacción
durante lo que duró la sesión; quiso participar del descubrimiento, de los
gestos y sudores, prefirió ser testigo del sufrimiento primitivo conservando
para su memoria el sedoso boceto que lucía para su goce y regocijo la
omnipresente brutalidad masculina. Entre momento y momento se acercaba a los
enroscados cuerpos acariciándolos con ternura, sin las urgencias que la
heterosexualidad ostenta; se sentía escultora de una obra viva con brillos
transpirantes y lamentos sibaritas. Los amó y los disfruto a la distancia
finalizando su rutina increíblemente extasiada, completa y femenina,
asumiéndose contenida y respetada, sin necias inhibiciones, concluyendo que sus
amantes habían estado a la altura de las circunstancias; una decena de orgasmos
hablaban por y de ella. Dejó pasar unos pocos minutos para su recuperación
interior, se acomodó la bata y se retiró
prudentemente del recinto entendiendo que el después detentaba exclusiva privacidad.
Los jóvenes comprendieron que nada de lo vivido podía ser mejorado con
palabras, optando por el silencio y la ausencia a modo de homenaje.
Finalizado
el relato, Julia se percató que esos recuerdos no encontraban en Carlos la red
de contención necesaria, percibió que aquella experiencia lo había transformado
en un ser especial y de dudosa integridad. Evidentemente su elección de vida lo
empujaba hacia la soledad y a pesar de estar dispuesto al sacrificio un dejo de
tristeza acompañaba cada palabra, cada párrafo de la crónica. Era imposible,
por parte del medio, la observancia comprensiva de cuestiones irritantes.
Tandel era un caballero en todo sentido; de elegantes modos y con dialéctica
ejemplar acotaba cualquier pretensión externa que intente desacreditarlo
configurando una imagen ciertamente agradable, modesta y seria. Julia se
constituyó entonces en el primer confidente que ingresaba con generosa vocación
a su mundo privado.
Ya
de madrugada prosperó la idea de continuar la conversación en otro momento;
quedaban claros por disfrutar, grises por develar y oscuros por desentrañar.
Ambos lograron comprobar que se necesitaban más de lo sospechado. Lo avanzado
de la noche y la comodidad de su departamento motivaron que Carlos le
propusiera a Julia pernoctar en su domicilio sin la obligación de aceptar el
compromiso. Morán aceptó con gusto la invitación más allá de cierta confusión,
no tenía razones para rechazar tamaña gentileza. Lo cierto es que
lamentablemente nadie esperaba por ella.
La
rutina vestía al ámbito bancario con sus linajes cotidianos mientras Tandel
continuaba pagado por sexo semanal y Julia se convertía en la sutil amante de
contingencias y azares. Los hombres que pasaban por sus vidas eran objeto de
olvido y nulidad; de lunes a viernes de nueve a dieciocho administraban
intereses de terceros, los sábados y los domingos sobrevivían a sus excusas
malversando fondos propios.
A
mediados del año 1960 Morán le propone a Tandel un estado de convivencia
matrimonial. Esta idea la había elaborado durante varios meses. Una cazuela de
mariscos acompañada por un freso espumante francés en el restaurante Loprete del
barrio porteño de Monserrat fue el ámbito escogido por la dama para principiar
la propuesta.
-
Tengo algo que proponerte
Carlos. Un encaje que vengo desmenuzando desde hace un buen tiempo, te ruego
dispongas de la mejor forma tus oídos y pienses lo que voy a decir de modo
abierto y honesto.
-
Me estás asustando.
-
No es para tanto; la cosa es
así: Creo que ambos estamos de cara a un momento en el cual debemos comenzar a
considerar nuestro futuro. Somos entrañables amigos, confidentes y legítimamente
solidarios, no promovemos absurdos egoísmos y hablamos un mismo idioma.
-
Absolutamente, y eso me hace
muy feliz - afirmó Tandel –
-
Hasta hemos tenido la
oportunidad de convivir aunque más no sea de modo ocasional motivados por
nuestras propias depresiones, en donde el respeto mutuo hacia la individualidad
ajena es moneda corriente.
-
No hay duda al respecto,
hasta ahora vamos bien.
-
¿Te parece una locura de mi
parte proponerte que formalicemos nuestra relación de forma tal nos contenga
puertas afuera y nos provea de la necesaria compañía que ambos necesitamos? –
preguntó la dama –
-
¿Casarnos?
-
Si Carlos. Creo que ambos
tenemos las cosas claras, esa formalidad típicamente burguesa nos será de mucha
utilidad tanto en aspectos personales como en el marco laboral.
-
Y económicos – agregó Tandel
–
-
Además.
-
Ya que poseemos bienes por
separado podemos administrarlos del modo más eficiente en función de la
obtención de rentas y demás cuestiones que beneficiarían substancialmente
nuestras finanzas domésticas. Vender, alquilar, tener un solo auto. En fin, el
panorama se nos abriría de manera impensada, con amplias posibilidades de progreso – sentenció
Carlos –
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Nuestras imágenes en el
Banco cambiarían de manera exponencial y no daríamos lugar a comentarios
tendenciosos. Lo único que debemos tener es prudencia y compromiso en cuanto a
nuestras privacidades más íntimas, supeditando ciertos placeres a favor del
concepto tradicional de familia – aseguró Morán –
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En resumen, lo que hacen
todos; ser hipócritas – aclaró el hombre –
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Algo así. ¿Qué opinás?
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Me gustaría que sigamos
conversando del tema más en concreto, estimando favores y contras, planificando
y presuponiendo avatares a afrontar, confeccionando precisos cálculos sobre
cuestiones económicas teniendo en cuenta que la legalidad tiene costos que no
se pueden omitir. Te aclaro que la propuesta me sorprendió tanto como me
emocionó. Te quiero mucho como para equivocarme, de modo deberíamos pulir todo
detalle, la sola idea de un malentendido que lacere nuestra relación me
inquieta y me desordena. Aborrecería tener disputas contigo por cuestiones
menores.
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No tengas dudas que también
eso juega dentro de mí.
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¿Sabés qué Julia? Creo que
lo nuestro constituye una bendición, inmerecida tal vez, pero bendición al fin.
Lamento que como hombre no pueda satisfacer tu femineidad, cosa que detesto de
mí.
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No debés pensar de ese modo
Carlos. Quizá de otra forma, en otro contexto, desde otro lugar, más
intelectual o platónico. No me parece que debas castigarte.
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Nos queremos y es lo que nos
tocó, es probable que sólo nos quepa asumir el mandato – sentenció Tandel –
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Acaso una de tus tías no te
había dicho que la vida en un simple derrotero de secretos.
Seis
meses después en una ceremonia austera en horas del mediodía y ante autoridades
civiles Julia y Carlos contrajeron matrimonio con el padrinazgo de sus amigos
Mabel Cortes y Fernando Russo. Algunos compañeros del Banco y conocidos
ocasionales asistieron al evento. Un sencillo ágape en el departamento del
barrio de Belgrano decoró el suceso, finalizando el festejo, con el retiro de
los invitados, vieron la luz las recurrentes y molestas citas referidas a
supuestas e infernales noches de bodas y demás lugares comunes que los vulgares
suelen vocear presumiendo ostentar suma originalidad. El primer paso se había
cumplido, blanqueadas sus intimidades serían portadores de espaldas intachables
para una clase media que ya comenzaba a bocetar sus despreciables formalidades.
De alguna manera habían hallado la fórmula adecuada para sobrevivir en el marco
de una época hostil, carente de apertura intelectual y soberbia en cuanto a la
valorización de la libertad individual.
Económicamente
la sumatoria de los dos importantes salarios más la conservación de sus
inversiones anteriores les proporcionaba un estado de bienestar envidiable. Al
hermoso departamento de la calle Amenábar se le adicionaba un automóvil cero
kilómetro que renovaban cada dos años, vacaciones anuales en importantes
centros turísticos del país y del extranjero y una solvente caja de ahorros en
el mismo Banco Nación, completaban esa transformación épica que la pareja supo
edificar siendo ejemplo y coincidencia ante la vista de los siempre dispuestos
inquisidores de turno. Los viajes a Benito Juárez los realizaban cada tres
meses y sobre la base de condiciones excepcionales; algún cumpleaños, las
fiestas de fin de año, las pascuas y demás fechas que permitieran combinar tres
o cuatro días para desenchufarse de la urbe. Julia no poseía familiares
directos por los cuales molestarse, de modo que por su lado no había compromiso
alguno que cumplir. Tandel, más allá de haber espaciado sus visitas, cumplía
religiosamente desde lo económico con sus padres, hasta el punto que si la
urgencia lo exigía no tenía reparos en improvisar un viaje fuera de programa
para cumplir con su compromiso.
Los
años fueron pasando sin mayores sobresaltos, incluso ambos habían sido
beneficiados con sendos nombramientos. Por cuestiones reglamentarias internas
el Banco dispuso separar al matrimonio derivando a Julia hacia el sector Bienes
y Servicios en carácter de supervisora de compras. De modo que la década del sesenta
circuló con los avatares de los adelantos científicos, tecnológicos y sociales.
El feminismo y la sexualidad conformaban líneas de debate y discusión, mientras
la democracia se mostraba irrespetada por una sociedad que prefería dirimir sus
dilemas por la fuerza del autoritarismo. Ajenos a tales controversias sus vidas
transitaban por encima de modas oportunistas y convencionalismos importados;
habían sabido, con esfuerzo y sacrificio interior construir un acuerdo mágico y
perdurable. Todavía mantenían el departamento de Julia; allí recurrían ante la
ocasional alternativa sexual. El sexo pago de Carlos le garantizaba ausencia de
todo compromiso afectivo con el proveedor. Morán no necesitaba de dicha
inversión, su sola belleza alcanzaba para la obtención de candidatos,
esperanzada que algún día cualquiera Tandel despierte de su letargo masculino y
la arrebate en plena ducha. Transitando la cuarta década de sus vidas habían
afirmado un sentimiento generoso y ausente de egoísmos; no existían crisis
maritales debido a una relación edificada desde la omisión de lo vulgar y lo
formalmente aceptado.
Las
veces que Julia intentaba lograr de Carlos una erección, éste se mostraba
gentil y emocionado por los esfuerzos de su amada. En cierta ocasión alguna
sospecha de respuesta motivó a la dama y a sus entusiasmos potenciando sus
talentos a favor de la estimulación. Tratando de no agredirlo sostuvo con suma
prevención, delicadeza y ternura el miembro de Tandel durante largo tiempo. El
tenso músculo transmitió indudables muestras de vivacidad disimulando la pereza
que había manifestado hasta entonces. Carlos, a pedido de Julia, se permitió
licenciar a sus ojos y disfrutar desde el placer sin distinción de género,
observando que su antagonista era solamente un cuerpo que necesita de él. Lo
cierto es que el hombre no se vio sometido a sus juveniles visiones del pasado,
entendió que su amante era su amor y que su amor no era genérico, era personal
y exclusivo. En ese mismo instante de sensualidad asumió que amaba a Julia por
encima de su condición y que la naturaleza sexual jugaba dentro de él como un
nefasto inciso limitante que le censuraba disfrutar. Dejó de lado los absurdos
requisitos, permitiéndose festejar con el cuerpo, olvidando para siempre la
terquedad impuesta por el maltrato. En el breve lapso que demoró su sorpresiva
erección, se aceptó fronterizo y cobarde por un pasado que no supo desafiar,
que lo sojuzgó y que le propuso tan solo una ladina escapatoria. Entendió
también que esforzarse por corresponder a una persona que nos ama era una tarea
de enorme nobleza y que Julia se merecía con creces ese acto de belleza.
Felices, se transformaron, con el tiempo, en seres incondicionalmente sexuales,
sin limitaciones, generosos y egoístas a la vez. Húmedos y sonrientes durmieron
hasta el anochecer. A la siguiente semana la inmobiliaria Bienes Raíces Cabildo
tenía el departamento de Julia para la venta.
En
Agosto de 1976 el departamento de Recursos Humanos del Banco Nación, a
instancias de una orden recibida por el Poder Ejecutivo Nacional, convocó a
Carlos Tandel para una importante reunión. Un informe detallado de los
servicios de inteligencia motivó la decisión
inmediata de licenciar al matrimonio. El extenso documento mencionaba la
histórica simpatía peronista del matrimonio, la afiliación concreta de Julia
Morán y el despido que había sufrido a fines de 1955. El informe adjuntaba un
inciso sobre los rasgos inmorales de Carlos Tandel debido a su ambivalencia
sexual, aclarando que si bien estaba legalmente casado existían testimonios
irrefutables y fehacientes sobre su particular ambigüedad. El detenido a
disposición del poder ejecutivo nacional, Bautista Pinolli, integrante de la
célula subversiva ERP La Pampa confirmó la indagatoria. De modo que se
recomendaba despedir al matrimonio con la correspondiente liquidación de
haberes como lo marcaba la ley. La conducta de la pareja altera las normas
morales de nuestra sociedad occidental y cristiana finalizó el sumario.
Mas
allá de lo extraño e injusto de la resolución los Tandel se tomaron su tiempo
para analizar la medida. No eran momentos de absurdos protestos ni de
entusiastas rebeliones, prefirieron la calma y el sosiego a la espera de aire
fresco. De todas formas acreditaban la suficiente solvencia económica para
continuar proyectándose por fuera del Banco. Con importantes ahorros,
acrecentados exponencialmente por las respectivas indemnizaciones estaban en
condiciones de afrontar un sinfín proyectos independientes en cualquier lugar
del país. La realidad les marcaba que ni siquiera tenían la necesidad de
descapitalizarse vendiendo bienes.
Una
Buenos Aires sitiada había borroneado su mueca de belleza transformándola en un
nubarrón impredecible y penosamente estimulante.
Tal
planificación no pudo llevarse a cabo. En octubre de ese mismo año un grupo de
tareas de la Marina ingresó al domicilio del matrimonio Tandel, estando en
condición de desaparecidos desde ese día.
Al
no haber deudos cercanos nadie reparó en sus ausencias de modo inmediato. La
titularidad de sus pertenencias cambió abruptamente de nombre a favor de una sociedad
anónima de origen desconocido; el trámite fue rápido y escueto. Desde lo
económico el matrimonio Tandel se presentaba como un botín muy preciado.
Un
mes después los padres de Carlos, al no tener noticias de su hijo y de su nuera
viajaron a Buenos Aires para obtener información. El anciano matrimonio
solicitó audiencia en el departamento de Recursos Humanos del Banco Nación. El
Gerente de dicha dependencia les confirmó que tanto su hijo como su nuera
estaban a disposición del poder ejecutivo por actos de subversión y acciones
reñidas con la moral. Sus respectivos legajos habían sido solicitados en septiembre
de ese mismo año por personal militar de los servicios de inteligencia del
Estado.
La
versión que la institución poseía era que Carlos Tandel vivía una situación de
indefinición sexual y que Julia Morán era su pantalla, actuando ambos, desde la
clandestinidad, como cuadros activos de un grupo guerrillero que respondía a
las Fuerzas Armadas Revolucionarias, célula que había sido desactivada por
completo. El gestor a cargo les recomendó que por mayor información se
dirigieran al Ministerio del Interior. Varios meses después y ante la ausencia
de respuestas oficiales regresaron a Benito Juárez con sus manos vacías, años
acumulados y en medio de mutuos reproches por supuestos errores cometidos en la
formación de su hijo.
Indicios
no confirmados suponen que los cónyuges fueron unas de las tantas víctimas de
los vuelos de la muerte. Ninguna organización de Derechos Humanos posee en sus
archivos reclamo alguno por la aparición con vida del matrimonio conformado por
Julia Morán y Carlos Tandel. La titularidad de la unidad “A” del tercer piso
ubicado en la calle Amenábar en su cruce con Olazábal continúa bajo la
administración del mismo grupo inversor de origen desconocido.