El escritor y su gato compartiendo soledades

El escritor y su gato compartiendo soledades
Los infiernos del escritor

lunes, 18 de junio de 2012


TRIFOLIO


NOVELA 



Homenaje a Apollinaire de Marc Chagall







“¿por qué has de llamarme asesino. Y no la ira de Dios, ardiendo tras los pasos del opresor, y limpiando una tierra empapada de sangre? –
El Vengador – Thomas de Quincey

PRÓLOGO

La victimización como ariete y excusa, la subestimación de los finitos y todas la impronta burguesa heredada de la segunda década infame; como si nadie hubiese optado por aquel modelo en donde la selección natural dictaba sentencias definitivas y todo recayera bajo la sola responsabilidad de un excéntrico que determinó dictatorialmente. Tiempos en los cuales nadie lamenta su infortunio; búsqueda de redención a cualquier precio, aunque este señale el exterminio del amor y la justicia. Personajes absurdamente indignados, tan desalmados como angustiados convergen y se asocian sin entender de límites, mientras la ética y la moral conforman un dúo retórico de escasa expresividad. El hombre y sus circunstancias, revertir sus roles e importancia. Las acciones individuales por sobre las conductas solidarias y colectivas, y el sentido común que desplaza fatídicamente la relevancia del sentido inteligente. Tres pétalos a la deriva y un tallo conducente e irracional. Trifolio nos conduce por caminos sinuosos, labrados por pecados capitales no incluidos en el listado original.



TRIFOLIO
Novela
Autor: Gustavo Marcelo Sala

¿Por qué has de llamarme asesino,
y no la ira de Dios ardiendo tras los pasos del opresor
y limpiando una tierra empapada de sangre?

El Vengador – Thomas De Quincey



1 – Marcela y Agustín

Por todo aquello que no pienso mencionar necesito tu omisión. Sospecho que lo adviertas absurdo e inexplicable; hasta yo mismo lo encuentro ciertamente inverosímil. Es cierto, hace apenas minutos estábamos enlazados mientras nuestros fatigados y efímeros cuerpos se homenajeaban con marcado desinterés. Soy básico, regresar al rincón en donde fui feliz no cuenta para mí. Le temo al desgaste, a la pérdida de un hermoso pasado...
Sin embargo no era la manera. Agustín trataba de encontrar palabras, formas, modos, símbolos; alguna guía práctica que simplifique su constante nebulosa y la notoria falta de talento que lo caracterizaba.
Cinco años hacía que estaba casado con Marcela. Se habían conocido una soleada mañana de sábado gracias a sus respectivos Bretones; animales diseñados por el mismo demonio, inquietos y desobedientes, turbadores y profundamente cariñosos. Se supone que pasear por la Plaza Irlanda de la ciudad de Buenos Aires con un alocado cachorro presenta buenas chances de contar con una visa para entablar tontas y olvidables conversaciones. La muchacha presentaba por entonces una silueta tan llamativa como deseable. Los primeros calores de finales de la primavera permitían que una breve musculosa dejara al ombligo disfrutar de la brisa matinal, mientras que un ajustado sostén bocetaba senos que Fidias hubiera deseado modelar. La ausencia de relieves en sus oscuras y ajustadas calzas permitía suponer que la ropa interior era sólo un eufemismo. Cara lavada y apenas un escueto rodete jugaban inocentemente con un rostro aniñado y melancólico. Marcela Del Valle, sus treinta y dos años y su soledad y su entusiasmo y su entrepierna iluminada, tan seductora como su misma mirada. Hubo sexo a primera vista, camino más corto para llegar al amor. Ambos cachorros sostenían sus machismos de modo firme y tangible. Jugaban, corrían y peleaban con todo aquel elemento que el césped concedía a modo de sortilegio. La excusa hubiera servido, sin embargo, ni ella ni él proyectaban la obligación de forzar situaciones de las que era complejo retornar. Agustín, dos años menor, sentía que continuar durmiendo solo era una cuestión de tiempo. Distante de poseer un esbelto contorno percibía ser observado con atención; menos de lo que hubiera querido, más de lo experimentado hasta el momento. Su diseño, algo desgarbado, lo alejaban del típico tilingo, siempre adolescente, que por aquellos tiempos sembraba las noventistas calles porteñas. Ignoraban que la noche los descubriría cenando junto a sus bretones, Benjamin y Walter, en el balcón terraza del departamento propiedad de Marcela, cuya orientación permitía sospechar la vecindad de la plaza. No necesitaron palabras ni grandes esfuerzos para amarse. Los besos y las caricias se impusieron a poco que el aparato de video comenzó a reproducir una excusa cinematográfica. Las diez de la mañana los encontró tan desnudos como entonces, mientras los bretones, conformes, descansaban para no perturbar. Se complementaban sin incomodarse; hasta sus enloquecidos animales les advirtieron que la posibilidad estaba al alcance de la mano. La paradoja, Walter y Benjamin, la filosofía y la crítica del iluminismo. Intentar huir y poder lograrlo, tratar de sobrevivir para salvar la memoria de los vencidos.

No podía... Marcela no merecía tamaña desilusión y menos sin razones defendibles. Sabía que la amaba, pero también sabía que permanecer a su lado la colmaría de desdichas y tristezas. La historia de Agustín guardaba instancias no develadas.

-    No te veo bien. ¿Te ocurrió algo en el trabajo?
-    Nada importante Marce. Hay veces que cambiar los recorridos habituales trae aparejado que determinados encuentros se muestren prepotentes e inevitables. Cuando estuviste en la línea de riesgo no resulta saludable la revisión de lo vivido. Para mi es complicado... Supiste rearmarme, me consolidaste afectivamente, lograste superar tu calvario y nuevamente la falla de San Andrés muestra sus infinitos estragos.
-   ¿Alejandra? – intuyó Marcela –

Sabía Agustín que ese nombre no merecía invadir su lugar ni estaba a la altura de los dos embarazos perdidos. La pareja no tuvo necesidad de reforzarse ante semejantes muescas. Se amaban, en consecuencia no precisaban de tolerancias anexas para poder afrontar los golpes de la vida. Promediando los treinta no se sentían acostumbrados. La diversión formaba parte de sus momentos. Disfrutar de la compañía y sucumbir ante la ausencia, aturdidos por ese injusto estado de espera: El Zama de Di Benedetto, El Extranjero de Camus.

-    Sí. Alejandra.

Marcela y su rutina, preparar la comida para Walter y para Benjamin. Tiempo atrás éste último había cedido con gusto su tilde agudo a favor del gran pensador alemán. Un tanto más viejos y moderados habían logrado buena convivencia, y una firme y desconfiada amistad. Cosas de perros. El Romance de Curro el Palmo, sonaba de fondo...

-   ¿Qué sentiste?
-   Ardor en las muñecas – contestó Agustín –
-   No es un dato menor. Suponía que era un tema superado.
-   Un tema está superado cuando se pone a prueba. Es el único modo de cerciorarse.

La figura de Marcela aún defendía su llamativa adolescencia, sobre todo cuando en paños de entrecasa se manifestaba como anfitriona de modo provocar la inesperada e incontrolable atención de su pareja. Inclinarse para darle a cada mascota su ración de alimento tenía doble objetivo: por un lado cumplir con su tarea de tutora y en segunda instancia informarle a Agustín que bajo su camisa no había interiores que quitar; que estaba dispuesta como siempre, entregada, ilusionada y a la espera de esa decena de orgasmos que su cuerpo necesitaba desalojar, manjar indispensable que encontraba a su marido como el mejor gourmet. Amaba hacer el amor antes de la cena. Para ello había diseñado una estrategia que perfeccionó con el paso del tiempo a costa de errores e involuntarias omisiones. La ducha compartida era la bendición final en honor a tanta lujuria concedida. Festejaba el placer de su pareja; no le tenía vedado ningún segmento de satisfacción dando por sentado que en el comportamiento de Agustín no encontraría especulaciones que notar. Era celestina durante su momentáneo dominio para luego cederlo incondicionalmente, de modo que el señor de sus sueños disponga a discreción de sus más seguros infinitos. Ese hombre le consolidaba distritos de excelencia, en donde otorgarle la bienvenida al lamento, era lo único posible. Agustín impugnaba con sus dotes cualquier tipo de resistencia. En este caso las dotes no se limitaban al falso machismo que otorga importancia a la antropometría masculina; se trataba de aquello tan complejo como ancestral: la plena ausencia de egoísmo a favor del placer ajeno, desesperación conjunta y solidaria. Tu placer es mi combustible pasional, físico, húmedo, pensaba para sí. La inmoralidad como homenaje a la dama. La libertad plena ejercitada con el salvajismo que proponen los instintos. Lo cierto es que vivían en permanente estado de atención pornográfica. Jamás nadie había testimoniado con tanta delicadeza aquella figura deseosa de violación, certidumbre natural, el mejor de los fármacos. Amarse no era lo mismo que comer o respirar. Su cuerpo lo esperaba más allá de lo repentino, aguardaban por sus manos, por su boca, por una hombría que comenzaba a señalar los senderos de una extensa y endemoniada sumisión. Sorber, beber los humores de la joven era rito impostergable para Agustín. El vértigo los llevaba a desprenderse de toda planificación, momento para la extrema expulsión volcánica. Aquí Marcela se esmeraba por leer en el cuerpo del hombre la instancia y el modo de entrega. Lo cierto es que solía presentir los deseos de su compañero. La violencia e inmediatez del momento merecía el estricto rigor de la dama. Entregada a su decisión, disponía de ese cuerpo masculino y eréctil a voluntad. Apetecía devorar su cálida escoria fundida tanto como ser poseída; amaba acariciarlo lentamente de modo tal observar su enérgica y desordenada polución, luego de deportar su fangoso y victorioso elixir.

- ¿Cuántas veces la viste?
-  Me la crucé, solamente. Hablamos unas pocas palabras, eso fue todo.
-  Me resulta un esfuerzo creerte, te lo aseguro.
-  ¿Dejaste de confiar?
-   No se trata de confianza – aseguró la muchacha- en ocasiones y de manera caprichosa la vida  descoloca nuestro sentido y orientación. No está mal, sólo sucede... Es probable que en el camino nos sorprendan heridos a los cuales socorrer, resulta inevitable y habrá que entenderlo, y si es posible aceptarlo.
- Estás hablando en tono de despedida.
- No es mi caso Agustín. Pero quiero ponerme un rato de tu lado o mejor dicho en tu lugar. Es probable que sufrir tanto merezca algún tipo de redención, algún intento de respuesta. Ensayo racionalizar lo que se viene. Ignoro si podría vivir sin tu presencia, pero estoy segura que hoy te intuyo ausente, y eso me destroza. La causa de tal percepción ayuda bastante.
-  ¿No te parece una exageración?
-  Me parece que conservar ese ardor en tus muñecas no es un síntoma que pueda soslayar. Tu evocación es mi fracaso.
-   ¿Qué me estás diciendo, Marcela? Soy Agustín. Gozamos y lloramos juntos desde nuestro primer encuentro…
-   No lo dudo, tu historia es la que está tallada en tu piel. Es probable que algún sector importante me encuentre, pero la verdad es otra, engañarte no está a la altura de tu inteligencia. Repito ¿Cuántas veces la viste?
-  Desde hace un mes, nos estamos viendo una o dos veces por semana – admitió Agustín –
-  Menos mal que nunca vendí mi departamento – ironizó Marcela –
-  No debí contarte.
- Ha sido lo de menos. Ya lo sabía. De casualidad, hace quince días, pasé por  las Galerías Pacífico al enterarme que una vieja amiga presentaba una exposición de fotos. Te fui a buscar al trabajo para ir a almorzar juntos, al no hallarte me comentaron sobre tu lugar habitual. El resto no necesita grandes explicaciones. Al principio pensé que era una compañera del piso, pero se me ocurrió esperar y disipar dudas. Cuando noté que a la salida del restaurante, beso en la boca mediante, separaban sus rumbos decidí enterarme sobre la identidad de la mujer. Fue demasiado sencillo. Detenerla so pretexto de lumbre y observar una discreta baratija colgada en el cuello con su nombre de pila me introdujeron en tema. Tu secreto completó mi pesquisa. Era la Alejandra que debía ser...
- Me interesa tu opinión.
- Esto no es materia opinable. Si tu anhelo es arruinarte la vida no lo dudes, pero me parece que no es dable hacerlo en aras de quién te ama.
-  No te entiendo...
-  Sea cual fuere tu razón, me arrastrarías con dolor. Dudo que solamente quieras acostarte con ella, es un tema menor y secundario, ya resuelto si lo hubieras deseado. Me afilio a la idea que tu pretensión es hacerle notar el daño que te hizo, de manera despiadada y cruel si es posible. Estimo que no te movilizan ni el cuerpo ni el afecto, tu intención es que te devuelva aquellos años dolorosamente perdidos, que padezca tu sufrimiento. ¿Me equivoco?
- No me agrada ser tan permeable.
- Menos a mí tener razón. Me asusta que tu pasado tormento tenga mayor fuerza que nuestro depurado presente. Hay palabras que no son necesarias cuando los hechos hablan con propiedad. No te preocupes, estorbar no es algo que utilice como recurso. Lo viable es utilizar como recurso a alguien que tanto daño nos causó. Creo que Alejandra nos puede ser de mucha utilidad.
- ¿En qué estás pensando?
-  En nuestra fracasada paternidad...

En dos semanas el acuerdo amoroso entre Marcela y Agustín se había desgranado con el mismo vértigo en el que halló su génesis. Diálogos sucintos y alguna dosis de resignación fue el aderezo necesario. Benjamín se volvió a reencontrar con su tilde agudo y Walter se sentía tan errante como antes de aquella mañana en la Plaza Irlanda.

*

- Cómo pude abandonarte de ese modo – se reprochaba Alejandra mientras acariciaba y besaba las piernas desnudas de un Agustín que miraba los sombreados retratos que el ventilador de techo dibujaba en las paredes y en el cielorraso de su dormitorio. Sólo una sudadera cubría al hombre mientras que la joven versaba en desnuda libertad apoyando sus sensualidades y firmezas sobre la humanidad del amante. - Finalmente, no recuerdo las razones por las cuales decidí dejarte. No fueron angustias sexuales por cierto, todo lo contrario, compruebo que nunca dejaste de ser un amante de excepción, tampoco retengo en mi memoria la existencia de un tercero...


Apenas unos minutos habían transcurrido desde el reencuentro corporal. Visiones que permanecían flagelando con propiedad la memoria de Agustín, confundir aromas y transitar senderos plagados de cenizas. Comparar erróneamente modos y derrames, asumir un cuerpo tan distante como desconocido; manos ajenas, labios insensibles vertedores de enigmas sin sustento. Más que nunca extrañaba a Marcela Del Valle y su después y sus silencios. Si bien Alejandra mantenía un anhelo acorde a las expectativas, Agustín se sometía al albedrío de un estado de insatisfacción llamativo. Al tomarla deseaba hacerle daño, aspiraba que su magma encuentre un meandro que obstaculice su jadeante respiración, y todo finalice; insistía en someterla, pensar más en su dolor que en su placer. Sin embargo, la mujer lo atendía de forma milagrosa, sacudiendo su cuerpo incansablemente, lloriqueo de felicidad ante un estado de permanente gigantismo. Jamás  una mujer se le había entregado con libertaria plenitud en su primera cita. Aunque en este caso los quince años transcurridos daban por sentado que nada había quedado de aquellos adolescentes tiempos. Ocho horas en estado de indefensión resulta toda una penitencia. No hubo sitio por explorar. Toda la geografía fue subsumida y gratificada al unísono. No deseaba concluir la faena, no deseaba abandonarla, aspiraba con lograr un daño que nunca llegaría. No hubo caso, nada era artificial. El destrato potenciaba no sólo la libido de la dama sino que además multiplicaba, en progresión geométrica, sus incontables orgasmos. Sus clímax coincidieron de esa forma, sin la posterior necesidad de levantarse para buscar una higiene reparadora. Todo había sido vertido en el lugar deseado, en tiempo y forma.

*

El cuerpo sin vida de Alejandra Bogado, argentina, soltera, de 37 años de edad, domiciliada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, fue hallado en la madrugada del lunes por personal de la Seccional 50 de la Policía Federal, luego de una denuncia efectuada por un vecino del barrio porteño de Flores al percibir un bulto sospechoso en la parte trasera de un automóvil, marca Peugeot, estacionado en la calle Caracas a metros de su intersección con la Avenida Gaona. Según las primeras informaciones suministradas por los peritos científicos, el cadáver presentaba un impacto de bala calibre treinta y ocho a la altura del corazón y tanto sus manos como sus piernas estaban sujetas con cinta de embalar. El auto era de su propiedad y estaba detenido en las cercanías del domicilio de la occisa. Por el momento el único demorado, en calidad de imputado, es quien fuera su pareja Agustín Mario Poso, domiciliado también en esta Capital. Todavía el Juez no ha determinado su prisión preventiva, por lo que el imputado se encuentra alojado en la alcaldía de tribunales.

- Su situación es ciertamente complicada mi amigo – el defensor oficial designado, doctor Facundo Benítez Lastra se presentó de esa forma ante un Agustín Poso desgajado y confundido. Le explicó que las declaraciones, tanto de su entorno como el de la víctima lo transformaban en el primer y único sospechoso, no tanto por su probada responsabilidad en el evento sino porque todos los caminos conducían a él.
-  ¿Sirve que le cuente mi historia, doctor?
-  A eso vine, espero que no omita detalle. He leído las fojas de su caso en varias oportunidades. La fiscalía centraliza la pesquisa en los eventos que sucedieron hace quince años, su posterior intento de suicidio y la declaración de la testigo Marcela Del Valle con respecto a los causales que determinaron el final de su relación.
- ¿Marcela declaró sin venir a verme?
- No la culpe, usted se halla incomunicado. Es probable que lo intentara y que, como marca la ley, le negaran su solicitud. Otro detalle: realizaron una revisión de su apartamento sin haber podido encontrar el arma que usted tenía declarada. Arma que justamente coincide con el calibre de la bala hallada en el cuerpo de la occisa.
- ¿Qué más encontraron, doctor?
- Según copia del informe desarrollado por los forenses se hallaron, tanto en las ropas como en el cuerpo de la víctima, rastros suyos de saliva, semen y huellas de reciente data. No se hallaron signos que confirmen la presencia de terceros. Como le mencioné el arma en cuestión no fue ubicada, pero su sitio de guarda estaba abierto, con polvillo y marcas propias que determinan su reciente desaparición.
- ¿Marcela indicó ese lugar?
- Efectivamente. Como ve, no tiene demasiado sentido que mienta sobre su historia –aclaró disgustado el defensor- la conozco a la perfección. Del Valle aclaró con lujos y detalles el sentimiento ominoso y vengativo que usted portaba para con la señorita Bogado. Hábleme un poco de Marcela.
-  ¿Cree que no la maté?
-  Estoy convencido, Poso, que usted no lo hizo. La dificultad es que por el momento no estoy en condiciones de probarlo. Si bien no tuve contacto directo con Del Valle, intuyo bastante manipulación en su accionar.
- No entiendo por qué le apunta a Marcela, doctor...
- Le cuento algo que desconoce y que además considero será impactante para usted. Por un lado le informo que luego de su separación, la señorita Del Valle comenzó a frecuentar sitios de reunión exclusivos para mujeres. Por otro lado debe saber que la víctima también frecuentaba dichos reductos. Ese hilo conductor me llama mucho la atención, lo observo como una sospechosa casualidad y más aún teniendo en cuenta los motivos de su ruptura afectiva con Marcela. Creo que es una veta que vale la pena indagar. Intento que se me autorice una orden de cateo para inspeccionar su domicilio.
- ¿Con qué objeto?
- Específicamente no sé lo que busco. Pero le aseguro que voy a agotar todas las instancias para sacarlo de aquí. Como le dije considero que es inocente, por lo tanto, no hago otra cosa que mi trabajo.

El doctor Facundo Benítez Lastra era un joven abogado recibido en la Universidad de Buenos Aires. De excelente presencia, había comulgado precozmente en la actividad dentro del famoso estudio Riera Molino. Su eficaz tarea en este notorio bufete le permitió incorporarse a los estrados nacionales gracias al nombramiento que, uno de los socios del prestigioso centro, obtuvo por concurso. Así comenzó una carrera sin vértigos pero sin pausas, exhibiendo habilidades poco comunes y un irreprochable determinismo ético-profesional. Eso de andar por los arrabales y ensuciarse en el fango de los mortales, no era bien visto por un cuerpo históricamente elitista y conservador. De todas maneras, sus éxitos convencían tanto a propios como a extraños y su indudable capacidad nunca estuvo puesta bajo sospecha. Convivía con Jimena Aldazábal, la cual conoció como alumna en la universidad en sus épocas de ayudante de cátedra. Luego de recibida, Jimena de dedicó al derecho familiar en el ámbito privado. Ambos se consideraban francotiradores: coincidían que desandar aquellos atajos permitidos o agujeros negros que la misma ley no especificaba resultaba una buena praxis.

- Jime, necesito tu ayuda...
- Sirvo la cena y me contás

Vegetarianos y entusiastas de la vida sana decoraban sus noches con productos frescos y adobados "a punto Cormillot". Sólo el huevo y el queso establecían una suerte de invasión monocorde. El agua mineral sin gas, servida en una coqueta jarra vidriada, terminaba por solidificar el carácter de la pareja. Frutas de época a discreción clausuraban el bosquejo del diario banquete.

- Ahora sí, te escucho Facu.
- Tengo un flaco detenido en la alcaldía de Tribunales por un crimen que no cometió. Tiene todos los números el pibe y encima una historia que lo estigmatiza.
- ¿Un asesinato?
- El de su amante o su novia, no lo tengo demasiado claro.
- Por favor Facundo, ni se te ocurra hablarme sobre una hipótesis pasional. La pasión no mata, matan los asesinos. El buen amor no requiere de litigios, menos aún de juristas y de un lenguaje leguleyo. El buen amor sabe lo que debe hacer, y es allí en donde descansa su magnífica y poética erudición. El buen amor conoce de momentos oportunos e inoportunos, goza cuando descubre que su presencia da sombra, y también goza, y se retira, cuando intuye que las sombras de sus rimas ya no refrescan a su morador. El buen amor no piensa en su bondad, la ejerce con la naturalidad de sus sentidos porque el buen amor no intenta gobernar, solo desea ser gobernado por el amor… El buen amor no mata ni muere, el buen amor no sufre con ira, tal vez se entristece, el buen amor está siempre allí, a disponibilidad de todos y cada uno, acaso para que alguien un poco olvidado de la cosa lo tome y haga de él una bella y necia metáfora…”
- Estoy de acuerdo, sabés que ese poema me encanta. Pero aquí el tipo ni siquiera lamenta lo sucedido. Parece que el hombre y la víctima fueron novios hace quince años. Ella lo abandonó y él intentó suicidarse, lo cierto es que estuvo un buen tiempo internado. Hace unos meses la reencontró, abandonó a su esposa y recomenzó con aquella historia que había quedado trunca. Lo curioso es que este hombre desconoce más de lo que sabe con respecto a estas dos mujeres. Ambas eran asiduas visitantes de “El Ágora”.
- ¿El Ágora? Excesiva casualidad, la ciudad es demasiado grande como para creer en esas cosas; un boliche para mujeres de clase media-alta y alta que buscan saciar sus quimeras lésbicas. Aquella chica con la cual armamos el trío con el que tanto fantaseabas, paraba allí...
- Huelo a reproche.
- No mi amor, todo lo contrario. Me encantó la experiencia. Hasta ese momento no sabía lo que omitía por prejuiciosa.
- Temo que esa tal Marcela es la que guarda las claves de este enigma. La fiscalía no me agiliza el trámite para la requisa que intento hacer en su departamento; observo que por derecha no puedo entrarle a la pesquisa –admitió el abogado –
- Puedo intentarlo yo....
- ¿Vos?
- Claro
-¿Cómo?
- En el mismo boliche, supongo que podés conseguir una foto. Si continúa con su rutina no me será difícil dar con ella. ¿La conocés personalmente?
-  No.
- Mejor todavía. Puedo encararla tal cual lo hice un año atrás con aquella chica. El pretexto de conformar un matrimonio abierto no resulta para nada sospechoso.
- Por ahora prefiero quedar a un lado; tarde o temprano voy a tener que estar frente a ella y no me quiero jugar a ser recusado por informalidades.
- Estoy de acuerdo. ¿Qué te parece la idea? Como escribió Chesterton: algunos disfraces no nos disfrazan, sino que nos revelan, cada uno se disfraza de lo que es por dentro, mi amor.
- Dejame pensarlo un poco – alegó Facundo- Quiero darle forma y evaluar riesgos. A propósito, ¿Todavía tenés guardada la filmación de aquella noche?
- Sí, mi amor, ya la traigo...

*

-  Es la primera vez que te veo en El Ágora – inquirió Marcela –
- Vengo en busca de algo especial. Soy casada y deseo experimentar con reservas...
-  ¿Cómo te llamo entonces?
-  Jimena, eso no es problema ¿Y vos?
- Marcela. ¿Me acompañás con un trago?
- Un jugo tal vez, detesto el alcohol.
- Se te nota en la piel...
- Trato de cuidarme. Sabrás que pasados los treinta una tiene que atender las señales del cuerpo...
- ...O mimarlo con nuevos incentivos – agregó Del Valle –
-¿Y vos?
-  Algo tristona, vengo de una dura pérdida, a veces cuesta encontrarse...
-  ¿Querés hablar del tema?
- No creo que sea el momento y menos el lugar – aseguró Marcela -. Vine a bailar, a conocer chicas y a pasar un buen rato. Un polvo final le daría a la jornada una tonalidad singular.
- ¿Es un deseo o una propuesta? – preguntó Jimena –
-  Sólo un pensamiento. Prefiero relaciones naturales y necesarias. La motivación por compartir momentos tiene que ver con una química tan inexplicable como inmanejable. Me considero una tipa sexual pero selectiva. Voy tras lo que me seduce, no tras de lo que se me cruza. Amo a las personas por sobre su género, me cautiva amar – reveló Marcela –
- Está bueno el lugar. La música no es tan desbordante y una encuentra distritos de privacidad para poder conversar, escuchar y conocerse...
-¿Bailamos? – propuso Del Valle –
-Me encantaría...

Las pistas estaban en el sector opuesto a la barra. Marcela, con autoridad masculina, llevaba de la mano a Jimena. A su paso la esposa del abogado no pudo dejar de relacionar ese paisaje lésbico tan erotizante con los fantasmas y las poéticas presunciones helenísticas. La uniformidad del sexo despertó en la dama cierta inercia que mantenía oculta. La penumbra le permitía observar el desplazamiento de su compañera, contemplar sus seductores movimientos, intuir sus discretas transparencias. Los obstáculos del camino permitían, ante frenos imprevistos, rozar distintas zonas del cuerpo de Marcela, pubis y nalgas ajaron sus naturalezas y en más de una ocasión sus pechos se besaron amparados por la oscuridad y la impunidad del ambiente. La lujuria reinante no admitía reflexionar que su diminuta y ligera falda volaba, dejando entrever sus fabulosas piernas y una vedetina tan efímera como inexistente. La danza completó todas las estaciones exigidas para un recorrido ineludible. La transpiración de ambas le concedió a sus musculosas delinear un deseo incontenible. El prolongado beso no se hizo esperar. El Cíclope de Cortázar. Mientras una de las manos de Del Valle visitaba la intimidad de Jimena, ésta sostenía uno de los senos de su antagonista con siniestra energía. Una hora después estacionaban separadamente sus respectivos vehículos en las inmediaciones del domicilio de Marcela. El ingreso al departamento fue una simple formalidad. No había tiempo para recorrer ambientes y describir comodidades. La atracción lésbica está dada por la observación que hace la mujer de su propia sexualidad reflejada en su compañera, intercambio egoísta y generoso al mismo tiempo, pletórico de intereses complementarios. No es redundancia banal como afirman aquellos que consideran pecaminoso el deseo de un cuerpo gemelo. Sus prendas fueron prolijamente apartadas de contexto por improcedentes. Solamente permanecieron en su sitio los diminutos interiores profundos, que segundos después, fueron literalmente devorados con intención y alguna dosis de violencia. Completamente desnudas comenzaron a exhumar sus principios. Jimena mantuvo durante largo rato a Marcela en estado de espera. Los juegos sexuales manaban como fuente de inspiración. Los seculares orgasmos estremecían sus acentos cardíacos sin solución de continuidad; los latidos genitales parecían escucharse al son de las notas del saxo de un tal Maceo Parker, quien acompañaba de fondo sin ser tomado en cuenta. Las variables experimentadas daban la sensación de que la ciencia estaba al borde del colapso. Marcela giraba el cuerpo de Jimena con marcada brusquedad arrojándose sobre su humanidad; en franca coincidencia, sus hendiduras armonizaban en perfecta simetría. La desesperación, producto del voluntario rozamiento enloqueció la condición de Marcela. Jimena colaboraba solidariamente elevando su cintura para facilitar el movimiento de su demandante. El sudor calaba sobre la espalda de la esposa del abogado. El intercambio de la experiencia le permitió a Jimena corroborar el intenso placer de la propuesta. El final las encontró entrelazadas, promoviendo un diálogo directo y compulsivo, una ostensible interpelación de humores. Ninguna de las dos se atrevía a comentar lo vivido; no había palabras que mejorasen la escena. Minutos después, una ducha necesaria le cedió sabiduría a dos horas de vehemencia y apetito. El beso de despedida otorgó al encuentro posibilidades ciertas de reincidencia.

-   Te doy el número de mi celular – ofertó Marcela -, esto no puede quedar en una aventura...
-  No lo dudes  - afirmó Jimena – fuiste muy dulce y convincente. Sueño con que algún día, acaso dispersa, distraída, te acerques sorpresivamente y me abraces y te dejes abrazar, y cuando el rito de separación se imponga por temporalidad dialogar con la mirada, y decirnos a los ojos y con los ojos todo aquello que no consta en los libros sapienciales debido a que no existe lenguaje para su descripción. Y que luego, igual de dispersa y distraída, me despidas, pero solo hasta la próxima vez, para que este pequeño acto de amor se transforme en hábito, en palabra que no necesita contratos ni juristas, en melodía, en tu canción, en mi poema… ”
- Y es muy bello tu poema, Jimena. Me gustan las personas que se atreven a cruzar los puentes sin prevenciones, como escribió Benedetti. Me gustan las que sufren y gozan pasiones, me gustan las que ante la sangre no quitan la vista del cauce bermellón, propio y ajeno, y se hacen cargo de sanarlo, las que transpiran deseos, las que se emborrachan por una ausencia irreversible, las que se enojan y luchan ante la ignominia, las que lloran a moco tendido, las que ríen sin cinismo, las que se miran al espejo y se siguen preguntando con humilde humanidad de qué se trata la vida…


*


Agustín aguardaba por su defensor oficial en el segundo piso de la Alcaldía de Tribunales. Los treinta minutos de retraso no eran para preocuparse. Pensó que hasta podía ser un buen augurio. De toda formas, ávido de novedades, esperaba con cierta inquietud. Un té caliente acompañaba la vigilia.

-  Espero no haberlo preocupado – de ese modo Facundo trataba de disculpar su demora –
-  ¿Alguna novedad?
-  Eso creo. En primer lugar al no haber testigos presenciales que acrediten su culpabilidad quedaría libre dentro de las próximas doce horas. Su presunción de inocencia está acreditada por el simple motivo que aún no se ha encontrado el arma homicida, más allá de que la bala coincide con el calibre de una similar que usted tenía declarada, pero de ningún modo se puede asociar una cosa con otra, además, relacionar su intento de suicidio de hace quince años con una posible venganza en contra de Bogado resulta poco menos que forzado. Le cuento que tengo gente de mi entorno cerca de Marcela Del Valle, no me cierran ciertas conductas sobre su accionar.
- ¿Supone qué Marcela pudo haber tenido alguna relación con el asunto manipulando el arma con intención de incriminarme?
-  Si puedo comprobar que Marcela y Alejandra guardaban relación amistosa una nueva duda razonable vería la luz. De todos modos, me interesaría saber si Del Valle todavía conserva un juego de llaves de su departamento, Agustín...
- Nunca le pedí que me las devolviera  – respondió Poso –
-  Le debo confesar entonces que es la peor de las hipótesis...
-  Discúlpeme doctor, pero si usted está convencido que yo no soy el asesino, todos los caminos conducen a Marcela. Este asunto me desacomoda. Mi separación de ella no fue producto del desgaste, fue mi debilidad ante la presencia de pendientes traumáticos que, en oportunidades, el pasado nos regala.
-  De todas formas, mi amigo, aún conservo una ventana abierta en cuanto a usted. Presumo que no me dijo todo lo que sabe...

Ante tal afirmación Agustín prefirió hacer silencio. Sabía que los legistas suelen utilizar métodos de apriete para solidificar o desechar presunciones. Estimó prudente estrechar la mano de su defensor y con una sonrisa despedirse a la espera de novedades.


- Jime, es necesario que demos por finalizado el trabajo con Marcela. Tratá de establecer su relación con Alejandra Bogado y salí elegantemente de su círculo para evitar sospechosos recelos – sentenció Facundo –
- Lo que me pasa con ella es muy fuerte...
-  ¿Qué me estás diciendo?
-  Te amo y la amo. Vos me gratificás con lo que ella no puede ofrecerme y ella me ofrece lo que vos nunca podrás entregarme. Te pido que distingas este razonamiento; sé que es difícil, yo misma me siento arrasada interiormente...
-  Hasta el momento te entendí y lo hablamos en varias oportunidades. Nunca te consideré infiel debido a esto que mencionás. Pero no descartes la posibilidad de que estemos frente a una potencial homicida, puede estar tu vida en juego con esta relación, y esto va más allá de vos y de mí.
- Estoy segura que Marcela nada tuvo que ver con el homicidio – garantizó Jimena -, gané su confianza a tal punto que visito su casa sin su presencia; he tenido la ocasión de revisarla íntegramente y nada hallé que la pueda incriminar. De hecho sus penurias pasan por la pérdida de sus dos embarazos con Agustín. Alejandra Bogado es sólo un nombre en el derrotero de su vida. Lamenta profundamente su deceso pero fue una relación ocasional para vengarse de su ex. Sólo la recuerda porque fue la persona que colaboró para reconocer la belleza de su identidad sexual. Lo que me atormenta es que por el momento no los pueda compartir. Lo doloroso de la bisexualidad es que cuando de afectos se trata una vive en estado de fracción, matemáticamente la persona toma entidad de quebrado. El amor físico me está significando un recorrido inconcluso, mi cuerpo se comporta de modo indócil y caprichoso, es imposible manejarlo. Es un círculo cansino. Cuando me canso de besar, descanso y continúo besando, cuando me canso de acariciar, descanso y prosigo acariciando, cuando me canso de abrazar, descanso y sigo abrazando; acaso de eso se trata el amor. Cuando me canso de amar, descanso, para seguir amando…. Descanso, víspera necesaria, estado de mudanza y espera que recrea aquello de lo cual se estaba dudando, ansiedad recuperada, vértigo, rima insolente, versos cansados de estar cansados por no besar, acariciar y abrazar, cansados por seguir cansados de amar, de no amar, de esperar amar. Hasta la víspera cansa porque ese no besar, no acariciar, no abrazar y no amar, cansa, y es derrota, y la derrota cansa, agota, sumerge, inmoviliza, y estar inmovilizada cansa, los músculos se duermen, hormiguean, y ese hormigueo cansa, corrompe, con la misma intensidad y cansancio que cuando se cansa de amar…
- Jime, dejá lo que estás leyendo para otro momento, tu juicio dista de la profesionalidad que requiere el dilema; los instintos te dominan por completo. Si bien no te puedo exigir que la abandones te suplico que te mantengas en alerta – recomendó Facundo –


Los seis meses transcurridos sirvieron para que el caso se diluyera. Al no hallarse el arma homicida y ante la ausencia de testigos era muy poco lo que podía hacer la fiscalía. El joven abogado Facundo Benítez Lastra había obtenido otra resonante victoria en ámbitos judiciales. Al mismo tiempo su futura paternidad fue un premio inesperado y recibido con suma alegría por la pareja. Jimena estaba embarazada de quince semanas y gracias a ese importante viraje había decidido terminar su relación con Marcela para dedicarse a su futuro destino de madre. Si bien la separación no fue traumática el dolor tuvo contorno y presencia durante el último encuentro. Desde ese momento Jimena optó por mantenerse lejos de toda apetencia sexual, sea cual fuera. Prefería someterse a los cuidados personales viendo crecer su panza como único pasatiempo. A todo esto, el abogado sentía con angustia la ausencia íntima de su esposa. Los expeditivos y breves juegos eróticos no eran suficientes. La futura madre se mostraba huidiza al extremo, y sumamente reservada con su cuerpo. Cierta manipulación reciente sobre el tema, por parte de Marcela, laboraba a favor de esa actitud. Parecía recluida en una cárcel diseñada por ella misma. En cierta ocasión, la cínica recomendación de que Facundo descargue sus instintos con una prostituta, lo instaló dentro de una atmósfera demasiado extraña como para tenerla en cuenta. El embarazo la había transformado en un ser egoísta y mitómano, muy alejado de aquel espíritu libre y desenfadado, experimentador y solidario a favor del placer ajeno. Benítez Lastra estaba confundido, no sabía qué hacer para recuperar aquella persona con la cual se casó y se divirtió hasta no hace mucho tiempo. Pensó en Marcela Del Valle. La desesperación de un triunfador conlleva un falso sentimiento de culpa por los beneficios recibidos.

- ¿Señorita Marcela Del Valle? - Cómo le va. ¿Usted es la pareja de Jimena, verdad?
- Así es.
- Gracias por haber respondido a mi llamado.
-  Jime ha iluminado mi vida en un momento muy difícil. Siempre estaré atenta a cualquier cosa que necesite...
-  Por eso la estoy molestando Marcela. Noto a Jimena excesivamente encerrada en sí misma con su nuevo rol. En oportunidades la percibo extraviada, como si estuviera enloqueciendo. Habla sola, le canta a su panza, ha ultimado a su ser sexual. Usted conoce esa faceta de ella desde su visión femenina y entenderá mi preocupación – el mozo interrumpió el soliloquio del caballero para preguntarle si gustaba algún encargue. La solicitud de un cortado por parte de Facundo permitió que Marcela disipara algunas dudas –
- ¿Se siente desplazado, verdad? Disculpe la pregunta pero me sentí de igual modo cuando Jime decidió hacerme a un lado en su vida…
- No. Sólo me preocupa su salud y como consecuencia de ello la de la criatura. Creo que usted debe estar segura delante de qué clase de persona está. Poseo niveles de tolerancia y libertad de pensamiento muy superior a la media liberal. Hemos compartido a la misma mujer y le vengo a solicitar auxilio a favor de reencontrarnos con su lozanía mental.
- Lo corrijo doctor, nunca compartimos una mujer. Ella fue la que eligió amarnos, ella misma decidió desdoblarse. En definitiva ella fue la que se sacrificó. Tal vez el embarazo fue su motor liberador...
- Nunca lo vi de ese modo. Es una lectura muy interesante – afirmó Facundo-. En oportunidades las revelaciones, mi estimada Marcela, casuales y no casuales, amaneceres que nos depara el tiempo nos confirman que aquellos que fuimos catalogados injustamente de fraudulentos no lo éramos tanto y aquellos impolutos plagados de superioridad moral que nos acusaron de fraude en realidad lo eran en primera persona; solo había que saber esperar por la desnudez de la verdad para poder liberarse definitivamente de tamaña carga. La verdad es una vieja solterona y fea que muy pocos respetan, aprecian y menos desean ver desnuda. Yo hoy le agradezco enormemente su presencia en mi vida, así de desnuda, así de fea, así de solterona…
-  Me gusta su reflexión, daría para otro encuentro. A propósito, quiero que sepa algo: Jime me contaba con lujo de detalles su intimidad. No me equivoco sí creo conocerlo tanto como usted a mí.
-  Más de una vez, alguna de sus historias matizaron nuestros juegos - admitió el joven-, en oportunidades nos confundía. Creo que usted tiene razón, Jimena estaba sufriendo, se asumía como un quebrado me comentó hace poco. Es probable que el bebé le haya aportado a favor de su esencia individual.
- En lo personal le aconsejaría que simplemente nos ocupemos por estar atentos y acompañarla en todo lo que necesite – sostuvo Marcela-. No presionar sobre situaciones que no sabemos cómo pueden afectarla...
- ¿Y mi sexualidad? –ironizó el abogado -
- Haga lo que yo. Solucione su problema como bien lo considere. Ella, por el momento, no puede solucionar nuestros egoísmos.
- Pero soy su marido, el padre de su hijo...
- Y yo era su amante y confidente. Todo esto no juega... ¿Se da cuenta Facundo? Pasamos a un inexorable segundo plano, tal vez a un tercero. Aproveche su tiempo. Es joven, buen mozo, miles de mujeres deben estar esperando por usted. Yo misma lo acosaría sin vergüenzas ni reparos y más conociendo datos de primera mano sobre sus modos y virilidad – bromeó   Marcela –
- Siento que me está seduciendo...
- Hace bien. El último hombre de mi vida fue Agustín. Facundo, sus bellos ojos no mienten, de pronto volví a sentirme objeto de deseo. Además, corríjame si me equivoco, una de las fantasías que le quitaba el sueño a Jimena era poseernos al mismo tiempo...

Bajo la mesa de la confitería una sensible erección le indicaba al abogado que esa mujer poseía un léxico de extrema jerarquía erótica. Lo había instalado en una situación moral que le costaba analizar y resolver. Estaba a punto de romper su palabra y en consecuencia su pacto matrimonial. La infidelidad no formaba parte de sus pautas intelectuales, pero a la vez sospechaba que Jimena, con su actual comportamiento, lo empujaba hacia ese lugar interior de donde nunca se retorna: el fraude. Consideraba que su presente asexuado era injusto y que su esposa había decidido unilateralmente amputarle el pene de modo repentino e irritante, inversamente proporcional a las sensaciones que Marcela proponía como antagonista y anfitriona. Anheló que se multiplicara cuando observó su cadencia y figura camino al baño de damas. Jeans impregnados a su cuerpo, movimientos acompasados y una camisola casi transparente sensibilizaron aún más un sexo que estaba pronto a dejar de tolerar la autárquica abstinencia impuesta por su amada. Las bellas facciones de Marcela, su cabello corto, casi varonil, y sus ojos grandes y claros, a veces verdes, a veces miel, dependiendo del ángulo lumínico y el destello solar. Su boca sumisa y delicada escondía una dentadura blanca y perfecta, sólo visible cuando la risa era imposible de velar. Un cuerpo adolescente dentro de una estructura madura y decidida. La ex amante de Jimena le estaba proponiendo a Facundo un juego con incierto resultado. A su regreso del privado, Marcela le informó que debía retirarse por impostergables compromisos asumidos, no sin antes advertirle que la reciente propuesta tenía fecha de vencimiento, exhibiendo de ese modo límites e imposiciones no negociables. A medida que la veía alejarse iba disminuyendo su rigidez. De todas formas debió esperar unos instantes para abonar la cuenta y continuar con su diaria rutina.

*

Empapar y acariciar la humanidad de Marcela no era tarea que exigiese voluntad, demorarse en la faena constituía un evento artístico de singular belleza. Sus erguidos pechos eran una invitación al roce permanente. Un cuerpo en estado desafiante y silente a la vez, desmesurado, desenfadado; un calidoscopio de sensaciones uniformes. Facundo asumía la entrega como lo único posible. Los labios de la dama diseñaban trayectos certeros, colocando a su amante en estado de crónica exoneración. Su plan incluía ciclos y acciones paralelas que anulaban toda intención masculina de dominio. Abusaba del morbo para evitar lo inevitable, de modo que el tiempo no altere el reglamento por ella misma decretado. Subsumir al macho, mostrándose de espaldas, le permitía a Facundo observar la rusticidad terrenal que ostenta la naturaleza mientras que sentía, tan suave como sorpresivamente, el recorrido que los caprichosos dedos de la dama, húmedos e invisibles, efectuaban por las laderas de su tenso nervio. Los movimientos, con exclusividad, pertenecían a Marcela marcando ritmos y latidos, aventura y próximo deceso. Facundo entendió inmediatamente que la mujer, después de tanto tiempo, no deseaba acostarse con un hombre, anhelaba violarse a un hombre y que, debido a esto, determinó elegir al candidato; aquel que estuviera más cerca de su amor y que a su vez entendiera del asunto tanto como ella. Su fálico despecho de antaño se había transformado, esa tarde de verano, en una obsesión maliciosa no dejando que el joven abogado descanse y menos aún se aplaque. Su único y permanente espasmo era un camino sin retornos ni estrategias. Facundo se resistía a imaginar instancias de un clímax definitivo. Esperaba que la dama continúe con su lujuria, entendiendo que ella misma le avisaría, de alguna manera, la llegada del momento oportuno. El giro completo de Marcela le permitió tenerla de frente y corroborar la excelencia de su afiebrada transpiración facial. Se volcaba hacia el cuerpo de Facundo para que este no omita detalle gestual, nada más bello en ese momento que la clara observancia del rictus copular. En el concilio no dejó de lado la vanidad, provocar que por un largo rato y al unísono sus respectivas matrices organicen un acuerdo singular, rodar por la cornisa ordenaba una arrogante necesidad. El clímax encontró a Marcela nuevamente sobre Facundo; acariciaba su propia panza a la altura por donde sentía la virilidad de su compañero. Estaba con un hombre después de mucho tiempo, y Facundo no podía enajenarse de tal circunstancia. Dejó derramar su licor cuando los temblores de Marcela llegaron hasta el horror. Los gritos de la dama reclamándole al abogado que desparramara su contenido continente en el interior de su universo en llamas hacían eco en los restantes ambientes del departamento. En un lánguido anochecer, sus gemidos y sus latidos determinaron con claridad aquello que afirmara certeramente Vinicius de Moraes: todo en ella es combustión.
Facundo, extasiado, pensó para sí que el amor es el único delito que merece reincidencia, y alegó delito y reafirmó pecado. Su purgatorio, el corazón, no conoce de sentencias, no conoce de aguijones, de condenas transitorias, ni de comas ni de amnesias. Ustible delito del pasajero abreviado es sortilegio cercano, olvido del distante, alegato lascivo y muerte en un instante. Relapso, obstinado, apóstata quimérico ausente del después y presente en su perjurio de ególatra indolente con fueros de preludio; espectro, Dios y padre, mercedario de lo turbio. Aún así, desnudo, marchito y obsecuente piensa formalmente en reincidir, el más bello de los delitos concebidos, cruel dogma con el cual ha sido herido lo arroja sin rubor hacia su pecho con el arma y el más cruel de los deseos como adicto que imagina delinquir. 

*

- ¿Todo bien con el abogado? – preguntó Agustín, enterado de los planes de Marcela
- Bárbaro – contestó Del Valle -. Se ha resignado por completo a la demencia de su mujer, en consecuencia apropiarnos de la criatura será mucho más sencillo. El tipo me tiene como salvoconducto. Haber entrado al ámbito judicial asesinando a esa puta de Alejandra nos permitió acceder a un mundo plagado de personas que se piensan intocables porque, sencillamente, creen que pertenecen a un sector privilegiado de la sociedad. Nuestra arma, única y letal, es una de las debilidades más sensibles del ser humano. Manipularla a través del sexo constituye una partida de truco con cartas marcadas. Para nosotros, la libido insatisfecha es un modo para conseguir placeres y objetivos, para el resto de los mortales es motivo de dramas existenciales y sesiones psicoanalíticas. Estos hijos de puta no tienen la menor idea de lo que significa la pérdida de dos embarazos, y más cuando son ansiosamente anhelados. El desamparo jurídico que tuvimos al instruir acciones legales en contra de los médicos responsables de nuestras pérdidas, será un escarmiento que van a sentir de por vida. La víctima será uno de los representantes más notorios de la logia, su ser mimado, su modelo, el doctor Facundo Benítez Lastra.
-  Sabés que estoy con vos en todo, pero a veces me asusta tu frialdad; hace días que te revolcás con un tipo con un solo objetivo...
- Es un mero objeto, Agustín. No te niego que me da sumo placer; también me lo dio su esposa. Pero mi meta tiene elementos superiores a tener en cuenta. Nosotros hace rato que dejamos de lado la pareja por una sociedad con fines determinados. Vivimos en un armonioso estado de odio habitual e inalterable.
- ¿Cuándo lo vas a eliminar? – preguntó Poso –
- Falta poco...
- ¿Puedo saber cómo?
- Hay cócteles específicos y muy efectivos que favorecen la prolongación eréctil aumentando el deseo sexual masculino. Haber estudiado bioquímica tiene sus beneficios. El riesgo cardíaco aumenta en la misma medida que el narcótico es utilizado durante un tiempo. Esto significa que no envenena, su efecto no es inmediato, exige y deteriora paulatinamente el sistema circulatorio. La soberbia masculina es mi aliada incondicional. Hace dos meses que lo está tomando sin percatarse de ello. Como todo hombre, piensa en lo imprescindible de su pene. Que su ser único es taxativo para la vida sexual de su hembra. A partir de la semana entrante voy a aumentar la cantidad de encuentros, y si eso no alcanza impondré exigencias sexuales adicionales hasta que el tipo estalle. Supongo que en quince días tendré el tema resuelto.

Agustín no podía hallar las razones por las cuales aquella hermosa joven primaveral se había transformando en semejante monstruo. Apenas cinco años transcurrieron desde entonces y nada podía hacer para que Walter y Benjamín volvieran a reunir sus ladridos y sueños. Intentar amarla nuevamente era imposible, al mismo tiempo nunca la dejaría librada a su suerte. No justificaba ni aprobaba lo que hacía, más allá que compartía su dolor. Evidentemente convivir con ella misma, asumir su tragedia interna era una asignatura de la que nunca saldría airoso. Esa fragilidad disparó una exponencial y abominable ruindad susceptible de condena. Agustín aceptaba su desdicha como un reto, no como un castigo divino. Simplemente entendía que no arribó a este mundo para ser padre; admitir ese doble mensaje con decoro y resignación era la única respuesta posible. Si bien los médicos se habían comportado de manera desinteresada y miserable, existían en el cuadro elementos científicos que Marcela prefería ignorar, en algún rincón de su conciencia deseaba vindicar su infame comportamiento, hábito digno de la época más oscura de la historia. En lo personal, Agustín no encontraba diferencias entre el despótico proceder de la dictadura, con respecto a la apropiación de bebés, y la conducta de Marcela. En este caso la manipulación de las personas y la especulación sobre la base de falencias psicológicas reemplazaban a los violentos operativos que, tres décadas atrás, aniquilaban a todo aquel sospechado de pensar. Desde su separación conyugal jamás volvieron a compartir intimidad. Se gustaban, se deseaban, pero el peso del fracaso laboraba en contra de la necesaria y cómplice perversión que el sexo debe portar como condición indispensable de disfrute.

*

La familia judicial en su conjunto lamenta la temprana desaparición física de uno de sus hijos más dilectos y admirados. El doctor Facundo Benítez Lastra ha sido un brillante jurista y propietario de principios que enaltecieron su vida, contagiando de ese modo la impronta de nuestro cuerpo colegiado. Su capacidad y su honestidad no pasaron inadvertidas por nuestros estrados. Será difícil volver a recorrer los pasillos de Tribunales sin su presencia. Acompañamos el dolor de su esposa Jimena Aldazábal e invitamos a participar de las exequias que se efectuarán el martes 20 del corriente a las 16.00 horas en el Cementerio Metropolitano de la Recoleta.
                           Doctor Ernesto Moisés Riera Molino - Presidente
                         Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires

*

-  ¿Qué posibilidades hay de una indagatoria, Marcela? – preguntó Agustín –
- Ninguna, quedate tranquilo. Cuando llegó el SAME, ellos mismos junto a los médicos de la Obra Social de los Judiciales estuvieron de acuerdo que Facundo se había pasado de rosca en la combinación de fármacos con bebidas energizantes, aunque, en primera instancia, no descartaron que la ingestión de alcohol hubiera resultado letal. De todas formas y por fuera del informe preliminar, supongo que el resultado de la autopsia me obligará a prestar algún tipo de declaración, cosa que tengo perfectamente estudiada. Tenemos a nuestro favor que van a evitar cualquier tipo de escándalo. Te das cuenta lo sencillo que es manipular a los poderosos. Imaginate los titulares en los diarios “Joven y promisorio legista de un famoso bufete capitalino, casado y próximo a ser padre, falleció súbitamente en la cama de su amante, víctima de una sobredosis de fármacos combinados con alcohol”. Sería descabellado para la élite judicial que tal descripción se difunda.
- Lo cierto es que fue una sesión descomunal. El chico se retorcía como una serpiente. Debo reconocer que era un excelente amante. Cuando estaba a punto de un nuevo orgasmo quedó seco el infeliz. El tipo, luego de expirar, mantuvo su hombría dispuesta por un buen rato. Cierto decoro impidió que continuara; resulta sumamente excitante matar de ese modo.
- Dejate de joder Marcela. Lo único que falta es que gozaras con semejante escena.
- Por supuesto que me excitó.
-  Estás demente, tu crueldad y salvajismo no tienen retorno
-  Haceme y hacete un favor, te pido un piadoso silencio. Si me hubiera animado con el fiambre seguro que hubiese gozado más que con vos. Decí que ningún estudio te hizo culpable de mis frustrados embarazos, de lo contrario estarías jugando un truco de gallo con tu querida Alejandra y tu abogado defensor...
- Hasta aquí llegué Marcela – manifestó Agustín, ciertamente conmovido- no puedo seguir. La carga emotiva y culposa que sostengo no me deja vivir.
- Vas a seguir hasta donde yo lo determine - exigió Del Valle – sabés que no tengo remordimientos ni complejos. No tenés opciones.

Un violento cachetazo cruzó el ambiente; el rostro de Marcela mostraba un importante hilo sanguinolento en la comisura derecha de la boca. Agustín había certificado su futuro con tintas bermellón. La guerra estaba declarada; a partir de ese momento, Poso sólo contaba con la soberbia de la dama como credencial de supervivencia. Rápidamente se retiró del domicilio, no toleraba persistir cerca de ese monstruo de bella figura, simiente del mismo Belcebú, o diseñada ex profeso por los dioses helénicos para embaucar a los hombres comunes como a los héroes milenarios que, en soledad, caminaban por los arteros senderos Elíseos. Vencer al mal con otro mal era su única posibilidad de defensa. Pensar como ella, actuar como ella, seducir como ella. Cambiar de domicilio y renunciar a su empleo fueron sus primeras decisiones. Desaparecer de su hábitat, de su rutina. Ser otro dentro de su yo culpable y miserable, mutar para vivir, engañar para salvarse. En cuarenta y ochos horas logró disponer de sus ahorros y mudarse a una pensión ubicada en el barrio de Congreso, valiéndose de una falsa identidad. Posteriormente y a través de un poder reservado cedido a favor de una inmobiliaria de la zona colocó su departamento de Caballito ofreciéndolo en el mercado de alquileres para obtener una renta regular que le posibilite eludir las conjeturas de Marcela. Total, me he mudado varias veces, pensó. Me he mudado de mis insolvencias para luego volver a mudarme y poder recuperarlas. Me he mudado del devenir, para luego caer en él sin mayores resistencias. Uno puede mudarse cientos de veces en la vida, lo que nunca podrá es mudarse de la vida, porque de alguna manera la vida es un estado de mudanza permanente. Personas y lugares que arriban, amores y desamores, personas y lugares que emigran, amores y desamores, y todo es un comienzo que anuncia un nuevo final. La vida es un mesurado promedio de sinsabores, y allí estamos, recorriendo esas mesuras y esos sinsabores, esperando por lo que nunca llegará, tratando de postergar lo inevitable, la mudanza final....
Era necesario detener a Del Valle aún a costa de ser aprehendido. Su próxima víctima estaba fuera de sí, vaciada e indefensa portando en sus entrañas el máximo deseo del monstruo. Dos elementos estaban en contra de Agustín: el grado de alienación de Jimena sumado a la extrema confianza que ésta depositaba en Marcela. Eran barreras que debía sortear para tratar de salvar la vida de la viuda. Contaba para ello con la necesidad de su cuerpo; el monstruo nada haría en contra de la esposa del abogado en tanto y en cuanto fuera imprescindible para el desarrollo de la criatura. Esto le daba tiempo para pensar el caso, buscar aliados de ser necesario o intentar algún tipo de denuncia a modo de arrepentido aún sabiendo que la pena también caería sobre él. Marcela, sin dilaciones, dio su primer paso acuartelándose en el domicilio de Jimena laborando como nodriza y curadora. La viuda, entregada por entero a su ex amante, depositó en ella todo tipo de encomienda o encargo: pago de impuestos y tasas mensuales, custodia y compañía cuando debía realizarse estudios y análisis; tenerle prestas las cuatro comidas diarias con sus correspondientes complejos vitamínicos y asear el lugar no menos de tres veces por semana, eran tareas que el monstruo sostenía como inversión futura. La misma Jimena le insistía que se quedara a dormir, cosa que Del Valle aprovechaba para negarse, de modo reafirmar la dependencia mediante la ausencia y el miedo. En más de una ocasión, al abrir la puerta del departamento, la encontró aterrada y llorando, saturada por el pánico producto de su propio desvarío y las sombras del recuerdo de Facundo. Agustín sabía los planes de su ex. Lejos de su inteligencia, era obvio que debía cuidar el envase que portaba su gema. No tardó el hombre en entender que el tiempo, en su inicial rol de aliado, estaba fortificando la filiación y acrecentaba el grado de sometimiento sobre Jimena. Romper esa inercia de afecto y especulación sin perjudicar las defensas de la viuda no era tarea sencilla, y menos teniendo la presencia permanente de Marcela por sus alrededores cotidianos. Se dio cuenta que solo no podía contra la hidra; su única espada resultaba inútil e ineficaz ante tantas cabezas que cortar. Pensó en el bufete Riera Molino, también en la Policía Federal, pensó contactarse con gente del Ministerio del Interior. En solitario, corría con notorias desventajas. Luego de muchas cavilaciones optó por la primera; estimó que recorrer senderos no oficiales sería más efectivo a favor de los fines perseguidos.

*

- ¿Cómo le va? Un gusto– las manos de Agustín y del titular del estudio se estrecharon luego de que la secretaria cerrara la puerta del despacho- ¿A qué debo su visita?
- Antes que nada le quiero agradecer su deferencia por atenderme – apuntó Poso-. El tema que me convoca es muy complejo, debo anticiparle que no busco redención ni perdón. Mi intención es colaborar para evitar un crimen.
- Noble su actitud, pero no entiendo la mención que hizo sobre el perdón – inquirió el legista –
- De algún modo colaboré para su planificación, doctor.
-¿Va tras la figura del arrepentido? Mire que aún no está institucionalizada, la implementamos fuera del marco legal con acuerdos extrajudiciales. 
- De ninguna manera. El delito que se va a cometer es aberrante y puede considerarse de lesa humanidad. La víctima de este crimen es una persona de la familia judicial, cosa que lo involucra directamente.
-  Prosiga...
-  Luego de dar a luz, la viuda Benítez Lastra será asesinada por su ex amante, actual curadora y persona de confianza, Marcela Del Valle, quien luego se apropiará de la criatura.
-  Me aguarda un minuto por favor...

De inmediato el jurista se comunicó con su secretaria para no ser interrumpido hasta nuevo aviso. Posteriormente le indicó al testigo la ubicación de la cafetera por si gustaba, y se preparó para un largo tiempo de confesión.

- Lo escucho Poso, quiero aclararle que lo voy a grabar, de modo le ruego que esta declaración la efectúe lenta y ordenadamente, sin omitir detalle por mínimo que le parezca – exigió Riera Molino.
- Esto comenzó hace cinco años atrás...

Las cuatro horas de relato sólo fueron interrumpidas por las necesidades orgánicas de ambos. Algún emparedado de miga aseguró una mínima ración alimentaria. La presentación de Agustín evolucionaba en la misma medida que notaba interés en el jurista con respecto al caso. Facundo Benítez Lastra era como un hijo para el interlocutor, en consecuencia, el compromiso afectivo del abogado duplicaba su atención. A instancias de finalizar la narración le aseguró que todo lo mencionado guardaba certezas concluyentes y que su decisión de acudir al estudio era para preservar el buen nombre y honor del matrimonio, afirmando que determinados detalles de la intimidad de la pareja debían mantenerse dentro de esferas privadas, sobre todo para que los comportamientos particulares no se mezclen con revelaciones públicas.

- Hizo bien, Poso –afirmó Riera Molino- De todas maneras, me obligo a adelantarle que su situación es muy complicada. Haya sido la mano ejecutora o no, tiene que responder por dos homicidios.
- Disculpe doctor, por uno. Nadie puede ser juzgado dos veces por un mismo delito. Además con respecto al caso Bogado quedé exonerado por falta de mérito, la victoria jurídica de Facundo fue muy notoria.
- Lamento defraudar su optimismo mi querido amigo. El asesinato de Facundo me obligará reabrir el caso Bogado. Toda una paradoja. La propia muerte de mi muchacho permite develar su único fracaso como legista en el marco de una brillante carrera. Morir dos veces, si se quiere pensar de otro modo. Me gustaría que regrese en setenta y dos horas, debo analizar el contenido de las cintas. Una cosa más: ¿Del Valle todavía vive en la zona de Plaza Irlanda, verdad?
- Así es, a una cuadra de mi vivienda.
- Bien. Lo que necesito es que libere su departamento para poner gente de mi confianza; necesito vigilar de cerca de Marcela Del Valle.
-  Aquí tiene el teléfono de la inmobiliaria, le ruego que usted haga directamente la gestión de forma tal continuar con mi anonimato.

La verba y el prestigio del doctor Riera Molino lograron suspender una reserva anticipada. La seguridad que presentaba dicho apellido, ahorraba los gastos extras que los martilleros debían realizar para la correspondiente averiguación de las garantías propietarias. Además, una oferta superadora obligó doblemente al agente inmobiliario para que comenzara directa negociación con el representante del influyente bufete porteño. En setenta y dos horas el apartamento estaba ocupado por el agente Carlos Lorenzo Puig, recurso perteneciente a la empresa de servicios de seguridad privada, propiedad del mismo Riera Molino. Carlos Lorenzo Puig era un joven recientemente incorporado a la firma; hijo de desparecidos y recuperado por su familia de sangre gracias al trabajo de la Asociación Abuelas. Esta entidad recibía asesoramiento gratuito por parte del bufete desde fines de la dictadura, debido a su compromiso a favor de las víctimas de la represión. En su juventud Ernesto Riera Molino había sido uno de los pocos juristas que activaron Habeas Corpus en favor de los detenidos por cuestiones políticas. Su altruismo profesional más sus antecedentes de militancia universitaria junto a cuadros como Rodolfo Ortega Peña y Augusto Conte Mac Donnell, lo sentenciaron a un exilio de tres años en Francia. Allí conoció a Julio Cortázar y a Osvaldo Soriano quienes incentivaron notablemente su afición por la literatura. Riera Molino era autor de dos novelas bajo el seudónimo Theodore Seregni y fue responsable de un ensayo cuya temática centralizaba la problemática de los límites de la investigación pericial. Una serie de poesías a corregir moraban todavía en el antiguo y elegante escritorio de su despacho. Uno de sus textos custodiaba el interior del mismo debidamente enmarcado. El lienzo sepia aún conserva legibles las firmas de los geniales escritores que purificaron su exilio:
Tal vez el día que no esté alguien destape un libro que yo haya escrito dándome por vivo. Es probable que por un instante vuelva a percibir, amar, resistir; intuirme menos muerto... Por ahora no hay alivio. Distanciado de mis deseos persisto, sólo persisto; deslucido, apagado, vulgar estado de regreso con espacios ilusorios, espectros silentes que abusan de mi espalda, moralmente enamorada de la eternidad y su néctar de finitud… Tal vez el día que no esté alguien descubra un libro que yo haya escrito dándome por vivo, observando que deseo sin gozar que deseo, como aquellos que con dicha disimulan vivir olvidando discernir. Juego, le concedo recreo a la tragedia haciendo que vivo, dado que la muerte me es ajena, extranjera de mí y del sitio en que nací, luego de mi primera muerte, primer dolor, llanto fundacional. De modo que cumplo con todos los requisitos para afrontar la finitud; sigo vivo, respirando simulacros…”


Las instrucciones dadas a Carlos Lorenzo Puig fueron concretas. Por un lado visar todos los movimientos de Marcela y de Jimena, enviando vía correo electrónico un informe diario detallando con precisión los eventos de la jornada, y por otro lado establecer algún tipo de contacto con Del Valle para reforzar directamente la protección de la viuda. Carlos tenía holgada experiencia en la materia debido a su tarea dentro de la agrupación H.I.J.O.S. En más de una ocasión tuvo que realizar trabajos similares cuando existían datos precisos sobre dudosas adopciones. De todas maneras, Riera Molino le había advertido a Carlos sobre la necesidad de tomar recaudos conforme a las características del caso y de la singularidad de ambas protagonistas. Un despacho minucioso sobre Del Valle lo puso en aviso sobre la peligrosidad de la dama, quedando de manifiesto que el sexo era el instrumento fundamental para esta suerte de viuda negra contemporánea. En una reunión previa le había dado referencias con respecto a su psicología y a su corriente modo de operar. Sabía Carlos que estaba frente a un contendiente de cuidado y ciertamente despiadado. Al igual que la mayoría de los apropiadores, la mujer carecía de escrúpulos cuando de intereses personales se trataba. En plena mudanza, Puig pudo comprobar que varios llamados de Marcela estaban en el contestador automático del teléfono fijo de la propiedad:
– Por favor Agustín necesito que hablemos, llamame -
 - Amor, soy yo Marcela, hace un mes que estoy tratando de ubicarte, no te podés borrar ahora...
- Dale Agustín, no pasó nada, lo de la cachetada ya quedó atrás - rezaban algunas de las grabaciones.
- Hola – Carlos levantó el teléfono sabiendo quién estaría del otro lado de la línea-
- ¿Agustín? – una voz femenina y confundida, tartamudeaba allende la línea telefónica -
-  ¿Con quién desea hablar?
-  ¿Agustín, sos vos?
Carlos decidió ex profeso cortar la llamada de forma de alejar cualquier tipo de sospecha. Todo interés prematuro sería indicativo de una posible pesquisa.
-  Hola ¿Con qué número desea hablar?
- Disculpe ¿Allí vive el señor Agustín Poso?
-  Perdón, señora – Carlos utilizó el "señora" deliberadamente - tengo entendido que esa persona es la propietaria de este inmueble que acabo de alquilar...
- Lamento haberlo molestado entonces. Soy amiga de él y necesitaba ubicarlo con urgencia. ¿Sabe su nuevo domicilio, o su teléfono móvil? - Marcela había recompuesto su timorato tono de voz –
-  Mire, sinceramente nunca tuve contacto con él. Yo traté directamente con el inmobiliario a cargo de la operación, Guillermo Beltrán. El contrato lo firmé allí, en soledad, junto con mis garantes. Supongo que la semana entrante se comunicarán conmigo para que retire el original debidamente sellado. De todas formas, considero que debió haber dejado algún domicilio legal para efectuar las intimaciones pertinentes si por caso fueran necesarias.
- ¿Lo puedo molestar la semana que viene? Mi nombre es Marcela Del Valle. Le pido que si se comunica con usted le avise de mi búsqueda.
- Aguárdeme un instante – solicitó Carlos –
-  Sí, cómo no.
- Me repite su nombre por favor – Puig creyó conveniente, mediante una suerte de “acting”, distanciarse de la dama –
-  Marcela Del Valle... muchas gracias ¿Su nombre?
-  Carlos... No hay de qué señora, hasta pronto...

El hombre había dado un primer paso para acercarse al entorno de la viuda. Su actuación, digna de un consagrado actor, no dejó duda alguna en el espíritu de Marcela, quien quedó insultando a cielo abierto enfadada por la supuesta cobardía de su ex pareja. Por el momento, era el único pensamiento que circulaba por su cabeza. No alcanzaba a entender sobre traiciones y demás cuestiones que perjudicarían tanto a ella como al mismo Agustín.
En ocasiones uno suele calificar a la torpeza como infortunio. Carlos estuvo demasiado cerca de ser víctima de tal enigma al abusar de su destreza. Tropezar con el carro de Marcela en el Carrefour Caballito pudo haber puesto en riesgo todo el futuro operativo. Unas desagradables disculpas sin mirar a la dama la hicieron pensar en un vulgar y maleducado pasajero. El hombre desconocía la capacidad de retentiva de la mujer, debido a ello, a partir de este momento debía contar con la distancia como eje de atención.
Afectivamente Carlos estaba cerca de otra nieta recuperada. Alicia Méndez era una estudiante de bellas artes que había encontrado su vocación luego del hallazgo de su identidad. Tímida, de pocas palabras, prefería no interferir en las labores de su amigo. Aprobaba su tarea dentro de H.I.J.O.S., pero nada mencionaba sobre los extras que Riera Molino le daba a modo de encomiendas especiales. Se mostró sorprendida por su nuevo hábitat prefiriendo no indagar en la materia, sabiendo lo imposible que era para el muchacho sobrellevar los gastos de semejante alojamiento. Si bien no se asumían como novios, las tres visitas semanales alcanzaban para sosegar sus juveniles necesidades. Rubia y de diminuta figura exponía, sin prejuicios, un heredado descaro libertario en todas las facetas de su vida. Atento a esto, el muchacho trataba de evitar comprometerse seriamente con una persona de costumbres y hábitos tan opuestos. Compartían sábanas, pero no formas ni modos de vida.

-  Si, escucho, ¿quién habla?
-   Soy Marcela Del Valle, la amiga de Agustín Poso – la claridad de la voz provenía del portero eléctrico - Espero me recuerde...
- Si señora – la sorpresa de Carlos fue máxima. Nunca pensó que la dama tendría el coraje para exponerse tanto. Evidentemente la ansiedad estaba jugando en su contra – Ya bajo, aguárdeme por favor.

Ambos se sentaron en el cómodo lobby que el edificio poseía a modo de recinto de espera, ámbito ideal para reuniones de consorcio. Un uniformado guardia de seguridad los observaba sentado tras el front, típico escritorio en altos, mobiliario muy usual en las entidades financieras.

- Su rostro me resulta familiar – afirmó Marcela –
-  Dudo que sea del barrio señora – replicó Carlos -. Hace apenas unos días me mudé a la zona. De todas formas, al vivir solo acostumbro hacer las compras, de modo que habernos cruzado en alguna circunstancia casual no sería descabellado…

Inmediatamente la mujer dio por descontado que el joven poseía información sobre ella ya que determinó con certezas su procedencia barrial. Carlos, por el momento, no se había percatado del sutil error cometido.

- Ahora que me detengo en usted, estoy segura que por su culpa se me pinchó uno de los envases de leche que llevaba en el carrito. Veo que no recuerda. Me llevó por delante en el Carrefour de Donato Álvarez y ni siquiera me pidió disculpas.
-  Yo hice eso – manifestó Carlos, cuestionando la tesis, sabiendo perfectamente la maniobra de la mujer-. No sé qué decirle. Antes que nada le pido disculpas, seguramente andaría con alguna preocupación a cuestas.
-  Lo disculpo con una condición – exigió Marcela
-  Dígame...
-  Basta de señora y basta de usted. Ese trato me hace sentir mucho mayor de lo que soy. Te cuento que muchachitos de tu edad todavía me dedican algunas atenciones verbales por la calle, sobre todo cuando voy a correr a la plaza...
- No tengo dudas Marcela, faltaba más. Estoy seguro que debés tener gran cantidad de admiradores – aclaró Carlos -. Esta costumbre tiene que ver más con el respeto y la distancia que con los sentidos.
-  ¿Con los sentidos?
- La vista, el tacto, el gusto, en fin, los deseos sensibles. Te pido no exijas mayores detalles. A pesar de mi edad aún conservo ciertos pudores –se permitió reclamar Carlos –
Paralelamente, la mujer estaba absolutamente rendida a los requerimientos de ese joven morocho que tenía delante. Un semblante caribeño y virtuoso le rememoraba sus violentos orgasmos con aquellos hombres que habían dado plena satisfacción a su demandante cuerpo. Mientras Carlos se explayaba, la muchacha imaginaba su desnudez y su promontorio, intuía su aroma, besaba su boca...
- ¿Tuviste noticias de Agustín? – preguntó Marcela, un tanto dispersa –
- Ninguna- afirmó el muchacho- inclusive cuando retiré el contrato sellado consulté con la inmobiliaria y me informaron que la propiedad estaba en manos de un apoderado que a su vez no deseaba ser molestado. Que para eso estaban ellos cobrando una comisión. Te aclaro que fueron bastante tajantes y desconsiderados al respecto, no me animé a insistir.
-  ¿Quién firmó el contrato por la parte propietaria? – insistió Marcela –
-  Te reitero, existe un apoderado –confirmó Carlos- Si querés, bajo el contrato para que lo leas y extraigas todos aquellos datos que te puedan interesar.
La dama lamentó que el inocente muchacho no la hubiese invitado a ese funcional que tan bien conocía. Estaba segura que su involuntario proceso de acumulación sexual encontraría en el joven un activista revolucionario y arrebatador.
-  Te invitaría a subir pero mi desorden no admite visitas – mintió Carlos –
-   Bueno, espero que bajes  - Marcela se sentía un poco más complacida –
Carlos intuía que había conseguido la confianza de la dama. La información que le daría no era trascendente y serviría para que Marcela continúe curioseando. Estaba seguro haber despertado en la mujer algún deseo reprimido u olvidado, nada mejor que esa pantalla para conformar parte de su entorno más tocante.
Como el joven esperaba, a Marcela no se sirvió la información recibida para ubicar el paradero de Agustín. El apoderado, un “prestanombre” de los miles que existen en Buenos Aires, desconocía tanto o más que ella, sobrellevando la sola obligación de depositar el dinero correspondiente del alquiler en una cuenta determinada. Del Valle no tardó en convencerse que su ex pareja, cobardemente, se había dado a la fuga, de todas formas la seguridad de que Carlos laboraba a modo de pantalla, le aventuraba un promisorio futuro con la nueva pesquisa.

*

Cuando Marcela sintió el ingreso de la hombría de Carlos en su cuerpo pensó que Dios había sido demasiado injusto con ella durante todo ese tiempo. Sus manos no alcanzaban a cubrir el porte, toda su estructura corporal resultaba demasiado pequeña para semejante muestra de virilidad. El hombre no sólo era extremadamente dotado, además aportaba un estado físico deportivo, catadura que sobrepasaba con creces las posibilidades de dominio de la dama. Con casi diez años menos, el muchacho se adueñaba de la situación con experimentada firmeza y decisión. Nunca antes había sido homenajeada de ese modo. Jamás Marcela había extrañado a alguien inmediatamente después del amor. Es que el joven la amó sin memoria ni evocación. Dispuso de su cuerpo como ella quería, asimilando a la dama como una cortesana arrogante y sabedora de sus fueros. Sin inventarios ni conversaciones posteriores, sin paréntesis ni corchetes. Faltó el billete bajo el cenicero como si tal momento hubiese sido acordado mediante un contrato taxi-boy. Bajo esas circunstancias, a Marcela nada le interesaba de Carlos; desconocía de dónde venía, ignoraba qué hacía, no se preguntaba hacia dónde iba. Sólo era su sexo, masacrarlo, roerlo, esculpirlo tomando provecho de su magnitud, para luego acariciar delicadamente su turma, a modo de suave cosquilla, y aguardar por el apremio final, ese mismo que la acercó livianamente a instancias del suicidio.
La reciente experiencia sedujo a Carlos para comenzar a racionalizar los insistentes deseos de Alicia a favor de un sexo combinado o grupal. Marcela transpiraba lujuria, hembra dispuesta a practicar cualquier experiencia gozosa. El hombre pensó para sí la posibilidad de acercarse más a Del Valle utilizando idénticos caminos. Se acordó de Chesteston y su cita: “El único modo de estar seguro de tomar un tren que está pronto a venir, es haber perdido el anterior”. Alicia sería de enorme e inconsciente ayuda para facilitar esa comunión. La propuesta encontró inusitado entusiasmo en ambas mujeres.

Dos noches después mientras las muchachas desarrollaban su más osado repertorio lésbico, Carlos observaba tranquilo, acodado tras la penumbra de la barra. Alicia era quien determinaba acciones fijando su atención en la exoticidad de Marcela; ésta permanecía inmóvil ante tamaño esfuerzo. Sobre la cama, con sus manos y rodillas asentadas, sentía como Alicia la recorría de forma completa exhumando elixires de variada intensidad. En ese instante Marcela le exigió a Carlos ingresar a la contienda. Deseaba verlo parado delante de ella con su hombría erguida, y bien dispuesto. Ninguna de las dos empresas requería de esfuerzos adicionales. Luego de varios minutos el hombre decidió que era momento de protagonizar la escena arrojándose entre las mujeres en busca de atención. Prestas al mensaje, ambas se sentaron enfrentadas sobre el cuerpo de Carlos; las mujeres multiplicaban sus sensaciones al ser advertidas al unísono por ese gladiador infatigable, atlético y cobrizo mastín. Los orgasmos de las damas eran apurados por otros orgasmos que reclamaban paso con sonoras alarmas de dolor. Una vez satisfechas decidieron que el joven merecía redención. Ese tremendo torbellino colocó al muchacho en la obligación de reiterarlo pero en lo profundo de las mujeres. Tal exigencia debía aguardar algunos breves pero necesarios instantes. Mientras ello sucedía Alicia y Marcela continuaban con generosidad a favor de las visiones de Puig y la calidez del ambiente.

*

-  Alicia no te quiero desilusionar pero Marcela es muy peligrosa – le confesó Carlos a poco de retirarse Del Valle -. Es necesario que nos manejemos con suma prudencia y cuidado. Hace mes y medio que estamos tras ella...
-  ¿Es ese el motivo de tu nueva morada?
-  En efecto. Quien se acaba de ir guarda el mismo perfil psicópata de aquellos que se apropiaron de nosotros. En la actualidad retiene secretamente a la viuda Benítez Lastra bajo su influencia. ¿Recordás el caso? El asunto es que desconocemos su paradero. Según sabemos tiene la intención de deshacerse de la joven luego de dar a luz para después apropiarse de la criatura. Además Riera Molino sospecha que es culpable de dos asesinatos: El del mismo Facundo Benítez Lastra y el de una tal Alejandra Bogado.
-  Alejandra Bogado, me suena... – mencionó Alicia -. Si no me equivoco, era asidua concurrente de El Ágora, boliche que solía frecuentar en algún momento de mi vida. Antro bastante paquete y esnob.
- Dejate de pavadas, esto es serio – recriminó Carlos - la idea es ingresar al mundo de Marcela y de ese modo custodiar a Jimena y a su hijo. Quiero que sepas que el propietario de este departamento es la ex pareja de Del Valle. El tipo se llama Agustín. Está aterrado. Negoció con Riera una figura similar al arrepentido para evitar ser procesado. Supongo que debe estar metido en un agujero negro. Marcela entabló relación conmigo debido a la búsqueda de su ex...
-  Y cómo por arte de magia te acostaste con ella – cuestionó Alicia –
-  ¿Estás molesta por algo?
-   Separemos las cosas Carlos. Primero te quiero aclarar que no estoy molesta con vos, o sí, pero por otros motivos. El problema de los varones es que se piensan como entes fálicos e imprescindibles. Se asumen como conquistadores de las mujeres que pasaron por su vida. La soberbia masculina los conduce a no inferirse como objetos de uso. Apuesto que hasta el momento nunca te cuestionaste los comportamientos de Marcela. Presumís tenerla donde querés. Primero, tu excesivo miembro como paraguas, como estrategia y reaseguro. Segundo, me temo que la subestimaste. Y es allí en donde estoy un tanto molesta. La mayoría de las mujeres adictas a El Ágora son personas sin complejos, sin memoria ni remordimientos. Fundamentalistas de la existencia, sin la multiplicidad de Camus por supuesto, rozando la vulgaridad típica de los narcisistas de baño turco, subyugadas por pertenecer a una élite distintiva y dominante, enamoradas de sus propios discursos. Hace poco leí una tesis con respecto a estos espacios sociales. Seis meses asistiendo casi todas las noches al boliche creo que me otorga cierto conocimiento del tema. Si utilizaste mi cuerpo para poder ingresar al entorno de Marcela, utilizá entonces mi intelecto para resolver el caso. Te confieso que ambas empresas me seducen. Entre paréntesis... nunca te vi tan vehemente y excitado, se nota que Marcela posee atributos que te ponen indecorosamente salvaje...
-  No seas boluda, no voy a negar lo obvio, pero lo cierto es que tu participación me colocó en otro lugar. Veo que el lesbianismo te transforma.
-  De todas formas te aseguro que su presunta libertad sexual es impostada. Esa tipa tiene calculado cada movimiento – aseguró Alicia -. Es tremendamente sensual y lasciva, pero ojo, siempre con fines determinados.
- Parece que el sexo es una excelente forma de individualizar a las personas en cuanto a su psicología, a su rol social y a sus intencionalidades encubiertas.
- Según dice el informe al que me refería, el ser humano es un ente social porque es un ser sexual. Ambos elementos terminan con la traza definitiva del individuo. Dónde nació y cómo se desarrolló moldean su exactitud, siendo su esencia el resultado real. Y cuando digo sexo hablo de todas las variantes que libremente el ser humano puede potenciar a favor de su propio placer. Es nuestra lucha Carlos. A nosotros nos quisieron robar nuestra exactitud. Trataron de ocultar los principales monomios de nuestro cálculo histórico-genético. Amor, tengo la impresión que la dama nos supera, nunca vamos a llegar a sus niveles de especulación y maldad. Teniendo en cuenta el cúmulo de sospechas que la ciñen, resulta llamativo que aún la ley no haya podido cercarla. Una cosa es laburar dentro de H.I.J.O.S con apoyatura política y un clima de época favorable, otra cosa muy distinta es moverse sin cobertura. Fijate que, a pesar de haber transcurrido bastante tiempo, fuiste vos quién mostró las cartas y presentó su entorno. Ella ni siquiera mencionó aún el nombre de Jimena...
- Es cierto – expresó acaloradamente Carlos -. Marcela ha sabido mimetizarse dentro de su propio cuerpo. Gracias a él cuenta con alguna información nuestra, mientras que nosotros nada pudimos agregar a lo que previamente conocíamos...
-  Es muy hábil – sentenció Alicia - va a ser necesario buscar el modo de dar con Jimena.
-  Secuestrarla – disparó Carlos –
-  No lo tengo claro. Lo cierto es que ignoramos dónde la tiene, además tampoco sabemos el estado psíquico de Jimena, ni siquiera estamos seguros qué caminos recorrer ante la posibilidad de ser indagados por Del Valle. Por eso hay que  manejarse con cuidado. Ha estado con nosotros durante tres horas, es demasiado tiempo para dejar en soledad a una persona con las facultades alteradas.
-  A menos que la tenga dopada...
- Puede ser, no lo descarto. Yo te sugeriría que dejes en manos de Riera Molino el tema del procedimiento, mientras nosotros nos encargamos de entretenerla.
- ¿Me dejás adivinar cómo? – soslayó Carlos –


El doble operativo fue organizado para el jueves por la noche. La cita en el departamento de Carlos le aseguraba a Marcela una velada de distracción y lujuria vivificante. Últimamente su tensión había aumentado de modo considerable. Nada mejor que un trío con dos personas jóvenes, hermosas desde lo físico, y sin prejuicios desde lo sexual. Los instintos dominarían sus próximas horas dando por sentado que los jóvenes abogarían tanto por su bienestar como por su indecencia. Iba equipada con lencería erótica y diversos juguetes que harían delirar a su antagonista femenina. Marcela había encontrado en Alicia lo que Jimena le negaba y Carlos mensuraba con su fabulosa virilidad la urgente necesidad de un macho mayúsculo. Su coyuntura pasaba por ser abordada, ser ultrajada e invadida, ser rediseñada, y morir de a ratos, si de metáforas se trata. No era cosa menor para Marcela que dos inmaduros notasen que ese cuerpo ajado y dolorido merecía ser acariciado y besado, ultimado y tiranizado por el ritmo sexual. Un lujoso Cabernet Sauvignon de Catena Zapata completaba el seductor equipaje que Del Valle había preparado para la ocasión.


-  Chicos, habla Marcela, es urgente, disculpen la hora – desde el contestador automático de Carlos la mujer mostraba su desesperación – ¡¡Por favor, se lo ruego, atiendan!!
-  Hola Marce – Alicia saltó literalmente de la cama y levantó de inmediato el tubo del teléfono fijo al escuchar el reclamo – ¿Qué te pasó, te olvidaste algo?
- Ya se habían dormido, disculpen. Es que acabo de llegar a casa y está todo dado vuelta. Es un desastre. Parece que una banda se hubiese encargado del asunto...
- ¿Te robaron, te falta algo? – preguntó Alicia, falsamente preocupada –
-  A simple vista nada. La plata está escondida donde siempre, joyas no tengo y las tarjetas de crédito las llevo siempre conmigo.
-  Quedate tranquila Marcela, nos vestimos y vamos para allá, aunque más no sea para ayudarte a ordenar – se ofreció Alicia -. Mientras llegamos te sugiero que llamés a la policía para hacer la denuncia correspondiente. Nos vestimos y en media hora estamos con vos. Preparate un té y tranquilizate.
-  Había pasado gracias a ustedes una noche deslumbrante – balbuceaba lloriqueando Del Valle - Bueno, tal vez haya sido sólo un disgusto. Los espero entonces –


La ausencia de solicitud por parte de Alicia con respecto a la dirección del departamento terminó por confirmarle a Marcela el verdadero rol de la pareja. Veinte minutos demoraron Alicia y Carlos en llegar al domicilio. Durante el trayecto un mensaje de Riera Molino al celular del joven le indicaba que el operativo había resultado negativo. Jimena no se encontraba en el interior del inmueble. La respuesta de Carlos no se hizo esperar: – Estamos viajando rumbo al domicilio de Del Valle, nos llamó desesperada, si no acudimos sospechará, seguimos con el caso.

*

-  Comisaría, buenas noches...
-  Necesito que vengan urgente a mi domicilio, acabo de tener un incidente con dos intrusos encapuchados que ingresaron armados a mi departamento. No tuve otra alternativa que dispararles, ambos están tirados en el piso, no me atrevo a tocarlos. Parece que son un hombre y una mujer...
-  En cinco minutos estamos arribando a su domicilio, dígame nombre, apellido y dirección. Deposite el arma en un lugar visible  y aguarde nuestra llegada – ordenó el oficial -
La intrigante dama había bosquejado a la perfección su emboscada. Los occisos, Carlos y Alicia, yacían a poca distancia entre sí con tres balazos en el tórax cada uno, el charco de sangre sobre el parquet resultaba aterrador. Previamente habían colaborado para acomodar el sitio por lo que las huellas de los jóvenes estaban distribuidas en todo el apartamento y a disposición de la ley.
Marcela portaba una veintidós, arma pequeña, certera y letal a corta distancia. De acuerdo a las pericias efectuadas los seis impactos dieron a pleno y de modo alternativo. La dueña de casa descargó a sangre fría sus seis salvoconductos de impunidad, luego se apropió del celular de Carlos en donde todavía moraba el mensaje de Riera Molino. Marcela Del Valle continuaba estando un paso delante de su devoto criminalista, mientras éste, desenmascarado, se mostraba inepto y desconsolado. Dos muertos más para honrar y llorar, y esta vez la ley mostraba sus quebrantos. Alicia y Carlos no debían morir y menos aún ser ultrajados mediáticamente como si fueran burdos criminales. El jurista constató que no tenía alternativa, su compromiso se había triplicado.

*

Desde su habitación del segundo piso de la pensión ubicada en la calle Virrey Cevallos, justo frente al Departamento Central de Policía, Agustín trataba de aproximarse a los sucesos forzando hipótesis y en algún caso fantaseando más de lo recomendable, acaso influido por los medios de comunicación. Durante el último mes y medio no había recibido noticias de Riera Molino por lo que presumía inconvenientes de toda índole. Tenía la orden expresa de sobrevivir sin interferir. Para ello le habían instalado, en la habitación del albergue, el auxilio de televisión por cable, un equipo informático de última generación con servicio de Internet por banda ancha, además de proveerlo de una buena cantidad de libros de variada temática y hasta le contrataron una acompañante para que lo visitase con la regularidad que él creyera conveniente. Ya se había enterado por los medios la suerte corrida por Carlos y Alicia, en consecuencia sospechaba sobre los avatares éticos y humanos que el jurista en jefe debía estar afrontando. Su espíritu optimista le estaba jugando una mala pasada. Marcela Del Valle pasó a ser una vengadora que logró redimir la tan requerida justicia por mano propia. Una débil y solitaria mujer, lograba desbaratar y eliminar a dos seres tan peligrosos como abyectos. Según Crónica tenía entidad de heroína, según C5N una mujer osada y desesperada ante la apatía y la desprotección estatal, según TN una doliente víctima de la inseguridad K; Susana, Mirta y Marcelo aplaudían, desde sus influyentes programas televisivos, el coraje de la dama, mientras el procesado Jefe de Gobierno porteño la mencionaba como ejemplo y emergente de los tiempos, aprovechando la coyuntura para criticar al ejecutivo nacional por no transferirle los fondos y permitirle el armado de su policía metropolitana, obviando el dato que el comisario escogido para el cuerpo era un persona altamente comprometida en el atentado contra la mutual judía A.M.I.A. Cada uno llevaba agua para su acequia, desentendiéndose de la verdad, elemento menor que no cuenta en estos casos. Lo único indispensable era instalar en el pensamiento colectivo la idea más rentable para desechar todo tipo de análisis y compromiso racional.
Una semana pasó hasta que el doctor Riera Molino convocara a una conferencia de prensa a cuenta del luctuoso evento. En dicha reunión estuvo acompañado por varios dirigentes de la agrupación H.I.J.O.S. Allí se exhibieron ciertas dudas razonables que el caso evidenciaba por fuera de la fervorosa defensa ética y humana que realizó de los occisos. Determinados puntos oscuros fueron expuestos, documentos que el propio estudio jurídico presentó con el fin de provocar que la causa no se cierre prematuramente. Paralelamente, se instalaba en el jurista la necesidad de bosquejar un sendero en donde Agustín debía constituirse como inexcusable protagonista.

- Informes de los servicios de inteligencia detectaron la existencia puntual de una llamada desde el celular de Marcela al teléfono fijo de su departamento, Agustín – mencionó Riera Molino – Ubican la comunicación treinta minutos antes del asesinato de los chicos, además la seguridad del edificio cerró nuestra pesquisa al ver la foto de Marcela. Según el uniformado, Del Valle estuvo en el lugar hasta altas horas de la noche. Añadió a su testimonio que observó salir a la pareja una hora y media después de que la victimaria se retirará en soledad. Los tiempos coinciden rigurosamente.
- ¿Qué más necesita, doctor? ¿Ya la tiene? – Inquirió Poso – Nunca podrá argumentar que no los conocía...
-  Sólo encontrando el celular y sus huellas en él, mi amigo. Si el aparato no aparece nunca vamos a poder comprobar la inocencia de los chicos. Puede conjeturar que lo perdió y que fue timada por ellos mediante una relación casual. De todas formas ese no es el punto. Es probable que ella sepa que contamos con esa información. Aquí y ahora el enigma es el paradero de Jimena. Supongo que intelectualmente maneja ese dato como prenda de abrigo.
- No lo entiendo...
-  Fácil. Se sabe intocable en tanto y en cuanto sea la única que conoce el alojamiento de Jimena.
- Es un callejón sin salida, doctor...
-  Bueno, de eso se trata, hallar una puerta. Y para eso lo necesitamos a usted. Nadie conoce mejor a Del Valle. Por el momento, nuestras chances son meramente deductivas, con lo cual nos aventaja enormemente, mi amigo. Una vez que recuperemos a la viuda no será complicado cercar a Marcela desde el marco legal. La quiero presa por secuestro y triple homicidio, perpetua por tiempo indeterminado, de otro modo no sirve. No puedo permitirme dejar la posibilidad de que algún tecnicismo encuentre sustento y reduzca su pena.
- ¿Alguna vez pensó en lo obvio?
- Explíquese Agustín, por favor...
- Marcela es una persona que nunca escondió sus cartas. Jamás se ocultó y que yo sepa nunca modificó sus rutinas. Su trabajo, su gimnasio, sus compras, su noche mensual en El Ágora siguieron tan habituales como entonces. No es una criminal básica, tiene un perfil fuera de los cánones corrientes.
- Y usted qué sabe de criminales...
- Nada, excepto por lo que muestran los medios de comunicación.
-  No confíe demasiado Agustín, algunos periodistas, que se dicen dedicados a la criminología, tienen demasiados libros de Conan Doyle y de Chesterton en la cabeza, cuestión extraordinaria si se limitarían meramente al disfrute literario, sucede que generalmente vuelcan esas memorables ficciones artísticas a la realidad.
- Qué quiere que le diga, veo a Marcela como una fundamentalista. La observo más cerca de un talibán que de un doméstico psicópata. En ella la victimización reemplaza cualquier otro motivo.
- Sea más claro hombre, se lo ruego.
-  Seré más claro. Marcela no asesina por política, menos aún por dinero o por placer. Lo hace persuadida por sus pretextos. Nuestros truncos embarazos y la atención dispensada en ambas coyunturas le otorgaron suficientes excusas para asumir que la sociedad le debe y, en consecuencia, se permite justificar todo su accionar. Por eso no se esconde, sólo efectúa una suerte de previsión. Planifica a cara lavada y procede de acuerdo a derechos adquiridos. Ejerce a discreción su superioridad moral e inmoral. En el fondo se manifiesta muy creyente de su destino...
-  Siga, siga…
-  Pregunto: ¿Y si la tiene alojada en algún sitio que le brinde seguridades que a esta altura del embarazo ella no le puede ofrecer? – cuestionó Poso –. No se olvide que su fin es la apropiación de la criatura. Digamos, su tercera posibilidad de ser madre, en consecuencia debe cuidar esa panza como si fuera propia. Corríjame, pero... ¿Me equivoco si afirmo que no había rastros de la viuda en su departamento? Además, estoy seguro que ella procede segura de ser vigilada, la trampa que les fabricó a los chicos es todo un indicativo de su atención.
- Si la realidad es como la pinta – interrumpió el jurista – es imposible acercarnos a ella mediante un espontáneo. De hacerla observar, necesito recursos profesionales y permanentes, un especialista tal vez. Calculo que faltarán entre cinco y seis semanas para el parto. Tiempo suficiente para investigar los archivos de todas las clínicas privadas y estatales del área metropolitana. Paralelamente a esto, el seguimiento se hace imprescindible. Pero ¿Quién?... A esta altura de los acontecimientos Marcela no tiene nada que perder, cosa que la hace doblemente peligrosa.
-  Tal vez usted pueda negociar con ella, doctor – sugirió Agustín –
-  Me niego a la idea – maldijo el legista -, negociar sería enterrar la memoria de Alicia y de Carlos dejando impune ambos crímenes; al mismo tiempo no puedo exponer la privacidad de matrimonio Benítez Lastra.
- Habrá que resignar algo – sentenció Poso - 
- ¿Por ejemplo?
- Resigne su ética profesional y su palabra; haga un acuerdo con Marcela y no lo cumpla. Comience a pensar como ella y estoy seguro que estará más cerca de atraparla. Por un mes en su vida compórtese como un perverso, doctor. Olvídese de la ley, de las normas y de las formalidades. No menosprecie la idea de que la violencia es injusta según de dónde viene; lamento informarle que no hay opciones cuando se está entre las sogas.
-  ¿Me pide qué me transforme en un recurso para-judicial y así convertirme en aquello que he combatido durante toda mi vida y mi carrera? No, mi amigo, perderíamos la esencia y la razón fundamental, seríamos tan despreciables como nuestros antagonistas. Operar de ese modo significaría correr el eje de la discusión. Obrar conforme a la ley es nuestro único reaseguro – afirmó Riera Molino –
- Entonces... A seguir pensando, doctor...
-  ¿Y usted Agustín? ¿Hasta dónde es capaz de arriesgarse? No se olvide sus deudas con la ley...
-  Sabía que tarde o temprano me lo recordaría.
-  Debería saberlo mejor que nadie, ese débito nunca se disipó. Es lo que recién le mencionaba, proceder conforme a la ley es lo único que nos hace libres. Usted fue primero prisionero de Marcela, luego de la justicia, más tarde rehén de sus miedos y ahora del presente. Al igual que Del Valle, no tiene salida, mi amigo. Se puede esconder por un rato pero es imposible hacerlo toda la vida. Observe a nuestros prohombres del proceso, civiles y militares, y entenderá de qué le hablo. Esa es la gran enseñanza que rescato de la tarea que vengo desarrollando en la agrupación. Uno puede tener voluntad de fugarse, pero indefectiblemente en algún momento, la necesidad de descanso ofrece la posibilidad de tropezar con sentencias demoradas. Y no le hablo de la conciencia, le menciono algo más tangible y terrenal; eso de pagar las deudas que uno contrajo por acción u omisión.
- Veo que me está encomendando la misión – afirmó Poso –
- Sólo le estoy dando la posibilidad de reunirse con su libertad.
- O con la muerte...
-  Usted determinará si vale la pena el riesgo, Agustín.
-  ¿Puedo pensarlo?
-  Tiene cuarenta y ocho horas. Yo utilizaré ese tiempo para planificar el operativo.
-  ¿Buscará aliarse con algún despreciable para, luego de logrado el objetivo, licenciarlo y dejarlo ir?
-  No se otorgue tanto crédito, Poso. Veo que "Rayuela" anda dando vueltas por su cabeza...
-  "Quién dé una vuelta y vuelva, y haya tenido bien abiertos los ojos, conocerá mejor la forma de su jaula”. No sólo "Rayuela", doctor...

Asistieron al cónclave, especialmente invitados por Riera Molino, todos los representantes y asesores legales de las organizaciones de Derechos Humanos, además del subsecretario del área. Para tranquilidad y satisfacción del jurista, Poso arribó cuando la reunión estaba a punto de comenzar. En ella se acordó cerrar filas en todo lo referente a la apoyatura logística que incluiría el operativo. Si bien Agustín sería el ariete, quedó determinado que nunca se movería en soledad diseñando un cerco que le imposibilite a Marcela cualquier tipo de evasión y que a la vez proteja la seguridad física del mismo Poso. La idea principal de Riera Molino radicaba en la necesidad de entornar a Del Valle de modo intempestivo, relacionando actores de modos variados e insospechables. Colocar personas en los ámbitos de su rutina, aguardando por el error que les permita descubrir el paradero de la viuda.


*


- Me informaron en la inmobiliaria que trataste de ubicarme – el mensaje que Agustín había dejado en el contestador de Marcela resultó un eficiente anzuelo. 
- Pensé que te había tragado la tierra – ironizó Del Valle –
- Después de lo sucedido con Facundo intenté salir de todo esto. Pero como verás es muy complejo. Se puede cambiar de paisaje, de calle, de amigos, pero de lo que no se puede huir es de uno mismo. Las miserias viajan en la cartera, adosadas al documento de identidad, fijas a tu propio y exclusivo calendario.
-  Es evidente Agustín, la poesía no es lo tuyo – subestimó Marcela – Si me dijeras que te cagaste en las patas te creería. Ese comentario me suena a relato insignificante. De todas formas te cuento que me cargué a tu inquilino y a la novia. Dos pendejos que intentaron pasarse de listos. Supongo que te habrás enterado por los medios.
-  Por eso te llamo Marcela. Quería saber cómo estabas. No me cierra el tema ¿Qué relación tenías con esos pibes?
-   Te invito a cenar y charlamos. ¿Te parece esta noche?
-   Si no me vas a pasar a degüello...
-   ¡La estúpida frase te pinta de cuerpo entero! ¿Dónde estás parando?
-   En ningún lado. Recién llegué a Buenos Aires de un viaje del cual no pensaba regresar. Supongo que iré a una pensión hasta que termine la causa y me liberen el departamento. Lo voy a volver a ocupar, no creo que luego de lo ocurrido alguien quiera vivir allí. Lo que ahora necesito es una buena ducha.
-  Vení directamente, no gastes guita en hoteles de mala muerte...
-   Paso por la inmobiliaria para ver cómo está la cosa desde lo legal, compro un vino y voy para allá.
-  Te espero.

Agustín utilizó esas dos horas que mediaron desde que finalizó la conversación telefónica hasta tocar el portero eléctrico de Marcela, para cerciorarse que cada actor estuviera en su lugar tal cual se había planificado. La utilización de un locutorio público le aseguraba que su celular permanecería inmaculado ante la posible intrusión de su anfitriona.

- Disculpá si hiero tu ser intelectual – una vez ingresados al ascensor, Marcela besó la boca de Agustín al mismo tiempo que sus manos rodeaban el promontorio del joven, apéndice que abdicaba ante una prematura e indócil erección – pero hay cosas que no se olvidan...
- Te dije que necesitaba un baño – Agustín aceptó la lisonja sin poder reaccionar, sus manos estaban comprometidas con el equipaje de modo que se vio imposibilitado de responder físicamente ante el desborde provocador de la dama –. Tus ironías no me ofenden, todo lo contrario. Que a mi edad y luego de lo sucedido aún te motive puede llegar a disparar cierto narcisismo que tenía postergado.


Agustín observó que el departamento de Marcela estaba tal cual lo recordaba. No había indicios que hicieran presumir la existencia de otro morador. Cada objeto, sea decorativo o utilitario, estaba colocado en su sitio original. Nada hacía suponer que dicha vivienda hubiese estado compartida en un pasado no tan lejano; hasta el cuarto de baño conservaba su habitual geografía. Si Jimena pasó por allí lo hizo fugazmente y sin dejar rastros. Mientras el agua cálida de la ducha caía sobre su cuerpo, otro cuerpo invadía silenciosamente por la parte trasera de la tina.


- Necesitaba esa ducha – comentó Agustín - es curioso y estúpido a la vez. Después de un baño uno se siente tan limpio como sano. No sé, mejora la respiración, determinadas falencias y fatigas musculares desaparecen, y hasta ciertas dolencias del alma parecen aliviarse...
- Tal vez no haya sido la ducha...
- No pienses que te resto mérito, compruebo que tu tiempo juvenil continúa vigente. No puedo ocultarte que me percibí algo viejo y lejos de tus demandas.
- Recién llegaste, supongo que físicamente debés estar cansado. ¿Por dónde anduviste?
- Dando vueltas por el sudoeste bonaerense – mintió Poso -. Se me ocurrió, a modo de escape, constatar lo que quedaba en pie de mi árbol genealógico; todo un fraude emotivo. Coronel Dorrego, Tres Arroyos, Monte Hermoso, Sierra de la Ventana, lugares que tienen que ver con mi infancia, reencontrar aquellos sabores y aromas con los cuales crecí: los dulces, el pan casero, el queso de oveja, el aceite de oliva, la llanura. Entender a Juan Filloy cuando escribió aquello de que “no existe más inmortalidad que la del nombre”, dando por certero que esa infinitud nominal tendrá directa relación con la integridad de nuestras conductas terrenales. Te confieso haber hallado decenas de espíritus dignos de inmortalidad. Mujeres y hombres que se someten pasivamente a la dictadura de sus propias noblezas, sin quejarse, sin victimizarse, asumiendo que su tarea principal es embellecer, mediante el trabajo y el arte, aquello que les tocó en suerte. – Agustín finalizó el breve monólogo convencido que su poder dialéctico le daba a Marcela razones concretas para entender la trama de su exilio voluntario –
- De todas formas, mientras vos te entretenías con tu yo interior – interrumpió Del Valle – casi caemos en un trampa. Vos de vacaciones y yo haciéndome cargo de tu libertad, actuando para no ser atrapados como moscas. Seré de lo peor, pero vos también tenés algún patito que pelar...
- ¿Trampa? – preguntó Agustín –
- Te hablo de la pareja y sus pretensiones. Detrás de esta gente hay algo que todavía no he podido descifrar. Sospecho que van tras el paradero de Jimena y su bebé, no descarto que pertenezcan al entorno de Facundo. Si esto es como creo, el Colegio de Abogados, las asociaciones de Derechos Humanos y los servicios deben estar soplándome la nuca.
- ¿Hasta cuándo vas a seguir con esta locura? ¿Realmente considerás qué vas a salir airosa de semejante dislate? Entregá a la piba y borrate, mandá un anónimo, buscá un lugar seguro en donde nadie te conozca. Dos años después nadie se va a interesar por vos. Para entonces, Alejandra y Facundo serán caso cerrado y la parejita será recordada como un dueto de pibes chorros. En lo personal me comprometo a colaborar si optas por esta salida, de lo contrario...
-  ¿Me vas a entregar? – inquirió Marcela –
-  No, pero ésta puede ser la última vez que me veas en tu vida  - insinuó Agustín –
-  ¿Y desde cuándo eso tiene entidad de castigo supremo?
-  Desde el momento en el cual comiences a analizar tu realidad, lo que te rodea, tu entorno. Sos una persona joven, ciertamente hermosa y notoriamente inteligente. Inexorablemente, llegará el día en que el crédito se agote...
- ¿Y por eso crees que te necesito?
-  Marce, es mucho mejor para vos reinventarte que continuar siendo lo que eres. Tu hoy camina en dirección a la extinción, tiene fecha de vencimiento. Dentro de un mes todo esto finalizará irremediablemente. Cuando nazca el bebé se habrán acabado tus fichas y te aseguro que nadie apostará a tu favor. ¿Qué cosa sospechás hará Riera Molino luego de tener las certezas temporales con respecto al fin del embarazo de Jimena? – preguntó Agustín–
- Me sorprende tanta subestimación de tu parte, y que supongas que mis planes pueden terminar en una simple rendición, me ofende. Además me parece un error de tu parte pensar que yo tengo secuestrada a Jimena. Te asombraría saber a quién se le ocurrió deshacerse en forma definitiva del doctor Facundo Benítez Lastra...
- Nunca me lo dijiste.
- No era necesario Agustín. Me gustás mucho, me moviliza tu cuerpo, pero mis sentimientos son de Jimena. Ella está bien, lleva su embarazo con suma tranquilidad, consciente de lo que quiere. Sólo espera el momento para poder disfrutar de la vida junto a la persona que ama...
- ¿Vos?
-  Aunque te pese, aunque no lo entiendas, es así – afirmó Marcela -. Si nos licencian seremos las madres y los padres de ese bebé.
-  ¿Sabés dónde está?
-  Al principio elegí no saberlo para no correr riesgos, pero Jimena me intimó para que lo supiera. Ella detesta la hipocresía de su sensato pasado leguleyo, completo en artificios y embustes.
- Ni ella ni vos tienen derecho a victimizarse, Marcela. Sospecho que ignorabas que esos dos pibes que asesinaste eran hijos de desaparecidos, e integrantes de una de las agrupaciones que trabajan a favor de la recuperación de la identidad y que, a la vez, estaban colaborando con la investigación de Riera Molino, titular de uno de los pocos burós jurídicos que osaron enfrentarse a la dictadura militar, debiendo pagar por ello con varios años de exilio. Al igual que hicieron Carlos y Alicia, estoy con él; trato de colaborar en el caso, procuro rescatar algo de vos. Ojalá que junto a Jimena comprendan dónde está el árbol y dónde el bosque, lo urgente y lo importante. Por lo que a mí respecta le informaré a Riera Molino las novedades. Sinceramente lo lamento por las dos. Mejor dicho por los tres, aunque el inocente que está por venir tardará bastante tiempo para interpretar y racionalizar las decisiones de su venturosa alcurnia.
-  Esperá Agustín, no te vayas. Necesito pensar, hablar en voz alta – reclamó Marcela visiblemente quebrada -. Te juro que nada sabía de esos chicos. Los imaginé servicios de inteligencia o personal policial...
-  ¿Y por eso los mataste?
-  Me sentí acorralada, vigilada. Les abrí el corazón y hasta dormí con ellos varias veces, me afectó en exceso sentirme traicionada.
-  ¿De qué estás hablando? No, no Marcela, me resisto a creer que esto es real. ¡Estás absolutamente desquiciada, víctima de tu propia mitomanía!



Por todo aquello que no pienso mencionar necesito tu omisión. Sospecho que lo adviertas absurdo e inexplicable; hasta yo mismo lo encuentro ciertamente inverosímil. Es cierto, hace apenas minutos estábamos enlazados mientras nuestros fatigados y efímeros cuerpos se homenajeaban con marcado desinterés. Soy básico, regresar al rincón en donde fui feliz no cuenta para mí. Le temo al desgaste, a la pérdida de un hermoso pasado...


- Alguna vez comencé una carta que nunca terminé... te la dejo; no sé si sería capaz de completarla, desde entonces pasaron muchas cosas. Antes de irme y por todo lo vivido te cuento que tu entorno está rodeado. Todo lo que examines te indagará, todo lo que palpes te escrutará y aquello que murmures será escuchado. Jimena y vos deciden, ambas sabrán si los muertos merecen descansar en paz.


2 – Marcela y Jimena

Por el momento ambas sostenían un  temeroso estado de espera. A sus inquietudes cotidianas se sumaba la imposibilidad de comunicarse entre sí para tratar de arribar en conjunto a la definitiva toma de decisiones. Marcela pensó en Agustín, en sus recomendaciones, en su carta inconclusa; lo bocetó como nexo con el jurista. Ante tales circunstancias, reunirse con Jimena se transformaría automáticamente en una emboscada imposible de evadir. Su idea inicial apuntaba a liberar de todo cargo y culpa a Jimena mediante una conversación directa con Riera Molino. Una declaración de la viuda desvirtuaría toda hipótesis de secuestro añadiendo la posibilidad de flexibilizar la vigilancia a la que estaba siendo sometida. Se dio cuenta que no podía refutar los argumentos de Agustín, por ello estimó prudente tratar de contar con su buena voluntad para acceder a Jimena sin que Riera Molino y su gente sepan del asunto. Un mensaje de texto fue suficiente para que Agustín respondiese sin demora.

-         “Estuve pensando en tus palabras. Necesito verte. Acabo de tomar una decisión. Te espero en casa.”
-         “Lo lamento Marce, los datos de Riera Molino están en la tarjeta que te dejé sobre la cómoda”

Ahora sí, Marcela estaba navegando en un mar de abandono y desolación. Su soberbia había sido sometida sin protesto ni pretextos. No podía salir de su hogar ni realizar llamada alguna sin ser observada, presa de su propia necedad y descontrol, desmantelada, rendida ante la segura inmisericordia del jurista. Se preparó un té de hierbas mentoladas, levemente enmelado, acompañó su merienda con una rodaja de pan de salvado previamente tostado y aderezado con una fina película de dulce de frutillas bajas calorías; encendió su ordenador. La foto de Jimena semidesnuda y sonriendo, mostrando su panza, laboraba como emotivo protector de pantalla. Mal momento para llorar pensó. Se quedó un largo rato mirando extraviada el archivo Word en blanco que utilizaría en breve para prestar declaración a distancia. Conocía sus debilidades como narradora, por eso asumió que el programa escogido la ayudaría en el armado de su testimonio, no sólo por las posibles faltas de ortografía sino también por determinadas construcciones gramaticales que nunca se había esmerado por aprender. No deseaba presentarse ante el doctor Ernesto Riera Molino como un elemento portador de miserias intelectuales.


Doctor Riera Molino
De mi mayor consideración:
                                               Espero que el presente escrito no le cause sorpresa; al respecto sospecho que el señor Poso le habrá adelantado parte de lo que a continuación le voy a detallar. No es un intento póstumo ni una sórdida especulación debido a un supuesto revés. De hecho no considero que la derrota o la victoria sean parámetros para establecer un adecuado análisis sobre la situación que nos involucra.
Como usted sabrá, la señora Jimena Aldazábal viuda de Benítez Lastra, está en perfectas condiciones físicas y anímicas; su embarazo marcha con normalidad siendo monitoreada y asistida por facultativos dispuestos y aparatología de última generación. El lugar fue escogido por ella misma habiendo tomado para su elección dos condiciones ineludibles: intimidad y tranquilidad. Si bien no tengo contacto directo con Jimena, conozco su paradero, de modo que, como usted podrá comprobar, nada de esta realidad hace suponer que la mencionada se halle retenida contra su voluntad. Fuera de sus sospechas, le aclaro que estoy dispuesta a colaborar de forma tal de liberar a Jimena de las posibles cargas legales que la puedan involucrar. Le ruego entienda que estas líneas resultan de fatigoso diseño para alguien que nunca estuvo frente a una suerte de entramado confesional, debido a esto estimaría sobremanera que me licencie de la textualidad que la coyuntura requiere y a la vez merece. No intento justificar lo injustificable pero desearía que comprenda el significado que tiene para nosotras la posibilidad de normalizar una situación extremadamente compleja. Sabrá del afecto que me une con la viuda, nuestros futuros nos incluyen al igual que el amor por el ser que lleva en su vientre, de modo que lejos estoy de intentar afectar el devenir de Jimena y su retoño. Por eso, me haré cargo de aquello que la ley considere necesario para que el mañana no nos encuentre, otra vez, encerrados en un nuevo laberinto. Lamento lo acaecido con Alicia y Carlos. Ignoraba que eran colaboradores suyos, al igual que desconocía sus militancias dentro de las organizaciones de Derechos Humanos. Los sospeché servicios de inteligencia. Usted sabrá más que nadie, los miedos que disparan en nuestro país esas organizaciones parapoliciales. A pesar de ello, en lo personal, no lo considero atenuante.  En ningún momento mostraron comportamientos que determinasen tan aventurada suposición. Al dolor de sus muertes se suma la injusticia que significó el menoscabo que sufrieron por parte de los medios de comunicación. Le aclaro que estoy a disposición para que tal memoria sea rectificada. Confieso sentirme ruin, dejo en sus manos la aclaración pública de estos temas.
Con respecto al fallecimiento del doctor Facundo Benítez Lastra le debo aclarar que si bien deseábamos su partida, la misma fue provocada por su mismo arrebato lujurioso. Al ingerir desmedidas dosis de fármacos estimulantes no contempló que su corazón se vería afectado. Técnicamente no lo asesiné, pero no es menos cierto que sabiendo del tema pude haberle advertido. Me quedo con una frase que por aquellos días repetía Jimena:"Facundo nos disculparía si algún día se enterase que el goce desmesurado pone en riesgo su vida. Igualmente creo que nada haría moderar su conducta". De este modo, y luego de conversar con Jimena, usted podrá verificar que no podemos ni debemos ser juzgadas por el homicidio de Benítez Lastra. De alguna manera él colaboró con su propia muerte mediante la ingestión voluntaria de  toxinas estimulantes con el afán de potenciar su sexualidad. No contempló que su extremo anhelo de poseernos genitalmente tenía serias contraindicaciones físicas para su organismo. De modo que considero que las demás aclaraciones sobre el tema corren por cuenta de Jimena y su intimidad. No soy quién para detallar miserias de terceros, cada matrimonio preserva secretos entre sus sábanas que nadie tiene derecho a develar, amén que alguno de ellos así lo disponga. Por el momento dejo para su elaboración la presente propuesta ofrecida. La viuda de Benítez Lastra se encuentra recluida por decisión propia en el dispensario de Nuestra Señora de la Trinidad. Quien se encarga de su atención física y estabilidad emocional es la Hermana Paulina Reyes, Madre Superiora de la comunidad y regente del claustro. Debo advertirle que la monja, si bien goza de nuestra confianza, ignora determinados detalles sobre el tipo de relación que me une con Jimena por obvias razones de formación religiosa, de modo que le solicito cierta reserva cuando deba entrevistarla. En lo que a mí respecta quedo a su disposición. Usted deberá indicarme los pasos legales a seguir. Atentamente. Marcela Del Valle.


Luego de varias lecturas disparó el mensaje de correo electrónico hacia la casilla de Riera Molino como destinatario principal incluyendo copia oculta con destino a la casilla de Jimena. De aquí en más, Marcela debería sobrellevar un paciente letargo en procura de no mellar las defensas de su amada, arriesgando a favor de la prudencia y la inteligencia del jurista. Sabía que en breve sería detenida comenzando para ella un derrotero tan engorroso como inútil. Una hora después la devolución del mensaje con la firme respuesta por parte de Riera Molino, le significó una caricia inesperada.

“Señorita Del Valle... agradezco su declaración. Esto abre una posibilidad cierta de encontrarnos con la legalidad. Le aseguro que personalmente me encargaré que cuente con el debido amparo constitucional. Le ruego me envíe, en forma completa, sus datos personales y filiatorios de modo poder realizar las citaciones correspondientes. Muchas Gracias".

Doctor Ernesto Riera Molino

*

Los dos meses subsiguientes confirmaron las presunciones de los actores. Marcela, imputada y procesada con prisión preventiva, estaba detenida en la Penitenciaría de Encausadas de Ezeiza por doble homicidio simple. Jimena, mediante cesárea programada, había dado a luz a Celeste, una hermosa beba que pesó tres kilos seiscientos. Nada hacía suponer modificaciones sustanciales en el futuro inmediato, dado que la claridad y la prolijidad del proceso no le otorgaban a Del Valle ningún atajo administrativo que admitiese un futuro venturoso ante una posible apelación.
A poco del parto y en condiciones físicas óptimas Jimena comenzó a delinear lo que sería una constante: sus continuas visitas al penal, con el objeto de compartir su maternidad con Marcela, hábito aderezado con la necesaria y subrepticia rutina sanitaria. No había razón para ocultar que se amaban. Gracias a las gestiones de Riera Molino disponían de intimidad dos veces por semana y en horarios en donde el resto de las internadas estaban ocupadas en otros quehaceres. El personal de guardia mostraba recelo ante tal privilegio, empero nada podían hacer al respecto. El fastidio no radicaba en la percepción sobre la supuesta injusticia del permiso, sino en el apetito general que ambas mujeres despertaban dentro de las huestes del penal. La belleza de la pareja era notoria, saberlas definidas sexualmente despertaba en el ambiente del correccional profundos deseos de placer. Los antecedentes de Marcela impedían que sus compañeras de pabellón se acercaran con intención; la sabían cruda y despiadada, portadora de una inteligencia superior y ciertamente decidida de ser malamente provocada. De todas formas, su silueta no pasaba desprevenida en las duchas y menos aún cuando disponía de tiempo para exigirle a su cuerpo los ejercicios que, desde  joven, había adoptado como parte de su vida. Las internas se presentaban como deseosas y entusiastas observadoras de una figura voluptuosa, sudando en pos del más universal de los objetivos: la preservación de la belleza, el culto al esplendor. – No es justo, ni nos habla – comentaban algunas de las detenidas-

- Es probable que si lo hiciese la convivencia entre nosotras sería imposible.
- Los celos y la envidia provocarían enormes dificultades – admitían otras.

El grupo de internas más radicalizado instaló para sí la posibilidad de forzar la situación. Tomarla sorpresivamente no era tarea compleja; sobornar a las centinelas, mediante dinero o participación, aseguraba la necesaria privacidad con relación al resto de las pupilas. El día y el momento estaban acordados, las dádivas fueron distribuidas sobre la base del orden jerárquico usual, al igual que en "Crónica de una Muerte Anunciada", la víctima se dirigía hacia su destino, analfabeta de lo que nadie ignoraba. Las tinas nuevas, sector recientemente inaugurado, fueron el lugar escogido por las internas. Marcela, en aparente soledad, comenzó con su rito diario. El bello cuerpo cobrizo se manifestaba relajado ante el paso de la jabonosa cascada. Los azulejos dejaban intuir la sombra perfecta, un diseño sobrenatural, indemne de vulgaridades, creado para ser disfrutado en su conjunto. Tamañas demasías no podían sostenerse egoístas dentro de ese túnel oscuro e insomne; debían mostrase generosas, terrenales, debían entender que la pureza solo sería posible cuando sus almas compañeras accediesen al póstumo homenaje. Tres de las internas ingresaron al recinto con suma discreción. Tal cual lo acordado con el servicio de guardia del penal el resto permanecía en los alrededores del pabellón, supuestamente, castigadas. Observar su sesión de provocativo onanismo, bajo el agua, proporcionó a la gavilla mayor apetito, por lo que el arrebato no sufrió demoras. Era un despropósito que esa enorme inquietud erótica fuera a dar a los abismos del anonimato, a los desagües del correccional; no se podían permitir quedar a un lado del magnífico banquete.

- Hace días que esperaba ser visitada – la arrogante afirmación de Marcela duplicó la excitación del grupo; aún de espaldas ignoraba la cantidad de compañeras que acudieron hasta su intimidad. – Sólo espero que se hayan acercado con la intención de disfrutar y no con el fin de violentar innecesariamente algo que puede resultar maravilloso –

Las visitantes detentaban holgada experiencia en estas contiendas sin embargo nunca alguien les había apuntado, a priori y con tanta firmeza, los códigos carcelarios. Ya de frente, exhibiéndose desnuda y sin omisiones, Del Valle las conminó a diseñar una velada en donde la belleza y el goce protagonicen el intento; si el sadismo se hacía presente, que éste fuera por obra y gracia de la lujuria y no debido al egoísmo y la iracundia. El fin no era detentarse, el objetivo era disfrutarse. Poco más de dos horas demoró el cuarteto en saciar sus apetencias. La variedad de juegos eróticos propuestos por Marcela demostró a las invasoras que nada de lo vivido en ese túnel hasta el momento merecía evocación. Cada una usurpó y fue usurpada, disfrutó de sus egoísmos y fue generosa, bebió y fue bebida, besó y fue besada, diseñando bellamente y en conjunto algo parecido a la libertad. Conformes, se atrevieron a ser solidarias con las toallas, colaborando entre sí en pos de secar aquellos distritos de escarpado acceso; luego bromearon, intercambiaron ideas estéticas y hasta conjugaron verba digna de peluquería. Se sintieron amigas y amantes, personas dentro de un ámbito demasiado ajeno y luctuoso como para ser identificado desde lo emotivo. El evento modificó el mapa de las relaciones dentro del pabellón. Un ambiente sibarita comenzó a desarrollarse de modo imperceptible; el sexo y su pureza como factor integrador, socializante, recuperando preceptos; los egoísmos legítimos e ilegítimos, el silencio, el lograr postergarse, aunque dicha espera solo bocete una infructuosa demora. La equilibrada convivencia, sin líderes violentos, sin prejuicios, tratando de armonizar lo inevitable, siendo sujetos de aquello indomesticable que cada uno encierra dentro de sí: lo bello, lo bueno.
Las veinte compañeras de la nave comenzaron, de ese modo, a recorrer senderos a contramano de lo instalado por usos y costumbres. Sentidas despedidas de aquellas que cumplían su pena se fusionaban con sensibles y acogedoras bienvenidas, asumiendo lo gravoso del impacto que causaba el estado de reclusión para la recién llegada. El amor libre como norma fundacional había logrado que la hostilidad quedara asentada en los arrabales del penal. Hasta las funcionarias del establecimiento sentían placer cuando les era asignado el turno y eran invitadas al banquete. Se festejaban los cumpleaños, y todo aquel aniversario significativo que sirviese de excusa para engañarse y continuar, a pesar de una realidad adversa e indudablemente hiriente. Marcela tenía claro el destino de sus afectos pero no podía omitir los detalles de su presente, esquivando toda posibilidad de censurarse y censurar. Aguardando por su libertad debía comprender que lo mejor posible era su extrema instancia de supervivencia. Ese ámbito de integración solidaria impedía que los celos hallaran cobijo dentro del pabellón; si bien existían marcadas debilidades personales, ninguna pretendía la posesión individualista. De alguna manera la conformidad por interpretar el momento daba por sentado que nada de lo que allí ocurriera tendría rasgos definitivos, cuestión que supo expresar con marcada crudeza en un texto de su autoría titulado “No impida que me entristezca”, escrito que tenía como destinatario exclusivo en fecha aún no prevista al doctor Ernesto Riera Molino…

*

- Lo siento Jimena, pero no existe otra forma de coexistir -confesó Marcela- Ignorar el tiempo que permaneceré encerrada hace que lo inevitable no busque signos de rebeldía. El amor por vos y por Celeste es lo que impulsa mis acciones. Entiendo lo complejo de tus visiones, comprendo tus instancias y tu estado de abandono. Pero entregarme era la única forma de obtener, en un futuro mediato, nuestra auténtica libertad.
- No tenés que disculparte, mi amor – reveló Jimena – supongo que ante situaciones límite nadie tiene derecho a manifestar críticas y menos hacerlo desde el afecto. Considero que lo fundamental es comprender y acompañar.

El recinto de visitas sanitarias no sólo reservaba privacidad para la intimidad, también posibilitaba compartir el almuerzo. Un dispensador de bebidas y otro de cafetería le asignaban al cuarto una cuota de confort nada despreciable, siempre hablando en términos relativos. La cama matrimonial era secundada por un sillón de dos plazas y una pequeña mesada. Revistas de temática variada y un neceser repleto de preservativos completaban los insumos que el servicio penitenciario estaba inclinado a solventar al servicio de las internas y sus parejas. El baño, debidamente higienizado, tenía lo mínimo indispensable para el aseo personal. Los sesenta minutos disponibles debían ser de estricto cumplimiento para evitar sanciones innecesarias que conspiren contra futuros encuentros.

- Me gustaría que te pongas en contacto con Agustín – solicitó Marcela -. Es un buen hombre, creo que puede ser de provecho tenerlo cerca. Lo conozco, estoy segura que jamás se negaría a colaborar si fuera necesario. Además compartimos las mismas frustraciones y tristezas, no dudo que encontrarás en él un asistente permanente para todo aquello que involucre a Celeste. Sería interesante para vos y sobre todo para la nena comenzar a vivir plenamente, por fuera de los cuidados de la Madre Superiora. Cortar el cordón umbilical, independizarse, tratar de formar familia haciéndose cargo. Tenés bienes de esponsales para negociar, vendiendo o alquilando, por lo cual tu situación económica es verdaderamente holgada. No hay necesidad de que la nena siga creciendo en el noviciado, siendo a la vez injusto para vos someterte a tamaña clausura. Si querés esperarme, pues que sea viviendo; date la posibilidad de elegirme cuando el momento llegue. La locura nos trajo hasta aquí; no le debemos dar otra oportunidad, siempre hay tiempo para pensar. En última instancia si lo deseas podés instalarte en mi departamento, creo que sería una linda manera de estar un poco más cerca y comenzar a compartir espacios
- Dejámelo pensar. ¿Sabés algo de la causa?
- Es lo que te iba a preguntar. Hace tiempo que mi abogado defensor no viene por aquí. Se llama Hurtado. En su última visita me advirtió que la querella centralizaba sus fuerzas en demostrar premeditación por los asesinatos de Alicia y Carlos, y que la causa de tu marido estaba cerrada por acuerdo entre las partes. Parece que tu familia política decidió no insistir para no exponer ni mancillar la memoria de Facundo.
- ¿Te habló sobre el tiempo de reclusión?
-  Según me comentó, su estrategia es demostrar que actué por emoción violenta y pánico. Supone que tal argumentación atenuaría la pena – agregó Marcela-. De todas formas nada hay para ocultar que me favorezca, los eventos fueron como fueron; las organizaciones de derechos humanos están indignadas y aspiran a una reclusión perpetua. Como verás el panorama no es alentador. Me habló de ochos años con suerte mediando buena conducta para poder comenzar a salir esporádicamente, la prolongación de la pena es incierta. Espero que Celeste me reconozca.
- Eso dalo por hecho. A partir del mes entrante vendrá conmigo a visitarte. No será siempre, por obvias razones; amo seguir disfrutando de nuestra intimidad, aunque sea con límite de tiempo. Debo aprender a convivir, tratando de no pensar en tus compañeras y sus códigos. Prefiero hacerme a la idea de que tus decisiones son verdaderamente inevitables y convencidas que nada ni nadie confundirán tus sentimientos.
- ¿Es necesario que te lo demuestre?
-  No Marcela, olvidate...Tu carga es demasiado pesada. Sería injusto y egoísta de mi parte, anexarte un peso adicional.

Hicieron el amor como siempre, muriendo y matando ante cada orgasmo, elaborando una suerte de continua despedida; sin dolor mediante ni absurdas esperanzas, disfrutaron de sus restos en compañía de los signos eternos que suele prodigar la espera.

Transcurridos tres meses, lejos de sus voluntades y para seguridad de Marcela, Jimena y Agustín comenzaron a consolidar su relación de manera incómoda y forzada, la mutua desconfianza motorizaba filosos silencios y numerosos desacuerdos. No existían coincidencias, en los fondos ni en las formas, menos aún en los tonos. El muchacho solía reparar sobre la asiduidad de las visitas de Celeste al correccional; en más de una ocasión le insistió a Jimena sobre lo inapropiado del ambiente para la niña argumentando que Marcela sabría comprender la situación. Por el contrario, Jimena desechaba toda intromisión de Poso en su vida personal; odiaba sus prudencias y costumbres como así también su histórica relación con Del Valle. Daba por sentado que la necesidad de una imagen masculina resulta un sofisma que, los comentaristas de turno, suelen arrojar al debate sin la duda previa que toda idea necesita para ser corroborada. Que tamaña percepción pertenecía al mundo del sentido común y no del sentido inteligente, ese que permite pensar lo pensado para continuar pensando, porque en definitiva y más allá del género, las conductas se definen a partir de las calidades individuales de las personas y no de su sexo. La sustancia y no la forma, el contenido y no el continente. El deseo de Marcela ponía al dúo en permanente estado de tensión. Engañarla no tenía sentido, ocultarle la verdad no aportaría a su bienestar, en consecuencia tratar de llevar la coexistencia lo mejor posible era el acuerdo tácito.

- Hace varias semanas que estamos inmersos en esta historia. ¿Me querés explicar qué te molesta de mí? – preguntó Agustín –
-  Todo –respondió severamente Jimena- Tu presencia, tu historia, tu intromisión, la confianza que aún te tiene Marcela, muy a pesar de tus traiciones. Nunca la visitaste. Tus inventados derechos y deberes. No te creo Agustín, tu libertad es un eufemismo de la justicia. Me das asco...
- Es bastante común depositar en otro las responsabilidades propias. Asumo que muchas veces estuve confundido, pero siempre traté de aligerar la carga. Hasta el comienzo de sus obsesiones Marcela era un ser excepcional, tan bella como única. Esas tinieblas la condujeron hacia premisas que nunca se atrevió a discutir victimizando su propia silueta, dándole enfermiza justificación a todo dislate cometido. Amaba amarla y creo que coincidimos si afirmo que no se necesitaban sacrificios extras para ello. No la voy a visitar porque sé que no le haría bien. Ella no me perdonaría que desluzca nuestra historia. Te aseguro que prefiere imaginar que me masturbo con alguna evocación de su desnudez, a que le lleve un cartón de cigarrillos al penal. Se lo podés preguntar, comprobarás que no me equivoco. Siempre procuré que abandone sus obsesiones, es evidente que yo no era la persona indicada para sanar sus dolores, es notorio que me faltó capacidad pero también te quiero dejar en claro que nunca cejé en mis intentos. El defensor que tiene Marcela le fue gestionado por el mismo Riera Molino, a instancias de mi solicitud personal. Es de los más brillantes que existen dentro del ámbito jurídico, sospecho que la pena será la mínima posible teniendo en cuenta lo complejo de la causa. Mientras tanto, y por fuera de nuestra voluntad, me parece que deberíamos sostener, desde el exterior, la serenidad de Marcela – afirmó Agustín –
- Me va a costar...
- Y lo entenderé, contar con alguien no es sólo una cuestión de confianza.
- Para que eso suceda primero debe desaparecer el escepticismo, confiar en las miradas, poder entregar la espalda sin alarmas ni absurdas prevenciones.
- Es todo un reto, Jimena. El asunto es dejarse llevar por la autoridad del tiempo y la memoria.

*

El denso curso de sangre corría en dirección hacia el drenaje de la ducha del baño ubicado en el pabellón número seis. Marcela ostentaba una profunda herida en su zona hepática. Un objeto punzante de doce centímetros había terminado con sus sueños y obsesiones. Una bella paradoja yacía inerte bajo la lluvia, mejorando sus fríos azulejos, procurando enaltecer lo irremediable. Sus compañeras ignoraban lo que había sucedido. Hora de la siesta, momento no habitual para tertulias o encuentros similares. Estas veladas eran organizadas a instancias de Marcela siendo sus propuestas recibidas sin protesto por la totalidad de la internas. Era un secreto a voces, dentro del penal, las formidables bacanales de exoticidad que se vivían en el pabellón. Durante la siesta Del Valle prefería comprometerse en sus lecturas o permanecer en la penumbra, con los ojos cerrados, escuchando música celta en su pequeño reproductor personal. Se sospechaba de algo externo al recinto. Si bien los primeros sondeos centralizaron su pesquisa en las convictas, los ojos inquisidores de los investigadores más versados estaban puestos sobre algunas funcionarias de la penitenciaría, quienes solían mostrarse inquietas ante la solidaria convivencia de la nave liderada por la occisa. El médico en jefe del presidio determinó su fallecimiento al instante de arribar, cosa que cumplió formalmente cincuenta minutos después de haber sido convocado.
Un pequeño recuadro en el periódico Página 12 dio cuenta del suceso, el resto de los medios ignoraron de plano el evento. “Marcela del Valle, quien estaba detenida y procesada por el doble crimen de los militantes de H.I.J.O.S. Alicia Méndez y Carlos Lorenzo Puig, fue asesinada en la tarde de ayer en los baños de la penitenciaría de encausadas de Ezeiza, víctima de una puñalada en la región hepática. Hasta el momento, los peritos científicos de la Policía y del juzgado interviniente no han emitido información sobre los avances en la investigación”. 
Dentro de la lógica de los medios era razonable que quienes habían entronizado a Marcela Del Valle como justiciera contra la inseguridad, preferían ahora ignorar su proceso. Obvias razones sensacionalistas determinan lo eficaz que significa desinformar cuando lo contrario involucra asumir incómodas erratas. El asesinato de Marcela Del Valle cerró de modo definitivo el expediente que llevaba como querellante el Estudio Riera Molino; de alguna manera la impunidad se hacía presente nuevamente, ya que los jóvenes no tuvieron la posibilidad de obtener justicia terrenal.
Por decisión de Jimena las exequias se realizaron en dependencias del correccional de mujeres. Además de Aldazábal, asistieron al evento con permiso especial, la totalidad de las internas del pabellón número seis, Agustín Poso, el doctor Riera Molino y su defensor oficial doctor Luis Esteban Hurtado. Todos los asistentes acordaban, convencidos, que nunca se conocería el nombre de quien fuera la mano ejecutora del homicidio de  Marcela Del Valle.
Luego de la cremación, efectuada en los hornos del cementerio de Flores, sus cenizas fueron esparcidas por Agustín y Jimena en los jardines del Convento de Nuestra Señora de la Trinidad. La Madre Paulina Reyes, superiora del cenobio, dio su autorización mostrándose solícita y tolerante ante la petición de la viuda Benítez Lastra. El doctor Riera Molino se permitió, con la anuencia de los presentes, hacer lectura del texto titulado “No impida que me entristezca” y que Marcela Del Valle le dejara escrito para su gobierno e interés…

No le dificulte a mi tristeza anclar cerca de mis ojos, le cuento que a veces la necesito. Será que en ocasiones me permito establecer ciertas ligerezas, inútiles desvaríos,  acostumbrados y preservados dentro de mis íntimas claudicaciones y miserias. No complete estos grises espacios con alegrías informales y mediáticas, efímeras epopeyas de vencidos que han decidido un día cualquiera rendirse antes de plasmarse la derrota, debido a que su lucha, quizás, representó un ridículo y desteñido disfraz. No se insista ni me insista, ese necio y desacreditado optimismo sólo es posible que encuentre el rechazo merecido de aquellos que supimos verlo egoísta e inferior ante el flagelo de lo que se acerca. No le dificulte a mi tristeza anclar cerca de mis ojos. Puede no compartir y disfrutar y vestirse con ropas de seda mientras la guitarra de Vaughan nos comparte, puede hasta ignorar lo absurdo de esta extraña nostalgia, preservada y permitida, abstinente y contenida. La ausencia de mí no es cosa que deba sorprenderle, por el contrario, suponer que ante tales circunstancias lo normal es la tragedia puede que nos ayude a entendernos y tomar las debidas prevenciones, para que comprenda que su silencio será el cómplice forzoso de un momento irrepetible. No le dificulte a mi tristeza anclar cerca de mis ojos, le cuento que a veces la necesito. Es verdad y la comprendo, en ocasiones asumo tediosos roles, un constante retroceso hacia la descortesía y el aburrimiento. Retorno a Sartre, a Russell, a Brecht me descubro y la descubro. No le dificulte al engendro preguntar y representar tristezas, es la única manera que conozco para afrontar con cierta dignidad los fracasos que la historia nos dedicara con suma urbanidad. Podemos olvidarnos y madrugar como si nada hubiera ocurrido, y escaparnos y traicionarnos, dejando de lado nuestro mutuo compromiso a manos de magros textos de autoayuda, esos que permiten acercarnos a la ceguera y al regocijo. Podemos acaso enterrar nuestros sueños dentro de sarcófagos mimetizados para que nunca tengan la opción de redescubrirnos heridos. Podemos también implorar por éticas inexistentes volviendo y revolviendo un pasado que le impida a la tristeza ser estimulada y al mismo tiempo no le permita madurar sólida y sin eufemismos. Puede que la receta más adecuada sea aquella de engañarse y extraviarse, dejar traspapelado en rincones que nunca revisaremos lo mejor de lo peor de nosotros, y viceversa, para que todo aquello que soñamos juntos no tenga la mínima pretensión de sobrevivir, cuestiones inmortales, inmorales, reveladas. Por eso y no por otra cosa prefiero que no le dificulte a mi tristeza anclar cerca de mis ojos, le cuento que a veces la necesito”.



3- Jimena y Agustín

La pequeña recorría el arenero de Plaza Irlanda a ritmo vertiginoso. Su rostro coloreado, ponía en evidencia que nada ni nadie podía interrumpir tamaña demostración de energía. Sentada en uno de los canteros laterales, haciendo usufructo de los tenues rayos primaverales, su joven madre hojeaba desinteresadamente una revista de actualidad. En soledad y con prudencia se mostraba moderadamente vigilante, tanto de los alrededores como de los movimientos de terceros. No era propietaria de recelos infundados, prefería que su hija se manifestara en libertad, sin la absurda cautela propia de los adultos mass media. La oblicua mirada de Celeste argumentaba su reciente cumpleaños número tres. A esa edad las niñas comienzan a construir secretos que jamás serán develados a los grandes; secretos que irán madurando y se transformarán en futuras conductas, conjeturas, dudas y lúcidos espejismos. En lo máximo del tobogán, el viento castigaba levemente su perfil y su castaña cabellera completa en bucles; los rulos, que caían linderos a su sien, intentaban aparentar síntomas de soltura y osadía.
El final de la primera década del nuevo siglo mostraba síndromes sociales que muy pocos se atrevían a discutir. Al permanente estado de victimización, en donde las clases medias urbanas alegaban poseer menos de lo merecido, se sumaba la constante indignación burguesa producto de un supuesto hartazgo sobre la política y sus consecuencias: la corrupción, la inseguridad, la inflación. Los grandes medios nacionales colaboraban con litros de kerosén para apagar fuegos que, en determinadas ocasiones, ellos mismos iniciaban con noticias falsas a favor de intereses corporativos. Los exabruptos y las miserias minaban los contenidos, mientras los pensadores caían en lodazales de irrespeto y olvido.
Según la llamada "opinión pública cacerolera", se vivían tiempos gobernados por una gavilla que osaba discutir la renta de la patria sojera y los privilegios de los monopolios informáticos. Al mismo tiempo varios cientos de miles de desplazados durante la década anterior encontraron su lugar en el sistema a pesar de la crisis internacional, siendo más de dos millones de jubilados los que fueron incorporados al esquema previsional con más que respetables mensualidades. Pero eso no importaba, la seguridad jurídica de los dueños de los medios de producción era atacada por un desmadrado y conflictivo populismo nacional. Desmesurados sus líderes ofendían a los amos de la opinión vocinglera por no prestarse a interrogatorios en donde la incomodidad y la verba hiriente eran moneda corriente. La ley de medios audiovisuales ponía blanco sobre negro con respecto al marco ideológico real. Fue una suerte de lavativa que conspiró contra el silencio que, durante mucho tiempo, cientos de actores sociales mostraron a favor de una supuesta independencia crítica y objetividad informativa. El periodismo autodefinido como neutral cerró filas a favor de sus patrones y miles de embusteros quedaron expuestos a pesar de sus acomodaticios talentos. La agrupación Abuelas comenzó a ser desconsiderada mediaticamente a partir de sus esfuerzos en pos de exhibir la identidad de los dos hijos de la propietaria del multimedio con mayor incidencia del país, adopciones plagadas de embustes y siniestras complacencias históricas. Quién fuera el mayor bastión ético de la democracia pasaba a ser, por obra y gracia de los comunicadores, una simple herramienta del ejecutivo en contra de la libertad de prensa. En medio de este clima azaroso y hostil, ajena a los sofismas e intereses, una adorable criatura trataba de dominar hamacas y peloteros, a veces ganando, en otras perdiendo, sin ocultar su sonrisa, sin reparar que el mundo, en su realidad concreta, no es aquello que sospechaba.

- Me alegra mucho verte después de tanto tiempo – la tímida interrupción de Agustín no mortificó la lectura de Jimena. El artículo carecía de solvencia literaria para exagerar la concentración-. - Asombrado por la vivacidad de la criatura no reparé que se trataba de Celeste. ¡Cómo ha crecido, está hermosísima!
- Han pasado más de dos años – afirmó Jimena sin devolver la cordialidad- ¿Qué hacés por acá?
- Recorriendo recuerdos, algo muy poco recomendable, a mi modo de ver...
- Cierto. Vos sos de aquellos que con supina vulgaridad creativa sostienen sobre lo imprescindible de nunca volver a los rincones en donde se ha sido feliz...
-  No es el caso, Jimena. Te confieso que esta zona de la ciudad me resulta una paradoja. Todo conserva el mismo perfil luctuoso de entonces. La ausencia irremediable como despedida y final.
-  ¿Marcela?
- ¿Y quién más puede provocar tamaña lesión?
- ¿Tu vida? – preguntó Jimena –
- Trabajo con Riera Molino en su estudio. De alguna manera es quién me sostuvo en un momento complejo. Por un salario decente me dedico a tareas administrativas, inclusive hallé incentivos para inscribirme en la carrera de Procurador, cuestión que estoy a punto de finalizar. Todavía estamos con el caso de Marcela. Creo que mi paseo por el barrio se debe a la necesidad de volver a reconocer algunos de los aromas de entonces.
- ¿Alguna pista?
-Nada –contestó Agustín -. Es asombrosa la capacidad que tiene el ámbito carcelario para encubrir información. Hasta ahora sólo logramos la suspensión de las autoridades del penal y el relevo de los agentes penitenciarios de mayor rango. Existe demasiada coherencia argumental, se percibe como una muy bien ensayada puesta en escena. ¿Y vos?
- Tranquila. Viendo crecer a Celeste. Estoy viviendo en el departamento de Marcela. Mis rentas conyugales más la pensión por viudez mantienen con comodidad nuestra existencia. En lo económico no nos privamos de nada. Desde lo anímico, sabrás sacar tus conclusiones. Dice Benedetti que la soledad es un homenaje al prójimo.
- Noto que Del Valle ha dejado huella en nosotros
- ¿Te fuiste del barrio?
- Si – aseveró Agustín-. De hecho, vendí mi departamento poco después que decidieras licenciarme definitivamente. Ahora estoy viviendo en Boedo, a un par de veredas del café Homero Manzi.
- No había razón alguna para tenerte como lazarillo. Marcela fue quién nos solicitó la relación a favor de su tranquilidad. Sin ella, qué sentido tenía continuar con la farsa; la realidad marcaba que no nos tolerábamos.
- Hablarás por vos, Jimena – corrigió Agustín – Llegué a tenerles, y lo digo sin entender las razones por las cuales hablo en tiempo pasado, enorme afecto. Cada una de ustedes significó entonces, una excelente excusa para compartir momentos. La pequeña Celeste me abría la puerta de tu entrada, tu entrada me daba la bienvenida al mundo de Celeste. Te confieso, aunque te parezca extraño, que era estúpidamente feliz...
- Me tengo que ir Agustín, la nena tiene el cumpleaños de una compañerita de jardín y debo prepararla. En definitiva no fue tan malo el encuentro. Me alegra verte. Mal que mal creo que hiciste todo lo posible para que la cosa no terminara como terminó.
- ¿Hay posibilidad de repetir la casualidad? – preguntó Poso –
- Si hay sol y no está demasiado fresco, me vas a encontrar en la plaza todos los sábados por la mañana. Al igual que Marcela, Celeste ama este sitio.

Agustín comenzó a desandar el camino que lo conducía a su auto; las rejas, recientemente inauguradas, le daban a la explanada una imagen que marcaba de modo inapelable la locura de los tiempos. Un espacio público cercenado al público, todo un manifiesto de principios de siglo. No pudo omitir recordar aquel fresco espumante que solían compartir con Marcela en “las tórridas” trasnoches de fin de año, cuando la plaza era espacio de encuentro y motivo de contento. Walter y Benjamin, y una manta sobre el verde césped bajo una de las luminarias, un mazo de cartas y la radio, siempre la radio, y Dolina, y Castello, y Stronatti, después Dorio y Rolón. Los chicos jugando a la pelota bajo el alumbrado y decenas de perros husmeándose los traseros sin especular por la obligación que hoy determina el canil. Por entonces no existían los paseadores. Los gatos del barrio seguían trabajando a favor de la Policlínica Bancaria, manteniendo libre de plagas sus jardines, sólo sus jardines. Plaza Irlanda, cuatro hectáreas entre rejas, presa de su propio egoísmo, inocente y culpable a la vez, propiedad de una burguesía disconforme y demandante, ciega de abundancia y ausente de recreo. Antes de poner en marcha el motor, acaso detenido en el tiempo, Agustín se puso a pensar en las suertes que la vida le había reservado hasta el momento…
“Como en toda suerte ni siquiera cabe la responsabilidad. Por suerte no soy cronista, de manera que nadie va tomar en serio mis pensamientos, análisis, informaciones y menos aún seré invitado a tediosos encuentros que apenas finalizados quedarán en el olvido. Por suerte no soy escritor. Por eso mis novelas, cuentos y poemas no tienen la obligación de llevar el fatigoso peso de una firma sospechosa. Si uno se choca casualmente con alguno de ellos no se verá forzado a saber quién es el autor. Además uno se ahorra vida al no sentirse parte de tertulias y convites en donde generalmente la literatura queda a un costado, como en estado de espera, hasta que vuelva a recuperar su rol fundamental. Por suerte uno no es inteligente ni sagaz, cuestión que me permite obtener licencias de modo no molestar a mis cercanos y lejanos con postulados fundantes y frases de almanaque. Por suerte no tengo ni la ambición ni el desvelo de superarme y menos aún de superar a mis linderos. Por suerte no estoy en listado alguno cuando de valorizaciones se trata. Por suerte nadie cuenta conmigo en su imaginario. Es una excelente forma de no defraudar y a la vez le permite a uno dar la sorpresa inesperada sobre algún inciso no pensado. Por suerte no me esfuerzo por agradar. En ocasiones dicha carga conlleva cierta dosis de hipocresía que lacera, y mucho, a medida que los años avanzan. Por suerte ni el deber ser, ni ser políticamente correcto, cuentan en mi vademécum. Por suerte no creo en supersticiones: el amor para toda la vida, el amigo incondicional, la verdad revelada, la credibilidad, los pueblos nunca se equivocan, el hombre es bueno, el olvido, la memoria, Dios existe, Dios no existe, la existencia de los imprescindibles, la vida es muerte que viene, la muerte es vida vivida o que cada día que pasa nos parecemos más a ese cadáver que alguna vez seremos… De todas maneras llevar las maletas cargadas con semejante fortuna es el precio que uno debe asumir y pagar para tratar de ser, como decía el recordado Osvaldo Ardizzone, un hombre común, sin aspiraciones extraordinarias ni ordinarias, de ser una persona fácil, sin limitaciones formales, sin que pese el veto o la aprobación exterior, sin ser invasor ni ser invadido, de ser feliz de a ratos, de hacer feliz de a ratos...

- ¿Cómo le fue el sábado con Jimena? – preguntó Riera Molino, apenas notó la temprana presencia de Agustín en el bufete –
-  Distante, doctor. Me va a costar ganar su confianza.
-  Es el último eslabón de la cadena que nos queda por abordar. La hipótesis del crimen pasional, concepto en el cual no creo a pesar de su aceptación social, es la única pesquisa que hasta ahora no hemos evaluado.
- Pero está claro que ella no pudo haber sido la mano ejecutora ya que no figura en los registros de visita del día en que ocurrió el homicidio – reaccionó Agustín –
- Que no figure no significa que no haya ingresado – aclaró el Jurista-, a esta altura usted ya debe haber asumido los códigos de ese lugar. Además no debemos descartar que pudo haber contratado a cualquier interna o funcionaria que sostuviera algún tipo de recelo con Del Valle. Sigo pensando que, por sus características particulares, era muy complicado para ella asumir la intimidad de su amante dentro del penal. La sospecho mortificada sabiendo que Marcela era objeto de placer por un veintena de advenedizas. No la recuerdo afligida durante las exequias, tampoco extremadamente dolida al momento de la cremación. Reconozco que lo mío se encuadra dentro de una percepción. Nada científico, ni siquiera puedo sostener esta hipótesis con certeza.
- ¿Alguna vez confió en alguien? – inquirió Agustín –
- No me hinche las pelotas, Poso. Cada vez que voy al cementerio le llevo flores a mi confianza, a mis compañeros asesinados, a Facundo, a Carlos y Alicia y a decenas de muchachos con los cuales pensamos un mundo mejor. No se ofenda Agustín, pero no me joda, hay veces que siento pudor y hasta vergüenza por estar vivo.
- ¿No le parece qué es demasiado duro consigo mismo?
- La experiencia es intransferible, mi querido amigo; no aspiro a que me entienda...
- Vale la pena el esfuerzo. Por fuera de sus calidades como jurista, usted es un hombre de buena cepa; aún conserva valores que lo hacen estar por encima de la media, anteponiendo lo humano y sus falencias por sobre la frialdad de la ley escrita. En oportunidades lo he observado luchar interiormente por interpretar, más que por sentenciar. Recuerdo su enorme tarea cuando se puso al frente del caso María del Carmen Iturralde. La mujer, desprovista de toda preparación y sin opciones, no tuvo más remedio que resolver como pudo su dilema. Prácticamente estaba condenada de antemano, no sólo por el ámbito jurídico sino también por la prensa especializada en delirios, perdón, delitos. Treinta años sometidos a brutales castigos por parte de su marido, eran razón suficiente para estar emocionalmente alterada, encontrando su punto de ebullición aquella noche de abril cuando decidió que la libertad no tenía porqué cobrar honorarios abusivos. Usted, en su alegato, pudo colocar el bosque por delante del árbol sentando jurisprudencia. Nunca vi una persona más agradecida que María del Carmen. Hoy la veo en su bufete, trabajando, cosa que me permite verificar sus mañanas, recibiéndolo en el estudio con un beso en la frente, un té de hierbas caliente con miel del sudoeste bonaerense, y dos cañoncitos repletos de dulce de leche. Le cuento que ese cuadro significa para mí una enorme y contundente lección de vida.
- Es una buena mujer, no mereció la vida que le tocó. En lo personal no creo haber hecho nada especial, como usted menciona, Poso. Mi biblioteca es la de Eugenio Zaffaroni. En oportunidades, los dictámenes procesales se suelen olvidar que la gente es la destinataria del mensaje. Por eso detesto la folclórica indignación típica de la clase media, como argumento político. El “honestismo”, sofisma muy utilizado en estos tiempos, mácula ausente de ideas, plagada de discrecionalidad fundamentalista. Digamos, un fascismo lavado.
- La idea es ir en busca de una legislación humanista en reemplazo de una organización jurídica de prosa congelada – razonó Poso –
- Algo de eso... Pero volvamos a Jimena mi querido amigo. Lo invito me acompañe a releer en voz alta el legajo completo poniendo énfasis en cada párrafo, y así permitirnos más de una conjura.
- Son trescientos folios, doctor...
- Me hace acordar a algunos diputados que argumentaban no tener tiempo para leer la ley de medios en ocho horas. Se ve que no consideran la lectura como parte de su trabajo, y como consecuencia... de su sueldo –bromeó Riera Molino –
- No me compare doctor, se lo ruego...

Agustín comenzó con la reseña de cada declaración abocándose, en primera instancia, a las que rezaban sobre las integrantes del pabellón. Exhibían básicamente aspectos de carácter personal en donde las relaciones humanas no daban lugar a subjetividades que atender. Quedaba claro que la occisa no tenía enemigas dentro de la nave. Por el contrario, era unánime el concepto que Marcela le había aportado a la convivencia aspectos de comunión y de placer. Durante los quince meses que duró su estancia en el claustro, no había existido conflicto personal ni grupal. Sostenía una suerte de liderazgo emotivo, obtenido por convencimiento y gracilidad individual. Algunas daban fe que gracias a Del Valle supieron integrarse dentro del club de las artes: lectura, pintura, oratoria, música y teatro eran disciplinas que habían ingresado de su mano; líneas estéticas que hallaron un espacio tan virgen como acogedor. Si bien el sexo había colaborado como herramienta primaria de alteridad y de seducción, poco a poco se fue desarrollando un clima en donde compartir afectivamente los éxitos ajenos era norma natural. Las estrofas de un poema eran celebradas como un bien comunitario, al igual que la interpretación de una bella melodía. Nada hacía suponer que la asesina estaba dentro del conjunto. Todo lo contrario; el dolor quedaba de manifiesto en cada compañera que percibía haber perdido con la muerte de Marcela, lo único angelical que moraba en aquel lugar.
- Es evidente doctor, que este camino no nos lleva a destino –sentenció Poso-
- No se equivoque – expresó el jurista- estoy convencido que ese carisma significó su sentencia definitiva. Me atrevo a considerarlo así porque creo conocer, como pocos, el ámbito penitenciario. Continuaremos lentamente a desandar las declaraciones de las funcionarias del penal, por favor, sobre todo la realizada por la Oficial Etchecopar, responsable del sector.
- Leo textual doctor: Sonia Etchecopar dice: a la hora del suceso y como marca la rutina, me hallaba en la oficina de guardia pronta a comenzar con la ronda vespertina. De acuerdo al reglamento interno, la necesidad de la misma no sólo radica en controlar a las convictas, también debemos focalizar nuestra atención en informar respecto al estado de los sanitarios, sin omitir todo detalle fuera de la normalidad. Es al instante de ingresar a los baños, donde me encuentro con el luctuoso panorama. De inmediato llamo por telefonía individual al Director del Instituto y al Médico en Jefe. Tras sendas comunicaciones, convoco a mis dos ayudantes instalándome delante de la puerta para impedir vulnerar la escena del crimen. Mi actuación finaliza con la llegada de las autoridades del penal acompañadas por personal idóneo de la policía penitenciaria.
- Pregunta: ¿Puede usted calcular el tiempo transcurrido desde sus llamados hasta el arribo de la primera autoridad?
- Sonia Etchecopar dice: por experiencias anteriores entendía que el tiempo es algo fundamental en estos casos. Como consecuencia de ello fijé la hora con mi reloj pulsera para detallar el dato certero. El Director del Instituto arribó al lugar veinte minutos después del aviso acompañado por personal científico especializado, mientras que el médico lo hizo luego de cuarenta minutos, debido a que, según comentó, estaba fuera de las instalaciones del establecimiento. A partir de ese momento se me ordenó regresar al pabellón para comunicar el suceso y controlar los ánimos de las compañeras de la víctima.
-  Paremos allí, Agustín.
- ¿Reparó en algún detalle, doctor?
- Eso creo. Se trata de una declaración perfecta, de ahí mis dudas. ¿Observó el léxico utilizado?
-  No entiendo...
-  Fíjese el tenor de la exposición, la certeza técnica del procedimiento, la evaluación reglamentaria, el conocimiento sobre puntos que en teoría, le deberían estar vedados por simple cuestión jerárquica. Sin hablar de la oratoria utilizada como antes le mencioné. Percibo una enorme distancia entre su atildada declaración y sus modos corrientes. Además lo del reloj y su previsión en tomar el tiempo me deja flotando una idea perversa del asunto.
- Sigo sin comprender...
-  Vea mi amigo. Tanto tiempo leyendo declaraciones me da cierta autoridad para establecer parámetros y conductas. Eso no significa trabajar azarosamente tirando balas hacia todas direcciones esperando acertar con alguna teoría. Es evidente que este testimonio forma parte de un entramado más inquietante. Me suena a relato diagramado por terceros y luego memorizado, entrelíneas advierto un guión. Le pido un favor, Poso.
- Lo que usted diga.
- Necesito que me presente un informe referido a Etchecopar, desde las jornadas del asesinato hasta nuestros días. Ciertos premios, ascensos o nuevos destinos laborales usualmente guardan relación con acontecimientos del pasado que se desean ocultar. Temo que es la única punta que tenemos por el momento. Le adelanto que cuatro meses después del homicidio presentó su baja definitiva argumentando razones anímicas. Una suerte de retiro voluntario. A partir de allí perdimos toda referencia sobre su paradero. La fiscalía no consideró relevante volver a solicitar su presencia expresando de ese modo conformidad con sus argumentos.
- Demasiado joven para un retiro. ¿Se intentó ubicarla?
- Desconozco y no creo que se haya extraviado su paradero, simplemente temo que se la desestimó para futuros emplazamientos. En una semana, Agustín, quiero un borrador del informe, adjunte al mismo el legajo completo sobre su baja. Estimo que podemos llegar a tener problemas con la fiscalía, de modo que trate de ser meticuloso y elegante en sus solicitudes. No me agradaría herir la susceptibilidad de mis colegas.
- De acuerdo, doctor.

Agustín Poso contó con la información completa de manera inmediata. No halló ningún tipo de escollo por parte de los organismos policíacos y judiciales para obtener los legajos laborales de la funcionaria.
Días después, Riera Molino se atrevió concertarle a Poso una entrevista con la misma Etchecopar, luego de haber recibido información concreta por medio de los servicios de inteligencia sobre su actual paradero. Aparentemente, desde el punto de vista administrativo, todo estaba en orden y nada hacía pensar sobre intenciones anexas. El encuentro se produjo pocos días después, en el domicilio de la mujer.
Soltera y promediando los cuarenta, carecía de toda relación con su antiguo medio. A priori exponía, en el marco de su retiro, una vida sencilla y sin demasiados brillos. Un par de gatos siameses eran su única compañía. Los aromas a comida casera se mezclaban con varios sahumerios lavanda distribuidos estratégicamente por todo el apartamento, elegante inmueble ubicado sobre la Avenida Cramer, en el coqueto y distinguido barrio de Belgrano. Ninguna esencia lograba imponerse, por lo que la mixtura de fragancias le otorgaba al sitio un humilde sinsentido. Gentil y de buen modo la ex funcionaria recibió a Poso con una abundante merienda completa de masas y dulces. Café cortado y té eran las infusiones que exhibía como opción, una jarra de jugo de naranja completaba la propuesta.
- ¿A qué debo el honor de su visita?
- Veo que me recuerda – alegó Agustín –
- Por supuesto. Usted fue pareja de Marcela Del Valle. No sólo me habló de usted, también lo hizo con respecto a la señorita Aldazábal. Recuerdo haberlo visto en el velatorio.

La mujer merecía ser observada con atención. Portaba un físico tan imponente como bello. Era extraño comprobar cómo un uniforme esencialmente femenino puede conspirar contra tan extraordinaria figura: Un metro setenta y cinco, rostro severo y angelical a la vez, profundos ojos azules, cabello lacio y negro, a salvo, por ahora, de tinturas desmedidas. El pantalón vaquero desgastado, medianamente ajustado dejaba intuir una silueta que invitaba como opción, mientras su camisa permitía advertir, con firmeza y sin eufemismos, la presencia de señales imposibles de soslayar. Agustín se sintió absolutamente cautivado y un tanto distraído con relación a la misión que comprometía su presencia en aquel sitio. Creyó que Marcela no había muerto; la relacionó de inmediato a su anfitriona: hembra en celo, madura, transpirante y urgente de orgasmos. Comenzó a desearla como suelen hacerlo los hombres tímidos, de manera patética, como quién espera una lastimosa retribución inmerecida, acaso una limosna.

- Usted dirá señor Poso, lo escucho...
- Debo advertirle que mi misión no es grata. Trabajo para el estudio Riera Molino – Agustín comenzó su coloquio ignorando que Etchecopar sabía los motivos de la visita – y conforme a nuestra obligación jurídica estamos procurando acelerar la causa Marcela Del Valle. Hemos notado severas falencias por parte de la fiscalía, han pasado más de dos años del suceso y nada se avanzó para su esclarecimiento. No sabemos si este retraso se debe a un desorden operativo, sobrecarga laboral o simplemente desidia. Lo cierto es que nos preocupa la demora.
- Me alegra que haya venido entonces. Tenía particular aprecio por Marcela. Lo que usted dice es la razón fundamental por la cual solicité mi retiro. En un momento interpreté que a nadie le importaba su muerte...
-   Señora Etchecopar...
-   Llámeme Sonia, se lo ruego Agustín.

La mujer había destruido con su breve sugerencia toda la distancia que Poso deseaba mantener por inercia profesional. De todas formas se disculpaba a sí mismo sabiendo que probablemente Sonia lograría con sus encantos formatearlo como un ente absolutamente convencido.

- ¿Cuántas veces le fue requerida su presencia por la justicia, exceptuando aquella declaración inicial?
- Ninguna – contestó la dama-. De hecho me presenté espontáneamente al año siguiente porque me llamaba la atención tal comportamiento. Recuerdo que me dieron las gracias y que tendrían en cuenta mi gentil muestra de ayuda. Hasta la fecha no he tenido novedades...
- Debo considerar entonces que detenta información importante - irremediablemente seducido por la mujer, Agustín apenas podía sostener su mirada, temía revelar sus pasiones, sin entender que esa misma conducta lo estaba poniendo en evidencia -
- Claro que la tengo. Dentro del penal fui la funcionaria de mayor confianza de Marcela. Yo era quién manejaba su correspondencia y quién le organizaba los horarios de visita. Por ejemplo, a usted lo conocí por sus cartas. Le cuento que ella esperaba su visita, pero a la vez me comentaba lo imposible de tal cosa; sostenía que esa Marcela que usted conoció y amó nunca hubiese aceptado signos de clemencia. Ella había cambiado mucho, según me contó. Comenzó a ver a la gente con otros ojos y usted estaba incluido en esas percepciones novedosas.
- Si lo considera grosero le pido mil disculpas, pero le debo preguntar...
- No es necesario Agustín, le aliviaré la carga. En efecto, mantenía una relación íntima con ella. Nos reservábamos la nocturnidad en mi alojamiento individual lindero al pabellón. Era preciosa.
- ¿Y las demás internas? Celos, escenas, algo parecido…
- Nada para comentar. Sus compañeras estaban al tanto de todo y nunca escuché reproche. Sospecho que el logro de amplias ventajas era atribuido a su comportamiento conmigo, de modo que a nadie le convenía propiciar conductas que subvirtieran el orden establecido. La nave seis logró, durante aquella época, enorme consideración dentro de las estructuras disciplinarias del establecimiento. Las autoridades estaban tan satisfechas como las convictas; tómese este último razonamiento dentro del contexto.
-  ¿Y Jimena?
-  Es aquí en donde deseo detenerme.
-  Explíquese por favor...
-  La Señora Aldazábal siempre mostró su disgusto por las relaciones que Marcela había construido dentro del penal. Eran notorias las discusiones que tenían al respecto; los planteos y los gritos de la joven eran escuchados por toda la nave. No fue sorpresa para nadie que durante los dos últimos meses acudiera a visitarla sin Celeste, cosa que mortificaba el espíritu de Marcela. Según me confesó en alguna oportunidad, Jimena sostenía sus afectos de manera casi enfermiza, temiendo por su salud mental y la de la pequeña. Siempre tuve la sensación que Jimena pudo haber tenido algo que ver con la tragedia; su posición e influencia como viuda de un famoso jurista le fueron de suma utilidad para desestimar cualquier indagatoria.
- ¿Podemos encontrar testimonios qué ratifiquen sus dichos?
-  Dudo que a esta altura del partido alguna confiese lo ocurrido en aquel entonces. Tal vez alguna de las que quedó libre. Pero no tengo demasiadas esperanzas.
- ¿Usted mantenía relaciones íntimas con otras internas?
-  No. Marcela fue la única experiencia lésbica de mi vida. De hecho, usted y su conducta amatoria han sido varias veces temas de conversación entre nosotras.
- Pensar que alguna vez me humilló sin misericordia...
-  Lo sé Agustín. Según me comentó lo hacía para no ceder en el dominio de la pareja. Pero créame usted fue el hombre de su vida –aseveró la ex funcionaria–
- Enterarse a deshora o no saberlo, lo mismo da.
-  ¿Le parece? No estoy muy convencida...
-  ¿Y cuál sería el argumento válido para avalar tal hipótesis?
-  Mis deseos de comprobarlo...

Un prolongado beso almibarado provocó abandonar lo que quedaba de la merienda. La resuelta mano de la mujer desabrochó fácilmente el pantalón de Agustín quien claudicó dócilmente. Al fin, extrajo lo buscado, comprobando que Marcela había sido poco generosa con la masculinidad de Poso. Entusiasmada con la evidencia continuó con su tarea sin prisa pero sin pausas. Agustín, sin moverse de la silla, dejó que la mujer expusiera todo su repertorio como solista. Los juegos continuaron sin exigencias ni apuros insensatos. Gracias a la destreza de la dama, Poso recuperó sus energías como si un adolescente hubiese invadido su cuerpo. Sonia, exhibiendo apenas diminutos interiores se mostraba como una poesía de compleja lectura. Difícil elegir por donde comenzar, menos aún por donde terminar. Un prolijo triángulo de la lencería cubría supuestos y desconocidos defectos que la mujer decía poseer, mientras que el final de su espalda era invadido por una hilacha que conducía a un inevitable extravío. Sus sombras pectorales explotaban de necesidad, navegando relajados por el núcleo de un océano que, sin duda, era merecedor del pincel de Gauguin. Un leve susurro le indicó a Agustín el recorrido a seguir. Dando curso a la solicitud, arrasó con lo que quedaba indemne de la ropa interior e inició el deseado proceso que la dama admitió sin vergüenza. Sobre el sillón, la dama se disponía tomando férreamente la cabecera del mismo permitiendo que la posición favorezca y potencie la virilidad de Poso; éste permanecía cautivado por la silueta de Sonia, siendo testigo de un meneo tan constante como obstinado. Agotada, decidió dejarse caer en el armatoste, rendida, respirando profundamente, momento en el cual Agustín aprovechó para colaborar con su relajación, rozando suavemente con sus labios su exótica y madura belleza. El tributo duró lo suficiente como para provocar una nueva descarga orgiástica. Con su último aliento y ya fuera de sí, Sonia volcó al muchacho sobre los almohadones que estaban en el piso, lo expuso boca arriba de modo acoplar las piezas para la próxima escena. Pausadamente dispuso de un ritmo cansino; los humores de Sonia resbalaban, a la par que Agustín había capitulado en la contención de su marisma. La eyaculación esperada, profunda y al unísono, determinó el fin de una accidental y póstuma epopeya.

*

- Me parece que los dichos de Etchecopar coinciden con su tesis, doctor– aseveró Agustín-. Ella sospecha que Jimena fue la autora intelectual del crimen. Según sus afirmaciones, Aldazábal no podía soportar que el encierro de Marcela contuviera atributos placenteros que ella misma tenía vedados estando en libertad. Además infiere que, por ser la viuda de Benítez Lastra, contaba con protección de la estructura judicial metropolitana.
-  Desestime esto último, yo lo hubiera sabido de inmediato. Sobre lo primero mantenga márgenes de dudas. Las declaraciones de Etchecopar son sólo una punta más.
- ¿Está dudando de su propia teoría?
-  Siempre, Agustín. La crítica debe nacer a partir del propio pensamiento. Nunca es dable conformarse con el concepto inicial; es necesario someterlo, desglosarlo, deconstruirlo, darle un correlato científico. De todas formas, y ahora que lo pienso más detenidamente, me perturba su argumento sobre la estructura legal debido que, a la vez, está soslayando un detalle fundamental.
- ¿Cuál?
-  ¿Cuánto duró su entrevista con Etchecopar?
-  Y...  algo más de cuatro horas...
-  ¿En ese tiempo le mencionó algo sobre la mano ejecutora? No se olvide que él o la asesina estaban dentro del penal y no era día de visita. Si no le interesa es porque lo sabe. Es cierto, Jimena pudo haber contratado a alguien, pero ese alguien pertenece exclusivamente al ámbito de la penitenciaría, sea convicta o funcionario oficial. Supongo que a usted no le costará demasiado sostener su relación con Etchecopar. Puede sernos de utilidad...
-  Entonces lo sabe y bien pudo haber sido ella, doctor. Es notorio que su contradicción marque un camino de certezas, no veo la razón para que le importe una sola parte de la verdad.
-  Estoy de acuerdo con su razonamiento, más allá de que mi tesis puede llegar a caerse a pedazos. Vamos a darle aire a Etchecopar; tratemos de acercarnos a Jimena y cotejar relatos. Lo dejo en sus manos.
- Vamos a tener que esperar hasta el sábado, doctor.
-  No lo entiendo...
-  La única oportunidad que me dio Aldazábal para encontrarme con ella y con la nena es en la Plaza Irlanda los sábados por la mañana; momento libre que aprovecha para llevar a Celeste a potrear.
- Manéjelo usted, Agustín. Tenemos tiempo, nadie está moviendo la causa. Lo pude corroborar gracias a la información que me dieron ciertos funcionarios de confianza que aún mantengo en Tribunales.


Un sábado celestial, el sol y brisa para disfrutar de una mañana perfecta. Al parecer todo el barrio, voluntariamente, aportó su acuerdo para gozar de la propuesta primaveral. Apartada, en el sector del nuevo anfiteatro, Jimena trataba de enseñarle a Celeste el manejo de dos marionetas que había recuperado de su niñez. Poso no logró interrumpir la concentración del dúo mostrándose como observador de la improvisada obra de teatro.

- ¡Estabas acá! - mucho más amable que en la anterior oportunidad Jimena lo incluyó inmediatamente en la ronda de juegos con su hija - ¿Qué te trae por aquí?
- Verlas. Estar un rato con las dos – ante la conversación de los mayores Celeste optó por correr en dirección al arenero-, además necesito que hablemos de un tema relevante y doloroso a la vez.
- Si de Marcela se trata, te escucho – confirmó Jimena –
-  Sabrás que la causa no camina. Con Riera Molino tomamos el toro por las astas y comenzamos a trabajar en consecuencia. Expresamente me ordenó verte para que en conjunto arribemos a conclusiones que nos permitan develar lo que realmente sucedió. Te aviso que tuve la oportunidad de dialogar con Sonia Etchecopar.
-  No te hacía entre putas de uniforme. Ojalá que sea a favor de resolver el asesinato – sentenció Jimena –
- Toda una definición.
-  Apuesto que te sedujo a primera vista – el rostro de Agustín se desfiguró -. Poso... ya estás demasiado viejo para pensar con los genitales.
- ¿Estuviste debajo de la cama?
-  No me jodas Agustín. Esa perra es la llave del asesinato, tengo tantas dudas como pruebas: ninguna. Lo que te puedo asegurar es que tenía atemorizada a Marcela. La sometía con su poder y gracias a su cargo, mientras que el resto de las internas callaba a cambio de prebendas y beneficios. La cosa se complicaba porque ese pedazo de mierda era, a la vez, la amante de Peláez, Director del establecimiento. Si cae Etchecopar caen todos. Cuando la apuré se me cagó de risa y hasta amenazó con inculparme. La turra tiene bien aceitados sus contactos. Ella misma me confesó que su baja era una maniobra del Director para limpiar de pruebas el lugar, de ese modo se le aseguraba un monto mensual con formato de jubilación o retiro. Fijate que vive como reina y no labura desde hace más de dos años.
- Debo entender entonces que todas las declaraciones de las convictas son un fraude...
- No es tan así. A pesar de esta tipa, Marcela siempre trató de que imperara la cordialidad dentro del grupo. Es cierto lo dicho por las chicas pero en sus declaraciones omitieron, evidentemente bajo presión, mencionar el despotismo de Etchecopar. Con Marcela muerta, qué seguridades habría para las demás. Tratá de ubicar a las dos mujeres que por cumplimiento de sentencia quedaron en libertad luego del asesinato; te vas a encontrar con una sorpresa. Virginia Luengo y Amanda Solís se llaman.
-  Si lo sabés, adelantame lo ocurrido – exigió Poso –
- Virginia volvió a la cárcel dos meses después de quedar en libertad, en el marco de un operativo en el cual le plantaron pruebas, mientras que Amanda falleció sospechosamente en un accidente automovilístico. Por lo tanto se cae de maduro que todas las chicas están advertidas de lo qué les espera si se atreven a dudar y declarar algo que promueva direccionar la investigación hacia los linderos de Etchecopar.
- ¿Y estas chicas dudaban?
- Eran las mejores amigas de Marcela. Siempre me habló muy bien de ellas, no sólo compartimos el almuerzo varias veces, sino que también me recomendó que contara con las dos mujeres cuando salieran del penal. Las colocó junto a tu mismo rango de confianza.
- ¿Qué se hizo de mis cartas? – preguntó Agustín -
-  ¿Cartas?, nunca supe de eso.
- Durante los quince meses que Marcela estuvo en prisión le envié no menos de una decena de cartas, escritas de puño y letra...
- Te juro que nada sabía al respecto. Te imaginarás que Marcela nunca me hubiese ocultado algo tan importante para ella – afirmó Jimena-. Sentía que te había perdido para siempre, sufría con tu falta de interés por su suerte.
- Está claro entonces que nunca le llegó mi correspondencia.
- Justamente ese tema lo manejaba Etchecopar –interrumpió Aldazábal corroborando lo que la misma Sonia le había comentado a Poso–, de alguna manera trabajaba como fiscalizadora del equipaje y la encomienda que arribaba a la nave seis... Celeste, vamos, es hora de ir a comer.
- ¿Ya te vas?
- Tengo que hacer...
- ¿Te molesta si la seguimos en otro momento?
- Con una condición – expuso Jimena –
-  Decime...
-  La seguimos esta noche en casa siempre y cuando me cuentes, sin omitir datos, tu conversación con Etchecopar...
- ¿Y la nena?
-  Voy a intentar dejarla en la casa de una compañerita del jardín.
-  ¿Te parece que caiga a eso de las nueve?
-  ¿Será el destino? Hay algo que me tiene absolutamente persuadida: Marcela sigue uniéndonos a pesar de nosotros mismos, acaso porque seguramente yo fui su mujer y vos su hombre.
-  Algo de eso escuché hace poco...
- ¿De quién?
- No importa, esta noche la seguimos. Dale un beso a Celeste...

*

Era forzoso para Agustín encontrarse con Riera Molino; tenía la impresión que estaba perdiendo el control de la situación. A la vez lo inquietaba que el jurista subestimase su capacidad de resolución. Tanto Jimena como Sonia lo habían incomodado lo suficiente para entender que aún era un simple y aplicado aprendiz, con mucho camino por recorrer. Riera Molino no dudó un instante en recibirlo puesto que la urgencia le daba entidad al requerimiento. Finalizado el alegato, el jurista solicitó a Poso conservar la tranquilidad, le manifestó que estaba haciendo un excelente trabajo y que tuviera fe en su sentido crítico e inteligente.

- Estimado Agustín, con un par de entrevistas ha logrado acotar el calidoscopio de pesquisas. Si la fiscalía hubiese tenido su empeño, el caso ya estaría resuelto. Me parece que ambas nos dieron pautas de un comportamiento muy usual dentro de los ámbitos tribunalicios: el temor como mecanismo coercitivo y de defensa a la vez. No trabajar sobre las declaraciones de Jimena Aldazábal viuda de Benítez Lastra para no herir la susceptibilidad de la familia judicial, y al mismo tiempo aplicar idéntica política con Sonia Etchecopar para no predisponer negativamente a las autoridades del penal. Cuando se corre la venda de la justicia nunca vuelve al mismo sitio, afirmaron por ahí. Cosa cierta de cabo a rabo. Me gustaría que tenga en cuenta lo siguiente: el homicidio de Marcela trajo a ambas mujeres beneficios muy concretos. Una heredó sus propiedades, otra salió favorecida por un retiro voluntario con pensión de privilegio. Usted desde el protagonismo, y yo desde la formalidad, nos hallamos en el ojo del enigma. Olvídese de sus sentimientos y deseos. Si se acuesta con ellas no deshonre su inteligencia. Es probable que tras las damas existan intereses complementarios, eso debe duplicar su atención sobre cada manifestación o palabra vertida.
-  Esta noche tengo un encuentro con Jimena para continuar la conversación.
-  Perfecto... Antes que se retire, me gustaría decirle que tenga en cuenta el consejo de un otario: “Nunca se olvide de René Descartes"
-  Descartes y el método científico...
- La duda como método, como crítica, como base del conocimiento científico. Tome como verdadero sólo aquello que resista toda clase de refutación. Hablo de refutación inteligente, no me refiero a la chicana, a la refutación de boliche que se desprende luego de varias rondas de Fernet, espero haber sido claro.
-  ¿Y cómo distinguirla?
- Pregunta no ha lugar. Trate de no preocuparme Agustín, usted está en condiciones de discernir al respecto.
- Trataré...

Poso nunca había reparado en Jimena como mujer. Mientras se afeitaba y frente al espejo, pensaba en ello con extraña curiosidad. Su innegable belleza era superada por el rechazo visceral que el joven sentía al observar sus modos y su inflexible frialdad para analizar ciertos fenómenos que conmoverían a cualquier mortal que poseyera una pequeña dosis de sensibilidad. Siempre la percibió como una mala copia de Marcela. Sin embargo, el tiempo transcurrido y la distancia habían modificado sustancialmente sus prejuicios. Tal vez asumir la soledad junto a Celeste no solo alteró esa construcción altanera y soberbia sino también sus propios deseos por intentar agradar. Llevaba sus treinta y cinco años con suma dignidad, conservaba sus líneas estéticas de impecable manera. De todas formas no se consideraba intimando con una persona portadora de esas características individuales. La concebía asexuada, desprovista de pasiones y ajena a todo tipo de enajenación febril. Mientras terminaba de frotarse el rostro con loción para después de afeitarse, pensaba que pretender tener un encuentro íntimo con Jimena era una diligencia que no merecía sacrificios extremos.
Por su lado y al mismo tiempo Jimena Aldazábal viuda de Benítez Lastra procuraba presentar el apartamento confortable y prolijo; había asegurado previamente por teléfono la provisión de comida china para que arribe a las nueve y cuarto, por lo cual no debía comprometerse con tareas que detestaba sobradamente. Daba por sentado que Agustín aportaría la bebida, de todas formas y por las dudas, prefirió colocar en el estante bajo del refrigerador una botella de su mejor Syrah. Aprovechó el tiempo que le quedaba para estimular su ego atildando su presencia con ropas hasta el momento no estrenadas. Concibió aceptable como combinación una diminuta falda negra, marcadamente ceñida al cuerpo y una camisa holgada de seda, en gris degradé, que disimulaban hasta el aburrimiento un busto que entendía excesivo y laxo producto de su maternidad. Su estilizada imagen era potenciada con medias de oscura tonalidad y zapatos clásicos taco aguja, de altura moderada. Reservó para sus interiores lencería propia para la intimidad. No terminó de comprender su propia elección. Nada más lejos que ese hombre para vivificar su abandonada sexualidad. Frente al espejo se decidió por un maquillaje natural, casi aniñado, apenas dos hebillas en la zona parietal derecha sujetaban su cabello.

-  Ya bajo...
- No es necesario Jimena, el encargado me abre, todavía me recuerda.

Minutos después, y como era de esperar, Agustín tocó el timbre del departamento que fuera de Marcela; dos pequeños ramos de jazmines en la mano derecha y una botella de un Cosecha Temprana patagónico en la mano izquierda fue el cuadro que observó la dama apenas abrió la puerta.

- Gracias –un inesperado beso en la mejilla selló un extraño estado de confianza- ¿Sabías que es mi flor favorita?
- Te soy sincero, no lo sabía. En parte compré los ramilletes para agradecerte la invitación, pero también lo hice porque eran los últimos que le quedaban a la señora que los vendía en el semáforo de Donato Álvarez y Neuquén, y me pareció un despropósito que a esta hora y siendo sábado no estuviese al lado de sus hijos. Espero que mi sinceridad no te defraude.
- Todo lo contrario Poso. Ambas razones hablan bien de vos.
- ¡Estás hermosa! Es la primera vez que te veo tan... tan...
-  ¿Ridícula?
-  No por favor... ni pensarlo...
- Seductora entonces..., elegante, atractiva.
- Algo así...
-  Gracias nuevamente. Convengamos que nunca tuvimos una buena relación, ni oportunidades para observarnos – afirmó bromeando Jimena –
- ¿Y por qué habrá sido?
- Sin dudas en el medio existió un sublime bulevar que separó nuestras rutas. A propósito Agustín, está llegando la comida, bajo a recibirla y regreso, te invito a destapar el vino.
- Te espero – fue inevitable para Agustín entender que su inesperada erección obedecía a la tensión que le provocaba el paso apresurado y oscilante del cuerpo de Aldazábal hacia la puerta. Esa helenística silueta no merecía tan pobre auditorio. De inmediato, en soledad, recordó a Riera Molino, a Descartes, a Marcela; violentamente volvió al objetivo, a los fines determinados, a dudar de los embustes que la propia belleza suele bosquejar. En menos de cinco minutos disfrutaban de la cena en animado coloquio.
- ¿Pollo con almendras? – preguntó Jimena -
- Si, por favor  -Agustín se había encargado previamente de completar las dos copas con el Cosecha Temprana levemente refrescado, sin usurpar la superficie que Jimena le había dedicado al centro de mesa.
- Estamos inmersos dentro de una extraña mezcla de fragancias – mencionó la mujer –
-  A mi no me molesta.
-  Entonces iniciemos la velada, Agustín. Te escucho.
- Esto está muy bueno – Poso trató de desviar la atención hacia temas de menor compromiso –
-  Si hubieran sido mis manos las responsables de la cena te lo agradecería. ¿Qué te dejó la entrevista con Etchecopar, si se la puede calificar como entrevista?
- No entiendo la ironía...
-  No cambiás más. Marcela solía decirme que vos eras una persona demasiado noble y confiada. Recuerdo que te subestimaba sexualmente, no por tus falencias amatorias, no te asustes, era porque entendías al sexo como una conexión superadora y sincera entre las personas, una auténtica comunión entre el cuerpo y el alma. Nunca lo tomaste como una herramienta en pos del logro de objetivos. Por eso, sospecho, caíste fácilmente entre las desmesuras de Sonia.
- Crees que haber tenido una buena cama con esa mujer implica confiar en sus dichos. Siento defraudarte... Ya no Jimena. Lamentablemente Marcela me enseñó a ser innoble y desconfiado. No te lo voy a negar, disfruté de un excelente momento, la mujer sabe perfectamente que debe hacer para que un hombre se sienta completo, pero sus declaraciones me dejaron tantas dudas como certezas, es decir, la nada misma en tanto y en cuanto no haya elementos probatorios substanciales.
- ¿Qué significa eso? – preguntó ciertamente mortificada Aldazábal –
-¿Qué cosa?
- Eso que Etchecopar sabe hacer sentir bien a un hombre.
- Exuda sexualidad, y no tiene límites. Hablando sin medias tintas, ama con lujuria y le gusta ser amada también con lujuria, su imaginación y su erotismo caminan en función de hacer valer ese concepto – afirmó vehementemente Poso-. Esto lo exhibe más allá de lo que hace, su característica principal radica en la actitud y en su compromiso corporal con la situación. Quien está a su lado no es un objeto de placer, es placer en carne y hueso.
- Veo que ha dejado huellas...
-  Jimena, te reitero, una buena cama seguirá siendo una buena cama por los siglos de los siglos.
- Fuera de tus experiencias ¿qué hay de lo que fuiste a buscar?
- Ella sostiene que tus conflictos con Marcela pudieron ser causal del homicidio. Me habló de tus escenas y discusiones, me confirmó que durante el último tiempo no llevaste a Celeste.
- ¡Perra de mierda! – exclamó Jimena, notoriamente enfadada–. Marcela estaba de acuerdo con vos, varias veces me pidió que no llevara a la nena debido a lo ingrato del ambiente. Además, durante la última semana, me había advertido de ciertos cambios en los comportamientos de los funcionarios a propósito de acotar algunas prebendas que tenía el pabellón: por ejemplo la prohibición de continuar con del taller literario, como así también terminar con las sesiones de ejercicios físicos que ella misma coordinaba. Esta puta de Etchecopar la mató, estoy segura, estaba muy encaprichada con Marcela. Me juego que la obligó a ir hasta la ducha y se pasó de rosca con la violencia. Explicame cómo entró ese punzón a la nave.
- ¿Te llamó la fiscalía, te ofreciste a declarar?
-  Fui dos días después de la cremación. A preguntas formales, respuestas formales. Nunca volvieron a convocarme...
- ¿Y no te llama la atención?
- Ni me llama la atención ni me sorprende. Soy la viuda de quien fuera una de las estrellas del ambiente judicial, además soy abogada, experta en derecho familiar, pero jurista al fin, conozco cómo se manejan y qué hacen cuando no desean llegar a ningún lado: declararse incompetentes, burocratizar las convocatorias, rechazar por improcedentes determinadas solicitudes, y buscar todo intersticio que sirva para aletargar procedimientos. Facundo se enojaba mucho con estos manejos, nuestras cenas se cargaban de quejas e impotencia. Extraño es que Riera Molino no te mencionara algo tan habitual y cotidiano dentro de su tan transparente círculo.
- Veo que Riera Molino no te simpatiza, además noto que Etchecopar y vos coinciden, ambas responsabilizan a la justicia por amparar intereses puntuales.
-  Es un honor que me instales en un plano de igualdad con semejante atorranta – manifestó ofendida Jimena –
-  No es así. Ponete en mi lugar y te vas a dar cuenta lo injusta que sos, no te confundas. Mi tarea radica en llegar a la verdad por sobre todas las cosas. No sólo la necesita Marcela, también la necesitamos los que la amamos, y hasta la misma sociedad la necesita.
- Sos igual que Facundo: inocente e idealista.
- Me parece que no te compete hablar así de tu difunto esposo. Mirá que tengo memoria. Benítez Lastra no fue precisamente víctima de la inseguridad; fue víctima de un delirio diagramado en conjunto.
- Si querés que la comida me caiga mal, seguí atacando.
- Nunca es triste la verdad... – afirmó el joven -
- Frases que aparecen como dogma pero que en fondo nadan en el mar de una lógica por lo menos discutible. Por supuesto que en oportunidades la verdad es triste y duele, y no tiene remedio; la muerte, por ejemplo – retrucó Jimena -
- Admito que no puedo refutar semejante extremo dialéctico. Quizás el mensaje correcto sería tolerar la verdad con naturalidad.
- ¿Vos creés que se puede?
- Absolutamente...
-  Aceptar mansamente la verdad, encender un par de sahumerios y a otra cosa... Yo no quiero eso para mi hija. La verdad sigue siendo relativa porque depende de quién la imponga. Si fuera por tipos como vos el sol seguiría girando alrededor de la tierra y al mismo tiempo cientos de astrónomos en prisión gritarían, estúpidamente, argumentos que nadie escucharía. (El monólogo de Jimena comenzaba a dejar de lado los esfuerzos previos de ambos a favor de atildar la verdad). Tarde o temprano será necesario corregir y luego establecer. Te propongo que pensemos, juntos y en voz alta, cenando comida china y tomando vino. Si Etchecopar adjuntó sexo a sus argumentos yo te propongo pensamiento, tal vez sea menos atractivo, pero es la única forma que conozco para acercarnos a la realidad. De todas maneras, según lo que me contás, creo que mi desempeño erótico no sería tan descollante.
- Es un trato.
- Bueno... pero no me interrumpas – exigió Aldazábal - ¿No te parece que, si hubiese existido decisión política, el Director del Penal tendría que haber sido citado a declarar? Fijate que se lo protegió, siempre se lo mantuvo al margen. Resulta que hubo un asesinato en el “patio de su casa” y ni siquiera se lo molestó para saber si estaba presente en ese momento. Se acepta como palabra santa la declaración de su colaborada principal, y se eliminan de plano, todas las pesquisas que puedan llegar a incriminarlos. No se profundizó nunca sobre el arma homicida y tampoco intentaron ampliar las declaraciones de sus compañeras de nave. Es la verdad, Agustín. No intentar averiguar forma parte del secreto de la trama. No saber y no querer saber, moldean toda una decisión institucional. Creo que no necesito de una cama para que me entiendas. Te digo más, aunque fuera necesario no lo haría; no porque físicamente te rechace, sino porque sigo pensando que sos inteligente. Si algún día me acuesto con vos será por otro tipo de interés.
- ¿Discutirías del tema con Riera Molino? – Preguntó Agustín - ¿Aceptarías un careo con Etchecopar?
- Por supuesto, ambas cosas... Y con el Director del Penal si fuera necesario. Desde hace tres años tengo una enorme razón para pelear por lo que creo, aún a costa de mis errores y horrores. En  memoria de Marcela y en honor a una persona que nunca supe interpretar: Facundo... ¿Satisfecho?
- ¿No te atemoriza desempolvar la causa de su muerte y que te adjudiquen participación necesaria?
- Realmente no. Si Riera Molino considera que debo pagar por mi conducta, lo haré. No me interesan los bienes y menos aún la paz de los cementerios. Te aclaro que desde hace un par de años estoy buscando deudos y familiares de Marcela para traspasar sus activos.
- No te molestes. Sus padres la abandonaron siendo muy chica. El apellido Del Valle pertenece a la señora que la crió, mujer que falleció de neumonía a fines de los ochenta. Así la encontré en Plaza Irlanda: sola, hermosa, paseando a Benjamín, un enloquecido Bretón que tuvimos el gusto de compartir Walter y yo durante un buen tiempo, por eso me cuesta mucho censurarla...
- ¿Walter?
- Mi mascota. Otro Bretón. Ellos fueron la excusa de nuestro primer acercamiento. Nunca supe qué sucedió con el de Marcela. Poco tiempo después que nos separamos, el mío murió; creo que de tristeza por la ausencia de su amigo.
- Entonces, Poso, para no irnos de tema: ¿Cuál es la verdad? – volvió a cuestionar Jimena –
- Lástima que se acabó el vino; me quedé corto – se criticó Agustín –
- ¿Te gusta el Syrah? Tengo una botella en la heladera.
- Será un placer.
-  Entonces lo traigo junto al postre. Yo me encargo, vos quedate sentado; si querés poné algo de música...
- ¿Me dejás ayudarte?
-  No...
La velada trascurrió acordando los pormenores que, de aquí en más, serían imprescindibles para efectuar el golpe de efecto que la causa necesitaba para ser reactivada.
Por fuera de sus voluntades, el doctor Ernesto Riera Molino sería quién determine la estrategia, de modo que Jimena y Agustín debían aguardar por las decisiones del jurista. Sus limitaciones radicaban, justamente, en cuestiones tácticas y en el desconocimiento político sobre la conveniencia de escoger los momentos adecuados para realizar movimientos puntuales. Una simple partida de ajedrez necesitaba de un maestro en la materia, no de un par de entusiastas conocedores del reglamento básico, era forzoso saber leer el interlineado.
Entrada la madrugada se despidieron en el mismo hall del edificio; nada los hizo pensar que la noche pudo haber terminado de otro modo. El encuentro estuvo a la altura de sus expectativas en cuanto a confesiones y sinceridades, cuestiones que portaban desde los tiempos en los cuales competían por la misma presa. Ya no se odiaban, sólo se sospechaban. En tales circunstancias era un avance de no poca magnitud.
Apenas arribó a su domicilio, Agustín comenzó a elaborar el informe que entregaría a Riera Molino sobre los detalles de la entrevista. En todo momento trató de evitar subjetividades, aportando datos neutrales sobre la información recogida, sin percepciones individuales ni análisis arriesgados. Se sentía incapaz para sostener un cambio de opiniones con el jurista, por lo que borró de plano impresionar a su jefe con cuestiones ajenas a sus obligaciones.
A las siete de la mañana había finalizado con la reseña; el café con leche humeante lo ayudó a completar una doble lectura del mismo para efectuar todas las correcciones, retóricas y ortográficas, que la importancia del documento imponía. Conforme con el resultado disparó el correo adjuntando el archivo correspondiente. Veinte minutos después quedaría profundamente dormido convencido de que el domingo pasaría de largo sin penas, recuerdos, ni glorias que apuntar.
A media mañana del lunes Poso recibe un mensaje de texto en su celular de parte del jurista: reunión en el estudio a las 15.30. Ernesto.
Estaba bien descansado. Sólo el fútbol dominguero y su fanatismo por “Los Bichos de La Paternal” habían perturbado su ambulante y hogareño descanso. Una nueva derrota lo mantenía acostumbrado y silente. Por entonces, Argentinos Juniors deambulaba en primera división, como tantos otros clubes, siendo partenaire de un circo diseñado para grandes. Observaba sin juzgar, como las fotos autografiadas de Diego, del Checho, del Panza y del Bichi se mantenían firmes en su modular, testigos de aventuras que formaban parte indisoluble de un sueño nebuloso. Campeón Metropolitano y Nacional durante el primer lustro de los ochenta, campeón de América y aquella tremenda final contra la Juve de Platini en Japón; imágenes sublimes que hacían imposible cualquier signo de menesterosa ingratitud. Aquí, el concepto de “no volver a aquellos lugares en los cuales fue feliz”, no contaba para Poso. ¿Cómo haría para obviar su mayor y mejor instancia de tribunera adolescencia? La coqueta y austera explanada de Juan Agustín García y Boyacá era la universidad de la que habían egresado los más notables malabaristas de la época, aquellos que modestamente supieron sacudir su pereza cotidiana.


- Muy completo el informe, Poso – consignó el jurista apenas estrechó su mano -, le sugiero mantenga las formas y el buen trato con ambas mujeres. Por mi lado trataré de instalar el tema dentro del ámbito jurídico y efectuar precisos contactos políticos para allanar el camino. Voy tras Ángel Peláez, Director del establecimiento, a través de la cercana relación que me une, desde la época universitaria, con el Secretario de Derechos Humanos. Es muy importante el momento que vivimos como para desaprovecharlo. Imaginemos nuestra situación con un gobierno de derechas... ¿Usted cree que les importaría la muerte de una convicta?
- De eso hablamos justamente con Jimena, doctor. La necesidad de acertar con la estrategia para que esto no caiga en un cajón equivocado.
- ¿Confía en ella, verdad?
- No coincido con usted, a pesar de lo cual me inclino por la versión de Jimena.
- No se inquiete, Poso. Sin dar nada por sentado, respeto su opinión. En lo personal, debo colocarme por encima de la carga emotiva. Piense que Jimena es la viuda de mi querido Facundo y sé que estuvo al lado de Marcela cuando los homicidios de Alicia y Carlos. Le ruego que no me coloque en la posición de tener que determinar a través de mis afectos.
-No lo había pensado de ese modo. Disculpe mi torpeza – se justificó Agustín-
- Sospecho que no antes de dos semanas tendremos novedades. Mi intención es evitar un careo extraoficial entre las mujeres tratando de manejar el tema de manera individual. Será clave si logro hacer testificar a Peláez en presencia del Secretario de Derechos Humanos. No creo que ponga en juego su cargo y su futuro en la fuerza por alguien que solo le aporta sexo. Es evidente que no sería descabellado pensar en una negociación, con todo lo que ello implica; detesto cuando la justicia necesita de estos mecanismos, pero pasado el tiempo uno se acostumbra. De modo, mi amigo, que lo tendré al tanto de todo. Tiene algunos días para descansar, se merece unas buenas vacaciones.
- Gracias doctor, no omita llamarme si necesita algo, por mínimo que sea. Estimo como probable que permaneceré en la ciudad.
- Cuento con usted...

Los días posteriores transitaron sin mayores novedades. Agustín optó por permanecer en Buenos Aires para ponerse al día con lecturas que se debía. Trató de informarse sobre la actualidad de la literatura universal contemporánea, indagando sobre las obras de los autores del momento: Castillo Blanco, de Pamuk y El Africano, de Le Clezio, fueron algunos de los títulos adquiridos para vindicar su voluntario retiro. Prefirió apartarse de las damas haciendo caso omiso a los dos llamados recibidos de parte de Sonia y al efectuado por Jimena. Estaba convencido que era un actitud correcta en función de mantener cierta profilaxis a favor de las investigaciones. Deseaba, muy a su pesar, evitar trampas y operaciones de las sospechosas, disfrutaba de la compañía de Jimena tanto como del cuerpo de Etchecopar; sin sentenciar, estimaba que sus deseos individuales no tenían derecho a corromper el trabajo de Riera Molino. No podía defraudar la confianza que el jurista había depositado en él. Pensaba en la constante dualidad que vivía ese hombre, en su estado de insatisfacción. El sábado pudo corroborar, a la distancia, que Jimena mantenía imperturbable sus costumbres semanales: Celeste en la plaza, y la vieja calesita acuarelizando su tedio giratorio, o sobre los atriles de madera bocetando con las témperas, confusas sensaciones. Trataba de no engañarse, se sintió vigilante y a la vez cancerbero, no lo consideraba injusto pero tampoco sentía que le estaba rindiendo un homenaje a su lealtad. Desde su vehículo nada pudo observar que le llamara la atención. Se había prometido no involucrarse y descansar. Es tan legítimo que un hombre edifique su felicidad como su abandono siempre y cuando no perturbe la felicidad y el abandono de sus semejantes, queridos y no queridos. Pensaba que ambos estados son respetables, y que de ellos habían partido los más bellos poemas de los que dispone y disfruta la humanidad. Ninguno de los dos puede enrostrar fidelidades o asertos, menos aún intentar transferir sus recetas. “La vida no es otra cosa que muerte que viene”, afirmó Borges, enigma atemporal e indeterminado que está más allá de nosotros y de cualquier hipótesis racional. Aunque cabe darse la satisfacción y embaucarse, convengamos que la trama dura apenas hasta el arribo de la primera señal que nos ponga en el horizonte las sombras de la finitud. Se me dirá. Borges también afirmó que “muerte es vida vivida”, pues peor aún, ya que en esta definición se nos presenta más crudamente nuestra terminalidad. Por el momento, Agustín no se atrevía a discernir cuál de las dos definiciones encierra pesimismo u optimismo, sospechaba que conociendo al autor, ninguna. Lo cierto es que tanto la felicidad como el abandono se hacen tantas y marcadas concesiones durante la vida que logran mimetizarse y confundirnos para el bien de nuestra esquelética conciencia… 

*

A la semana siguiente optó por ser uno más de los parroquianos y clientes del bar que daba frente al inmueble en donde se hallaba el apartamento de Etchecopar. En horarios alternativos montó guardia a la espera de movimientos singulares. Desde los ventanales del rústico salón de billares, ubicado en el piso superior del aggiornado bodegón, podía observar con claridad la puerta del edificio.
En el crepúsculo del quinto día logró constatar que el Comisario Ángel Peláez, portando llaves propias, ingresó a la vivienda sin necesidad de previo aviso. Cuarenta minutos después una ambulancia acompañada por dos móviles oficiales con personal penitenciario estacionaron en la puerta del inmueble limitando el acceso de civiles. Al instante un cuerpo cubierto por lonas oscuras era trasladado desde la vivienda hacia el interior de la ambulancia por medio de una camilla. El último en retirarse del lugar fue el propio Peláez dejando en la puerta un oficial de la Federal a modo de guardia. Mientras se efectuaba el procedimiento, el celular de última generación de Poso sirvió para captar secuencias fotográficas del suceso, imágenes que inmediatamente fueron disparadas a la casilla de correo de Riera Molino. Una vez vuelta la calma y retirados los curiosos, Agustín intentó un acercamiento al custodia asignado para indagar sobre lo ocurrido.

- Te dejaron de seña, hermano – soslayó amigablemente Agustín en tono de complicidad –
- Forma parte del laburo. Es lo menos malo que te puede pasar en este rubro. Prefiero esto antes que andar jugándome en la calle o de ronda con el móvil.
- ¿Cigarrillo?
-  Te lo agradezco, pero dejé de fumar hace dos semanas.
- ¿Cómo hacés para no fumar en medio de tanto embole?
-  Hacé el favor de no tentarme, todavía me lo estoy preguntando – comentó sonriendo el oficial –
- ¿Un fiambre?
- Una mujer. Según las versiones le bajaron un cargador completo y a corta distancia, pero no es seguro.
- No me asustes, tengo una amiga en el sexto piso – fingió Poso - 
- Quedate tranquilo, esto fue en el tercero.
- ¿Puedo ingresar?
-  No por ahora, todavía hay gente de la Científica en el edificio. Usá el portero eléctrico, si querés.
- La llamo luego por teléfono. Si está en su departamento debe estar aterrada la pobre.
- Seguramente. Pero quedate tranqui, fue en el tercer piso, departamento B
- Sigo viaje entonces, que te sea leve.
- Chau y suerte.

No había sido demasiado complejo para Agustín corroborar que Sonia Etchecopar había sido eliminada; concluir que Peláez estaba involucrado en la cuestión no era para iluminados. Un breve mensaje de texto enviado por el jurista lo incluía nuevamente dentro del juego: - Agradezco que no se haya tomado vacaciones, lo espero mañana bien temprano por el Estudio. Riera. –
Hacía años que Poso no asistía a un verdadero desayuno de trabajo. María del Carmen Iturralde había preparado, para la ocasión, una variedad de colaciones digna de los mejores hoteles de Plaza San Martín. Ante el paisaje, percibió que la cosa venía para largo. A punto de terminar de colgar su abrigo en el perchero, ingresó por una de las puertas laterales el doctor Riera Molino.

- Cómo le va, amigazo. Un gusto verlo – enfatizó el abogado-, le puedo garantizar que su desobediencia nos ha traído enormes beneficios. Ha sido un trabajo extraordinario.
- ¿Son para tanto los halagos?
- Es que usted ignora algo muy importante, Poso.
- ¿Puedo saberlo?
- Horas antes del asesinato de Etchecopar, el mismísimo Ministro de Defensa y Seguridad, estando yo presente, se había comunicado con Peláez para conversar sobre el asunto Del Valle.
- Debo entender entonces que lo tiene cercado.
- No es un término jurídico apropiado, digamos que su posición es comprometida al máximo. Pero hay algo más que debe saber.
- ¿Ya lo detuvieron?
- No es eso. Le cuento. En una hora y media, en este mismo lugar, mantendremos un interesante cónclave. Además de Peláez, estará presente, en nombre del señor Ministro, el Secretario de Derechos Humanos. Disfrute su desayuno, se lo merece. Hago un par de llamados y regreso.
- ¿Puedo comentarle a Jimena la evolución del caso?
- No me parece prudente. Temo por filtraciones. Hay algo que todavía no me cierra para entender el circuito.
- Continúa dudando de Aldazábal – cuestionó irónicamente Agustín –
- Le ruego siga mis razonamientos: ¿Usted vio disparar un arma a Peláez? ¿Puede asegurar que la occisa estaba viva cuando el funcionario arribó a su hogar? ¿Durante el tiempo que estuvo fisgoneando, vio salir o entrar del edificio a Sonia? ¿Tenemos el informe de balística para determinar certezas sobre el arma?
- Ya entiendo, dudas razonables.
- Son más que dudas razonables, mi amigo. Estoy entusiasmado con el avance de las investigaciones pero, en realidad, no tenemos nada todavía, ni siquiera una mínima prueba. Me falta el informe del forense; justamente es lo que estoy esperando. No se aflija ni se inquiete, Poso, vamos muy bien.

El Comisario Inspector Ángel Peláez arribó puntualmente, en compañía de su abogado Cristiano Luccardi. El Secretario de Derechos Humanos lo hizo diez minutos después; Riera y Agustín dispusieron del gabinete de reunión conforme a las cortesías habituales.

- Bajo ningún concepto, estimado colega, le voy a permitir que incrimine a mi cliente en sucesos perfectamente cotejables – se quejó airadamente Luccardi- Prosigo: luego de su convocatoria, mi representado intentó comunicarse con la señorita Etchecopar a fin de hacerle saber las novedades y advertirle que era probable una pronta citación. La ausencia de respuesta, motivó que mi representado se dirigiera a su domicilio con la intención de conversar con ella, personalmente. No hay razón para negar la relación que los unía, por ello, la posesión de las llaves del apartamento no implica estar sometido a sospecha. Cuando ingresó a la vivienda se encontró con la macabra escena; de inmediato, y como marcan las normas, se comunicó con las autoridades policiales correspondientes para iniciar las primeras investigaciones. Según el forense, la occisa recibió cuatro impactos de bala provenientes de una Beretta nueve milímetros. Se encuentra pendiente el informe sobre los antecedentes del arma, en función de su utilización en otros hechos similares. Todos los aquí presentes sabemos que por las marcas de los proyectiles podemos detectar un historial aproximado.
- Dejemos por un rato el homicidio de Sonia Etchecopar para entender sobre el caso Del Valle – sentenció Riera Molino -. Tenemos nuestras razones para inferir que su colaboradora tuvo participación directa en el homicidio ¿Qué nos puede decir al respecto?
- Yo contesto doctor, no hay problema - afirmó Peláez -. Hasta hace unas horas tuve sus mismas dudas, debido a ello poco tiempo después del suceso le gestioné su baja del servicio activo. Con la muerte de Etchecopar queda cerrada la posibilidad de continuar con la pesquisa, de modo que poco es lo que le puedo ampliar al respecto. Para que le quede claro doctor, yo tenía con la occisa, una relación liberal y meramente física, por lo cual le solicito la mayor discreción para no perjudicar mis intereses familiares. Volviendo al tema, sé, de buena fuente, que Sonia poseía sensaciones encontradas con Del Valle. La amaba y la odiaba a la vez; debo reconocer que me impresionó lo poco que la alteró su muerte.
- La misma conducta que se observa de usted con relación a Etchecopar – interrumpió Agustín elevando su tono de voz –
- No me parece atinado doctor Riera, que personas ajenas al derecho efectúen observaciones y realicen adjetivaciones adicionales – censuró Luccardi –
- Puede que las formas lo incomoden, pero lo recientemente mencionado por el señor Poso es tan notorio como preciso – sentenció el Secretario-. Si comenzamos a instalar tesis en función de aventuras psicológicas, pongamos todas las cartas sobre la mesa y nos ahorraremos contradicciones innecesarias.
- No lo entiendo, señor – replicó Peláez –
- Simple. Si usted es capaz de instalar sospechas sobre la base de una conjetura subjetiva determinada, esa misma conjetura puede lograr satisfacer sospechas sobre otros actores de la causa – agregó Riera Molino –
- Pero no todos jugaron el mismo papel, doctor – sentenció Luccardi –
- Eso es cierto; señor Peláez, le pregunto: ¿Qué lo motivó, ante sus presunciones, a eludir la responsabilidad de efectuar el correspondiente expediente sobre la conducta de Etchecopar? –deslizó Riera Molino para luego continuar -. Una baja, sin argumentos sólidos, ante un homicidio en una dependencia de su dominio, puede tender a la protección y a la complicidad. En sus considerandos habla de estrés. Lo cierto es que su escueto informe  nada aclara sobre la relación que Etchecopar mantenía con la convicta ultimada. Su declaración ante la justicia es tan ambigua como los contenidos de su protocolo interno. Omite mencionar detalles relevantes: el asunto del arma homicida, cómo ingresó al recinto y la curiosa ausencia de huellas; el maltrato que su colaboradora le dedicaba a las demás convictas y el probado acoso que Del Valle soportaba a diario. En lo que a mí respecta – continuó el jurista - su actuación, Peláez, adolece de la debida responsabilidad en función del cargo que ocupa, considero que optó por no colaborar a favor de resolver el crimen, y trató de resguardar a una de las supuestas sospechosas, casualmente su amante. Esta trágica muerte lo obliga a desempolvar lo que suponía sepultado, lo que me hace pensar, a la vez, que usted Comisario, no asesinó a Sonia Etchecopar.
-  ¿Es un sofisma o un afirmación, doctor? – Preguntó Poso – Realmente me llama la atención su descolgada conclusión.
- No se apresure Agustín, acaba de llegarnos, vía correo electrónico, el oficio final del forense, avalado por la Policía Científica. – Mientras se desarrollaba la reunión, Riera Molino mantuvo sobre la mesa su ordenador personal como herramienta adicional de información – Aquí se afirma que Etchecopar falleció entre las dos y las tres de la tarde, por lo que podemos inferir que el Comisario Peláez se encontró con el cadáver cuando ingresó a la vivienda...
- Una pregunta, señor Poso – interrumpió Luccardi - ¿A qué hora comenzó su guardia, entre paréntesis vale aclarar, ciertamente irregular?
- A las cuatro y media de la tarde.
- Estupendo. Creo que la respuesta de su colaborador borra de plano cualquier responsabilidad de mi cliente en el crimen – señaló el defensor -
- No me parece atinada su aclaración; es más, la observo como una provocación fuera de lugar – corrigió ofuscado Riera Molino -. Hasta el momento nadie lo había inculpado del asesinato de la funcionaria. Faltan datos al respecto, para ser taxativo, su citación a esta reunión surgió debido a la responsabilidad que, como funcionario en jefe, tenía del establecimiento donde hubo un homicidio. Lo de Etchecopar aparece a posteriori. Espero quede claro, doctor Luccardi.
- Le rogamos que tenga la suficiente dignidad como para presentar su renuncia indeclinable al cargo – interrumpió Armando Cornejo, Secretario de Derechos Humanos -, de lo contrario, personalmente, le recomendaré al Ministro de Defensa y Seguridad su remoción, acompañado por el correspondiente sumario administrativo y, si fuera necesario, elevando causa penal. Piénselo, su retiro incluye una excelente jubilación, sospecho que no deseará perderla.
- ¿Es una orden o un acuerdo? – consultó Luccardi –
- Tómelo como un acto de altruismo - aclaró Cornejo -, disculpen si me extiendo demasiado, pero estimo que el asesinato de Marcela Del Valle encierra un cúmulo de interrogantes de imposible respuesta. Haber dejado transcurrir el tiempo, significó que el luctuoso suceso quedará como una muerte más dentro de un centro penitenciario. Es probable que hallemos más respuestas si vamos trás del homicidio de Etchecopar. Por eso, estimo prudente continuar con las investigaciones sobre este punto. En cuanto a usted, Peláez, lo invito a que escuche mi sugerencia y comience con sus diligencias. Mi decisión no sólo se encuentra dentro de la esfera jurídica, sino también se halla dentro del ámbito político.
- No se preocupe señor, me encargaré de todas las gestiones para que vuestra decisión se cumpla en tiempo y forma – aclaró Luccardi –


El final del cónclave encontró a Poso sumido en una profunda depresión. Tal cual le había indicado Riera Molino, las coincidencias no hacen a la verdad, a ésta es necesario probarla judicialmente. Estaba seguro que Peláez había asesinado a Sonia y que sólo una casualidad le había permitido zafar. Sintió, como nunca, que el caso Marcela Del Valle estaba definitivamente cerrado. Por el momento se colocó, primero en el lugar del Secretario de Derechos Humanos, luego en los zapatos de Riera Molino, entendió que la muerte de la asesina de su hijo dilecto Facundo y la de sus muchachos militantes, Alicia y Carlos, no merecía más tiempo que invertir. Tuvo ganas de ir a la cancha, olvidarse de todo, gritar por Argentinos como lo hacía de pibe o de acostarse con Jimena y devolver a su desgastado cuerpo, algo de la dignidad recientemente ultrajada.


- No se me caiga, Poso – le sugirió Riera Molino tomando el hombro de Agustín -. Ahora si, permítase unas vacaciones y vuelva en una semana. Se las merece.
- Gracias, doctor. Le mentiría si le digo que no las necesito.

*

Disparó el mensaje de texto como aquel poeta que envía una obra a un concurso literario: sin ambiciones, con la única esperanza de ser leído.
-Las invito a pasar una semana en Monte Hermoso, todos los gastos corren por mi cuenta. Las pasaría a buscar mañana antes del mediodía. Agustín –
La afirmativa, por parte de Jimena, no se hizo esperar. Un sucinto "OK x la tarde t´yamo. Jime", fue todo lo que Poso recibió como respuesta a la iniciativa. Como escritor vocacional odiaba esa costumbre, esos modos de expresión instalados que estaban minando la belleza del idioma escrito. Estaba disgustado con las mayorías que, mansamente, se habían afiliado a la idea de resumir o suprimir todo aquello que no se pronuncia, no se utiliza, no se ve, o no incluye rentabilidad. Una teoría de selección natural dislocada, sin que el tiempo medie ante la unilateral declaración informal de lo obsoleto a favor de la comodidad. Llegará el día, pensaba, en que ese mismo concepto será incluido en las relaciones sociales; esperaba, cuando menos, que el ciclo se postergue lo suficiente como para no ser testigo de tamaña simplificación. Imaginaba a los futuros antologistas, preocupados por los costos de papel y las cuestiones ambientales, compilando cuentos y poemas plagados de reducciones y signos figurativos, declarando el ostracismo definitivo de los palíndromos de Filloy, el fin de la hipérbole quevediana, el cese de la metonimia de Virgilio y la muerte del oxímoron borgiano.  - "I t´q´das inmóvil, i t´salvas". "Si t´ kiero es xq´sos..." – pobre Benedetti pensó –
- ¿Qué se te dio por esta invitación Agustín? – Del otro lado de la línea, Jimena trataba de indagar sobre la sorpresiva propuesta –
-  Simplemente se me ocurrió, eso es todo, apuesto que podemos armar un lindo grupo de viajeros. Dispongo para mi albedrío de la casa de un viejo amigo de la infancia, sólo tenemos que pasar por el pueblo en donde vive, aldea que queda unos kilómetros antes de llegar a Monte, para retirar la llave...
- ¿Hablaste con él?
- Está todo arreglado. A las once de la mañana paso por tu casa, arribaremos a lo de mi amigo a la tardecita de manera no molestar la ceremonia de la cena. De ahí hasta Monte es una hora más. No necesitás llevar ropa de cama, ni nada por el estilo. Vamos a estar a dos cuadras de la playa y a otro tanto del centro comercial. Calculo que en una semana estaremos de regreso, siempre va a depender de ustedes y de cómo pinte el clima; a fines de noviembre Monte es bellísimo, el habitante local es muy amable y el ritmo de vida, fuera de la temporada, es muy apacible. Creo que al auto no lo vamos a tocar, excepto que el día proponga algún tipo de excursión: algún establecimiento de campo, la Cascada Cifuentes, Sierra de la Ventana o Pehuen-Co son opciones regionales muy tentadoras.
- ¿Y tu trabajo?
- Tenemos seiscientos cincuenta kilómetros para conversar. Justamente por eso necesito este viaje – sentenció Agustín -. Necesito salir de tanta cosa que no alcanzo a digerir...
-  A las once entonces nos verás en el hall. Un beso.
-  Hasta mañana.

El pequeño y elegante Megane se deslizaba sin exagerar y a prudente velocidad. El primer tramo de la autopista les propuso la incomodidad de tener que circular frente al Correccional de encausadas de Ezeiza. Trataron de evitar todo comentario hasta que el segundo peaje los liberó de tan emotivo paisaje. Adentrados en la ruta tres, se vieron sorprendidos por la autovía, obra indispensable para transformar una de las salidas más peligrosas de Buenos Aires en una carretera rápida y segura. El cruce con la ruta cuarenta y uno sentenció el final de la misma y los liberó de toda relación con el conurbano residual. A propósito del asunto, Agustín comentó que a partir de allí comenzaba a respirarse el verdadero interior bonaerense. Celeste, hasta el momento, se había comportado dócilmente gracias a la butaca de sujeción que Poso había tomado la previsión de alquilar; varios muñecos y una pequeña mochila repleta de juguetes entretenían su ausencia de libertad.


- ¿Preparo mate? – Sugirió Jimena – Como verás vine dispuesta para hacerle el aguante al chofer. No sé manejar, pero algo es algo...
-  Ahora, en Gorch, haremos la primera parada. Es una vieja estación de servicio del ACA, muy coqueta, con baños limpios y un servicio de confitería fresco y de calidad. Además tiene un parquecito con mesas de recreo, juegos para niños y hasta un criadero de ovejas en los fondos que, sospecho, sorprenderá a Celeste. En esta parte de la ruta prefiero no tomar mate mientras manejo, si querés, lo dejamos para luego de Azul, allí el tránsito comienza a despejarse un poco.
- Bueno, pero tomate éste, es el primero, después tomo yo sola – insistió Jimena –
- Es el de los tontos – ironizó Agustín –
-  Por eso mismo, Poso.


Aldazábal, con ceñidos vaqueros desgastados, remera musculosa y zapatillas deportivas, se mostraba cómoda y sensible ante las necesidades de su eventual chofer. Cambiar el disco compacto confiando en su gusto y egoísmo, fue algo que Agustín no logró evitar. A instancias de la velocidad crucero, hubiese preferido algo de música clásica, blues, tango o folclore; se tuvo que conformar con el autoritarismo de Jimena y su personal estuche de compactos: Arjona, Montaner y Sanz iban asesinando metáforas a la vez que mellaban, con sus indecorosas rimas, una llanura que solicitaba con desesperación, algo de pudor y respeto por la poesía. De todas formas, Poso sospechó que el precio pagado seguía siendo negociable ante tan bella compañía. Manejaba calmo y excitado a la vez, tenía todo el tiempo por delante para intentar lo que necesitaba. Sabía que entre ellos no era menester ensayar simulacros seductores. Jimena iba a determinar el momento oportuno, si él seguía siendo Agustín y no un fantasma de Marcela y su recuerdo.
- ¿Alguna vez Marcela te hizo leer algo de mi autoría? – preguntó Poso –
- Ni sabía que escribías...
-  Es un capricho, convengamos que escribir es otra cosa. Lo hago sin orgullos ni pretensiones. Si tenés ganas de curiosear para quemar kilómetros abrí la gaveta y te vas a encontrar con una carpeta negra. Creo que hay un par de cuentos y algunas poesías. Supongo que Marcela no valoraba demasiado mi oculta vocación. De todas maneras estoy convencido que no es recomendable escribirle y menos dedicarle un poema a una mujer que amás e intentás seducir y de la cual no has obtenido señales. Si el poema es malo te descartará por mediocre, y se reirá de vos, si el poema es bueno te tomará solamente como poeta, nunca como amante. Para ello hay que acudir a los clásicos del romanticismo inglés de fines del siglo XVIII y principios del XIX, o también a los surrealistas franceses de comienzos del siglo XX. Por lo menos no te sentirás un estúpido y habrás leído y recomendado poesía de enorme valor literario. 
- Es raro que haya omitido semejante detalle. ¿Lo de las señales me incluye? Veamos de qué se trata...

Si de poesía hablamos...
... hablamos de Gog y de Mc Gog, de Papini y Marechal.
La mano de Paco Urondo cae sin permiso del lado equivocado.
Don Severo Arcángelo acecha de reojo a Paul Valery
quien sentencia de lo fatigoso que resulta obrar poéticamente.
Réquiem de Jueves y el trágico sentimiento
de una autopista calurosa, camino al sur.
Una ciudad completa de herejes
masacrados por la turba del temple.
Tras la sombra de Heidegger y por la espalda, el castillo blanco.
Gentuza y caterva vertical,
salvo el crepúsculo nadie recorre tus huellas.
En aquel lugar perdido, canciones del que no canta
páramos y versos aparecidos, la tentativa de un hombre infinito.


- ¿Cuánto hace que escribiste estos versos?
- Tiene unos cuantos años – aclaró Poso -. Lo escribí la misma noche en que me despedí de Marcela.
- Noche de marcada depresión ¿Verdad? – intuyó Jimena –
- Ante una situación límite, simplemente expresé un límite más. Recuerdo que había tomado bastante. Como verás, al contrario de lo que piensan muchos, nunca es aconsejable suponerse artista estando bajo los efectos de sustancias; en este caso, alcohol.
- Me gustó mucho. De alguna manera no deja de ser un vademécum de tus preferencias literarias. Me dieron ganas de leer a alguno de ellos. Alguna vez leí que cuando el poeta va al médico por un chequeo general y le diagnostica un mal no previsto se preocupa, y junto con el profesional procura calma y pone cartas en el asunto. Cuando se le diagnostican dos males no previstos ingresa dentro del campo de la angustia y con el consejo del galeno comienza a evaluar la gravedad de ambos para priorizar tratamientos. Cuando se le diagnostican tres males complejos no previstos, la angustia queda de lado, ya no quiere averiguar más, e ingresa sin solución de continuidad dentro de una kafkiana encrucijada existencial: aprovechar lo que le queda para seguir viviendo como poeta intentando dejar sombra, o invertir ese tiempo, matar al poeta y dedicarse exclusivamente a extender su temporalidad, ya sin el deseo de dejar sombra alguna...
- No te falta razón, algo de eso intenté exhibir. Bueno... ya llegamos. Kilómetro ciento cuarenta y cuatro: Gorch.


Haber llegado a destino le estaba otorgando a sus oídos un merecido descanso. Agustín aborrecía a esa banda de cantantes latinos de prosa vacua, obvia y ritmos enmelados. Acostumbrado a Strauss y a Mozart, a los grandes tenores, a Piazzolla, a Larralde y a Vaughan no le encontraba sentido a tanta nota mal versada y peor trazada; o mejor dicho, sí le encontraba sentido: tener incorporado hasta los huesos el mal gusto. Por qué no intentar con baladistas de mayor valor poético y musical, pensó en Serrat, Milanés, Serrano, Rodríguez, acaso Sabina, en lugar de aquellos sudacas de magras acuarelas musicales, verdaderos responsables de crímenes de lesa humanidad.

A instancia de tus ojos
y sin perderlos de vista
los desafío al supremo sacrilegio
de no cegarse ante mí.
Y que vean lo que quieran
aunque este espectro se acote,
si tu reflejo no abraza
a mis manos y a mis besos
te pido encuentres excusa
que sirva a mis objetivos,
que me inquiete y me sostenga
en esta batalla perdida,
para que las brujas nocturnas
te aclaren que, sin tu dosis,
no arroparé consuelo
porque mi mundo cedido
no se construye sin ti.
Y si estás debes ser mía
muy a pesar de lo tuyo
imperiosa necedad
o ingenua alegoría.
Te juro amada mía
soy esclavo, soberbia y malicia.

- Hermosísimo – exclamó Jimena apenas finalizó su lectura –
- Este trabajo lo envié a un concurso, llegué a ser finalista. Obtuve una mención. Fue publicado en una antología de la editorial que organizó el evento. Empresa, dicho sea de paso, de la que nunca volví a saber. Demás está decirte que lo hice bajo un seudónimo.
- No tiene título.
- Cómo que no... Poema XV.
- Pero ese no es un título poético, Poso.
-  Titulalo vos, no creo que el autor se ofenda – bromeó Agustín –
- “Ingenuidades” ¿Qué te parece?
- Queda bautizado de ese modo, entonces...


La yerba se había rendido definitivamente. Celeste continuaba compartiendo su sándwich arrojando pedacitos de fiambre, lechuga y migas de pan a un corderito que se le arrimó cerca del alambrado que encerraba al rebaño. Las hamacas y el tobogán descansaban sus siestas de todas las tardes, mientras Jimena seguía leyendo y comentando, con sus piernas cruzadas y sentada sobre una de las mesas de cemento, cada estrofa que impactaba su atención. Agustín se mantenía de pie, a corta distancia, alerta a los movimientos de la niña y espiando, bajo sus anteojos ahumados, los laterales de la musculosa de Aldazábal.
- Chicas, es hora de seguir. Vayan al baño por última vez, que yo me encargo de los trastos y de limpiar todo – ordenó buenamente Poso –
- Deseo ser mi propio y único extraño, y será porque te extraño que no considero el retorno como parte del camino  – leyó en voz alta Jimena –
- Ese verso no es mío, confieso que me impactó la profundidad de su simpleza. ¿No te parece qué estás perdiendo demasiado tiempo en esos renglones? – exhortó Agustín –
- Cele... dale... vamos al baño que seguimos – Jimena ignoró la falsa modestia del hombre, sonriendo irónicamente -. Conmigo no te hagas el humilde.
- No es falsa modestia, sinceramente te lo digo; esto no tiene ningún valor literario.

Jimena y Celeste no pudieron cumplir sus promesas. A poco de reiniciar el viaje quedaron sometidas al tenue reflejo del sol que ingresaba prepotente por el parabrisas del vehículo. Los poemas y los muñecos quedaron relegados a instancias de Morfeo. La siesta como sendero, como apelación poética. Hasta Benito Juárez, Poso pudo disfrutar de Verdi y de una Jimena que nada podía hacer para evitar que su escote exhibiese la desmesura de sus pechos. Pensó que la dicha pudo haber sido mayor; pensó en una falda corta y volada, pensó en aquellas hermosas piernas de aquel sábado de comida china y vino patagónico, por el momento no tuvo más remedio que conformarse.
- ¿Qué hora es, dónde estamos? – preguntó Jimena ciertamente extraviada –
- Cinco y cuarto, acabamos de pasar el cruce que lleva a Benito Juárez, no me atreví a despertarlas ya que cada media hora tenemos opciones para detenernos. En veinte minutos estamos en González Chávez y en cincuenta en Tres Arroyos...
-  Celeste sigue dormidita. Hiciste bien.
-  Vos decime, paramos donde quieras.
-  Por ahora, sólo te pido que cambies de música, si no querés que me vuelva a dormir.
- Veo que nos despertamos alunados.

Aldazábal se estiró como pudo procurando desentumecer piernas, brazos y cuello tratando de ignorar el comentario de Agustín con relación a su humor de la post siesta.

- Estoy prácticamente en bolas – bromeó Jimena mientras se ensillaba la remera -. Espero no haberte distraído. En el fondo odio tener tanto busto, a esta altura de la vida, sólo molesta.
- Si hay algo que no me sobra es distracción – deslizó Poso en tono irónico –
-  Contame sobre la causa – exigió Aldazábal haciendo caso omiso a la victimización de Agustín -
- ¿Es necesario?
- Hablemos ahora, tratemos de no arruinar el resto de las vacaciones.
- Como quieras. Por lo pronto, olvidate que encontremos al culpable de la muerte de Marcela...
- ¿Es una broma? – preguntó Jimena con marcada indignación –
- El Comisario Peláez, si no renuncia, será exonerado por incumplimiento de sus funciones, y Sonia Etchecopar fue asesinada.
- ¿De qué me estás hablando? Nada salió en los medios sobre lo de Etchecopar.
- Así como lo oís. Con respecto a la información pública fuimos muy severos para evitar toda filtración. Los detalles no tienen mayor relevancia, creo que es el final que todos deseaban. Marcela era sólo una convicta. ¿Qué esperabas? Lo del Director del Penal se resolvió políticamente, y lo de Etchecopar nunca se sabrá, porque a nadie le conviene que se sepa. Todas las pesquisas, Luccardi y los demás juristas, acuerdan que Sonia fue la mano ejecutora del homicidio de Marcela y que a su tumba se llevó el nombre del autor intelectual. Le descargaron cuatro impactos de una Beretta nueve milímetros a tres metros de distancia, nadie sabe ni vio nada; y eso que estamos hablando de un arma compleja, un arma que generalmente utilizan las fuerzas de seguridad.
- ¿Y Riera Molino?
- Ni siquiera se mostró interesado por averiguar la procedencia de la pistola. Sonia quedará como culpable post mortem, y un nuevo burócrata lavará desde adentro las ropas sucias.
- Bueno. De algún modo se hizo justicia – soslayó Jimena -. En lo personal no tengo dudas al respecto.
- ¿Te parece? –cuestionó Poso –
- Veo que un buen polvo condiciona tu opinión.
- No seas agresiva. Tengo derecho a expresar mis dudas. ¿No te interesa saber quién mató a Sonia?
-  Curiosidad, tal vez.
- ¡Qué extraño tu sentido de justicia!
- Armate una marcha contra la inseguridad si tanto te aflige – exclamó burlonamente Aldazábal- La justicia burguesa rompe con todos los conceptos que guarda la incorruptibilidad, debe ser por eso que me causa tanta gracia tu indignación. Soy viuda de un jurista, Poso. Apuesto que Riera, por fuera de sus declaraciones formales, coincide mucho más conmigo que con tus insobornables principios.
-  Me estás subestimando, Jime.
-  Nada más lejos Agustín. La violencia es injusta según desde donde venga. Sartre la tenía clara...
- Disculpame, una cosa es un proceso prerrevolucionario en función de modificar estructuras sociales injustas, y otra muy distinta es un delito común y corriente. Sartre no hablaba de la violencia individual sino de las reacciones colectivas en contra de la opresión.
- Como quieras. Esa turra sembró lo que cosechó. Para mí es tema terminado.


Agustín continuaba concentrado en la ruta masticando una extraña sensación de desconsuelo. Jimena no portaba valores humanos por fuera de la media social. Pensó en la muerte como detalle definitivamente instalado, conclusión y sentencia, mecanismo ideal para la solución de conflictos. Asumida y aceptada negación de la propia condición humana; la inteligencia y el concepto de justicia sometida a su mínima expresión. Debía sobrellevar una nueva derrota; constatar que la praxis se alejaba velozmente de los principios insistentemente citados y elogiados a modo de confesión universal. Por Radio Continental, única emisora nacional con señal disponible y clara, una vecina indignada con el Gobierno reclamaba por la seguridad argumentando que conocía mucha gente que había sido asaltada, y que se estaba viviendo una realidad desesperante al respecto. El silencio de Jimena lo ayudó a pensar que lo cierto de esta premisa escondía otra de mayor envergadura. El relato daba fe de las víctimas, pero omitía el hecho de que en nuestro diario andar somos portadores de notables miserias que fortalecen el delito. Y pensó en los mercados negros y la gran cantidad de bienes que se comercializan por fuera del sistema, repuestos de automóviles manchados de sangre al cincuenta por ciento, herramientas que salen de baúles a precio vil sin que nadie pregunte su procedencia, toneladas de ropa trucha, el contrabando, la evasión, el fraude... Es cierto, Agustín conocía muchas víctimas, pero también podía dar fe de cientos de victimarios que protestaban por la ausencia de seguridad. La hipocresía como norma de convivencia, la corrupción como característica horizontal, sin distinción de credos, razas o ideologías, la victimización laborando como eslabón perdido. Mártires y criminales, en un mismo cuerpo, cambiando de roles, mimetizándose; fines y medios rebotando dentro de un cubilete fariseo. De pronto asumió que comprender a Jimena era menos fatigoso de lo que suponía.

- ¿El Perdido?  - preguntó Jimena luego de leer el mural que indicaba el ingreso a la villa –
-  Este es el pueblo en donde vive Claudio, mi amigo de la infancia y dueño de la casa de Monte. Retiramos las llaves y seguimos viaje.
-  Te lo ruego, no me obligues a bajar.
- Quedate tranquila, son diez minutos, entro, hago un poco de sociales y salgo.
- Con la conversación nos pasamos de largo y no paramos como dijiste...
- ¿Necesitás ir al baño?
-  Más que un baño necesito estirar las piernas. Por suerte la nena sigue durmiendo, no desaprovechemos la fortuna. Prefiero llegar cuanto antes y poder cenar.
- Te lo aseguro, en una hora estaremos frente al mar. De todas formas acá en Coronel Dorrego hay una estación de servicio en la cual tengo que parar, sí o sí, para cargar nafta.
- Aprovecharemos allí entonces. Mientras visitás a tu amigo yo voy a despertar a Celeste, de lo contrario esta noche nadie va a poder dormir. De paso leo algo más...

Sinónimos

Anhelo ser advertido
sin la extorsión del halago
deseo ser frecuentado
por los modales de la reserva...
Al tiempo que supero la evocación
va labrando agreste la tristeza...
El encierro es vigilia
con fanales hendidos,
boceto venidero
que disfrazó los detalles...
Pese a no desear omitir
cierto es, que el descuido nos omite...
Tan carente y débil
tan turbia y tosca
tan inmadura y atractiva
transita la vida...
Mi suburbio es continuidad
de mi misma ciudad
excepto cuando el amor
colorea sus contrafuertes.



Te esperé

...y te esperé
como se espera algo inevitable:
el día, la noche, el sueño,
la muerte disfrazada de sí misma.
... y te esperé en sitios
en donde nunca estuvimos,
creados por mi propia inexistencia
y desmedida crueldad.
...bares y sus mesas de madera
lustradas con barnices cuyos tonos
mezclaban las angustias de los usuarios
con poemas de escasa integridad...
... y te esperé dormitando,
transpirando los años caminados
sufriendo esa triste sensación
de esperar lo inesperado;
y que un día cualquiera
un poco ya olvidado de la cosa
aparezcas en mi ausencia
del otro lado de la mesa
acodada a los barnices
que durante un tiempo
reflejaron tu mirada...
...te esperé en cuerpos ajenos
violando identidades
reconociéndote a oscuras
luchando contra aromas
desconocidos, vulgares,
acostumbrados a olvidar...
...y espero dejar de esperarte
y que me licencies,
para que por lo menos,
con tu aprobación y gentileza
pueda dejar de recorrer
mis miserias y despojos
de forma tal comenzar a reconstruir
alguna otra insolvencia que necesita vivir...

Arribaron a Monte Hermoso a las nueve menos veinte. La residencia estaba ubicada a una cuadra y media de la playa y apenas a dos de la peatonal céntrica. Era una típica vivienda de veraneo. Espacio guardacoches a cielo abierto, dos fincas, frente y contrafrente separadas por un tupido jardín bien ornamentado, a modo de vergel; un par de parrillas equipadas, cercanas a las mesas y bancos de recreo, prolijos senderos de conchilla molida y una decena de horribles enanos distribuidos inútilmente. Ante la opción, el contrafrente contó con el acuerdo de la dupla ya que poseía mayor amplitud, y sus tejidos mosquiteros estaban intactos. Mientras Jimena ingresaba a la vivienda escogida, Agustín aprovechaba para echarle un vistazo a la otra por pedido de su amigo para corroborar que todo estuviese en orden, dejando, ex profeso, prendida la luminaria exterior del hall de entrada.
Tres cómodos dormitorios y una amplia cocina-comedor garantizaban, al mismo tiempo, holgura y privacidad. Los grandes ventanales apuntaban al sur, dicha orientación permitía disponer de luz natural y vasta ventilación durante gran parte del día. Monte Hermoso, por estar ubicado en plena panza de la costa bonaerense, tiene como característica que el sol sale y se pone en el mar, por lo tanto el aprovechamiento de esta maravillosa fuente de energía por parte de los constructores era sólo cuestión de entender algo de geografía y un poco de astronomía. Si bien estaban sobre asfalto, el arenal del predio era inevitable por culpa del viento y las continuas corrientes de aire. Agustín amaba ese lugar y había jurado nunca volver. Estúpida concepción falsamente filosófica que lo tenía preso hasta el agotamiento.
Había disfrutado de sus márgenes desde los siete hasta los catorce años. Eran tiempos cuando la raleada villa pertenecía al Partido de Coronel Dorrego y asumía una discreta fama por la intensidad del viento norte y la consecuente invasión de celentéreos que tapizaban azarosamente la enormidad de sus playas. En la actualidad, aquel antiguo y raso villerío, se erigía como un próspero centro turístico, plagado de inversiones de toda naturaleza: un estadio polideportivo envidiable, proyectos edilicios de enorme envergadura, hotelería de categoría, más de la mitad de sus cuadrículas asfaltadas, varias cuadras de un centro comercial apetecido por la burguesía y atrayente para el consumidor de clase media, dos clubes futboleros de excelencia y hasta la franquicia de un equipo de Básquet profesional que competía en las ligas más importante del país. Su tasa de residentes había crecido exponencialmente en menos de diez años de la mano de las inversiones en el rubro de la construcción. Muchos bahienses y dorreguenses optaron por la radicación definitiva debido a su tranquilidad y posibilidad cierta de progreso. La inmigración de comerciantes y profesionales colaboraron a tapizar una red de servicios tentadores, que en algún caso exhibían precios excesivamente gravosos.
Apenas ingresó por el Bulevar Majluf, Agustín percibió que ese Monte de su arenosa memoria, ya no existía; edificios demasiado altos enfriaban tempranamente una buena porción de la playa céntrica y la bicicleta no formaba parte del paisaje urbano. De alguna manera no estaba traicionando su rancia convicción de vida. Por un rato fue feliz, deseaba afrontar días inolvidables, disfrutar la intensidad, justificar su estricto y cotidiano no regreso.


Cuento con su ayuda

Cuento con su ayuda, por favor, pido no se inquiete.
Necesito de su parte cierta cuota de contención,
alguna dosis de silencio y sus más secretas fidelidades.
La empresa es simple, no le llevará tiempo ni esfuerzos inhumanos,
hasta puede llegar a confundirse y considerarla un juego,
en donde yo, su ficha, se mueva según sus deseos y albedrío.
Se trata de compartir la porción de nuestros tiempos
que tengamos disponible,
cosa que es motivo de rimas, discusiones y congresos
desde los inicios de la historia;
algo que no tiene respuesta, y sí,
cientos de preguntas equivocadas e irreverentes.
De todas formas le aclaro que me llama la atención
que tal cuestión, simple y placentera,
sea motivo de juristas, cláusulas y convenios
tan caros a los valores de legistas y tan lejos del afecto y la pasión.
Sin más, le reitero que mi propuesta sigue en pie.
La amo y eso reviste para quien le habla
una impronta irreductible,
un tanto dictatorial y si se quiere desprolija.
Disculpe mi formalismo y esta marcada ausencia de talento.
Como sé de mi seguro infortunio, no veo caso dejar en su memoria
algo digno de recordarse.

- ¿Qué me decís de lo que acabo de leer? – preguntó Jimena mientras trataba que la papelería no fuera víctima del viento –
- Un fracaso más – contestó Poso –
- ¿Tuyo?
- No necesariamente. Me extraña el interés que te despertaron estos borradores. Hay mucho que trabajar sobre ellos, la métrica, el orden, la rima, son un desastre...


Soneto del Crepúsculo

Crepúsculo de cumbres inasibles
cuéntame de tu miel y de tu espanto
no nos hieras con tu hiel ni con tu llanto
por cuenta del amor y lo imposible...

crepúsculo y tu necia soledad
que invita a sostener una mirada
aquella que convierte en estocada
el celaje que arropa tu verdad.

Crepúsculo de turbias imprudencias
te advierto que me duele tu talante
fuiste juglar de indultos y clemencias

divulgando tan sólo en un instante
que el amor también vive de indecencias
y el dolor se atesora en el Levante.


La noche anterior había sido momento de acomodar el equipaje, cenar en una fonda aledaña y descansar luego del viaje agotador. La mañana se presentó tan diáfana como radiante; privarse de la playa, vacía y mansa, era todo un sacrilegio. A pesar de la época, fue necesario utilizar la sombrilla disponible y dos de las reposeras que los dueños de este tipo de lugares suelen poner al servicio de los ocasionales viajeros.
Mientras Celeste diseñaba proyectos areneros con sus baldes, moldes y palas, Jimena se dejaba lucir impune exhibiendo un pequeño traje de baño dos piezas color negro que delineaba a la perfección su firme y epicúrea figura. El día no estaba para ingresar al mar, pero era inevitable acercarse hasta su orilla para sentir esa extraña sensación en los pies, luego de tantos años. Ciertas incomodidades producto de sus visiones le impedían a Poso acompañar a Jimena y Celeste hasta los fangos costeros; suponía que en breve, acaso la costumbre, logre recobrar el buscado equilibrio y la calma imprescindible para poder disfrutar de la jornada.
-  Si no tenés ganas de venir con nosotras, preparate unos mates que enseguida vuelvo y la seguimos – le sugirió Aldazábal mientras sonriendo con sobradora intuición dispersaba la arena de su cola -. Voy a pasarle a la nena un poco de crema protectora y ponerle el gorro, a pesar de la época, el sol está muy fuerte. Esto es maravilloso, no hay nadie en esta zona de la costa.
- Las traje hasta aquí a propósito. Las playas del centro me siguen resultando vulgares e indiscretas, sigo con mi gusto por los médanos y un poco de restinga y roca por donde caminar...
-  Venís acertando seguido, por lo menos con mis gustos. ¿Cómo me ves? ¿Estoy muy ridícula con esta bikini de pendeja?
- Celeste te está esperando.
- No me contestaste – insistió Jimena –
- ¿Es necesario?
- No te equivocás. Me encanta y me excita que no nos puedas acompañar hasta la orilla. Creo que no existe mujer que no le agrade inspirar tamaña percepción.
- Te gusta avergonzarme.
- Enseguida vuelvo – Aldazábal recordó los juegos pendientes que tenía con Celeste y salió corriendo hasta encontrarse con ella y cumplir con las tareas olvidadas.

Agustín se quedó en su reposera preparando el mate sin dejar de observar como el meneo de ese trasero le indicaba que el futuro cuerpo a hostigar era el adecuado.


- ¿En qué estábamos? – Jimena trataba de reflexionar – Ah sí. No te quiero avergonzar Poso. Es mi forma de decirte lo bien que me está sentando el paseo, que me gusta mucho lo que escribís y que me encanta incomodarte. Vos y yo sabemos lo que va a pasar entre nosotros. Es probable que a partir de esta noche compartamos más que una cena. Disculpame si te jugué sucio.
- Ya pasó. Nunca lo tomé de ese modo.
- ¿Puede un beso sellar el convenio de no agresión? – Aldazábal acercó su boca a la boca de Agustín, sus labios sellaron con crema, un poco de arena y mucho de saliva, los labios de Poso. Con su mano derecha se atrevió a masajear la virilidad del joven para luego tomarlo suavemente por un buen rato hasta liberarlo – No puedo permitirme dejar pasar este momento, Poso – Con urgencia adolescente Jimena aprovechó la soledad del arenal, soltó las tiras que sujetaban el sostén permitiendo que sus senos expuestos al sol sean contemplados y admirados por su antagonista. – Te invito a compartir la lona... – ¿Y Celeste?
- Yo la miro desde aquí.
- ¿Un mate?
- Si. – Un par de sorbos alcanzaron para dejarlo a un lado. Ambos incluían históricas necesidades y desventuras a compensar. De inmediato Jimena liberó el tenso sexo de su acompañante al mismo tiempo que deslizó delicadamente el cavado de la bikini de modo que, sin necesidad de quitarla, presentara intersticios claros que le permitieran al miembro viril un ingreso persuadido hasta su profunda intimidad. Con la vista puesta en la niña, comenzó a estremecer su cuerpo proyectando, en sus lamentos, la ansiedad de una extensa abstinencia. De rodillas y de espaldas a Poso, la joven aseguraba escenas que incluían elevada carga erótica. La observancia de la penetración era tan perfecta como total, intensidad en los movimientos y una hombría rígida que era consumida y liberada hasta los límites de la magnitud. El ritmo sólo era interrumpido cuando Aldazábal notaba que los latidos del glande expresaban indubitables deseos de expulsión. Como dueña, manejaba la aventura inescrupulosamente, determinante, dictatorial. Cada orgasmo lo expresaba sin vergüenza a sabiendas que los cincuenta metros que los separaban de Celeste eran suficiente reaseguro de placer. De todas formas le urgía que Poso se exhibiera, de modo que se retiró suavemente para luego darse vuelta, dándole la espalda al mar y proponiéndole a Agustín que disfrute de sus oscuros y grandes pezones con entera libertad. La idea de no perder de vista a la niña conspiró contra la posibilidad de ejercer el sexo en plenitud; de todas formas, no dejaba de ser un interesante diseño juvenil romper las reglas en el marco de la prohibición. Dejaron para el futuro inmediato algunos detalles imposibles de practicar, sin embargo Jimena le dedicó a Agustín la mejor de las conclusiones hasta provocar lo inevitable, lo denso, lo tibio, la pequeña muerte. Un inmediato y más que fresco chapuzón marino resolvió la higiene personal que ambos se debían. Contener los deseos de Celeste en procura de acompañar a su madre fue la fatigosa tarea que Agustín tuvo la gustosa obligación de afrontar.

- Como dice tu poema: podés contar con mi ayuda – sentenció Jimena sin atender que se había habituado inconscientemente a la ausencia del soutien - Me gustaría intentarlo -
- Benedetti decía: “Ahí está el puente, para cruzarlo o para no cruzarlo". Yo lo voy a cruzar, sin absurdas prevenciones – deslizó Poso –
- Magnífico. El puente y la utopía, están allí para seguir caminando.
-  Las doce y media; nos secamos y las invito a una parrilla, luego les propongo que por la tarde nos vayamos de excusión a Sierra de la Ventana. Pueden aprovechar el recorrido para hacer una buena siesta.
- Espléndido. No conocemos la montaña como paisaje...
- Te aseguro que merece la pena. La vista es imponente, no por su altura sino por la fuerza que expresan las marcas que el tiempo ha dibujado en sus laderas. Es una de las formaciones orográficas más antiguas que existen en consecuencia contiene todas las huellas de los cataclismos y cambios geomorfológicos que sufrió el planeta. No nos van a alcanzar las manos para sacar fotos. Además en Villa Ventana, una aldea vecina a Sierra, sitio que se escapó de algún cuento tirolés, hay una mujer que cocina de maravilla. "Lo de Mariel" se llama el lugar. Tenemos la opción de cenar allí si lo deseamos. Pan casero de campo relleno con varios tipos de queso y morrón, milanesas de ciervo, escabeches de toda clase y especie, dulces, facturas de cerdo y no sigo porque es hora de almorzar...
- No hay nada más que decir Poso, estamos en tus manos.


Mientras los días avanzaban la satisfacción por compartir cada momento se multiplicaba geométricamente. Habían quedado atrás los manjares de Mariel, La Garganta Olvidada, Los Piletones, el frustrado intento por ascender hasta El Abra, el Parque Tornquist, las imágenes del Cerro Tres Picos, la laguna de Sauce, el ascenso al Faro más alto de Sudamérica, la arboleda y las playas de Pehuen-Co, la Cascada Cifuentes, la Cueva del Tigre y las apacibles tardes de pesca en Marisol a la vera del pequeño estuario que forma la desembocadura del río Quequén- Salado. Jimena y Celeste descubrieron en el sudoeste bonaerense un anfiteatro de sensaciones novedosas, pequeños y atemporales pueblos, rodeados de una naturaleza provocativa y, en algún caso, maltratada. Gente humilde y de trabajo que diseñaban como orfebres su cotidiano andar, una posibilidad cierta de vida, un inmejorable aprendizaje. También había quedado atrás la exploración completa que la pareja hizo de sus cuerpos; experiencias que desarrollaron con extremo desenfreno ante cada concesión que les brindaba Celeste. Al igual que el futuro, el pasado no formaba parte de sus encuentros, trataban de respetar el pacto asumido, sin censuras ni absurdas prevenciones, como escribiera Benedetti.
- ¿Cuántas razones tenemos para volver, amor? – preguntó Jimena buscando una respuesta seductora –
- Sospecho que habría que buscarlas y luego razonarlas – argumentó Poso, para luego continuar-, siempre es tentador pensar que estos lugares están definidos por imágenes y no por realidades concretas de vida. Hemos pasado días maravillosos, pero me atrevo a preguntarte: ¿Crees qué aquí en Monte Hermoso por ejemplo, la complejidad no existe? Sé a dónde apuntás, Jime. Ni loco me perdería la posibilidad de armarnos como familia y radicarnos en la zona, pero es necesario tener en cuenta las deficiencias existentes...
- ¿Deficiencias?
- Te nombro una. El sistema de salud y la ausencia de políticas públicas sanitarias para afrontar situaciones límite. No hay inversión en tecnología médica. El modelo médico en estos pueblos es placentero, derivar a Bahía Blanca y listo. La ciudad más importante de la región es el embudo en donde aterriza todo aquel que conlleve alguna afección delicada y esa lógica se prolonga hacia parte de la Patagonia – aseguró Poso –
- No es muy distinto a Buenos Aires.
- Está bien... Pero en Buenos Aires existen variantes públicas y privadas. Además, por estos pagos, el auto es imprescindible. En cierta ocasión un médico amigo, que se radicó hace algunos años en Coronel Dorrego me dijo: “Yo cambié tranquilidad por riesgo. Lo hablé con mi familia y todos estuvimos de acuerdo. Vivir en Coronel Dorrego, Pringles, Suárez, Monte, Puán, Sierra es una notable contingencia”. Me comentaba que, ante un evento cardíaco, está comprobado científicamente que un paciente tiene ciento diez minutos para revertir el proceso a través de asistencia mecánica. Cualquiera de estas localidades que te nombré está a más de noventa minutos de Bahía Blanca, teniendo en cuenta la logística y  el tiempo de traslado, no sólo el viaje en sí propio. No hay margen de error posible. Una pinchadura, un desperfecto técnico de la ambulancia, te liquida...
- No soy tan tonta, Poso. Yo asumiría el riesgo siempre y cuando compruebe la existencia de una red de contención afectiva.
- ¿Red de contención afectiva?
- La que podamos tejer en conjunto. Tranquilamente pondría en tus manos la vida de Celeste y la mía. Sé que ante una crisis resolverías con criterio...
- ¿Y desde lo laboral, cuál sería nuestro medio de vida?
- Por un lado podrías alquilar el departamento de Boedo. A través de Riera Molino regularizo mi situación con respecto a los bienes de Marcela, pudiendo disponer del inmueble para hacer lo que nos plazca. Ya tenemos un segundo ingreso. Además cuento con los bienes que heredé de Facundo. Estos bienes, que la familia decidió que conservara, nos pueden permitir la adquisición de una vivienda y desarrollar un microemprendimiento, puede ser un comercio o un estudio jurídico, llegado el caso. No te olvides que sigo siendo Abogada y vos Procurador; y hasta nos podríamos dedicar a la docencia. Me parece que el tema económico es lo más sencillo de resolver, contando con la posibilidad cierta de adquirir un segundo auto para evitar depender de micros, combis o remises.
- Veo que tenés todo pensado, nena – ironizó Agustín -. No creo que estés improvisando. ¿Cuánto hace que venís maquinando la idea?
- Te vas a reír. Fue luego de nuestro primer ensayo en la playa...
- De mi parte no lo recuerdo como ensayo...
- Bueno... Salir del mar y verte en la orilla, de la mano de Celeste, observarlos charlar entusiasmados, me impactó notablemente. Esa despreciable sensación de familia que siempre sentí, se había transformado en una fotografía deseada, en lo que yo quería para este momento y necesitaba para mí y para la nena. Y continué pensando en el asunto cada noche, luego de hacer el amor. Siempre llegaba a la misma conclusión: sos el responsable absoluto por esa modificación en mi manera de sentir y pensar. No hablo de amor y toda esa adolescente tontería que sirvió de motivación para casarme con Facundo. No sé de qué hablo exactamente... Creo que es algo superior, complejo de explicar mediante el mensaje vulgar... Vos y yo coincidimos en algo fundamental: “en todo lujo palpita un íntimo soplo de vulgaridad”, escribió Bioy Casares en Clave para un Amor, texto del año 1954, tengo entendido. En la misma sintonía de su amigo, Borges aseguró que "ya no hay hombre que adolezca de pobreza, que habrá sido insufrible, ni de riqueza, que habrá sido la forma más incómoda de vulgaridad”. Y esto lo hizo en 1975 en un cuento titulado Utopía de un Hombre que está Cansado, del Libro de Arena. Más hacia nosotros el Indio Solari grabaría y fijaría popularmente el concepto en su maravilloso tema Un Poco de Amor Francés. Digo para vos, para mis nulos íntimos y escasos conocidos, y ante la meritualidad que exhiben los exitosos de nuestra contemporaneidad: “elijo el fracaso, pero me quedo con ese fracaso hacedor, el fracaso que implica seguir caminando a pesar de conocer el magro destino del intento....”
- Evidentemente también existe una importante cuota de madurez. Las visiones juveniles parecen eternas, cuando estás por arribar a los cuarenta uno se percata que el fracaso y la finitud deambulan por los arrabales de modo inexorable, por eso aparece cierta actitud conservadora más allá de la propia voluntad – afirmó Agustín -. De todas formas y atento a tus deseos te cuento que ahí está el puente.
- ¿Eso quiere decir que lo cruzarías?
- Absolutamente... Y sin prevenciones.
- Tomemos entonces el tiempo que nos queda para averiguar sobre costos y demás asuntos que tienen que ver con un proyecto de radicación sustentable – esbozó Jimena -
- ¿Te gustaría aquí en Monte?
- No estoy decidida. Sospecho que Monte debe resultar invadido durante el verano. Quizá sea lo más viable desde lo económico, pero tengo esa duda. Me gustó mucho Sierra, sobre todo la parte del Golf y Villa Arcadia. Villa Ventana es un sueño, aunque tampoco me atrevería a descartar Saldungaray, ni siquiera al propio Tornquist. No sería descabellado bosquejar un pequeño proyecto comercial orientado hacia el turismo en cualquier lugar de la comarca serrana.
- A trabajar entonces. Hay que afinar el lápiz, por ahora tenemos dos días más para disfrutar.

                                                        *

Seis meses demoraron en gestionar todo lo atinente al definitivo proceso migratorio que estaba por comenzar. Aquel primer viaje había sido el punto de partida de varios viajes más para cerrar operaciones e inscribirse legalmente como incipientes comerciantes y por añadidura como proveedores regulares del municipio. Definitivamente habían optado por ese camino. En oportunidades Agustín tuvo que hacer el recorrido en soledad producto de tener que dividir tareas con Jimena. En ciertos momentos, tanto Buenos Aires como Sierra de la Ventana, destino final escogido, requerían al unísono puntuales e impostergables obligaciones. Una de las diligencias más azarosas fue la de informarle a Riera Molino sobre la decisión que los involucraba. Si bien al principio el jurista no observó con buenos ojos tal compromiso, entendió con el correr de los días que Agustín sería el mejor padre para Celeste. Desconfiaba de Jimena y su ciclotimia, aspiraba que Poso lograse extraer de ella sus mejores obras. Desde la escribanía y a través de sus contactos en el registro de la propiedad, el legista logró que se liberara la unidad, propiedad de Marcela Del Valle, adquiriéndolo de modo particular, a sabiendas que la inexistencia de prole no haría que ese monto corriese riesgos. Los ciento ochenta mil dólares fueron documentados a través de boletos de compra-venta debidamente sellados y avalados por funcionarios oficiales, aguardando por el tiempo necesario para escriturar sin observaciones. Esta cifra más otra similar, extraída de los bienes conyugales de Jimena, le permitieron a la pareja adquirir un local en funcionamiento y totalmente equipado, que incluía una amplia vivienda. Añadían, como servicio adicional, el asesoramiento legal y jurídico en cuestiones comerciales. Para ello dispusieron de uno de los ambientes de la casa a modo de estudio. La tienda, ubicada en pleno centro de Sierra de la Ventana, ofrecía todos los insumos necesarios para recreo, camping y turismo; desde artículos de pesca hasta elementos para la práctica del montañismo. 
Debido a que los casi trescientos sesenta mil dólares invertidos habían salido de la esfera de Aldazábal todo se documentó a su nombre. Agustín fue quién más insistió sobre el tema. Lo que no se modificó fue la titularidad de su departamento capitalino, unidad que seguía proveyendo de una muy buena renta mensual. Con el tiempo, una vez logrado cierto equilibrio económico, ese ingreso sirvió para engrosar el ahorro a favor de la adquisición, financiación mediante, de una  camioneta doble tracción, del año 2003, en impecable estado. Los pocos muebles que tenían fueron en su mayoría vendidos y el resto enviados directamente por una empresa especializada en el tema. Decidieron mudar sus efectos personales en el último viaje.


- ¿Y esta caja, de qué se trata Jime? – preguntó Agustín -. Con esto termino. Decime si es frágil, digo, para evitar hacer un desastre.
- No veo la hora que salgamos para Sierra... ¿Cómo es? – preguntó Jimena desde el dormitorio alzando la voz, mientras finalizaba de armar el bolso de Celeste –
- Está cerrada con cinta de embalar, parece una caja de zapatos – afirmó Agustín –
- ¿Es roja?
-  Sí...
- Me llegó ayer –aseguró Jimena -. Es un despacho del doctor Ernesto Riera Molino. Supuse que lo envió como obsequio por nuestro compromiso. No lo abrí porque consideré que lo deberíamos hacer juntos. Esperame que ya voy y vemos de qué se trata, amor.
- Veo que al costado hay una esquela...
- Ya voy...

Chicos:
            Antes todo, les deseo lo mejor. Ambos han sabido, desde el dolor, enaltecer sus historias con decisiones valientes y ciertamente envidiables. Luego de examinar el interior de la encomienda entenderán que de ustedes depende mi visita a su nuevo destino. Eso sí, siempre y cuando permitan que me haga cargo de los gastos por mi estadía. No se inquieten por el contenido del encargue, es una de las tantas realidades que me fue necesario ocultar por cuestiones que prefiero no mencionar, entendiendo que vuestra inteligencia arribará sin problemas a conclusiones acertadas. Quien asesinó despiadadamente a Alejandra Bogado y a mis más caros afectos, Facundo, Alicia y Carlos, fue asesinada en prisión por alguien no menos desquiciada, debiéndome hacer cargo personalmente de ambos asuntos. En oportunidades el derecho no posee las respuestas adecuadas; esto lo aprendí luego de tantas derrotas acumuladas dentro del campo judicial. Espero sepan discernir desprovistos de rencores, que acaso sospecho, creo merecer. En una sociedad de víctimas me declaro responsable intelectual, ante ustedes, por el homicidio de Sonia Etchecopar. Le dejaré al tiempo la potestad de guiarlos hacia la mejor de las decisiones. Les adjunto un par de escritos. El primero de ellos es propio y reza sobre la vida como sendero cuyos extremos sucios nos igualan y otro del genial Thomas de Quincey. Creo que ambos tratan de explicar buenamente lo que me sería muy complicado de exponer desde la palabra. Mis felicitaciones y muchos éxitos.

La cátedra de los gatos
El sendero de los extremos sucios

Estoy extenuado, algo acostumbrado quizás, acaso levemente rendido ante los males que como hipoteca humana uno tiene la obligación de disfrutar por gravamen temporal. Resistirse es cuestión absurda; arribar al final del sendero y que ese finito sea una vaga parodia del camino no me parece seductor.
Borges se colocó ante la muerte con una actitud de acatamiento, carente de humildad, miedo o desesperación. Yo no puedo, y la mayoría de las personas que quiero y conozco tampoco. De alguna manera envidio sanamente al maestro. El crepúsculo es muy bello, sólo si la mañana siguiente continúa siendo un evento irreversible. Sigo repasando sus historias. Leo una certera definición de la Muerte: sucia como el nacimiento del hombre. Pienso. Qué soberbia provocación resulta higienizar buenamente aquello que se encuentra entre márgenes tan sórdidos. Me sirvo una nueva taza de café al cual le añado tres gotas de edulcorante - quema, espero -  repaso viejas fotos, noto que algunas me cuentan novedades. Paisajes que no recordaba conocer, personas ajenas que me abrazan con una dosis de incomprensible afecto. Distingo varias mascotas, más precisamente gatos, animales que mejoran y facilitan exponencialmente la visualización de mi nuevo pasado. No alcanzo a recordar las razones que motivaron abandonar aquella sana costumbre de ser elegido por un gato. Y es lógico que ignore algo que no sucedió, debido a que si bien cumplen el rol de mascota uno no las elige, ellos son los que deciden. Vale decir que yo no abandoné la costumbre, en realidad ellos optaron por excusarse. Sabiduría felina me atrevo a sentenciar. El café está templado y a punto. Excepto por el asunto de los gatos, aún no he logrado purificar el sendero. Continúo con el recorrido. Un chiquito de unos cuatro años me avisa que alguna vez fui padre, una nena de dos me lo ratifica. Algo mejora. No mucho. No es responsabilidad de ellos, espero evitar cualquier confusión al respecto, en todo caso es por una visión muy particular y un tanto extraña que tengo de la cosa. No les gustó mi propuesta, dejé que decidieran, no luché – no estoy muy convencido de que la lucha se constituya como válida en estas cuestiones - acaso siempre pensé que la mejor manera de estar con un afecto es evitando toda obligación, sea del modo que sea, mimetizada o taxativa, lo trascendental es el placer de la presencia, cuando eso no sucede mejor no forzar. En estas otras fotos los veo algo más crecidos, en la playa y en el campo, eran tiempos en los que viajaba a Buenos Aires cada quince días, luego, a medida que fueron creciendo y asumiendo obligaciones y gustos comencé a hacerlo una vez por mes, pasados diez años la travesía se fue diluyendo de modo imperceptible. Ya no hay fotos en la playa, ni en el campo, ni siquiera en el pueblo donde vivo. No tengo ganas de seguir, acaso observo que el recorrido es tan obsceno como los extremos. Comienzo a repensar los dichos de Borges. No veo muchas diferencias entre los extremos y el camino. Me sirvo otro café, estos artilugios modernos que lo mantienen templado y a punto trabajan malamente a favor de las adicciones. “He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciable inmortalidad de ponientes” decía Borges, y cada foto es un arrabal, una carta repleta de espejismos, errores ortográficos que se reiteran con la soberbia que ostenta la infinitud. Rechazo la constancia de los ponientes, alucinaciones que no vamos a tener la fortuna de padecer, al igual que hacen algunos mezquinos cuando deciden rehusar de la mujer que nunca será. De algún modo los odios comienzan a bosquejarse bajo la geometría de lo imposible. Aunque pensándolo bien una cosa en nada se relaciona con la otra, hay que ser muy poco hombre para estigmatizar a una dama que ni siquiera percibe nuestra existencia. El tema de la finitud encierra incisos más complejos, por lo menos así lo creo. Ruskin afirmaba que para la arquitectura y la música: La Noche. Nunca dijo qué tipo de noche. Invernal o estival, clara u oscura, acaso lluviosa, tal vez con niebla. Reconozco que estoy disfrutando de esta noche. Puedo agregar entonces que para recorrer ciertas cañadas es mejor hacerlo en la nocturnidad y en solitario. Me gusta leer de noche, también escribir, aunque esto último cada vez lo realizo con menor asiduidad. En definitiva observo mi aridez como un homenaje personal e inconsciente que le hago a la literatura, no herirla con publicaciones banales es algo que muchos escritores modernos deberían hacer, sobre todo aquellos que pretenden transformar el arte en una crónica periodística. Y hablé de odios. Que suerte no tenerlos. En ese sentido estimo que los gatos me fueron de gran ayuda para obviar tamaña carga. Debe ser muy penoso transitar por el sendero de los extremos sucios contaminando el paisaje, envileciendo un horizonte que en si mismo sostiene un desdoroso final. Ellos parecen no tener capacidad  - o incapacidad - de odio, si están a disgusto directamente escapan a merodear, no proponen conflictos terminales, buscan embellecer su recorrido y lo hacen concientes, debido a que no dudan sobre la precisión de la fórmula. Delinear un estado de víspera permanente resulta el modelo a seguir, casi nada es definitivo, sólo el final, por lo demás, el resto es perfectamente modificable. Un poco de comida, arrojarse bajo alguna planta, mantenerse higienizado y estar siempre esperanzado ante la posibilidad de una presa, atención permanente que el gato se reserva para sí como anhelo de vigilia.  
                                                                                             Ernesto Riera Molino


“Ahora, entonces, todo ha terminado, y el género humano ha sido reivindicado. Empero, si te lamentas por el derramamiento de sangre y el terror, piensa en los males que originaron mis derechos; piensa en el sacrificio por el que di mi décuplo poder a esos derechos; piensa en la necesidad de una espantosa conminación y sacudida a la sociedad, para llevar mi lección a los consejos de los principios”.
                                                                        El Vengador – Thomas de Quincey

Dentro de la delicada y coqueta caja, la pistola Beretta nueve milímetros y el punzón con mango de madera estaban prolijamente protegidos con una gruesa tela de paño azul. El jurista les había otorgado el más preciado de los obsequios: la verdad. La verdad como posibilidad cierta de comienzo, colaborando de ese modo con el necesario olvido que la coyuntura solicitaba. Riera Molino había sabido escuchar aquellos consejos del novato: tomar un atajo, eso de resignar su ética profesional y su palabra, dejando al libre albedrío de la pareja enterrar para siempre, bajo alguna roca de las sierras, tantos años de dolor acumulado; al fin de cuentas, lo que afirmaba Sartre era significativamente cierto: “Cuando Dios se calla, uno puede hacerle decir lo que quiere”.

- Vamos Celeste es tiempo de irnos a casa. No veo la hora de atravesar este maldito puente – sentenció Aldazábal –
- No se preocupen, vayan al auto, termino con esto y cierro – sugirió Poso –

FIN…